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Capítulo 1. El Inicio de la Profecía.

Sueña, dulce hijo póstumo.
Sueña sin soñar;
con un poder ajeno,
buscando un rey sin reino
y una profecía sin final

Sueña, dulce hijo póstumo,
porque está en ti ese destino.
Sueña sin soñar;
y encuéntralo,
porque sin él
no habrá paz.

Phil despertó en medio de la noche, con sus ojos abiertos de par en par y su respiración agitada. Una perla de sudor resbalaba por su sien y las venas en su cuello se habían resaltado. Su garganta seca, su visión turbia y su labio inferior tembloroso.

Pasó una mano por su rostro y maldijo entre dientes, incapaz de creerse que era la décimo cuarta ocasión que soñaba con aquella voz, que le susurraba al oído como si fuera un fantasma sentado a su lado y buscando despertarlo en los momentos más inoportunos. Tensó la mandíbula y se sentó sobre la cama, apoyando sus manos en sus rodillas y arrugando la frente.

—Demonios... —murmuró, y luego parpadeó varias veces y sacudió la cabeza en desaprobación. Pensar en esas criaturas a medianoche no era la cosa más sensata del mundo, así que de inmediato apartó el pensamiento de su cabeza.

Se mordió el interior de la mejilla y, a sabiendas de que ya no sería capaz de conciliar el sueño, se levantó de la cama. Sus rodillas crujieron, mas no por la edad, sino por la posición en la que estaba segundos atrás. En realidad, Phil estaba en la flor de la juventud, o eso le decían (seguía sin estar convencido de eso).

La verdad era que sus veintitrés años le parecían ya el final de su vida con tanto ajetreo al que estaba acostumbrado. Y a veces, cuando las misiones más complicadas llegaban a su fin, se derrumbaba sobre la cama y caía dormido tan pronto como lo haría un hombre de cincuenta y tantos años.

La juventud, a su parecer, era subjetiva.

Apoyó su mano sobre la mesita al lado de la cama, tragando saliva y viendo la débil sombra que se proyectaba de su cuerpo sobre el suelo. Hombros anchos, piernas largas y ligeramente desproporcionadas a sus brazos, cabello que le caía sobre los hombros. No era precisamente atractivo, pero tampoco feo, o eso le gustaba pensar para mantenerse tranquilo.

Suspiró y abandonó aquella pequeña habitación en la que se hallaba, porque ahí se sentía encerrado y atrapado. Olía a óxido y a humedad y, pese a que le encantaría vivir en la casa propia que le habían heredado, sabía que no era posible cuando viajaba sin cesar por el país.

¿Y por qué viajaba? Buscaba algo... ¿Y qué buscaba? No tenía idea.

Desde que esa voz se había manifestado en sus sueños, Phil no había sido capaz de volver a dormir como antes. Dos semanas habían sido. Catorce días. Catorce sueños; todos repitiendo las mismas palabras.

"Sueña sin soñar".

¿Qué significaba eso? ¿A quién debía hallar que parecía significar tanto para la paz del mundo? Era problemático no saberlo, y también muy estresante.

Ya viajaba antes de escuchar la voz, porque su trabajo como Caballero de la Corte de Luz lo solicitaba. Todos los caballeros pertenecientes a esa corte debían viajar por toda Heldoria un año luego de completar su nombramiento; era una forma de demostrarle al reino que ellos habían sido elegidos y que estaban dispuestos a servir al pueblo a donde fueran.

Llevaba seis meses desde que había sido nombrado y su "Servicio de Caballero" había dado inicio. Solo faltaban otros seis meses para completarlo, volver a la capital donde vivía y finalmente elegir un pueblo para pasar el resto de sus días ahí como guardia.

Sin embargo, Phil no estaba muy ansioso por eso. Le daba igual, para ser sincero. Porque no tenía a nadie quien le esperara en la capital. Era algo amargado y reticente hacia la vida, así que jamás había salido con alguna mujer, y ninguna mujer se lo había propuesto ni en indirectas (o no que él supiera). Sus padres habían muerto cuando él tenía ocho años y era hijo único; no sabía nada de la familia de sus padres, por lo que tampoco eran una opción.

La única persona a la que le debía lealtad era la mujer que le había criado tras quedarse huérfano, y fue ella el motivo que le hizo decidirse a ser un caballero.

Marie fue su nombre.

Ella había fallecido hacía ocho meses.

Dos meses antes del nombramiento de caballero de Phil.

A veces él se preguntaba si no estaría maldito. Eso era lo único que podía explicar por qué su vida era un completo desastre y por qué era incapaz de arreglarla.

—Ah, Phil, ¿otra vez deprimido? —La voz de la cantinera detrás de la barra no le sobresaltó. Phil se sentó detrás y apoyó su frente sobre la fría superficie de la mesa. No había nadie a su alrededor, y era de esperar, porque desde que se había levantado el toque de queda ya nadie salía de casa luego de las diez de la noche, ni siquiera los borrachos o los vagabundos en las calles.

Sin embargo, la cantinera, cuyo nombre Phil no recordaba, se quedaba siempre durante la noche. Era un método de defensa que la gente había adoptado: poner a quienes custodiaran sus establecimientos tras el toque de queda.

Porque uno no sabía cuándo iban a atacar los demonios.

—¿Qué vas a querer? —le cuestionó la cantinera con las cejas arqueadas.

Phil abrió la boca para responder "lo de siempre", pero comprendió que la cantinera no tenía forma de saber qué era eso. Solo había estado en esa posada tres días, y se suponía que en cuanto amaneciera iba a marcharse al próximo pueblo.

—Un vaso de agua —se limitó a decir, ahora desanimado ante el pensamiento que acababa de inundar su mente. Nunca llegaba para quedarse a ningún lugar; era por eso que no pertenecía a nada ni a nadie.

—Uy, mira que venir al bar de la posada solo para pedir eso... —La cantinera se encogió de hombros, le sirvió lo que había pedido y luego se cruzó de brazos—. Por cierto, eres de los caballeros esos que custodian el reino, ¿verdad?

—Sigo haciendo el servicio, pero sí.

—¿Qué van a hacer con todos esos demonios? Ya va siendo hora de que se vayan, ¿no crees?

La brecha entre el mundo humano y demoníaco se hacía cada vez más débil e invisible, volviendo tan normal la presencia de esos monstruos que ya nadie recordaba cómo era la vida cuando ellos no asediaban la ciudad.

Todo empezó dos décadas atrás.

Phil tenía tres años en ese entonces.

Y pese a eso, recordaba de forma vaga cómo de un día para otro el mundo se había vuelto más gris y triste.

—No es así de fácil —murmuró, rodeando con su índice la boca del vaso y suspirando ruidosamente—. Para eso tendríamos que romper la profecía o cumplirla... Y nadie puede hacer eso cuando no sabemos realmente nada.

—Eso es falso —dijo la cantinera de mala gana. Solo hasta ese momento Phil reparó la edad que debía tener: no pasaba de los dieciocho años. Era apenas una niña. Una niña que se ganaba la vida de esta forma y que nunca había vivido en un mundo donde no hubiesen demonios—. Se supone que el príncipe es el elegido para eso, ¿no?

Phil bajó la cabeza.

—Se supone —repitió con algo de ironía.

—Jamás he tenido clara esa historia... ¿Qué tan idiota hay que ser para sacar a patadas a la única persona que puede cumplir la profecía? Y ahora que lo pienso, ¿no es extraño? ¿Por qué una profecía se lanzó justo antes de que el supuesto fin del mundo empezara? ¿No parece correlacionado?

—Para el orden, debe existir caos. Y para el caos, debe existir orden. No puede existir uno sin el otro. Naturalmente, los dioses sabían lo que estaba por ocurrir y mandaron un elegido para que al crecer cambiara el rumbo de nuestros destinos.

La muchacha no se veía convencida, aunque no ahondó más en el tema.

—Vale... ¿Y qué hay de lo otro?

—¿Qué cosa?

—Sobre lo de ser idiotas.

Una sonrisa amarga creció en los labios de Phil.

—Sí, el pueblo fue idiota —admitió.

—¿Qué crees que hubiera pasado si no hubieran exiliado al príncipe?

Esa era una historia que todos conocían. El bebé cuya llegada todos habían ansiado. El niño escogido por una mortal profecía que hablaba sobre cómo él vencería el mal que azotaría el mundo.

El niño que había nacido con un demonio dentro. Y el mismo cuyo exilio se había decretado tras llegar a la conclusión de que un Poseído no podía ser su salvador.

Era irónico.

—Creo que a estas alturas ya nos habríamos desecho de los demonios y el Círculo de Fuego. —Phil dio un sorbo a su vaso, pensando en esto. El Círculo de Fuego era el nombre que se le había conferido a la gran rasgadura en su mundo que dio entrada a los demonios al otro lado; era aquella puerta que les permitía entrar, y una que nadie sabía cerrar.

—¿Y qué crees que haga ahora el príncipe? —La cantinera se inclinó hacia delante, viéndolo con insaciable curiosidad.

Phil lo pensó por unos momentos.

"Un rey sin reino".

Parpadeó varias veces y un dolor punzó en su pecho.

"Una profecía sin final".

Se levantó de un salto de la silla y el dolor se hizo más intenso.

—Lo siento —dijo—, debo irme.

La cantinera lo miró sin entender.

—¿A dónde? —cuestionó.

—No lo sé. —Phil inhaló y exhaló varias veces, sintiendo como si algo le quemara en el pecho.

Su madre, alguna vez, le contó la historia del niño que era príncipe y Poseído a la vez, mas se la contó distinta.

"¿Puedes imaginarte lo mal que se debe sentir ese pobre chiquillo? Juzgado antes de saber su destino... ¿No te sentirías terrible si te sucediera eso?".

Sí, probablemente. Phil no estaba seguro del porqué habían venido esas palabras a sus memorias.

Sin embargo, de pronto todas esas voces en sus sueños empezaron a cobrar sentido.

Un rey sin reino.

Ese alguien a quien debía hallar.

Salió del bar y del pequeño establecimiento donde se había estado quedando esos últimos dos días. La cantinera emitió algo como un grito ahogado, pero no lo siguió. Solo un loco seguiría a otro loco.

Y Phil sabía que esto que hacía era una completa locura.

Afuera la temperatura estaba bajísima y la oscuridad era tan sólida que asfixiaba. No había estrellas en el firmamento y la luna estaba oculta. Era aquella la hora más oscura de la noche.

Phil se llevó la mano a su pecho, y de pronto, las voces en sus sueños empezaron a manifestarse mientras seguía despierto.

"Sigue el camino y encuentra a aquel que debe ser encontrado".

Odiaba con toda su alma que la voz, suave y queda, le hablara siempre con frases así. Extrañas. Confusas.

Realmente no lo entendía.

Pese a eso, siguió caminando, y después empezó a correr.

Su corazón latía como el de un caballo desbocado y sus nervios crispados le daban la impresión de que en cualquier momento tropezaría y caería al suelo.

—Debo hallarte —dijo en voz alta y ronca, sintiendo que una fuerte corriente de aire frío le cruzaba por el rostro.

Se detuvo en cuanto se dio cuenta de que la voz en su oído había dejado de hablar.

Una sonrisa tiró de sus labios y, dándose cuenta de que debía estar perdiendo la cabeza, soltó una carcajada, y una muy buena.

—¡No sé por qué me elegiste! —gritó hacia el viento, rememorando las palabras de su madre que alguna vez le hablaron de los espíritus que a veces intervenían en el mundo humano por un bien mayor, ¿sería la voz uno de esos espíritus?—, ¡ni siquiera entiendo qué debo hacer... pero lo haré!

"Que así sea", respondió la voz, dándole cosquillas en la oreja, "Antes te diremos cuál es tu misión".

Phil lo agradeció en silencio. En respuesta, un montón de imágenes empezaron a cruzar por sus ojos. Una vida que no conocía y un mundo que no se le parecía en nada a lo que él había visto. Era semejante y, al mismo tiempo, irreconocible. No consiguió atrapar ninguna de esas imágenes, por lo que en su mente solo quedaron sensaciones.

Retrocedió un par de pasos y sus labios se entreabrieron.

"Te volverás su guía", anunció la voz, uniéndose a otras parecidas para hablar al unísono en un escalofriante coro, "De ti ahora depende el futuro de la humanidad. Haz que regrese. Haz que perdone. Haz que vea la luz".

Los ojos de Phil se abrieron de par en par y se tomó el pecho, sintiendo un nudo en su garganta.

—D-de acuerdo —balbuceó, y luego se atrevió a preguntar—: Pero... ¿por qué yo?

"Un alma pura por una corrompida por el mundo", respondieron las voces, "Un eslabón necesario para hacer cumplir la profecía".

Phil no cuestionó más. Comprendió que eso era todo lo que necesitaba saber.

Se preguntó cómo era posible que no lo hubiera entendido antes. Tantos mensaje en sus sueños. Tantas palabras y susurros. ¿Cómo dejó todo eso pasar como si no significara nada?

Cerró los ojos y suspiró, entendiendo y aceptando su misión.

Hallar al ángel caído de Heldoria.

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