IRA DE VILLANA
—Es muy buen material —aceptó Francisco, el jefe de redacción central, luego de escuchar la grabación.
Traté de que conservarme ecuánime y de no pegar un infantil brinquito de triunfo.
Él descolgó el teléfono de inmediato y llamó a su secretaria. Al instante, una despampanante chica pelirroja se presentó en la oficina.
—Roxy querida —dijo él con un tono demasiado zalamero—, haz el favor de llevar la grabadora a los estudios para que hagan la presentación.
Ese era mi momento.
—Ehm, yo puedo hacer la presentación. —Mi voz no sonó tan firme como quería.
Su tajante respuesta hizo que mis alas se desplomaran.
—Ah lo siento, Oriana. Aún no tienes experiencia en la locución. Se te dará el crédito por la entrevista.
—Pero… —repuse sin fuerza.
—Roxy, llévale la grabación a Daniel y que él se encargue de hacer la locución.
Si tuviera que describir mi emoción en ese justo momento con una referencia de Disney diría que compartí sentimientos con la Bruja de Blancanieves al enterarse de que la mocosa había tenido la simple suerte genética de ser más bonita que ella.
Era injusto. Todo era injusto.
Los ojos me empezaron a escocer y me mordí el labio para impedir la salida de mis frustraciones.
—De verdad lo siento, Oriana —me decía el espejo mágico sentado en el buró—. Pero aún tienes mucho que aprender antes de hablar en cabina.
No pude contestarle. Si lo hacía se me quebraría la voz y era lo último que deseaba; que aquel hombre notara mi debilidad.
Me encaminé hacia la salida del despacho y me aseguré de dejarle saber mi opinión al respecto dando un sonoro portazo. En ese momento no me importó si me despedían. La ira me nublaba el juicio.
***
“… 40 años de la creación del círculo de ancianos de la calle Aguirre, sin duda es una fuente inagotable de historias…”
La enervante voz de Daniel salía de los audífonos que tenía puestos, alimentando mi sensación de miseria y masoquismo.
“… historias inspiradoras como la de Alfred y Amanda, que a pesar de la distancia lograron mantener viva la llama del amor /ALFRED: Saber que ella me estaría esperando me daba fuerzas para no rendirme cuando cumplía mi deber para con mi país…”
Resoplé. Incluso habían cortado mi voz de la entrevista.
Una delicada mano chasqueó los dedos frente a mi cara. Era Kevin.
—¿Qué pasa? —murmuré desganada quitándome los audífonos.
—¿Cómo estás? —preguntó visiblemente preocupado.
—Abatida, contrariada, apesadumbrada… mejor dicho… como una mierda.
—Supe que no pudiste hacer la locución hoy tampoco —dijo con una mirada triste acercando un asiento a mi buró—. Pero no te desanimes. Llevas poco tiempo en la emisora. Es obvio que no te dejarían pasar a cabina tan rápido.
Le lancé una mirada escéptica.
—Alex Clark entró hace un mes a la emisora con nula experiencia profesional y ya hizo la locución de su reportaje sobre la relación entre los ositos de gominola y las enfermedades del colon. En cambio yo, llevo más de un año en este lugar; sin mencionar que tengo una licenciatura en periodismo; algo de lo que muchos aquí carecen.
—¿Te refieres a mí? —me cuestionó arqueando una ceja.
Ups. Metí la pata.
—No, no, perdón, no me refería a ti. —Traté inútilmente de retractarme—. Ay lo siento Kevin, pero hoy no conviene que nadie se me acerque. Soy como un Chernóbil andante.
—No deberías hacer metáforas sobre Chernóbil. Mucha gente murió ahí.
—¡¡Kevin, por lo que más quieras no me sulfates, que el horno no está hoy pa' pastelitos!! —reclamé exasperada—. Ya bastante tengo con la humillación que me hizo pasar el hijo de putina de mi jefe.
Susana, Susanita, que al parecer no tenía muchas cosas que hacer esa mañana, decidió aportar su granito de arena a tan “fructífera” conversación:
—Es un poco injusto que cuando queremos insultar a una mujer le decimos “puta” y cuando insultamos a un hombre decimos “hijo de puta”. Como quiera siempre acabamos insultando a una mujer.
Me masajeé la sien con los dedos en un intento de mitigar el dolor de cabeza que me estaban provocando estos dos.
—Por favor, por favor, por favor… —dije con mis últimas reservas de paciencia—. Los que pertenezcan a la generación del zapatito de Cenicienta sean tan amables de moverse hacia aquella esquina apartada de allá y si quieren transmitir sus quejas moralistas a alguien, les recomiendo contactar con la put… con la Real Academia de la Lengua Española. ¡A mí déjenme en paz!
Kevin estuvo a punto de reclamar cuando Roxy cayó del cielo.
—Kevin, el jefe quiere que vayas a su oficina.
Mi amigo dio un respingo.
—¡¿Francisco?!
—¿Tenemos algún otro jefe de la redacción? —preguntó Roxy con sarcasmo y un poco de ¿celos, quizás?
Cuando la secretaria nos dejó solos, Kevin se giró hacia mí:
—¿Cómo me veo? —preguntó con una expresión adorable acomodándose unos mechones de su precioso cabello ondeado.
No podía solo elogiarlo y desearle suerte. Lo amaba demasiado como para limitarme a decirle lo que quería escuchar.
—Kevin —le susurré para que Susana, que fingía estar concentrada en su celular, no lo oyera—, ese tipo es un machista, un misógino. Y además es heterosexual y mujeriego. Por favor, no crees castillos en el aire con él.
—Lo sé pero… —se mordió el labio mientras hablaba. Era una mala señal—, él es diferente conmigo.
Me recliné vencida en el respaldo de mi asiento.
—Bueno, tú sabrás. Yo ya cumplí como amiga.
Me dolía que Kevin estuviera siguiendo ese camino, pues sabía que se estamparía contra un muro. Pero a veces tenemos que dejar que las personas aprendan por sí mismas.
Su rostro se había tornado dolorosamente radiante con solo escuchar el nombre de Franciscorrecto (era así como yo lo había bautizado); y no había nada que yo pudiera hacer para bajarlo de esa nube rosa fucsia.
—Te contaré los detalles después —me confió con la felicidad desbordada.
—No hace falta —descarté—. Tú solo asegúrate de no mover de lugar ninguno de los lápices de su buró.
Se despidió de mí y yo volví a mi burbuja de autoflagelación colocándome los audífonos. La voz que me daba pesadillas estaba recitando la parte final del reportaje robado:
“… sin duda tenemos muchas cosas que aprender de la tercera edad… Esto ha sido todo por esta nota cortesía de la periodista Oriana González —y en un tono más confidencial agregó—: Como cada jueves recuerden nuestra cita de hoy a las dos de la tarde hora local en mi programa “El amor está On Air” donde podrán enviar sus mensajes románticos a esa persona tan especial”.
De repente, el diablito de las perversas ideas me aconsejó mi próximo movimiento.
Es cierto que Daniel hacía de moderador en un programa vespertino donde los radioescuchas tenían la oportunidad de hablar en directo y mandarle saludos, besos, abrazos y unicornios rosas a su pareja o crush de la vida.
La versión angelito de mí trataba de persuadirme desde el otro hombro pero yo la aparté de un manotazo.
Esta sería mi venganza. Daniel se arrepentiría de haberme robado dos coberturas y de todos los sufrimientos que me hizo pasar durante ese terrible año bajo su rígida disciplina.
UAHAHAHA (risa malvada de villana)
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