Capítulo LIX: "¡Vergsvert paga la afrenta!"
Lysandro vivía asediado por el remordimiento de la pena que le causaba a Jonella. Al escuchar las quejas de ella y ver su desmejorado aspecto por causa del embarazo, sintió compasión. Recordó a su madre y lo aficionada que era a las pociones y lo que según ella era la magia. Fue muy estúpido creer que una sorcerina como Jonella podría encontrar utilidad en las tontas aficiones rudimentarias de su madre.
El escudero no volvió a hablar y se limitó a caminar detrás de los príncipes a una distancia que no incomodara a la hechicera.
Cuando entraron en el gran salón, Lysandro sintió algo de vértigo debido a la gran cantidad de personas que allí se encontraban reunidas. Para su desgracia, varios rostros de aquellos cortesanos le resultaron conocidos como antiguos clientes suyos en el Dragón de fuego. El escudero bajó la mirada, no quería hacer contacto visual con nadie que pudiera reconocerlo. Cada vez más le parecía un peligroso desacierto su presencia en el castillo.
El rey y la princesa de Vesalia hicieron acto de presencia, en ese momento el silencio se adueñó del recinto. Una vez los mandatarios subieron al trono, los sirvientes comenzaron a repartir copas y rellenarlas de vino para dar inicio al brindis. El general Jensen le dio su propia copa a Karel y este se acercó al trono cuando fue convocado por su padre, al igual que el resto de sus hermanos y hermanas.
El rey levantó la copa, dijo un pequeño discurso y bebió. Lysandro observaba atentamente al grupo cuando Viggo miró por encima de su hombro y fijó los ojos fugazmente en él y luego los detuvo en Jensen. El escudero miraba al príncipe cuando el ruido metálico de las copas cayendo al suelo inundó el salón, igual a una extraña y disonante sinfonía. Y a ese ruido se sumó el de los gritos y los cuerpos que caían pesadamente, mientras se retorcían de dolor, con las bocas chorreando espuma rosada y las manos aferrando con desespero el cuello.
Una de esas personas que convulsionaba sofocada era Karel.
En ese momento el horror más absoluto se apoderó de Lysandro y lo dejó inmóvil en su lugar. Sintió como la sangre en sus venas se volvía hielo al contemplar al príncipe aferrándose el cuello, mientras sus ojos verdes enrojecían y giraban de un lado a otro, clamando ayuda. Karel, desesperado, abría la boca para tomar aire.
La princesa Jonella, que estaba al lado de Lysandro, corrió hacia su esposo y a ella la siguió él. Ambos se arrodillaron al lado de Karel, prestando atención solo a él en medio de un salón donde cundía el caos, el horror y la muerte.
Alguien gritó: «Su Majestad ha sido envenenado» y más allá: «mi hijo», «mi esposa», «el príncipe». Pero a Lysandro no le interesaba ninguno de ellos. Desató los botones de la chaqueta negra, deshizo la lazada de su camisa para ver si así aliviaba su sufrimiento.
Jonella comenzó a murmurar palabras en otro idioma y, de inmediato, una luz violeta envolvió a Karel. La sorcerina colocó las manos en el pecho del príncipe, en tanto derramaba sobre él su energía mágica.
—¡Jonella! —gritó lara Bricinia—, ¡no permitas que muera, yo atenderé al rey!
Jonella asintió, temblando.
—Princesa —se atrevió a decir Lysandro con voz trémula, arrodillado frente a Karel, al otro lado de ella—, decidme cómo puedo ayudaros.
Jonella lo miró con los ojos llenos de angustia.
—¡Solo un milagro podrá ayudarlo! Trataré de retardar el efecto del veneno cuanto pueda.
Las palabras de la princesa tenían un significado aciago. ¿Acaso su magia no podía hacer nada? ¿Karel iba a morir sin remedio? ¡No podía ser cierto!
Lysandro y miró a su alrededor. Viggo parecía atónito, de pie, en medio del caos. También Arlan, que arrojó lejos de sí la copa antes de beber de ella. Jensen había desenvainado la espada y daba órdenes a los guardias de custodiar las puertas y las murallas del castillo, nadie debía salir o entrar esa noche.
—¡Llamad a los sanadores! —gritó alguien.
Hombres y mujeres agonizaban entre estertores y espuma rosada, tendidos en el brillante suelo del salón. ¡Era una pesadilla!
—¡El vino, han envenenado el vino!
De inmediato, los esclavos, aterrados, soltaron jarras, copas y bandejas. La comida se esparció y el vino derramado formó pozos rojizos en el suelo resplandeciente. Algunos de los sirvientes intentaron correr, pero fueron detenidos por los soldados. Lysandro podía ver el miedo plasmado en sus rostros, ellos serían los primeros a quienes torturarían para encontrarle una explicación a aquella masacre.
El joven escudero se levantó, con las rodillas temblando, deambuló por el salón.
—Muchacho —Jensen se acercó a él—, proteged al príncipe. No dejéis que nadie se aproxime a Su Alteza, querrán rematarlo.
Lysandro asintió horrorizado. Se sentía extraño, como si aquella tragedia no fuera real. Caminó de vuelta hasta pararse junto a Jonella, que continuaba de rodillas al lado de Karel. Las lágrimas corrían por el rostro de la princesa mientras ella no paraba de murmurar, tratando desesperadamente de que su magia hiciera el milagro.
De pronto, se escuchó un agudo grito. En el medio del salón, la princesa Umbriela sostenía en sus manos una daga cubierta de sangre. A sus pies, Ravna trataba de parar la hemorragia que brotaba de su cuello abierto. La princesa sonrió de forma escalofriante.
—¡Los espíritus me han escuchado! ¡Vergsvert paga la afrenta!
Antes de que ningún soldado pudiera llegar a ella, la mujer deslizó el filo por su cuello y cayó al lado de su hermana.
Lysandro buscó a Viggo con la mirada y no lo halló en el salón. Un instante después, las puertas se abrieron y el primer príncipe entró con los sanadores. Cuando contempló a la mujer que lo había acompañado fielmente durante tanto tiempo, el príncipe corrió hasta ella y se arrodilló junto a su cadáver exangüe, llorando como no lo había hecho ni por su padre, ni por ninguno de sus hermanos o hermanas que agonizaban.
Lysandro dejó de contemplar la tragedia ajena y volvió a concentrarse en Karel. La palidez de la muerte se extendía por su rostro inconsciente.
—Princesa, él está... está.
—No, no lo digáis. Todavía puedo sentir su savje aunque muy débil.
Un sanador se acercó a ellos y destapó un frasco.
—¿Qué es? —preguntó la princesa con un hilo de voz.
—Runa kinis —contestó el sanador—. Hasta que no analicemos el veneno no podremos dar un antídoto efectivo.
La princesa asintió y permitió que el sanador le diera de beber la pócima. Lysandro no tenía idea de qué era runa kinis, pero confiaba en Jonella y si ella había accedido, él no se negaría.
Después de un rato cesaron los gritos, los estertores y los jadeos agonizantes, solo quedó el llanto silencioso y la estupefacción de los que no habían sido envenenados. Los sanadores, con ayuda de los soldados, trasladaron a los sobrevivientes a otro salón acondicionado como sanatorio, mientras en ese quedarían los cuerpos de los fallecidos cubiertos por sábanas y tapices.
Karel fue trasladado a sus aposentos y Jonella lo acompañó en todo momento.
Lysandro miró en derredor. Algunos sanadores recogían botellas de vino, copas y canapés, seguramente para dilucidar el veneno usado y poder crear el antídoto. Uno de ellos tomó un objeto que llamó su atención: una pluma negra.
—Por favor, permitidme —le pidió, agarrando la pluma de manos del sanador.
El joven recordó aquellas que había visto en el III Regimiento luego del atentado a Viggo. Eran iguales, plumas de cuervo.
—¿Dónde la habéis encontrado?
—Están por todas partes —contestó el sanador y se alejó sin más explicación para continuar su faena.
Lysandro caminó por el salón. Cada tanto hallaba una pluma, a veces cerca de las bandejas caídas en el suelo, como si hubiesen estado acompañando la decoración de los canapés. Otras las encontró en la mesa del banquete, disimuladas entre la mantelería. O detrás de los jarrones, incluso en la plataforma del trono, debajo de la silla del rey.
¿Qué significaban las plumas? ¿Quería decir que La Sombra del cuervo era la culpable de la matanza? ¿Jensen se había atrevido a tanto?
El general no pensó en Karel, no le importaba Karel. No honró su palabra porque su objetivo siempre fue erradicar a todos los Rossemberg. ¡Quería tomar el trono él! ¡Era eso!
El muchacho se sentó en una de las sillas. Agobiado, tomó la cabeza entre sus manos, varias lágrimas rodaron por su rostro. Él nunca confiaba en nadie y, sin embargo, confió en Jensen. Y cuando, al leer la carta, dudó, Karel lo convenció de seguir creyendo.
Karel.
Esta vez él había sido la víctima, y todo por su buena voluntad.
En medio de sus divagaciones, no notó los pasos que se acercaron.
—Veo que encontraste las plumas, están por todas partes. ¡Debí verlas, debí imaginar que algo como esto podría pasar!
Lysandro subió el rostro. Ante él estaba Viggo.
El príncipe se veía cansado y demacrado; los ojos enrojecidos e hinchados eran la prueba de lo mucho que había perdido esa noche.
—La Sombra del cuervo envenenó el vino —afirmó el joven escudero.
Viggo se sentó a su lado.
—Los sanadores dicen que el veneno no estaba en el vino, estaba en las copas.
Lysandro recordó como Jensen le había insistido a Karel en que tomara su copa. Forzó su mente a volver atrás, no estaba seguro si el general bebió o no durante el brindis.
—Mi hermano Axel ha muerto, mi padre no tardará en seguir sus pasos y mi hermano menor, tu señor, también morirá. —Cuando el príncipe dijo aquello, Lysandro sintió que en el pecho se le formaba un hoyo inmenso, las lágrimas cayeron de sus ojos sin ningún esfuerzo—. El veneno no tiene antídoto, me lo acaban de informar los sanadores.
—No es... No es posible. La princesa Jonella, su magia es poderosa, ella lo salvará.
—La magia no es infalible, no puede detener la muerte, ni revivir a los fallecidos, al menos no la magia de los sorceres.
Lysandro jadeó. Se sentía inmerso en una hórrida pesadilla, era algo irreal de lo cual le urgía despertar.
—Vos seréis el rey cuando vuestro padre y vuestro hermano hayan muerto. ¿Sois el culpable, Alteza? —lo interpeló llorando, angustiado—. ¿Planificasteis toda esta desgracia?
Era una pregunta bastante infantil. Si Viggo realmente tuviera la culpa no se lo diría, pero Lysandro no buscaba una confesión, él necesitaba consuelo. Y el rostro desolado del primer príncipe, que parecía envuelto en el mismo dolor que él sufría, se lo daba. Viggo entendía y padecía la misma angustia que él, la de la pérdida de la persona amada.
El príncipe esbozó una triste sonrisa antes de contestar.
—Esta noche me he quedado sin nada. Casi deseo con vehemente impaciencia que La Sombra del cuervo venga por mí y acabe con mi sufrir.
Lysandro cerró los ojos.
La Sombra del cuervo.
Jensen.
Si él lo hubiese entregado, toda esa tragedia no estaría sucediendo.
—Alteza, aún creéis que Jensen es el culpable.
Viggo levantó el rostro y lo miró de frente.
—En todo este tiempo no he hecho otra cosa, sino reflexionar sobre el pasado y el presente y no encuentro más sospechosos que él.
Lysandro apretó la mandíbula. Pensó en Karel ahogándose de dolor. Jensen era el culpable. Se escudaba en un supuesto deseo de querer vengar la memoria de su padre, pero era mentira. Como todos, el general lo único que deseaba era el poder y su ambición no medía consecuencias, Jensen no perdonaría a Karel en su afán de llegar al trono.
—Alteza...
—Estoy cansado, Lysandro. —el príncipe se levantó, todavía cabizbajo—. Muy cansado. Hoy se han hecho grandes sacrificios y yo me he quedado sin la parte más importante de mi alma.
El príncipe salió del salón y mientras caminaba, Lysandro tuvo la impresión de que un enorme peso doblaba sus espaldas.
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