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Capítulo 9.

¡Hola mis bonitos lectores! Estoy muerta así que dejo el capítulo para irme a morir un rato. Muchas gracias a las personas que se toman el tiempo para leer. Datos curiosos, por las notas que tenía supe que este era un capítulo de 14 de febrero. 

¡Espero que les guste!

Mientras me ahogaba en un océano de estrellas muertas él me extendió la mano para arrastrarme hacia el cielo.

El montículo de chaquetas medía más de medio metro a mis pies, camisas se encontraban esparcidas desde la ventana hacia la alfombra, las zapatillas eran un desastre en el clóset. Suspiré, estirando mis ojeras con frustración. La mañana estaba demasiado helada en el reino de las mentiras, con una sonrisa así de brillante los glaciares entreverados a mis latidos se desmoronarían. Pero debí saberlo, ese japonés era terco, malhumorado, ingenuo e infantil, éramos el cortejo entre la inocencia y la malicia, sin embargo, el fulgor que se posaba en esos grandes ojos cafés me hacía perjurar transparencia, como si él pudiese vislumbrar la fragilidad de mi alma, esas heridas que jamás me atreví a observar o esos llantos que con esmero silencié. Él me desarmaba con una sola caricia y eso me encantaba pero era aterrador. Porque no podía. Éramos polvo de estrellas.

—Si te sigues moviendo tanto quedarás feo. —Shorter me tenía sentado en su habitación, un quejido se estrelló en mis dientes cuando él tiró de la peineta.

—Sé más delicado, no me quiero quedar calvo como tú. —Un tic nervioso se escondió detrás de sus lentes mientras él seguía con su labor. La cama era dura e incómoda.

—Entiendo que estés asustado por tu primera cita pero deberías ser más gentil con tu mejor amigo. —El rostro me calcinó con violencia, las palma me hormiguearon, contraje las piernas tras escuchar esa palabra. ¿Cita? No, yo no podía.

—No es una cita. —Pintaba engaños y los vendía en las esquinas—. Solo lo llevaré a la biblioteca para investigar. —Sin embargo, mi corazón sucumbió a la felicidad en un ataque de taquicardia. Poder actuar como un adolescente normal, mis hombros se hundieron en mi chaqueta.

—Si lo dices con una cara tan boba no se escucha convincente. —Las cejas me temblaron—. Lo único que te falta es tatuártelo, cada poro de ti está gritando lo mucho que te gusta. —La garganta se me cerró.

—Tienes razón, él me gusta mucho. —Me tiré el flequillo, asfixiándome con mis gritos—. ¡Es frustrante! Estoy tratando de protegerlo de esta mierda pero él insiste en quedarse a mi lado. Tengo miedo, porque no creo poder estar sin él. —Me arrojé contra el colchón, sabiendo que había una caja musical rota donde yacían mis latidos.

—Ash...

—Él debe estar loco para querer a alguien como yo. —Mis piernas se encogieron hacia mi vientre, el frío de la mañana me regaló un susurro sanguinario—. Ni siquiera yo me quiero. —El asqueroso recuerdo de Dino Golzine me saludó desde la esquina. Él jamás me miró con la lujuria que ese sujeto me entregaba, él me regaló las palabras más puras, blancas e inocentes alguna vez pronunciadas.

Eso me hizo darme cuenta de lo podrido que estaba.

—¿Por qué te es tan difícil creerlo? —Y aun así su presencia me seguía atrayendo con una desmesurada paz, él era cautivante, él se abrió paso en un mar de máscaras para encontrarme—. Yo y los chicos nos hemos quedado contigo por voluntad. —Me ahogué con mis heridas.

—Es diferente. —Todo con él lo era—. Él dijo que estaba enamorado. —Las mariposas en mi vientre aletearon con fuerza para clamar por libertad, me hice aún más pequeño entre las frazadas, quería darle algo bonito, sin embargo, ya no quedaba más que mierda en mi interior.

—Lo siento amigo, pero... —La boca le tembló, él trató de cubrirse la cara con las palmas, sin embargo, su carcajada retumbó por todo Nueva York—. ¿Tienes idea de la clase de expresión que estás poniendo? —Aunque me levanté dispuesto a golpearlo, mi atención chocó con el reflejo escrito en sus lentes.

—Yo... —De ojos grandes, mejillas sonrosadas, labios tiritones y sonrisa torpe. Contuve otro alarido, sabiendo que ya ni siquiera lo podía disimular—. ¿Una convincente? —Él me revolvió los cabellos, anulando el trabajo que había hecho durante la última hora.

—Una que grita que estás enamorado. —Un suspiro cansado pendió en la atmósfera—. ¿Por qué te esmeras tanto en negarlo? —Le di la espalda para enfocar mi atención en ese montículo de chaquetas. Mis brazos subieron por inercia hacia mis hombros en un flojo consuelo. Era vulnerable.

—Ya conoces a Dino Golzine. —Era pequeño—. Si algo le llegase a pasar... —La atmósfera se llenó de espinas, una mirada muerta se clavó en un aro de jade y un collar de oro—. Si él se entera que solo soy un prostituto. —No pude continuar, porque pronunciarlo en voz alta lo haría real.

Pero ya lo era.

—¿Cómo puedes hablar así de ti, Ash? —La violencia en sus cejas arrojó los lentes, su mirada fue un frenesí para la irritación, la furia lo corroyó—. Si tu pasado tuviese tanta importancia para alguno de nosotros ya no estaríamos aquí. —Él se levantó de la cama.

—Estoy jodido Shorter, a niveles que no te puedes imaginar. —Traté de abrazarme, no obstante, no lo merecí, así que ignoré mi grito otra vez e hice la vista ciega.

—Eiji tuvo muchas oportunidades para irse pero no lo hizo. —Me encogí un poco más, escuchando como sus pasos zanjaban la habitación—. Si él está esperándote ahí abajo es por algo. —La puerta se cerró y yo me desmoroné.

Porque esto no podía ser verdad, un hombre como yo...Me apreté el pecho, girando la llave para contemplar mi corazón, quise sollozar al ver lo sucio y maltrecho que se encontraba. ¿Cómo podría ofrecerle algo así? Tan repulsivo. Mi cuerpo era una colección de cicatrices, llevaba tantos años siendo abusado que ya era costumbre, solo clavaba la mirada al techo y esperaba que terminara mientras ahogaba los gritos. Eso no podía ser normal. No era más que un inodoro de semen para ese alfa, ¿verdad? Contuve una arcada antes de aferrarme a mis rodillas. De pronto no me sentí capaz de sostener esa fachada desalmada de líder, por alguna razón ahora me concebí tan frágil como un niño. Temí quebrarme bajo los alaridos de los recuerdos, sin embargo, estos regresaban. La puerta se volvió a abrir. Siempre lo hacían.

—Solo déjame. ¡Ya lo entendí! —No obstante, en lugar de Shorter fueron esos bonitos ojos de noche los que me recibieron.

—Solo te quería preguntar si estabas listo. —De alguna manera él siempre se las arreglaba para encontrarme cuando lo necesitaba—. Me dijeron que estabas de malhumor. —Él se sentó en la cama, las chispas fulguraron para convertir la tensión en polvo dorado. Mi mano anheló la suya con desesperación, sin embargo, si lo tocaba lo ensuciaría. Y qué monstruoso sería mancharlo.

—No estoy de malhumor. —Pero él deslizó sus dedos con una gentileza atronadora entre las grietas del abandono—. Pero sí estoy listo. —Su sonrisa fue una tormenta de girasoles en mi interior. No soportaría que él me desechase.

—¿Entonces, nos vamos? —Asentí, esto me aterraba—. ¿Ash? —Me convencía de que podía con el mundo sobre los hombros, sin embargo...

—¿Sí? —Él me reducía a una rosa.

—Te ves guapo. —Le era tan fácil agitar mi razón, la nariz se me agolpó de pena ante la ternura de ese mohín, que expresión más bella.

—Tú te ves bonito. —Ambos reímos nerviosos sin soltarnos las manos—. Aunque odio ese estampado. —El puchero que me regaló fue absolutamente adorable. ¿Por qué él podía destrozarme con semejante facilidad? Era como si fuese su talento restaurarme.

—¡Nori Nori también es bonito! —Reí, verlo enfadado era un deleite—. Es bastante popular en Japón. —Aunque él era el mayor se comportaba como un niño.

—Es un pájaro feo. —Su ceño arrugado me llenó el alma de luz.

—Te haré usarlo algún día. —Me relajé, permitiendo que él me embriagase con la estática, nuestros alientos se entremezclaron en lo efímero de la lozanía.

—¿Tanta confianza le tienes a tus encantos, onii-chan? —La sonrisa pícara que él pintó fue un mal presagio, él apretó mi palma suavecito antes de inclinarse.

—Ya lo verás. —El único desconcertado fui yo.

Le entregué un casco antes de que nos subiéramos a mi motocicleta, sus manos rodearon mi cintura para que floreciesen estrellas, sus piernas se acomodaron a los costados de mi cadera, su rostro se hundió en mi espalda, su fragancia me embriagó. Morí para volver a nacer en esa caricia. La autopista fue un poema melifluo, mientras más aumentaba la velocidad más cerca lo tenía, podía sentir el estruendo de su palpitar contra mi chaqueta, traté de concentrarme, sin embargo, una sonrisa atenuó la desesperanza. Esta era la primera vez que disfrutaba conducir. Era tonto tratar de protegernos de lo garrafal en esta tormenta, no obstante, a su lado las gotas eran coloridas y el frío quemaba. La biblioteca pública de Nueva York era mi arca de misericordia, un lugar donde podía sentarme en silencio, sereno, alejado del mundo de la violencia y la lucha. Pero solitario. Una soledad indescriptible y sublime. Que ingenuo fue traerlo para rebasarla.

—Esto pesa mucho. —Él dejó caer una torre de libros de química sobre el mesón antes de sentarnos, el estrés se deshizo contra la cuerina del asiento, el silencio fue seductor—. No leerás todo esto ahora, ¿o sí?

—Claro que sí. —Él se recostó a mi lado, acomodando su mentón entre sus palmas y sus codos contra la mesa. Un pestañeo somnoliento me fue obsequiado, lindo.

—¿Estás bromeando? Tardarás toda la noche. —Encendí la lámpara del costado y abrí un manuscrito.

—Tú fuiste quien quiso venir. —Su mueca fue una apología para lo infantil.

—¿Nuestra primera cita es para que te vea leer por horas? —La vergüenza se expandió hacia mis orejas, que él lo dijese con semejante naturalidad era un estrago, el pulso se me disparó, mis dedos se crisparon contra el libro.

—Sino te gusta hay un cuentacuentos en la sección infantil. —Sus cejas se arquearon con fastidio, sus puños se tensaron contra la mesa.

—No soy un niño. —Esa declaración perdió verosimilitud bajo sus mejillas infladas y la arruga en su nariz. Él era como un conejito, bonito e implacable.

—A veces lo pareces. —Una de mis palmas hojeó el manuscrito, la otra se mantuvo aferrada a su regazo, fue eléctrico, hacia demasiado calor en la biblioteca.

—¿Estás tratando de encontrar el compuesto de la droga? —Mis zapatos empezaron a tiritar debajo de la mesa, traté de componerme, sin embargo, su aroma había calado hacia mis pulmones y su dulzura estaba dejando fuegos artificiales por toda mi piel.

—Lo hago. —Era imposible mantener la cordura con esos grandes ojos cafés desprendiendo curiosidad, cada cosa que él hacía repercutía como una ola de destrucción masiva en mi archipiélago de desolación, lo peor era que me encantaba ser tan consciente de él, no podía quitarle la mirada de encima.

—Yo también estoy tratando de entender esto. —Me atreví a acariciarle la cabeza, el tacto fue mágico.

—¿Necesitas algún diccionario para ayudarte? Creo que plaza sésamo sacó un volumen para preescolar. —Ya no me quedaban más mentiras para esconderme.

—Eres malo. —Pero esta no podía ser una cita.

—Si te aburres toma esto. —Un billete fue extendido sobre la mesa—. Ve a comprarte algún manga. —Él me lo arrebató, frustrado, la silla chirrió cuando él se levantó.

—Sí, lo haré. Y también un perrito caliente.

—Compra uno para mí. Con mucha mostaza, onii-chan. —Él apretó los párpados con fuerza antes de sacarme la lengua y desaparecer. Suspiré, completamente embelesado. Mierda, esto ya no tenía solución.

No sabía cómo comportarme al frente de él, me froté el entrecejo, suplicando que estos manuscritos cobrasen sentido, yo era un prodigio que vanagloriaba al conocimiento, no obstante, no logré avanzar una mísera línea en ese mesón, mis delirios se fundieron con mis lamentos, su ausencia fue un pétalo deslucido en la hostilidad del tiempo. Me levanté, consintiendo que la investigación pasase a segundo plano. Cerré los ojos, su perfume me cosquilleó debajo de la nariz, aunque no fuesen feromonas su esencia era mucho más adictiva que el instinto. Relajé mis hombros para adentrarme en el pasillo de los comics. Me congelé frente a la imagen. Odiaba con cada fibra corrupta esa vena posesiva de alfa, sin embargo, escucharlo reír con otro chico me dolió, porque ellos se veían como dos adolescentes normales charlando sobre algún manga mientras que yo...No pude respirar.

Porque también quería ser normal.

—¿Ash? —El otro sujeto pareció desconcertado con mi presencia—. Pensé que te quedarías leyendo toda la noche.

—Sí, lo iba a hacer pero... —El sudor quemó el escarlata—. No me pude concentrar sin ti. —La conmoción chispeó en sus pupilas para dar paso a un adorable rubor. El carmesí fue el preludio para la coquetería.

—¿Me echaste de menos? —Suspiré, encogiéndome de hombros, incluso esa altanería era linda.

—Me hizo falta a quien molestar. —Nuestras manos se buscaron—. Tanta química se vuelve tediosa si nadie me pregunta estupideces cada dos minutos. —Su risilla me llenó la sangre de electricidad.

—¿Querías cariño mientras leías? —Me relajé y me dejé arrastrar—. ¿Tus 200 puntos de IQ no funcionan sin mimos? —Era como si yo fuese arena inmunda y él un resplandeciente océano de felicidad, cada oleada me purificaba.

—Sí los quería. —El mundo dejó de importar—. ¿Te molesta? —Sus yemas contra mi nuca se profesaron como una infinidad de endorfinas.

—No. —La suavidad en su expresión me dejó vacío—. Estoy acostumbrado a lidiar contigo. —Ni siquiera pude armar un pensamiento coherente. La intensidad de esas obsidianas me arrebató la nostalgia.

—No sabía que tenías pareja... —El otro sujeto lució realmente incómodo frente a este encuentro—. Perdón. —Él dejó un manga sobre la mesa antes de apartarse.

—¿Cariño, me estabas engañando? —El moreno se tuvo que cubrir la boca para no estallar en risas—. Ese es un terrible recuerdo para nuestra primera cita, me siento profundamente ofendido. —Él me golpeó el hombro, ambos empezamos a caminar hacia afuera de la biblioteca.

—Lo dice el romántico que me trajo a leer. —Me atreví a rodear su cintura, temblé, el tacto fue una tarde soleada en Cape Cod.

—Pero hallaste un manga. —Él bufó—. ¿Cuál era?

—¿Prometes no burlarte si te digo? —Asentí—. Era el diccionario de plaza sésamo. —Nos sacaron de la institución por culpa de mis carcajadas.

Cerca de la biblioteca había un carrito que vendía hot dogs, el hambre nos incitó para que comprásemos dos, el vapor se derritió bajo mi nariz como seda, el estómago me burbujeó, la boca se me aguó, tomamos asiento en las escaleras de enfrente para poder devorarlos. La brisa nos arrulló con gentileza, su cabello fue un desastre, esos rebeldes mechones abenuz se deslizaron por sus pestañas para robarme los sueños, habían pocos transeúntes, esta era una delicada burbuja de irrealidad. Él arrugó la nariz antes de toser luego de dar el primer mordisco. Quién lo diría, la gran debilidad del infame Eiji Okumura era la mostaza fuerte.

—Está demasiado picante. —Él se abanicó la lengua para enfriarla, acabé mi perrito caliente con un par de mordidas.

—¿La comida americana es demasiado para el beta japonés? —Con el orgullo magullado él devoró lo que le quedaba, el desagrado fue hilarante, sin embargo, él lo trató de disimular. Apoyé mi mentón contra mi palma, mis zapatos pendieron hacia el escalón inferior.

—Puedes burlarte pero lo que yo cocino es mucho mejor que esto. —La indignación bosquejó en un temblor.

—He probado tus platillos y no estoy de acuerdo. —Me mordí la boca tras haberme delatado—. Digo, a veces sobra algo en el refrigerador y... —Era mentira, yo le pedía a mis subordinados que me guardasen una porción—. El natto es terrible. —El sarcasmo en su risa me revolvió las entrañas. Petulante.

—Pues a Bones le gusta. —Él enfocó su atención en la magnanimidad de Nueva York—. Y yo le creo. —Su rostro fue una oda para la beldad bajo los cándidos rayos del atardecer, lo tenue del naranja ahondó aún más lo etéreo en esa mirada. Era como si los ojos de Eiji Okumura contuviesen su propio cosmos.

—A Bones le gusta todo lo que haces. —Su sonrisa fue un cisne de papel, la electricidad fue sofocante—. Alex se va a poner celoso si sigues así. —Su atención regresó de la infinidad para hacerme el protagonista de su escenario.

—¿Eso crees? —Él acomodó su mejilla contra sus rodillas, su flequillo cayó como un desastre precioso hacia su frente, la sutileza del rubor fue un pecado, tragué, nuestras manos estaban cerca, casi podía sentirlas juntas, sin embargo, no tuve el coraje para tomarla.

—Sí.

—Creo que a Bones le gusta tener la compañía de otro omega. —Aquellos centímetros fueron una eternidad bajo tan melancólicos latidos—. Casi todos en tu pandilla son alfas. —Mi corazón fue un ancla, la calidez que él desprendió devastó las lagunas de glaciares y las pesadillas corroídas.

—Creo que le gustas porque eres tú. —Al menos a mí me encantaba solo por ser él—. No creo que le importe que seas un beta. —Él quebró esa silenciosa distancia para que nuestros meñiques se entrelazaran. Temí destrozarlo, sin embargo, si él me iba a dejar.

—Tienes razón. —Que al menos me decepcionase despacio.

—Eiji... —No era correcto recibir amor cuando me habían vendido, escupido, pisoteado y violentado, encogí las piernas, profesándome expuesto. Si él viese cuán sucio estaba Ash Lynx—. ¿Puedo saber algo de ti? —¿Me seguiría contemplando de esa manera?

—¿Algo de mí? —La profundidad en sus pupilas fue una belleza arrebatadora.

—Sí... —Sus mejillas se tiñeron de verano—. Nos conocimos en circunstancias extrañas, no habíamos tenido la oportunidad para charlar así hasta ahora. —El dulzor en su aliento me embriagó, la cordura me golpeó como una mariposa encerrada tras esa sonrisa.

¿Por qué tenía que haberlo hallado en estas circunstancias?

Tal vez en otra vida podría haberlo amado como él lo merecía.

—Es cierto. —Su mohín se grabó a fuego lento en la reminiscencia—. Nos conocimos en circunstancias extrañas. —Cada poro me desbordó electricidad cuando él se inclinó, el pecho se me acribilló de cosquillas, el pulso me retumbó en las orejas. Esto era peligroso.

—¿Entonces? —Me estaba volviendo codicioso cuando me vendía en pedazos.

—Un amigo me trajo a América para animarme, él estaba bastante preocupado. —Cada músculo se le tensó bajo el dolor de la desesperanza—. Estaba muy deprimido allá, me pregunto si él habrá regresado a Japón. —La culpa me carcomió con una crueldad agónica. Pero aún no podía decirle.

—¿Por qué estabas deprimido? —O él se decepcionaría.

—Yo era saltador de pértiga. —La dulzura en su voz fue adictiva—. Hace un par de meses me lesioné y tuve que asistir a rehabilitación. —Sus zapatos se golpearon en el escalón—. Para cuando estuve listo me dio miedo volver a saltar. —Un canario sin canto, una mariposa con las alas quebradas, una infinidad sin tiempo.

—Lo lamento. —Un corazón descompuesto siendo zurcido por la libertad—. Me habría gustado verte saltar. —Él me dio dos palabras que un condenado no podía recibir. Porque ahora la horca dorada era un castigo inhumano y una vida normal una tentación mortífera.

—¿Y tú Ash? —Parpadeé, anonado.

—¿Yo qué? —La tarde danzó en sus ojos, mis sentimientos se colorearon en sus mejillas, su roce derritió la soledad.

—Quiero que me cuentes algo de ti. —Había tenido una vida de mierda desde que Griffin me dejó, no era digna de ser narrada y era grotesca para ser recordada. Intenté olvidarlo, ex prostituto, líder de una pandilla, asesino y todavía temblaba.

—No hay mucho que contar... —Él me sostuvo con una amabilidad violenta, él se deslizó por el escalón para poder acercarse, nuestros zapatos se estrellaron, sus manos me acunaron como si él pudiese ver tan desgarradores lamentos.

—¿Realmente no hay nada? —No tuve la fuerza suficiente para luchar, lo único que pude hacer fue encogerme y suplicarle para que me rompiese despacio.

—Tuve un hermano mayor. —Jamás había mencionado a Griffin en voz alta—. Lo amé mucho, él me cuidó cuando era niño hasta que se fue a combatir. —Porque él era la única parte decente que le quedaba a mi alma—. Yo... —Y la había perdido. No pude seguir hablando. Él me rodeó los hombros con suavidad.

—Cuando estés listo para hablar de eso. —Él me arrastró hacia la orilla mientras me ahogaba en la desesperanza—. Seguiré aquí. —¿Esto realmente podía estar bien?

—Te dije, no hay mucho que contar, ni siquiera tuve un amante. —Mi confesión despertó una desmesurada curiosidad, él apoyó su mentón contra sus nudillos antes de abstraerse en las calles de la ciudad. El día era tranquilo.

—Ahora que lo pienso. —El ambiente una nubla fatídica—. A mí nunca me había gustado nadie hasta que te conocí. —Las mejillas me quemaron cuando nuestros ojos se volvieron a reclamar, hubieron chispas venenosas fundidas con sonrisas de ensueños.

—Eiji...

—Supongo que eso te convierte en mi primer amor. —Él se acarició la boca, aturdido—. Y en mi primer beso. —El tiempo me fue robado por ese imprudente chico japonés. Volví a girar la llave de mi pecho para encontrarlo vacío, lo miré a él, mi corazón estaba pendiendo entre sus manos.

—Tú no eres la primera persona a la que besé... —Era pequeño y se hallaba destrozado—. Pero eres la primera a quien quise besar. —A pesar de las cicatrices él lo atesoró—. ¿Eso cuenta como mi primer amor? —Él me sostuvo como si fuese lo más valioso en el universo.

—Lo hace. —Y yo le creí.

—Supongo que eso también te convierte en mi primer amor. —Era tan estúpido balbucear incoherencias cuando yacía sobre rosas—. Lo siento, es una idiotez.

—No lo es. —Él me susurró palabras de afecto como si fuesen verdades absolutas—. Uno no escoge de quien se enamora, solo pasa. —Aunque él pretendió compostura el trepidar en sus labios y las lágrimas acumuladas lo delataron—. Y a veces es doloroso pero harías cualquier cosa por esa otra persona. —Dejé que mi cabeza reposase contra su hombro.

—Creo que entiendo ese sentimiento. —Nueva York fue la ciudad de cristal entre nuestras manos—. Eiji... —Su nombre fue una proeza lejana en la decadencia de la realidad.

—¿Sí? —El tiempo se concibió alienado en tan vasta noche, estábamos lejos, habíamos subido demasiado alto.

—Me gustas mucho. —Su risa fue la melodía más maravillosa jamás escuchada.

—Y tú a mí, Ash. —Éramos niños gateando a ciegas en esto del amor.

—Ya deberíamos volver. —Él se levantó de las escaleras para sacudirse los pantalones, una mano me fue extendida.

—¿No quieres recorrer un poco más la ciudad? Aún es temprano, la pandilla me perdonará por acaparar a su jefe. —La recibí, anhelando que él no se esfumase en la fugacidad. Porque tenerlo entre mis brazos era una costumbre mortífera en la que ambicionaba perecer.

—Creo que hay un festival callejero más allá, deberíamos verlo. —Me levanté, sabiendo que sus ojos eran mis luceros de sosiego—. Los chicos lo entenderán.

Nueva York fue una sinestesia de colores y música esa tarde, puestos con juegos baratos fulguraron cuales tesoros, bengalas doradas rompieron el sórdido manto de la oscuridad, una banda se hallaba improvisando frente al muelle. Las botanas eran grasosas pero dulces, los estridentes gritos de los vendedores ambulantes se fundieron con los solos de guitarras. Nos detuvimos, nuestras manos aún se encontraban unidas, los nervios me florecieron en la piel, sus ojos desprendieron anhelo mientras contemplaba aquellos músicos, una delicada sonrisa pintó mi lienzo. Que aterradora era la idea de que él se esfumase. De pronto quise llorar, porque estábamos jodidos en esto, él aún conservaba esa grotesca marca en la muñeca, habíamos venido a investigar una droga, era un mundo de asesinatos, pero él podía reír de esa manera y decirme que le gustaba. Sin pedirme nada a cambio.

Absolutamente nada.

Y no lo entendía. ¿Por qué alguien tan maravilloso como él...?

Cuando yo estaba usado.

—Nunca había venido a uno de estos festivales. —Y maldición él era hermoso. Las luces del escenario iluminaron desde la punta de sus cabellos hasta la infinidad de sus pestañas, los nervios agolparon mi corazón.

—Yo tampoco. —Lo acerqué para que no se tropezase con la multitud, mi palma sobre su cintura fue estática derretida—. Nunca antes había tenido una cita. —Demasiado tarde comprendí mis palabras, una mueca altiva ya se había trazado sobre esa facciones.

—Dijiste que no era una cita. —Ni siquiera se molestó en disimular su dicha—. Si lo hubiese sabido estaría más arreglado. —Pero esa era una de las miles de cosas que me encantaban de él. Una parte de mí anhelaba confiar.

—Te ves lindo. —La otra sabía que era tarde porque me había entregado—. Siempre te ves lindo pero hoy también. —Reí, enfocando mi atención en mis zapatillas—. No sé ni lo que estoy diciendo. —Su aliento se entremezcló con la brisa, un tímido carmesí se expandió por sus mejillas.

—Yo pienso lo mismo de ti. —Hacía calor—. Luces genial. —No pudimos sostener una mirada.

—La pandilla me molestaría si nos viesen así. —No pudimos dejar de contemplarnos—. Dirían que tengo una cara realmente estúpida. —La tensión en el aire se deslizó en terciopelo contra mi cordura—. Posiblemente tendrían razón. —Él extendió su mano hacia mi cuello.

—Yo creo que es adorable. —Él me desarmó para que creyese en los finales felices y las infancias coloridas. Tonto, ¿no? Le había abierto las piernas a más hombres de los que podía recordar y aun así jamás me había sentido tan nervioso como ahora.

—Es raro salir tan despreocupado. —No pude apartarme de él—. Gracias. —Presioné mis párpados, dejando que sus yemas trazasen mis heridas, las rodillas me temblaron ante la gentileza del tacto.

—¿Por qué? —Aquella noche.

—Por acompañarme hoy. —Solo por este instante—. Por quedarte conmigo a pesar de todo, sé que no ha sido fácil. —Solo por esta eternidad.

—Ash... —Me permití pensar que merecía amarlo.

—Esta es una canción agradable. —Sabía que las palabras no serían suficientes para expresarle lo mucho que él significaba, tampoco estaba listo para dárselas, había un abismo que aún no podía atravesar, sin embargo, espere que estas bastaban.

—Lo es. —Él me dejó abrazarlo mientras las luces de Nueva York nos bañaban y una dulce melodía revoloteaba a nuestro alrededor.

Aquella noche experimenté lo que nunca me atreví a desear. Dos canciones se convirtieron en diez, conversaciones pequeñas fueron intercambiadas con risitas bajo las cuerdas de la guitarra, un latido se acribilló contra las tablas del muelle. Lo mantuve aferrado a mi pecho, esa cercanía fue una mortífera adicción. Tener que regresar a la residencia quebró mi burbuja de felicidad, él me desafió como si fuese un niño para que viajásemos a toda potencia en mi motocicleta, pude sentir la adrenalina destrozándome las venas mientras sus palmas rodeaban mi vientre. Fue mágico. El viento entremezclado con gasolina, la ciudad convertida en un mar de luces, ese delicioso aroma seduciendo mi sensatez. Él no necesitaba feromonas para encantarme. Separarse fue una tortura cuando llegamos, ninguno pudo sostener una mirada honesta, ambos lucíamos decepcionados.

—Tengo que trabajar ahora. —La desolación que chispeó en sus ojos me presionó el pecho—. Pero tú puedes irte a dormir, debes estar cansado. —Un ligero tartamudeo se quebró en mi voz.

—Supongo que eso es lo que haré. —Las mariposas se comenzaron a sofocar dentro de mi vientre, los aleteos fueron implacables en el frasco.

—Bien. —Su cercanía me hizo desear huir hacia un final diferente—. Nos vemos en un par de horas, trata de no extrañarme demasiado. —Sus manos juguetearon contra su regazo, él se mordió el labio, constipando, antes de elevar el mentón.

—Ash... —¿Por qué mi nombre se escuchaba tan real cuando él lo pronunciaba?

—¿Si?

—Las citas deben terminar con un beso. —La vida se me atragantó con tan inocente confesión—. ¿Puedo? —La conmoción fue implacable, bajé mis hombros, rendido, nunca nadie se había preocupado así por mi comodidad.

—Eiji. —Fue tan especial—. Puedes. —Sus palmas ascendieron por mi espalda, sus pupilas se hundieron en el pánico.

—No te sientas forzado, no quiero obligarte a nada, ni... —Reí. ¿Cómo era posible que él me tratase con semejante fragilidad cuando estaba tan maltrecho?

—Yo quiero... —Mis pulgares se acomodaron en sus mejillas, el candor fue irreal—. Realmente quiero besarte, Eiji Okumura. —Esas fueron las palabras más preciosas que alguna vez musité.

—Bien. —Él se alzó en la punta de sus pies—. Porque yo también quiero besarte, Ash Lynx. —Antes de destrozarme para armarme como un mosaico.

Sus labios eran suaves, dulces y adictivos, estreché su cuerpo entre mis brazos, deseando poderle arrebatar este instante a la realidad, cada fibra de cordura trepido por tan exquisito roce, fue lento y delicado, fue precioso. Los latidos arremetieron en la adicción, suspiré, necesitando un poco más, me atreví a profundizar el tacto, él tembló, sin embargo, me recibió ansioso. Ese beso fue tanto, fue chispas, infinidad, colores e inicios. Me embriagué en él. Si se pudiese dar un segundo primer beso habría sido este. Juntamos nuestras frentes antes de apartarnos. El sonrojo en sus mejillas fue tan estridente como el mío. Él tenía un carácter afilado y palabras repletas de confianza, sin embargo, era vulnerable en estos momentos. Cierto...

Yo era su primer amor.

Y él era mío.

—Te espero arriba. —Una risita estúpida fue mi respuesta, no pude quitarle la mirada mientras él se incorporaba dentro de la casa, la noche estaba caliente y yo era un desastre.

—Parece que tu cita fue bien. —Ni siquiera supe cuando Shorter llegó, tampoco me importó aquella altanera expresión—. Qué bueno que no estás prendado, no es como si tu rostro gritase amo a Eiji Okumura o algo así. —Esa tarde fui feliz, completamente dichoso a su lado.

—Solo un poco. —El más alto lanzó una carcajada fastidiosa antes de golpearme la espalda.

—Debería tomarte una fotografía para que veas la clase de cara que tienes, Alex mataría por molestarte con eso. —Mis piernas se arrastraron en nubes hacia la reunión.

—Shorter... —Él se detuvo antes de llegar al salón—. ¿Crees que lo merezco? —Su mueca se suavizó, odiaba mostrarme frágil, sin embargo, mis muros eran vestigios de papel.

—Creo que ambos se merecen.

Mientras me hundía en una tormenta de reminiscencia él me llamó, la manera en que musitó mi nombre fue un barco de plumas que me extendió el cielo para que llegase hasta él.  

Ahora si nos deberíamos ver el lunes porque mi meta es actualizar algún otro fic, estoy demasiado metida en este y no quiero descuidar a los otros, so, por favor téngame fe que yo no me tengo. Muchas gracias a las personas que se tomaron el cariño para leer.

¡Cuídense! 

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