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Capítulo 3

Saltar de un carro porque la ciudad es aburrida, comprar cigarrillos en la tienda que convenga o formalizar una relación con el tiempo son situaciones que pasan; casarse y tener hijos por igual... Cada quien crea su propio cliché de existencia en su pequeño tour de vida buscando la felicidad.

Tal vez Ambar lo pensaba demasiado, o quizás no, tal vez no le encontraba vuelta, quizás porque no la tenía o solo pensaba demasiado porque eso presentía... Pero se estaba quedando sin ideas o tal vez no le encontraba fundamentos a las que tenía alojadas en su subconsciente. Exacto, eso era, o quizás no, ¿por qué?

Ella se encontraba sola, mirando de un lado a otro entre lapidas hablando con Sara.

—Enserio me gustaría que me vieras ahora, no sé qué hacer —declaró Ambar tocando una de las lápidas—, te extraño mucho. —Ella intentó sonreír, pero le fue imposible—. Me voy a casar, debería estar feliz, pero no lo estoy... Tengo miedo, pero Andrew no lo sabe. ¿Qué se supone que haga ahora? Quisiera que estuvieras aquí. Te necesito, quiero escuchar tus regaños, que me digas que estoy loca... Él es perfecto, ¿no? —cuestionó Ambar observando el anillo en su dedo anular—, pero yo no lo soy.

La dominicana estuvo unos minutos en silencio dejando que la tenue brisa debajo de un gran árbol de caoba  despeinara su larga cabellera marrón y volara los tirantes de su blusa y el pequeño dobles de su falda azul.

—Lamento la espera. —Noah la ayudó a ponerse de pie sonriéndole—. ¿Cómo te ha ido? —Por su parte ella se limitó a abrazarlo.

—Te extrañe, chef.

—Igual yo. ¿Cómo estás?

—Viviendo, ¿y tú?

—No me puedo quejar... ¿Todo bien?

—No te puedo negar que he llorado.

—Ni yo...

—La extraño.

—Estoy seguro de que ella no hubiera querido esto para nosotros.

—Lo sé.

—¿Te parece si vamos al café?

—Me encantaría.

Caminar por el cementerio con Noah a su lado le recordó a Ambar el día del entierro y la manera en la que le insistió a Sara para que hablara con Noah y solucionaran las inseguridades en su relación. A su entender la arrastró a la ola que acabó con la vida de su mejor amiga. Sentirse culpable era imposible y para Noah maldecir el día que Gabriel se interpuso en la relación que tenía con Sara por igual. Lucas los esperaba en el café y que fuera domingo en la mañana les favoreció, nada de trabajo para ellos, pero en el restaurante había de sobra.

—Escucha, Indira y David están vueltos locos ahí dentro, hay demasiados clientes —anunció Lucas refiriéndose a los padres de Noah.

—Ahora voy.

—Te podemos ayudar, las meseras no podrán.

—No somos expertos, pero haremos un buen trabajo, ¿verdad, Lucas?

—Por supuesto.

Enserio eran demasiadas personas allí. Dream's Coffee pasó de café a restaurante con gran éxito, el esfuerzo de la familia de Noah y de él mismo dio los mejores frutos. Ocasionaba  nostalgia pensar que en ese lugar  años atrás los, en ese entonces jóvenes amigos, pasaron sus tardes divirtiéndose y conversando de todo y nada a la vez, pero ya no eran esos jovencitos llenos de vida y alegría, cambiaron, al igual que todo lo demás...

—Aquí estamos.

—Hijo... Ambar, princesa, ¿cómo has estado?

—Bien, Indira, ¿y usted?

—Ya te has de imaginar, el café...

—Restaurante, señora —añadió Lucas—, el lugar estaba impecable.

—Gracias.

—¡Manos a la obra!

Cocinar no era una tarea propia en la agenda de Ambar, no era su fuerte en lo absoluto y mucho menos que decir sobre Lucas, de ellos el único que sabía bien lo que hacía era Noah. Con ayuda de los demás cocineros y los padres de Noah, Lucas y Ambar crearon platillos que no sabían que eran capaces de dar vida, ellos no paraban de reír mientras cocinaban, bromean sobre el otro, pero también carcajeaban por ellos mismos en tan penoso transe culinario.

—Lo estás haciendo mal.

—No es verdad, lo hago bien, ¡¿verdad, David?!

—Claro —bromeó él.

—Vamos no sea así, ¿tan mal estoy acomodando el pedazo de tarta?

—Con la práctica se aprende, querida.

—Usted no, Indira.

—Ven, déjame ayudarte. —Lucas se acomodó detrás de Ambar dejando sus manos sobre las de ella—. Tienes que mover tus manos de modo que no las apoyes en la tarta... Así...

Lucas la ayudó para que el mencionado platillo "tomara forma". Estaban tan cerca que Ambar podía sentir la respiración de él en contra su cuello, estado que la hizo reír involuntariamente. Él estaba muy distraído con la tarta como para percatarse de que estaba aplastando a su amiga, que en comparación con su tamaño era un intento de pitufina... En otro orden de ideas Ambar le habló, se mantuvo en silencio dejando llevar sus manos por las de su amigos. En un reojo Lucas bajó su mirada un poco y vio el anillo de Ambar mientras se alejaba de ella. Sus miradas se cruzaron, al contrario de ella Lucas no poseía expresión alguna en su rostro.

—¿Te vas a casar?

—¿Ah?

—El anillo.

—Yo...

—Hicieron un gran trabajo —elogió Noah acercándose a sus amigos—, descansen un rato.

—Nos vemos.

Esa actitud...

—¿Qué le sucede?

—No lo sé, pero iré con él.

Ambar fue tras Lucas fuera del local de Dream's Coffee lo más rápidamente que su cuerpo le permitía. Él iba a  cortos, pero constantes pasos que lo alejaron mucho de ella. Ambar hacia todo lo posible para alcanzarlo, tropezó con algunas personas en su recorrido, sin embargo no pensaba detenerse, incluso sujetó el borde de su vestido negro para poder caminar más rápido.

—Lucas... ¡Esperaba! Lucas... Detente... ¡Lucas! —Ella detuvo su paso tomándolo del brazo—. Espera —rogó recuperando su postura—, ¿qué te pasa? Te estoy llamando desde hace 3  minutos, ¿por qué no te detuviste?

—No tengo porque darte explicaciones.

—¿Qué dic...? Tú no eres así, ¿qué pasa?

—¿Sería el último en enterarme?

—No es así.

—¿Cómo es entonces?

—Es muy reciente, por eso no les dij...

—Entonces Noah tampoco lo sabe. ¿Qué es lo que piensas, Ambar?

—Perdón.

—¿Cómo?

—No lo sé, estoy siendo sincera contigo. —Lucas la observó extrañado—. No sé que estoy haciendo... Yo... —Ambar miro al suelo afligida por unos segundos—. Andrew.

—No quieres...

—No lo sé.

—¿Cómo no lo sabes? Llevan tres años saliendo.

—Yo-yo, no sé si puede. —Lucas se acercó a ella.

—¿Por qué?

—No me siento preparada.

—Pensé que lo querí...

—Lo quiero.

—¿Pero?

—No me siento lista.

—Ambar...

—No le comentes esto, por favor. Yo, cambiaré.

—¿Cambiar para qué?

—Para sentirme segura.

—No somos niños, Ambar, ese miedo a sentir, ¿Andrew lo vale para tí?

Todo lo que Ambar necesitaba en eso momento era un abrazo y él lo entendió al instante.

—Lo quiero, Lucas, en verdad lo quiero, pero mi edad no me ha hecho capaz de ignorar el temor que siento cuando llegan emociones de imprevisto.

—A mí tampoco. —¿Por qué debes ser tú? ¿Por qué ahora?

—Lamento no decirte antes.

—Descuida, comprendo. Todavía entiendo. —Ella correspondió a la cuadrada sonrisa que Lucas le ofreció.

—Siempre lo haces.

Y siempre lo haré.

—Tú igual... Debes estar cansada, vamos, te llevaré a casa.

—Espera...

—¿Qué?

—No me estoy quedando en casa. Estoy con Andrew en el departamento de Matías.

—¿No sabe qué estás aquí?

—Le dije que quería estar con Sara.

—¿A dónde quieres entonces?

Con tantas personas alrededor caminando por el parque Mirador Norte, y otras sentadas en los bancos del parque conversando, era difícil no sentirse parte de ellos y de la plenitud en el ambiente. Las palomas revoloteaban, las áreas verdes lucían  intactas, como si la mano humana jamás hubiera pasado por ellas. Todo formaba una notoria armonía entre la vida natural y humana que le proporcionaron a Ambar la tranquilidad que necesitaba. El aire era ligero, y aunque estaban en una gran ciudad los estremecedores ruidos de las sirenas de los vehículos eran casi inaudibles.

—Espérame aquí.

—¿A dónde vas?

—Iré a buscar algo.

—¿Qué cos...?

Lucas se marchó dejando atrás las palabras de su amiga. Ambar se quedó sentada en un espacioso banco amarillo observando todo a su alrededor. Una pareja joven con dos niñas, al parecer gemelas, llamó su atención, y sin darse cuenta Ambar sonrió mientras los miraba, le pareció muy adorable cómo las pequeñas estaban vestidas con atuendos casi idénticos, pero con la diferencia de color entre ellos, uno azul y otro violeta. Los impulsos de acercarse y ayudar a una de ellas, que ahora estaba en el suelo debido a una torpe caída, provocaron que Ambar se acercara.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó Ambar a la pequeña ayudándola a levantarse.

—Gracias.

—¡Eli...! —La otra gemela no tardó en darse cuenta de lo sucedido—. Gracias por ayudarla. —Ellas parecían no tener más de seis años, pero hablaban perfectamente, tal cual niñas grandes.

—No hay de qué.

—Disculpe... Nos distraemos un momento y te caes, Elizabeth. —El hombre que parecía ser el padre de las niñas cargó a la pequeña accidentada—. ¿Estás bien, princesa? —Elizabeth le asintió eliminando el temor en la mirada del hombre.

—Qué alivio, me preocupaste como no tienes idea cuando te vi caer... Lamento la molestia. —Entre el padre y la madre era difícil diferenciar quién poseía más preocupación.

—No hay problema, tienen una hermosa familia.

—Ambar... —Lucas obtuvo toda la atención del momento rápidamente—. Disculpen... Perdón por la tardanza.

—Gracias por los conos de algodón de azúcar —susurró Ambar.

—Ustedes igual son una linda pareja.

—Oh, nosotros no... —Los amigos se miraron mutuamente apenados.

—No somos pareja.

—Discúlpame, pensé que por el anillo...

—Descuide.

—Somos buenos amigos.

—Nos conocemos desde muy jóvenes.

—Igual mi esposa y yo. Éramos muy cercanos, ahora lo somos más.

—Querido... —La mujer se sonrojó levemente.

—Mamá... Yo también quiero algodón de azúcar.

—Pero acabas de comer helad....

—Ten... —Lucas flexionó sus rodillas agachándose y de eso modo quedó a la altura de hermana gemela de Elizabeth, él le ofreció los dos conos sonriéndole—. Uno para ti y otro para tu hermanita.

—No es necesario.

—Es un regalo para las princesas.

—Gracias.

—Quiero ir al baño —concluyó Elizabeth.

—Ahora vamos, mi princesa... Gracias.

—No hay que agradecer.

Después de ese pequeño encuentro Ambar y Lucas fueron de vuelta al banco amarillo luego de comprar otros dos conos de algodón de azúcar. Para ellos fue extraño el modo en el que la madre de las gemelas tan rápida y fácilmente los vinculó, sin embargo las memorias de cuando estaban en la preparatoria volvieron a definirse con aquello alegrándoles la tarde con sus propias carcajadas. Fue común que otros, incluyendo sus compañeros de clases, mencionaran en relación a ellos el juego de palabras: "linda pareja" o "padre y madre del grupo de amigos". Aunque la última oración no era tan frecuentemente mencionada para Sara, Lucas y Noah era una realidad por la gran familiaridad y comprensión que mantenían el uno con el otro, sin mencionar el notorio grado de madurez de Ambar y Lucas desde temprana edad. A pesar de todas las dificultadas que afrontaron para ser quienes eran hoy seguían juntos. La afinidad entre ellos era una pequeña, preciada y frágil caja de cristal, cómo lo son todas las amistades para quienes las aprecian verdaderamente.

Lucas se aprovechó de la concentración de Ambar, que fotografiaba una mariposa Mirabal con su celular, para dejar bolitas de algodón de azúcar sobre la cabeza de ella, pero la constante risa de su parte lo delató.

—¡Hey! No hagas eso.

—Te ves muy graciosa.

—¡Ash! Déjame, Lucas.

—No quiero.

—Déjame.

Sus retozos continuaron aun con Ambar alejándose de él. No era prudente que Lucas fuera tras ella, quizás por eso hizo exacto lo que su amiga pensaba que no haría. Las personas en el parque los miraron de reojo con gracia por el espectáculo que estaban presenciando. Sosteniendo el brazo derecho de Ambar Lucas finalizó la pequeña carrera.

—Déjame.

—Está bien, no te seguiré molestando. —Soltar su agarre le proporcionó a Lucas otra oportunidad para colocar el sobrante de su algodón de azúcar sobre ella.

—¡Ash! Tonto.

Ambar casi se arrimó sobre su amigo dándole pequeños golpes en el hombro. Ella no medió sus pasos y de un momento a otro estaba entre los brazos de Lucas. Cruzaron sus miradas y entre la pena que ambos sentían, expuesta por lo sonrojado de sus mejillas, se rieron.

Lucas no definió si era la pena o sentir cómo ardían sus mejillas lo que le sacó de sí, sintió a su corazón oprimir su pecho afligiéndolo aún más cuando sus labios se rosaron sin percatarse del todo en lo que sucedió. La gravedad no les ayudó. El cuerpo de Ambar no reaccionó hasta que Lucas dio un paso atrás llevándola de vuelta a la realidad con temor en su mirada.

—Discúlpame.

—Yo-yo... Tengo que irme, Lucas.

—Perdona, no quise...

—Adiós.

—Ambar, por favor, no me malinterpr... Al menos déjame llevarte.

—Puedo tomar un taxi.

—No es necesario.

—No quiero ocupar más tu tiempo.

—No te dejare sola, es tarde.

Ninguno intentó parar los látigos de silencio que los azotaron dentro del auto de Lucas. Él mantuvo sus ojos fijos en el camino mientras que ella miraba por la ventana del copiloto, protagonizaron una situación incómoda y difícil de sobrellevar. Lo podían llamar como quisieran, pero algo se rompió en la pequeña caja de cristal.

—No era necesario.

—No digas eso, no podía dejarte sola.

—Ya no soy pequeña, Lucas, no tienes que comportarte como si fueras mi padre.

—No es para tanto.

Lo sucedido se estaba saliendo de sus manos.

—Para mí tampoco tiene que serlo entonces, ¿eso quieres decir?

—Ambar, yo no quer...

Dejando él auto lo más rápido que pudo Ambar no miro atrás pese a que escuchaba a Lucas llamándola. Él tocó su nuca con frustración después de que ella entrara al edificio.

Rozar sus labios se sintió como el cielo, maldición.

Lucas se odiaba a sí mismo por pensar de esa manera.

Ambar no pensó en respirar antes de llegar al tercer piso, apoyó su espalda en la pared mientras respiraba profundamente y cerrando sus ojos apoyó su mano izquierda en su pecho.

No nos besamos, eso no fue un beso, pero... ¿Por qué se siente como si lo fuera?

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