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Capítulo 7

Luego de entregar sus páginas en el diario, María regresó al departamento del barrio latino con la intención de preparar la comida para la familia Colbert. Algo de nociones tenía en ese ámbito, y esperaba no terminar incendiando el edificio. Antes de entrar, la retuvo la vecina Henriette quien le comentó que en la mañana había ido a buscarla un caballero. María se estremeció, creyendo que era su tío. ¿Tal vez se habría arrepentido de su comportamiento? No podía negar que sentía un fuerte deseo de regresar a la comodidad de la casa de Passy. Sin embargo, cuando recordaba la cachetada que le había propinado, se sentía más fuerte en su resolución de no volver.

Pasó casi tres horas preparando un guiso que, en su opinión, había quedado estupendo. Se sentía bastante orgullosa de sí misma y de esta manera pensaba retribuir las atenciones que los Colbert le había brindado en los últimos días. Cansada, se recostó en el diván del pequeño salón principal y tomó una revista de uno de las estanterías.

Se debió quedar dormida en algún momento pues despertó con el insistente toque a la puerta. Dejó la revista a un lado, se recompuso el cabello y se decidió a abrir. Un escalofrío la recorrió de pensar que podría tratarse de su tío, pero para su sorpresa, fue a Henri a quien vio del otro lado de la puerta. Ella, por instinto, intentó cerrar de plano ya que estaba sola, pero Henri fue más rápido que ella y cuando pudo percatarse, ya estaba adentro.

―Michelle no está ―le dijo María ofendida ante su cínica sonrisa.

―Perfecto ―respondió él―. La esperaré.

―Preferiría que no lo hiciera. Estoy sola y…

―¡No te haré nada! ―exclamó él mirándola a los ojos―. ¡Qué cosas piensas de mí!

María no respondió, volvió a sentarse en el diván, pero la mirada de Henri la hacía sentir cada vez más incómoda. Por fortuna la puerta del departamento estaba medio abierta, pero le parecía insuficiente. Se puso de pie, dispuesta a encerrarse en su habitación, cuando Henri le salió al paso.

―¿A dónde crees que vas? ―le dijo mientras la sujetaba por los hombros.

―¡Déjeme en paz! ―gritó ella.

―Cuando me complazcas…

María sintió miedo ante sus pretensiones, por lo que reunió toda la fuerza de la que fue capaz y lo empujó para librarse de él. Logró que la soltara, pero no por mucho tiempo. El despreciable hombre la interceptó a mitad del comedor. Iba a besarla cuando Maurice lo separó de ella con brusquedad.

Henri se desconcertó por unos instantes, pero no dudó en golpear a Maurice, a quien odiaba desde hacía tiempo. Si bien era más joven, Maurice no valoró la experiencia de su contrario y su robustez. Perdió el equilibrio y calló al suelo. Henri aprovechó su vulnerabilidad para patearlo con fuerza. Maurice intentaba ponerse de pie, pero ante la arremetida del amante de su tía le resultaba bastante difícil.

―¡Déjelo! ―gritaba María golpeándole en la espalda.

Maurice pudo incorporarse y se abalanzó contra Henri, esta vez en mejores condiciones. Este último ya estaba más cansado ante el despliegue de fuerza que había hecho, por lo que no pudo evitar el par de puñetazos que llegaron a su mandíbula y a su inmenso abdomen.

La riña no parecía tener fin. María no sabía qué hacer, pero al levantar los ojos se encontró con el desconcertado rostro de Gregory quien se hallaba el umbral de la puerta. Ella la miró desesperada, y sin pronunciar siquiera una palabra, él pudo entender su angustia, inmiscuyéndose en la reyerta. Supo por María que aquel infame hombre gordo era el verdadero enemigo y aunque algún golpe recibió de él, lo pudo neutralizar.

Henri se marchó tambaleante y magullado, soltando amenazas. Maurice se acercó a María, obviando por completo a Gregory a quien ni siquiera conocía.

―¿Está bien?

―Sí, estoy bien ―respondió ella.

A Gregory no le pasó desapercibida la ternura con la cual aquel chico miraba a María, y no pudo evitar sentirse ¿celoso? ¿Por qué? Alejó aquellos pensamientos y se acercó también a ella.

―¿Qué fue lo que sucedió? ―preguntó Gregory mirándola.

―Nada.

―¡Por favor, María, no me mientas! ―exclamó.

―¿Quién es usted? ―Maurice se giró hacia él sorprendido ante sus reclamos.

―Soy… ―No sabía cómo presentarse.

―Es mi tío ―respondió María.

―¿El tío que la expulsó de casa? ―preguntó dudoso.

―No, otro ―respondió ella sin dar más explicaciones―. ¿Cómo me encontró?

―Es una larga historia ―repuso Gregory―, pero primero necesito saber qué estaba sucediendo. ¿Estabas involucrada en esa disputa?

María tenía los ojos llenos de lágrimas y estaba muy nerviosa. Su conducta le hizo comprender que así había sido. Sin embargo, fue Maurice quien le explicó que, cuando entró a la casa, halló al tal Henri, vecino de allí, intentando forzarla. Ella se ruborizó al escuchar la narración de lo que recién había vivido, y no pudo mirar a Gregory a los ojos.

―Le agradezco entonces su oportuna intervención ―dijo el recién llegado tendiéndole la mano―. Soy Gregory Hay.

―Maurice Colbert. ―El chico aceptó su mano y se la estrechó.

Gregory dio un paso más hacia la joven y le tomó una mano que estaba sumamente fría.

―Lamento mucho la situación, María, pero esto solo confirma mi decisión de llevarte conmigo ―le expresó con voz pausada.

Ella le miró con sorpresa, pero no replicó. Fue Maurice quien reclamó por ello, no iba a dejar marchar a María así de fácil.

―Aquí estará segura, ¡yo la protegeré! No puede llevársela ―objeto. María jamás imaginó que se opusiera de aquella manera a su partida. Estaba muy exaltado y eso le hizo temer que tal vez tuviese algún sentimiento por ella.

―Estoy seguro de que haría todo lo posible por protegerla y estaré en deuda con usted por lo que ya ha hecho ―respondió Gregory desde la madurez que otorgan los años―. Sin embargo, ambos sabemos que mientras ese despreciable señor sea vecino de este lugar, María no estará tranquila nunca. Estoy convencido de que usted desea lo mejor para ella, y comprenderá que eso solo lo tendrá cerca de su familia.

Maurice permaneció callado. La lógica del señor Hay era apabullante, aunque no tenía todos los elementos ni él podía confesarle la verdad. María, por otro lado, no se atrevió a contradecirlo. No deseaba soportar los desmanes de la señorita Preston, pero tampoco podía permanecer allí. Tenía miedo de aquel hombre, y los Colbert no eran su familia. Incluso había cuestiones de su comportamiento que la hacían sentir incómoda y alerta frente a ellos, hasta con Maurice.

―María ―Gregory se dirigió a ella esta vez―, Prudence me escribió una carta, muy alarmada. Al parecer, tu tío le informó de tu desaparición y, sin noticias de tu paradero, Prudence acudió a mí como la única persona que podría hallarte. He cumplido con su encomienda, solo lamento que ayer, cuando nos encontramos, no me hayas puesto al tanto de tu real situación. ¡Rastrearte ha sido difícil, pero lo he conseguido! Tus padres vendrán dentro de poco a París, es por ello que te pido, de corazón, que te vayas conmigo.

Gregory le estaba hablando con una calidez y afecto que la dejó anonadada. ¡Jamás creyó que se preocuparía tanto por su bienestar ni que se tomaría tan seriamente la tarea de encontrarla! ¿Acaso él no se marcharía al día siguiente para el Imperio? Sea como fuere, María decidió aceptar, comprendiendo que aquel era el mejor camino.

―De acuerdo ―susurró―. Iré a recoger mis cosas.

Maurice la vio retirarse, resignado. Sin embargo, no iba a apartarse de María tan fácil.

―Necesito saber a dónde se la llevará ―exigió.

Gregory volvió a apelar a su paciencia, pero no quiso ser impertinente y perder en un instante de obstinación lo que ya había logrado.

―Nos estaremos alojando en el Grand Hotel du Louvre, al menos hasta que lleguen mi hermana y cuñado.

―De acuerdo, gracias.

María salió poco después. Maurice insistió en llevar su maleta hasta la rúa donde esperaba el coche que había rentado Gregory. La joven, al despedirse, se abrazó al muchacho y le dio las gracias.

―Despídame de Michelle, por favor. ¡Siempre les agradeceré de corazón lo que han hecho por mí!

―Hasta pronto, María ―susurró Maurice.

Gregory no quiso intervenir en la despedida, pero cuando tuvo a María a su lado, se supo el verdadero responsable de ella y como tal haría hasta lo imposible porque la muchacha se sintiera bien a su lado.

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El trayecto lo hicieron en silencio hasta que arribaron al Grand Hotel du Louvre, construido durante el Segundo Imperio al estilo Haussmann, y situado frente al Museo del Louvre. María se sorprendió mucho al ver el nuevo lugar, ¿es que caso Gregory iría a dejarla sola en aquel hotel mientras él y su mujer se alojaban frente a la Ópera? ¿Habrían cambiado de hospedaje? Estaba confundida, pero no dijo nada hasta que Gregory la condujo a una suite en el piso superior.

―Nos hospedaremos aquí.

El hotel era lujoso, con muros de mármol, paneles de madera oscura, columnas de mármol verde y lámparas de compleja factura. La suite era bastante espaciosa y por un momento María se preguntó dónde estaría la señorita Preston. No había ningún rastro de ella…

El botones dejó el equipaje en el lugar y se retiró, dejándolos a solas. Una doncella iría después, a pedido de Gregory, a ayudarla a desempacar. El caballero se dejó caer en el diván y se descalzó. Se veía algo agotado. María lo observó curiosa: se había despojado de la chaqueta y el sombrero, dejando al descubierto su camisa blanca por la cual asomaba parte del vello de su pecho. Ella desvió la mirada, ruborizada, y se sentó frente a él.

―Espero que estés cómoda aquí ―habló él de pronto―. Tu habitación es la puerta que está a la izquierda.

Ella asintió. Sin embargo, no podía controlar su curiosidad. ¡Necesitaba salir de dudas cuanto antes!

―¿Y su esposa? ―preguntó.

Gregory la miró y soltó una carcajada.

―¿Esposa?

―Me refería a la señorita Preston.

―La señorita Preston no es mi esposa ―le respondió―. Y si encuentra muy bien instalada en el Grand Hotel hasta que mañana parta hacia el Imperio.

―Creí que usted iría con ella…

Gregory permaneció unos minutos en silencio, intentando elaborar la mejor respuesta.

―Así era en un principio ―reconoció―, pero Nathalie y yo hemos decidido tomar caminos distintos en la vida. Eres muy joven aún, María, pero no todas las relaciones duran para siempre… La nuestra sin duda no lo hizo.

Ella se quedó muy sorprendida al escuchar aquello. ¡Se habían separado!

―Lo lamento, no quise ser indiscreta.

―Está bien, comprendo que después de nuestro encuentro ayer tuvieses dudas acerca de nosotros. Lo cierto es que se ha terminado en buenos términos. Cuando recibí la carta de Prudence comprendí que con más razón debía permanecer en París, así que tu desaparición terminó por decidirme.

María se estremeció aún más, ¿se había quedado por ella? ¿Por qué aquellas palabras la hacían sentir tan nerviosa?

―Quiere decir que…

―Que estaré una temporada en París ―le confirmó―. Edward y Anne llegarán muy pronto con los niños; también Prudence y Johannes. ¡Es mi deseo permanecer aquí! Me alegra mucho que hayas aceptado mi compañía para los próximos días, así me sentiré menos solo.

―Soy yo quien debe agradecerle por todos los inconvenientes que se debe haber tomado para dar con mi paradero.

―Algunos ―reconoció con una sonrisa encantadora―, pero valió por completo la pena. Siento que he hecho lo correcto al sacarte de allí.

―Los Colbert me han acogido con cariño, no puedo quejarme de su hospitalidad, pero…

―Noté que estabas incómoda.

―Es cierto, lo estaba ―reconoció.

―Lamento haberte alejado de tu admirador ―bromeó refiriéndose a Maurice, aunque no lo lamentaba en lo absoluto. Él advirtió cómo María se sonrojaba con su comentario―. Prudence no hubiese admitido que compartieras la casa con aquel muchacho… ―añadió.

María no pudo evitar reírse.

―¿Y sí que la comparta con usted? ―le retó―. No deja de existir cierta incoherencia en ello.

Esta vez fue Gregory quien se ruborizó con su comentario y se sonrió un poco. ¿Qué quería insinuar María? ¿Qué él era un hombre como Maurice, capaz de interesarse por ella bajo su techo?

―Son cosas distintas ―respondió al fin.

―No lo creo. ―Ella se puso de pie y le sostuvo la mirada por un segundo―. No somos verdaderos parientes, aunque si lo prefiere, de ahora en lo adelante puedo llamarlo “tío Greg”, para evitar murmuraciones.

Gregory no pudo evitar soltar una carcajada. María tenía una lengua bastante afilada, y aquello de “tío Greg” más que enfundarle tranquilidad le parecía en extremo peligroso. Ella no esperó su contestación y se retiró a su habitación.

📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕

¡Qué había hecho! Sus mejillas ardían cada vez que recordaba su conversación con Gregory. Todavía no podía creer que le hubiese dicho todas aquellas cosas… Y, por otra parte, le parecía un sueño estar compartiendo suite con él. Las cosas habían cambiado demasiado en las últimas veinticuatro horas. Gregory había terminado su relación con Nathalie Preston, y la había ido a buscar al hogar de los Colbert. Ahora vivían juntos, por tiempo indefinido hasta que sus padres llegaran a París.

Se estremeció al comprender que lo tendría muy cerca de ella en los subsiguientes días. Temblaba al pensar lo que eso pudiera significar para los dos; al menos para ella era un sueño hecho realidad. ¿A quién engañaba? Gregory continuaba despertándole los mismos sentimientos que en el pasado… La diferencia estribaba en que ella ya no era una niña y que Gregory era ahora un hombre libre. ¿Podría su convivencia desencadenar en él algún sentimiento como los que ella ya sentía?

Gregory tocó a su puerta, distrayéndola de sus pensamientos. Su voz grave se escuchó a la perfección cuando le dijo que a las ocho estuviera lista para cenar. Bajarían al restaurante del hotel, un sitio muy exclusivo que preparaba no solo comida francesa sino los platos internacionales más representativos. María le respondió que estaría lista a la hora justa, y luego se recostó un poco para descansar. Le fue imposible conciliar el sueño, menos aun cuando la doncella del hotel la procuró para desempacar sus pertenencias. Entre las dos lo hicieron, incluso la chica la ayudó a elegir el atuendo que luciría esa noche.

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