1- Un suicidio accidental
Sara
Coloco la carta dentro del casillero y miro hacia todas las direcciones posibles. Parezco un parabrisas atascado en medio de un aguacero. Mis nervios están al cien y mi amigo lo único que hace es dedicarme una sonrisa burlona, Frunzo el ceño debido a su desconsideración y por mala leche lo piso sin querer.
—¡Vergación! —grita el maracucho.
—¡Coño, cállate! ¡Te van a escuchar!
Él me lanza una mirada asesina y no necesito que hable para entender que se replantea nuestra amistad.
—Vámonos de aquí antes de que comenta un feminicidio.
Yo lo observo con remordimiento mientras camino por el pasillo, no es que sea una insensible de mierda como él, es que no puedo darme el lujo de que por sus gritos nos descubran. Aunque ahora que lo pienso yo también me puse a gritar, en fin, la hipotenusa...
Cuando ya estamos lejos de los casilleros, cruza los brazos y me contempla como por décima vez en el día. Si sigue así me va a echar un mal de ojos que ni la pulsera roja me a salvar.
—No entiendo el drama. Casi pierdo un pie porque no puedes confesarte como una persona normal.
—Ya te lo expliqué, me da pena decirle lo que siento.
—Miarma, acabas de dejarle una carta. No existe nada más cursi.
—Es diferente.
—Igual lo va a saber.
—No, porque si me rechaza puede fingir que no vio la carta y listo.
Se nota por la expresión de Danilo que va a quejarse de nuevo, pero el sonido del timbre lo interrumpe.
Yo aprovecho para irme corriendo a la clase. No quiero llegar tarde a los calentamientos.
Cuando entro al salón veo a mi amada Agatha acomodándose las zapatillas de ballet, ella me saluda de forma muy alegre. Al voltear veo a mi amigo agitado y secándose el sudor.
—Me podrías haber esperado.
—Deja la lloradera y ponte las pantimedias —suelto una risa.
—Eres la peor amiga... —una chica con anteojos y trenzas lo abraza por detrás, y eso es más que suficiente para noquearlo.
—Hola, Bea...—su cara de bobo es un poema.
Después dice que yo soy cursi.
Es obvio que quiere estar solo con Beatriz. Me alejo para no hacer de lamparita, al instante Agatha se acerca y me sonríe. Su cabello teñido de rojo es hermoso, solo basta con unos cuantos movimientos para sujetarlo. Ella es perfecta.
—Parece que a Danilo le gusta mucho mi amiga.
—Puede ser... —exploto en carcajadas. Hay que reconocer que los sentimientos de ambos son evidentes. No entiendo por qué no dan el siguiente paso, yo la tengo más difícil; echarle los perros a Agatha es un rollo.
Es irónico que nos gusten las amiguitas. En el mejor de los escenarios podríamos tener citas dobles y salir juntos.
Eso sería tan bonito y digno de una película...
Lástima que no estamos en Disney. Él es un cobarde y a mí me gusta una chica que no capta las indirectas.
—Johan piensa que no deberían salir —dice la pelirroja, pensativa.
¿Quién es Johan?
Repuesta rápida; el mejor amigo de Bea y el dolor de cabeza del maracucho.
—¿Por qué?
—No lo sé, creo que es porque su grupito siempre anda secreteando.
Vuelve el perro arrepentido...
Danilo no es el chico más "masculino" del mundo y para rematar es el único de la sección que se especializa en ballet. Cuando toca ir a las clases generales no falta el que lo chalequea. Mi amigo siempre termina rodeado de mujeres por la hostilidad de mis compañeros, él bromea con que es una ventaja, pero eso no quita que me cabree con los del salón.
—Tenía otro concepto de Johan, no parece ser el tipo de persona que le importa el chisme.
—No quiere que Bea salga lastimada, Es normal su preocupación.
—¿Y tú qué opinas? —Los labios se me resecan al contemplar que podría ser igual a los demás.
—Bueno, si te fijas. Se nota a kilómetros que se muere por Bea —se cruza de brazos —, yo no me haría pajaritos en la cabeza, los chismes son solo chismes —curvea sus labios y corta la distancia entre nosotras, y juguetea con uno de mis mechones rubios.
—No puedo refutar esa lógica —digo, petrificada. No sé cómo reaccionar ante su comportamiento.
Soy diferente a Danilo, yo sí soy capaz de hablar con normalidad.
No, no soy capaz. No seas mentirosa Sara.
—¿te gusta alguien? —la calidez de su aliento me golpea en la cara.
Yo trago saliva, mi corazón se acelera y todo el autocontrol que tenía se va de la misma forma que llegó.
No creo que haya leído mi carta tan rápido.
¿O sí?
Ni siquiera sé si a Agatha le gustan las chicas o si por lo menos le parezco linda. Llevamos hablando más de un año y hasta hemos salido unas cuantas veces en grupo, pero no sé si solo le caigo bien como amiga o si hay algo más. Si yo le gustara, aunque sea lo intentaría, ¿verdad?
No es la primera vez que se acerca así, pero si mezclo todas las razones que acabo de enumerar; hay un cóctel de emociones en mi estómago.
—¿Es un secreto? —cuestiona con picardía y se aleja —. Vamos a calentar.
Agatha cambia de tema con una velocidad impresionante. En Definitiva, me quiere matar. Pongo la mano en el pecho, y todavía siento como mis ritmos cardíacos se aceleran. A veces pienso que ella sabe todo y que está jugando conmigo.
Sí, soy más imbécil que Danilo, y mira que estamos hablando del chico que comía silicón en 5to grado, no lo juzguen, se cayó de la cama y ahora sufre las consecuencias.
En el recreo siemprenos juntamos para quejarnos de nuestros emparedados desabridos y de por qué no tenemos la suerte de desayunar arepa frita o empanada.
En fin...
Cosas que solo los bailarines flacuchentos podemos entender.
—¿No sabes si Agatha ya abrió su casillero? —dice el pelinegro mientras se atraganta con el pan.
—Ni idea, me imagino que sí. Creo que me está evitando —respondo, decaída —. Sí, es así, ya tengo mi respuesta.
—No seas bruta, tienes que preguntar.
—Es suficiente con la carta.
De repente se escuchan gritos perturbadores; la tipa de psicosis se quedaría pendeja ante los chillidos. Danilo y yo cruzamos miradas. No es para menos, necesitamos descubrir quienes son los actores de la película de terror.
Al llegar al lugar nos encontramos con Beatriz; ella arruga un papel entre sus manos, Agatha en cambio; tiene el semblante serio, cuando se da cuenta de nuestra presencia le quita el papel.
—¿Qué pasó? ¿Por qué gritas así, Bea? —cuestiona Danilo, preocupado.
Yo visualizo a la pelirroja. En su rostro hay una pizca de recelo.
—Tomaron fotos íntimas de Bea y yo.
¿Por qué nos cuenta algo tan personal?
¡Ya va!
Mi vista se fija en el casillero abierto. Los ojos de Agatha son un incendio forestal que amenaza con quemar todo.
—Me contaron que estaban rodando por los casilleros —interviene Bea.
Un momento...
¿Qué pasó con la carta que deje?
No entiendo nada.
—Pensé que eras otro tipo de persona, ¿Qué ganas con esto? ¿Qué es lo quieres?
Abrumada por la situación y en un estado de crisis, sin saber que responder; salgo corriendo del lugar en un acto de cobardía. Danilo trata de alcanzarme, pero Bea lo agarra y le exige una explicación.
El único sitio que se me viene a la mente para escapar es la azotea del colegio. Subo las escaleras con pesar, me tiro al piso y grito:
—¡Me quiero morir! —trepo los pequeños muros que hay y me quedo de pie — ¡Donde consigo el número de un puto asesino serial!
—Oye, no te mates —escucho una voz femenina, no la reconozco. No puedo ni saber cómo se ve porque estoy de espaldas —. La vida es hermosa. Bueno, es una mierda, pero... tú entiendes.
—¿Qué? ¿Piensas que me voy a matar? —digo, consternada.
No sé si reír o llorar, pase de patética a suicida en un segundo.
¿Qué sigue?
¿Que quede embarazada siendo lesbiana?
Con la pava que me cargo no me extrañaría.
Estoy a punto de voltear para darle una explicación, pero como mi suerte es inexistente, pierdo el equilibrio.
¡Ay, no!
Me voy a morir de verdad.
Mi suerte es una mierda. Si sobrevivo, voy a ir comprando los anticonceptivos.
—¡Cuidado! —grita, histérica. Me agarra de la mano, no sirve de mucho porque quedo colgando de la azotea.
—¡Sujétame más fuerte, no deseo morir!
—¡Te ibas a lanzar hace cinco minutos!
—No me iba a matar, mensa. Ahora jala que no quiero ser comida para zamuro.
Olvídenlo, esta no va a poder, me voy a morir.
¿Qué es lo que procede?
¿Tengo que confesar mis pecados o qué?
De repente mis cavilaciones son interrumpidas por el impacto que resuena en el asfalto, abro los ojos y no estoy chorreada de sangre por ningún lado. Mi cuerpo está encima de una chica de piel morena y cabello rebelde.
—¿No estoy muerta? —digo, asombrada.
—Esperemos que no —deja escapar una risa burlona —. Ahora quítate, pesas mucho para ser tan delgada.
Cuando intento levantarme; detallo mejor a mi salvadora, necesito saber si la reconozco. Debe estudiar aquí. Llevo años asistiendo a este internado, no soy muy sociable ni de tener muchos amigos, pero conozco a todos mis compañeros, aunque sea a simple vista. El problema es que su cara no se me hace para nada familiar.
Cosas raras están pasando, primero la carta y ahora está desconocida.
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