Capítulo 8.
¡Hola mis bonitos lectores! Momento sentimental, cuando recién comencé a editar esto juré que nadie lo leería porque que paja como los jodo, no puedo terminar de agradecer el cariño, los primeros ocho capítulos me acomplejaban un montón, recuerdo que siempre que alguien entraba a leer cruzaba los dedos y pedía: por favor que llegue hasta el capítulo nueve, por favooor. Ahora es decente de principio a fin. Gracias por tanto apoyo, nunca sé expresarlo bien porque las palabras no alcanzan, pero gracias. El capítulo de hoy lo narra Eiji.
¡Espero que les guste!
Quise corresponderle al alba, sin embargo, no fue suficiente, no para tan brillante y milagrosa fuerza vital, una que amé con tanta intensidad que me dejó roto en el proceso pero aun así lo volví a buscar, clamando por más.
Sabía que acabaría de esta manera, sin embargo, la razón no fue suficiente para detener a tan desenfrenado palpitar. Él había hecho su elección, lo más digno sería aceptarlo, tomar mi maleta de recuerdos y subirme al tren de la media noche para acabar en Nunca Jamás. Pero él me gustaba, tanto que me había quebrado en miles de pedazos para ver si alguno de mis fragmentos calzaba con los de él, porque una imagen completa era lo que más ansiaba vislumbrar en tan esplendoroso jade. ¿No era injusto? Incluso herido adoraba los bordes filosos de su alma. A pesar del dolor estaba agradecido, los pétalos que él coloreó en mis grietas durante estos meses me impulsaron para que buscase mi propio sol. Eso era suficiente. Para retribuirle pasaría mis horas finales en este burdel, averiguando sobre la presuntuosa droga, la última voluntad del cadáver de la novia era desearlo mientras lo llevaba al altar con alguien más.
Una omega.
—Cariño, te estás poniendo mal eso. —Jessica era una mujer bonita de curvas pronunciadas—. Deja que te ayude. —Ella me estaba instruyendo para que trabajase en el prostíbulo durante la noche, sus tacones rechinaron con un armonioso click clack antes de llegar a mi lado.
—¿Cómo se pone? —Tenía una corbata en forma de humita sobre mi cuello acompasada por una camisa blanca y un pantalón de tela, era el uniforme de los meseros. Ella me sonrió, acomodándose al frente del banquillo para poder arreglarme. Pero ya nadie podía.
—Así. —Sus uñas presionaron con suavidad la tela, ella aseguró el broche con una maestría digna de pasarelas—. ¿Ves? Ahora luces mucho más guapo. —El terciopelo de las paredes, la pestilencia de los cigarrillos y los restos de champaña en la alfombra le confirieron una pizca lúgubre al camarín.
—Gracias. —Sus palmas se deslizaron sobre mis hombros, nuestras siluetas fueron una imagen dolorosamente nítida frente al espejo. La oda para los mentirosos.
—Eres bastante lindo para ser un beta. ¿Te lo han dicho? —Su aliento contra mi nuca gatilló un espasmo.
—¿B-Beta? —Mi risa maniática no ayudó a disimular—. Debes estar confundida, soy un omega. —Mis manos se hicieron puños contra mis rodillas, mis piernas se retorcieron hacia el tocador, ella me dejó una marca de labial encima de la mejilla, era escarlata y brillante. Tan bonita.
—Has hecho un buen trabajo tratando de ocultarlo pero eres un beta. —Ella se inclinó para alcanzar uno de los cajones del tocador—. Eres adorable y debes estar usando alguna loción para compensar la falta de feromonas, pero no es suficiente. —Bajé el mentón, humillado.
—Lo siento. —La culpa me consumió—. Perdón. —Como si fuese necesario disculparme por mi simpleza estuve listo para ser odiado, porque qué aberración más terrible sería recibir papel cuando prometieron láminas de oro.
—No lo dije para que te sintieras mal. —Ella sacó una delicada botella de perfume—. Sino para que te rociaras esto, serás más convincente con feromonas naturales. —Sin esperar una respuesta ella presionó el atomizador para empaparme de tan empalagosa fragancia, las entrañas se me revolvieron. Si yo oliese así él no me estaría sacando de su historia. Si yo fuese un omega tal vez le gustaría.
Pero solo era un beta.
—Gracias. —Negué, no era momento para ahogarme en el jade ni vanagloriar al dorado—. ¿Cómo fue que te diste cuenta? —Ella dejó el frasco sobre el tocador, una sonrisa orgullosa se posó entre sus labios, sus palmas se deslizaron con coquetería hacia su cintura.
—Soy una profesional. —El áureo se bamboleó contra su espalda—. Además llevo años pretendiendo que soy una alfa para ser respetada, sería malo que no reconociera a uno de los míos. —La mandíbula se me cayó, el rostro me ardió, parpadeé una infinidad de veces sin encontrarle sentido.
—¿Eres una beta? —Ella asintió antes de regalarme un guiño coqueto—. Pero eres genial. —Su risa expandió el calor hacia mis mofletes.
—Aunque el mundo se empeñe en hacerte sentir menos, no lo eres. —Ella me acomodó un rebelde mechón ébano detrás de las orejas—. Es aburrido clasificar a las personas por algo tan básico como el género, podemos ser extraordinarios por quienes elegimos ser. —Los engranajes de mi mente comenzaron a correr al revés.
—Eres la primera que me dice algo así. —Sino era Fly boy, sino era el amante del lince, sino era un omega.
¿Por qué era tan terrible ser un beta?
—Cualquier cosa por un amigo de Skipper. —Ella me incitó a ponerme de pie para alisarme la camisa—. Muy bien cariño, esta noche pretenderás ser un mesero, puedes recorrer con libertad el burdel o hablar con los empleados mientras no levantes sospechas. —Asentí, determinado—. Esta situación no me gusta.
—Haré lo mejor que pueda para ayudar, lo prometo. —La transparencia del añil iluminó la habitación.
—Lo sé. —Ella suspiró con gentileza—. Por cierto, no sé ni cómo te llamas, ese niño ni siquiera nos presentó. —La puerta crujió a nuestras espaldas.
—Eiji Okumura, un gusto. —Su expresión cambió, el vacío bajo mi mano se transformó en un abismo.
—¿E-Eiji? —Mi nombre resonó irreal bajo tan cadenciosa voz—. ¿Cómo el chico que estaba con Ibe? ¿El pertiguista?
—¡Jessica los clientes ya llegaron! —Su mueca constipada llenó las estrellas de melancolía—. ¡Ei-chan te ves muy bonito! —Skipper ingresó al cuarto antes de que pudiésemos terminar nuestra conversación—. ¡Vamos! Nos están esperando.
El salón principal era una oda para la elegancia, largas cortinas escarlatas adornaban los balcones, las luces eran un bamboleo de seducción, el dulzor de las velas resultó embriagador, las copas de cristales rebosaron intoxicación mientras los alfas reposaban en ostentosos sillones con omegas como accesorios. Tragué duro antes de que Skipper me entregase una bandeja plateada y el espectáculo comenzara. Máscaras de política, fama y alcurnia perecieron bajo los toques de la lujuria, contuve una arcada tras incorporarme en el ambiente, esta era mi última oportunidad, si ya estaba cayendo extendería mis alas. Un sujeto pidió mi compañía desde el otro lado del recinto, aunque habían dos chicas a sus costados él no lucía satisfecho, era gordo y feo. Tan desagradable.
—¿Este es el mejor vino que me puede ofrecer la casa? —Me limité a asentir, sin levantar sus manos de su barriga él me apuntó a su copa vacía, se la rellené, el sonido de la espuma fue escalofriante junto a tan lánguida expresión, él se relamió, con lentitud.
—Gracias por su preferencia. —Antes de poder huir él ya me había acomodado sobre su regazo.
—¿Cuál es la prisa? —Las chicas me hicieron espacio en el sofá, aunque era mullido fue como sentarse sobre vidrio molido—. La noche es joven. ¿Por qué no te tomas un trago conmigo? —Me congelé cuando él apoyó su palma sobre mi muslo, el pánico me desgarró las venas.
—Tengo otras mesas que atender. —El agarre se tornó violento. Sus feromonas se acribillaron en mis pulmones, la pestilencia fue insoportable, me acaricié la frente, temiendo desmayarme por el asco.
—Oye, novato... —Una de las trabajadoras captó mi atención—. ¿Qué no sabes quién es? —Negué, en pánico—. Marvin Crosby es un cliente importante, trátalo bien. —Sus yemas se deslizaron hacia mi cadera, palidecí. Arthur tenía razón, esta había sido una terrible idea. El vino escurrió desde su boca hacia su pecho, el nudo en mi tráquea no me dejó pensar. Mierda.
—Tú hueles delicioso. —Su nariz se deslizó contra mi nuca—. ¿Por qué no buscamos un lugar más privado para terminar esta conversación? —Apoyé mi mano contra mi boca para contener mis entrañas. ¿Esta era la humillación a la que se tenían que someter los omegas? ¿Solo por nacer así? Presioné mis párpados y contuve el llanto. El mundo estaba podrido.
—¡Ei-chan! —Skipper me tomó de la mano antes de que él me pudiese seguir tocando—. Lo siento señor Crosby, pero necesitamos a este chico en la cocina. —La expresión del nombrado fue desquiciada, una infinidad de maldiciones retumbó a la distancia.
—Gracias. —Él me arrastró lejos de la multitud, una gruesa capa de sudor me había quemado la piel.
—Te pedí que no te metieras en problemas y esto es lo primero que haces. —Él se frotó el ceño—. Ash me matará si se entera de esto. —La música fue profana y la realidad una galaxia perdida. Me apreté el pecho, tratando de arrancarme las espinas de la reminiscencia.
—Él no... —Pero solo conseguí acabar aún más herido—. No le importaría. —Mi atención se no pudo mantener sobre la mueca despechada que Skipper me entregó, cada fibra de mi voluntad se tensó cuando reconocí a la grotesca silueta en medio del salón—. ¿Qué hace Dino Golzine acá?
—¿Eh? —Él se dio vueltas para mirarlo, ninguno de los trabajadores se atrevió a alzar el mentón mientras él se pavoneaba junto a otro alfa—. Es el dueño.
—Ya veo. —Con el velo negro y una marcha fúnebre tocando mi nupcial tomé una decisión.
—¿Ei-chan? —Los seguí hacia una habitación privada—. ¡Ei-chan!
Los cuartos personales se encontraban en un pasillo aislado, una leve cortina de terciopelo era lo que separaba los diferentes módulos, lo único que yacía al interior de esas paredes era una cama y un velador, era obvio que estaba diseñado para rápidas visitas conyugales, los jadeos alrededor me parecieron tortuosos, más que gemidos placenteros estos parecían aullidos de dolor. La densidad de las feromonas me forzó a cubrirme con el antebrazo, la concentración era molesta. Me acomodé al costado de la puerta, esperando no ser detectado. Ambos tomaron asiento mientras hojeaban una especie de menú sobre el colchón, la sangre me ardió, las piernas me temblaron, compraban dignidad humana como si fuese carne barata. Esto era tan denigrante.
—No esperaba que me entregase a su precioso lince con tanta facilidad. —Dino Golzine sonrió sin despegar su atención de la carta de omegas, él repasó las fotografías como si no tuviesen importancia. La tenían.
—Coronel Fox, yo diría que usted es quien me está cediendo a su querida hija. —La mirada del nombrado me descompuso los latidos, no existió nada paternal en ese brillo macabro. El aire fue pesado.
—No soy tan sentimental. —El cinismo me cortó las venas—. Ella es una desgracia, será un honor regalársela. —Sus dedos se crisparon contra las imágenes, una cajetilla de cigarrillos cayó contra la alfombra—. Incluso podría ponerla a trabajar.
—Eso no será necesario. —El menú fue dejado de lado—. Ash estuvo de acuerdo con la oferta, su hija proviene de una buena familia y tiene un estatus envidiable, será un magnífico adorno. —Las pupilas me escurrieron horror. Hablaban de humanos como si fuesen muñecas, ácido me quemó la boca. Asqueroso.
—Ya veo. —Una risa muerta pendió en la atmósfera.
—Pero hay algo que me está molestando. —Las rodillas me temblaron bajo tan lóbrego desprecio—. Últimamente hay un estorbo alrededor de mi lince. —La sonrisa de ese sujeto fue un delirio de cinismo, me cubrí la nariz, el cuarto apestaba a tabaco fundido con alcohol.
—Tiene sentido que se quieran aprovechar de su condición, él es un líder innato y el heredero de tu legado. —Sus yemas golpearon una fotografía al azar—. Todas tus empresas serán suyas algún día. —Las náuseas hirvieron en mis entrañas—. Y por ende de mi hija.
—Confío en que ambos saldremos victoriosos con este acuerdo. —Los latidos se marchitaron. El dolor escondido en el corazón de Ash Lynx era tan desmesurado que cada día era menos hombre y más pedazos—. Además, ellos nos pueden dar una descendencia pura. —Reí, eso era todo lo que importaba ¿verdad? Me llevé la mano hacia el pecho, frenético.
¡Oh! Pero un alfa estaba atado a un omega solo para procrear, a eso se reducía el maravilloso lazo de destinados, ¿no?
—¿Él aún no ha anudado con la basura? —La marcha nupcial retumbó por mi alma.
—No. —La muerte me ofreció su mano antes de levantarme el velo—. No le gusta lo suficiente como para tocarlo, ese japonés es solo un omega vulgar. —Pero no se la daría mientras él peligrase. Porque lo amaba más de lo que aborrecía ser un beta.
—Me parece perfecto. —No permitiría que ese sujeto lo ahogase aún más en esta inundación. Era suficiente.
—Bien. —Dino Golzine se levantó antes de entregarle el menú a su compañero—. Yo tengo otros compromisos que atender, pero tú te puedes quedar y divertirte por los dos. —Retrocedí cuando él se acercó
—¿Tienes omegas personales? —Él negó, divertido, apenas tomó la cortina yo la solté para esconderme en la habitación de al lado. Suspiré bendecido al encontrarla vacía. Me acomodé contra la pared para contener mi respiración
—No hay nada que se equipare con el placer de poseer a un alfa.
El tiempo se difuminó en una tortuosa eternidad dentro del cuarto. Cerré los ojos, me mordí la boca y me cubrí las orejas con fuerza, intentando procesar el desesperado grito que provenía de la otra pieza, traté de retener las náuseas, sin embargo, las paredes estaban demasiado encima y el verde de sus ojos fue descorazonado esta mañana. No era justo que sufriese esta clase de maltratos. Él se refugiaba de la tormenta con una sombrilla quebrada como un gatito desamparado, aunque mi paraguas también estuviese repleto de agujeros entre los dos podíamos protegernos de esta tempestad. Me di el coraje para salir, no obstante, apenas levanté la cortina la muerte clamó a la novia perdida.
—Estás tentando mi paciencia. —Él ingresó a la habitación, retrocedí, quedando completamente atrapado—. Escuché que Ash te rechazó. ¿Has venido para que te de trabajo? Este lugar es perfecto para alguien tan vulgar como tú. —Los latidos me apuñalaron con cada paso que arrastré.
—Porque esta es la única labor que puede tener un omega, ¿verdad? —Mis piernas fueron barquitos de papeles maltratados y mis pulmones frascos de perfumes vencidos.
—Ya vas comprendiendo. —La altanería en su sonrisa me atascó la garganta—. No eres tan tonto como te ves. —Sus yemas se deslizaron debajo de mi mentón, tirité, odiaba que los alfas se atribuyesen el derecho a transgredir mi espacio. ¿Quiénes se creían?
—Usted es repugnante. —El cuarto pendió en una mezcolanza putrefacta de feromonas, tabaco y alcohol.
—Debo decir que no tenía interés en adquirir a un gato japonés. —La sangre se me heló—. Pero podría hacer una excepción contigo. —Mis uñas se hundieron contra la pared, mi respiración fue hielo, traté de desviar la cara pero el peso del mundo deformó mis alas.
—No le temo a sus amenazadas. —Porque mis hombros eran escuálidos y mis plumas yacían marchitas—. Ahórreselo. —Él apretó mis mejillas, frustrado.
—Si quieres seguir con vida sé inteligente y mantente alejado de mi propiedad. —La brutalidad fue dolorosa, presioné los párpados, impotente—. O habrán consecuencias. —Dejé de luchar, él me estaba tocando como se le diese la maldita gana y yo ni siquiera me podía mover.
—Ya lo comprometió con otra omega, no pudo ponerlo más lejos. —Su risa se atragantó en mi boca, sus yemas se deslizaron hacia mi nuca, el espasmo fue sucio.
—Aún no hay marca. —La humillación palpitó en cada resto de cordura—. Supongo que solo fuiste un capricho. —Eso fue cruel. Le di la mano a la muerte en el altar.
—Si lo sigue tratando de esa manera solo lo hará infeliz. —Él tiró mis cabellos para estampar mi cabeza contra la pared, perdí el aliento, sus ojos estaban huecos.
—¿Tú crees que puedes hacerlo feliz? —La violencia se intensificó—. Si realmente te importa dejarás que él tome el lugar al que está destinado. —Él me golpeó la mandíbula antes de apartarse, me la traté de sobar, sin embargo, me profesé afiebrado.
—¿Qué pasa si no quiero? —La cólera corroyó mi sangre—. ¿Qué pasa si no me puedo apartar de él? —Un escalofrío sacudió desde mi columna vertebral hasta mis dedos.
—Ya lo verás si me sigues tentando. —La cortina volvió a caer para que él desapareciese de la escena.
Era estúpido tratar de protegerlo cuando me había sacado, sin embargo, este no era el momento para lamentarse por el chico de los ojos más bonitos del mundo y el mundo más desolado dentro de ellos. Tenía un proveedor que encontrar. Regresé a la cocina para ser recibido por un regaño monumental de parte de Skipper, el más joven me trató como si fuese un niño antes de consolarme y entregarme una bandeja, me reincorporé al salón, analizando las diferentes máscaras ocultas bajo la falsedad del glamour, cuando los zapatos me hicieron heridas de tanto caminar y la mayoría de los nombres se hallaron tachados, mi atención fue robada por la luna. Él era el omega más hermoso que jamás había visto: silueta esbelta, rostro agraciado, piel de seda y cabello de noche, me acerqué hacia él, un llamativo traje estaba resaltando la obscenidad de sus curvas. Precioso.
—Yut. —Esos ojos de delirio parpadearon una infinidad de veces bajo el manto de la perplejidad—. ¿Qué estás haciendo aquí? —Él se cruzó los brazos contra el pecho, la elegancia de su esmoquin fulguró ante la lozanía del balcón.
—Podría preguntarte lo mismo. —Dejé la bandeja en una mesa vacía.
—Es una larga historia. —Me encogí de hombros, permitiendo que la confusión me matizase—. Esto se nos está saliendo de las manos. —Su sonrisa fue un aleteo de mariposa.
—Déjame adivinar lo que pasó, tampoco crees que los patrullajes estén siendo de utilidad. —Nos apartamos de la hipocresía para poder charlar. Las burbujas del alcohol fueron un eco estridente bajo su risa.
—La verdad no creo que lo hagan. —Me abracé a mí mismo, la noche fue una agonía desalmada—. Por un contacto supe que podría haber un proveedor aquí. —Tal vez era imprudente confiar en la competencia del lince de Nueva York, sin embargo, las manecillas del reloj se deslizaban como arena.
—¿Skip? —Asentí—. Ese traidor me prometió exclusividad. —Su puchero me cosquilleó en el vientre—. Él tendrá que confrontar mi furia luego. —Aunque llevaba una densa capa de maquillaje él lucía mucho más bonito sin ella.
—Pero no he encontrado nada. —Temblé tras recordar aquel traumático encuentro.
—Yo sí. —El orgullo chispeó en su sonrisa—. La droga la metió un novato al que contrataron el mes pasado, no parece saber mucho. —Acomodé mis dedos bajo mi mentón, vislumbrando aquel mágico espectáculo de elegancia. Una subasta de carne y dignidad—. Asqueroso, ¿no?
—¿Eh? —Esas afiladas amatistas me pintaron un preludio.
—Eso parecías estar pensando. —Él se acomodó un mechón detrás de las orejas—. Poner a personas en un menú como si fuesen productos es despreciable. —Sus hombros se elevaron contra la crueldad de la realidad—. Bueno somos del género inferior, no es como si nos esperase algo mejor. —El dolor en su voz me quebró.
—Yut...
—Al menos tú tienes a ese estúpido alfa para que te cuide. —Aunque quise reír no hubo más que amargura en mi caricia.
—No lo tengo. —Quise llorar porque en un par de horas me iría—. Él decidió comprometerse con alguien más. —¿Cómo era posible que siguiese amándolo? Cuando mi corazón era una infinidad de pedazos—. Alguien mejor. —Pero cada retazo seguía latiendo por él.
—¿Quién es la afortunada? —Mis brazos colgaron flojos contra mi cuerpo.
—La hija de Eduardo L. Fox. —Mi cuerpo pendió inerte contra mi alma.
—Es una familia bastante adinerada, no me extraña que tratasen de comprometerlos. —Mi alma se ahogó en unos ojos de ensueño y una sonrisa desfallecida.
—¿La conoces? —Él asintió—. ¿Cómo es ella? —El escarlata se corrió cuando él se mordió el labio.
—Una omega ejemplar, es excelente en labores domésticas, joven, hermosa e inteligente. —Él apoyó sus nudillos contra su barbilla—. Es bastante cotizada. —Carcajeé, sabiendo que nunca había existido competencia—. Una joya. —Porque ni siquiera me dejaron participar.
—Ya veo...
—Eiji. —La determinación que ardió en sus pupilas me heló la sangre, él tomó mis manos y me mantuvo firme—. Eres mucho mejor que cualquiera de ellas, deja de sentirte inferior, aunque el idiota ni siquiera me agrade puedo ver la conexión que tienen, son una pareja destinada. —Reí ante la ironía.
—Eso es imposible. —Él negó, su palma se deslizó hacia mi hombro con una gentileza impresionante.
—Aún sino fueses un omega. —Él me dejó sin aire—. Seguirían teniendo esa clase de conexión. —De repente quise sollozar pero no entendí la razón.
—Gracias. —Mi vida recobró color con esa sonrisa—. ¿Desde cuándo lo sabes? —Aquella incesante punzada se tornó melodiosa. Sus yemas acariciaron su trenza, su máscara de indiferencia no pudo opacar la beldad.
—¿Saberlo? No sé de qué hablas. —En el fondo esa insolente belleza fatídica no era más que un refugio para la fragilidad—. Pero si supiera algo me habría dado cuenta hace meses, apenas dejaste mi casa por ejemplo. —Reí, aliviado.
—Y aun así no quiero renunciar a él. —Tal vez esto era suficiente—. ¿Es tonto? —Para mí lo era.
—No lo es...
La suavidad de su consuelo se vio opacada por un grito desgarrador. El ambiente se quebró, el caos se desató, Yut-Lung Lee me agarró de la muñeca para que pudiésemos correr hacia la habitación de al lado. Mis zapatos se mancharon de escarlata apenas pisamos el interior. Palidecí. El aroma a muerte fue nauseabundo.
—¡Ella mató al senador! —Habían dos cadáveres apoyados contra la pared: una omega con la garganta cortada y un alfa cercenado. Los demás trabajadores se encontraban gimoteando conmocionados, esto fue una masacre, la sangre estaba por doquier.
—¡Ella lo mató y después se suicidó! ¡Yo lo vi! —La chica se dejó caer, tenía los tacones rotos y el vestido rasgado—. Ella no era así, estaba actuando extraño. —En el suelo había una diminuta bolsa con polvo blanco, me agaché para tomarla.
—¿Suicidio? —Las palabras de Yut-Lung Lee fueron un espasmo—. Y esa mierda otra vez. —Su atención se enfocó en el paquete—. Esto es extraño.
—¿No es el mismo patrón que en Downtown? —La desesperación entremezclada con los sollozos me destrozó.
—A la policía no le importó lo suficiente para investigar, pero es raro. —Él se mordió el labio—. ¿Por qué las muertes son tan violentas? Además los afectados suelen ser omegas. —Él contuvo una arcada luego de posar su mirada en la imagen—. Tengo un mal presentimiento.
—Eres experto en química, ¿no? —Le agradecí mentalmente a Ibe por haberme educado acerca del clan Lee mientras dormitaba en el avión.
—En venenos para ser exactos. —Tomé sus palmas para entregarle la droga, sus ojos centellearon mientras los gritos se expandían como llamas y la sangre se colaba hacia el pasillo—. ¿Por qué? Soy enemigo de tu novio. —Jessica tomó el control de la evacuación.
—No lo eres, somos amigos Yut. —El rubor que se agolpó en sus mejillas fue adorable—. Además, creo que eres el más indicado para analizar esto. —La calidez en su sonrisa me resultó abrumadora.
—Eiji Okumura, si ese idiota te deja siempre puedes permanecer a mi lado, somos un buen equipo. —Él acomodó su palma sobre mi hombro—. Ahora vámonos, te llevaré a casa.
Yut-Lung Lee me explicó una infinidad de cosas acerca de la droga, él había estado visitando de manera esporádica los barrios bajos para recolectar información, aunque su búsqueda resultó fructífera aún tenía que procesar el compuesto para comprenderlo. Él me despidió con una sonrisa antes de que la última campanada despedazase mi alma. Mi bolso estaba sobre el sillón, el llanto de Bones era incesante contra el pecho de Alex, los ojos de Shorter se encontraban ahogados en una desbordante frustración. Suspiré, tomando la maleta para salir. Lo correcto sería irse para olvidarlo. Detuve mis pasos. La muerte me volvió a ofrecer su mano durante esa marcha nupcial.
Debería regresar a Japón, ¿verdad? Era lo más coherente.
—Quiero gustarte aunque este mal.
Pero estaba perdidamente enamorado de Ash Lynx.
Y eso me dolía.
Solo cuando me toqué el rostro entendí que estaba llorando, porque irme sin verlo una última vez era simplemente cruel. Quería ser arrullado por la calidez de su voz, necesitaba llevarme esa encantadora risa o recordar el rubor que escondía mientras él me decía bonito, anhelaba consolarlo cuando las camas no fuesen lo suficientemente grandes como para que él se escondiese de los monstruos. Si este era nuestro adiós lo debía recibir de sus propios labios. Así que en lugar de escapar me forcé a subir las escaleras. La oscuridad en el cuarto me sofocó, él se hallaba revisando ostentosas joyas sobre la cama, el corazón se me hundió apenas vislumbré un sublime anillo de compromiso en una caja.
—Ash... —Él era hermoso. Pero la belleza destrozaba.
—¿Aún no te has ido? —Por mucho que él intentase aplacar la pena bajo la indiferencia—. Te dejé la maleta lista para evitar esta despedida. —Ya no le quedaban muros alrededor. El colchón crujió cuando me senté a su lado.
—¿No merezco un adiós? —Mi mano se deslizó contra la suya, él trepidó con violencia ante la dulzura del roce—. ¿Tan poco he significado para ti? —Él trató de enfocar su atención en las cajas, sin embargo, los lamentos le rompieron la garganta.
—Adiós. —Cuando él alzó el rostro se me quebró el corazón.
Él estaba llorando.
—Adiós, Eiji Okumura. —Esos relucientes jades no eran más que barquitos de pena perdidos en la soledad.
—Ash... —Él apretó los párpados, dolido.
—Por favor no digas mi nombre de esa manera. —Sus palmas se contrajeron como puños entre las sábanas—. Estoy haciendo lo mejor que puedo para soportarlo. —Él se miró el pecho, desolado, el aliento se le esfumó tras hallarlo vacío, él buscó y buscó los trozos de su corazón, no obstante, él no los encontró.
—¿Sabes? Todo este tiempo me has apartado para que fuésemos lo que tú creías que era lo mejor. —Porque este había volado hacia mis manos para suplicarme que lo cuidara, era más grietas que latidos, era más heridas que dicha—. Pero no creo que eso sea lo correcto. —Y para mí fue la joya más valiosa jamás atesorada.
—Eiji...
—Estoy enamorado de ti, Ash Lynx. —Esos despampanantes ojos verdes rebosaron perplejidad tras esa confesión, su boca se abrió para que el silencio floreciera, sus mejillas se tiñeron de un adorable carmesí, el llanto coloreó la porcelana para hacerla humana.
—¿Q-Qué? —Me dolió verlo así. Me hirió vernos así.
—Sí... —Él apretó mi mano como si su vida dependiese de este momento—. No sé por qué tenía que ser un americano delicado pero pasó. —Pero justo ahora de esa manera se sentía—. Al menos te lo pude decir antes de que estuvieses comprometido. —Traté de levantarme, sin embargo, él me acunó.
Él se deshizo entre mis brazos como si fuese un niño pequeño, las lágrimas empaparon desde mi hombro hasta mis alas marchitas, él tiritó con violencia, sus dedos se crisparon contra mi espalda antes de que se diese el valor para rodearme, esa caricia fue maravillosa, porque por primera vez él dejó que apreciase la belleza de sus cicatrices en lugar de esconderla. Éramos solo nosotros dos en esta tormenta con un paraguas quebrado.
—¿No ves lo mucho que me duele? —Su sollozo me quemó el pecho—. Yo necesito dejarte ir, esto ya es lo suficientemente difícil como para que me hagas esto. —Él se hundió en mis latidos como si esa fuese la melodía de la realidad.
—Oye...
—¿Por qué es tan doloroso? —Él alzó el mentón, hecho miles de pedazos—. ¿Por qué tenías que confesarte? —Acuné sus mejillas, con suavidad. Cada caricia que floreció entre nosotros tiñó al universo de esperanza.
—¿Por qué te estoy consolando yo? —El veneno del primer amor fue una dulce corrosión—. Tú me rechazaste. —Mis yemas juguetearon entre sus cabellos, quise que la lluvia cesara, sin embargo, la pena no tuvo final en esos infames jades.
—Porque me gustas. —Su boca tembló, sus puños se contrajeron hacia sus muslos—. Porque tengo miedo de estar enamorado y no poderte proteger. —El hombre de las mil y un máscaras se terminó de craquelar para mostrarme al verdadero Ash Lynx—. No te entiendo, tú eres tan maravilloso. ¿Por qué alguien como yo...? Tan sucio.
—Que gracioso. —Lo genuino de ese temor fue un frasco de mariposas—. Yo creo que el maravilloso eres tú. —Ambos reímos con torpeza, de repente nos vimos reducidos a dos adolescentes nerviosos, no a un alfa y un beta, ni a un líder de mafia y un pertiguista frustrado.
—Eres extraño. —Si esta era nuestra última canción, daría el salto final con mi garrocha oxidada.
—No quiero estar protegido si es a costa de tu felicidad. —Porque me rompía el corazón que caminase bajo la tormenta solo, acomodé el dorado detrás de sus orejas, perdí el aliento cuando él me contempló. Sus ojos fueron tanto.
—Pero estoy tratando de garantizar tu bienestar. —No existieron palabras suficientes para describir lo hermosas que se profesaron esas esmeraldas en lo efímero de la fragilidad.
—¿No lo entiendes todavía? —Las chispas nos embriagaron—. Estoy construyendo mi felicidad justo acá. —La perplejidad coloreó su rostro cuando entendió que había tomado su mano—. ¿Quieres construirla a mi lado? —El palpitar opacó la marcha nupcial. Tenía miedo de la respuesta, no quería saberla si terminaría en una tragedia.
—Eiji... —Pero cuando levanté el mentón el mundo pereció.
Sus manos se deslizaron entre mis mejillas con una increíble gentileza, él tomó todo lo que era para que fuese un poco más, relajé mis párpados, dejando que sus labios coloreasen una infinidad de galaxias en mi interior, mis dedos se entrelazaron alrededor de su cuello, la estática nos consumió. Él se inclinó, ansioso, reímos antes de seguir deleitándonos con la electricidad. Besarlo fue la sensación más extraordinaria jamás descrita. Húmeda, reconfortante, adictiva y sofocante, el calor se extendió desde mis mofletes hasta sus yemas, mi palpitar retumbó en mi cordura mientras me intoxicaba. Él no solo me besó en los labios, él me entregó su alma en lo fugaz de esa promesa. Cuando nos separamos él apretó mi palma aterrorizado.
—Puede que ahora mis palabras no signifiquen nada, pero recuerda esto. —El tiempo se congeló—. Aunque el mundo entero este en tu contra, yo siempre estaré a tu lado. —El llanto destiñó el escarlata—. Yo permaneceré a tu lado. —El escarlata alabó al sol—. Claro, sino te molesta. —Y el amanecer surcó la libertad. Él se limpió la pena con el antebrazo.
—¿Eso quiere decir que tendré que seguir comiendo esos sándwiches asquerosos? —Esa sonrisa le arrebató la majestuosidad a las estrellas.
—Sí, así que alégrate. —Fue en ese entonces que entendí que la belleza del lince de Nueva York radicaba en la fragilidad de su alma—. Los sándwiches de tofu son muy sanos, tu salud está a salvo conmigo. —Él cayó sobre mi regazo.
—Quédate a mi lado. —Me miré el pecho para encontrarlo quebrado—. No tiene que ser para siempre. —Le extendí esa infinidad de pedazos anhelando que los tomará—. Aunque solo sea por ahora. —Él jamás los dejó caer.
—Por siempre.
Efectivamente ahora tengo paz mental con ellos dos. Llegamos a mi arco favorito del fic, por fin. Muchas gracias a las personas que se tomaron el cariño para leer, nos vemos en uno o dos días.
¡Cuídense!
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