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- LA LIBERTADORA -

Zuliet no permitió que ninguno de sus compañeros se acercara a Nectolofer. El amo de los sueños se levantó lentamente sin quitarle los ojos de encima a la muchacha. Finalmente, decidió romper el silencio y se rió de forma nerviosa. "¿Así que tú eres la libertadora?" dijo el traidor burlonamente. Zuliet ya no tenía miedo y respondió con convicción: "Sí, soy la libertadora y he venido a destruirte." El amo de los sueños rió un poco más para ocultar su preocupación, pero su risa parecía estremecer las paredes. "¿Cómo piensas destruirme, con palabras?" terminó su frase lanzándose sobre Zuliet, intentando tomarla por sorpresa. Pero Zuliet esquivó el golpe de la espada corrupta y con agilidad escaló los escalones para mantenerse a distancia. Se volvió y señalándolo con su espada le gritó: "¡Tengo más que palabras para destruirte y voy a despertar al Gran Patrian!" Entonces corrió directo hacia donde los argandeses le habían indicado que encontraría al Padre de Argandú.

Nectolofer no se inmutó, pues sabía que solo un Patrian podría levantar la capa y que todos ellos estaban muertos. "Sabes que necesitas vencerme", le gritó Zuliet despreocupado, mientras ella corría hacia el aposento del Gran Patrian. Pero en ese momento, un pensamiento cruzó velozmente su mente y reflexionó para sí mismo: "¿Será que...? ¡No, no puede ser! ¿Acaso ella tiene la llave de la Libertad?" se exaltó el maligno y cada pensamiento le hacía aumentar el paso tras Zuliet.

La libertadora escapaba velozmente hacia el cuarto del Gran Patrian en lo más alto de la torre, donde el creador de los Argandú estaba prisionero de la capa de los sueños. Llegó con suficiente tiempo para intentar levantar la capa, pero esta estaba como pegada al cuerpo del Gran Patrian. El pavor la atrapó y parecía que esa enorme habitación se encogía para aplastarla a medida que escuchaba cercarse al Amo de los Sueños. "¡Gran Patrian, despierta!" le gritó desesperada. "Dicen que soy la Libertadora, pero no sé qué hacer para despertarte." Gritaba y sollozaba la Libertadora, tratando de despertar aquel ser de tres metros de largo.

Nectolofer entró en la habitación y, al ver a su creador aún dormido, dedujo que Zuliet no sabía cómo despertarlo. "¡Ja! No tienes la llave. Entonces no puedes destruirme ni eres realmente la Libertadora. Todo este esfuerzo para nada, deberías rendirte", le dijo eufórico el patrian de los Arnosteis. "¡Nunca!" gritó Zuliet, ya no tenía miedo. Se cansó de sentirse inútil y sin sentido, fuera o no fuera la Libertadora, había decidido que lo daría todo por Argandú.

Erguida como una caña, Zuliet estaba firme sobre sus principios. Empuñaba su espada a la altura de sus hombros y sabía con convicción que estaba dispuesta a morir luchando por alcanzar el propósito que le había dado sentido a su vida. No sabía quién era hasta que escuchó la profecía, no era creyente y ahora lo es. Han pasado muchas cosas en su vida y ha decidido creer, creer en la profecía y en ella misma. 

Paso a paso, se acercó al encargado de los sueños para enfrentarlo. El sol se apresuraba, temiendo perderse el final de la batalla. Justo cuando la luz del día entraba por una ventana, la espada corrupta recibió una embestida de valor. Poca fuerza movía el brazo de la muchacha, pero mucho espíritu la sostenía. El traidor se divertía con su valentía, sabía que estaba a su merced y decidió jugar con sus esperanzas, hasta que Nectolofer asestó un golpe con todas sus fuerzas y la espada de Zuliet se quebró en varios trozos. 

Zuliet dejó caer el trozo de espada que tenía en la mano, quedándose firme en pie ante los ojos rojos del Amo de los Sueños, que bailaban de gozo ante la inminente victoria. Se entregó a su destino, estaba lista para terminar su lucha con la muerte. "¡Oh, qué valiente!"  Zuliet llena de fe permanece firme ante su enemigo, su corazón comenzó a latir haciendo derroche de valentía. Esta chica ya no era una niña insegura y débil, había vencido sus miedos, superado sus frustraciones y aumentado su amor propio. Estaba a punto de morir y sin embargo, parecía feliz mientras pacientemente esperaba su muerte.

"¿No lo entienden aún? Esta es la mayor victoria de su vida. Estar de pie luchando por alcanzar un propósito y no tenía miedo a morir por ello". Juraría que la mirada firme de Zuliet paralizó al encargado, quien, riendo prepotente, levantando las manos gritó: "¡Llegó la hora de un nuevo Gran Patrian! ¡Y tú serás testigo de ello!". Entonces nectolofer corrió, levantó la espada y la clavó profundamente, pero una muchacha valiente que se interpuso en el camino de la espada y solo un centímetro de ella tocó mi cuerpo.

La Espada de la Fidelidad, que hace apenas un día se corrompió con la sangre de los Patrianes, volvió a purificarse al tocar la sangre del Gran Patrian. De esta forma, la espada del Patrian de los Argandé volvió a su santidad original y todo el cuarto se estremeció, pues ahora el cuerpo de Zuliet estaba atravesado con ella. Las lágrimas que anegaban mi alcoba se mezclaron con la sangre de Zuliet. Por mucho que Nectolofer intentó evitarlo, la espada de la fidelidad retrocedió a tanta velocidad que, traspasando al Amo de los Sueños, le arrancó el brazo, el pecho y de paso la vida de un cuajo. 

Zuliet fue lanzada por los aires inconsciente a varios metros de distancia. Una luz intensa llenó mi habitación, una explosión mandó lejos de mí a la capa de los sueños. La sangre  y las lágrimas de Gabriel ahora corre por mis venas. He sido liberado, estoy despierto, disfruto de la lluvia mientras la luz intensa rescata la ciudad de las tinieblas y Zuliet reposa inconsciente entre mis brazos. 

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