La "relación falsa"
Esa mañana puse especial empeño en mi apariencia. Escogí un vestido negro de corte semilargo que se amoldaba a mi figura; una de las pocas reliquias que había traído de mi país. Aunque no acostumbraba a usar maquillaje –solo por pereza, no por absurdas teorías de la "nueva feminidad"–, le di un poco de color a mis mejillas y labios con un rosa pálido. Si me iban a despedir del trabajo, me aseguraría de que fuera con estilo.
Al menos eso pensaba cuando abandoné mi apartamento a primera hora de la mañana; pero mientras el taxi se iba acercando a la estación de radio, mi valentía y autoestima de creerme la puta ama se iban resquebrajando.
"¡¡Me iban a despedir, carajo!!"
Había sido un terrible desacierto haber reaccionado de esa manera airada con Francisco, y uno aún peor el haber intentado vengarme de Daniel de esa forma tan despreciable e infantil.
Hay personas que pueden darse el lujo de fluir de acuerdo a sus emociones. Yo no era una de ellas. Por haber permitido que la ira y las frustraciones nublaran mi juicio, ahora mi puesto laboral estaba en juego, y con ello la posibilidad de poder enviar a mis padres una modesta cantidad de dinero todos los meses. No había pensado en ellos. Y ahora lo había arruinado todo. Sentí que la ansiedad cobraba la forma de una piedra en mi estómago.
Miré la ciudad a través de la ventanilla con cierto pesar. Radio Esmeralda había sido un gran escalón en mi nueva vida. Por primera vez no tenía que tener dos y tres trabajos para asegurar el alquiler, mi sustento y la ayuda para mis padres, y al mismo tiempo podía hacer algo que me gustaba. ¿Cuántos inmigrantes conocía que habían podido trabajar en algo relacionado con lo que habían estudiado en su país natal? Muy pocos. No supe apreciar lo que tenía, y ahora estaba a punto de perderlo.
Mientras el auto se detenía cada dos segundos por culpa del monstruoso embotellamiento, traté de despejar mi mente buscando alguna novela de romance en Wattpad. Por fortuna encontré una bastante divertida con el cliché de la "relación falsa". Era la típica historia en la que los protagonistas acordaban fingir un noviazgo para conseguir un objetivo X –el objetivo daba igual–, pero a la larga terminaban enamorándose. Aunque le crispe los nervios a los literatos, a veces los lectores no queremos arriesgarnos con una nueva trama; a veces solo deseamos quedarnos en esa zona segura que sabemos que siempre nos hará felices.
El vehículo se detuvo y mi mente volvió a aterrizar en la cruda realidad.
Por supuesto, como mi deseo era dilatar lo más posible mi entrada a la emisora, por primera vez el troll elevador no se detuvo en ningún piso intermedio.
Saludé a mis compañeros de trabajo, incluso a aquellos que no eran santo de mi devoción, como si fuera la última vez.
—¿Podrías dejar de ser tan dramática? —Me zarandeó Kevin—. Francisco no te va a despedir.
—¿Cómo lo sabes? —dije con un matiz de amargura en la voz.
—Porque él no haría algo así. Aunque no quieras creerme, te aseguro que es una buena persona.
—"Love is blindness; I don't wanna see" —tarareé la canción de Jack White que le quedaba a mi amigo como anillo al dedo.
Kevin se rindió y me liberó de su agarre.
—¡Oriana! El jefe te espera en su despacho —me anunció Roxy con su típica cara de limón ácido.
Mi amigo me dio una última palmadita de apoyo incondicional en el hombro y, acumulando el aire en mis pulmones, entré en la guarida del abominable hombre de las nieves.
🎙🎙🎙
El engendro de las nieves se había adaptado muy bien a la civilización. Estaba sentado detrás de su imponente buró, evaluándonos con una ceja levantada, como un Zeus desde el Olimpo decidiendo el destino de dos miserables mortales. Como siempre, vestía su sobrio traje gris. Sonreí para mis adentros. Estaba segura de que Francisco era de los que solían colocar una etiqueta con el día de la semana a cada uno de sus trajes para no ponerse el mismo dos veces seguidas. Tenía esa expresión estricta que intimidaba a todos sus subordinados.
A mi lado, Daniel no se mostraba amedrentado en absoluto, y sostenía la mirada inquisitiva de su superior como si se tratara de su igual. Una parte muy oculta e inconfesable de mí sentía un poco de admiración por mi archienemigo.
—Es probable que piensen que los cité aquí para debatir sobre supuestas rencillas entre ambos —comenzó la "charla" Franciscorrecto—. Pero la verdad es que me importan tres pimientos los problemas que puedan tener ustedes dos. No es de eso de lo que quiero hablarles.
Daniel y yo intercambiamos miradas. Su expresión de desconcierto debía de ser un reflejo de la mía. El jefe ni siquiera nos prestó atención y continuó imperturbable su discurso.
—De hecho —Carraspeó—, esta será una buena oportunidad para que dejen a un lado sus riñitas de adolescentes, y colaboren como los adultos responsables que deberían ser.
En otro momento me hubiese molestado el comentario, pero ahora solo podía sentir un ligero alivio porque al menos no era mi despido, ni una amonestación, lo que estaba sobre la mesa. Por el rabillo del ojo pude percibir que Daniel se ponía rígido, pero tuvo el suficiente sentido común de no contradecir a su jefe.
—Lo que les voy a proponer... —De repente el tono de Francisco se tornó grave y confidencial—, bajo ninguna circunstancia puede salir de las cuatro paredes de esta oficina. Es información confidencial. Ni siquiera el señor Bertrand está al tanto de esto. ¿Me hago entender?
Hizo una pausa, esperando nuestra confirmación. Como dos niñitos disciplinados, Daniel y yo hicimos un gesto de asentimiento.
No me extrañaba que Francisco ya no creyera necesario hacer partícipe de sus decisiones al director de la emisora, el señor Bertrand. El pobre era un viejo casi senil que había fundado Radio Esmeralda en los años 90, y cuyas facultades mentales habían ido mermando con el tiempo. Aun así, se negaba a abandonar a su preciado bebé, por lo que, según Recursos Humanos, él continuaba siendo el director de la emisora, mientras Francisco, el jefe de la Redacción, asumía sus funciones.
—Qué bien —dijo con el rostro impasible, pero con un extraño brillo en sus ojos—. Una fuente, cuya identidad no puedo revelar, pero les aseguro que es de mi entera confianza, me envió estos preocupantes informes sobre uno de los capos más buscados de Miami: Bernabé Zalazar, al que seguro reconocerán más por el sobrenombre de La serpiente.
No necesitaba ver la foto que nos tendía Francisco. Sabía de quién se trataba. La Serpiente era uno de los delincuentes más buscados por la policía de Florida. Todo el mundo sabía que sus redes de narcotráfico se extendían por varios países de Latinoamérica, Estados Unidos e incluso Europa, pero los jueces solo habían podido arrastrarlo a los tribunales con el único cargo de evasión de impuestos, del cual él había salido invicto.
—La Serpiente ha operado con impunidad durante años en el tráfico ilegal de estupefacientes desde los laboratorios en Colombia hasta los bares de las calles de Miami. Eso no es nada nuevo —prosiguió—. Pero estos últimos meses parece haber estado dedicándose a otras actividades delictivas, relacionadas con una extraña venta ilegal o suministro masivo de armas de fuego a algún país del centro o del Sur. Podría tratarse de México, Colombia o Venezuela. No lo sabemos...
—¿Y dónde entramos nosotros? —interrumpió Daniel con impaciencia.
—A eso voy. —Francisco pasó la vista de uno a otro—. Mi informante me aseguró que la próxima semana, Zalazar irá de vacaciones a Alaska, a uno de sus hoteles de lujo. Un lugar en el que estará con la guardia baja. Unos tragos de más en el bar de un hotel podrían hacer que incluso el hombre más poderoso del mundo revele hasta su marca de calzoncillos. La oportunidad perfecta para que un par de sagaces periodistas desmantelen los planes de uno de los criminales más buscados de este Estado.
Un pesado silencio cayó sobre nuestras cabezas.
—No —dije al cabo de un tiempo—. Eso una locura, de las peores. Sé de varios periodistas que han intentado una empresa similar y ahora están cuatro metros bajo tierra. Aprecio demasiado mi vida, gracias.
—Si son capaces de jugar sus cartas con inteligencia, sin duda saldrán airosos de la situación.
—Supongo que eso mismo pensaban los difuntos periodistas —comentó Daniel, al que tampoco parecía hacerle pizca de gracia la idea.
—Esos... difuntos periodistas, a los que ambos se refieren, cayeron bajo el peso de su ego profesional al publicar los artículos con sus nombres reales —continuó Francisco, jugueteando con uno de sus sagrados lápices—. Ustedes no caerán en esa temeridad absurda. El resultado de sus pesquisas verá la luz simultáneamente en varios medios de prensa impresa y radiales de Florida, y por supuesto, de manera anónima. Nadie podrá vincularlos a ustedes con la investigación.
—¡¿Anónimos?! —Mi compañero soltó un bufido—. Entonces podemos decirle adiós a la gloria eterna y al premio Pulitzer por nuestro arduo trabajo. ¿Qué ganamos exactamente nosotros con esto?
—¿No les basta con la satisfacción de ayudar desinteresadamente a la noble lucha contra la corrupción?
Daniel y yo intercambiamos miradas y luego respondimos al unísono.
—¡No!
Francisco meneó la cabeza en un gesto de desaprobación, pero nuestra respuesta no lo tomó por sorpresa.
Había algo más que no encajaba.
—Otra cosa... Usted dijo que se publicaría en varios medios de prensa al mismo tiempo para desvirtuar las sospechas sobre nosotros —comencé a decir—. ¿Está dispuesto a renunciar a la mayor primicia que esta emisora obtendría en años, solo por la "satisfacción" de ayudar en una noble causa? Permítame que desconfíe.
No podía imaginar esa faceta tan filantrópica de Francisco. Primero se vestiría de rosado antes que regalarle en bandeja de plata un golpe periodístico tan importante a los otros medios.
—Siempre tan suspicaz, señorita Oriana. Eso es. Me encantan las mujeres como usted —comentó con una voz profunda que hizo que se me encogiera el estómago—. En efecto, un sector de la política está dispuesto a pagarnos una ingente cantidad de dinero. Nos darán un adelanto ahora, y el resto cuando tengan el informe en sus manos. —Sacó un papel de una gaveta y lo deslizó hacia nosotros—. ¿Qué les parece esta cantidad, solo para comenzar, ingresada de inmediato en sus respectivas cuentas bancarias?
Ahogué una exclamación cuando leí la cifra. Eran muchos ceros. La terrible posibilidad de estar poniendo en riesgo mi vida quedó relegada a un segundo plano frente a la expectativa de poseer esa jugosa cantidad. Pensé en mis padres; y en lo felices que serían cuando no tuvieran que contar las monedas todos los días para echarse algo a la boca. La idea me deslumbró. Tal vez, después de tanto tiempo, podría...
—¿Qué pasa si... no completamos la investigación? —me atreví a preguntar.
—No tendrá mayores repercusiones —dijo con tranquilidad—. Solo no recibirán el resto del beneficio. Es todo.
Daniel soltó una risa irónica. Yo sabía que me estaba perdiendo de algo; que las cosas no eran tan sencillas como parecían. Pero mi mente ya había perdido toda lucidez.
—Eh... deje que lo piense un día. Mañana tendrá mi respuesta —le aseguré.
El jefe esbozó una sonrisa de triunfo y centró su atención en mi compañero, aguardando su resolución.
Daniel me arrojó una mirada que no pude descifrar.
—Yo también... le confirmaré mañana.
—Bien, en caso de que decidan aceptar, estas serán sus identificaciones falsas —dijo más animado, al tiempo que nos tendía una documentación.
—Se está tomando demasiadas molestias, teniendo en cuenta que aún no tiene nuestra confirmación —hizo notar Daniel.
—Soy un tipo confiado —Rio Francisco.
Sé que siguieron intercambiando palabras, pero no pude seguirles el hilo porque algo en los papeles llamó mi atención.
—Ehm... una preguntita. —Levanté la mano para intervenir—: ¿Por qué en estas identificaciones él y yo tenemos el mismo apellido?
—¡Ah sí! —exclamó el jefe pretendiendo inocencia—. Creo que levantará menos sospechas si tú y Daniel fingen ser un matrimonio feliz que está de vacaciones en un hotel en Alaska.
Las palabras se congelaron antes de salir de mis labios. No me atrevía a mirar a Daniel.
Sí. Los clichés literarios son muy bonitos y reconfortantes, hasta que, por alguna desafortunada razón, se colaban en tu vida para ponerlo todo patas arriba.
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