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Capitulo XLIX: ¿Estás enamorado de alguien más?

Acordaron que Karel entraría primero y que Lysandro aguardaría un rato antes de hacerlo para, de esa forma, evitar levantar la sospecha de que habían estado juntos.

Solo dio unos pocos pasos dentro del salón cuando lo abordó su madre. Lara Bricinia lucía hermosa, con el cabello dorado oscuro recogido en un moño suelto y su vestido de seda azul claro que caía con suavidad, acentuando su cuerpo bien cuidado. En su cabeza llevaba la corona igual que lara Arawen, la otra esposa de su padre y quien cuchicheaba al lado de Axel, su hijo.

—Karel, ¿de verdad creíste que tu padre permitiría que te casaras con la princesa Umbriela? Fue muy tonta la petición que hiciste. —Le dio una de las dos copas que sostenía en sus manos—. Aunque si Viggo, que lo conoce más, también se arriesgó... Escucha, tu padre jamás, jamás cederá el poder. En lugar de casarte con Umbriela deberías ocuparte de Jonella y forjar un vínculo fuerte con ella.

Karel miró un poco sorprendido a su madre. Había esperado que se quejara del anuncio de su padre de tomar otra esposa y nombrar heredero al hijo que tuviera con ella.

—¿No estás molesta por la decisión del rey de casarse y nombrar heredero al hijo que tenga con Umbriela?

Lara Bricinia tomó de la copa con delicadeza y sonrió al saludo de uno de los consejeros, luego le contestó a su hijo:

—Me esperaba que quisiera casarse con ella. Confieso que lo del hijo me tomó por sorpresa, aunque es bastante lógico, ¿no crees?

—Madre, tú... ¿Alguna vez amaste a mi padre?

Karel se crio lejos de sus padres, las temporadas que pasaba en Vergsvert mientras estudiaba, siempre estuvieron signadas por el protocolo y en muy pocas ocasiones los vio juntos y afectuosos el uno con el otro. Aun así, siempre consideró que su madre era feliz, que tenía el amor de su padre, que ella también lo amaba y por eso era la esposa favorita del rey.

Lara Bricinia volteó a verlo.

—¿Amar a tu padre? —Ella suspiró y lo miró entre confundida y asombrada, como si hubiese escuchado la cosa más absurda del mundo—. Nunca he amado a tu padre, hijo. Cuando me casé con él, fue porque mi familia esperaba que yo entrara en la corte de Vergsvert y ganara apoyo militar para Augsvert y la lucha contra los alferis, todavía no lo he conseguido y dudo que algún día lo logre. ¿Sabes lo que significa ser la esposa favorita de un hombre como tu padre, Karel? ¿Las veces que he tenido que sonreír y soportar que me trate como un florero? ¿Las que he tenido que abrir las piernas aunque no quisiera?

Karel abrió muy grande los ojos, escandalizado por las palabras de su madre. Lara Bricionia rio suavemente al verlo.

—¿Qué te ocurre? —Eso es lo que hacen los hombres de Vergsvert, no me dirás que no lo has notado. Cuando naciste me prometí que no serías así. Hice de todo para lograr convencer a tu padre de dejarte estudiar en Augsvert y lo conseguí —Ella le acarició la mejilla con ternura—. En ti tengo todas mis esperanzas. —Luego ella giró hacia la princesa Jonella, sentada sola a la mesa del banquete—. Es evidente que tampoco la amas, pero...

Karel resopló.

—Madre...

—¿Qué me dirás?, ¿que no me entrometa? No me decepciones, no seas como estos despreciables vergsverianos que creen que las mujeres solo estamos para abrir las piernas y parir.

—¡No! ¡Por Olhoinna, madre de todo y de todos, claro que no! Es solo que... la guerra no me ha permitido...

Cuando Karel observó la mirada de suspicacia que ella le dirigía, calló. Temió que pudiera ver a través de él y descubrir la verdad de sus sentimientos. Después de todo, decían que una madre siempre sabe. Rogó a los dioses porque la suya no fuera de esas.

—Me contó que todavía no consumas el matrimonio. —Las palabras de ella lo hicieron mirar hacia otro lado—. Jonella es muy hermosa, ¿qué sucede, estás enamorado de alguien más?

Karel casi escupe el vino que en ese momento llevaba a los labios. Giró la vista alrededor, como si de esa manera pudiera escapar del interrogatorio, y fue a fijarla en Lysandro, que en ese momento entraba al salón. Luego se volvió hacia su interlocutora.

—Y si así fuera, ¿sería eso tan malo, madre?

—Depende de ti, hijo. —Lara Bricinia bebió de su copa y suspiró antes de continuar—. El amor puede ser tanto bendición como maldición. Si te gusta alguien más, llévala a la cama. Si te gusta mucho y tiene la suficiente alcurnia tómala como esposa y si no, vuélvela tu concubina. Pero hay asuntos políticos urgentes que dependen de cómo lleves tu matrimonio con Jonella. Una guerra peor que la de Vesalia se avecina y es imprescindible que Augsvert esté de tu lado. Debes estar por encima del amor, Karel. El futuro que Surt ha tejido para ti es glorioso, lo sé.

Un futuro glorioso. Hacerse con la corona de Augsvert. Karel solo podía pensar en Lysandro y la decisión que había tomado en aquel manantial donde estuvieron perdidos. Ser el rey, rehacer las leyes, abolir la esclavitud, que nadie mas sufriera lo que había sufrido Lysandro.

Uno de los consejeros reales pasó cerca de ellos. Karel lo miró con disimulo y esperó a que se hubiera alejado para hablar.

—Arreglaré las cosas con Jonella. —Tal vez sí era menester sacrificarse—. Aunque luego de la decisión de mi padre de nombrar heredero al hijo que engendre con Umbriela, no tengo ninguna oportunidad de heredar el trono.

Lara Bricinia rio en voz baja antes de contestarle:

—Primero tu padre debe casarse, embarazar a la princesa y por último el bebé deberá nacer. Mientras todo eso ocurre, muchas cosas pueden pasar, Karel. ¿Piensas que Viggo esperará cruzado de brazos a que todo eso suceda?

—¡Es increíble! —contestó Karel con una sonrisa llena de sorpresa—. ¡Esperas que Viggo haga algo!

—Viggo lo hará. Con su decisión, tu padre ha puesto una espada en el cuello de Umbriela.

—Ha enviado a Viggo a Eldverg, junto a él, para poder vigilarlo. Le ha quitado el control del ejército, prácticamente lo ha atado de manos. Será difícil que mi hermano actúe.

—Si no es Viggo alguno de tus otros dos hermanos lo hará.

—O tú.—se atrevió a decir Karel. Lara Bricinia lo miró enigmática—. Me hubiera gustado salvar a Umbriela.

—En lugar de salvar a Umbriela, debes ocuparte de forjar tus alianzas y atender a tu esposa, hazle un hijo.

El príncipe resopló hastiado antes de beber de su copa, debía continuar el juego político en el que estaba implicado si realmente quería hacer de Vergsvert un mejor lugar.

—Vigila a mi hermano, te será fácil cuando se mude a Eldverg. Él planea algo con esa bruja vesalense, está detrás de la cabeza Jensen.

—¿De Jensen? —se extrañó lara Bricinia.

—No es descabellado que lo haga, Madre. A pesar de que padre le ha quitado el mando, Viggo tiene influencia en el primer regimiento del ejército y Jensen comanda el tercero. Si mi hermano quisiera marchar sobre Vergsvert y reclamar el trono por la fuerza, antes debe deshacerse de Jensen, ¿no crees?

—Si quisiera sublevarse.

—Tú lo piensas, él hará algo —le contestó Karel mirando, indiferente, en derredor.

Lara Bricinia rio en voz baja y se dio la vuelta, evitando darle la cara a un grupo de ministros que los miraban mientras hablaban.

—De un tiempo para acá, tu padre le teme a la influencia política y militar de Viggo, por eso lo apartó del ejército y lo envió a Eldverg. Estoy segura de que no lo encarcela para evitar enfrentarse a los partidarios de Viggo en la corte.

—A mí no me ve como una amenaza. —Karel no sabía muy bien cómo sentirse al respecto, si despreciado o afortunado.

—Y esa será nuestra ventaja. Vigilaré a Viggo y tú debes hacer tu parte. Disfruta un poco más y luego márchate a tus aposentos con tu esposa.

Karel se bebió el resto del vino de un solo trago mientras su madre se alejaba. Nunca debió aceptar casarse con Jonella. Lo hizo en un momento de vulnerabilidad, cuando tenía el corazón roto por creer que Lysandro había muerto. Ahora no podía escapar de sus responsabilidades, cada vez más asfixiantes.

Poco a poco el salón fue vaciándose. El primero en retirarse fue su padre seguido de sus esposas y concubinas. Jensen y Lysandro también se habían ido. La princesa Umbriela no estaba por ninguna parte, así que, asumió, había sido retirada en algún momento cuando él salió del salón para hablar con Lysandro. Jonella continuaba sentada sola a la mesa. Karel se armó de valor y se acercó a ella.

—Debes estar cansada, ¿quieres que nos marchemos ya?

Ella asintió y el príncipe la ayudó a levantarse.

Caminaron en silencio por los pasillos que daban a los aposentos. Cuando llevaban un gran trecho, Jonella habló mirando al suelo.

—Al llegar, los sirvientes me confundieron con una de las esposas de tu padre. Les aclaré la situación y les expliqué que era tu esposa y no la de él. Ellos me preguntaron si colocaban mi equipaje en tus dependencias, yo no sabía qué responderles, les dije que sí. Espero que no te moleste. Tampoco era mi intención venir hasta acá, pero tu madre insistió.

—¿Qué te dijo mi madre? —preguntó Karel al ver que ella se quedaba en silencio y apartaba el rostro ruborizado.

—Dijo que tú me extrañabas y que deseabas que estuviera a tu lado.

Karel se sintió muy mal por la situación incómoda. No quería despreciarla, Jonella no tenía la culpa de sus errores, ni del juego político en el que estaba implicado, así que cambió el tema.

—Espero que este tiempo encargándote de los asuntos de Illgarorg no hayan sido muy abrumadores.

Ella pareció recuperar el buen humor, levantó el rostro y sonrió.

—¡Oh, no! ¡Para nada! Todos me han tratado con mucho respeto, incluso Hallvar. Y tu ayudante Frey ha sido invaluable. Creo que he hecho un buen trabajo en las salinas, la producción ha continuado incrementándose. Muchas personas al saber que remunerábamos el trabajo han solicitado empleo.

Karel sonrió al escuchar la buena labor que ella llevaba a cabo. Se alegró sinceramente de que Hallvar hubiera dejado los prejuicios de lado.

—Me alegro mucho, Jonnella. Cuando regresemos continuaremos haciéndonos cargo, juntos, de los asuntos de Illgarorg.

Cuando entraron a la habitación, la muchacha lucía risueña, no había dejado de hablar sobre todos los planes que tenía para las salinas. Karel, en cambio, se tornaba cada vez más taciturno.

—Si deseas asearte, mandaré a prepararte un baño.

—Eso sería maravilloso —le contestó su esposa con una brillante sonrisa.

Karel llamó a una de las doncellas y esta acudió al poco tiempo con dos esclavos que traían baldes con agua tibia. El aseo se encontraba en una recámara aledaña, por lo que Karel se desentendió de ella, se desvistió y se metió en la cama. No estaba listo aún para hacerle frente, se acostó de medio lado y se durmió casi de inmediato.

De alguna forma, Lysandro llegó a su habitación. El cabello negro y brillante del escudero le hacía cosquillas mientras los labios se paseaban por su pecho. Las manos estaban tan cálidas que cada caricia encendía su piel.

El deseo se alzaba en Karel con fuerza. Apretó los ojos, invadido por el placer; las manos tersas de Lysandro acariciaban su miembro despierto. Se mordió el labio para no gemir.

Una fragancia a flores frescas llegó hasta él y en su boca sintió la del escudero que lo besaba de una manera que no era la habitual.

Karel abrió los ojos.

Sobre sí tenía el rostro de Jonella que se dedicaba a besarlo. Era el cabello dorado oscuro de ella, el que se derramaba sobre su cara y el que despedía el aroma floral, y sus manos las que lo habían despertado.

El príncipe la sujetó por los hombros y la apartó.

—¡¿Qué haces, Jonella?!

La muchacha parpadeó desconcertada, fue cuando Karel se dio cuenta de que estaba desnuda. Sin embargo, su perplejidad duró poco, volvió a arrimársele hasta que los senos erectos estuvieron sobre su pecho y sonrió tanto tímida como ruborizada.

—Tómame —le susurró al oído, el aliento cálido lo hizo estremecer—. Cierra los ojos y déjate llevar como hacía un instante. No lo pienses, esposo mío.

El cuerpo del príncipe estaba más que dispuesto, solo tendría que hacer como ella le decía, cerrar los ojos y continuar fingiendo que quien lo besaba era Lysandro.

—Yo sé que no me amas, pero puedo hacer que cambies de parecer.

Jonella descendió hasta su entrepierna, se introdujo el pene en la boca y comenzó a succionarlo. Karel apretó más los ojos, entregado a la sensación, hasta que la húmeda cavidad lo abandonó. Abrió los ojos para contemplar como se subía a horcajadas sobre él, dispuesta a empalarse.

Karel rodeó la delgada cintura con sus manos y la apartó con brusquedad a un lado de la cama. Se levantó de un solo golpe arrastrando las sábanas para cubrirse. Jonella lo veía impávida desde el lecho.

—¡Por todos los draugres del geirsgarg!, ¡¿qué te pasa, Jonella?!

Ella se sentó en la cama y lo miró entre avergonzada y dolida.

—Sé que no me amas, pero yo sí lo hago. No me importa si mientras estamos juntos piensas en otra.

—Lo siento, Jonella. No quiero que sea así, además no mereces eso.

—¡Es mejor que sea así a que nunca sea! —Una lágrima corrió por su mejilla—. Hace más de tres lunaciones que estamos casados.

—Yo... lo siento mucho.

—Sé que no me amas —le confesó con la mirada gacha, fija en las sábanas que estrujaba entre los dedos—. Ya antes lo sospechaba y hoy lo he confirmado, has mencionado un nombre antes de despertar.

A Karel la boca se le secó y el corazón empezó a latirle con fuerza. ¿Habrá sido tan estúpido de llamar a Lysandro en sueños?

—Amas a una tal Lisa, ¿no es cierto?

—Escucha, estoy cansado. —Karel se sentó en la orilla de la cama, intentando disimular lo nervioso que estaba—. Todo lo sucedido hoy con mi padre, la guerra reciente... Te prometo que pronto las cosas serán distintas, ¿sí?

Jonella volvió a bajar los ojos y suspiró.

—Cuando me casé contigo tampoco te amaba, Karel. Lo hice porque tu padre y mi madre me convencieron. Ambos dicen que serás el próximo rey. Está mal, pero empecé a ilusionarme al imaginarme como la reina de Vergsvert y a mis hijos como príncipes herederos.

—Jonella, mi padre acaba de nombrar heredero a otro.

—Lo sé —dijo ella y subió el rostro por el que corrían varias lágrimas—. Antes era solo ambición, pero tú... tú confiaste en mí. En este horrible reino de hombres donde me he sentido extraña desde que llegué, me dejaste al frente de Illgarorg. Siempre eres tan dulce y gentil. Lo siento mucho... Yo me...

Jonella se detuvo y se cubrió el rostro con las manos. Había empezado a llorar con más fuerza. Karel no sabía qué hacer. Él la quería, la conocía desde Augsvert y la consideraba una buena amiga, odiaba hacerla sufrir. Se acercó a ella y la rodeó con los brazos para consolarla.

—Perdóname, ¿sí?. No quisiera que estuvieras atada a un matrimonio desdichado, mereces ser feliz. Si lo deseas podemos deshacer esta unión.

—¡No me hagas eso, por favor! ¿Qué clase de mujer sería si regresara a Augsvert luego de ser repudiada por ti? Creo que puedes llegar a quererme. Hace un instante estuvimos a punto de hacerlo, algo debes sentir por mí. —Jonella agachó el rostro ruborizado, se agarró las manos y empezó a retorcérselas, llena de ansiedad—. Si quieres... puedes invitar a esa Lisa. Podemos hacerlo los tres.

—¡¿Qué?! —Karel estaba escandalizado.

—¡No es malo! —se apuró a decir la princesa—. Conozco algunos nobles que lo hacen así, con varias personas al mismo tiempo. Tal vez de esa forma te estimulas más.

—¡Dioses! —Karel se pasó la mano por el rostro—. Pero ¿qué estás diciendo?

—Tu madre, tu madre dice que es necesario que tengamos un bebé. Eso afianzará la alianza con Augsvert y cuando seas rey, mi hijo será el heredero.

—¿Eso te dijo mi madre? Jonella, mi padre ya ha nombrado su heredero.

—Tu padre ni siquiera se ha casado. Si decides marchar y tomar el trono, Augsvert te apoyará. Mi padre tiene mucha influencia en el Heimr, te daremos soldados.

Y él solo tenía que acostarse con ella y un ejército de sorceres le sería dado.

—¿Es tan horrible estar conmigo? —preguntó la princesa con voz entrecortada—. ¿Tanto te desagrado?

Karel miró hacia el techo y exhaló con fuerza, no hallaba la manera de escapar de la horrible situación, de no herirla y continuar siendo fiel a sí mismo. Se le acercó y tomó entre las suyas las pequeñas manos de su esposa.

—Eres preciosa y dulce y muy inteligente. No podría tener una mejor esposa que tú, Jonella, pero...

—¡Ya sé que no me amas y no me importa! —lo interrumpió ella, levantando la voz, impaciente.

—¡No yaceré contigo! —le gritó él, perdiendo su usual temple—. ¡Se trata de mí, no tiene nada que ver contigo! Por favor, entiende.

La joven bajó la cabeza, estupefacta, y apretó con sus delicados dedos las sábanas de hilo. Después de un rato en silencio volvió a hablar.

—Está bien. Entiendo, estás muy tenso, todos los anuncios de tu padre... Yo he sido muy desconsiderada. Me disculpo.

El príncipe la miró de soslayo, ella continuaba llorando en silencio. Para Jonella debía ser todo muy difícil y al verla se daba cuenta de que se culpaba a sí misma por la situación. Extendió sus brazos y la rodeó acercándola a su pecho, le besó el pelo y luego volvió a explicarle:

—No te reproches, ¿sí? Nada de esto es tu culpa. Quiero que sigas a mi lado como mi compañera y mi amiga, eres un gran apoyo para mí.

Ella se aferró a su cuello y asintió. Cuando se separó de él sus ojos eran tristes, pero no volvió a insistir.

—Es mejor que descansemos, mañana será un largo día.

Jonella se puso el camisón blanco y se metió bajo las sábanas, Karel asintió y la secundó. Boca arriba, el príncipe se dedicó a detallar el techo mientras se preguntaba cuanto más podría evitar que la situación con su esposa se tornara más complicada.

Despertaron pasado el medio día. Jonella no mencionó lo sucedido la noche anterior y Karel lo agradeció en el fondo de su corazón. Desayunaron en la habitación mientras charlaban de los asuntos de Illgarorg e intercambiaban opiniones sobre la situación política del reino.

Antes del anochecer ya se habían vestido de gala para asistir al matrimonio del rey Daven y la princesa Umbriela.

Vesalia tenía costumbres religiosas diferentes a las vergsverianas. Mientras en Vergsvert seguían los mandatos de la sagrada ciudad de Oria que hacía cientos de años recibió la visita de los enviados de los dioses, en Vesalia no creían en esos dioses, mucho menos en sus enviados. Para los vesalenses el mundo estaba regido por espíritus, algunos de los cuales, dependiendo de su poder, podían ser llamados dioses, pero no tenían una identidad específica, simplemente eran seres superiores. Eran ellos la fuente del poder de los brujos y los que les proporcionaban sus visiones.

En Vergsvert los casamientos se llevaban a cabo frente a sacerdotes consagrados a la diosa Olhoinna, madre de todo y de todos. En Vesalia la ceremonia matrimonial era una fiesta en donde los miembros de la pareja hacían votos uno frente al otro y delante a la familia o a la comunidad a la cual pertenecían los novios.

Cuando Karel fue informado que el matrimonio de su padre y la princesa se llevaría a cabo al aire libre en el extenso jardín interior del castillo, en lugar de realizarlo en el salón del trono, como correspondería según la tradición vergsveriana, comprendió que su padre deseaba ganarse el favor de los nobles vesalenses respetando sus tradiciones.

Llegó acompañado de Jonella al jardín decorado con farolillos de colores y antorchas dispuestas sobre altas varas de madera. Allí ya se hallaban reunidos los cortesanos que habían venido desde Vergsvert y los pocos nobles vesalenses que sobrevivieron gracias a que juraron lealtad absoluta al nuevo rey.

A pesar de honrar la tradición vesalense y celebrar la unión al aire libre, también se encontraban dos sacerdotes de Oria, vestidos con sus túnicas inmaculadas y luciendo las largas barbas. Al lado de ellos se encontraba una mujer ataviada al estilo de Ravna y Karel dedujo que se trataba de una bruja y que sería ella quien presidiría la ceremonia al estilo de Vesalia.

Su madre y el resto de las esposas del rey se hallaban en una de las filas de adelante, vestidas de manera magnífica y luciendo joyería espléndida, del otro lado se encontraban sus hermanos, igualmente vestidos con sus mejores galas: capas y chaquetas con broches de oro. Luego estaban los concejeros, ministros y altos mandos del ejército. Karel, con disimulo, recorrió a todos los presentes hasta que encontró a quien buscaba.

Al final de todos los reunidos, vestido con el uniforme de cuero del ejército y con su espada al cinto, estaba Lysandro. Llevaba el cabello recogido en una trenza alta en la mitad de la cabeza y cuando sus ojos se encontraron, el escudero sostuvo su mirada un fugaz instante para luego apartarla.

Lysandro jamás le había dicho qué sentía por él. Karel asumía que por lo menos le gustaba, aunque la duda de que le correspondiera solo por agradecimiento lo atormentaba a menudo. La noche anterior, cuando hablaron en ese mismo jardín, Karel le preguntó si sentía celos de Jonella y él lo negó. Mentiría si dijera que no se decepcionó y que la posibilidad de que Lysandro realmente no sintiera lo mismo que él, se le hizo más real.

El estandarte al frente lucía el emblema de Vergsvert: espadas y estrellas sobre rojo bermellón, a su lado ondeaba, mecido por el viento otoñal, el de Vesalia: un gran árbol de nareg tejido en oro sobre fondo verde. El estandarte y la bruja eran lo único alusivo a Vesalia, el resto de la decoración era roja, a la usanza del país conquistador.

Las trompetas sonaron, los sacerdotes de Oria iniciaron sus himnos y entonces, desde el interior del castillo, emergieron las figuras del rey Daven y la princesa Umbriela. Ambos vestían pesados atuendos confeccionados en rojo y dorado. El rey portaba una corona de oro sin más adornos que el brillante metal precioso del que estaba hecha. La cabeza de la princesa la engalanaba una primorosa diadema repleta de joyas relucientes, engarzadas también en oro; esta sujetaba un velo de gasa roja que ocultaba su cara.

Avanzaron por en medio de las dos filas en las que estaban divididos los asistentes, mientras un paje declamaba en voz alta los títulos de los novios. A Karel le fue inevitable notar el paso tambaleante de la joven, zizagueaba. Apretó la mandíbula cuando vio la fina cadena que su padre apretaba y cuyo otro extremo estaba enganchado en un brazalete en la muñeca derecha de ella. Cuando pasó por su lado, el cuarto príncipe pudo detallarla mejor: debajo del velo sus grandes ojos oscuros estaban entornados, casi cerrados. El hechicero no tuvo ninguna duda, ella estaba drogada.

—Daven, primero de la dinastía Rossemberg —comenzó la presentación uno de los sacerdotes de túnica blanca—, El Conquistador, el grande y benevolente rey que a su muerte se convertirá en un dios.

—Umbriela, de la casa Sargres. —La voz de la bruja que hacía los honores por Vesalia se esparció a lo ancho del jardín—, Alteza Real, heredera del trono de Vesalia, portadora de la luz espiritual que nunca se apagará.

Los novios se detuvieron frente a los oficiantes de los ritos. Primero se dijeron los votos al estilo de Vergsvert y luego de Vesalia. En ningún momento la princesa habló, se comportó de manera intachable, en ella no era posible reconocer a la furiosa mujer de la noche anterior. Cuando la ceremonia terminó, los recién casados avanzaron hacia las sillas doradas con sus manos entrelazadas por un primoroso cordón de seda de araña roja ribeteado de oro, mientras los presentes los aclamaban al grito de lifa reik.

—Se han casado —le dijo Karel en voz baja a Jonella—. No pasará mucho tiempo antes de que mi padre anuncie el embarazo de su nueva esposa. Pobre Umbriela.

Jonella giró y lo miró de frente.

—¿Simpatizas con ella?

—¿Tú no? —A Karel le pareció fuera de lugar la pregunta. La princesa estaba allí en contra de su voluntad, drogada y encadenada.

Jonella no respondió, continuó mirando al frente, donde los sacerdotes llevaban a cabo la libación, pidiendo a Olhoinna, madre de todo y de todos, la rápida llegada del futuro heredero de lo que ahora se llamaba la Gran Vergsvert.

Cuando terminó la ceremonia, cada uno de los nobles, tanto vesalenses como vergsverianos, se arrodillaron frente a la pareja, entregaron sus obsequios y renovaron sus votos de obediencia.

La celebración continuó por un cuarto de vela de Ormondú más. Se sentaron a la mesa, comieron y bebieron bajo la complaciente mirada de los recién casados que permanecieron en sus asientos dorados. Karel no quería estar allí. Cada vez le era más difícil tolerar los comentarios de los consejeros y ministros de su padre. Se le hacía odioso ver a la pobre Umbriela medio dormida en esa silla, con la cadena en su muñeca y que se extendía hasta la mano de su padre. Se estaba sofocando a pesar de encontrarse al aire libre.

—Discúlpame, Jonella, necesito caminar un rato —le dijo a su esposa y se levantó de la mesa.

Tenía la esperanza de poder ver a Lysandro, pero por más que anduvo por todos los recovecos del jardín no vio ni al escudero ni al general. Decepcionado, regresó a la mesa de banquete y le anunció a su esposa que se retiraba a sus aposentos. Ella asintió con una sonrisa, estaba sentada al lado de lara Bricinia y le notificó que se quedaría un poco más charlando con la sorcerina. Karel dio un breve suspiro, sabía que nada bueno saldría de la conversación de las dos mujeres.

¡Y se casó el rey!

Hola a todos ¿Qué les pareció el capítulo? ¿Karel podrá seguir escapando de su esposa?

¿Serpa verdad que Viggo piensa sublevarse?

El capítulo va dedicado a AkanelLinares muchas gracias! Nos leemos el otro viernes.

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