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Inesperado

Aquel camino estaba rodeado de un paisaje grisáceo, tan nublado y frío que deprimiría a cualquiera, pero no a Selene, quien iba en esa carreta con el corazón deseoso de por fin ver los muros desde esa llanura, las proezas y hazañas que se contaban de los
cazadores eran increíbles y los humanos se sentían seguros con ellos, aunque no todos los amaban, se corría el rumor de que aquellos vengadores no eran nada más que antiguos demonios que solo buscaban el momento justo para someter de una manera más cruel a la humanidad, había lugares donde los corrían, pueblos donde los recibían con piedras a causa de los curas o sacerdotes que engañaban a los
pueblerinos con toda clase de patrañas para mantenerlos con miedo, pues mientras más temerosos he ignorantes eran, más manejables se volvían, así que las personas estaban divididas, unos los llamaban héroes y otros monstruos.

—El viaje será largo, les recomiendo que duerman todo lo que puedan y se relajen. —les dijo Mirten con una leve sonrisa.

—¿Relajarnos? Yo no dormiré sabiendo que en cualquier momento podemos ser emboscados por una criatura extraña ¿están seguros de que acabaron con todos los goblins? —les pregunta Lucia temerosa, mientras miraba a su alrededor.

—Aun si por un milagro alguno hubiera sobrevivido y quisiera lastimaste, este no quedaría con vida, no dejaría ni siquiera que te rosara el cabello. —le dijo Reinar con amabilidad para darle tranquilidad
y Lucia se sonrojo inevitablemente.

—Ah... sí, supongo que para los cazadores no hay rival. —exclamo Lucia avergonzada.

—No se preocupe señorita, estamos a salvo con ellos, además yo también voy a protegerla, aunque sea con piedras. —expreso Laila con una dulce sonrisa a lo que Reinar se enterneció con sus palabras.

—Créanme, somos cazadores competentes, nada malo les pasará, ninguna tendrá que defenderse. —añade Mirten con seguridad.

Lucia solo sonrió irónicamente y pensaba: ¿Qué puede hacer una sirvienta en desnutrición como ella por alguien como yo? Y la miró detenidamente, notó su piel blanca, las pecas que tenía salpicadas en la cara, su cuello desnudo y descubierto, pues su antigua patrona le había cortado su hermoso cabello largo, era muy delgada, pero al mismo tiempo era delicada y tierna, fue ahí donde Lucia vio que su sirvienta era bonita.

—¿Cómo es que sonríe tanto si la ha pasado tan mal? —se preguntaba Lucia mirándola de arriba abajo.

—Pues yo sí dormiré un rato, despiértenme si necesitan algo. —les dijo Selene agitada por el viaje.

—Descanse, faltan algunas horas para llegar.

Y así siguieron su camino, enfocados en llegar a su destino, por otro lado, una madre caminaba de aquí para haya con el corazón en la mano.

—Te vas a gastar esas zapatillas si sigues caminando en círculos. —le dice Alejandro a Ginebra quien no dejaba de morderse las uñas, nerviosa y preocupada pues no hallaba la hora de abrazar a su hijo.

—¿Es seguro que regresan hoy verdad? —le pregunta Ginebra estresada.

—Sí, llegará tarde o temprano, lo verás entrar por esa puerta con las cabezas de sus enemigos. —le dice Alejandro con una sonrisa burlona.

—¿Debería ir a esperarlo a la entrada principal?

—Si lo haces vas a avergonzarlo, tu hijo ya es un hombre, lo último que quiere es que su madre lo espere llorando en la entrada de los muros.

—Pero es que lo extraño mucho... —exclama Ginebra entre pucheros.

—Solo han pasado dos semanas.

—Eso es una eternidad para mí, nunca se había ido de casa.

Alejandro la abraza y le da un beso en la mejilla.

—Yo me iba hasta tres meses seguidos ¿también me extrañabas igual?

—Cuando te ibas de cazaría no hallaba la hora en la que entraras por la puerta, vivía ansiosa por verte cruzar el pantano. —susurró Ginebra recargada en su pecho.

—Ahora me voy por más tiempo.

—Lo sé... ahora no solo tendré que esperar a mi esposo, si no a mi hijo también.

—Es el peso que tienes que soportar.

—Ya lo sé...

Alejandro le decía esto porque incluso se ausentaba por seis meses enteros cazando algún ser sobrenatural, era el señor de los cazadores, hacia campañas para exterminar a los demonios, monstruos y criaturas que asechaban a los pueblos, y en muchas ocasiones él y sus compañeros llegaban mal heridos, algunos al borde de la muerte, pero gracias a los poderes curativos de Ginebra, todos salían sanados y podían volver a su trabajo, para Ginebra esto ya era común, pero cada vez que veía a Alejandro lleno de sangre se ponía muy nerviosa, temía que un día los sobrevivientes llegaran con el
cuerpo de su esposo envuelto en una sábana y ahora que su hijo era un aspirante a cazador su preocupación crecía al doble.

—Cuando veas a tu hijo entrar por la puerta alégrate con él, no hay mayor satisfacción que ver que los que amas confían en ti.

—Lo haré...Alejandro ¿has sabido algo de los vampiros? Rumores talvez, hace mucho que no recibo un mensaje de Beatriz, quisiera saber cómo están...mis hijos. —pregunta Ginebra con tristeza.

—EL último mensaje que recibí fue cuando Leonardo me confirmó que tu padre se había convertido en un vampiro y que los príncipes crecían en estatura, inteligencia y poder.

—Sí, pero eso fue hace dieciséis años... ¿No es nostálgico todo esto? Pareciera que ellos nunca existieron, como si los hubiéramos imaginado, como si nunca hubiese tenido a mis gemelos, a mi mejor amiga...a Leonardo

—Probablemente así deba ser, es mejor que los olvidemos y ellos a nosotros, los seres sobrenaturales y nosotros somos enemigos, ellos más que nadie tienen la mirada encima, no pueden darse el lujo de contactarnos.

Alejandro solo quería fortalecer a Ginebra, darle confianza, pero en lo profundo extrañaba a Leonardo, su amigo y confidente, en todos estos años no encontró a alguien que se le igualara y podía entender a Ginebra, pues, aunque Saha y SIfri la
querían mucho, jamás podrían suplantar el lugar que Beatriz tenía en su corazón, el lugar irremplazable de una hermana.

—Entiendo todo lo que dices, pero, aun así, quisiera verlos una vez más.

De pronto unos pasos apresurados llamaron la atención de Alejandro y Ginebra, era Sasha quien les traía buenas noticias.

—¿Qué son todos esos gritos de júbilo? —se preguntó Ginebra esperanzada.

—¡Amo! ¡Ginebra! ¡Reinar y Mirten están de regreso!

—¡Mi hijo! —Ginebra salió disparada de su mansión y Alejandro la seguía con tranquilidad pues no podía darse el lujo de correr emocionado, tenía una imagen que cuidar.

—¡Señor! —gritó Booky con urgencia.

—¿Qué pasa?

—Su hijo y Mirten no vienen solos, por eso no les hemos abierto las puertas.

—¿Cómo que no vienen solos? —Alejandro se apresuró, pues las reglas eran que no se abrirían las puertas si los cazadores venían acompañados de algún humano o intruso.

Así que Alejandro se paró en la parte más alta donde vigilaba un centinela y observó a tres mujeres, pero no reconoció a ninguna y frunció el ceño con molestia.

—No los dejen pasar. —ordenó con seriedad.

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