¿Odio a primera vista?
HACE 1 AÑO
—¡Espere, espere, por favor, deténgalo! —grité como una loca a la persona del elevador.
El hombre accionó el botón para impedir que las puertas se cerraran.
—¡Ay, muchísimas gracias! —dije con mi último aliento una vez que estuve dentro.
—¿A qué piso va? —preguntó con voz grave.
—Ah, al... 6, gracias.
Cuando me recuperé un poco de la carrera, me atreví a mirar de soslayo a la persona que tenía a mi lado. “¡Virgen de la Caridad del Cobre, ¿de qué libro de romance se escapó?!”. Lucía un traje color beige ceñido a su fornido cuerpo de casi dos metros de alto. Su mandíbula estaba elegantemente marcada como las de los protagonistas de las telenovelas que le encantaban a mi madre, y sus labios eran carnosos y sensuales. Un olor amaderado y varonil sellaba el cuadro de perfección.
Aparté la vista cuando él me pilló haciendo el escáner, y se quedó mirándome sin disimular. Tragué en seco. Para colmo de males, ese día me había hecho un peinado que lucía muy bien de frente, pero no de perfil. “¡Ah, pero eso tenía solución!” Con un suspiro, me giré para quedar frente a él y recosté la espalda a la pared del elevador opuesta a la suya, pretendiendo que quería recuperar un poco mis energías. Sabía que seguía mirándome, así que yo centré mi vista en los interesantes botones del elevador, poniendo una expresión de persona que está pensando en cosas profundas y complejas… como en lo que se ocultaba bajo ese traje beige por ejemplo…
—¿Entrevista de trabajo? —Su voz grave me sacó de mis ensoñaciones.
—¿Eh?… Ah… sí.
Había conseguido dejar de pensar en la entrevista por un minuto, pero sus palabras me devolvieron a la aterrorizante realidad de lo que me esperaba hoy. El nerviosismo retornó a mi cuerpo, con la misma rapidez con que un grupo de personas entró en tropel al elevador en el piso 3.
El sujeto intercambió saludos con unos cuantos y ambos nos movimos hacia la parte de atrás para hacer sitio a los recién llegados.
—¿Cómo sabes que tengo una entrevista? —le susurré, aprovechando la cercanía que teníamos ahora.
Él se inclinó para responderme también con un susurro, mientras algunas personas salían al piso 4.
—Porque nunca te he visto por aquí; porque la carpeta que tienes en las manos tiene los bordes estrujados por tus manos nerviosas; porque tu ropa tiene todavía un olor a tienda, y porque te esmeraste demasiado en tu peinado para que luciera impecable desde el punto de vista de tu entrevistador, pero descuidaste un poco el resto.
Las puertas finalmente se abrieron en el piso 6, y yo me quedé petrificada mirando a la versión sexy de Sherlock Holmes que tenía a mi lado. Guapo e inteligente. ¿Dónde estaba la trampa?
—¿Acerté? —remató, arqueando una ceja.
—Pues… sí —dije con una risilla bobalicona.
Él me señaló la salida del elevador para que yo avanzara primero.
—Soy Daniel, trabajo aquí en Radio Esmeralda —se presentó cuando estuvimos fuera.
—Oriana. —Estreché su mano y respiré hondo—. Eh… ¿se me nota mucho que estoy nerviosa?
—Solo un poco. Espera un segundo…
Me quedé inmóvil y mi corazón dio un vuelco cuando su pulgar acarició mi párpado inferior.
—Tenías un poco de rímel —me aclaró—. Ya estás lista.
Mis hombros decayeron.
—Creo que nunca estaré lista para una entrevista.
Él miró alrededor para asegurarse de que no había nadie cerca y luego me dijo en tono confidencial.
—Aquí entre nosotros, no tienes por qué tener miedo. Nuestro jefe, Francisco, es un ignorante de pésima categoría. Ni siquiera tiene estudios y además es un vago. Solo tiene ese puesto porque su padre, que sí es una persona inteligente y trabajadora, lo puso ahí.
De pronto me sentí más segura y dueña de mí misma.
—Ah bueeeno, entonces no tengo nada de que preocuparme porque… yo soy Licenciada en Periodismo —Hice una pose altanera con la mano en la cintura.
Él estuvo a punto de sonreír, pero se mordió el labio inferior, lo que no impidió que luciera mucho más sexy.
—Y ¿a qué hora es la entrevista? —me preguntó de repente.
—Es a las… ¡Mierda! —Saqué torpemente el móvil de mi bolso y vi con horror que ya llegaba 10 minutos tarde—. ¡Perdona! Tengo que ir ya. Deséame suerte.
—Te deseo éxitos. La suerte es para los perdedores —dijo guiñándome un ojo.
“Daniel”. “Otra bonita razón para entrar en Radio Esmeralda” —pensaba mientras corría a toda velocidad por el pasillo hasta la oficina de mi futuro jefe.
Su secretaria, una pelirroja de comercial de shampoo, me miró con cara de pocos amigos antes de avisarle de mi llegada al tal Francisco.
La entrevista fue sobre ruedas. Nunca me sentí tan poderosa y segura de mí misma mientras le explicaba a mi entrevistador las razones por las que yo era la mejor candidata para el puesto de reportera en Radio Esmeralda. Francisco pareció encantado con mis respuestas, a pesar de su expresión tensa cuando aparté los lápices de su buró para colocar mi carpeta con mis últimos trabajos.
Al salir del despacho con la carta de aceptación en mis manos, tuve ganas de saltar de alegría por todo el pasillo, pero la pelirroja seguía lanzándome clavos ardientes con la mirada.
No me fui de inmediato. Quería encontrar a Daniel para anunciarle que iba a ser su nueva compañera; pero no sabía en qué sección trabajaba. Pensé en interceptar a alguien por el pasillo para preguntarle, pero me contuve al ver que todos parecían tener mucha prisa. Al fin me encontré con un par que charlaba y reía animadamente. La chica tenía el cabello rubio y parecía muy simpática; en cuanto al chico, su lindo rostro me era un poco familiar.
—Hola —saludé con mi mejor sonrisa—. Mi nombre es Oriana y voy a ser su nueva compañera de trabajo.
El chico hizo una mueca de burla.
—Por favor con esa presentación de niña recién llegada al instituto —se mofó.
Idiota. Este chico será el típico odioso que le dará quejas al jefe sobre mí y me amargará la existencia todos los días —pensé.
—Kevin, no seas descortés —lo regañó la chica rubia con una risilla y se giró hacia mí—. No le hagas caso, le gasta bromas a todo el que llega nuevo. Yo soy Susana. Mucho gusto.
En cuanto escuché el nombre del chico recordé por qué me era familiar.
—Ah, ¿no eres tú el tiktokero que confesó en un show de Jimmy Fallon que eras gay? —lo confronté.
El tal Kevin pestañeó. No se esperaba esa pregunta. Pero al instante recuperó sus aires de taimado.
—Ya veo que soy famoso.
—Pues… no creo que gritar a los cuatro vientos tu preferencia sexual sea un mérito precisamente —le rebatí.
Esta vez no pudo encontrar una réplica de inmediato y se quedó mirándome como pescado en nevera.
—Dime, ¿cuándo empiezas a trabajar? —Una voz más agradable se escuchó a mis espaldas.
Me giré para encontrarme a Daniel caminando hacia mí. Una sonrisa se me escapó.
—Mañana mismo —sentencié, alejándome un poco de los oídos chismosos de Kevin y Susana—. La entrevista fue genial, pero, si te soy sincera, el jefe no me pareció tan ignorante. Pero bueno, las apariencias engañan, supongo.
—Sí, lo siento, te mentí —confesó sin rastro de remordimiento.
—¡¿Qué?!
—Sobre Francisco. Realmente no es un ignorante, al contrario, es una persona muy capaz. Además tiene una maestría en Comunicación Social y se ganó su puesto a base de esfuerzo.
No daba crédito a lo que escuchaba.
—Espera… y ¿por qué me dijiste que…?
—Te lo dije para que te sintieras en situación de ventaja y no te cohibieras en frente de él.
Abrí la boca para reclamar, pero los sonidos demoraron en salir. Entorné los ojos y lo apunté con el dedo.
—Lo tomaré, pero que sepas que me ofende —dije a modo de burla, porque en el fondo sabía que lo había hecho con buena intención.
—Entonces, ¿seremos compañeros a partir de mañana? —Me envolvió con una penetrante mirada gris.
—Sí. Eso parece.
Me regaló un último asentimiento de cabeza y un comienzo de sonrisa antes de seguir su camino por el pasillo.
Cuando lo vi alejarse un poco, hice una pequeña celebración obscena mordiéndome el labio inferior y atrayendo los puños hacia mí, con cuidado de no dejar caer mi bolso y la carpeta que retenía bajo el brazo.
—Oh no, otra a la que tendremos que romperle la burbuja de la ilusión. —El comentario de Kevin me succionó la felicidad como un dementor.
Estuve a punto de ignorarlo pero la curiosidad fue más fuerte.
—¿A qué te refieres?
—¿Qué crees, Susana, le decimos? —buscó la opinión de su compañera como si estuviese disfrutando de mi ignorancia.
— ¡¿Decirme qué?! —me impacienté haciendo repiquetear la punta de mi zapato sobre el suelo.
Fue Susana la que contestó con la respuesta que menos deseaba escuchar en el mundo.
—El problema es que Daniel es gay.
Parte de la alegría que había sentido esa mañana se desmoronó como un castillo de arena.
—¡¿Qué?!
—Lo que escuchaste, barbie latina. Daniel es gay —recalcó el odioso de Kevin.
—Es un desperdicio de hombre —se quejó Susana con un chillido lastimero.
—Pues será un desperdicio para ti —la corrigió el chico—. Porque para mí sigue estando en el mercado.
Ellos siguieron hablando del tema, pero yo ya no los escuchaba.
En ese momento, no podía siquiera imaginar que el odioso chico que me había recibido de manera tan antipática y maleducada aquel primer día en la emisora, se convertiría en mi mejor amigo y en mi mayor soporte emocional; y sin embargo, aquel hombre gentil del elevador, que me había quitado con delicadeza el exceso de rímel, que me había ayudado con mi entrevista de trabajo, que me había dicho unas palabras de aliento cuando nadie más lo había hecho, se convertiría, meses después, en mi infame archienemigo.
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