¿Una pareja feliz?
No podía dormir. Me asaltaban pesadillas en las que Francisco me proponía una misión suicida y yo aceptaba como toda una kamikaze. Pesadillas en las que tenía que develar los mayores secretos de uno de los delincuentes más ranqueados de Miami, que no dudaría ni dos segundos en volarme la tapa de los sesos. Me movía de un lado para otro en la “cama” porque soñaba que estaba viajando en un avión con destino a Alaska en plan “honey moon”, acompañada de mi infame archienemigo. Rodé en el colchón… ¡Espera un momento! ¿Por qué no podía rodar en el colchón? La incomodidad y la rigidez del cuerpo hicieron que despertara poco a poco del sueño.
No estaba en mi habitación. Eché un vistazo a mi alrededor y la terrible realidad me golpeó como a un saco de boxeo.
—¿Desean un café? —preguntó la azafata del vuelo.
Iba a responder cuando Daniel, que hojeaba una revista a mi lado, se me adelantó:
—Uno para la señorita, por favor. Bastante concentrado si es posible.
—Enseguida —contestó con formalidad y pasó a atender a los siguientes pasajeros.
—¿Podrías dejar de pedir las cosas por mí? —me quejé mientras estiraba mis extremidades para desperezarme.
—Te necesito activa para esta misión —dijo sin interés hojeando las páginas de una revista de “Solo para mujeres”—. No quiero tener que llevarte en brazos o que vuelvas a llenarme el hombro de babas.
Lo acribillé con la mirada. ¿Cómo podía ser tan odioso?
De pronto, la realidad de lo que estábamos haciendo me cayó como una piedra en el estómago.
Dejé salir el aire contenido en la forma de un largo suspiro.
—Daniel, creo que… cometimos un error. Esto va a salir muy mal.
Él desvió la atención de la revista y me miró como si no diera crédito a mis palabras.
—¡¿Y lo dices a estas alturas, literalmente?! —No levantaba la voz ni un poco, pero hablaba con un filoso tono recriminatorio que yo odiaba con todas mis fuerzas— ¡Eso lo hubieses pensado antes, Oriana! Tuviste un día para consultarlo con la almohada, pero en su lugar, seguro estabas leyendo una novelita romántica sobre mafiosos buenorros, y de pronto te pareció excitante la idea de ir tras el narco más buscado de Florida.
—¡¿Perdona?! Tú también aceptaste esta misión. ¿Por qué viniste si tan "lúcido" te crees que eres?
Por primera vez, él no pudo responder de inmediato con una de sus astutas contestas. Me sostuvo la mirada por unos segundos y después volvió a la revista.
—Porque… no podrías hacer esto sola. Te liquidarían a la primera oportunidad.
¡¿Qué?! ¿Desde cuándo le importaba lo que me sucediera?
—Aquí tiene su café, señorita. —La azafata llegó a tiempo para interrumpir mis locos pensamientos.
Le agradecí su servicio y comencé a degustar el amargo líquido que esperaba que pudiera desintegrar la piedra de angustia en mi estómago.
—Pero… —murmuré— siempre podemos dar media vuelta y volver. Solo… no nos pagarían la mitad del trabajo.
A medida que iba diciendo la frase en voz alta, me daba cuenta de lo estúpido que eso sonaba, y Daniel no dudó en confirmarlo.
—¿De veras eres tan ingenua de pensar que puedes meterte en una empresa como esta y abandonar cuando quieras? No, Oriana. Así no es como funciona este horrible mundo y ya deberías de saber eso. Estamos hasta el cuello en esto y no hay marcha atrás.
Me dejé caer vencida en el respaldo del asiento. Había metido la pata. Hasta el fondo. Me había dejado seducir por la idea de poder ser útil a mis padres. Incluso me había ilusionado con la pequeña posibilidad de que pudiéramos reencontrarnos. Pero si esto salía mal, ellos deberían conformarse con dejar flores a un cadáver.
Di un salto al sentir su enorme mano sobre la mía.
—No te preocupes —dijo con una voz más suave, para mi sorpresa—. Saldremos de esta.
Su tacto era cálido y su expresión trataba de ser tranquilizadora; algo sin duda muy inusual en él. Lo único que podía hacer era encomendarme a todos los dioses, los falsos y los verdaderos, para que él tuviese razón.
***
Siempre soñé con visitar Alaska. Cuando era pequeña me gustaba ver con mi padre los documentales de pesca en el hielo y de excursiones en trineo, sin mencionar que el anhelo de toda niña nacida en un país de eterno verano era ver la nieve alguna vez en su vida.
Sin embargo, el paisaje que tenía ante mí distaba mucho de ese paraíso eternamente blanco y frío que imaginé cuando era una niña.
Los últimos días de agosto en Seward eran bastante cálidos, y no había vestigios de nieve, salvo por una ligera escarcha que se formaba en las montañas, avisando que pronto llegaría el frío.
El Seward Windsong Lodge ofrecía una de las vistas más hermosas de las montañas y de los densos bosques verdes. Para los amantes de la naturaleza como yo, el hotel era un espectáculo visual. Y el cálido interior... era como estar de nuevo en casa.
Si Daniel y yo creíamos que habría agitación por la estadía de cierto mafioso reconocido, nos sorprendió descubrir que había un número muy limitado de guardaespaldas y que el personal del lugar se comportaba con absoluta normalidad.
—O es una trampa para incautos, o La serpiente es un tipo muy confiado —me susurró Daniel mientras rodeaba mi cintura con el brazo y arrastraba una maleta con la mano libre.
Carraspeé la garganta:
—Disculpa, ¿a qué viene tanto exceso de confianza? —Señalé su brazo desvergonzado.
Él se acercó aún más para decirme al oído con una voz grave que envió una corriente por todo mi cuerpo.
—Se supone que eres mi mujer. Y debemos comportarnos como una pareja… —Sus labios tocaron mi lóbulo— … que se trae muchas ganas...
—¡Aaah no! —Me aparté como si algo me hubiese quemado—. Seremos un matrimonio de cinco años de casados, de los que están juntos solo por conveniencia y tienen sexo una vez al mes solo con fines reproductivos, ¿capichi?
Aunque luchó por no reír, sus labios se extendieron en una suave sonrisa que marcó unos injustamente tiernos hoyuelos. Dio un paso hacia mí:
—¿Y si lo dejamos en tablas? —propuso sosteniéndome la mirada—. Somos una pareja de cinco años de casados, que tiene problemas en su matrimonio, pero que vino a este lugar para avivar las llamas de la pasión. ¿No te parece convincente?
Estaba a punto de responder cuando el hombre corpulento que nos había ayudado con parte del equipaje se nos acercó.
—Disculpen, ¿señor y soñora Robinson? La señorita de la recepción los espera para darles la llave de su habitación.
Después de que Daniel, alias “el señor Robinson”, le pagara al asistente por sus servicios, nos dirigimos al área de la recepción, donde una chica muy simpática, y al parecer muy aficionada de los hombres “casados” porque no dejaba de hacerle miradas coquetas a “mi esposo”, nos atendió con diligencia.
—Bienvenidos al Seward Windsong Lodge, el lugar idóneo para disfrutar de las bondades naturales de Alaska —recitó en perfecto inglés—. Ya saben lo que dicen: “Si ves una aurora boreal junto a la persona que te gusta, significa que están destinados a estar juntos” —Al decirlo, sus ojos no se despegaron de Daniel.
“¡Es gay! No pierdas tu tiempo, nena” – quise prevenir a la pobre chica.
La señorita coqueta nos propició un pequeño folleto con los horarios y las actividades del hotel y nos entregó las llaves de la habitación.
—Ah, una cosa más. Como la seguridad y el confort de nuestros clientes es lo primero, queríamos ofrecerles estas dos cajas de preservativos —dijo con la mayor naturalidad sacando dos reconocibles paquetitos.
—¡Qué oportuno, gracias! —comentó Daniel con igual naturalidad, antes de agregar con cierta malicia—. Temía que los que traía no fueran suficientes.
Lo miré con horror mientras el bastardo arrogante recogía los paquetitos y los guardaba en el bolsillo.
Cuando nos dábamos la vuelta para encaminarnos al elevador, no pude aguantar la tentación de desbaratar la imagen de “viril semental” y le susurré a la chica de la recepción:
—Perdona, es que es eyaculador precoz.
La muchacha me miró perpleja y yo me reuní con Daniel para seguir nuestro camino, guiados por un guapo joven de cabello crespo y piel oscura.
—Cayeron aquí en el momento justo —nos decía el chico en español con un bello acento familiar mientras nos escoltaba hasta nuestra habitación—. Hoy por la tarde se va a hacer la fiesta tradicional del “recasamiento”.
—¿Recasamiento? —Había buscado y rebuscado en Internet información sobre el hotel donde nos alojaríamos para poder sondear el terreno, pero era la primera vez que escuchaba ese término.
—Sí, sí. Eso es una ceremonia que se hace todos los veranos aquí. Las parejas que hayan contraído matrimonio se reúnen debajo del arco adornado bien bonito con florecitas, para volverse a jurar amor eterno. Es como volverse a casar.
—¿Y ese tipo de cosas no se hacen en Las Vegas? —pregunté dudosa, tratando de que no se me notara mi propio acento.
—Nuestra ceremonia no es nada oficial. Es una cosa más bien… simbólica. Pero a la gente le gusta mucho. ¡Baf! Un montón de parejas viajan desde varias partes del país solo pa’ eso.
Ahora que lo pienso, tenía sentido que hubiese varios tortolitos en el lobby del hotel. Pero Daniel parecía tener algo más en mente porque comentó con un aire aparentemente despreocupado:
—Imagino que sea una fiesta a la que asistan todos los huéspedes del hotel.
—Sí, sí, claro que sí. Pa’ allá va todo el mundo. Yo espero que ustedes también vayan, ¿verdá? —preguntó con una radiante sonrisa al tiempo que se detenía frente a una puerta.
Daniel me dedicó una mirada inteligente que yo supe interpretar. “La serpiente” sin duda asistiría a esa fiesta.
—Sí, sin duda iremos —confirmé mientras entrelazaba mi brazo con el de Daniel.
—¡Ño, qué bueno! —celebró con una sincera alegría juntando las palmas—. Mi nombre es Cristian por cierto. Pa’ servirles en lo que les haga falta. Ustedes pidan por esa boca y yo hago magia y se los traigo. Esta es la habitación de ustedes. Disfrútenla. ¡Ah! Y no se preocupen por hacer mucho ruido por las noches que las paredes son insonorizadas. Así que ustedes… fiesta y gozadera.
Daniel y yo no pudimos reprimir la risa por el comentario.
—¿Un compatriota? —me preguntó Daniel cuando el chico se hubo marchado.
—Sí.
—Ya veo que el carisma es propio de tu gente.
—Veo que la mala leche es propia de la tuya —bromeé, tomando la llave de su mano.
La habitación no era tan espaciosa, pero sí acogedora. Los amplios ventanales parecían pinturas realistas de un paisaje teñido de marrón, blanco y verde. Nada más entrar, me despojé de los zapatos para sentir la textura de la madera bajo mis pies. Como el termostato estaba encendido, una cálida sensación de calor me acariciaba el cuerpo.
Y justo en el centro, se encontraba el segundo temible cliché de la semana.
—¿Y bien? —me giré hacia Daniel para formular la pregunta del millón—. ¿De qué manera dormiremos, si solo hay una cama?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro