Ups!
—Yo no tengo problemas con compartir la cama —dijo encogiéndose de hombros.
—Pero yo sí.
—¿Sabes que no voy a intentar hacerte nada, verdad? No eres mi tipo —espetó con su usual tono cortante.
Respiré hondo e intenté atribuir el pinchazo de decepción a mi orgullo herido y no a otro sentimiento más fuerte. ¿Pero qué orgullo herido? Era obvio que yo no era su tipo porque ni siquiera le gustaban las mujeres. No podía tomármelo como algo personal. Aun así, la manera en la que lo había dicho era tan…
¿Dónde había quedado el hombre cálido y cordial de hace solo unos minutos? Ah claro, es que ese hombre no existía. Era solo un candidato a los premios Óscar.
—¿Sabes? —lo enfrenté—. Eres mucho mejor actor que persona.
—Pues yo rezo para que tú seas mejor actriz que periodista, porque de lo contrario estaremos condenados.
“Contrólate, Oriana, contrólate, piensa en un sitio feliz.”
—Está bien. —Me crucé de brazos—. Dormiremos en la misma cama, porque a fin de cuentas, yo tampoco intentaría tocarte ni con un palo. Pero te advierto que suelo dar patadas cuando duermo.
Él me miró con una expresión burlona:
—No me imagino con quién debes de estar soñando.
—Son pesadillas, más bien —le rebatí antes de rodearlo y mover mi maleta y mochila lo más lejos posible de sus cosas.
Miró su reloj con el ceño fruncido:
—Tenemos poco tiempo para prepararnos antes de la fiesta de hoy. ¿Quién entrará primero al baño?
—Hazlo tú, yo necesito hacer una llamada.
En cuanto lo vi desaparecer tras la puerta del baño, me tumbé como peso muerto en la cama, y después de unos minutos de quedarme mirando el techo y escuchando el agua de la ducha caer, marqué en el celular cifrado el número de Kevin.
—¡¿Estás bien?! ¿Herida? ¿Sana? ¿Secuestrada? ¡Háblame mujer! —Mi amigo soltaba las palabras sin darme siquiera la oportunidad de responder.
—Estoy bien, Kevin. Sana y salva. Acabo de llegar al hotel.
Escuché cómo dejaba escapar el aire contenido.
—Estás loca, Oriana, ¿lo sabes? Estás en una misión suicida y yo no quiero ir a llorarte a tu funeral.
—No te preocupes Kevin, tengo todo bajo control.
La noche antes de tomar el vuelo, mi amigo me había dado un prolongado sermón sobre mis recién descubiertos instintos suicidas, pero ni con su mejor retórica pudo persuadirme de mi decisión.
—“Todo bajo control”. Eso dijiste el año pasado, minutos antes de que dos policías te escoltaran a una estación…
—Kevin, ¿le enviaste el dinero a mi madre? —Cambié al tema que en verdad me interesaba.
—Sí, sí, ya le envié la primera parte. Y que sepas que ella no parece creerse mucho el cuento de que estás de vacaciones en una isla donde no hay señal.
—Y ahí es donde entras tú y tus increíbles dotes para convencer.
—Pues no me funcionaron contigo. ¿Qué te hace pensar que tendrán efecto con tu madre? Además, ¿cómo crees que se sentiría ella si supiera que ese dinero que le estás enviado lo hiciste a costa de poner tu vida en peligro?
Sentí que un enorme saco de culpabilidad caía sobre mí. Le estaba mintiendo, a mi propia madre. Pensándolo bien, no había parado de mentirle desde que había puesto un pie en este país. Yo solo… no quería preocuparla, y siempre le había disfrazado los hechos con la fábula rosa de Disney, cuando la realidad era terriblemente distinta del “vivieron felices para siempre”.
Hubo un silencio en la línea. Fue Kevin quien se animó a retomar la conversación.
—Pero bueno… entrando en materia: ¿Ya viste al sujeto? —Susurró esta última palabra como si temiera que nos estuviesen espiando, lo cual era imposible con los teléfonos especiales sacados del bolsillo de James Bond.
—Todavía no. Pero esta noche es probable que lo veamos. —Al decirlo, un escalofrío me recorrió todo el cuerpo.
—Cruzo los dedos para que todo salga bien. Por favor no cometas ninguna locura, Ori. Si ves que la situación se complica un poco, salte de eso cuanto antes.
—Lo haré, Kevin. Descuida. Sé cómo cuidar de mí. —No sabía si estaba tratando de convencer a mi amigo o a mí misma.
—Y… ¿Cómo van las cosas con tu “archienemigo”?
—Ah, pues él…
Como si lo hubiésemos invocado, Daniel salió del baño con nada más que un pantalón oscuro de corte formal.
—… está muy bien —concluí, observándolo mientras se pavoneaba por la habitación con el torso desnudo como si fuera la cosa más normal de la vida.
—Kevin, te llamo después —me despedí y colgué el teléfono.
Contemplé con mi mejor expresión estricta cómo Daniel seleccionaba una de sus pulcras camisas blancas y la alisaba sobre el colchón.
Me aclaré la garganta sonoramente.
—Disculpa, ¿qué haces?
—Voy a planchar mi camisa —me contestó con un gesto que dejaba entrever la pregunta de “¿tienes algún problema con eso?”
—Ah ya.
Reclinándome en el espaldar de la cama, hice como que me concentraba en la pantalla de mi celular, pero de vez en cuando aprovechaba para echar un vistazo a ese hombre endiosadamente más bueno que el pan caliente, mientras planchaba con esmero su camisa y unas finas gotitas de agua le corrían por sus ejercitados brazos. Si fuera un comercial de promoción de equipos electrodomésticos, iría a la tienda y diría: “¡Deme todas las planchas que tengan!”.
“¿Pero qué estabas pensando, Oriana estúpida?” Había leído tantas novelas de romance que debía de haberme poseído el espíritu de alguna de esas protagonistas a las que se les mojan las bragas con solo mirar al ejemplar masculino.
La voz de Daniel me sacó de mi mundo interior. Apoyaba las manos en el colchón y me miraba entre los mechones de cabello ondeado y húmedo que le caían en la frente.
—¿Vas a ducharte? ¿O te quedarás toda la tarde fingiendo que miras el teléfono mientras me desayunas con la vista?
—¡¿Qué?! —Estallé—. ¡Ah no “papito”! Te crees mucho más de lo que eres. Solo estaba mirando cómo planchabas porque lo estabas haciendo realmente mal.
—¿Y cómo se supone que debería hacerlo?
—¡Ah no! ¡Yo no comparto mi sabiduría con machos arrogantes! —Y para reafirmar lo que decía, me interné en el baño y di un sonoro portazo.
Limpié con la mano el espejo empañado y vi la imagen de una chica con las mejillas echando fuego rabioso. Maldije una y mil veces a ese hijo de Satanás “planchador de camisas” y abrí la ducha para dejar que el agua se llevara toda mi frustración.
Cuando terminé de purificarme el alma, abrí la puerta parcialmente para cerciorarme de que Daniel no estuviese allí, porque hacía unos minutos había escuchado cerrarse la entrada de la habitación. En efecto, no había moros en la costa.
Descalza y envuelta en una toalla, caminé hacia mi maleta para escoger el vestido que usaría hoy. No debía ser nada llamativo, pero tampoco algo que pasara desapercibido. Al final, me decanté por un traje con una sobria tela negra de mangas largas y cuello alto, pero con unas aberturas en la parte de los hombros. La amplia ranura en la caída del vestido dejaba al descubierto una de mis piernas. Sencillo y sexy al mismo tiempo.
Terminaba de ponerle color a mis mejillas cuando el odioso se apareció en la habitación.
—¿Estás lista?
—Más que nunca —Me giré hacia él dramatizando una pose para foto.
Él descendió la vista hasta mis pies y volvió a recorrer todo el camino en la dirección inversa.
—¿Vas a investigar a un narco… o vas a conquistarlo?
—¿Por qué lo preguntas? ¿Acaso quieres conquistarlo tú? —lo reté.
Su traje negro ceñido y el cabello peinado hacia atrás le daban un aspecto fenomenal. Pero seguía teniendo esa expresión seria que lo hacía lucir mayor de lo que era.
—Los narcos no son lo mío —se limitó a decir encogiéndose de hombros con las manos en los bolsillos.
Adquirió un aire más formal y me tendió su brazo para que entrelazara el mío.
—¿Nos vamos, señora Robinson?
Respiré hondo y le di una última mirada al espejo antes de responder:
—Sí, vamos allá.
***
La ceremonia de esa tarde no tenía lugar en el cálido interior como yo esperaba, sino en las afueras del hotel. Nada más sentir la fría brisa, supe que había tomado la decisión incorrecta con mi vestuario.
Dejé de sentir el azote del aire cuando mis hombros fueron cubiertos por una tela gruesa oscura. Me giré para ver a Daniel despojado de su propio saco.
—Gracias. —Fue lo único que pude decir. A veces me confundían sus cambios de humor.
En ese momento, algo a mis espaldas captó su atención y justo cuando iba a darme la vuelta para ver de qué se trataba se acercó para susurrarme:
—Mira con mucha discreción la segunda mesa a tu derecha. Ese es La serpiente.
Hice como que daba una vista panorámica por el lugar, deteniéndome solo por unos segundos en el objetivo.
En efecto, ahí estaba sentado el narco más buscado por la policía de Miami, riendo y bebiendo en compañía de unos cuantos aduladores, como si no tuviese nada que temer. El hecho de que estuviera tan seguro de sí mismo me infundía más desconfianza. Y para colmo de males, ni siquiera habíamos ideado un plan A, ni un B, ni un Z, porque mi compañero había insistido en que las mejores ideas surgían en el terreno. Estrujé la manga del traje de Daniel. Comenzaba a embargarme la sensación de que todo esto me quedaba demasiado grande.
—Ey, mírame —me ordenó él tomando suavemente mi barbilla entre sus dedos—. Todo saldrá bien. Todavía no comenzaremos con la misión, solo exploraremos el terreno.
Asentí, todavía con cierto recelo. Cerré los ojos y conté hasta diez para aplacarme. Una cosa era hablar de esta misión desde la seguridad de una oficina o una habitación, y otra muy diferente era estar ante las fauces de la bestia. Empezaba a cuestionarme por qué Francisco me había elegido a mí para este trabajo, cuando la emisora estaba llena de personas incluso más expertas y talentosas. ¿Por qué yo? ¿Era porque conocía mi precaria situación y la de mi familia y daba por sentado que yo aceptaría al escuchar la recompensa? ¿O porque yo era alguien cuya vida no era tan valiosa? Pero en ese caso, ¿por qué Daniel?
—¡Oye, qué bueno que vinieron! —El chico moreno de acento cubano me sacó de mi “obscurus” mental—. Esto se va a poner bueno esta noche.
—No nos lo hubiésemos perdido por nada del mundo —confesó Daniel con una sonrisa que me devolvió la estabilidad emocional.
—Y por fin, ¿van a participar en el recasamiento?
Daniel y yo intercambiamos unas miradas perplejas.
—¡No! ¡No!
—Definitivamente no.
Negamos casi al unísono.
—Con un solo casamiento ya nos basta para varios años de infelicidad —agregué con una falsa sonrisa.
—¡¿Pero qué infelicidad?! —Nos miró perplejo Cristian—. Si a leguas se ve que ustedes se quieren con locura.
—¿Ah sí? —Volteó a verme Daniel con un aire juguetón—. No lo había notado.
—Sí, sí, claro que sí —reafirmó el muchacho y pareció percatarse de que tenía que seguir haciendo su trabajo—. Oye familia, los dejo un momentico que tengo que llevarle estas bebidas a los de la mesa de allá. Tomen. Les regalo dos vasitos de michelada para que se calienten un poquito del frío.
Le agradecimos el gesto y el muchacho nos dedicó una última sonrisa brillante antes de marcharse.
Daniel le dio solo un pequeño sorbo a su bebida pero yo me bajé prácticamente mi vaso entero, ignorando la fuerte sensación de picante en mi boca.
—¡¿Qué haces, Oriana?! —Me apartó el recipiente de los labios— ¡Tienes que estar sobria esta noche!
—Lo siento, es que estoy nerviosa —confesé, mientras una satisfactoria ola de calor me recorría el cuerpo.
—Y la bebida solo va a hacer que seas menos dueña de tus palabras —me reprochó con sus ínfulas de “Don Perfecto”.
—Sí, sí, lo que tú digas, "papi" —bromeé.
Él puso los ojos en blanco y suspiró antes de decir:
—Entonces, primero tenemos que acercarnos a la La serpiente…
—Espera, espera… —lo detuve—. Hay que elegir otro sobrenombre para él. Como un código. Para que podamos hablar de él sin miedo a que nos escuchen.
—Me parece bien. ¿Se te ocurre algo?
—“Voldemort” —sentencié.
—Oriana, por favor, toma esto con seriedad.
—Lo estoy tomando con seriedad.
—Está bien, lo que tú digas —aceptó a regañadientes—. ¿Cómo nos acercamos a él?
—Mmh… —lo pensé un segundo—. ¿Qué tal si tú te acercas a él con discreción, y dejas caer "por accidente" tu vaso de michelada en su camisa? Eso siempre funciona.
—Sí, en las películas baratas de acción. ¡Por Dios, Oriana! El alcohol ya está hablando por ti.
—¿Se te ocurre algo mejor?
Mientras Daniel inflaba su cabeza pensante como Pinky Dinky Doo, yo aproveché para intentar extraer de sus manos el vaso de michelada, pero él me lo impidió.
—¡Oriana! ¡No puedes beber más esta noche!
—Solo un poco más —le supliqué.
—¡No!
Sostuvimos un pequeño forcejeo hasta que el vaso resbaló de sus manos y yo me quedé con él. Iba a cantar victoria cuando me percaté de su expresión de horror. Observé el recipiente de cristal y vi que ya no quedaba en él ni una gota. ¿A dónde había ido a parar su contenido?
Una exclamación a mis espaldas me puso los pelos de punta. Al girarme lentamente me topé con la peor escena: Zalazar/La serpiente/Voldemort estaba en pie a solo unos pocos pasos de nosotros y se miraba con desconcierto su traje de seda blanca manchado de michelada.
Alerta de spolier: R.I.P.D
🪦🪦
***
Ahora sí tocan varias preguntitas:
¿Qué edad creen que tenga Daniel?
Algunos ponen en duda su preferencia sexual pero, ¿qué piensan ustedes?
Creen que se siente atraído por Oriana de alguna manera?
Me gustaría saber qué opinan😉
Se vienen capítulos fuertes🤩🥵🔥.
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