La venganza de la tortuga
“Que tal, muy buenas tardes a ese público que nos sigue fielmente desde cualquier parte de la ciudad…”.
Como por ejemplo desde el lúgubre sótano de la emisora, con una vieja y anticuada radio al lado.
“Recuerde que nuestro contacto es 1 305-638-9240. Espero que ya tengan listos sus teléfonos para comenzar a llamar…”.
Listísimo. Me aseguré de que tuviera más de 60 por ciento de batería.
“… Entonces, sin más que decir… que comience este tan querido por la audiencia programa radial El amor está On Air”.
Hubiera dado lo que fuera por poder ver su cara.
“Yyyy empezamos con las llamadas. ¿Quién nos habla por ahí?”
Comencé a marcar con dedos temblorosos el número del estudio.
“Hola, soy Zarita de la costa sur y quiero pedirle disculpas a mi novia Alejandra por mi comportamiento de esta mañana. Por favor, perdóname”.
Resoplé. Las personas creen que en el amor todo se soluciona con una simple disculpa pública en la radio. Haber pensado mejor las cosas antes de hacerle daño a esa persona hubiese sido lo idóneo.
“Reconocer los errores está muy bien —decía la voz grave de Daniel—, pero nunca te olvides de repetírselo en persona. La comunicación es muy importante en la pareja”.
¿Y ahora también hacía de psicólogo del amor? Hasta donde llegaba mi conocimiento, Daniel estaba soltero, y sus supuestas conquistas masculinas eran un absoluto misterio.
En mi oído sonaba el timbre de espera, mientras Daniel atendía dos llamadas más.
Reaccionaba con la mayor ecuanimidad, en pleno dominio de sí mismo. Su voz no temblaba ni una vez y conducía el programa con una espontaneidad envidiable. Apreté el teléfono con rabia.
De pronto, el timbre dejó de sonar, y del otro lado de la línea se escuchó su inconfundible voz:
“¿A quién tenemos por ahí?”
Se produjo un silencio que él supo rellenar.
“¿Hola? ¿Nos hemos quedado sin palabras? Eso suele suceder cuando tenemos muchas cosas que decir jajaja”.
El muy patán sí reía en la radio.
Me atreví a hablar.
—Hola, soy muy fan del programa —intentaba imitar una voz aguda, pero sonaba más como la de un personaje de anime japonés pornográfico.
“Me alegra mucho escuchar eso —dijo en tono confiado—. Ahora me gustaría saber quién es nuestra fan y a quién desea enviar un mensaje".
—La verdad es que soy muy tímida. —Comencé a insuflarme de seguridad—. Pero a quien deseo enviar un mensaje es a usted.
“¿A mí?"
Contrario a lo que pensé, no parecía muy sorprendido. Supongo que serían gajes del oficio.
—Sí, a usted mismo.
“Soy todo oídos”.
La liebre había caído en la trampa. Ya eres mío, bebé. Comenzaría con un suave +16.
—Es que… esto me da un poco de vergüenza pero… me gusta mucho su voz.
“Bueno eso es todo un halago. Muchas gracias, de verdad”.
—De hecho… cuando la escucho… tiendo a imaginarme cómo luciría usted —dije patéticamente, sin saber por qué estaba jugueteando con un mechón de cabello mientras hablaba.
Él guardó silencio por unos segundos antes de preguntar:
“¿Y puedo saber cómo me imagina?”
¡Bingo!
—Pues… creo que es un hombre alto y fuerte…
“Eso me han dicho algunos” —dijo burlonamente.
¡Maldito bastardo arrogante! ¡No sabía con quién se estaba metiendo!
Aumentando a +18.
—Esa voz… —proseguí con un tono seductor—, solo puede corresponder a unos sensuales labios.
Sentí que se aclaraba la garganta. Había logrado empezar a ponerlo nervioso. Me daría a mí misma palmaditas en el hombro después de esto.
“Gracias. Los heredé de mi madre”.
Hijo de p…
Subiendo el calentómetro a +21.
—¿Sabe usted? —Arrojé mis últimas cartas—. Me gusta escuchar su programa recostada en mi cama… e imaginarlo a usted justo aquí… con su poderoso cuerpo encima del mío, pasando sus sensuales labios por todo mi…
—¡¡¿ORIANA?!!
El sobresalto me hizo arrojar el teléfono lejos de mí.
—¡¿Kevin?! —pronuncié a duras penas con el corazón en la garganta—. ¿Qué coj… qué haces aquí?
Mi amigo me miraba con los ojos como platos, tratando de entender la situación.
—Lo mismo pregunto yo. ¿Qué demonios estabas intentando hacer?
Cuando me recompuse un poco del shock emocional me levanté del suelo para ir a comprobar mi móvil.
La radio en el suelo seguía transmitiendo la voz de Daniel.
“Bueno… al parecer la comunicación se ha cortado. Es una pena. Era una charla interesante (risas)”
No. No. No.
Mi móvil no encendía. Rezaba porque no se hubiese roto con la caída. No me podía permitir comprar otro este mes.
De pronto, la amenaza de la peor de las posibilidades me cayó como un balde de agua helada. ¿Habría Daniel escuchado mi nombre? Eso significaría que los directivos de la emisora también lo sabrían y entonces yo estaría acabada.
—¿Me puedes decir qué pretendías? —La pregunta de mi “amigo” hizo que volviera a percatarme de su presencia.
—¿Qué haces aquí abajo, Kevin? —dije casi en un murmullo, haciendo esfuerzos por aplacarme.
—Susana había intuido que tenías un plan entre manos y siguió tu pista hasta aquí. Y por mucho que finjas tu voz, soy capaz de reconocerte, Oriana. Supe al instante que eras tú la que había llamado a la cabina.
—¡Ah, así que fue un complot tuyo y de la mosquita muerta de Susana contra mí! —farfullé perdiendo los últimos gramos de serenidad—. ¡¿Por qué últimamente todo el mundo conspira contra mí?!
—¡Nadie está conspirando contra ti, Oriana! —dijo en un tono malhumorado bastante impropio de él—. Pero ¡¿tienes idea de lo que estabas haciendo?! Estabas atrayendo a Daniel a un juego de seducción, aun sabiendo que él es gay. Eso no se hace, Ori. Eso es jugar sucio.
—¡¿Ah, yo juego sucio?! —lo confronté—. Tú no eres quién para decirme eso. Tu jefe es heterosexual y tú ya te estás imaginando recreando con él una trama de novela M/M no apta para todos los públicos. Por favor, lo menos que necesito es que otra serpiente me llame a mí arrastrada.
—¡Pero es diferente! —refutó—. Porque a mí sí me gusta Francisco.
—A mí tamb… —me detuve antes de decir la mayor insensatez de mi vida.
—¡Anjá! —Me apuntó Kevin con el dedo como quien ha desenmascarado al culpable de un crimen—. Lo sabía. Te gusta Daniel.
—¿Qué? ¡¡¡Nooooo!!!
—Siiii —canturreo con una sonrisilla—. No puedes engañarme Ori. Lo sé desde hace tiempo. Solo estaba esperando a que lo reconocieras.
—¿Perdona? —Puse las manos en alto—. Detecto una incongruencia aquí. ¿No eras tú el que hace unos minutos me recriminaba por no respetar la homosexualidad de Daniel?
—Dame un abrazo.
Sin venir a cuento, él extendió sus brazos y me rodeó con ellos mientras yo quedaba inmovilizada con mis extremidades prisioneras a ambos lados del cuerpo.
—¿Qué significa esto, Kevin? —murmuré con los labios pegados a su hombro.
—Necesitas cariño, Ori —susurró con una dulzura empalagosa.
—¿Perdona? No necesito… —Intenté desembarazarme de su abrazo de oso pero él me aferró más.
—Quédate hoy en mi apartamento, ¿quieres? Haremos un maratón de El señor de los anillos hasta que se te olvide este mal día que has vivido. Ser la chica rebelde e independiente todo el tiempo te está agotando. Solo… déjate consentir esta vez.
Al escuchar sus palabras, mis hombros se relajaron y cerré los ojos para disfrutar de la reconfortante sensación de paz.
Pero como todas las cosas buenas tienen fecha de caducidad, sucedió lo que más me temía.
Kevin y yo estábamos a punto de abandonar la emisora cuando sentí que una enorme mano se aferraba a mi brazo como férrea tenaza. Al voltear a ver al sujeto, quedé paralizada.
—Quiero hablar contigo —me ordenó Daniel con una expresión de pocos amigos.
***
Nota de la autora💌:
Holi!! Uno de mis muchos defectos es ser bastante torpe y despistada. ¿Por qué digo esto tan gratuitamente? Porque por un desafortunado accidente mi dedo toco en un sitio que no debía y borré este capítulo de la faz de la tierra, lo cual me entristeció mucho, porque me gustaban demasiado y me hacían reír los comentarios que me habían dejado los lectores aquí. Pero bueno, después de lloriquear un poco, mandé la historia a borrador y lo estoy volviendo a subir todo. Ni modo, toca seguir adelante y esperar que los nuevos comentarios rellenen el vacío que me dejó la pérdida de los anteriores.
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