Memorias
Haber regresado a mi mundo me resultó más extraño de lo que pensé, su oxigeno casi me mata y su comida me indujo en un coma de tres días, la luz que hay en esta tierra me hacía sentir ciega, qué irónico fue haberme adaptado a la perfección en el
inframundo, recuerdo como si hubiera sido ayer el día que pisé ese siniestro plano, cuando mamá se fue, tenía tanto miedo que me temblaban los huesos, el olor era nauseabundo, sentía que estaba en el infierno, no...en realidad si estuve ahí, la soledad y el hambre casi me volvieron loca.
—¿Por qué está tan callada ama? —le preguntó Lilith con preocupación.
—No puedo dejar de pensar en todo por lo que tuvimos que pasar...creo que jamás voy a superarlo, pero es algo que jamás expresaré delante de mi madre, ella no puede con la culpa. —exclamó Lía con la mirada perdida.
—Yo siempre estuve en mi hogar, pero usted tubo que acoplarse a vivir entre los muertos, a sobrevivir y luchar día y noche para no ser comida por ellos.
—Sí... —le dijo Lía mientras se sumergía en sus pensamientos.
El olor a humano es realmente llamativo, es como si un trozo de carne humeante y sabrosa estuviera en medio de lobos hambrientos, animales salvajes y bestiales que buscan con desesperación despedazar a su presa, a mis diez años me sumergí a un estrés constante, mis descansos, mis horas de sueño eran mínimas, cuando no vomitaba por el cansancio me encontraba luchando con legiones demoniacas que
intentaban poseerme, llegué a luchar con seiscientos espectros que me atormentaban cada vez que intentaba dormir, ya olvidé todas las veces que estuve a punto de morir, lo único que me mantuvo con vida era la esperanza de volver a ver a mi mamá...a Leonardo...a mis príncipes... pero confieso que alguna vez quise morir, la vez que me encontraba frente a un millar de demonios, no sé si todo el inframundo se reunió para devorarme, era su droga, su diversión, su presa...solo tenía doce años cuando los derroté, no sé cómo pasó, solamente abrí mis ojos cuando mi cuerpo se encontraba bañado en plasma y así luché contra todo el plano espiritual hasta que cumplí veinte años, con esto no quiero decir que viví en paz los siguientes cinco años, fue un infierno, pero jamás me doblegaron, por primera vez en la historia, un humano les hizo temblar.
—¡Princesa! ¡Princesa! ¿Podemos salir a jugar? Prometemos que no mataremos a nadie. —le suplicaron sus demonios bélicos mientras ella los miraba fijamente.
—Adelante, hagan lo que quieran, en este reino también pueden ser libres. —les dijo Lía mientras veía a sus sirvientes salir por la ventana.
—Esos mocosos no tienen seriedad, parecen niños humanos, que vergüenzas.—externó Lilith con molestia.
—A mí me parecen adorables, son bellos y tiernos por fuera, pero son unos monstruos, serpientes que muerden sin provocación.
—Si usted lo dice, aunque a mi parecer no necesita de tantos familiares, conmigo le basta.
—Tú eres como mi madre, nadie podría sustituirte, así que no te preocupes por cuantos amigos pueda tener, tú eres la dueña mi corazón.—le dijo Lía mirándola con ternura.
Familiares... así se les dice a los sirvientes de las brujas, criaturas que esclavizamos para que nos obedezcan y nos hagan la vida más fácil, hasta donde sé, las brujas solo pueden tener un familiar, pero por alguna razón yo tengo más de uno, sin hacer un
pacto con ellos, sin amenazarlos con su vitalidad, simplemente me siguen y se vuelven parte de mí, después de mi entrenamiento tortuoso y de luchar contra mis enemigos, mi nombre cambió, dejé de ser una niña para convertirme en la gobernante del mundo espiritual, pero esto es algo que no presumo, pues la historia que se esconde detrás de este título es difícil de creer.
—Deberíamos salir también, le hará bien caminar y volver a rodearse del entorno que conocía de niña, ya no tiene porque sumirse en la oscuridad.—la animó Lilith mientras acercaba su cabeza para que la acariciara.
—Tienes razón, gracias por recordármelo, me cuesta creer que esto no sea un sueño.
Lía se encontraba en la torre más alta del castillo, las nubes rozaban su ventana, así que se paró en medio de ella y saltó, como si quisiera suicidarse, se tiró y mientras caía, susurró.
—Hordreck... —una luz rojiza alumbró los cielos y de la nada un gran dragón apareció sobrevolando los cielos y como si quisiera devorar a Lía, esta se montó en su lomo y voló sobre él mientras el viento frío le besaba la cara.
—¿Lía?... —el príncipe Emir la vio desde sus aposentos y se admiró de ver aun soberbió dragón de semejante tamaño obedeciéndole a una mujer.
—¿Y esa bestia de dónde salió? ¿Acaso lleva a la hija de la gran bruja? —le preguntó uno de sus sirvientes asombrado.
—Eso parece...
—Pero ¿Cómo es que una bestia como él se deja montar por una humana?—preguntaba incrédulo.
—No lo sé... quizás porque ella es especial.—exclamó el hermoso príncipe de cabellos dorados.
Ellos no eran los únicos que estaban con la boca abierta.
—¡Amo Leonardo! ¡un dragón está sobrevolando el castillo!—gritó un sirviente a voz en cuello mientras corría a ponerlo sobre aviso.
—¿Qué? —Leonardo dirigió su mirada al cielo y vio a la hermosa Lía que yacía montada sobre la colosal bestia acariciándola con afecto entrañable.
—¿Qué clase de bruja puede domar esos monstruos? —se preguntaban anonadados los guardianes de la torre.
—Mi hija, mi hija puede. —exclamó Leonardo con orgullo mientras Beatriz se quedaba sin palabras.
Lía extendía sus brazos acariciando las nubes, las lágrimas caían a mares de sus ojos, se sentía libre, una libertad que anhelaba con desesperación.
—Disfrute ama, jamás volverá a ser una prisionera.—le dijo Hordreck con voz profunda y grave.
—Me esforzaré por ser feliz, viviré cada día como si fuera el ultimo.—se prometió así misma la hermosa bruja.
Lía estaba de regreso, la niña que Leonardo y Beatriz recordaban había desaparecido y en su lugar quedaba una mujer con un pasado misterioso y un poder que sobrepasaba su imaginación.
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