Milenios han pasado, lugares donde grandes hectáreas de tierra con apenas casas hechas de madera o barro han sido remplazados por enormes ciudades con suelo de concreto y grandes edificaciones, la luz del fuego en antorchas fue reemplazo por electricidad en bombillas, los tiempos han cambiado, los raza humana ha crecido, pero sus acciones no mucho, quizás, se han vuelto peores.
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Un edificio abandonado que antiguamente era un hospital, cuatro adolescentes con mucho tiempo libre, la noche, y una ouija.
Una buena combinación para que las cosas salgan mal.
Los chicos pedían cosas leves, como comunicarse con sus seres queridos o preguntaban cosas graciosas, pero no tardó tanto para que las cosas fueran subiendo de tono, se estaban metiendo en terreno pantanoso, estaban invocando a fuerzas superiores las cuales, por osadía y por estupidez de no tener un respeto a lo desconocido, se arrepentirían de llamar porque estaban aburridos.
Ellos buscaban contactar a un demonio, sin embargo, no uno al azar como comúnmente estos aparecen al jugar con un tablero, sino, que exigían que fuera Lucifer mismo quien se les presentara.
No era la primera vez que trataron, durante el tiempo que habían estado intentando llamarlo, no ocurrió nada. Decepcionados (pero aliviados inconscientemente) estaban por continuar con su juego hasta que las llamas de las velas que tenían a su alrededor, comenzaron a alargarse junto con un viento helado que se colaba en la habitación donde se encontraban.
El aire era pesado y difícil de respirar, veían sombras que se pasean de un lugar a otro entre la oscuridad, y sintieron la presencia siniestra en sus espaldas. La paranoia entre los chicos aumentaba a cada instante que ellos seguían ahí, sólo sintiendo el miedo sin siquiera continuar su pensar sobre hacer preguntas, por desesperación quisieron terminar la sesión, pero el ser movía el puntero rectangular en el «NO» del tablero.
Ellos lo llamaron, ahora lo escucharían.
Fueron cinco largos minutos en los que el ente torturaba psicológicamente a los muchachos, no tenía que hacer mucho aparte de hablarles al oído o provocar pocos ruidos para que el resto del trabajo lo hiciera su sugestión. Despavoridos corrieron del lugar dejando olvidada la ouija. El ser quemó el tablero y se retiró del lugar.
Atender caprichos estúpidos de niños que creen que pueden jugar con lo que no conocen sólo por diversión es algo que odia, y sólo se presenta para asustarlos si alguno le colma la paciencia, pues esos cuatro amigos, llevaban meses tratando de invocarlo.
Su interés real era otro tipo de humanos, aquellos que están plagados de pecados para poder vengarse por el dolor que le provocaron al arrebatarle lo que más amaba, sino es que fue lo único que amó en realidad.
Por eso, cuando había un asesino que cometía su acto con su víctima en un callejón oscuro, él se presentaba para felicitarle por ganarse su lugar en el infierno. A veces se los llevaba para nunca ser encontrados, y muchas otras veces, lo asesinaba brutalmente dejando sus viseras sobre la pared y el suelo.
—Señor —un sujeto con traje de mayordomo estaba inclinado, alzó la vista y abrió los ojos mostrando ojos negros. Un sirviente del rey del infierno se presentó después de que Lucifer matara a un pecador.
—¿Qué no ves que estoy ocupado? —el hombre con botas y una gabardina negra se hallaba parado con las manos ensangrentadas.
—Lo siento, señor Lucifer, pero él quiere hablar con usted.
—Dile que no me importa lo que tiene que decir, estoy solo en esto. Voy a erradicar a cada maldito humano.
Sin más, él se fue a buscar a su siguiente víctima, un loco religioso que mataba a prostitutas por dejarse violar por el diablo cada noche, así se describía este asesino en serie. Esa noche Lucifer pensaba llevarse tanto al loco como a la servidora sexual, así que siendo invisible se acercó por detrás del hombre que estaba encima de una chica a la cual aún no le veía el rostro.
—¡Estas manchada y debes ser limpiada! —bramó el hombre tratando de asfixiarla con sus manos.
Se reproducen como cucarachas. Pensaba el demonio viendo con sus ojos rebosantes de asco. Las escleróticas eran negras y las iris tan blancos como el hielo. Esperaba a que el tipo terminara su trabajo, sin embargo, un poco de sorpresa se reflejó en su rostro. Pues el sujeto que antes estaba recitando un verso de la biblia se había detenido y temblaba un poco, luego cayó por un lado sosteniendo su estómago con ambas manos.
Notó cómo una chica con ropa completamente negra se reincorporaba, su cabello le cubría el rostro y en la mano tenía un cuchillo ensangrentado, se acercó al hombre y lo puso bocarriba para luego cortarle el cuello sin titubeo alguno.
Después de unos momentos de recuperar el aliento, ella se levantó y se quitó uno de sus guantes para sacar su teléfono, tomar fotos del cadáver y, finalmente marcó a un número.
—El trabajo está hecho —replicó asqueada y molesta—. Te he enviado las fotos.
Así que una asesina a sueldo ¿eh? Vaya sorpresita. Sonrió Lucifer con deleite por pensar en cómo esa pecadora reaccionaría al saber que sería enviada al infierno, sin embargo su desconcierto agregó:
—¿Qué es esto? —su sonrisa desapareció cuando la joven se volteó a quedar frente a él, aunque no lo veía.
Ese desconcierto vino después de verla a la cara, y tener en su presencia la viva imagen de su amada Amaris, aunque en una edad más joven.
La chica caminó a un lado del contenedor de basura, ahí tenía una mochila en la cual guardaba ropa de repuesto, y la cambió por la ensangrentada que luego echó en un bote de basura, prendiéndole fuego hasta ver que ardiera.
Él la miró acomodar su mochila retirándose del callejón, y caminar por las calles solitarias a tan altas horas de la madrugada.
Lucifer no podía creerlo. Encontrar a alguien tan idéntica a su viejo amor era imposible, sin embargo, ahí estaba ella, con cada facción que él recuerda.
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