Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 5

María intentó no pensar más en lo que había sucedido con Maurice; él solo había sido amable con ella y era probable que, cuando se hubiese marchado, le explicara a su tía la razón por la cual había tenido que consolarla. Sin duda prefería no estar presente cuando hablaran de Henri. Si bien no se había quejado de aquel hombre desagradable, Maurice había sido muy suspicaz y había comprendido todo. ¿Estaría de acuerdo con aquella relación de su tía? ¿Lo encontraría igual de desagradable que como le había parecido a ella? De cualquier forma, la joven había tomado la resolución de mudarse lo antes que le fuera posible. Lentamente fue sintiéndose mejor mientras se diría hacia la Ópera Garnier, pues no permitiría que lo sucedido previamente afectase un día tan importante para ella: ¡su primer trabajo!

La señorita Preston se alojaba en el Grand Hotel que estaba justo al frente. ¿Lograría contener sus nervios al realizar su primera entrevista? Luego de tomar un autobús de tracción animal, el medio de transporte más común entre los ciudadanos de bajos recursos y de la clase obrera, María se quedó muy cerca de la Ópera.

El Grand Hotel, que había abierto oficialmente en el verano de 1862, estaba influenciado por el estilo del barón Haussmann, con fachada blanca, techo abuhardillado y balcones de hierro forjado. Ocupaba toda una manzana y contaba con ochocientas habitaciones distribuidas en cuatro pisos que ocupaban los huéspedes y uno más para su servicio.

María entró al edificio, en el piso inferior se dirigió a la recepción. La señorita Preston había dejado dicho que la esperara en el Café de la Paix, que pertenecía al hotel, aunque sin duda tenía vida propia. Era un popular sitio frecuentado por artistas, escritores, periodistas y gente del teatro.

La joven se sentó en una mesa, aguardando por la señorita Preston. Al ver que tardaba, pidió un café para amenizar la espera. Un cuarto de hora más tarde de los esperado, una hermosa mujer apareció frente a ella utilizando un vestido verde que realzaba su mirada y la tonalidad de sus cabellos. María se puso de pie de inmediato y la saludó.

―Eres muy joven ―comentó Nathalie echándole una ojeada.

―Es un placer conocerla, señorita Preston ―se apresuró a decir.

―Perdón, pero creía que era otra periodista quien me iba a entrevistar. Incluso asistió a mi presentación en el teatro el fin de semana…

―A la señorita Miller se le presentó un problema de salud y le fue imposible acudir, es por ello que yo…

―Lo siento, pero no voy a permitir que una advenediza me entreviste ―la interrumpió con petulancia dejando a María sin palabras.

―Yo… ―Quería defenderse a sí misma, pero no supo cómo hacerlo. Nunca creyó que su juventud fuese un inconveniente en su profesión, mucho menos tratándose de otra mujer la entrevistada. ¿No podía la diva colocarse en sus zapatos y comprender lo importante que era para ella realizar aquel trabajo?

La señorita Preston iba a dar por terminado el encuentro cuando una persona, que recién entraba al salón, llamó su atención.

―¡Chérie! ―exclamó mientras agitaba su mano efusivamente.

María se volteó con curiosidad para ver a quién la engreída soprano llamaba “querido”. Su rostro se transmutó cuando advirtió quién era. Aunque hacía tres años que no le veía, Gregory Hay seguía siendo un hombre atractivo al que jamás podría olvidar. No había cambiado en lo más mínimo: su cabello color avellana, sus ojos esmeraldas y aquella manera de andar, tan segura, que siempre le impresionó. Pensó que las piernas le fallarían y que caería en su silla abruptamente, pero hizo el esfuerzo por dominarse y apartó de él la mirada. Al parecer, no la había reconocido.

―Me dijeron que estabas aquí ―dijo el hombre cuando llegó a la mesa―. Buenas tardes, lo siento, no quería interrumpir. ―Esta última frase la dijo mirando a María y ella notó cierta extrañeza en sus ojos, como quien percibe que su rostro le es familiar, aunque todavía no caía en cuenta.

―Llegas a tiempo para compartir un café conmigo ―respondió Nathalie asiéndose de su brazo―. La señorita ya se marchaba…

―¿Ya terminaron la entrevista?  ―preguntó él sin dejar de observar a María quien, por una extraña razón, no había dicho ni una palabra.

―No la realizaremos. La periodista está enferma y han mandado a una chica sin experiencia…

María se ruborizó por completo. ¡Se sentía tan humillada! Quiso replicar, pero ¿cómo hacerlo frente a Gregory? Ella era su esposa y seguro que compartiría su mismo criterio. Desvalorándose a sí misma, se despidió con un escueto y bajo: “buenas tardes” antes de voltearse y dejar una moneda encima de la mesa como pago de su único café.

Apenas había dado unos pasos cuando una mano la sujetó del brazo impidiéndole marchar. Gregory se colocó frente a ella y le levantó el mentón para mirarla a los ojos. ¡Una sonrisa genuina se dibujó en su rostro y ella comprendió que al fin la había reconocido!

―¿María? ―Aunque parecía una pregunta él sabía que era ella.

La joven asintió.

―¡Dios mío! ―exclamó nervioso―. ¿Qué estás haciendo aquí?

Ella no respondió, las palabras no salían de su garganta. Gregory pasó unos segundos escudriñando su rostro. ¡María había cambiado mucho, pero tres años no le impidieron reconocer en ella aquel rostro todavía infantil que recordaba de su última visita a Ámsterdam! Era toda una mujer. Su alta estatura y su figura redondeada y perfecta eran clara señal de que el tiempo había hecho su efecto en ella. Su rostro había florecido, estaba menos delgada que antes por lo que sus huesudos pómulos habían cedido paso a unos cachetes ruborizados y femeninos. Labios carnosos, ojos grises ―más proporcionados al tamaño de su rostro―, y su encantador cabello rojo, completaban la nueva visión de una María adulta y bella.

―¿La conoces? ―La voz de Nathalie lo sacó de su ensoñación. La soprano rodeó la mesa y se colocó junto a ellos. Por su mirada, Gregory comprendió que estaba celosa.

―Ella es María, la hija de mi hermana Prudence ―respondió al fin.

―Tu sobrina, ¿no? ―Nathalie la miró con más interés. Ignoraba que María no era hija de sangre de Prudence y que por tanto no era, en puridad, su sobrina. Gregory no la sacó de su error, pues aquellos eran cuestiones de familia.

―María, ¿no me reconoces? ―insistió él. No creía haber cambiado tanto.

―Gregory… Señor Hay ―se rectificó ella. Gregory sonrió al comprender que sí le recordaba.

―Hacía mucho tiempo que no nos veíamos. 

Ella recordaba exactamente desde cuándo. La última vez que lo vio, él estaba besando a la hermana de su cuñado. ¡Se estremeció no más de recordarlo! Esperaba que como esposo… Sus pensamientos se interrumpieron de golpe. La soprano no llevaba el apellido Hay y además su tratamiento era como “señorita”. ¿Sería realmente su esposa? ¿Utilizaría el Preston como nombre artístico? ¿Era su amante? No lo sabía, pero al parecer Gregory no tenía intención alguna de presentar a Nathalie y, por otra parte, su madre Prudence jamás le había dicho que Gregory se hubiese casado.

―¿No sabías que tenías una sobrina en París? ―preguntó la soprano.

―Sí, pero… ¡Es que hace tanto que no nos veíamos! ―repitió.

―Ha sido bueno verlo de nuevo. Si me disculpan, debo retirarme ya… ―María se excusó. ¡La situación la superaba!

―¿Y la entrevista? ―Gregory le impidió huir una vez más cerrándole el paso.

―Como ya dije, la señorita no tiene experiencia y…

―¡Tonterías! ―Gregory no iba a permitir que Nathalie se saliera con la suya y ofendiera a María de aquella manera―. Por favor, toma asiento con nosotros…

María no pudo negarse, mucho menos cuando Gregory la tomó del brazo y la llevó de vuelta a su asiento. Nathalie tuvo que tragarse su indignación y optó por sentarse también, aunque su rostro reflejaba lo molesta que estaba ante la desconsiderada actitud de su marido.

―¿Hace mucho que trabajas para La Fronde?

Ella se alegró de que conociera el diario. ¿Recordaría aquella charla que compartieron tres años atrás en el despacho de su padre? Sin embargo, no pretendía admitir frente a él que trabajaba para La Fronde. Si Gregory filtraba la información, su familia descubriría todo y no le permitirían seguir adelante con su empleo, menos ahora que no vivía en casa de su tío.

―Solo estoy sustituyendo a una amiga que se enfermó y no pudo venir…

―¿Comprendes ahora? ―chilló Nathalie molesta―. Ella no sabe…

―No pretendo entrevistarla si no lo desea ―habló al fin, interrumpiéndola―. Es usted quien se pierde de la oportunidad de llegar a miles de casas en París. Tal vez no todas las mujeres que quisieran pueden darse el gusto de asistir a la Ópera, pero al menos la entrevista serviría para darla a conocer entre aquellas que no tuvieron el placer de escucharla. Yo personalmente no la he oído nunca, pero admiro la ópera desde hace años e incluso recibí clases de la señora Hay. ―Nathalie hizo una mueca de disgusto al escuchar hablar de Anne―. En todo caso, las preguntas ya están preparadas, es su decisión si se las hago o no.

Gregory sonrió. Se sintió orgulloso de escucharla. Había puesto a Nathalie en su sitio y por experiencia sabía que con esa acción se había ganado el enojo de su irritable mujer.

―De acuerdo, comienza ―dijo Nathalie en voz baja dándose por vencida. Tampoco pretendía disgustar a Gregory rechazando de esa manera a su sobrina.

María tomó su cuaderno, comenzó a formular las preguntas mientras anotaba con rapidez las respuestas que le iba dando. Nathalie no le había puesto el asunto fácil, pues hablaba con rapidez y ella tenía que ingeniárselas para que ninguna idea dejase de ser plasmada. Gregory, quien estaba a su lado, se quedó mirando la caligrafía de la chica en su cuaderno. Unas letras grandes, enérgicas, bonitas, que le parecían en extremo conocidas. Sin embargo, alejó aquellos pensamientos pues creyó que se estaba volviendo loco.

Nathalie habló de sus inicios en Londres, de su trayectoria artística, de la presentación en París, y de su nueva parada: el Festival de Bayreuth. María imaginó que Gregory iría con ella… Finalmente la entrevista concluyó para alivio de las féminas, que estaban deseosas de terminar.

―Muchas gracias por la entrevista, señorita Preston ―dijo la chica poniéndose de pie. La aludida no respondió.

―Gracias a ti, María ―habló Gregory por ella―. Me gustaría mucho volver a verte. Sé que Prudence se pondrá feliz cuando sepa que la coincidencia nos ha hecho encontrarnos en París luego de tanto tiempo.

―Lamentablemente no podremos volver a vernos ―apuntó Nathalie contrariando su deseo―, porque pasado mañana partiremos temprano hacia el Imperio. ¿Lo has olvidado?

Gregory asintió, si bien quería hablar con María, esta vez no se atrevió a contradecir a Nathalie. María les deseó buen viaje y se marchó al fin, con las manos temblorosas, no tanto por el ejercicio de escribir aprisa, sino por el estremecimiento que sintió al volver a verlo. Gregory, a su vez, vio alejar a la rojiza cabellera preguntándose si pasarían nuevamente muchos años hasta encontrarse de nuevo.

📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕📕

Llegó a casa con el corazón en un puño. ¡Gregory! ¿Por qué se sentía así? ¿Por qué tres años no habían sido capaces de borrar lo que él significaba para ella? No, no estaba enamorada, pero… ¡Qué bueno que se marcharía lejos de París muy pronto! No soportaría volver a encontrarlo en compañía de aquella mujer insufrible. De pronto, pensó en el cuento que iba a ser publicado. ¡Por fortuna Gregory se marcharía antes de que viera la luz en el diario! Aunque, por otra parte, no creía que pudiese sentirse aludido por su narración. A fin de cuentas, ella escribiría bajo pseudónimo: “Petite Marie”, la forma en francés de como él le había llamado en el pasado, aunque no creía que él lo recordase. El secreto de su desvarío lo guardaría con ella para siempre.

Michelle la recibió con cordialidad y le preguntó por su entrevista. María no entró en detalles, obviando por completo el reencuentro. Maurice se hallaba en la habitación de su tía, según ella se sentía indispuesto. La mujer no habló en ningún momento de Henri ni de lo sucedido después, lo cual ella agradeció.

―¿Quieres cenar conmigo? ―le propuso Michelle con amabilidad.

―Lo lamento, pero yo… Yo también me siento indispuesta. Muchas gracias por todo, pero prefiero retirarme temprano.
Michelle no la detuvo, tal vez fuera mejor así.

No tenía hambre, su estómago estaba sumamente exaltado. Se sentó encima de la cama y tomó, de un pequeño escritorio contiguo, su diario. No solía escribir todos los días, pero lo hacía en los momentos trascendentales de su vida. Aquel era uno de esos. Al abrir la libreta, una hoja cayó encima de sus piernas: era su transcripción del poema de lord Byron. A pesar del dolor que le había causado, no había sido capaz de deshacerse de ella. ¡Cuán ingenua había sido la María que había escrito aquello!

Una lágrima bajaba por su mejilla mientras releía El primer beso de amor. Quizás fuese mejor así. Se había desengañado de Gregory muy rápido, y su criterio sobre él no había cambiado. Seguía siendo un hombre lejos de su alcance. Tal vez casado con una soprano o, si no legalmente, sí era evidente que estaban juntos.

La chica recordó cómo en el pasado Gregory se había sentido atraído por Anne. ¡Qué irónico que al fin encontrara el amor en otra soprano! Se sentía seducido por el belle canto, al parecer. Lo único que le había alegrado era la manera en la que Gregory le había impedido marcharse, por un momento la había mirado con afecto y ternura, y eso la impulsó a mostrarse firme frente a la señorita Preston. De cualquier forma, él se marcharía muy pronto con ella y no tenía caso seguir pensando en su amor de la infancia.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro