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El dador de amor



Un hediondo aroma dulzón le penetra la nariz. Suciedad que atrae moscas que resbalan por su cara hasta hacerle inquietantes cosquillas en los labios. Basta que saque la lengua para besar una, pero este íntimo contacto no dura suficiente cuando otro jalón de aire caliente brota de sus labios y nariz. Es el dolor un incendio húmedo que vomita desde su pecho. Y si alguien creyó que la muerte era helada, no sintió jamás su visita. Él sí. Y sabe que es tan ardiente como el mejor de los amantes.

No hay estrellas que iluminen su agonía, pero un brillo intermitente lo revela en la penumbra. Nace de su... donde estuvo su... del tórax, atrás del esternón. Para protegerse de esa molestia, se esconde adentro de sus párpados. Reza para que los colores se diluyan y la negrura de la noche lo absorba en sombras sin fin. No estima tiempo porque ha olvidado cómo contar. Se le borró también cómo ser porque tirado en el suelo no está seguro de las líneas y bordes que definen su corporeidad. Podría ser apenas un engrudo de carne y huesos que alguien masticó y escupió en el rincón mientras continuó andando. Podría ser.

Solo no tiene suerte de olvidar cómo es que acabó allí.

Hay dos oportunidades reales para amar. La primera, tras una traición donde el coraje es la verdadera energía motor del amor para estar con alguien luego de ser herido. Y la segunda, cuando se descubre amando y siendo amado, ya que la felicidad es una madre comprometida y carga en los brazos el miedo a perder lo preciado. Y de pronto se es cazador, receloso de que la escurridiza dicha amorosa se vaya. Cual gato que persigue la ligera sombra de una rama que se mece suave, la alcanza, presiona allí pensando que está seguro y cuando va a inspeccionar su victoria nota que estuvo aferrado al vacío. Un enorme y profundo agujero que, en lugar de parir oscuridad, ilumina sin dejar rincón olvidado para que en la vista sea más clara la nada.

Sin embargo, estas dos oportunidades de amar rara vez vienen juntas, simultáneas o correlativas. Pero cuando ocurre que sí, que se junta el amor traicionero y el amor inmenso, pocas posibilidades de sobrevivir son las que se cuentan. Tal vez ninguna. En tanto vagabundea enceguecido por el resplandor que le brota del pecho y entiende que esa herida absoluta lo ha despojado hasta del alma.

Y ya no hay identidad que lo reconozca como otra cosa que un moribundo. Y la muerte guarece en anonimato, a ella van los que callan sus voces y dejan de ser. ¿Para qué molestarse? Su nombre no existe. La última vez fue pronunciado con el tono idóneo para masacrarle los tímpanos mientras se le colaban el mevoy, el tedejo, el teolvido, el mevasaextrañar que piensa que merece oír durante sus ratos de consciencia amarga y despechada.

¿Así es morir? ¿A quién consultar? La única compañía que tiene bebe de la sangre que ha caído al suelo. Al menos, menea el rabo. Como si lo quisiera. Tal vez está tan solo como él. No tiene a nadie a quien esperar y en cambio se arrastra por las calles. Y oh, qué oportuno, un amo a quien festejar. Un amo que no lo golpea, que no le echa sobras, sino que le deja beber a gusto aquel salado jugo de su vida. Capaz muerda, pero es tan benevolente de esperar a que no lo sienta.

Los autos roncan y se alejan y se acercan y frenan y se van y se quedan. Hasta que el silencio es una interferencia, como de radio sin estación fija. Donde voces se pegotean y hacen un mazacote ruidoso que le duele en los dientes y los aprieta. Y gruñe, pero el coro a su lado es más experimentado así que le deja la tarea para que advierta a cualquiera que no se acerque, que mejor de la vuelta y le permita un gramo de dignidad.

No ocurre:

— ¿Jin hyung?

Sabe de quién es la voz, pero el conjunto de rostros familiares que su mente no puede clasificar lo encasilla como amigo. Amigo, quien sea, que sigue adelante aunque los ladridos reverberen en la callejuela y se rompan entre las grietas del paredón. Es un escándalo. El recién llegado toma la posta. Trae con él poca esperanza, aunque eso no le impide reunir los trozos que encuentra desperdigados en el suelo. Sin importarle si se le cortan las manos o si es una tarea inútil.

¿Cómo consentir tal desastre? Chasquea la lengua, al parecer, no se le da bien resolver lo que no puede cambiar, pero menos se le antoja dar por hecho que está todo perdido.

— ¿Por qué me siento tan... inmenso? —consulta al que le han devuelto su bautizo como Jinhyung.

Aquellas palabras, bien podrían ser inicio de una bonita conversación, pero basta que desvíe la mirada hacia el moribundo y se le revuelva el estómago. Manos a la obra. Renqueantes, se alejan los minutos hasta que termina. Estudia el resultado, nota las costillas intactas, excepto por una que ha debido quebrarse cuando explotó la bomba de latidos; los músculos desgarrados por el desprolijo corte y la sangre, tanta, que los pulmones al levantarse temblorosos barrían gotas por fuera del abierto pecho.

Se preguntó cómo es que su amigo no había muerto aun. Pensó que era poesía. La agonía y el sangriento riachuelo apenas barrido por la lengua de un perro famélico y sarnoso.

—Porque amaste demasiado —le explica, no estando seguro de que su amigo delirante sepa que está diciendo—. Amaste tanto que ahora que acabó todo el vacío es exagerado.

—¿Nunca se irá esta sensación?

—No lo sé —y la inexperiencia del desamor hizo al salvador el espectador más angustiado—, pero haré lo que sea por reparte.

—Todavía amo —y la cabeza del herido cayó a un lado, con un rastro salino de llanto en las mejillas y los labios agrietados de morder la angustia.

Siendo un infeliz con el corazón roto, logró que las piezas que el otro con tanto empeño trataba de recomponer vibren y emitan una pequeña lucecita. Un cosquilleo placentero recorrió las laceradas manos del auxiliador hasta que tuvo que recordar que estaba intentando rescatar a un amigo.

Y siguió su vana labor.

Fin.









Nota:

Si llegaste hasta acá, ¡hola!

No tengo mucho que decir sobre esto, más que estoy acá evadiéndome de mis responsabilidades porque pensar en cuán bloqueada estoy para terminar mi ensayo final me estresa. Así que, bien, vamo' con este relato raro.

pd. escuchen la canción del multimedia, si no la conocen. Es genial. Keane es la manifestación musical de Dios. Amén.

Sin más, ¡Gracias por leer!

:)

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