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New York Sense.

¡Hola mis bonitos lectores! Muchas gracias a quienes me acompañaron hasta el final de esta historia, fue toda una travesía tanto escribirla como editarla, acá no solo me di cuenta de lo fuerte que me ha pegado banana fish en general, sino que me dio el valor para atreverme a escribir sobre estos dos, ya saben, cuando algo es tan perfecto da ansiedad echarlo a perder. Pero miren, si esta historia llegó hasta acá, seguramente nada puede ser más catastrofico, si tienen ganas de escribir eso es todo lo que importa, el miedo se cae como las rueditas de entrenamiento en una bibicleta. Bueno, acá queda clara mi terrible obsesión por los extras del manga, muchas gracias por el infinito apoyo. La última palabra la tiene Ash.

¡Espero que les guste!

Yo quería ser como él.

Siempre deseé haber tenido una vida normal.

¿Pero qué era lo normal? Quizás solo anhelaba jugar béisbol con Griffin como los demás niños lo hacían, tal vez quería ir a una escuela como se supone que ocurría en las historias que Blanca me solía mostrar, probablemente aspiraba enamorarme de mi persona destinada, sin embargo, mis manos estaban manchadas de sangre, de la sangre de todas las personas que había matado. Nadie tenía idea de la mierda por la que había pasado. Y era insoportable, lo que me mantenía cuerdo era pensar en mi muerte como la carcasa congelada de un leopardo. Cuando Eiji me dijo que aún podía tener una vida normal no pude evitar reír, la idea me pareció tan despiadada como dulce. ¿Cómo un hombre que gritaba todas las noches atormentado por los recuerdos podría ser feliz? ¿Cómo alguien constantemente ahogado por la agonía sería capaz de sonreír? Supongo que me subestimé al compararme con un leopardo.

Él no solo tomó mi cuerpo y limpió mi alma, él acunó mi corazón y usó sus propios pedazos para sanarlo, él me entregó una de sus alas para que dejáramos de caminar y comenzáramos a volar, aunque fueron años difícil y a veces insufribles, él nunca flaqueó ni me abandonó. Ningún terapeuta podía arrancarme el dolor que padecí, ninguna pastilla era capaz de borrar los traumas, no obstante, él me enseñó a tomar ese desbordante desconsuelo para asegurarme de que nadie más tuviese que pasar por el infierno que sufrí. Él me inspiró para que buscase la belleza en lo sórdido y aprendiese a amar la oscuridad. No todo era bueno, no había un buen final, pero mientras fuese con él daba igual.

¿Quién necesitaba de una pareja destinada cuando tenía un alma gemela?

Irónico ¿no?

Cuando empecé a vivir por mí dejé de compararme con aquel leopardo.

—¿En qué tanto piensas? —Su voz fue la melodía que caló entre mis grietas para encender la palidez de mi corazón, la suavidad con la que sus brazos se deslizaron alrededor de mi vientre fue una estruendosa discrepancia con el vigor del espejo.

—En nada en realidad. —Mis palmas se acomodaron sobre las suyas en un delicado roce—. Estaba terminando de alistarme. —Me di vueltas para quedar atrapado por la eternidad. Su aroma me embriagó, esos grandes ojos cafés me hipnotizaron.

—¿Admites que te estás arreglando para esto? —Su sonrisa fue altiva, la gentileza con la que sus yemas se deslizaron por mi cuello fue abrumadora—. Eso es lindo. —Suspiré, él lo era.

—Finalmente aceptaste llevar los lentes, onii-chan. —Él rodó los ojos, frustrado, ni siquiera la ferocidad del destino pudo marchitar tanta inocencia—. Te ves guapo.

—Los necesito para leer el discurso de apertura, no los estoy usando porque me lo pides. —Me enredé en lo nocturno de sus hebras—. Se supone que me había peinado. —Reí, aquella coleta improvisada no le hacía justicia a la elegancia del traje. El silencio fue una caja musical, el romance una melodía perdida.

—Permíteme. —Sin cambiar de posición volví a acomodarle el cabello, él enrojeció cuando mi aliento le golpeó la nuca, nuestra brecha de altura se tornó abismal con los años—. Mucho mejor. —Él se miró en el espejo que yo tenía detrás, su sonrisa fue una injusticia para mi corazón, la ansiedad un delicado aletear de colores.

—Tienes razón, se ve mejor. —Él apoyó su palma sobre mi hombro para poderse elevar en la punta de sus pies—. Gracias. —Un tímido beso coloreó mi mejilla, el verano me robó la razón—. ¿Cuándo te afeitaste? Estás áspero. —Me acaricié el mentón, frustrado, era verdad.

—Lo hice anoche, que desagradable, la última vez que aparecí con barba me confundieron con el hijo de Max. —Él ni siquiera disimuló sus mofas, esto era denigrante—. ¡No te burles! ¡No me parezco al anciano!

—¡Estás haciendo pucheros! ¡Que lindo! —Diablos, los estaba haciendo.

—Eres cruel con tu pobre amante. —Él volvió a acariciar mi barbilla, divertido por la rebeldía de mis vellos.

—Si necesitas que te ayude con eso solo pídemelo. —Tensé mis brazos contra mi pecho, humillado—. No seas tan orgulloso. —Traté de desviar mi atención solo para caer por él otra vez. Cada día un poco más.

—Lo habría hecho pero ayer estabas demasiado ocupado leyéndole a Buddy tu discurso de aceptación. —Su carcajada fue una destructiva calina para mi vanidad, él se apretó el estómago, sus piernas temblaron antes de hacer más intensa aquella burla, los ojos le lloraron al haberlos presionado tanto.

—¿Estas celoso de él? —Me dejé caer sobre sus hombros para observar al aludido—. ¿De verdad? ¿Cuántos años tienes? —Aquel Golden Retriever me arrojó una mirada perezosa antes de volver a dormitar sobre la camisa de Eiji.

—Lo estoy. —Me restregué contra él—. Pero me siento orgulloso de que estés publicando tu primer libro de fotografías. —Las orejas le enrojecieron bajo la sinceridad de esa confesión, sus manos juguetearon nerviosas en el aire, sus latidos retumbaron en las chispas de la tensión.

—No pensé que gustarían tanto. —Él se dio vueltas para acomodarse entre mis brazos. Curioso, aunque éramos de mundos diferentes parecíamos encajar a la perfección—. Sé que me he preparado por semanas pero todavía no puedo creer que lo anuncien hoy. —La oscuridad dentro del cuarto fue insignificante bajo el fulgor atrapado en la magnanimidad de sus pupilas, sus pestañas barrieron temor y esperanza, sus caricias me dieron una segunda oportunidad.

—Debieron encontrar irresistible al hombre que posó para las imágenes. —El desagrado en su mueca fue divertido—. No los puedo culpar, el modelo es bastante guapo. —Su sonrisa fue un escalofrío. Mal presentimiento.

—Tienes razón. —Aquel tono travieso me heló la sangre—. Debería pedirle a Sing que sea mi modelo oficial. —El temblar entre mis cejas lo pareció satisfacer. Él me sabía provocar.

—¡Eiji! ¡Sabes que no hablo de él! —La suavidad con la que tiré de su mejilla no fue lo suficiente para detener el bucle entre nosotros dos.

—Tú no especificaste. —Suspiré, la asfixia suspendida en los sueños fue reconfortante—. Ya deberíamos irnos, vamos a llegar tarde. —Las pesadillas no eran más que barcos de papel cuando se trataba de él, nuestras manos se entrelazaron, la fricción entre nuestros anillos provocó un metálico chirriar.

—¿Tenías que invitar a Max? —Él no arrancó las flores de mi futuro ni se espantó con las espinas a mitad de guerra—. Me va a fastidiar con el artículo, no se lo mandé anoche. —No, él creyó en el esplendor de una rosa de pétalos marchitos y puntas afiladas. En lugar de desenterrarla él le enseñó la belleza del sol.

—Michael me ayudó bastante con la exposición, es natural que haya querido invitar a sus padres. —A veces la vida se profesaba como un desbordante aluvión en mi interior—. No te preocupes, le pedí que no hablara de trabajo. —Me sofocaba, sin embargo, no podía huir, la lluvia estaba adentro. Clamaba por oxígeno, no obstante, decenas de recuerdos me arrastraban hacia una asquerosa fosa carmín—. Además, te trata como a su propio hijo, no finjas que te molesta.

—Supongo que sí. —Cada vez que eso pasaba, él tomaba mis manos para que el azul en mi interior se detuviese y fluyese como un puente hacia él.

—Ash... —Era en esa clase de momentos cuando entendía que Eiji también estaba lloviendo—. Te ves guapo. —Sonreí, embelesado—. Incluso con esa barba mal cortada. —Entre dos se soportaban mejores las tormentas.

—Gracias. —Por su culpa había un hombre despidiéndose de la marea del tiempo para poder cicatrizar. El velero se enamoró de su sombra, la fotografía se redujo a un flash—. Eiji... —El amor no era tan romántico como en las novelas.

—¿Sí? —Era mucho mejor. Las espinas de las rosas las hacían hermosas, las cicatrices eran estrellas de Van Gogh y las lágrimas la resiliencia del ayer.

—Tú siempre te ves lindo. —Que humano era tener esa clase de pensamientos—. Incluso con esos lentes de botella. —Qué extraño era anhelar la libertad.

Las fotografías de Eiji Okumura eran conocidas por ser tristes, nostálgicas y expresar un sentimiento único a través de ellas.

«New York Sense» era la primera recopilación que plasmaba el talento de mi amante, aquel libro era el mosaico perfecto para una ciudad tan descorazonada como hermosa, desde zonas de residencia hasta neoyorquinos malhumorados se encontraban entremezclados con el corazón del artista. Y aunque yo llevaba toda mi historia vagando por dichosa metrópolis fue el japonés quien me enseñó a contemplarla. Él era capaz de sentir la última y desesperada señal de auxilio que las personas enviaban, así como él encontró a Buddy llorando en medio de la basura, él me acogió para mostrarme lo que podía ser, una parte de mí que yo nunca pude ver. Sonreí, aferrándome a su mano en el asiento del taxi. El amor no era mágico para cambiar lo inevitable, no obstante, nos hacía tratar. Tonto ¿no? Incluso cuando el mundo entero estuvo en mi contra él siempre se mantuvo a mi lado. Y aquí estábamos ahora, dos piezas que se esmeraron tanto en hacerse encajar que acabaron desafiando al mismo rompecabezas.

Yo conocía cuál era el sentimiento en las fotografías de Eiji Okumura. Éramos nosotros. Nuestras miradas se estaban esperando por siempre.

La elegancia impregnada a la galería fue fantasiosa, las mejores imágenes que había tomado mi pareja se hallaban exhibidas en ostentosos escaparates y luces de estrellas, un imponente escenario yacía frente a un grupo de periodistas. Pedante y delicado. Las rodillas le tiritaron cuando nos abrimos paso hacia lo melifluo de la belleza, sus latidos me cosquillearon en la punta de las yemas, el blanco fue intoxicante. Bajo una eternidad de máscaras fue el mohicano de Shorter lo que captó nuestra atención, su respiración fue una endeble bruma de alivio tras vislumbrar a la pareja cerca de las mesas. Antes de que pudiese decir algo Yut-Lung Lee me lo arrebató para estrecharlo contra su pecho, la clavícula se le marcó debajo de tan ceñido vestido, rodé los ojos, aunque las serpientes eran un símbolo para la renovación él parecía haberse aferrado a las raíces del prólogo. Pero estábamos más allá del epílogo.

—Felicitaciones cariño. —Con una sonrisa malintencionada la fragilidad se restregó contra la libertad—. Sabía que podías hacerlo.

—Mantén tu distancia. —Shorter acomodó sus palmas sobre los hombros de su pareja—. No quiero que Eiji apeste a ti. —Con una devoción impropia de un alfa sus labios recorrieron los retazos de su marca.

—A mí me gusta el aroma de Yut. —Su sonrojo fue hilarante, los brazos del moreno se deslizaron por aquella fina silueta, el tacto fue íntimo y natural—. Felicidades por el libro. —Una dulce risilla escapó de la garganta del japonés al vislumbrar tan súbita sumisión en su mejor amigo. Nunca terminaría de entender a esa pareja.

—Gracias. —Tal vez Shorter Wong significaba para Yut-Lung Lee lo mismo que Eiji Okumura era para mí—. Me da más tranquilidad ver algunas caras conocidas. —Habían versos imposibles de recitar e imágenes cuya veleidad sobrepasaban las palabras.

—¿Dónde están los demás? —Un ramo de girasoles fue puesto en medio de la escena.

—Justo aquí. —Chasqueé la lengua ante tanta galantería, que Sing hubiese crecido tanto era un maldito problema—. Pensé que llegarías tarde a tu propia presentación.

—Alguien se demoró demasiado en vestirse. —Los reflectores de la noche se posaron sobre mí, la cabeza me martilló, la mandíbula me rechinó, las piernas me pesaron. Eran una angustia.

—La legendaria belleza del lince no se trabaja sola. —El rostro de Sing fue un poema difuso, el omega no disimuló el repudio que concibió frente a tan petulante declaración—. Es la verdad. —La atmósfera escarchó la exhibición cuando las luces tintinearon.

—Cierto... —Shorter dejó caer su mentón sobre el hombro de su pareja—. Max te estaba buscando tras bastidores, él quería darte algo antes de la entrevista. —La ansiedad fue un delicado aleteo anverso al abismo de la separación. Buscando la calidez aquellos girasoles anhelaron su corazón.

—No discutan mientras no estoy. —Más que una sugerencia aquello pareció ser una amenaza—. Vuelvo enseguida. —Él me regaló los secretos de lo efímero en esa última sonrisa. Verlo marcharse fue el azul de mi tinta.

—Vamos a ver si pueden poner estas flores en agua. —Las palabras de Yut-Lung Lee fueron irreales—. Sería un desperdicio que se marchitasen. —El más joven se aferró a aquel ostentoso ramo para que ambos se perdiesen en la estridencia de la multitud.

—Las fotografías de Eiji son bastante especiales, ¿no lo crees? —Shorter forjó un muro de papel que separó la galería de la confidencialidad—. Te has suavizado bastante a su lado. —La frente me martilló ante tan petulante mueca, como si fuesen banderas de paz él ondeó sus palmas en el aire—. No me refiero a eso. —Tomé una copa de champaña de la mesa.

—¿Entonces? —El burbujear del espumante fue una chispa de iridiscencia—. ¿A qué te refieres? —Sin quitarle la mirada de encima elevé una ceja. Su fruncir de boca fue infantil.

—¿Cómo podría explicarlo? —Las risas de la alcurnia fueron el arrullo de la atrición—. ¿Recuerdas la primera vez que nos conocimos en la correccional juvenil? —Contuve una risa contra el cristal. Con tan solo 14 años Dino Golzine me había encerrado para que se desatase una masacre entre los alfas.

—Cuando tenías la cabeza de mármol. —Su enfado me cosquilleó bajo la lengua—. Te ves mejor con esa cresta de gallina que calvo. —Sus yemas fueron un puente para su paciencia. Reí, él se veía tan mal calvo.

—Solo me afeité porque me arrancaron el cabello en una pelea.

—No te creo.

—Ash...Nunca te lo dije pero la primera vez que te vi me diste bastante miedo. —Los recuerdos me paralizaron—. Aun siendo un mocoso irradiabas pura rabia, lucías como todo un asesino, lo noté enseguida. —Ninguna terapia me quitaría la sangre de las manos, ni todo el clonazepam de Nueva York sería capaz de silenciar aquellos gritos o aligerar las cadenas de la culpa.

—¿Qué fue lo que notaste? —El ambiente cambió. Sus lentes se deslizaron hacia su nariz para apuntar una de las imágenes de la exhibición. Mi cuerpo se relajó.

Amanecer.

—Aunque tratabas a todos los omegas que te traían como si fuesen una carga siempre fue diferente con Eiji. —¿Cómo él era capaz de vislumbrar tanta belleza en alguien tan destrozado como yo?—. Más que quererlo apartar parecías asustado.

—¿Ponía cara de menso? —Él carcajeó. Yo nunca me había dado el tiempo suficiente para contemplarme, parecía tan tranquilo en la fotografía, como si estuviese durmiendo o rezando, ya no lo recordaba.

—Una bastante tonta, así estuve seguro de que él te gustaba. —Gracioso, no supe que podía esbozar esa clase de expresión hasta que él me mostró lo reconfortante de la paz.

—¿Cómo no me iba a intimidar si él iba haciendo lo que quería? —El alfa apoyó su brazo sobre mis hombros, divertido—. Además, esa fue la primera vez que me sentí así por alguien. —Arrugué la nariz, las feromonas de Yut-Lung Lee se encontraban impregnadas en su traje. Repugnante. Mi atención regresó al cuadro—. La única. —Mis dedos juguetearon alrededor de mi anillo. Era un hombre afortunado.

—Me gusta mucho más la clase de persona que eres ahora, Ash. —Que vergonzoso fue escuchar eso de mi mano derecha—. Me siento orgulloso de ti. —El rostro me quemó frente a tan repentina sinceridad, ¿en qué estaba pensando?

—A mí me gustabas más antes, cuando eras menos empalagoso con la víbora. —Un largo quejido escapó de su tráquea—. Cuando se llevaban mal era más divertido. —Aun de noche y en plena gala él se reacomodó los lentes de sol. Ridículo. Sonreí, así me agradaba.

—No seas cruel con la madre de mis hijos. —Me mordí el labio para poder contener una carcajada.

—Si él te escucha llamarlo así te va a dejar durmiendo en el sofá. —Procesé sus palabras con torpeza—. ¿Hijos? —Él apoyó un dedo contra su boca para cerrarla como un candado.

—Yut aún no lo quiere decir. —Las luces bajaron para indicar el comienzo del lanzamiento.

Los sentidos agudizados de Eiji Okumura eran capaces de capturar la sensatez Neoyorkina.

Bajo el sinfín de la oscuridad y lo funesto de los cristales su reflector fulguró, su presencia en la galería fue un estridente golpeteo en el último vagón de mi tren. Él no caminó hacia el escenario ni corrió, no, él desplegó sus alas para robarle el resplandor a las mismas estrellas en aquel traje blanco y esos lentes de botella. Max le extendió un micrófono desde el palco de los periodistas, el mismo papel arrugado que él le había estado leyendo a Buddy se encontraba entre sus palmas, sus labios fueron una onda en el océano de la inspiración, él presionó sus párpados antes de alzar el telón. Y como si estuviesen destinados a encontrarse sus ojos fueron mi puerta abierta hacia la libertad. La electricidad me erizó cada pensamiento para llenarlo de él. Ambos acariciamos nuestras sortijas, esperando que el contrario sintiese la gentileza del tacto y se aferrase a ese limitado universo de devoción.

—Gracias a todos por haber venido al lanzamiento de New York Sense, como sabrán en este libro se encuentran las mejores imágenes que aparecieron en las páginas del Newsweek y algunas fotografías inéditas que no tuve la oportunidad de presentar en mi exposición. —Los nervios rozaron los bordes del micrófono con un compulsivo tiritar de voz, su respiración fue un tierno eco bajo la estática de los altavoces, sus pupilas se perdieron. Maldición. Él estaba ansioso.

—¿Esas son las instantáneas que lo lanzaron a la fama? —Poco le importó a la reportera la mueca severa que Max le arrojó. El viejo era demasiado amable.

—Tiene razón, la mayoría de las imágenes las tomé cuando recién llegué a Nueva York. —No fue necesario observar a Yut-Lung Lee para sentir su orgullo clavado a mi espalda como una navaja por haberle regalado su primera cámara. Petulante—. Ese fue un periodo turbulento para mí, puedo decir honestamente que aquello cambió mi vida.

—Adelante. —Max le dio la palabra a un periodista del daily news, el hombre se puso de pie para poder acercar su grabadora al japonés.

—Las personas que ven su trabajo sienten una indescriptible ternura en la cámara hacia sus objetivos lo que podría ser considerado contradictorio con su elección de locaciones. —El hombre carraspeó antes de seguir—. ¿Cuál es su actitud hacia la ciudad? —La expresión en mi amante congeló el tiempo y construyó llaves.

—¿Cómo podría decirlo? —El papel entre sus manos navegó como un barco hacia su bolsillo—. Nueva York y su gente ciertamente son lo más agresivo que he conocido, tanto en el buen como en el mal sentido, no soy quién para juzgar eso, así que amo ambos lados: la luz y la oscuridad. Tal vez por eso los críticos se refieren a mi fotografía como algo que irradia ternura.

—Antes de convertirse en el investigador más joven de América y el terapeuta de cabecera en la facultad de medicina, Ash Lynx poseía un estatus de leyenda urbana. —La sangre se me estancó, la boca se me secó, la garganta se me cerró—. Él era conocido como el hombre más peligroso de la ciudad, creo que él fue el más beneficiado por esa indescriptible ternura. —Los murmullos no se hicieron de esperar tras pronunciar mi nombre.

—Ash acabó convirtiéndose en mi amanecer. —El alma me palpitó con violencia frente a semejante declaración de amor—. Se podría decir que él fue la luz en medio de la oscuridad de Nueva York. —Fue imposible no enamorarme más de él. Me apreté el pecho, aterrado por la violencia de mis latidos.

—¿No lo sabes? —Un par de chicas comenzaron a murmurar a mis espaldas—. Ellos son amantes, por eso Okumura habla con tanto cariño de él. —El pecho me revoloteó en la finura de la noche, el orgullo de mi sonrisa pereció antes de ser escrito.

—¿Un beta y un alfa? —El tono despectivo de esa mujer me trepanó la ira—. Que desperdicio, Ash Lynx es un hombre guapo y exitoso, merece un omega. —Dejé de escuchar el discurso de Eiji, dejé de flotar en la fantasía de la exposición, la cólera arrastró mis piernas hacia ese vanidoso grupo de ignorantes.

—Después de todo los betas no tienen a una persona destinada. —Antes de que pudiese interrumpir un agarre sobre mi hombro me frenó.

—No valen la pena. —La seriedad trazada en las facciones de Sing Soo-Ling fue escalofriantemente madura—. Yo he tenido que lidiar con lo mismo, entiendo tu frustración. —Las carcajadas de la muchedumbre y las mofas de la realidad se hundieron como anclas en mis entrañas. Aquí dentro siempre llovía.

—¿Entonces, solo debo aguantarlo? —La amargura en su suspiro escurrió en brea, el mundo perdió inocencia en la aspereza de sus ojos.

—Son cosas que los betas constantemente debemos soportar. —Aunque él trató de que su voz se escuchase relajada la cicatriz sobre su pecho lo delató—. Él ya debe estar acostumbrado, es doloroso emparejarse con alguien de género especial.

—¿Estas insinuando que él estaría mejor con un beta? —Aunque Sing Soo-Ling había crecido más de cinco tallas durante los últimos años, él seguía siendo un libro abierto—. ¿Alguien como tú por ejemplo? —El rojo matizado en su rostro fue delator. El hálito se perdió.

—Mentiría si no dijese que lo he pensado. —La cabeza me martilló como si fuese una tetera, los pensamientos se me desconectaron hasta evaporarse, saboreé la sangre—. Lo más sencillo para un alfa es estar con un omega, Eiji debe lidiar todo el tiempo con esa clase de pensamientos. —Aquel anillo me pinchó el corazón para llenarme las venas, traté de retroceder, sin embargo, perdí las sensaciones.

—Yo... —Ni siquiera supe qué decir. Lo amaba pero lo ataba. La libertad era una jaula abierta, no obstante, me aterraban sus alas. Hipócrita.

—Pero no creo que ese sea el caso de ustedes dos. —La incomodidad con la que él se acarició la nuca me arrastró hacia las nieves del Kilimanjaro—. Me percaté de ello el día de la subasta cuando le dispararon a Eiji. —¿Por qué escaló tanto la montaña? ¿Se perdió cazando a su presa hasta que llegó a un punto en el que no podía volver?—. Jamás vi a un hombre tan desesperado como tú lo estabas. —¿O subió y subió, poseído por algún instinto y se desplomó intentándolo?

—Pensé que estabas inconsciente cuando eso ocurrió. —Pienso en qué dirección estaba su cadáver. ¿Estaba intentando bajar? ¿O subir más alto?

—No del todo.

—Sing...

—Tú nunca pareciste temerle a la muerte ¿sabes? Pero estabas aterrado de perderlo a él. —De cualquier manera, ese leopardo sabía que nunca volvería—. Ahí me di cuenta de que su vínculo iba más allá de ser una pareja destinada, que ya nadie se podría interponer entre ustedes dos. —Que despechada fue la mueca que él me regaló.

—Deberías renunciar a tu enamoramiento por él, porque no planeó vacilar en nuestra relación. —Él se encogió de hombros, desconsolado, las luces se volvieron a encender.

—No te preocupes, estaré demasiado ocupado estos días para pensar en eso. —Como si buscase alguna clase de consuelo su atención se enfocó en el piso, sus zapatos se golpearon entre ellos—. Eiji me pidió ayuda para que cuidara a la sobrina de Ibe, al parecer ella escuchó sobre la relación que tuvieron esos dos y le pidió que la acogiera en América. —Crucé mis brazos sobre mi pecho, ofendido.

—No me preocupo por ti. —Mi chasquear de lengua le pareció gracioso—. Además, Eiji y yo ya estamos atados el uno al otro. —Sus cejas se fruncieron cuando le mostré el anillo. Bendita unión.

—¿Por qué están tan aislados? —La voz de mi amante me electrizó las venas, mi corazón fue la sonoridad de una chispa bajo la coquetería de tan sublimes ojos—. Yut y Shorter los estaban buscando. —Sing dejó caer uno de sus brazos sobre los hombros del japonés.

—Ash me estaba contando que mañana irán a Cape Cod y me invitó a ir con ustedes. —La paciencia se me agotó con este mocoso.

—¡Claro que no! —A nadie en la exhibición pareció importarle mi berrinche—. Ni siquiera llevaremos a Buddy, no te sientas tan especial. —Las risas en el ambiente fueron humillantes y ligeras. Agradables.

—Se lo tendremos que compensar cuando regresemos. —Me relajé, dejándome acunar por él para disfrutar del resto de la velada.

Era verano.

Sus imágenes fueron la amalgama entre la magnificencia del dorado y lo desalmado del carmín, lo sórdido y lo dulce, las cicatrices y el condecoro, él me había enseñado a amarlos ambos. Él era como sus fotografías, su esencia calaba por inseguridades para zurcirlas con pétalos y polvo de pértiga, sus manos eran una verso abierto hacia otro final, sus ojos llenaban de luces los míos, sus risas me explicaban lo infinito. Y aunque estaba repleto de pedazos quebrados aquello me hacía humano. El goce y el dolor no eran sentimientos que se podían poner en una balanza para ver si había valido la pena, sin embargo, se comparaban. Amábamos con jaulas abiertas pero temíamos que el amor se fuese volando, nos convencíamos de que mañana sería mejor cuando el abismo de la miseria no tenía tope, caíamos para caer más hondo y eso estaba bien, porque no éramos una historia de Hemingway. Así que los quería ambos. Había aprendido a aceptar al asesino y al niño que lloraba aterrado. Porque Eiji los escuchó cuando ni siquiera yo lo hice hoy podía avanzar.

Una estación especial.

Aunque ambos terminamos agotados luego de la exhibición acabamos yendo a Cape Cod. Que agridulce era visitar aquella cabaña en medio de la nada. Ese pueblo solía llenarme de malos recuerdos y nauseabundos escalofríos, sin embargo, lo que antes era lúgubre hoy era bello, las fotografías que solían presionar mi corazón ahora punzaban un poco menos. Increíble ¿no? Sin saberlo él acabó reescribiendo sobre lo siniestro de cada memoria para llenarla de luz, él solo se metió a mi corazón para abrir mis ventanas y limpiar el polvo.

—¿Recuerdas el primer verano que pasamos aquí? —El cabello se le deslizó hacia las mejillas para cubrir la mitad de su sonrisa cuando él dejó caer la última maleta. Hermoso.

—Comimos tanto que te acabaste enfermando. —Pescados y papas fritas. Bananas. Nueces. Chispas de chocolates. Cerezas—. Esa fue la primera vez que te vi tan relajado, Ash. —Limpiándonos nuestros dedos grasientos en nuestras camisas.

—No creí poder tener buenos recuerdos de este lugar hasta que te traje. —Una Coca-Cola grande. Todavía con la ropa puesta nadando en el río.

—¿Qué hay de la primera vez que me trajiste? ¿Cuándo vinimos a buscar esos papeles antes de la subasta? —Ese fue el primer verano en el que verdaderamente pudimos ser niños. Sonreí, tomando dos refrescos antes de pedirle con un gesto que saliéramos de la cabaña.

—Cuando me pediste ir a Japón contigo. —Su mano se entrelazó a la mía, el silencio de Massachusetts fue celestial, el roce entre nuestras piernas y la aspereza de la hierba nos arrastró hacia una paradisíaca irrealidad—. Esa también es una buena memoria. —Nos dejamos caer contra aquel gigantesco árbol. Su espalda contra mi pecho, sus rodillas encogidas en el refugio que construyeron mis jeans, sus cabellos danzando bajo mi mentón.

—Te prometí que crearíamos muchos más recuerdos ¿no? —La simpleza en sus palabras fue incompatible con la violencia de mi corazón—. Aunque ahora no podrías tomarte una Coca-Cola tan grande como ese verano o te daría diabetes. —La risa fue ilusión corriendo por mis venas.

—¿Estas insinuando que estoy viejo? —Él frunció la boca, su nuca se dejó caer contra mis latidos para hipnotizarme con ese cielo.

—Estoy diciendo que tanto natto te engordó. —Mi rostro fue una palpitante fosca de frustración, la jaqueca me abofeteó, las entrañas se me revolvieron—. Quizás Sing te acabe quitando el puesto de legendaria belleza, él tiene muchas fans. —La tensión en mi entrecejo le pareció graciosa, rodeé su vientre con fuerza.

—¿Te divierte molestar a tu amante? —Lo alcé entre mis brazos antes de encaminarme hacia el lago.

—¡Ash! ¡Ya es tarde! —Por más que él pataleó no me detuve hasta llegar a la orilla—. ¡No seas infantil! —Con un salto caímos al agua. La estridencia de mi carcajada lo fastidió en la tranquilidad del paisaje. Él se quitó los lentes, molesto, aquella improvisada coleta se le desarmó, sus mejillas se tiñeron con la inocencia del verano, su boca tiritó por culpa de la rabia. Lindo. Me acerqué a él.

—¿No me estabas dando una indirecta para que hiciese ejercicio? —La constipación en su mueca solo me embelesó. Mis palmas se acomodaron sobre su cintura, él se estremeció con un delicado beso de piel, el tiempo se detuvo para flotar con nosotros dos.

—No era una indirecta. —La timidez en su mirada fue encantadora—. ¿Qué harás si acabas enfermo? ¿Cómo ira a trabajar el investigador más joven de todo Nueva York? —El sarcasmo en su voz me fascinó. Con él entendí que el amor no tenía límite, porque cada día que pasaba lo amaba un poco más. Sus dedos acariciaron mi cuello, con lentitud. Eléctrico.

—Las ventajas de ser mi propio jefe es que me puedo dar algunos días libres. —Él bufó, divertido. La transparencia del agua se tiñó de azul con mi lluvia.

—Eso no fue lo que Max me dijo ayer. —Escuchar su nombre fue un escalofrío—. De hecho me comentó que aún no le has mandado la recopilación de datos sobre el gobierno chino. —Chasqueé la lengua, el viejo era todo un fastidio, debería dedicarse a ser presidente de la asociación de padres y ya.

—No creí que él pudiese manejar tan bien a una multitud. —Él se relajó, su rostro se escondió entre mi cuello y mis hombros, la ansiedad fue escarlata para mis mejillas.

—Estaba tan nervioso cuando di el discurso, creí que me desmayaría. —Su aliento chispeó por mi clavícula como terciopelo—. Sino hubieses estado ahí habría pensado en salir corriendo. —Memoricé cada una de sus curvas como si fuesen fotografías.

—Lo habrías hecho bien. —Sus cabellos se deslizaron entre mis yemas, su esencia intoxicó el espacio de mis grietas—. Tienes encanto natural para esas cosas. —La suavidad con la que esos ojos me encontraron me dejó helado en pleno estío. El agua coloreó mi espíritu, mis pies se hundieron en la arena, la ropa ondeó como una declaración.

—Y tú querías traer a Sing para interrumpir nuestro momento. —Él no me dejó enfadarme al acomodar su nariz sobre la mía, sus brazos se deslizaron alrededor de mi cuello, sus latidos terminaron los míos antes de que pudiesen comenzar.

—Yo no quería traer al mocoso, él se estaba invitando solo. —Me acerqué un poco más—. Y él no habría interrumpido nada, nos habría tenido que ver hacer esto.

—Eso habría sido incómodo de ver, Ash. —Pararse en la punta de sus pies fue inútil, él acabó aún más hundido en la arena.

—Su problema. —Sus pestañas me acariciaron la razón antes de que sus labios me la rompieran.

Besar a Eiji Okumura fue una ensordecedora adicción. El tenue dulzor del lago se deslizó por la calidez del tacto, la suavidad de su sabor fue un deleite mortificante, lo atraje con lentitud, cerré los ojos para perecer en él, mis dedos se deslizaron por su nuca, nuestras esencias se fundieron en el sabor del vicio y la pasión, la caricia de mi lengua lo hizo tiritar, el susurrar del agua fue tan ilusorio como la violencia de nuestros latidos, él sonrió antes de que nuestras almas se fundiesen con un simple mimo. Sus labios eran la gracia de mis estaciones. La electricidad en aquel beso nos robó el tiempo para que las chispas se extendiesen más allá del atardecer. Aun temblando por culpa del frío, con el escarlata hormigueando entre las mejillas y recubriendo la magia del paisaje, lo besé mucho más. Una, dos, decenas, centenas, siempre era diferente. Cuando no soportamos más el gélido salimos del lago para tendernos bajo la sombra del árbol, colgamos nuestras poleras en las ramas del roble con la esperanza de que la noche las secara. Su vientre se acomodó contra el pasto, sus brazos forjaron un refugio para su mentón, jugueteé con sus cabellos mientras mi espalda se deslizaba por la aspereza del tronco. La garganta se me cerró al vislumbrar la mordida de Arthur en su piel, mis yemas repasaron cada uno de esos dientes, si hubiese llegado un poco antes. La mandíbula me chirrió. Pero no. No pude hacerlo.

—Quedó así porque nunca la desinfecté apropiadamente. —No tuve que decirle nada para que él supiese lo que estaba pensando—. Yut me lo explicó hace un tiempo. —Sus dedos caminaron sobre hojas secas, sus mejillas fueron acariciadas por el bambolear de la hierba. La tensión fue delicada.

—¿Por eso te dejaste el cabello largo?

—No me molesta en realidad, es una especie de recordatorio. —Las personas éramos esto, un gigantesco camino con abolladuras—. ¿Nunca has pensado en morderme? —Detuve mis movimientos sobre su nuca para usar la tinta de mi corazón.

—No necesito algo como eso. —Nuestras manos se deslizaron por la centella del aire—. Tengo algo mucho más poderoso. —Besé sus nudillos, el roce de mis labios contra su anillo fue metálico.

—Te encanta presumir. —Él me tiró para que cayese sobre él.

—Me encanta presumirte. —Acomodé mis brazos encima de su pecho, nuestras piernas se deslizaron entre la humedad de la mezclilla y la suavidad del pasto—. ¿Cuándo te enamoraste de mí? —Aquella pregunta lo tomó por sorpresa. Sus mejillas se matizaron del color de la juventud, los nervios en su risa me engatusaron.

—Supongo que la primera vez que te vi llorar. —Aunque abrí la boca no pude decir nada, él era el misterio más hermoso en el que podía perecer—. Fue ahí cuando sentí que te debía proteger.

—Eiji...

—¿Y tú? —Esa sonrisa me dejó sin tiempo—. ¿Cuándo te enamoraste de mí? —Pero tiempo era lo que más buscaba para mantenerme con él.

—No lo sé. —Si lo perdía en esta historia que lo encontrase en la siguiente—. Un día solo desperté a tu lado y supe que ya no podía vivir sin ti. —Si la siguiente no era suficiente que me diesen mil más. Reí. Mi cuerpo, mi alma, mi corazón y mis pedazos, todo Aslan Jade Callenreese era de él.

—Aunque te demoraste un poco en admitirlo. —Dejé caer mi frente sobre la suya, sus cabellos se difuminaron entre pétalos y hojas secas. Shorter tenía razón, jamás fue igual con él—. Pusiste a prueba mi paciencia. —Mi mundo se destruyó para volver a nacer cuando me encontré por primera vez con esos ojos.

—Le habrías gustado a Griffin. —Su sonrisa fue un arrullo para mi espíritu—. Él habría sido el primero en gritarme para que fuese a tu lado. —Su expresión de molestia fue tan convincente como sus pucheros.

—Un hombre sabio. —Me dejé acunar—. Mañana deberíamos irlo a ver. —Me encogí bajo sus caricias, el roce de sus palmas contra mi espalda fue reconfortante. Me hizo completo.

—Deberíamos. —Eiji me había dado el valor para visitar la sepultura de mi hermano y volver a hablar con él. Nos deslizamos bajo las estrellas—. Sing me dijo que ibas a acoger a la sobrina de Ibe. —El chico de los cielos extendió sus alas bajo la melancolía de la reminiscencia. Estaban rotas y manchadas.

—De alguna manera Akira se enteró de lo ocurrido en Nueva York. —Eso no le impidió tratar—. Ella parece estar bastante interesada en la fotografía. —El susurro de la noche fue fantasioso, me incliné sobre su rostro—. Supongo que también es su forma de recordarlo. —El resplandor atrapado en los ojos de Eiji Okumura fue la envidia de las estrellas.

—Akira es un nombre bonito. —La gracia capturada en su risilla me erizó la piel.

—Me gusta su nombre. —La nostalgia con la que él murmulló aquello no la pude comprender—. Conozco a otra persona cuyo nombre significa lo mismo. —Sus rodillas se encogieron sobre el pasto para poder levantarse, él se sacudió los pantalones antes de darme la mano.

—¿Es Sing? —Él negó, enternecido—. ¿Me dirás quién es? —Sin tomar las poleras de regreso él me dio la espalda para encaminarse a la cabaña.

—Quizás algún día lo haga.

Las tablas rechinaron con cada pisada que dimos en el interior de la casa, el polen se entremezcló con el aire, la oscuridad fue un gentil arrullo para el romance. Me agaché en medio de la sala, buscando en uno de los bolsos otra polera, el libro de Eiji fue lo que sobresalió entre las prendas. Ladeé la cabeza antes de tomarlo, en la portada se encontraba la fotografía de un gato atigrado encima de una silla. Curioso. Mis yemas repasaron las letras del titular con una devoción religiosa. La ciudad era bella porque sus orbes eran las que la contemplaban.

—New York Sense. —Fue lo que musité antes de abrirlo.

En la primera fotografía solo me encontraba en nuestro apartamento, sentado con las piernas cruzadas mientras una manta me cubría la espalda, parecía relajado contra la brisa de la ventana, aunque no estaba mirando hacia la cámara lucía sereno. Cambié la página para encontrarme con otra imagen mía sin camisa, con una toalla en la cabeza mientras probaba salsa, perdí el aliento al seguir con mi recorrido, estas imágenes no eran ni sexuales ni ostentosas, no eran las de un asesino ni una prostituta, porque esta era la manera en que Eiji Okumura me contemplaba, sonreí, él se las arregló para plasmar mi alma en un flash. No me puso en un pedestal, no me exhibió como un adorno, no me pintó feroz ni sexy ni imponente ni me redujo a un alfa, este solo era...

Yo.

El corazón se me detuvo al leer la primera página.

«Este libro está dedicado a Aslan Jade Callenreese.

Quién se convirtió en mi amanecer».

—¿Qué tiene con mi nombre?

—Me gusta tu nombre. —Él estaba apoyado contra el marco de la puerta, una de mis camisas había cubierto su silueta—. Tu madre pensó mucho para llamarte así. —Cada uno de sus pasos hizo más grande mi corazón—. Deseando que su niño nacido en el alba fuese feliz. Ella deseó que tu vida fuese tan hermosa como un jade en el amanecer. —Cerré el manuscrito para poder atraparlo entre mis brazos. La felicidad era más que una gema bajo el sol.

—Me gusta más el tuyo. —Sus mejillas se inflaron como protesta.

—Mis kanjis significan segundo y grandeza, eso no tiene nada de especial. —La ternura con la que acaricié su rostro rompió lo efímero del instante.

—También se puede interpretar como una figura protectora. —Y en esos ojos entendí que para mí no existía la opción de tener una vida normal—. Pero mi interpretación favorita es aquella que significa segunda oportunidad. —Su sonrisa fue la fotografía más sublime que pude guardar, sus labios rozaron los míos, su alma encajó para crear algo nuevo.

—Abusas de tu galantería para torcer a tu conveniencia el japonés. —Mis manos memorizaron la libertad y se fundieron en cada retazo de él.

—Y así me amas. —Cosas como el destino y la normalidad perdieron importancia en la eternidad de un beso.

—Tienes razón.

Amándolo entendí que cada amanecer era una segunda oportunidad.

Amando comprendí que el alba recién se estaba alzando. 

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