Capítulo 31
María se levantó temprano, muerta de hambre pues la noche anterior no había querido comer. Lord Hay estaba ajeno a lo sucedido, pero Anne se había mostrado bastante preocupada por ella. Aunque aún se sentía avergonzada por lo sucedido la víspera, intentó centrarse en lo que creía era la actividad más importante del día: hablar con Maurice. Tras tomar esta resolución, se vistió a toda prisa y bajó a desayunar con los Hay.
―¿Te sientes mejor? ―preguntó Edward.
―Sí, lo estoy ―afirmó―, muchas gracias por la preocupación.
―¿Piensas salir, María? ―indagó Anne.
―Iré a ver a mi prima ―mintió en parte―. Mañana en la noche es su baile y está un poco nerviosa. No acostumbra a recibir a tantas personas en casa, a la mitad de ellos ni los conocemos.
―Espero que disfruten de su velada ―respondió lady Hay.
―Es una lástima que no puedan acompañarnos ―apuntó María―. Me hubiese hecho mucha ilusión su compañía.
―Muchas gracias, querida, pero justo mañana tengo una presentación. Termino tan agotada con esas presentaciones que en cuanto concluya vendré a casa a descansar. Agradécele al señor Laurent su gentileza al invitarnos, pero tendrá que ser en otra oportunidad.
―Lo comprendo, se lo diré a mi tío ―respondió la joven―. Él me ha insistido en que regrese a su casa y, aunque me siento muy bien aquí con ustedes, no quisiera dejar de complacerlo a él tampoco. Ha sido muy generoso conmigo en los últimos tiempos.
―Te echaremos de menos ―dijo la duquesa―, pero comprendo al señor Laurent.
―De cualquier forma, María, siempre tendrás abiertas las puertas de esta casa ―se apresuró a decir Edward―. Eres una más de nuestra familia.
―Muchas gracias, lord Hay. Se lo agradezco de corazón. Si por mi fuera no me marcharía, pero me siento divida entre mi deseo de permanecer con ustedes y la nostalgia que siento de la compañía de mi prima y mi tío. Sin embargo, aunque me mude, no dejaré de visitarles.
María no podía postergar por más tiempo aquel asunto, aunque sin duda no deseara marcharse del hogar de los Hay. Las visitas de Gregory eran más distendidas y asiduas allí, gracias al vínculo fraternal que lo unía con Edward. Temía que en casa de su tío esos encuentros fuesen menos frecuentes que antes. No obstante, ¿querría verla él luego de lo sucedido?
El día anterior había ido tras ella, pero no estaba convencida de que su relación tuviese futuro… La sensación de rechazo no la abandonaba, por más palabras hermosas que de él hubiese recibido en el pasado. En el momento justo, su cuerpo había huido del suyo, ella no lo hizo estremecer al punto de perder la cordura. Y era ese dulce desenfreno lo que hubiese esperado en un Gregory enamorado.
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Una inusual visita lo hizo bajar al restaurante. Le habían avisado que alguien aguardaba por él. Lo que nunca esperó fue toparse con el señor Laurent frente a la pintura de María. El hombre se notaba un poco desencajado, pero extendió su diestra para saludarlo con afecto. En la otra mano llevaba un portafolios de cuero.
―Es un gusto verlo, señor ―dijo Gregory aclarándose la garganta―. ¿Desea comer alguna cosa?
―Muchas gracias, señor Hay. Reconozco que tenía mucha curiosidad por conocer este sitio luego de leer la reseña escrita por mi sobrina, pero no he venido a comer. Será en otra oportunidad, que seguro disfrutaré. Hoy, en cambio, necesito hablar con usted.
―De acuerdo. ¿Quiere sentarse aquí o subir a mi casa?
―Pienso que estaremos más cómodos en su casa, aunque me ha parecido preciosa esa pintura y no me cansaría jamás de admirarla. A pesar de su belleza, opino que lo más correcto es que, para evitar murmuraciones, usted y María se casen pronto. Su imagen expuesta así, en un lugar público, no me complace del todo a menos que ella se convierta de verdad en su esposa.
―Nada me gustaría más que eso, señor Laurent. Si no nos hemos casado es por la negativa de mi hermana, pero mi mayor deseo es desposarla. He adquirido este edificio pensando en establecer un hogar con ella en París.
El señor Laurent asintió complacido.
―Me encargaré de escribirle a Johannes una carta sobre el compromiso de ustedes. Es un asunto que debe resolverse. Mi mayor tranquilidad será cuando vea a María casada con un hombre que la merezca ―declaró.
―Muchas gracias por su confianza, le aseguro que la haré muy feliz. Ahora, si no tiene inconveniente, sígame para tomar el ascensor.
Unos minutos después, se hallaban cómodamente instalados en el salón principal del hogar. El señor Laurent debió reconocer que era una vivienda muy cómoda, y que María no pasaría dificultad alguna. Gregory, por cortesía, le ofreció una bebida, pero él la rehusó.
―Supongo que tenga curiosidad por saber el asunto que me ha traído a verle.
―Un poco ―reconoció―. Ya me habló del compromiso, pero intuyo que algo más lo ha traído hasta acá.
―Así es. Sé que nos veremos mañana en la fiesta de mi hija, pero un baile no es el marco más propicio para hablar de un tema importante. Por otra parte, he preferido hacerlo fuera de mi casa.
―Ahora sí que me sorprende usted.
―No confío en mi ama de llaves ―confesó―, y temo que está siguiendo todos mis pasos. Aunque lleva toda la vida trabajando para mi familia, tengo motivos de peso para dudar de su integridad. Aún así no la he despedido porque nadie mejor que ella conoce el manejo de mi hogar, y a pesar de mis reservas, es muy querida por Claudine. A falta de madre y de otros parientes, Bertine ha sido una guía para mi hija y sé que es afectuosa con ella. Además, el baile es mañana, y necesito de su colaboración.
―Lo comprendo. María y yo también tenemos razones para dudar de ella. Sin embargo, sin un motivo de verdadero peso, es difícil despedir a alguien que ha trabajado toda la vida con ustedes.
―Así es. Por ese motivo he venido a verle ―le contó―. Ni Claudine ni María aún lo saben, pero la semana próxima pienso partir a un balneario. Mi salud se encuentra resquebrajada, y es preciso que tome unas vacaciones con mi hija.
―Espero que se recupere, señor ―dijo Gregory preocupado.
―No tengo muchas esperanzas de ello, pero al menos preciso de descanso. Sin embargo, al marcharme dejaré mi hogar en las manos de Bertine y me preocupa que, durante mi ausencia, pueda quebrar mi intimidad. Incluso la seguridad de mi caja fuerte ―añadió.
―¡Eso que dice es muy grave!
―Tal vez solo sea una exageración mía, un delirio. Lo cierto es que estoy muy enfermo, y que en mi ausencia no quisiera que esto cayera en las manos equivocadas. ―Laurent extrajo de su portafolios un cuaderno de terciopelo azul algo gastado y una carta―. Este es el diario de mi hermana Clementine, y una carta que he escrito para María en caso de que me sucediera algo. En ella le explico lo que necesita saber. Le pido, señor Hay, que usted lo guarde por mí. En sus manos estará más seguro.
Gregory estaba en extremo sorprendido con el motivo de la conversación. ¿Por qué aquel diario era tan importante? ¿Por qué estaba en riesgo incluso en la caja fuerte de su hogar?
―Le agradezco su confianza y le aseguro que lo guardaré celosamente. Sin embargo, debo manifestarle mi extrañeza ante tan inusual solicitud. ¿Es esto tan importante como para que pueda ser sustraído por alguien?
―Sí. Le repito que tal vez esté siendo exagerado, pero es necesario estar precavidos. Si en el futuro María tuviese dudas acerca del pasado de su madre, es a este cuaderno a donde debe ir a buscar respuestas. En mi carta se lo explico todo.
―¿Y por qué no dárselo desde ahora?
―Porque Clementine tuvo una vida demasiado dura, llena de sinsabores y experiencias que no desearía que leyera una jovencita como María.
―Comprendo. ¿Cuándo debería entregárselo? ―preguntó.
―Luego que ustedes se casen ―afirmó―. Una mujer casada tiene la madurez suficiente como para leer cuestiones tan… ―dudó―, íntimas. Clementine hablaba sin reserva alguna de sus encuentros con ese hombre que la abandonó, y de otros momentos duros de su vida. María necesita estar casada ya antes de aventurarse en una lectura tan ardua.
―Así lo haré.
―Sin embargo, si el compromiso de ustedes se extendiese demasiado en el tiempo y fuese imperioso que María tuviese información acerca del pasado de su madre, tiene el permiso de entregárselo en esa extraordinaria circunstancia. Me temo que yo no viviré mucho, y que no podré estar presente si alguna contingencia sobreviniera.
―Espero que todas estas providencias que está tomando no sean necesarias en el futuro ―le dijo Gregory con afecto―. Le deseo que viva usted muchos años y que María no necesite saber cuestiones tan duras antes del tiempo previsto.
―Muchas gracias, señor Hay. Espero que tenga razón. Sin embargo, el dinero corrompe a las personas y la ambición desmedida puede llevar a decir las más viles mentiras. Ojalá no vuelva a suceder, pero, en cualquier caso, me sentiré más tranquilo si este diario está en sus manos.
―Puede confiar en mí.
―Muchas gracias, señor Hay. Espero verlo mañana en mi casa.
―Será un gusto para mí acudir al baile.
―Por favor, no le diga nada de esto a mi sobrina hasta que… Hasta que sea necesario. Ojalá se casen pronto y pueda ser testigo de esa unión.
―Así será, Dios mediante.
―Le escribiré pronto a Johannes para tomar una decisión al respecto.
Gregory le agradeció. El señor Laurent le estrechó la mano y se despidió.
Cuando cerró la puerta de su hogar, permaneció pensativo. El señor Laurent no le había confiado del todo el asunto que le inquietaba, pero por otra parte le agradecía que hubiese puesto en sus manos un cuaderno que le era en extremo valioso. Tal vez más adelante tuviese conocimiento de la naturaleza de aquel secreto que sus páginas tenían registrado. Sin más, tomó el cuaderno y la carta y los guardó en un sitio seguro, confiando en que, en efecto, María y él pudiesen casarse muy pronto gracias a los buenos oficios del señor Laurent.
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María arribó al Lycée Moliére, un colegio para señoritas donde laboraba Maurice como profesor. Jamás había estado allí, pero lo conocía de referencia. En la puerta del mismo, por más que pidió ser atendida, no la dejaron pasar. La respuesta que recibió de la recepción era que debía aguardar a que los profesores terminaran a las tres de la tarde. Faltaba bastante para ello así que, desanimada, pensó en retirarse cuando una conocida voz la paralizó:
―¿María?
―¿Señorita Dubois? ―María se alegró mucho de verla, así que no dudó en darle un abrazo―. ¿Usted trabaja aquí?
―Hace unos años. ¿Viniste a verme?
―En realidad venía buscando a otra persona, pues no sabía que usted trabajara aquí. De cualquier forma, me alegra mucho verle.
―A mí también.
―¿Conoce al profesor Maurice Colbert? Es a él a quien precisaba ver.
―Lo conozco poco, pero sé quien es. Debe estar en clase, si quieres puedes aguardar ―respondió la mujer.
―¿Usted está ocupada? Me encantaría conversar también con usted. No estaba en mis planes, pero si alguien puede despejar mis dudas, es usted. ¡No sé cómo no lo pensé antes!
La señorita Dubois la miró con indulgencia.
―Dudo que te pueda ser tan necesaria, pero tengo el resto de la tarde libre. ¿Tomamos un café? Así se hace menos odiosa tu espera.
―Estupendo, muchas gracias.
Las mujeres bajaron los peldaños de la entrada principal del liceo y se dirigieron a un café que se hallaba justo en frente. María agradecía que la coincidencia hubiese puesto a la señorita Dubois en su camino. ¡Ella conoció a su madre en aquel período tan duro de su vida! ¡Ella podría darle respuestas! Incluso saber con certeza si el hijo de su madre estaba muerto o vivo.
―Qué bueno verla de nuevo, señorita Dubois. Gregory me dijo apenado que no pudo asistir a la inauguración del restaurante porque se encontraba indispuesta…
―Sí, lamenté mucho no poder acudir, pero ya me siento mejor. Leí tu reseña en La Fronde sobre el estreno. Es una pena haberme perdido tamaño acontecimiento.
―Hacía mucho que deseaba encontrarme con usted, pero no me había sido posible ―continuó María―. Agradezco a la providencia que la haya puesto en mi camino esta tarde, porque sin duda sé que usted podrá aclararme un poco las dudas que me atormentan.
―Espero que así sea, María ―dijo la dama sorprendida―, pero ignoro a qué dudas te refieres.
―Han pasado demasiadas cosas desde nuestro último encuentro, señorita Dubois ―le contó ella―. Mi padre me contó lo sucedido con mi madre y que la conocía. Sé que ella salió de su casa tras un hombre que terminó abandonándola y que sus padres la acogieron en un pequeño hotel donde trabajó. Fue allí que mi padre la conoció.
―Sí, es cierto ―confirmó Manon Dubois―, pero en aquel momento que nos vimos no me sentí capaz de contarte esa historia. Era un secreto, y no me correspondía. Espero que me comprendas.
―Sí, por supuesto que comprendo su posición, pero por fortuna mi padre fue bastante sincero conmigo. Y digo bastante, porque hay un aspecto que tal vez obvió o del que quizás ni siquiera esté enterado. Es probable que usted sí sepa.
―¿De qué me hablas, María?
―Mi madre tuvo un hijo, ¿verdad? ―dijo con voz ahogada.
Manon se llevó una mano a los labios para ahogar su expresión de sorpresa, pero no lo negó.
―¿Cómo lo supiste?
―Han sido muchos los indicios, pero el más concluyente fue una poesía de mamá sobre su hijo muerto.
―¿Tienes la papelería de tu madre? ―preguntó confundida.
―Fue milagroso que aún existiera. Mi tío la conservaba y me la entregó toda, salvo por su diario. Eso me hace pensar que en su diario mi madre escribió sobre este momento tan doloroso de su vida y es probable que mi tío haya querido ahorrarme esa pena. Sin embargo, lo que más me perturba de todo es imaginar que ese hermano pueda estar vivo…
―¿Qué quieres decir?
―Tengo la impresión de que Maurice Colbert es mi hermano ―confesó―. Una vez me contó que lo arrebataron de los brazos de su verdadera madre haciéndole creer a ella que él había muerto en el parto. Aunque no me dijo que esa persona fuera Clementine, descubrí que había tenido una extraña pelea con mi tío. Lo cierto es que él alega que Maurice es un farsante, y aunque no ha explicado sus razones, he pensado que toda esta historia gira en torno al hecho de su nacimiento. ¡Son demasiadas coincidencias! Entonces, para rematar, hallé la poesía de mi madre hablando de aquel hijo que nació muerto… Es por ello que he venido a hablar con Maurice, quiero que me explique lo sucedido con mi tío, y, por otra parte, necesito saber quién dice la verdad. ¿Es Maurice mi verdadero hermano? ¿O mi tío tiene razón al decir que se trata de un farsante? Le aseguro que ya no sé qué pensar. Sin embargo, al verla usted, creo que podré hallar al fin la luz en esta historia… Usted conoció a mi madre, ¿qué sabe de ese niño? ¿Murió o está vivo?
Manon se removió en su silla, presa de la mayor inquietud.
―Oh, María, no debería ser yo quien te contara sobre esto… ―respondió angustiada―, pero teniendo en cuenta que ya lo sabes, siento entonces que no estoy haciendo nada indebido. Tienes razón, Clementine tuvo un hijo. Sin embargo, yo no vivía en casa en esa época. Llegué poco después del parto luego de pasar una temporada en Lyon con mis abuelos. Clementine me contó que el bebé había nacido muerto, y que ella había estado muy mal… Fue recuperándose gradualmente, y fue después que tu padre la conoció. Desconocía esta historia que me has hecho acerca de Maurice y tu tío, ¡es increíble! Sin embargo, creo que todo es posible. ¿Le habrán arrebatado a tu madre ese bebé estando inconsciente? ¿Estará tu tío diciendo la verdad? Perdóname, cariño, pero creo a la familia de tu tío capaz de cualquier cosa…
María bajó la cabeza, apenada, sabía que el tío Jacques era una persona difícil, pero no quería pensar que sus padres estuviesen involucrados en un plan tan sórdido como ese.
―Pensé que usted sabría más…
―Lo siento, María. Sé que tu madre dio a luz en el hotel con una partera, pero ignoro si esa mujer habría sido sobornada para engañar a Clementine. Te aseguro que mis padres eran demasiado honorables para involucrarse en algo así. Ha pasado mucho tiempo de eso y ellos están muertos, así que es imposible preguntarles sobre lo acontecido. El hotel se vendió poco después, y, ¿cómo saber lo que realmente sucedió?
―El diario de mi madre quizás arroje un poco de luz sobre este episodio.
―Puede ser, pero convenientemente lo tiene tu tío, y no ha querido entregártelo por alguna razón. Lo siento, no quiero injuriar a nadie, solo guardo una amarga experiencia de aquel despido indebido por su causa. Lamento no poder hacer más. Lo que conozco no comprueba nada. Quizás tu tío esté en lo cierto y Maurice sea un farsante. No lo conozco lo suficiente para dar una opinión sobre él.
―Yo sí le conozco, y me parece una excelente persona. Me resisto a pensar que esté intentando engañarnos. Quizás sea víctima de su tía, la señora Colbert, quien tal vez le mintió sobre su origen.
―Puede ser, o quizás sea cierto todo lo que alega. Me temo que ninguna de las dos podrá saber de momento la verdad. Te recomiendo, al menos, abrirle tu corazón a ese muchacho y escucharle sin juzgar.
―Lo haré, yo le guardo gran afecto, y ojalá que fuera mi hermano.
―Imagino que lo dices por lo generosa y amable que eres, pero estoy convencida de que a tu tío no le agradaría tenerlo de sobrino.
―¿Usted cree?
―Por supuesto. Un joven fruto de una relación fuera del matrimonio, criado lejos de su familia, y con pretensiones de retornar a ella, no es una buena noticia. Es probable que el señor Laurent esté pensando en el dinero: en la herencia de tu madre e incluso en la suya. Es un motivo de bastante peso para renegar e incluso ocultar, cualquier prueba sobre el verdadero origen de ese muchacho. El dinero, hija mía, convierte a las personas en egoístas.
María la escuchó con atención, no había reparado en esa posibilidad: de que su tío no quisiere reconocerlo como sobrino para que no exigiera ninguna prebenda.
―A mí no me importaría compartir lo que poseo con él ―respondió María―, siempre que tuviera la certeza de que es mi hermano. Tampoco estoy dispuesta a caer en una trampa muy bien urdida.
―Eres una joven inteligente ―apuntó Manon―, por eso estoy segura de que sabrás llegar a la verdad. Espero volver a verte, querida María, pero ahora tengo un poco de prisa. Mantenme al tanto de este asunto. Puedes contar conmigo para lo que necesites. Ahora conoces dónde trabajo, pero también te dejaré mi dirección para que puedas visitarme cuando lo desees.
La señorita Dubois extrajo un cuaderno de su bolso y escribió su dirección que, en efecto, era cerca de allí. Después de esto se despidió de María y siguió su camino.
La joven permaneció unos minutos perdida en sus pensamientos. ¡Creyó que con la señorita Dubois encontraría alguna respuesta, pero ella tampoco sabía la verdad! ¿A quién creerle?
Un poco después, María divisó que algunas jóvenes y profesores comenzaban a abandonar el edificio. Se puso de pie, intentando encontrar a Maurice. No pasó mucho tiempo hasta encontrarlo. María se apresuró a cruzar la calle, mientras él caminaba por la acerca distraído.
―¡Maurice! ―exclamó ella.
El joven se volteó instintivamente y sus ojos se cruzaron con los de ella.
―¿María? ―dijo parpadeando, sorprendido.
Ella se acercó a él y, sin decir palabra, le abrazó.
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