Capítulo 22.
¡Hola mis bonitos lectores! Iba a escribir este capítulo hace días pero pasó algo que creo que la mayoría ya debe saber, fue duro siquiera pensar en escribir, porque sin quererlo soy la clase de masita que se encariña mucho e inevitablemente acaba anhelando a ciertas personas. Pero a fin de cuentas escribir es como respirar para mí, como dice mi autor favorito yo escrivivo, es algo que si dejo de hacer me ahogo, así que acá estamos, porque estoy muy ahogada y me esta costando mucho salir, ha sido una semana realmente terrible pero necesito volver a ser una persona.
Sairo, mi dulce Sairo, sé que jamás leerás este capítulo, oh Dios, lo sé. Pero de todas maneras lo hice para ti, tal vez por eso fue tan duro. Plantaste todo un jardín de flores en mi alma, te convertiste en una persona más indispensable que el oxígeno, te extraño, me siento a medias sin ti y me duele, sé que cada día dolerá un poco menos pero nunca lo dejará de hacer. Espero que estés en paz y puedas reencarnar como las flores que tanto te encantaban. No solo fuiste una amiga de verdad, eras una persona absolutamente hermosa. El mundo no te merecía. Sé que esperabas este final, nunca me creíste cuando te dije que era decente, eso me daba risa y ternura, lamento haber llegado tan tarde con el.
Lo amaba lo suficiente para dejarlo ir.
Habían muchas cosas de las que me arrepentía, debí darle más besos, ser más amable cuando él recién llegó a las puertas de mi corazón con una pértiga oxidada entre las manos y sueños craquelados dentro de los ojos, tomar su palma más seguido y cuidarlo mejor. Nuestro amor fue una rosa: hermoso, apasionado y fugaz. Se marchitó antes de florecer. Fue polvo antes de brotar. Traté de calmarme. Esto era lo correcto. Alguien le daría lo que yo no le pude entregar. Porque lo amaba más que a mi propia alma lo dejaba regresar. Pero era doloroso, tanto que respirar se había vuelto una agonía y contemplarlo lastimarse con memorias hechas espinas.
A pesar de cómo el mundo había decidido ver mi vida. ¿Seguiría teniendo la oportunidad para decirnos adiós? Una y otra vez.
Si decidía quemarme en lugar de desvanecerme, aún me gustaría tener la oportunidad de despedirnos. Una y otra vez.
Presioné mis párpados, el aire fue una sofocante bruma de melancolía, mis palmas fueron retazos de cenizas entre las de él. El moribundo susurro de un palpitar me indicó que seguía vivo. Él me miró con esa expresión, esa clase de cara que él nunca debería tener que esbozar. Él frunció los labios, aquellos centímetros entre nosotros dos se convirtieron en un abismo. Lo buscaba pero lo perdía. Lo trataba de alcanzar, sin embargo, este era nuestro adiós. El chirriar de la cama fue hilarante en esta situación. Tenía tantas cosas que decirle, una infinidad de sentimientos que las palabras dejaban como insuficientes, no obstante, la voz no me salió. Me paralicé ante los ojos de Eiji Okumura, fue una sensación electrizante y cruel, como si toda mi historia hubiese sido escrita para que nosotros existiésemos en este momento, como si todo el sufrimiento cobrase paz bajo aquella incondicionalidad. Que suerte había tenido. Le limpié la pena de las mejillas pero sus lágrimas no parecían cesar.
Realmente había sido afortunado.
Que agridulce.
—Así que esto es todo. —Él tuvo el coraje para hablar, su sonrisa se impregnó de escarcha, sus manos apretaron mis pedazos, respirar fue imposible.
—Supongo que lo es. —Si podíamos encontrarnos, también podíamos perdernos gracias a esta locura de enamorarnos—. Eiji... —Él se limitó a asentir, como si las letras fuesen navajas y las confesiones puntos finales—. Te enviaré con Sing al hotel, trata de no darle problemas. —Él se rio, pero qué melodía más maravillosa brotó de la libertad, debí escucharla más. ¿Qué no daría por tener la oportunidad?
—Mira quien habla. —Él se intentó relajar en vano, su ceño era un incómodo trepidar de angustia—. Es tu mal genio el legendario, no el mío. —Me acerqué a él, asustado. Aquel cuarto había desaparecido para que solo fuésemos nosotros dos en este instante. Los coleccionaba y los vendía.
—Según recuerdo tú me causaste más de un problema, onii-chan. —Él bufó—. Tu terquedad es peligrosa. —Nuestros dedos se terminaron de entrelazar sobre las sábanas, nuestros pies juguetearon encima del piso, mi pecho fue un ancla. Sin él no tenía sentido luchar en este mar de soledad.
—¿La mía? —Reí, repasando cada una de sus facciones a fuego lento—. Tú eres mucho peor.
—Eso se puede discutir. —Él levantó una ceja, ofendido, las lágrimas terminaron de secarse cuando él infló las mejillas. Aunque nunca quise aferrarme a nada o a nadie...
—¿Quieres que le preguntemos a tu pandilla? —Jamás esperé que fuese tan doloroso caer en una despedida—. Porque puedo llamarlos. —Negué.
—La victoria es tuya, onii-chan. —Mis dedos se enredaron en su nuca, con suavidad. Su aliento entre mis labios fue intoxicante. El estómago me quemó como si hubiese tomado veneno, el alma se me desgarró en una despiadada agonía. Alto.
—Si fuese verdad me dejarías quedarme a tu lado. —Por favor.
Le deseaba lo mejor.
—Eiji... —Su sabor fue grisáceo—. Quiero que tengas una vida repleta de felicidad. —Su sonrisa se desvaneció en el arrepentimiento, la atmósfera fue lluvia en la habitación—. Quiero que te conviertas en el mejor fotógrafo que ha tenido Japón.
—No me gusta cómo suena esto. —Los ojos me ardieron, la garganta se me cerró para ahogarme con rosas y mentiras.
—Por favor pídele perdón a la familia de Ibe y a la tuya en mi nombre, no debí ser tan egoísta. —Me apreté la camisa para buscar mi corazón, no lo encontré. Miré sus manos, aliviado, aún mientras sangraba él lo estaba consolando. Él era esa clase de persona.
—Ash... —No, él era alguien que no tenía comparación—. No estás siendo justo. —Él había sido mi espejismo de libertad, fue hermoso y efímero, fue tan placentero mientras duró.
—Nunca te sientas menos por ser un beta, ¿sí? —Mis yemas levantaron su mentón, fundirnos en una mirada fue una herida que jamás cicatrizaría—. Me siento orgulloso de quién eres, ni siquiera te imaginas cuánto. —La tormenta se volvió a desatar. No quería que esta despedida estuviese impregnada de llanto, no obstante, mi voluntad era un espejo roto.
—¿Aunque nunca tuve la oportunidad para ser tu pareja destinada? —Sonreí, acercándome a él. Acariciarlo fue un sublime confort. El mundo parecía ser el lugar correcto y el tiempo perfecto a su lado—. Un alfa tiene a un omega hecho a la medida. —Él solo me atravesó para embriagarme con su esencia, ¿y ahora? Lo lamentaba. Quería quedarme tanto a su lado.
—Aunque fuiste el único destino que elegí porque eras tú. —Pero lo amaba lo suficiente como para dejarlo ir—. Y porque eres Eiji Okumura, eres quien me complementa, nadie más. —Sus mejillas fueron escarlata e inocencia, sus pensamientos chispas e ilusión. Suspiré. No quería esto.
—A veces sí sabes que decir. —Me estaba rebalsando, perderlo me consumió la cordura. Tirité, aterrado.
—Es curioso ¿sabes? Nunca me quise encariñar con nadie, pero siento que estoy a punto de romperme con esta despedida. —Me reí—. Yo... —Ido—. No sé lo que estoy diciendo. —Solo era pedazos que no encajaban en una ciudad putrefacta. Solía estar tan obsesionado con odiar a Dino Golzine. Hilarante, ¿no? Que desprevenido me agarró el amor.
—No me gusta el rumbo de esta conversación. —Él entró a mi historia sin pedir permiso ni perdón, él con esa ridícula pértiga saltó mis mentiras para regalarme un hogar. Era cálido, suave y acogedor—. Suena como si estuvieses dispuesto a morir en esto. —Se derrumbó en un parpadeo, se esfumó una noche de invierno, pero estaba bien.
—No hagas enfadar a Sing ni salgas del hotel sin compañía. —Me iría sabiendo que hice lo correcto. Él tembló entre mis brazos, sus pupilas se volvieron a cristalizar, su rostro enrojeció por la impotencia.
—¿Esto es realmente lo que quieres, Ash?
—Lo lamento. —Si en verdad estábamos perdidos, no quería ser encontrado aquí muriendo solo.
—Lo detesto. —Él se mordió la boca, sus piernas no le permitieron levantarse de la cama, su voz se quebró, su respiración fue una erupción de ira—. ¡Odio que no me cuentes lo que está pasando! —Él se despedazó—. ¡¿Crees que me quedaré tranquilo encerrado mientras sé que estás arriesgándote por mi culpa?! —El silencio fue fúnebre, los rayos del amanecer se extinguieron. Que curiosos eran los seres humanos.
—Eiji... —No entendían de amor pero estaban dispuestos a sacrificarlo todo con tal de conservarlo un poco más—. Necesito que hagas esto por mí. —Sus párpados se presionaron con violencia, el llanto terminó de gotear. Segundos fueron horas, no obstante, él no dejó de sollozar. Oh...
Esta vez era yo.
—¿Qué te da el derecho para dejarme? —Ninguno estaba pensando con claridad—. ¿Cuándo acepté acabar con esto? No lo recuerdo. —Éramos sueños descalzos y futuros despeinados. Éramos romance imposible y tragedia con punto final. Dejé que mi frente reposase sobre la suya, subí una de mis piernas hacia la cama, con lentitud. El aire fue disculpas.
—Así como yo confío en ti, necesito que hagas lo mismo. —La ternura de este chico se deslizó entre mis grietas por última vez—. ¿Puedes hacer eso? —Su respuesta no fue más que un amargo tartamudeo. El aleteo de sus pestañas fue mi magia descolorida.
—Eres tan injusto. —Echaría de menos el roce entre nuestras narices—. Sé que debes estar atrapado en una situación difícil... —Él tomó mi mano con timidez para apoyarla sobre su pecho—. Lo sé, pero mi corazón todavía no lo quiere entender. —Me estremecí ante la ferocidad de ese palpitar. Siempre fue de esta manera, ¿no es así?
—Hasta en el interior eres terco, no sé por qué esperaba otra cosa de ti. —Su risa fue delicada, tan genuina. La tensión se convirtió en nostalgia—. Cuando teníamos pensado ir a Japón estuve investigando algunas palabras para poderme manejar allá. —La curiosidad en sus ojos fue adorable, él se acercó. Ya no habían barreras entre nosotros dos. Solo esto.
—¿Es así? —Su ceño se levantó de manera graciosa—. ¿El americano delicado pudo aprender algo? —Relajé mis hombros. Éramos instantes y sueños, éramos intentos y fracasos. Y estaba bien.
—Aprendí saludos básicos. —No pude leer su expresión, no quise hacerlo—. Y también despedidas. —Antes de poder pronunciar aquella palabra sus palmas presionaron mi boca, impidiéndome finalizar la oración, lo miré, perplejo.
—No. —La firmeza en su voz fue electrizante—. Aún sino vuelves a mí. —Se me congeló el corazón—. Aún si terminas en los brazos de alguien más o llegas a conocer a tu omega destinado. —Sus yemas se deslizaron hacia mis mejillas, con lentitud—. Tienes que regresar. —Sonreí. No le había dicho nada pero él ya lo sabía todo.
Tonto ¿no? Cuando nos conocimos él sabía el tipo de persona que yo era, pero no me temía ni era cauteloso conmigo. Me hablaba en ese horrible inglés, pensaba que era raro, imaginé que sería porque era extranjero, pero con el tiempo me di cuenta de que estaba equivocado. Cuando está a mi lado su amabilidad, sinceridad y calidez me atraviesan el cuerpo entero. Me completaba. Pero yo...
—Bien. —Besé sus nudillos, embelesado—. Prometo volver. —Aquello fue un juramento inquebrantable de fragilidad, ambos decidimos creerlo. Los golpeteos en la puerta fueron una muerte anunciada. Nuestras manos se deslizaron para soltarse.
—Boss. —Nuestros caminos se separaron para no mirarse—. Estamos listos. —Mi novio se levantó, él se alisó la camisa con nervio, su mente no encontró las palabras correctas para regalarme. Suspiré, contemplando el fúnebre lamento de mis subordinados, nos haría falta, que vacía estaría la pandilla sin él. Ya no habrían más girasoles en mis rosales ni belleza en las fotografías.
—Obedece a Sing y mantente dentro del hotel. —Él rodó los ojos, frustrado. Ya no habría más sentido.
—Lo que diga el gran lince de Nueva York. —El sarcasmo en su tono me hizo sonreír, nos faltaron vidas para pasarlas juntos.
—Vive bien por los dos, Eiji Okumura. —Su espalda tembló, él se dio vueltas para observarme una última vez.
—Aslan Jade Callenreese. —Esos grandes ojos cafés reflejaron una descorazonada soledad—. Te amo más allá del final. —Y porque yo también lo hacía, esto era lo correcto.
Él fue todo aquello que no le pude dar.
Los días perdieron color tras su partida. Confrontar la agonía no era una promesa inadmisible si me habían arrebatado la vida. Deseaba retroceder en las páginas de esta historia para decirme que lo apreciase más, aunque aquellos ojos eran agonía en mis noches, sentía que los olvidaba. La remembranza era cruel. Fue respirar porque aún era jefe, fue esperar la llamada de una condena ya escrita. Cinco días. Fue ahogarse en violentas peleas, como si aquel japonés hubiese sido un pilar que no valoramos a tiempo. Y era tarde. Tan tonto. El estridente chillido de Yut-Lung Lee fue lo que me obligó a salir de mi miseria para confrontarlo, él estaba discutiendo con Sing en la sala de estar, una copa de champaña había sido arrojada contra la pared, una botella de licor se hallaba desparramada entre la alfombra y los vidrios rotos, el omega se encontraba completamente borracho, una carcajada sarcástica lo quemó cuando nuestras miradas se cruzaron, con un gesto de nuca le indiqué al beta que nos dejase a solas. La pestilencia de sus feromonas estaba fuera de control. Esto era una mierda.
—¿No te cansas de hacer estos espectáculos? Todos los días es lo mismo contigo. —Él se encorvó hasta que se le marcaron las vértebras, la disonancia contra la elegancia del sillón fue escalofriante—. Es agotador tener que soportarte. —Sus piernas se dejaron caer, sin fuerzas. Él se apretó el ceño, frustrado.
—No lo entiendes. —Encontrar benevolencia en la maldad fue extraño—. Toda mi vida me aferré al odio que le tenía a mi familia, me alimenté de eso y seguí para vengarme de ellos. —Sus hombros se encogieron en un suéter demasiado feo para ser de él, tenía un estampado de Nori Nori—. Y así estaba bien.
—Oye...
—¡Pero acabé involucrado contigo y tus estupideces! —El veneno escurrió en un alarido—. Y conociendo gente que no debía conocer. —La antipatía no fue más que despecho. Sus dientes chirriaron, sus pupilas trepidaron hacia el borde de la locura—. Y ahora estoy atrapado porque él me dejó solo, lo detesto. —Me relajé, acercándome a él, sabiendo que solo era un niño violentado. Él se contrajo apenas le rodeé los hombros.
—¿Por qué no solo dices que lo extrañas?
—¡Claro que lo extraño! Fue mi primer amigo. —Sus puños se crisparon en sus muslos—. ¿Cómo me debo sentir ahora que ya no está? Me hace falta. —Él ocultó la pena al hacerse un ovillo en el sillón—. ¿Cómo me debo sentir si ya me acostumbre a tenerlo a mi lado? —Irónico. Perdimos tanto tiempo compitiendo cuando éramos lo mismo.
—Shorter se sentirá mal si lo desprecias así. —Las palmas le colgaron encima de las rodillas, él trató de respirar, no obstante, no había oxígeno—. Max me dijo que el tratamiento estaba funcionando. —La sonrisa de Yut-Lung Lee fue un poema que no supe descifrar.
—Él ha pedido verte, al menos deberías hacerle el honor. —Me refugié en la lástima—. Eres su mejor amigo, ve a visitarlo. —Quería, sin embargo, ya no era el gran lince de Nueva York. ¿Cómo mostrarme siendo tan miserable estropajo? ¿Cómo confrontar la vergüenza de no haberlo salvado? No podía.
—En un par de días iré. —Pero no llegaría—. No pongas una expresión tan horrible, es un alfa fuerte, lo hará bien. —La molestia no fue graciosa, las voces de mis hombres retumbaron por el complejo de apartamentos. El día era frío. El desenlace esperado.
—Más le vale. —Él trató de recoger sus pedazos en vano—. Él no tiene mi permiso para dejarme solo otra vez, tenemos que arreglar esto. —Sus dedos repasaron la marca en su nuca, la melancolía en su sonrisa me congeló la cordura—. Tu novio me dio el valor para hacerlo. —Habían personas que repartían cicatrices, Eiji Okumura nos salvó sin esperar nada a cambio. Lo amaba.
—Pronto haré un viaje. —Él levantó una ceja, desconfiado—. No estoy seguro de cuándo volveré. —Su mejilla se hundió en su nudillo—. Mientras tanto encárgate de guiar a Max en esta investigación, hay muchas cosas que aún no están resueltas. —Él carcajeó, ofendido. Sus brazos se extendieron sobre su cabeza, el orgullo regresó como un delicado velo blanco. Pero era un funeral.
—No tienes que pedírmelo, ya lo sé. —Éramos adictos al dolor y dependientes de la pena—. Ash... —Éramos errores y decisiones suicidas—. ¿Nosotros no estábamos peleando por el control del centro? —Éramos humanos no leopardos. Reí, dejando que mi cabeza descansase contra el respaldo.
—¿Quieres tomar el control todavía? —Él imitó mi postura. Miramos el techo como si pudiésemos encontrar alguna respuesta entre las grietas de las vigas y los cristales de la lámpara.
—No. —Sus piernas se removieron inquietas, su boca se frunció para que escapasen lamentos—. Pero aún quiero deshacerme de mis hermanos, no puedo perdonarlos por entregarme a Dino Golzine como si fuese un animal. —Sus uñas se incrustaron en las orillas del sillón. Esta persona nunca me terminaría de agradar.
—Puedo ayudar con eso. —Sin embargo, nadie pedía nacer bajo las estrellas equivocadas—. Hagamos una especie de alianza.
—¿Estás tratando de ser mi amigo? —Y Yut-Lung Lee no era la excepción—. Si es así no quiero, no necesito de tu compasión, apenas te tolero. —El entrecejo me palpitó ante tan repentino rechazo. Él se levantó del sofá, recompuesto—. Pero sí deberías visitar a Shorter, lo único que ha hecho luego de recuperar la consciencia es llamarte. —Fruncí mi boca, el sabor de las mentiras era más adictivo que esa botella rota de champaña.
—Iré. —Él no pareció convencido con mi juramento—. Lo prometo. —De tanto usar esas palabras habían perdido el valor.
—Más te vale, porque tampoco te he dado el permiso para desaparecer. —La mancha roja que coloreaba el pavimento estaba pintada con la sangre de alguien a quien amé.
¿Este era el sacrificio por lo arruinado?
—Puede que ahora mis palabras no signifiquen nada, pero recuerda esto. Aunque el mundo entero esté en tu contra, yo siempre estaré a tu lado. —Perder lo más puro que había en mi corazón.
El gran día llegó.
Escuché la risa de Skip una última vez, soporté el temperamento de Yut-Lung Lee sabiendo que no habría mañana, llegué a la puerta de Shorter sin tener el valor suficiente para golpearla, organicé mis conocimientos en una computadora cuya clave se la dejé al periodista. Estaba listo. Mi corazón se desgarró en un violento alarido al recordar la imagen del japonés, esto era lo mejor, él estaría a salvo, aunque la moral de Blanca era cuestionable, era un hombre de palabra. Suspiré, las cosas que no pude hacer por él en esta vida, las palabras que mi mente no dejó escapar al estar paralizada, las disculpas que ya no le musité. De alguna manera lo compensaría.
Tal vez en mi siguiente vida.
Llegué al encuentro en lo que se perdió como arena entre mis dedos y plegarias bajo la almohada. Demasiado cerca pero lo suficientemente lejos para verlo. Ingresé a un decadente edificio a las afueras de la ciudad, la sonrisa de Dino Golzine me estancó la sangre desde una putrefacta esquina. Decenas de guardaespaldas se encontraban protegiéndolo. Cobarde. La expresión de Arthur fue un maldito escalofrío, la pestilencia de la muerte me revolvió las tripas. Mierda. Esto sería todo. Presioné mi frente, con fuerza. No me sentía bien. La visión de mis ojos no podía ser engañada por nadie más que yo, los mantendría cerrados mientras apretaba el gatillo.
Olvidé rezar antes de decir buenas noches.
—Sabía que cumplirías con tu palabra. —El estómago se me llenó de náuseas tras escuchar su voz, él se apoyó contra la pared, resguardado por su propio séquito—. Esta vez te has equivocado. —Su risa fue una fachada patética para disimular su molestia, la frustración se le marcó en gruesas venas moradas—. Esta vez no te lo puedo perdonar. —La humedad en el edificio creó un ambiente macabro. Goteó negro. Lloró terror.
—La prensa no publicó nada que fuese mentira. —Mis pasos retumbaron contra charcos de suciedad, el cuerpo me pesó—. Es tu culpa por ser una escoria y explotar así a las personas. —Mi mente fue una bruma de desdicha—. Te lo advertí desde el inicio, debiste dejar a Eiji fuera de esto. —Su carcajada fue un esquizofrénico despecho, las pupilas le palpitaron, su labio se rompió en un mordiscón.
—Ese beta no hizo más que arruinarte. —Él golpeó la pared, colérico—. Es mi derecho como tu creador dejarte vivir o perecer. —Inmundo. El techo era más alto que la porquería de la ciudad—. Ese chico te hizo débil. —La mirada de mi tutor fue cruda e indiferente.
—De todas maneras acá me tienes. —Extendí mis brazos, resignado—. Intenta acabar conmigo de una vez. —Aquel putrefacto nido de ratas sería mi escenario final, sus guardaespaldas estaban armados, la luna sería mi verdugo.
—¿Crees que eso es suficiente? —Su voz rayó el borde de la locura—. Si yo caigo me encargaré de que pagues y te retuerzas en el infierno. —Arthur me arrojó una navaja, la atrapé, sus feromonas fueron una fosca de suplicio—. Él también ha estado esperando por ti. —Aunque Dino Golzine trató de tomar aire, su cara ya estaba hinchada por la ira. La tétrica sonrisa de mi contrincante me heló la sangre. No.
—¿Qué resultó ser mi adorable Eiji? ¿Beta u omega? —Me tensé, no quería escuchar su nombre, mi cordura fue un maldito y repetitivo taladrar. Me paré frente al alfa, observando cómo se lanzaba una navaja de una palma hacia la otra, lunático—. Lo has mantenido bien oculto pero apenas acabe contigo iré por él, es mi pareja destinada.
—Él confiaba en ti. —Mi alma se hundió en el metal. No había arrepentimiento, no más despedidas. La atmósfera fue vidrio molido—. No te perdonaré por lo que le hiciste. —Él levantó una ceja, con altanería.
—Debes sentirte herido como alfa. —Mis músculos fueron plomo—. Escuché que te dieron tanta mierda mientras te prostituías que ya ni siquiera te llega el celo. —La garganta se me cerró—. No eres mejor que un omega si solo sabes abrir las piernas para que te follen. —La verdad era un puto billete de dólar en el baño de un bar, la multitud se mantuvo atenta mientras chorros carmesí se colaban hacia el lugar.
—¿Vamos a hacer esto? —Su sonrisa desapareció, la pestilencia de aquel hombre se intensificó.
—Yo realmente te odio con toda mi alma, Ash. —Un jodido espasmo—. ¡No es justo que siempre seas tú!
Con una agilidad digna de una bestia él acercó la navaja hacia mi tráquea, retrocedí de un salto. Un segundo movimiento, él cortó mi mejilla, tenía la cabeza aturdida por la falta de sueño y el vacío en mi corazón. Cuando una patada se hundió en mi vientre tosí, el silencio del público fue fúnebre. Perdí la cuenta del tiempo que pasamos luchando. Respiraciones pesadas, jadeos mortuorios, músculos moreteados, charcos de sudor y sangre coagulada. Él me desencajó la mandíbula, el dolor fue adictivo, mis venas chispearon por la adrenalina. Con un gancho le corté el brazo, su risa fue una perturbadora ironía. Éramos dos alfas encerrados en un espacio demasiado pequeño. No hubo control. No hubo lamento. Solo estallamos. Ambos caminamos frente al otro en un círculo, mi aliento era una llameante y venenosa corrosión. Joder. El amanecer me dio una idea del lapso que llevaba atrapado. Estaba agotado, hastiado y fatigado. Él no estaba peleando como un hombre.
Él era un maldito animal.
—¿Qué ocurre? ¿Ya estás sin aliento? —Apoyé mis palmas sobre mis muslos. Mi rostro estaba repleto de sudor entremezclado con suciedad, un amargo hilo negro pendió desde mi boca hacia el suelo, lo escupí—. ¡Déjame acabar contigo! —Él corrió hacia mi dirección, hice lo mismo.
La muerte era un juego perdido.
El sonido de las cuchillas zanjando el aire craqueló la tensión. Aquel momento fue un eterno bucle de atacar y esquivar, arremetiendo de manera violenta le corté el mentón, sus pasos se enredaron para que él se tambalease. El hombro me punzó, mierda. ¿Cuándo me lo había herido? Arthur volvió a tirar su daga de una mano a otra, concentrado. La pestilencia de sus feromonas no fue normal, él se había inyectado algo, lo podía ver en sus muñecas. En un parpadeo él estuvo frente a mí, me tropecé con un guijarro, él alzó la navaja contra mi cara, con una mirada psicótica y delirante.
—¡Muere! —Caí de golpe contra el piso, él me encerró, detuve su muñeca con un apretón. Alto. Alto. Alto. ¡Oh! ¡Pero me había dicho que morir estaba bien!
—Eiji... —Quería volverlo a ver. Apreté mi mandíbula hasta saborear la putrefacción de mis pecados, apoyando mis rodillas contra sus costillas lo empujé.
—Que mal perdedor. —La visión se me nubló ante la pérdida de sangre, mis piernas fueron nudos, mi estómago espinas, me levanté en esa agonía.
—Mira quien habla. —No pude ver bien, no pude pensar con claridad. La risa de Dino Golzine fue una cadena para mi alma. Un collar para perros.
—Cuando él llegó no hiciste más que despreciarlo. —La rigidez en su quijada fue peligrosa, sus ojos no tuvieron más que muerte en su interior—. No es justo que él te haya elegido cuando yo soy un alfa completo. ¡Yo puedo ser su pareja destinada! —Con una tacleada violenta él me cortó el vientre. Me apreté con fuerza las costillas, el tajo fue profundo y desalmado, él limpió la sangre de la cuchilla con su lengua. Repugnante.
—No puedes obligar a alguien a amarte. —Espuma carmesí le burbujeó de lo más profundo de la tráquea. Que forma más patética de morir sería esta, debí despedirme de él con más dulzura, debí tener el valor para confrontar a Shorter, debí protegerlos a todos mejor.
—¿Sabes? Realmente no me importa si él es un omega o un beta. —El cuchillo frenó entre sus manos, él se inclinó como un depredador—. Mientras lo pueda forzar para estar a mi lado, él estará bien como mi amante.
Y ya no lo soporté. En un último encuentro clavé mi navaja en lo más profundo de su pecho, una y otra vez, antes de desgarrar su cuello. Mis propios gritos me despedazaron la garganta. Un chorro de sangre me salpicó la cara de culpa. Arthur se aferró a sus heridas mientras el color se le desvanecía de la mirada, él extendió su mano, perplejo, antes de desplomarse contra el pavimento. Las pupilas me ardieron, me traté de limpiar la cara con las palmas temblorosas, lo tenía por doquier. Estaba empapado de aquel hombre. Tirité.
¿Este era el maldito sacrificio por la arruinado?
—Es una pena. —Dino Golzine no derramó ni una sola gota de lástima—. Bien, Blanca es tu turno. —Ni siquiera tuve oportunidad para reaccionar. Lo último que supe fue que estaba en un pegajoso charco escarlata sobre la frialdad del concreto con las manos del aludido alrededor de mi cuello. Presioné mis párpados. El aire era doloroso. Mis pulmones eran rosas muertas.
—¿Por qué no solo tratas de arreglar esto? Deja de ser tan terco. —La mirada que me entregó estuvo repleta de amargura—. Si cooperas conmigo podemos convencerlo para que te deje volver a su lado. —Mis pensamientos estaban hirviendo, los colores se estaban disipando—. No quiero perderte, Ash.
—¿Aún me pides que cumpla con el papel que me dieron? —Reí, cansado. Pronto las sensaciones se confundieron, no pude distinguir la pena de la alegría, no logré entender si hacía frío o calor—. Ya no puedo hacer eso. —Solo tenía sueño, mi vida se profesó como una eterna pesadilla donde Eiji Okumura fue mi única chispa de felicidad. Mis latidos retumbaron en mis orejas—. Cumple con tu promesa y asegúrate de que él esté a salvo. —Él estaba bien. Algo goteó sobre mi rostro. No supe qué fue.
—¿Realmente él significa tanto para ti? —Sus movimientos se paralizaron alrededor mi cuello—. ¿Viniste con la intención de morir? —Ja. Ver a Blanca lleno de pánico fue un cuadro que jamás esperé vislumbrar, lucía gracioso. Mis uñas se clavaron sobre el pavimento. Mi cordura era una cuerda.
—No me arrepiento de nada. —Su risa se redujo a una lúgubre sombra—. Prefiero amar y morir, esa es mi decisión. —Las puertas de metal se abrieron de manera abrupta.
—¿Ni siquiera te pensabas despedir de mí? —La sonrisa de Shorter me trajo de regreso a la realidad, perdí el aliento.
—¿Cómo...? —Toda la pandilla se encontraba detrás, armada y lista.
—No subestimes lo paranoico que puede ser Yut. —Él cargó un rifle de asalto, determinado—. Hablaremos de esto luego. —Para desatar con un disparo el mismo infierno.
El aire se convirtió en pólvora, los gritos de mis hombres fueron revitalizantes contra aquellos guardaespaldas, fue una sinestesia de terror y confusión, parpadeé, sin escuchar las explosiones de fondo, sabiendo que mi nariz se había llenado de escombros sin poderlos oler, con el cuerpo aletargado y las manos teñidas, ¿la sangre era de quién? Blanca se mordió la boca al verse acorralado, sus palmas seguían sobre mi cuello, sus piernas estaban presionando mi vientre, mis costillas se sentían como si me hubiesen perforado los pulmones. Mi cabeza era el grito de una tetera hirviendo. Solo pesaba. Solo dolía. Solo ardía. Yo...Solo estaba cansado de esto y ya. Había perdido lo más puro de mi corazón.
—¿Realmente estás bien con esta decisión? —Su frustración se coló en un tieso apretón de mandíbula, su mirada fue un verdugo dando un ultimátum—. ¿Realmente quieres morir así? —Él agitó mis hombros, colérico, el retumbar de mi cabeza contra el pavimento fue irreal, algo estalló a la distancia, pedazos del techo cayeron a mi lado, la humedad fue pegajosa bajo mis dedos, ya no sentía mis piernas. Ya no había nada, reí.
Pero yo...
¿Esto era lo que quería? Éramos de mundos diferentes.
Mi cuerpo reaccionaba como una máquina y mataba gente como si nada. Sin pensar ni sentir. Nunca había estado tan asustado de mí mismo ni tan avergonzado.
Nunca volvería a verlo.
—Por siempre.
¿Nunca volvería a verlo?
—No. —Apreté las manos de Blanca, con fuerza, luchando con garras y dientes, desesperado. Que curiosos eran los seres humanos—. Tengo que volver. —No entendían nada del amor pero estaban dispuestos a sacrificarlo todo con tal de conservarlo un poco más—. Necesito cumplir una promesa.
Lo amaba lo suficiente como para vivir por él.
—Lo entiendo. —Él se levantó de mi regazo—. Si estás dispuesto a aceptar las consecuencias de esa decisión, supongo que puedo hacer trampa y dar por finalizado mi contrato con el monsieur.
—En el fondo eres un viejo sentimental. —Sonreí. Las balas me regresaron a la realidad, me cubrí la cabeza, mis hombres estaban siendo masacrados por esos mercenarios uniformados.
—¡Ve! ¡Yo los cubriré! —Él se inclinó para tomar la navaja que antes había usado Arthur. El jugueteo entre la cuchilla y sus dedos fue altanero—. Pero me debes una cena. —Negué, él siempre terminaba haciendo lo que quería, su mente era un enigma, sin embargo, esta noche la línea entre el bien y el mal era delgada.
—¡Ash! —Bones captó mi atención—. ¡Shorter subió al segundo piso con el viejo! —Mis pensamientos se congelaron en la crudeza de la realidad. No lo podía volver a perder de la misma manera. Mierda. No terminé de escuchar lo que el omega me gritó bajo la convulsión de una metralleta, solo corrí hacia donde mi instinto me indicó.
Atravesando el mismo infierno llegué a una bodega de suplementos abandonada. Los alaridos de la muerte clamaron por venganza, el eco de las municiones me erizó la piel, la pestilencia de Dino Golzine se hallaba impregnada por doquier, la inmundicia de la realidad se arrastró por mi alma. Asqueroso. Dando un mal paso la costilla me punzó, como si quisiese salirse para perforarme un pulmón. La visión se me emborrachó. Un sonoro golpe retumbó sobre mis orejas. Abrí los ojos. Oh, me habían pegado con un fierro en la nuca, la punta del tubo se había teñido de escarlata, mi cabello se sentía húmedo y pegajoso, supuse que me había roto el cráneo. La sonrisa del alfa fue macabra, el frío de un cañón se apoyó contra mi frente, el sonido del gatillo fue lejano. Nada. Me había convertido en nada.
—Yo no te di permiso para que te echaras a perder de esa manera. —Con un violento movimiento el arma trató de hundirse entre mis neuronas. El mundo estaba caliente—. Ni te di permiso para faltarme el respeto. —Mis pensamientos se ofuscaron, no los podía unir bien.
—Te ves desesperado. —Su sonrisa se deformó—. Ni siquiera tú podrás salir de esto, ¿no es así? Ya no tienes más amigos en la política porque revelé sus trapos sucios. —La mancha roja que coloreaba el pavimento estaba pintada con mi sangre. Los músculos me dejaron de responder, ¿así se sentía? Yo no era alguien común. No le temía a la muerte. Las personas eran extrañas, no entendían la muerte pero le temían por instinto.
—Me dijeron que un lince era una mala mascota pero por ti nunca quise escuchar a la racionalidad. —Habían habido innumerables ocasiones en las que pensé que estaría mejor muerto. Mi saliva me impidió respirar, los párpados me temblaron, el corazón se me trabó. Que nada podía ser peor que lo que me estaba pasando en ese momento.
—Debiste escucharla. —En momentos así la muerte parecía dulce, pacífica e insoportablemente atractiva.
—Nos veremos en el infierno. —No obstante, lo daría todo por vivir un instante más con él—. Salúdame a Arthur. —El tiempo se paralizó en aquel gatillar. Por más que esperé las facciones de Dino Golzine parecieron haberse congelado para perderse en lo fugaz, su cuerpo cayó encima del mío como un costal, me intenté levantar, atónito. Quemó. Me hirió. Alto.
—Yut me enseñó a usar estas. —Me traté de enfocar en mi realidad, estaba ido. Los ojos me ardieron cuando vislumbré a Shorter con una aguja entre las manos—. Como mi mejor amigo jamás me fue a visitar, acabamos pasando mucho tiempo a solas. —Él empujó lejos al alfa antes de darme un abrazo. Volví a respirar al concebir sus latidos. Su calidez y aquel fastidioso aroma me llenaron el espíritu, me relajé. Cansado.
—Lo siento.
—Tenemos que ir a tratar esas heridas, no tiene caso reencontrarnos si te mueres ahora. —Quise reír, sin embargo, la punzada fue insoportable. Todo era escarlata—. ¿Qué quieres hacer con él? Todavía puede ver y escuchar aunque esté congelado. —Con un quejido lastimero le pedí que me alcanzase el arma.
—Este es un final que no mereces. —Acomodé mi brazo alrededor del moreno, conteniendo entre dientes un grito—. Pero no me arriesgaré contigo. —Tirité cuando sus dedos se hundieron en mis heridas, mis pies se arrastraron sin energías—. No dejaré esta decisión en manos de la justicia. —Ni siquiera me pudo mirar. Tampoco quise que lo hiciera. Solo apreté el gatillo y le di final.
Me amaba lo suficiente como para vivir por mí.
Y sí. Era una decisión egoísta e incorrecta. Mis manos estaban repletas de sangre, mis pesadillas eran condena, subsistir era un martirio, no obstante, de a poco había encontrado razones para seguir avanzando. Si este era el sacrificio por los caídos no sería en vano. Me haría fuerte, mucho más fuerte, aprendería a lidiar con mis demonios, trabajaría para cumplir mis promesas hacia Max Lobo y Yut-Lung Lee. Porque la ciudad estaba fuera de control necesitaba a un monstruo como el lince de Nueva York para gobernarla. Había decidido arder en lugar de desvanecerme. Había elegido intentar en lugar de morir. Cargaría con ello, pagaría por ello, sufriría por ello, pero ya no sería bajo las cadenas de nadie más.
Su muerte me permitió resurgir de las cenizas durante el amanecer.
De cualquier manera, ese leopardo sabía que no volvería.
El día de su partida llegó.
Blanca tenía razón, su existencia no estaba para salvarme, no era justo pedirle que dejase su vida para sumergirse en un mundo de asesinatos. No podía. Él tenía una familia que lo estaba esperando, poseía toda una carrera por delante. Él era una hermosa y efímera libertad. Él era una abrumadora inspiración. Él era la clase de persona que dejaba huella en el alma y calidez en la tristeza. Suspiré, aunque no lo volviese a ver, todavía se me permitía sentirlo ¿no? Me froté el entrecejo, frustrado, las palabras en aquel libro no fueron más que una borrosa maraña de caos, las heridas aún me punzaban debajo del suéter, el maldito reloj parecía haberse quedado congelado. Que se fuese pronto para que no pudiese ir tras él. Que se esfumase como el sueño que fue. Que regresase a su realidad. Lo amaba lo suficiente para darle eso. El corazón me presionó como si hubiese una gigantesca espina incrustada en su interior, lo sentí gotear, lo escuché crujir. La presencia de Sing fue desconcertante. Sin darme mayor explicación, él me pidió que hablásemos afuera de la biblioteca. Salí con él. Toda el alma se me electrificó cuando él me entregó una carta. Mi nombre estaba escrito con cursiva, su aroma seguía impregnado en el papel. No pude respirar. ¿Por qué lo hacía tan difícil?
—¡¿Por qué no vas a verlo?! —No fui capaz de despegar mi atención de aquel sobre. Me había perdido entre mis propios latidos y la reminiscencia de mi nombre—. ¡Él vuelve a Japón hoy! —Él no pudo darme más, sin embargo, acá estaba sin estarlo. Como una estrella fugaz.
—Lo sé.
—¿Entonces, por qué? —Sus manos se convirtieron en puños—. Él incluso me pidió traerte la carta porque no querías verlo. —Mi garganta fue un pesado nudo de intentos, mi estómago estaba repleto de mariposas en agonía—. Eres su amante. —¡Yo ya le había dicho adiós! Él era injusto.
—¡Por esa misma razón! —Era tan injusto que él me atormentase así cuando trataba de avanzar—. Lo estoy dejando volver a su propio mundo. —¿Avanzar hacia dónde sino era con él? Mis uñas se hundieron en mis palmas, respirar se volvió imposible—. Este mundo de asesinatos... —Porque él me había mirado con esa clase de cara. Porque él estaba a punto de subirse a un maldito avión—. Él no pertenece aquí. —Y porque yo siempre había sido esta clase de cobarde. Ni siquiera pude observar la expresión de Sing. La brisa fue gélida. El final fue silencioso.
—Pero ya no hay tiempo. —Nuestra tragedia era predestinada—. ¿Quieres que le pase un mensaje? —Me di vueltas, con lentitud. ¿Por qué todos se empeñaban en hacerlo más difícil? Yo...No. Me mordí la boca. Esto era lo correcto. ¡Sí! ¡Esto era lo correcto!—. ¡Idiota! ¡Estúpido terco! —Él debía resplandecer. Encerrarlo a mi lado solo apagaría aquella luz. Él era como un girasol.
Conmigo solo se marchitaría.
Lo amaba lo suficiente...
Me dejé caer sobre una banca a las afueras de la biblioteca, mi mente se encontraba a kilómetros de distancia en el Kilimanjaro, mi corazón estaba abordando un vuelo hacia Japón, me apreté el pecho, sabiendo que aún vacío no me dejaría de doler. Pero lo amé bien. Sí, tanto que ahora solo me punzaba, ¿un conejo y un lince? Hilarante, ¿no? Mis dedos se deslizaron por el empaque para sacar aquella carta. Dejé de sentir mis latidos al encontrarme con un pasaje de avión junto a una hoja de papel. La mirada me ardió, las entrañas me burbujearon, la vida se me desgarró. Esto, apreté el sobre, él era injusto.
«Ash.
Estoy muy preocupado porque no he podido verte estando bien.
Dijiste que vivimos en mundos diferentes. Pero, ¿es eso cierto? Tenemos diferente color de piel y de ojos. Nacimos en países diferentes, pero nos enamoramos, ¿no es eso lo que importa? Me alegro mucho de haber venido a Estados Unidos, he conocido a mucha gente y lo más importante, te he conocido a ti.
Me preguntaste una y otra vez si me asustabas. Pero nunca te temí, ni una sola vez. En realidad, siempre creí que estabas herido, mucho más que yo. No podía evitar sentirme así. Gracioso ¿eh? Eras mucho más inteligente, grande y fuerte que yo, pero siempre sentí que debía protegerte. Me pregunto de qué quería protegerte. Creo que del destino, el destino que intentaba alejarte llevándote a la deriva, cada vez más lejos.
Una vez me hablaste de un leopardo sobre el que leíste en un libro. Cómo creías que ese leopardo sabía que no podía volver atrás. Y yo te dije que no eras un leopardo, que tú podías cambiar tu destino.
No estás solo, Ash.
Estoy a tu lado.
Mi alma siempre estará contigo.»
La tinta se volvió ilegible, me toqué el rostro, estaba llorando. Aquellas palabras fueron una gentil y dulce agonía. Esto era lo correcto, porque lo amaba debía dejarlo ir, yo solo lo marchitaría, conmigo no sería más que un canario sin voz, esto era lo que estaba escrito en el destino, estaba bien. Mi llanto fue veneno escurriendo por mi piel. Yo...Apreté aquella carta. Él era el lugar donde me profesaba completo, él era mi mejor amigo, mi amante, quien me hacía mejor y por quien buscaba serlo. No pude respirar, solo empecé a correr por las calles del centro. Mi tráquea fue un rosal, mi interior se había llenado de dudas, las mariposas en mi estómago estaban dando un último aleteo. Esto era malo, me debía detener, él no sería feliz a mi lado. Corrí más fuerte, mucho más fuerte. Éramos de mundos diferentes. ¡Al diablo! Frené mis pasos, constipado. La carta cayó al suelo. El tiempo fue una navaja. Tenía miles de razones para romper esta relación.
—Ash... —Pero él me acababa de dar la única que me importaba para quedarme—. Perdón. —Sus ojos estaban rojos, su sonrisa fue una tímida brisa de eternidad, tan sublime—. Pero no puedo irme así. —Él estaba sosteniendo entre sus manos pedazos de corazón, estaban lastimados y eran pequeños. Casi cenizas—. Mi cabeza lo entiende. —Él me los extendió—. Pero mis sentimientos no. —No eran mis retazos, eran los de él.
—Eiji... —Y todas aquellas excusas que me puse para retroceder se esfumaron dentro de esos grandes ojos cafés. Delineé sus facciones, permitiendo que la pena me deshiciese para que él me recompusiera—. Estás aquí. —Cuanta falta me había hecho esta persona fue algo que solo comprendí al tenerlo de regreso, suspiré. ¿Cómo pretendía seguir sin él?
—Sé que no querías verme, pero... —Me aferré con fuerza, impidiéndole continuar. Mis manos se deslizaron por su espalda, con suavidad, mi mentón se acomodó sobre sus cabellos, dejando que su esencia se deslizase por cada grieta de mi cuerpo, la estridencia de mis latidos fue cruel y real. Esta persona. Lo amaba. Lo amaba tanto. Y aunque de amor las personas no se morían.
—Quédate a mi lado. —Sentía que moriría sino estaba con él—. No solo por ahora. —Y sí. Quizás esto era egoísta, impulsivo y estúpido—. Sino para siempre. —Sin embargo, yo no era un leopardo. Podía ser todo eso y aun así cambiar mi destino. Sentía que podía confrontarlo todo mientras fuese a su lado. Y si él me quería, aún roto, manchado y siendo pedazos.
—¿Por qué siempre me pides estas cosas cuando estás al borde? Es una costumbre terrible. —No necesitaba otra razón. Sus dedos se deslizaron entre mis mejillas para limpiarme la pena, su frente se acomodó sobre la mía, el mundo fue un instante eterno para nosotros dos—. Tienes suerte de que sea terco. —¿Podría ser alguien mejor para él? ¿Podría encontrar una manera para hacer las cosas bien?
—Considérame el hombre más afortunado del mundo. —No lo sabía—. Eiji... —Pero cada día de mi vida lo intentaría un poco más—. Deberíamos empezar a buscar un departamento por acá. —Porque los finales felices en Japón no existían. Días grises y fantasmas del pasado atacarían. Pero estaba bien.
—Te iba a decir lo mismo. —Éramos humanos y podíamos equivocarnos. Éramos pedazos, instantes, errores, arrepentimiento y dolor. Pero sobre todo...—. Te prepararé algo de natto luego de desempacar. —Éramos anhelos. Y aunque éramos menos de lo que habíamos querido ser, soñar era lo único que a las personas nos quedaba para seguir tratando.
Lo amaba lo suficiente como escribir nuestro propio destino.
Y él me amaba lo suficiente como para escribirlo a mi lado.
Dejaré las notitas del final tal como las tenía cuando recién terminé esto porque mis sentimientos siguen siendo los mismos.
Yo encuentro el final de banana fish perfecto, pero mi corazón de fan se negó a aceptarlo y henos aquí con el resultado. Este fanfic no fue el más grandioso del mundo y tiene varias cosas que arreglar, pero fue especial para mí. Pasé mucho tiempo asustada sin querer escribir nada, una idiotez porque lo amo y atreverme a publicar esta historia fue fuerte, pensé que moriría ignorada por mil razones, ver que conocí a tanta gente bonita gracias a ella me hace sentir muy afortunada.
Muchas gracias a quien se tomó el tiempo y el cariño para leer esta historia. Espero que el final no haya decepcionado mucho, pero esto era lo que mi corazón necesitaba. En dos días publicaré el epílogo y luego los extras, la edición también fue un proceso pesado, al final este fic me consumió más de un año, no tengo palabras suficientes para agradecer todo el apoyo que me han dado, de verdad gracias.
¡Se me cuidan!
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