Capítulo LI: "No eres rival para mí"
La caravana partió al amanecer del día siguiente rumbo a Vergsvert. Iban custodiados por un pequeño destacamento del ejército, pues la mayoría de los hombres se mantendrían en Vesalia asegurando la conquista bajo el mando de Bergi Erikson, el primer consejero y mano derecha del rey.
El mandatario, las mujeres, los funcionarios gubernamentales y el resto de los cortesanos viajaban en carruajes en el centro de la caravana; atrás iban los sirvientes y los carros con las provisiones. Lysandro, Karel, el resto de los príncipes y los generales cabalgaban.
Había tensión entre los generales y coroneles, podía sentirse en el ambiente como si cada uno de ellos esperara que en cualquier momento ocurriera un ataque a traición por parte de Viggo. Sin embargo, el viaje se sucedía sin ningún contratiempo. Llegado el atardecer, los soldados montaron las tiendas y descansaron para retomar nuevamente la ruta por la mañana.
Como su guardia personal, el deber de Lysandro era custodiar la tienda del cuarto príncipe y su esposa. Así que se encontraba de pie a las afueras de esta, vestido con la armadura ligera hecha de cuero curtido con algunas partes de acero como el peto, hombreras y pierneras.
Una veintena de tiendas más se alzaban a su alrededor, todas en silencio, alumbradas por las llamas parpadeantes de las antorchas. De vez en cuando el ulular de los búhos y el aullido lejano de algún lobo rompía el silencio. Sobre ellos se extendía el manto oscuro del cielo salpicado de profusas estrellas. La mente de Lysandro no dejaba de imaginar escenas de lo que sucedía detrás de las paredes de tela.
Casi podía escuchar los gemidos de Jonella y los suspiros placenteros de Karel. Pero sabía que aquello solo estaba en su mente, dentro de la tienda no se escuchaba sonido alguno, ambos debían dormir.
—Debes estar cansado —escuchó de pronto a sus espaldas—. Ve a dormir, no es necesario que montes guardia frente a mi tienda toda la noche.
Lysandro no se giró para contestarle al príncipe.
—Si me voy a dormir, nadie cuidará de vosotros, Alteza.
—No va a suceder nada, estoy seguro de que Viggo no atacará mientras viajamos, eso si es que en realidad planea hacer algo. Ve y descansa.
Lysandro dejó la rígida postura y se giró. El príncipe llevaba el cabello castaño suelto cayéndole sobre los hombros, camisa de lino blanca abierta en el pecho moreno, pantalones oscuros y ningún calzado, era evidente que acababa de salir de la cama. Se preguntó si Jonella lo esperaba deseosa adentro. Parpadeó un par de veces para apartar el pensamiento, no podía continuar imaginando cosas.
—Como ordenéis, Alteza. —Lysandro hizo una reverencia.
Antes de que se marchara, Karel lo llamó:
—Espera. —El hechicero acortó la distancia y deslizó la punta de los dedos por su mejilla—. Duerme bien.
Lysandro se estremeció, y asintió conteniendo las ganas de besarlo, se dio la vuelta y se alejó de la tienda.
¿Cómo se suponía que iba a sobrevivir a partir de ese momento viendo todos los días a Karel? ¿Deseándolo e imaginándolo con Jonella? Si no hacía algo perdería la cordura.
En lugar de ir a la tienda de los soldados, decidió caminar fuera del perímetro del campamento, necesitaba serenarse.
El bosque afuera no era muy espeso, aunque ante la ausencia de la luna, la oscuridad era casi total. Anduvo varios pasos, sumergido en sus pensamientos; sin darse cuenta, se alejó bastante de los linderos.
—Parece que es nuestro destino encontrarnos en estas circunstancias, de noche y a las afueras de los campamentos.
Dio un respingo cuando escuchó la voz burlona de Fingbogi, casi se había olvidado por completo del hombre. Antes de que pudiera decirle algo más, Lysandro se dio la vuelta para regresar.
—¿Tienes miedo? Después de todo, tu salvador no está por aquí.
—No tengo miedo de ti, ya no.
—Por supuesto que no. Ahora que has dejado a Jensen para convertirte en la puta del hechicero, es muy lógico que te sientas seguro. —Fingbogi avanzó hasta quedar a un palmo de él—, pero deberías temer. Un día te dije que si no eras buen chico revelaría todo tu pasado, ¿lo recuerdas? ¿Qué pasaría si se enteraran de que el guardia personal del cuarto príncipe no es más que un vulgar hoors, un esclavo fugitivo?
Lysandro parpadeó, pero no se amilanó ante él. Tenía que sobreponerse a sus miedos. El rostro de Karel mirándolo con amor estaba en su mente, grabado a fuego.
—Si algo como eso ocurriera no dudaría en revelar los nombres de cada uno de mis clientes, ya no tendría una reputación que cuidar.
Fingbogi rio divertido.
—¿Tu reputación? ¿Y quién ha hablado de tu reputación? Tú no eres más que basura. Pero un príncipe que toma bajo su ala protectora a un atractivo soldado con un pasado como hoors... Ya puedo imaginar los rumores que correrán por todo Vergsvert, ¿tú no?
Lysandro se enfureció.
Podía tolerar que se burlara de él y que lo amenazara; ya antes había probado que no podía hacerle frente, pero que amenazara a Karel, el escudero sintió germinar una rabia ciega. Desenvainó la espada y arremetió contra el coronel. Fingbogi previó el movimiento y esquivó el ataque, desenvainando también.
El choque de las hojas emitió un sonido metálico, una bandada de cuervos alzó el vuelo y con su graznar opacó los gemidos de la lucha de los dos hombres.
—¿Desde cuándo tanto valor? —se burló Fingbogi, repeliendo hacia atrás con su espada a Lysandro.
El joven escudero apretó los dientes y volvió a atacar, haciendo un movimiento en arco con su espada que el otro bloqueó.
—¿Crees que puedes vencerme? —El coronel se le fue encima de nuevo y levantó la espada dispuesto a darle un golpe letal en el pecho—. No eres rival para mí.
—Tal vez así sea —le respondió el escudero con la voz entrecortada por el esfuerzo—, pero no dejaré que dañes al príncipe.
Lysandro le hizo frente. Cada ataque obtenía su respectivo contra golpe, estaban bastante igualados tanto en habilidad como en fuerza.
El coronel arremetió hacia adelante apoyando el peso en el pie derecho. Cuando ambos quedaron enzarzados, Fingbogi lo separó de sí con una patada en el pecho que arrojó a Lysandro hacia atrás y lo hizo trastabillar. El hombre empezó a reír.
—¿Te has enamorado? ¿Crees que porque te defendió una vez significas algo? ¡Eres basura despreciable y pronto todos lo sabrán!
Fingbogi seguía atacando sin tregua, llevándolo hacia atrás a la profundidad del bosque, desestabilizándolo con sus palabras, riéndose de él. Lysandro continuó defendiéndose. Hizo un barrido oblicuo y ambas espadas chocaron de nuevo, repeliéndose sus dueños con fuerza. El muchacho lo empujó y Fingbogi cayó. Cuando el escudero se inclinó sobre él, Fingbogi le arrojó un peñasco a la frente. Lysandro se tambaleó con la vista oscurecida. El filo de la espada en su cuello le indicó que había perdido el encuentro.
—Te lo dije —le siseó Fingbogi en la oreja—, no puedes contra mí.
Lo siguiente que hizo el coronel fue tumbarlo en el suelo y darle un puñetazo que le hizo ver estrellas. Lysandro estaba mareado, pero percibía la labor que hacía el coronel con su ropa.
Empezó a forcejear y a rebatirse bajo el peso del hombre. Fingbogi se dio cuenta de que no podía amenazarlo con la espada y desvestirlo al mismo tiempo, así que volvió a golpearlo una y otra vez, parecía que su intención era mas que aturdirlo.
Antes de perder la conciencia, el asco de sentir el aliento de Fingbogi tan cerca y sus manos sobre su cuerpo lo dejaron paralizado.
Volvería a pasar.
Apretó los ojos en medio del dolor de cabeza y a su mente vino el rostro de Karel diciéndole que había un futuro bonito esperándolo, que él era alguien valiente, que lo amaba.
Las manos de Fingbogi ya le habían desatado el pantalón y luchaban por bajárselo. Tenía la impresión de que le decía algo soez, pero no lo entendía con claridad, su mente estaba embotada. Lysandro estiró las manos buscando algo a lo que asirse; aferrándose, además, al recuerdo del hechicero y entonces sus dedos tocaron la piedra, la misma que el coronel le arrojó antes.
El escudero la tomó con fuerza y se la estrelló contra la sien, Fingbogi se tambaleó. Lysandro volvió a golpearlo, una y otra vez, cuando el coronel se derrumbó a un lado, no se detuvo, sino que continuó golpeándolo dominado por una furia ciega. Al fin paró, pero Fingbogi ya no se movía, su cara estaba por completo destrozada.
Lysandro respiraba con diicultad, tenía lágrimas entremezcladas con sangre deslizándosele por el rostro y no estaba seguro de si esta última era suya o del coronel.
Se pasó las manos por la cabeza y se llevó los mechones sueltos y empapados de sudor hacia atrás. Volvió a contemplar el rostro desfigurado y recordó a Sluarg. Al protector de esclavos también lo mató en un ataque de furia. Debería sentirse culpable, lamentar lo que había hecho, pero no lo hacía, en realidad no sentía nada más que rabia.
Con el agotamiento llegó la preocupación.
¿Cómo regresaría al campamento con el uniforme cubierto de sangre? Aunque la mayoría estuvieran dormidos, los vigías lo notarían y cuando descubrieran el cadáver de Fingbogi por la mañana, atarían cabos. Estaba perdido. Si descubrían que había matado a un superior, ni Karel con toda su influencia podría salvarlo.
A menos que...
Lysandro tomó la espada de Fingbogi y agarró aire. La deslizó por sus brazos y piernas tratando de no hacer cortes muy profundos. Cuando terminó, avanzó tambaleante debido al dolor de cabeza hasta el campamento y dio la voz de alerta. Se desmayó antes de que uno de los soldados acudiera en su auxilio.
Las voces llegaban hasta él amortiguadas, como si estuviera dentro de un pozo de agua. Poco a poco se hicieron más nítidas.
—No hemos encontrado a nadie en el perímetro —decía la voz de un hombre—, ni más allá de él. Los vigías han explorado media yarda, señor.
—Un ataque así... Es muy extraño. —Esa voz sí la reconoció: era Jensen.
Le costó despegar los párpados, los sentía pesados. Lo primero que vio fue la lona sobre él de la que pendían colgaduras de seda escarlata y oro. Un tibio y agradable calor se extendía por su cuerpo.
—¡Por Eyris, has despertado! ¿Cómo te sientes?
Giró en búsqueda de la voz angustiada que le hablaba y se encontró con los ojos verdes del hechicero. Sus manos suspendidas sobre su cuerpo emanaban un resplandor plateado.
Lysandro sentía la lengua como una bola dentro de la boca, trató de levantar la mano y no pudo, la cabeza le daba vueltas, no lograba recordar del todo qué hacía allí ni lo sucedido.
—Es-toy muy can-sa-do.
Trató de sentarse y un dolor opresivo en la cabeza le cortó la respiración.
—No intentes levantarte —le dijo Karel colocando una mano en su pecho para volver a acostarlo—, el sanador acaba de cocer tus heridas, eran varias y la de la cabeza algo profunda. Si te sientes mareado es porque te dio una gran dosis de leche de borag para que soportaras el procedimiento, poco a poco se pasará el efecto.
De afuera de la tienda llegó el sonido metálico del rechinar de las armaduras junto a reverencias susurradas. Luego la lona de la entrada se abrió y todos adentro se irguieron.
—Majestad —dijeron las voces de los presentes al mismo tiempo.
—¿Ya despertó el muchacho? —preguntó con voz grave el rey.
—Acaba de hacerlo, padre —contestó Karel poniéndose de pie, pues había estado sentado en el lecho junto a él—. No creo que sea buena idea que lo interrogues. Todavía está confundido por la leche de borag.
—No podemos esperar, Karel. Lo sucedido es algo grave. El coronel Fingbogi fue encontrado con el cráneo abierto, necesito saber quién perpetró el ataque.
A las palabras del rey le siguió el recuerdo de lo sucedido: la amenaza de Fingbogi, la pelea y después las heridas autoinflingidas.
—Su Majestad —habló Lysandro y apretó los dientes aguantando el dolor al incorporarse—, fueron tres hombres. No pude verles el rostro, lo llevaban cubierto. Ellos nos atacaron al coronel y a mí. Me hirieron y me desmayé. Cuando desperté, el coronel... él estaba tendido en el suelo, pero no había rastros de los atacantes. Yo regresé y no recuerdo nada más hasta ahora.
Los ojos oscuros del rey estaban fijos en él, lo miraba sin pestañear.
—Sois el guardia de mi hijo, vuestro lugar es cuidándolo. ¿Por qué vos y Fingbogi estabais afuera del campamento, soldado?
—Yo lo relevé de sus funciones, padre —intervinó Karel.
—El príncipe me pidió que descansara, Majestad. Yo quise estirar las piernas un rato y me encontré con el coronel afuera. Casi de inmediato escuchamos ruidos entre los árboles, cuando fuimos a investigar nos atacaron. No debí dejar mi puesto, lo siento mucho.
El rey se giró en dirección a Jensen. Karel y Lysandro se miraron a los ojos, era casi seguro que el príncipe sabía que todo lo que había contado era una mentira.
—¿Creéis que pudieron ser rebeldes vesalenses o —el rey titubeó al preguntarle a Jensen— o enviados de Viggo?
—Imposible saberlo, Majestad. De ahora en adelante debemos doblar la vigilancia y extremar las precauciones.
El monarca asintió y se volvió hacia Lysandro:
—Soldado, habéis hecho bien en resistir. Descansad.
El rey salió de la tienda entre el rumor del cuero y el metal de los cuerpos inclinándose a su paso.
—Daré la orden para que trasladen a Lysandro a la tienda de los soldados —dijo Jensen.
Lysandro se dio cuenta de la intención de Karel de hablar, estaba seguro de que pediría que lo dejaran allí y antes de que pudiera decir semejante locura, se levantó.
—No es necesario, general, puedo caminar. —Sin embargo, se tambaleó.
—Podéis quedaros aquí a descansar —dijo Karel.
Jensen volteó a ver al príncipe, extrañado y Lysandro maldijo en su interior.
—Pero interrumpiréis el descanso de vuestra esposa —acotó Jensen.
—Jonella estará más segura con las esposas de mi padre, ellas tienen varios soldados a sus órdenes en caso de que ocurra un nuevo ataque.
—Alteza, yo no deseo molestaros, no es necesario. —Lysandro volvió a intentar marcharse.
—Sois mi escudero, estáis a mi cargo y es mi deber cuidaros cómo el vuestro protegerme. Os quedaréis esta noche aquí.
—Como gustéis, Alteza. Daré la orden de que traigan un catre para el soldado y un sirviente que atienda sus heridas. —Jensen se inclinó y luego salió de la habitación. El sanador lo hizo después de darle las indicaciones de cada cuanto tendría que cambiar los apósitos y cubrir la herida con un ungüento especial durante esa noche.
Cuando se quedaron solos, Lysandro volvió a sentarse y se llevó la mano a la cabeza vendada. Estaba mas preocupado porque descubrieran las verdaderas intenciones del príncipe que lo sucedido con Fingbogi.
—Esto es absurdo. Deberías dejar que me vaya. A estas alturas todos deben sospechar de nosotros.
Karel sirvió agua en un vaso y se lo dio a beber antes de contestarle.
—No dejaré que pases la noche en la tienda de los soldados donde nadie se hará cargo de ti. Podrían abrirse tus heridas o infectarse. Bebe el agua, te hará bien. Ahora quiero que me cuentes lo que de verdad pasó.
Lysandro bebió el agua y luego, resignado, relató lo sucedido, aunque evitó decirle que él mismo se había inflingido las heridas en los brazos y en las piernas.
—¡Ese maldito! —exclamó el príncipe—. Quisiera que estuviera vivo para matarlo yo también.
Cuando el sirviente entró cargando el catre, ambos callaron. Al menos Karel permitió que él durmiera en el sencillo camastro, eso sí lo cubrió de pieles y cojines. Por efecto de la leche de borag durmió toda la noche y sin soñar.
¡Por fin se murió Fingbogi! Ahora esperemos que su muerte no traiga consecuencias para Lys.
Quiero dedicar el capítulo a Richard_A_E_Malenche que ha seguido esta novela y le ha dado amor con sus votos y comentarios.
Octubre ya está aquí con mi época favorita del año. ¿Les gusta Halloween? ¿Lo celebran?
Bueno, si quieren leer cositas medio terroríficas en este mes de octubre, les recomiendo Alianza de sangre, que es una novela Bl de vampiros que transcurre en la noche de Smahain.
Tambien tengo un relato de ocho capitulos, medio dark romance, de un vampiro obsesionado con un sacerdote, se llama Obsesión. Si leen alguna de estas historias me encantaría que al final me dijeran qué les parecieron.
Besitos, nos leemos el otro viernes.
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