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- LA MUERTE ACECHA SONÁMBULA -

De regreso al mundo humano, la noche engullía la luz y todos caminaban en silencio, incapaces de comprender cómo Zuliet había logrado leer y traducir la profecía. La chica se encontraba impresionada, reflexionando sobre su posible propósito en la vida. Mientras avanzaban por las calles de la ciudad humana, el sonido de sus pasos era seguido de cerca por un ruido incesante. Velarión se adelantó unos pasos y el sonido de las puertas abriéndose y cerrándose los persiguió. El grupo giró en círculos sobre sus pies, intentando descubrir qué sucedía.

Por fin, el sonido de puertas que se abrían y cerraban se acercó hasta quedar justo a su lado. De dentro de las casas empezaron a salir los habitantes de la ciudad, uniéndose a una multitud de humanos que armados con diversos objetos, caminaban hacia ellos indiferentes como zombis. Estaban atrapados, cercados por todos lados, sin mucho margen para escapar. Uno de los soldados argandés gritó: "¡Rápido, huyamos!". Pero el Patrician les recordó: "No hay tiempo. ¡Protejan a Zuliet!". Los soldados asintieron con la cabeza y cogieron sus espadas para empezar a abrirse paso entre la multitud que se dirigía hacia ellos con la consigna "Nectolofer himi ed".

Zuliet, preocupada por la situación, gritó: "¡No los dañen! Están siendo controlados". Pero uno de los soldados replicó: "¿Y qué hacemos, dejar que nos maten?". Fue entonces cuando cayó el primer argandé, luego otro y otro más, hasta que solo quedaron Velarión, Zuliet y tres de los soldados en pie. Zuliet se sentía impotente al ver morir a sus amigos y a los humanos, y comenzó a llorar inconsolable. Sus lágrimas eran tantas que inundaron toda la calle, mezclándose con la sangre de sus amigos.

De repente, un soldado levantó su espada para defenderse de un niño que se acercaba con un cuchillo en mano. Zuliet corre y empuja el niño a un lado, terminando en el camino de la espada argandé y siendo atravesada por ella. La espada entró por su espalda y salió por uno de sus costados, la sangre cubrió la cara del niño, quien empapado de lágrimas quedo inerte. Zuliet escupió sangre y sus lágrimas al entrar en contacto con ella brillaron intensamente. Una explosión seguida de una luz enseguecedora dejó a todos inconscientes, luego, comenzó una tímida lluvia que duró varias horas.

Cuando los argandés recuperaron la consciencia, se dieron cuenta de que estaban rodeados de humanos dormidos y la ciudad estaba como impactada por una onda expansiva. Zuliet, por su parte, yacía inconsciente en el suelo, herida. Tomándole en brazos, fueron muy veloces en su regreso. Ya en la ciudad refugio, explicaron lo sucedido a los ancianos. Ninguno de los soldados podía explicar con certeza lo que había ocurrido, ni nadie sabía cómo ayudar a la joven. Los argandúes no contaban con médicos ni medicinas, por lo que la desesperación los asolaba, a medida que su esperanza dejaba de respirar. La ciudad lloraba y el consuelo parecía huir despavorido alejándose de ellos. Justo cuando los argandés tenían la seguridad de haber encontrado a la libertadora y sentían suya la salvación, quedaron una vez más desolados ante la posibilidad de que Zuliet podría morir.

El Patrian Eugreol entró en la habitación donde estaba la muchacha tendida. La joven estaba inconsciente, de lado, en una mesa acolchonada para darle algo de comodidad. Desde lejos se veía la herida en el costado de Zuliet, la sangre fluía como un río y ellos no sabían qué hacer. El Patrian se acercó a Zuliet, a pesar de sentir tristeza aún creía en la profecía. Inclinándose hacia ella le dijo al oído: "Si eres la libertadora yo sé que no morirás. Confío en que tú pondrás fin a todo esto". Se incorporó para marcharse, pero algo lo detuvo. La mano de Zuliet sujetaba su brazo, con ojos débiles lo miraba fijamente y con su mente confundida.

"¡Has vuelto!", exclamó Eugreol.

"¿Qué...?", sus palabras se ahogaron. Zuliet tomó aire y preguntó: "¿Qué pasó? ¿Velarión?". El Patrian la calmó y le narró la historia que días antes le habían contado. Con tantos detalles como pudo, le contó lo preocupados que estaban todos por ella."Sí, ya recuerdo todo...", dijo la chica mientras intentaba levantarse. El argandé intentó impedirlo, justo cuando la empuñadura de la espada que colgaba en su cintura tocó a Zuliet. En ese momento, como si hubiera explotado algo dentro de ella, fue lanzada más de diez metros hacia el fondo de la habitación. Otros argandeses corrieron para ayudarla, para terminar descubriendo que la herida había cerrado y la salud había vuelto a ella, aunque estaba inconsciente otra vez.

Para entonces, Nectolofer ya había descubierto que el libertador había nacido y crecido entre los humanos. Además de enterarse que Zuliet estaba en posesión de los argandeses.  Por medio de su ejército pudo acorralarlos aquel día y pronto la volvería a encontrar.  Tres veces durante la inconsciencia de Zuliet, él pudo entrar en su mente y observar su interior, mas no pudo descifrar sus pensamientos ni plantar sus sueños corruptos. Para Nectolofer fue como estar delante de una caja fuerte cerrada, pero sin cerradura. Su frustración aumento a niveles incomprensibles para los humanos e indescriptible para las palabras. Su enojo llevó ese día a muchos humanos a la muerte, cuando para vengarse los hizo matarse unos a otros. Desde entonces una marcha continua de humanos dormidos se despeña día tras día por un barranco, cargando a aquellos que aun duermen. 

Ahora que el Amo de los Sueños se había apropiado también del mundo humano, su propósito había cambiado. Ahora quería conquistar todos los mundos, pero no para reinar sobre ellos, sino para destruirlos. Con su mente llena de odio, concluyó que la única superioridad posible era ser los únicos que existieran en el universo. Pero aún tenía que lidiar con la amenaza que representaba para él la libertadora. Así que reservó suficiente humanos para enviar un ejército sonámbulo a buscar día y noche a los argandeses en el mundo humano, mientras los arnosteis buscaban a Zuliet por todo Argandú. No pasará mucho tiempo antes que se defina el destino de todos.

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