Capítulo 27
María no podía con tanta felicidad. ¡Se verían de nuevo! ¡Contaban con el consentimiento de su padre! Anne, quien tampoco estaba enterada de esto, no dudó en alegrarse enseguida que lo supo. Al menos las cosas estaban siendo más sencillas para ellos, gracias a la sensatez de van Lehmann quien era, sobre todo, una persona justa. Edward, por su parte, no podía estar más conforme con cómo sucedieron las cosas. Gregory volvía a ser un hombre alegre, de mirada brillante y dueño de su futuro. Estaba enamorado, afanado en salir adelante con un negocio propio, algo que no hubiese esperado de su persona unos meses atrás. Quien conociera a su hermano de verdad, se asombraría con el cambio tan profundo que se había obrado en él.
Esa noche María apenas pudo dormir. Tenía el corazón tan exaltado, que le era difícil conciliar el sueño. Su mente repasaba los acontecimientos vividos esa noche. ¡Cuántas sorpresas le había dado Gregory! No solo había adquirido un hogar, sino también un negocio. Siguió su recomendación en ese aspecto, y lo nombró en honor a ella… La pintura, asimismo, la había impresionado demasiado… Allí, frente a todos, se había colgado como una hermosa declaración de amor.
Debía escribirle a su padre para agradecerle lo que había hecho por ellos; aunque no se tratase de un compromiso en toda regla, ver a Gregory ya era un privilegio. Los Hay, por otra parte, los apoyaban, lo cual haría más fácil esos deseados encuentros. Lo que la había sorprendido sobremanera era que su tío Jacques hubiese estado de acuerdo. ¡Sí que estaba cambiando!
En algún momento se quedó dormida sin darse cuenta. Se despertó con los primeros rayos del Sol, y corrió a desayunar con la familia. Los acontecimientos de la víspera fueron recordados en la mesa una y otra vez con gran entusiasmo por parte de los presentes.
―Gregory me ha impresionado mucho ―volvió a decir la duquesa―. Pienso que tendrá éxito. Sin embargo, lo más hermoso de todo es que su restaurante es, por sí solo, un símbolo de su amor.
María se ruborizó por completo.
―Abuela, estás haciendo sonrojar a María… Sin embargo, tienes razón. Estoy muy feliz por ustedes.
―Greg me contó anoche que mi padre autorizó que me visitara ―dijo la chica con timidez.
―¡Qué bueno! ―exclamó Anne.
―Eso también lo sabía ―contó lord Hay―, fue por eso que no dudé en llevarte a la inauguración del restaurante. No dije nada antes pues mi hermano quería darles una sorpresa. Respecto a Johannes, creo que su decisión ha sido la correcta. Espero que ese compromiso dentro de un tiempo pueda formalizarse.
―Es mi madre la que no está de acuerdo, ¿verdad?
A Edward le era difícil hablar de Prudence en esos términos, pero debía ser sincero.
―Ella es la más renuente ―admitió―. Imagino que ya van Lehmann le haya dicho la decisión que tomó respecto a ustedes. Ignoro cómo lo habrá tomado, pero no creo que pueda considerarse inadecuado que ustedes se encuentren. No hay nada que pueda objetar respecto a esas visitas. Por otra parte, hay mucho de lo que tendrán que hablar, pues la vida de mi hermano ha cambiado en muchos sentidos.
―Greg me prometió que vendría hoy a verme.
―Estoy convencido de que cumplirá con esa promesa. Lamento no poder saludarlo, pues Anne tiene ensayo todo el día y yo iré a acompañarla.
―De acuerdo, se lo diré. Yo iniciaré mi reseña sobre el restaurante. La señora Durand me pidió que la hiciera.
―¡Quién mejor! ―exclamó la duquesa―. Será una reseña escrita desde el corazón.
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Cuando se quedó a solas, María se dispuso a escribir sus impresiones sobre el restaurante. Primero tomó algunas notas en su cuaderno, luego las pasaría en la máquina de escribir. Pensaba asistir a un curso para ser más diestra con ella, aunque en los últimos dos días había logrado escribir con más soltura. Un par de horas después, un toque a la puerta del despacho la distrajo de su ocupación al asomarse por la puerta la castaña cabeza de Greg.
―Hola, pequeña mía…
María se levantó de un salto y corrió a sus brazos. Gregory la levantó en el aire, dando vueltas por la estancia, mientras besaba sus labios. Se dejaron caer en el diván, muy cerca el uno del otro, con la respiración entrecortada y las mejillas encendidas.
―Te prometí que vendría.
―Te estaba esperando ―confesó ella―. Para aprovechar el tiempo escribía una nota sobre tu restaurante. Eso me hizo sentir más cerca de ti.
―Adoraré leerla cuando se publique. Gracias, mi María.
―Fue Durand quien me hizo esa encomienda, y no podía negarme pues era lo que más deseaba. Aún no puedo creer que la hayas invitado. Reuniste a muchas personas que son un referente para mí…
―¿Aún no has comprendido que la noche de ayer fue pensada para ti? ―le dijo él acariciando su mejilla―. Cada detalle fue escogido contigo en mi mente, María. Incluso los invitados. Quiero que Le baiser d´amour sea un sitio especial para los dos.
―No imaginas lo feliz que me hace escuchar esas palabras, amor mío. Cuando vi el nombre del establecimiento pensé en ti, ¿cómo no hacerlo? Sin embargo, creía que era una casualidad. Fue al ver el hermoso cuadro de Percy que comprendí que era un gesto de amor.
―Quedé impactado con esa pintura. Por un tiempo creí que solo yo podría deleitarme con ella, pero no era justo privar al resto de los mortales de contemplarte. Tu belleza debe exponerse, y no encontré otra manera mejor de declararme que no fuese esa.
―No fue la única ―le recordó ella―. Gracias por la extraordinaria máquina de escribir. ¡Es un regalo maravilloso! Sin embargo, fue aquella frase en ella lo que más me conmovió. La luz de la esperanza en días en los que estaba demasiado triste…
Gregory se llevó la mano de ella a sus labios.
―Fue mi respuesta a tu estremecedor cuento. Lo leí de inmediato, pues desde que regresé a París no he dejado de comprar La Fronde. Moría por leer algo tuyo, pero esa historia me dejó destrozado, comprendiendo el dolor que estabas soportando en silencio… Quería hacerte ver que, aunque no hubiese corrido a tu lado de inmediato, mi amor por ti continuaba incólume a pesar de la distancia interpuesta.
―No viniste a causa de mis padres, ¿verdad?
Él asintió con cierta vergüenza.
―Prudence no está de acuerdo ―le confesó―, y no deseaba poner en riesgo tu ingreso a la Universidad. ¡Estoy tan orgulloso de ti, María! ¡No puedo creer que lo hayas conseguido!
―En medio de tantos días difíciles, esa fue una de las pocas buenas noticias que recibí.
―Lo comprendo, cariño. Por eso mismo no quería arriesgarme a desafiar la autoridad de tus padres. Un paso errado y tal vez hubiesen decidido llevarte con ellos a Ámsterdam. ―Gregory no quiso herirla más confesándole que Prudence, en efecto, lo había chantajeado con eso.
―Pero al fin mi padre te dio su aprobación.
―Me ha permitido visitarte, como un primer paso. Lo habló con tu tío y él está de acuerdo. ¡No pensé que luego del incidente del teatro le causara muy buena impresión, pero al parecer sí!
―Yo también estoy anonadada con eso, pero muy feliz. Mi tío ha cambiado mucho, Greg. No lo sabes, pero me entregó hace poco casi toda la papelería de mi madre, salvo por su diario. Ignoro qué motivo lo habrá llevado a retenerlo, pero al menos tengo la mayor parte de sus escritos. No he tenido mucho ánimo para leerlos aún, pero ahora que he vuelto a verte sé que me será grato acercarme a mi madre de esa manera.
―Es una magnífica noticia, María. Estoy muy feliz de que hayas podido recuperar esos documentos.
―Fue la señorita Dubois quien primero me habló de ellos ―recordó―, pero no creí que existieran todavía.
―Por cierto, también invité a la señorita Dubois a la inauguración, pero me envió una nota explicándome que estaba enferma. Es una lástima que no haya podido asistir.
―Sí, es una pena ―respondió la joven―. Espero que se recupere pronto. Mi afecto por ella ha crecido desde que sé que conoció a mi madre.
―Lo sé.
―Hay algo más que tengo que contarte ―continuó ella―, y en parte explica el comportamiento tan severo de mi tío conmigo. Incluso también justifica los miedos que mis padres sienten con respecto a mí. Ellos creen que soy capaz de cometer una locura…
―Esa locura soy yo, ¿no? ―bromeó mientras le besaba la punta de la nariz.
―Sí, ellos temen que me fugue de casa como mismo hizo mi madre Clementine en el pasado…
―¿Cómo? ―Gregory había quedado desconcertado.
María aprovechó la ocasión para abrirle su corazón y narrarle lo dicho por su padre. Cómo Clementine había huido de casa, y cómo halló refugio en el pequeño hotel de los Dubois.
―Es una historia increíble ―opinó Gregory cuando María concluyó―. Jamás hubiese pensado algo así. ¡Pobre Clementine! ¡Sufrir tanto por un amor que la traicionó así! Y luego, cuando al fin encontró de nuevo el amor y comenzaba a formar una familia… ―No concluyó la frase―. ¡Fue muy injusto!
―La vida no siempre es justa, Greg. Con mi madre no lo fue.
―Advierto, no obstante, lo que querías decirme antes: una historia de esta clase nos hace comprender mejor la actitud del señor Laurent. Nada justifica lo que hizo, pero advierto que estuviese preocupado por tu reputación.
―Así es. Él mismo me lo dijo, incluso me pidió disculpas.
―Me alegra que lo haya hecho, era lo mínimo que merecías.
―Ha hecho bastantes concesiones a mi favor ―rememoró María―. Permitirme estudiar en la Sorbona y vivir en su casa; entregarme la papelería de mi madre; disculparse por su comportamiento, y ahora apoyar nuestra relación.
―A pesar de todo es un buen hombre ―afirmó.
María le robó un beso y luego se acomodó en su hombro. ¡Necesitaba tanto de su cercanía! Gregory se dejó llevar por el momento de intimidad, acarició la piel de su brazo, la besó en la coronilla, y se aproximó a ella todo lo posible. Estuvieron unos minutos así, en silencio, disfrutando de un momento tan cercano.
―Soñaba con estar así contigo, María. Me afectó mucho nuestra separación, más aún en las circunstancias en las que fueron. Espero que puedas perdonarme…
Ella se incorporó para mirarlo a los ojos, sabía que estaban llegando a la parte de la conversación más delicada.
―No tengo nada qué perdonarte, Greg. No vuelvas a pedirme disculpas.
Él se torturaba con los recuerdos.
―No imaginas cuánto me pesa haberte dejado aquel día… ¡Me sentía tan avergonzado e indigno de ti! Puede que haya sido un cobarde al abandonarte aquí como lo hice, pero créeme que no tenía alternativa… No sé si actué bien o mal, pero hice lo que pude, María. Tu voz desgarrada aún me acompaña en mis momentos de soledad. ¡Siento tanto haberte hecho sufrir!
Ella negó con la cabeza, también le dolía rememorar aquello.
―No tenías cómo haberlo imaginado, Greg. No fue tu culpa.
―Gracias. ―Él la besó en la frente―. Me sorprendió mucho cuando me dijeron que te sentías orgullosa de mí a pesar de todo…
―Lo estaba, incluso aunque esa propuesta de matrimonio no fuese para mí ―añadió con voz temblorosa.
―Lo siento, María… Ahora comprendo que fue una locura hacerlo. ¡No puedo ni imaginar qué hubiese sido de mí si Valerie no me hubiese rechazado! Sin embargo, era lo que se esperaba de mí, y haber cumplido con ello en cierta forma me hizo sentir más digno de poder aspirar a ti. Es difícil de comprender, lo sé, pero de no habérselo propuesto nunca, habría quedado como un cobarde, un irresponsable…
―Lo comprendo todo, Greg ―le sonrió ella con tristeza―. Y jamás dejé de amarte a pesar de todo…
―Saberlo me dio la fuerza suficiente para continuar, amor mío. No tengas duda alguna de que a la única persona que deseo desposar, es a ti. ¡Te amo, María!
―Y yo a ti. ―Le besó ella esta vez―. Ahora quiero que me hables de tu hijo. Deseo mucho conocerlo.
Él se sorprendió un poco ante su solicitud.
―Pensé que…
María negó con la cabeza.
―¿Por qué tendría que sentir dolor por un pequeño inocente? Ni tan siquiera puedo tener reserva alguna con Valerie. De no haber sido por su negativa a casarse contigo, no habría podido recuperarte…
―Cada día me maravillas más, María. ¡Eres tan comprensiva! ¡Tan madura!
―Solo estoy muy enamorada de ti, Greg. Te reitero que quiero conocer a tu hijo. Me siento agradecida de que Prudence me haya amado como si fuese suya. Jamás hizo distingos entre mis hermanos y yo. Pretendo reciprocar ese mismo amor en tu hijo. Tampoco haré distinciones entre él y los hijos que tendremos… Porque tendremos hijos, ¿verdad? ―preguntó ruborizada.
―Nada me hará más feliz que tener hijos contigo, María ―le respondió él conmovido―. Cuando termines tus estudios y cumplas todos tus sueños… No tengo prisas.
―Eres el mejor hombre del mundo.
Gregory soltó una carcajada.
―Conoces demasiado mis defectos para saber que no es así ―objetó―, pero me alegra que para ti lo sea, del mismo modo que no puede haber otra mujer para mí que no seas tú. En cuanto a Karl, es un niño maravilloso. Sé que con tu gran corazón no dudarás en amarlo en cuanto lo conozcas; así me sucedió a mí. Debo confesar que mis días en Ámsterdam fueron mucho mejores de lo que suponía. Valerie es una buena madre y hemos concordado en muchas cosas; mi relación con James ha vuelto a ser la misma, y me he aproximado lo más posible a Karl. El saberme libre de aquel absurdo compromiso completó mi felicidad, así que regresé a París con el objetivo de cumplir mis sueños: inaugurar el restaurante y volver a ti, pequeña mía.
―¡Y yo estoy tan feliz de que hayas vuelto!
―Yo también. Regresé más tranquilo y animado, dispuesto a hacer las cosas bien por nuestro futuro. Valerie sabe acerca de nosotros ―le contó―. Se alegra por ambos. Ella también tiene a alguien en su vida, pero no me corresponde hablar de ello... Tal vez ella lo acepte o quizás no. Lo que quiero decirte con esto es que cada uno continuará adelante con sus planes. Nuestra amistad se ha vuelto más estrecha gracias a Karl, y es en él en quien pensamos cuando hablamos del futuro.
―Jamás interferiré en ello, Greg. Lo respeto, y me alegra que tengas una relación cordial con Valerie. Le deseo que encuentre en alguien más, la misma felicidad que hallo yo estando contigo.
―Yo también le deseo lo mismo. Valerie me ha dicho que pretende marcharse de Ámsterdam. Será más fácil si abandona el círculo de su marido. Eso me permitirá a mí asumir mi función de padre. Es por este motivo que hemos hablado de que se mude a Giverny. Ella así lo desea, por lo que mi abogado ha estado buscando un hogar para ellos allí. No sé si algo de lo que te haya contado te preocupe…
―Nada me preocupa, Greg ―repuso ella―. Confío en ti, ciegamente. No quiero que estés lejos de tu hijo. Si han acordado que se establezcan a Giverny sé que será algo bueno para todos. Cuando supe que eras padres asumí que las cosas entre nosotros tendrían que cambiar un poco y lo acepto. Karl no es un impedimento para nuestra felicidad. Lo único que necesito saber es que me amas y que eso nunca cambiará…
Gregory estaba completamente enamorado de ella, admirándola cada día más por su apoyo, comprensión y dulzura. ¡Era la mujer perfecta para él!
―Te amo, María, y eso nunca cambiará. ¡Te lo prometo!
Él la besó largamente, recostándola al diván para acercarse de una mejor manera a sus labios. María lo recibió, sujetando su nuca e invitándolo a profundizar aquel beso. Gregory no se saciaba de ella, la añoraba con todo su ser. La respiración entrecortada de María, la manera en la que se estremecía contra él, lo estaba haciendo perder la cordura. ¿Cómo sería si se encontraran en un lugar más íntimo? ¿Cómo se sentirían si María no estuviera cubierta por aquel vestido? ¡Qué tontería haberle comprado ropa a alguien que poseía una belleza natural aún más notoria sin ellas! Sin haberla admirado jamás de esa forma tan íntima, María sería para él la encarnación más perfecta de una Venus naciendo en el mar…
―Oh, Greg ―susurró ella cuando tomó algo de aliento.
Aquella simple frase bastó para hacer crecer su deseo. Con su diestra, Gregory acarició el ángulo de su cuello, y luego bajó a su escote. La yema de su pulgar se deslizó por aquella piel de nácar, logrando que María ahogara una exclamación de profundo gozo. Él no se detuvo y volvió a besarla. Su mano esta vez bajó por su brazo y al llegar a las piernas, osó levantar el vestido para explorar un poco debajo de él.
Debía reconocer que estaba nervioso. Nunca antes se había sentido así, como quien comete una locura. No quería errar, no pretendía hacer nada que ella no desease, y aunque pensó en detenerse, la respuesta que hallaba en María lo disuadió de ello. Su mano subió por su pierna, con una caricia que la hizo temblar. Los labios de Gregory, en cambio, volvieron a su escote, llenando de humedad el inicio de sus pechos, prominentes y cautivadores, con aquel corset que moldeaba su figura de una manera que le hacía perder el juicio.
María sintió sus labios por toda su piel; cada vez temblaba más contra él, se sujetaba de sus hombros para no desvanecer y al mismo tiempo reclamar aquella oleada de placer que estaba recibiendo de parte suya. No deseaba que terminase nunca…
El sonido de unos pasos en el corredor los paralizó. Gregory fue más rápido y se separó de ella al instante, ubicándose en una butaca frente a ella fingiendo tranquilidad. María se recompuso el cabello, colocó las manos sobre sus piernas e intentó recuperar el aliento. A pesar de la tensión, no pudo evitar sonreírle. ¡Gregory la hacía feliz!
―¿María? ―Era la señorita Norris se escuchó a la perfección.
―Sí, aquí estamos ―respondió ella intentando que su voz no sonara demasiado débil.
―La duquesa me sugirió que los acompañara ―dijo la dama una vez que entró.
―Justo ahora estábamos hablando de dar un paseo por el jardín. Nos encantaría que se sumara, señorita Norris ―comentó Greg.
La dama, quien no era muy dada a dar paseos en el exterior, consideró que en el jardín no era necesario supervisar a nadie, así que se disculpó. Gregory esperaba esa contesta, la conocía demasiado para saber que no era dada a ese tipo de actividades al aire libre. De esta forma, ambos se libraron de la insulsa presencia de la mujer y cumplieron con dar el paseo.
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El jardín de la casa era hermoso; lo mejor era que estaban de nuevo solos los dos. María no había hablado, pero aceptó el brazo de Gregory. Él no sabía qué estaba pensando, y le preocupaba que se arrepintiera de lo sucedido. Sabía que no tenía experiencia, y que tal vez se hubiese extralimitado con ella.
―Discúlpame ―habló él con voz grave―, perdí la cabeza por unos instantes y pude habernos puesto en evidencia.
―¿Por qué te disculpas, Greg? ―Ella se volteó a mirarlo preocupada―. ¿Hice algo mal?
Aquella ingenuidad suya le encantaba, así que no pudo evitar sonreír. Acarició su mejilla como solía hacer y le transmitió con su mirada la seguridad que necesitaba.
―¿Algo mal? ¿Acaso no escuchaste lo que dije? ¡Estuve a punto de enloquecer?
Ella enrojeció.
―Yo también ―reconoció―. Eso es bueno, ¿verdad?
―Oh, muy bueno, pero peligroso, pequeña mía. Me he prometido ser honorable, pero me temo que está siendo harto ardua la tarea. Tus besos solo me confirman lo mucho que te quiero… Y te necesito ―añadió.
―Jamás había entendido que significaba esa palabra: necesidad. Yo también te necesito, Greg, de una manera que no conozco, pero que me domina y que me lleva a ti, sin arrepentimientos, sin temores, siempre a ti. Te necesito, Greg ―repitió―. Te necesito…
Él se estremeció con sus palabras. ¡Nunca creyó que una mujer pudiese provocar una respuesta tan física en él apenas con su voz! María no lo estaba besando ni acariciando, pero aquellas frases lo enardecían de una forma desconocida.
―Dios, no me digas eso… ―murmuró tomándola por los hombros―. No imaginas lo que esas palabras pueden hacer en mí…
―Son unas simples palabras, Greg, pero reflejan lo que siento por ti. Te necesito. Y lo más extraordinario es que es una necesidad que no sé como aliviarla sola…
Gregory la besó, apasionadamente, la abrazó contra su cuerpo y se apoderó de su boca como si fuese la última vez que la besara. ¡Qué lástima que se hallaran en un jardín! María reciprocó cada uno de sus besos, evidenciándole cuánto lo deseaba… Le sorprendía mucho que una joven como ella pudiese despertar una pasión tan avasalladora… Era increíble que, habiendo besado a tantas mujeres en su vida, solo con María sintiera una sensación tan excelsa.
―Me harás cometer un desatino ―dijo él apartándose un poco.
―Un dulce desatino, Greg.
―María, ¡no sabes lo que estás diciendo! ―repuso él―. Es mejor que… Dios, tengo que respirar un poco. ―Dio unos pasos atrás para recuperar el aliento.
―Tengo miedo ―confesó ella titubeante.
―¿De qué? ―Gregory la miró preocupado. ¿La habría ofendido de alguna manera?
―Miedo de… De no ser suficiente para ti. De decepcionarte ―añadió con voz entrecortada.
―¡María! ―exclamó él abrazándola de nuevo―. ¿Cómo vas a pensar algo así?
Ella bajó la cabeza, aturdida.
―Porque te vi hace tres años y… Y temo no poder llegar a la altura de esa escena.
Gregory se sintió culpable. Aquel recuerdo la dañaba todavía… Era apenas una niña cuando los observó en franco idilio, y aquello sin duda la había conmocionado sobremanera.
―Te aseguro que cualquier momento contigo supera cualquier vivencia del pasado, María. Te lo juro.
―Pero nosotros no…
―Porque te respeto demasiado ―respondió―, porque te perdí una vez y no quiero poner en riesgo de nuevo nuestro futuro, pero jamás dudes de lo que siento a tu lado, María. ¿No lo has comprendido aún? Estoy enamorado de ti y si algo he descubierto estando a tu lado, es que el amor es lo que nos permite arribar a la más completa plenitud. Yo no lo había hallado antes con nadie, y no necesito vivir esa experiencia contigo para saber que será maravillosa, mejor incluso que en mis sueños… Me acompañas cada noche, María, y tu recuerdo alivia mi soledad.
―Eso me preocupa, Greg, que estés tan solo… Y ni siquiera estamos formalmente comprometidos. Nuestro matrimonio depende de muchas cosas. ¿Y si te aburres de esperar por mí? Sé que este no es el tipo de relación a la que estás acostumbrado…
Él negó con la cabeza.
―Tendré paciencia, amor mío, del mismo modo que aspiro a que tú la tengas. Esta es la mejor relación que he tenido en mi vida, y estoy dispuesto a hacer las cosas como es debido. Estoy convencido de que podremos probar que nos amamos de verdad, que soy digno de desposarte como es mi deseo. Hasta entonces, María, no puedes tener miedo alguno del pasado. A nadie he querido como a ti.
―Yo solo te he querido a ti ―respondió ella.
Gregory se conmovió una vez más con aquella devoción que María le demostraba.
―Lo sé, y aún me pregunto por qué he tenido la dicha de merecer tu amor, siendo alguien tan perfecta a mis ojos.
―Eres un hombre maravilloso, Greg ―le susurró ella―, ojalá todos pudieran mirarte de la manera en que yo lo hago. No tengo duda alguna de que nos merecemos. Ninguno de los dos es perfecto, pero estar juntos está en nuestro destino, y yo creo en esas cosas.
―Yo no, pero empezaré a creer en ellas, porque tampoco tengo duda de que nos pertenecemos, María.
Ella estuvo a punto de decirle que aún no se pertenecían de aquella manera que ambicionaba, pero silenció su deseo. Él tenía razón al hablarle de sensatez y cordura. Sin embargo, jamás creyó que pudiese soñar tanto con algo que le era desconocido. A pesar de ello, no tenía miedo de confiarle no solo su amor, sino también su cuerpo.
―Te amo, Greg.
Él la besó de nuevo, no satisfecho nunca de su dulzura, pero con la contención suficiente para no dejarse llevar por aquel amor tan intenso que sentía por ella… María correspondía su cariño, su entrega… Vibraba en sus brazos, le entregaba un amor desbordante y apasionado que jamás pensó recibir. Se sentía cada día más vivo, cada vez más suyo. Y en esa espiral ascendente de emociones, tuvo que admitir que estaba muy próximo a romper esas promesas que se había hecho una vez. ¡La ansiaba tanto que, de no tenerla pronto en sus brazos, terminaría perdiendo la poca cordura que aún poseía!
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