Olor embriagante
Lía permaneció en encierro otros tres meses, su paciencia se estaba perdiendo, ella creía que tendría todo el tiempo del mundo en ver a Leonardo y a su mamá, pero se la pasaban muy ocupados, al fin y al cabo, eran de los vampiros más cercanos del rey, Leonardo era su consejero principal y Beatriz era la hechicera en jefe, la bruja principal del reino.
—Por Dios... estoy tan fastidiada, desearía salir de aquí, visitar a la señora Ginebra y al
señor Alejandro, darles noticias de cómo están sus hijos... ¿Crees que me reconozcan? ¿Qué pensaran de mí cuando me vean?
—Hace muchas preguntas. —le dice Lilith mientras la acicala, durante muchos años, su loba la aseaba lamiéndole la cara.
—Lo siento, es que estoy aburrida, ya conté cuantos tabiques tiene esta torre y mi madre me prohibió salir porque dice que mi olor es penetrante, estoy segura que si Emir y Valeska les prohíben a los vampiros comerme me dejaran estar libre por el
castillo, me siento una prisionera.—expresó ella entre pucheros.
—Trate de no llamarlos por su nombre, recuerde que son de la realeza.
—¡La princesa también lo es! Pueden tutearse. —gritaron los gemelos al unisonó.
—Ustedes cállense y pónganse a lustrar los zapatos de la ama.
—Sí señora...
De pronto alguien llama a la puerta con elegancia y fuerza.
—¡Enseguida!
—Deje que esos inútiles abran la puerta. —exclamó Lilith mal humorada.
—No les digas así, la abriré yo misma.
Al abrir la puerta los ojos de Lía se iluminaron y se le hechó en brazos a Leonardo.
—¡Leonardo!
—Ay ¿Cuándo te volviste tan fuerte? Jaja vas a estrangularme.
—Es que te extrañaba mucho ¿Dónde está mamá?
—Justo acaba de salir.
—¿Salir? ¿A dónde?
—Había cosas que hacer en las provincias.
—Entiendo, ustedes son muy importantes para el reino.—dijo decaída.
—Pronto tú también lo serás. —le dijo Leonardo acariciándole la cabeza.
Beatriz salía en campañas junto a otros hechiceros a doblegar y masacrar a las criaturas que no querían servirle al rey de los vampiros, desde que Alejandro había dejado el trono, los seres sobrenaturales se habían quitado el yugo que tenían y se habían independizado para nunca más servir a un solo rey y crear ellos sus dominios y poder, pero esto era algo que los vampiros no iban a permitir y por órdenes de Valeska todos eran sometidos y juraban lealtad por las buenas o por las malas.
—¿Qué tienes en las manos? —le pregunto Lía con curiosidad.
—Es un regalo para ti. —Leonardo abrió la caja y dentro se encontraba un collar con una piedra roja.
—¿Y esto? Es muy bonito...
—Beatriz intentó hacer todo para ocultar tu olor, pero resultó que es muy fuerte. —le dijo Leonardo apenado.
—Lo siento... debo oler espantoso, a muerto tal vez, viví tantos años en el mundo espiritual que... —Leonardo la interrumpió y le dijo.
—No es eso, tu aroma es dulce, es demasiado apetitoso. —exclamó Leonardo avergonzado.
—¿De verdad? ¿Entonces me quedaré encerrada de por vida? —le preguntó Lía temerosa.
—No, jamás permitiría eso, este collar es un símbolo de inmunidad, cuando los vampiros vean esto, sabrán que eres intocable y que no pueden lastimarte, con esta joya podrás moverte con libertad en el castillo.
—Es un alivio...empezaba a delirar en esta torre, no es que me queje de mi habitación es solo que...
—Lo entiendo ¿Quieres dar un paseo conmigo? Te enseñare el lugar. —le dijo Leonardo con una cálida sonrisa.
—¡Sí! Me encantaría.
El aire frío y el clima agitado le daban la bienvenida a Lía, su cabello se ondeó con delicadeza mientras bajaba las escaleras con Leonardo, el cual la tomó en sus brazos y la bajó de ahí a una gran velocidad.
—¡Que rápido eres! —exclamó Lía emocionada.
—Sígueme, te llevaré a mi lugar preferido.
Leonardo la llevó a una antigua iglesia gótica, rodeada de rosas blancas y hadas que cuidaban con su magia las flores para que jamás se marchitaran.
—¿Qué es este lugar? Es hermoso y tenebroso a la vez, no sé cómo explicarlo.
—Aquí me casé con tu madre, un dieciséis de diciembre donde la nieve pintó todo de blanco.—le dijo Leonardo con una cálida sonrisa.
—¿Por eso las rosas?—le preguntó Lía fascinada.
—Sí, simulan la nieve del día más feliz de mi vida. —le dijo Leonardo sonriendo radiantemente.
—Ahora son esposos... —sonrió Lía conmovida, algún día tendré uno.
—¿Un qué?
—Un esposo, bueno y amable como tú o como el señor Alejandro, un hombre que me ame más que a nada en este mundo.—dijo Lía soñadora.
—Supongo que es normal que pienses eso, me cuesta creer que ya no eres una niña.—expresó Leonardo deprimido.
—Ya no lo soy, ahora tengo veinticinco años, sueño con tener una familia, en el momento indicado claro, ahora mi tiempo y mi energía deben ser para el príncipe y el rey.
—Si tu quisieras podrías tener toda la eternidad, todo el tiempo del mundo para cumplir ese sueño.
—¿Ser una vampira? no lo sé, nunca lo había pensado, la eternidad...no me gusta.
—¿No? —Leonardo se quedó sorprendido con su respuesta.
—Cuando estuve en el mundo de los muertos...sentí que la eternidad me alcanzaría, no sabes el terror que sentí con eso, mi infierno me abrasaba tan fuerte que pensé que jamás saldría de ahí.
—Tú... saliste por tu cuenta.
—Sí...
—Perdóname. —Leonardo la apretó contra su pecho y la abrazó con fuerza y añadió. —te veo tan alegre, tan radiante que se me olvida por todo lo que tuviste que pasar, si tan solo hubiera dicho algo, hecho algo talvez te hubiera visto crecer.—confesó Leonardo lleno de culpa.
—No, sin eso no sería quien soy ahora.
—De ahora en adelante voy a compensarte, haré lo que sea para que seas feliz, por favor piénsalo, dime si la eternidad podrá absolver tu sufrimiento y todo el tiempo perdido, sé que no tengo el derecho de amarte como si fueras mi hija, pero. — Lía lo
interrumpió mirándolo con ternura.
—Lo eres... para mi eres mi padre.—le dijo ella con dulzura y lo beso con ternura en la mano.
—No sabes cuánto añore tu regreso, mi querida Lía.
—Ahora estamos juntos, vivamos unidos como antes.
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