Capítulo 21.
¡Hola mis bonitos lectores! La ansiedad igual me ganó en la reedición, así que acá estamos, llevo 48 horas de turno consecutivas acá en el hospital, quiero irme a mi casita a dormir pero no confío en que me dara el cuero para llegar a actualizar, so bendito sea el drive. Muchas gracias por haberse tomado el cariño para leer.
¡Espero que les guste!
Amaba a Eiji Okumura.
Lo amaba lo suficiente para acariciar lo imposible y cortar el escarlata del destino. No quería que ardiésemos, sin embargo, ya éramos polvo de estrellas. Y lo sentía. Realmente lo lamentaba. Sus palmas apretaron aquel papel, sus dedos se hundieron en esas letras aberrantes. Fue una sátira. Una amarga carcajada brotó de sus labios, sus ojos enrojecieron, las rodillas le trepidaron, él retrocedió, como si las miradas en aquella habitación fuesen una claustrofobia repulsiva. No hubo aire. No hubo perdón. No hubo nada. Me traté de acercar, no obstante, ya había subido demasiado alto en las nieves del Kilimanjaro. Era un leopardo no un humano. Su jadeo fue despechado, aquella hoja no fue más que un azar quebrado. Yut-Lung Lee negó, indicándome que me mantuviese al margen. El corazón se me hizo trizas cuando gruesos hilos de lágrimas comenzaron a deformar aquellas delicadas facciones, mi girasol se marchitó en esta historia de tormentas. Él era pedazos e intentos. Pero los intentos no eran suficientes y un te amo no compraba el «felices por siempre».
¿Ir a Japón con él?
—¿Eiji? —Él parpadeó, ido, sus pupilas habían perdido la gracia. Su piel era invierno, su cabello una bruma de escarcha, él negó. Todos los presentes contuvimos el hálito en el gélido de la mañana. El aroma a desinfectante fue insoportable.
—Esto es todo. —Su risa fue un cruel manto de duelo—. Solo... —Él se acarició la frente para tirarse del flequillo, por primera vez sentí una barrera entre nosotros dos. Yo no tenía una pértiga.
—Cariño, está bien. —Él no escuchó al omega, él solo dejó que un desesperanzado alarido le quemase la garganta. Agudo, estridente y solitario. Él se ahogó en la decepción—. Tómalo con calma. —Su mirada volvió a repasar las letras de aquella carta, dejando que la pena volviese borrosa la verdad.
—Soy un beta. —El silencio fue ácido. Él frunció la mandíbula, las cejas le convulsionaron, un aluvión rompió en la punta de sus pestañas—. ¿No es genial? Ni siquiera tenía genes especiales.
—Eiji... —Él se apretó el pecho, como si temiese desmoronarse debajo de aquel papel.
—Supongo que nunca hubo nada de qué preocuparse. —Mis piernas fueron plomo en el cuarto, mi voluntad una trémula y oxidada cadena. No me pude mover. No me pude acercar a él. ¿En qué debíamos creer?
—La marca que Arthur te hizo es solo una cicatriz, desaparecerá con la ayuda de aceites o cremas. —No obstante, él no escuchó. Su sonrisa no fue más que un agridulce recuerdo de quien amé. Lo tenía entre mis brazos pero él se había perdido. Lo había buscado pero él ya no era mío.
—Estuvimos asustados por una idiotez. —Su carcajada fue una desalmada burla hacia sí mismo. Como si con odiarse se pudiese desafiar al destino—. Todo este tiempo fui completamente ordinario. —No hubo nada de Eiji Okumura en esa torcida sonrisa—. Solo soy un torpe beta. —Él dejó los resultados del test sobre la mesa, con las manos temblorosas e hinchadas, con el alma quebrada y las palabras eclipsadas.
—Chico, son buenas noticias. —Las palabras de Max fueron una molestia—. Anímate. —Cuando le toqué el hombro, él me apartó. Un golpe. Una grieta. Una pelea.
—Perdón. —Sus pupilas temblaron, aquella mueca de terror fue una que nunca deseé vislumbrar en él. Me aferré a mi pecho, hecho cicatrices y confusión—. Ash, no quise reaccionar así. —De repente el amor era oscuridad.
—Yo... —Ni siquiera pude terminar.
—Necesito ir por agua. —Él no me dio la oportunidad para empezar. Solo se esfumó de la sala hacia algún otro lugar del apartamento. El ambiente era una quimera y esta historia un drama.
—No lo entiendo. —Mis pensamientos no parecieron ser míos. Yut-Lung Lee suspiró, cruzando sus brazos sobre su vientre, presionando sus párpados con fatiga. Paciencia—. Yo creía que esto era lo que él quería. —Éramos el instante antes del amanecer. El más bajo negó, cansado.
—Así como tú querías que Eiji fuese un beta para mantener su libertad... —La atmósfera fue fúnebre, la brisa se coló por una de las ventanas. Tan gris—. Él quería ser un omega para poder convertirse en tu pareja destinada. —La verdad fue una navaja contra mi cuello, mis muñecas colgaron hacia mi cadera, mi estómago fue un pesado nudo de culpa. Yo. Como un desborde de lágrimas vivía en momentos fugaces.
—Lo entiendo. —Como si el instante brillase y aquello fuese un guiño—. Iré por él. —La mirada que Max Lobo me regaló fue una que no pude comprender. Me erizó la piel.
Atraídos por la desdicha y unidos en la fatalidad, llegué hacia él.
Pero éramos de mundos diferentes.
Lo amaba lo suficiente...
Su atención se hallaba clavada en un punto muerto de la cocina, sus manos estaban sosteniendo una taza vacía, sus uñas se hincaron en su brazo, él se mordió el labio con violencia, sin poder controlar la amargura del llanto. Él era pedazos y lamentos. Él era impotencia y realidad. Porque las personas no cambiaban por desearlo y no bastaba con quererlo lo suficiente. Tragué, paralizado. Verlo de esa manera fue una agonía indescriptible. Mis entrañas fueron vidrio molido, mi sufrimiento una cadena. Hermosa fue la dulzura con la que él me rompió. Él no se pudo sostener, sus piernas se quebraron para que él terminase siendo un ovillo en el suelo, me acerqué con lentitud. Mi Eiji. Lo rodeé con suavidad, él se sobresaltó ante tan repentina gentileza, sus puños se engancharon con fuerza a mi camisa, su rostro se hundió en mi pecho para contener los alaridos. Me aferré a él, deseando ser quien se llevase el dolor. Esta persona era más valiosa que mi vida. Esta persona. ¿Qué no daría por él?
—Oye. —¿Qué podría darle para que se sintiese mejor? Lo que fuese lo buscaría—. ¿No fuiste tú quien me dijo que los géneros no importaban? —Él negó, enterrando su cara contra mis latidos. No pude calmar las grietas de su alma, no pude detener la crueldad inyectándose en aquella libertad. Mis dedos repasaron esa mordida. Mierda.
—¡M-Me da mucha rabia! —El tartamudeo fue bruto—. Aunque nunca me interesó ser un omega... —Su agarre se tensó, el aire fue finales destrozados—. Quería ser tu omega destinado. —Éramos fuertes en la superficie y frágiles en el interior, acaricié sus cabellos, con ternura. Él era la razón que anhelaba dejar atrás. Él era por quien quería ser recordado.
—Eiji. —Él era la única de mis memorias que valía la pena—. No necesitamos esas cosas. —Tomé su rostro entre mis manos para limpiarle la pena. Fue difícil mantener una mirada entre nosotros dos—. Te amo. —Él sonrió, sin gracia. Sus pupilas eran escarlata y dolor contenido.
—Lo siento, debo estar sensible porque últimamente han sido muchas cosas juntas. —Estos días habían sido un ciclo interminable de encuentros y despedidas—. Ha sido difícil superar lo de Ibe. —Cada vez que él pronunciaba su nombre algo parecía apagarse en él. Se iba, alto, demasiado alto. A veces me preguntaba la dirección.
—Lo sé. —Los asesinos como yo danzábamos con la parca en un tango luego de invitarle un cóctel, había olvidado lo desgarradora que podía resultar cuando era de alguien cercano—. Lo lamento. —Mi amante había perdido una parte de él tras la muerte del periodista. Lucía pálido, delgado, desanimado, menos él. No tenía las respuestas correctas, no podía hacer nada porque Blanca no me dejaba.
—Estoy bien. —Entrelazamos nuestros dedos. La respiración le pesó, los ojos le calcinaron—. Tú eres una persona fuerte y puedes recuperarte de estas cosas. —Oh, pero no lo era—. No puedo solo quedarme tirado en la cama llorando. —Era tan débil cuando se trataba de él. Y si lo perdía...Temblé. Mi corazón fue una tormenta, mi alma un péndulo en un eterno vacío de soledad.
—Él era tu amigo, estás en tu derecho para estar de luto. —Aunque él me sonrió, no fue más que un espejismo—. Y yo me enamoré de ti siendo alfa y beta. —Estaba cansado de tener que despedirme. Desde que nací en lugar de llorar tuve que gritar, era agotador. Me aferré con fuerza a él. De esta manera sería.
—Siendo un alfa con un carácter insoportable. —Cuando él se rio volví a respirar, nos separamos despacio—. No lo olvides, me hiciste pasar malos ratos con esa enfermiza terquedad. —Golpearía más fuerte la pared entre nosotros dos, la derribaría aunque tuviese que saltar pértiga.
—Y tú siendo un torpe japonés. —Porque lo amaba haría lo imposible para burlarme del destino. Porque estaba enamorado no podía renunciar a él.
—Ash... —¡Y sí! Era egoísta, era celoso, era tragedia. ¿Y qué? Era nuestra.
—No necesito una pareja destinada. —Acerqué sus nudillos hacia mis labios para presionarle un beso—. Yo ya tengo a un compañero para el resto de mi vida. —El aire fue electricidad entre nosotros dos, sus mejillas fueron primavera, sus ojos volvieron a fulgurar con esa clase de chispa. Suspiré. Esa misma repleta de esperanza e ingenuidad que tanto me engatusó.
—No podrás tener una familia conmigo. —Fue doloroso vislumbrar inseguridad en aquel recio chico—. No puedo darte eso por más que quiera. —Sonreí, sabiendo que había caído por él.
—Eres toda la familia que necesito. —Fue tan vergonzoso pronunciar aquello, lo gritaría más fuerte—. Eiji... —Él me hizo humano—. Si ya hemos llegado hasta acá, no vaciles. —Trataba de sobrevivir, no obstante, acá estaba, embelesado por él.
—Mira quien habla. —Ambos apoyamos nuestras espaldas contra el mueble de la cocina, sus piernas se encogieron cerca de su vientre, las mías juguetearon entre el frío de las baldosas y la aspereza de la madera—. El lince de Nueva York es todo un caso. —Nuestras palmas fueron un imán sobre mi regazo. Él se dejó caer en mi hombro. Sus latidos fueron magnetismo de irrealidad. Intoxicante.
—¿Crees que le guste a tu familia? —Él enfocó su atención en el techo, las cortinas susurraron versos a través de la brisa, aquel rincón se convirtió en un mundo secreto donde solo existíamos él y yo.
—Ahora que lo mencionas. —Él frunció el ceño—. Mi hermana me dio un amuleto de buena suerte cuando me fui. —La nostalgia impregnada fue agridulce—. Pero acabó siendo para el amor, es una tonta. —La suavidad en su voz me abrumó—. Nunca esperé que funcionara. —Una repentina vergüenza se agolpó en mis mejillas, apreté su mano, ansioso. Lo dejaría todo por él.
—Esperemos que yo les guste. —Él levantó una ceja, divertido—. ¿Qué? Tengo que ganarme a la familia de mi novio. —Su risilla fue electrificante, me quemó las venas y me aturdió la cordura. Le había dado todo lo que tenía.
—Pensé que confiabas en tu legendaria belleza. —Rezaba para que esto fuese suficiente—. ¿No te gusta tanto presumirla? —La garganta se me acribilló de ímpetus. Los humanos eran graciosos, hacían promesas sabiendo que eran mentiras.
—Claro que confío en mi belleza. —Y aun así se juraban finales felices en Japón—. Pero también en mi mal carácter. —Por todas las cosas que anhelamos, las memorias embrujadas y un destino ya escrito. Salud.
—Hasta que finalmente lo admites. —Rodé los ojos, ofendido—. Les encantarás porque eres increíble.
—No lo soy.
—Pues Skip dice que eres un buen papá. —Antes de que fuese capaz de refutar, gritos quebraron la realidad.
Los alaridos en el primer piso bajo la agudeza de los disparos me arrastraron hacia la tragedia. En medio de la sala Bones y Alex se encontraban desplomados sobre un putrefacto charco de sangre, Skipper les estaba terminando de suturar las heridas, él apretó sus párpados con fuerza, llanto seco se le impregnó en el rostro mientras Yut-Lung Lee le daba órdenes a Sing como maniático. Mis entrañas fueron un retorcijón de frustración. Me incliné a su lado, apretando su mano. El alfa se encontraba inconsciente bajo las bofetadas del infante. Maldición ¡Blanca! Estos ataques estaban llegando demasiado lejos, desde que el periodista falleció el lunático no nos había dejado en paz. Aunque había proclamado a mi amante como su objetivo, sus atentados parecían dirigirse a cualquiera que nos rodease. Esos grandes ojos cafés se rebalsaron en la desolación, el color se le esfumó, las piernas le temblaron, él corrió al lado de los heridos para auxiliarlos.
Culpa.
—No llores Ei-chan, Bones es bastante fuerte. —Pero las palabras de Skip no lo calmaron, él contuvo una arcada atrapado en un espasmo. La muerte no estaba bien para las personas normales.
—Es mi culpa otra vez, ¿verdad? —Cuando vislumbré la expresión de mi novio—. Yo... —Impotente, vacía y constipada—. Lo lamento. —Supe exactamente lo que Blanca estaba haciendo.
—¡Maldición! —Yut-Lung Lee ignoró mi queja para seguir atendiendo al omega—. Tengo que ir a hablar con él o esto no tendrá un alto. —Si algo había aprendido de aquel hombre era que habían muchas maneras de matar a alguien, el maldito sabía la clase de persona que era Eiji Okumura.
—Ir es peligroso. —Y porque él sabía la clase de persona que era mi amante—. Ash... —Yo lo protegería. Algunas leyendas eran oro, otras polvo. Algunas eran instantes y otras inmortales—. No vayas. —Mientras fuese con él sería recordado por lo que importaba. Me levanté.
—Estaré bien. —Si iba a morir que fuese intentando—. Regresaré. —Si iba a vivir que fuese sin arrepentimientos—. Lo prometo. —¿Alfa? ¿Omega? ¿Beta? ¡Al carajo! Si iba a enfrentarme a esto lo haría como Aslan Jade Callenreese.
Lo amaba lo suficiente para cambiar.
Fue fácil adivinar donde estaba, por el ángulo donde fueron atacados mis subordinados pude encontrar el edificio. El gélido invernal se coló por la apatía humana. Calles de papel, máscaras de engaño, amor en oferta. Mis zapatillas se arrastraron por las escaleras de emergencia. Un viejo libro contra la portilla fue mi alarma, frené mis pasos, tomando el manuscrito entre mis manos. Las islas en el golfo. El entrecejo se me deformó, los dientes me chirriaron, mis dedos se hundieron en la portada hasta quebrarla. Él no había cambiado. Con un empujón ingresé al lugar, no había nada en aquel piso, solo un gigantesco hombre de espaldas contemplando el declive de la ciudad. El mundo era su escenario y este era su acto final. A su lado se hallaba un rifle de asalto, una altanera sonrisa fue dibujada apenas nuestros ojos chocaron. Un jodido escalofrío. El crujir de la puerta fue un espasmo. Me escondí detrás de la indiferencia para convertirla en verdad. Él se dio vueltas, con lentitud. El aire fue una cuchilla y el pasado un grillete. Acá siempre estuvimos destinados a terminar. Finalmente la mentira que me conté era realidad.
Ya lo sabía.
—Detén esta mierda. —Mi voluntad hizo eco contra las paredes de metal—. ¡Eiji no es como nosotros! —La ira me golpeó la cabeza—. Para él la muerte no es un juego. —Los reflectores de Blanca se enfocaron en el libro en el suelo, debía ser una broma.
—¿Aún no eres capaz de entenderlo? —Él se aflojó el cuello de la camisa, confiado—. Pensé que a esta edad sería suficiente. —Había maldad en la bondad y benevolencia en la crueldad—. Supongo que sigues siendo un niño. —La oscuridad en el ambiente fue brea, casi negra, casi tensa.
—No es tu estilo hacer esto. —La sangre me burbujeó, la tráquea se me cerró como si estuviese sufriendo un shock—. Atormentar a alguien nunca fue lo tuyo, no eres un sádico. —Su sonrisa fue una afligida maraña de anarquía. El tiempo fue pausa y la tarde un vaso de absenta.
—Es mi último trabajo, no tengo muchas opciones. —Él se arremangó la camisa hasta los codos, ser un beta no lo hacía menos imponente—. Pero supongo que no viniste hasta acá para charlar. —Pensar en confrontarlo era una idea estúpida y suicida. Alumno y profesor. Mercenario y prostituta.
—Me revolcaré en mi tumba sino trato de darte un golpe ahora. —Sin embargo, esta era mi ciudad y era mi destino el que estaba tratando de cambiar. ¡Joder no! Si me iba que fuese recordado. Si me olvidaban que valiese la pena. No perdería lo que consideraba mi hogar. Me quité la chaqueta, extendiendo mis puños frente a mi quijada. Esta historia me había arrebatado la cordura para que me enfrentase al mundo por él. Me había despertado.
—Vaya... —Porque cuando lo encontré él me hizo entender la razón de mi existencia—. Parece que vas en serio. —No dejaría que le hiciesen daño.
Lo amaba lo suficiente.
Los movimientos de Blanca fueron ágiles y rápidos. Retrocedí solo para que él cortase aire. El cuello me goteó. Manchas de sangre escurrieron desde mi camisa hacia el pavimento. Corrí de regreso hacia él para ser bloqueado. Sus nudillos en mi estómago me revolvieron la cabeza, un puntapié contra la oreja me sacó de mi realidad. Mierda.
—¡Maldición! —Mis patadas fueron una burla para él, mi resuello dos filosas garras sobre mi tráquea. La muerte me sonrió, coqueta.
—Te dije que entrenaras bien tu cuerpo. —Un puñetazo desencajó mi mandíbula, el sabor a óxido fue repugnante, escupí, el desesperado sonido de mi respiración llenó la habitación. Patético. Cada uno de mis golpes los frenó. ¿Competencia? Ja.
—¡Cállate! —Él podía pegarme, insultarme o patearme, pero no me iba a romper—. No quiero ser un maniático de los músculos como tú. —Con un violento movimiento él hundió su codo en mi tórax, dejándome sin excusas. Las costillas me crujieron, mis latidos se frenaron, abrí la boca, sin que la vida me pasara. En un parpadeo acabé en el piso. Mi cara contra la frialdad del suelo, mi boca repleta de sangre e ineptitud. El viento tenía aroma a luto.
—Es uno de los esenciales. Te lo enseñé. —Traté de levantarme para acabar convulsionando. La vista se me nubló, mis uñas se arrastraron por la granita. ¡Alto! Debía ponerme de pie. Por él. Por él podía—. Si hubiese querido, tu corazón ya estaría aplastado. —La altanera sonrisa de Blanca me hizo querer tumbarle los dientes. Apreté mi mandíbula. Mi pecho se sentía como si todo su contenido se estuviese derramando. Estaba mareado. Ya no veía.
—Eiji no es como nosotros. —Mi súplica fue un patético tartamudeo de aire—. Para él la muerte no es un juego. —Sus movimientos se congelaron en la insensibilidad, el cuarto fue una asquerosa bruma de terror, el día se había perdido en aquella pelea—. Él es diferente. —Volví a toser. Una espesa mancha goteó desde lo más profundo de mi garganta hacia el suelo. No le vendería mi alma otra vez.
—Pensé que te había enseñado a ser inteligente. —Él se inclinó, agobiado. Me arrastré lejos, usando garras y colmillos. Sudor empapó mis huesos, frustración hirvió en mis agallas—. Con la información que filtraste no solo hundiste al monsieur, sino que te metiste con personas del gobierno. —El trepidar entre mis dientes fue escalofriante. Una puta maldición.
—¡Bien! —El oxígeno fue agrio entre mis pulmones—. Que sepan la clase de basura que son. —Él suspiró antes de frotarse el entrecejo de manera compulsiva. Me aferré a la orilla de su camisa, arrastrarse fue gatear sobre vidrio roto—. Blanca... —Las excusas se le atoraron antes de que pudiese reaccionar—. Él no quiere a Eiji, ¿no es así? —No lo dejé responder—. Déjame tomar su lugar.
—¿Qué?
—Déjame cambiar mi vida por la de él.
—No. —No le permití levantarse, me agarré con fuerza de aquella prenda, como si mi vida dependiese de esto. ¡Oh! ¡Pero sí lo hacía!—. No quiero que te eches a perder de esta manera. —Carcajeé, frustrado. Mis uñas se clavaron en aquella pretenciosa camisa. No estaba marchito porque él me había salvado, era humano porque él se había perdido para encontrarme. Y si me tenía que encontrar ahora en esta miserable soledad. No. No lo permitiría.
—Contacta a Dino Golzine y dile que me rindo. —Si mi hora había llegado daba igual—. Mantén a Eiji a salvo, por favor. —Tenía razones para ser extrañado y sentimientos que arrastraría a mi siguiente tragedia. Él había sido mi amanecer y mi libertad. Hermoso, fugaz y cegador.
—Aún si él te acepta de regreso tienes que dejar ir a ese chico. —Me terminé de quebrar al ser víctima de la realidad, lo solté, mi mente se fue—. Su existencia no está para salvarte. —Anhelé la luz y fui bendecido con la calidez del japonés. Al menos hoy podía mirar al cielo.
—Lo sé.
—No puedo garantizarte que saldrás vivo. —Me traté de parar para caer más hondo—. Y si mueres nada le impedirá ir tras él otra vez. —Era vulnerable y carecía de esperanzas. Nuestra historia fue una chispa que pereció en un instante. Me aferré a mi pecho con fuerza—. El monsieur es rencoroso. —Amar era un sentimiento doloroso, era tortuosa la idea de ya no tenerlo a mi lado. Los ojos me ardieron. El aire fue gasolina. Me levanté, con las piernas de cristal y la voluntad de cartón.
—Si lo envío de regreso a Japón... —Él y yo nunca estuvimos hechos para ser o morir, no quería que ardiésemos en esto, no anhelaba terminarlo hiriendo—. ¿Puedo tomar su lugar? —Sin embargo, era muy tarde para retroceder. Uno de nosotros se tenía que ir. Rezaría por él. Suplicaría perdón.
—¿Crees que puedes sobrevivir a una pelea contra Arthur y yo?
—No.
—¿Ese es tu plan? —Me mordí la boca, apoyándome en la pared. Mi frente estaba empapada de nervios, mi cabeza era por primera vez claridad. Lo amaba lo suficiente para hacer esto. Presioné mis párpados, con suavidad. Estaba bien. El alma me agonizó, los ojos me quemaron. Por eso me iría.
—¿Si lo envío lejos puedes garantizar su seguridad? —No lo dejé contestar—. Hazlo como un último favor. —La incondicionalidad de su amor me había rescatado, ya no era un leopardo, no podía dar marcha atrás. Me equivocaría. Quizás moriría.
—Puedo hacer eso. —Y estaría bien. Sus pasos se congelaron en medio de la habitación, su espalda fue sombra entre los rayos del sol—. ¿Tanto significa él para ti? Es un beta, ni siquiera es tu pareja destinada. —Reí, ahogado en la decepción. Las personas eran curiosas, se empeñaban en inventar excusas para no tener que desafiar la incertidumbre. Por él tomaría todas esas leyendas y me burlaría de ellas. Por él tomaría del pescuezo al destino para escribir el mío.
—Blanca... —Su nombre fue una punzante sensación entre mis pulmones—. Ahora soy feliz. —No pude entender la clase de expresión que él me entregó, no quise—. Porque sé que por lo menos hay una persona que se preocupa por mí y no espera nada a cambio. —Mi corazón fue consumado para reducirme a cenizas. Y estaba bien.
—Ash... —Me arrastré por la pared, sosteniendo mi vientre hacia la salida.
—No puedo creer la suerte que tengo. —Le sonreí por última vez a quien sería mi verdugo—. Es el sentimiento más feliz del mundo. —Mi sufrimiento tenía sentido porque él se lo había dado. Mi alma era alba porque él me había liberado—. Espero que algún día lo entiendas. —Una vida con Eiji Okumura sería una muerte hermosa.
En esa agonía marqué el inicio de la escena final.
Lo amaba lo suficiente como para desafiar al destino.
Cuando regresé al complejo de apartamentos el caos había cesado. La sangre yacía seca en el piso, los escombros fueron limpiados bajo las instrucciones de Yut-Lung Lee. Como dos piezas de diferentes rompecabezas. Como una cadena a punto de quebrarse. Dejaría todo lo demás por él. Max Lobo me estaba esperando en la entrada, sus brazos fueron una barrera de incomodidad entre nosotros dos, su mirada me buscó sin que las palabras fuesen suficientes, si algo no alcanzaba a comprender era la melancólica sonrisa que él siempre me entregaba, qué lástima que no tuviésemos más tiempo juntos, quizás pudimos haber sido buenos amigos. Pero ya no. En estos días fugaces solo quería tragarme el dolor y la tristeza. Suspiré, apoyándome a su lado en aquella habitación, la peste de la pólvora fue una cruel remembranza. Estábamos en el ojo del huracán.
—¿Hay algo que me quieras decir? —Él se sobresaltó con lo directa que fue mi pregunta, algunos cristales terminaron de desprenderse del marco para estrellarse contra el suelo. La atmósfera fue agobiante, tan amarga.
—Mientras estabas afuera decidimos probar el prototipo en Shorter. —Él no fue capaz de sostener aquella petulante fachada, solo convirtió sus manos en nudos sobre sus rodillas—. Ya sabes, como tu amante terminó siendo beta. —Ni siquiera lo pude buscar. ¿Cómo se lo explicaría? Mi corazón se hundió en un vacío de soledad.
—¿Cómo resultó eso? —Que él olvidase todo lo malo que había hecho, que me ayudase a dejar algunas razones que valiesen la pena—. ¿Él está bien? —Que no me resintiera. Su sonrisa fue reconfortante, casi paternal.
—Creo que se va a recuperar. —Volví a respirar tras esa confesión, me llevé la mano hacia el pecho, era una maraña quebrada de rosas marchitas—. Lo más probable es que necesite alguna terapia para el estrés post traumático. —La saliva se me atoró en medio de la garganta, mis demonios se mofaron desde la esquina del cuarto. No—. Pero estará bien. —Suspiré, dejándome caer contra aquella pared.
—¿No estuvo expuesto lo suficiente a esa cosa? —Él negó, aliviado.
—Como es un derivado del banana fish, los efectos secundarios acabaron siendo diferentes. —Sonreí, apagado—. No pareces muy satisfecho con los resultados. —Presioné mi entrecejo con fuerza. Sentía que en esta recta me había quedado sin tiempo. Eiji. Mi Eiji. ¿Cómo se lo explicaría?
—No es eso... —¿Con qué cara me miraría?—. Solo estoy algo nervioso. —Yo no le tenía miedo a la muerte, habían habido innumerables ocasiones en las que pensé que estaría mejor muerto, que nada podía ser peor a lo que estaba pasando en ese momento. Estaba dispuesto a enfrentarme a ella cuando fuese necesario y a rendirme en un mar donde la línea entre la felicidad y la tristeza desaparecía.
—¿Pasó algo cuando fuiste a hablar con ese sujeto? —No obstante, ahora buscaba aferrarme de manera ridícula a la vida. Quería un futuro a su lado. Me mordí la boca, iracundo. Porque anhelaba tener un pequeño apartamento en Japón, escuchar sus buenos días, besarlo en las noches, ver plaza sésamo mientras me quejaba por el natto. Quería ayudar a personas como yo. Amarlo hasta encontrar un límite y hacerlo aún más allá.
—Oye. —Deseaba hacer tantas cosas—. Si llegara a morir, ¿puedes seguir adelante con este caso? —Pero ya era muy tarde.
—¿Por qué dices eso?
—Yut-Lung Lee puede ser una víbora pero él te ayudará con la investigación. —Ya no podía existir a base de arrepentimiento—. Sigue excavando en esto, debe haber más. —Debería estar feliz. Había conocido al amor y me había liberado.
—No me agrada como suena esto. —Sin embargo, no. No lo estaba—. Parece una despedida. —Que codicioso me había vuelto.
—Ash. —Daría el resto de mis años solo por un instante más con él. Cuando el japonés me encontró quise llorar. Lo lamentaba.
No podría estar contigo hasta el final.
—Eiji, necesitamos hablar. —Ahora éramos solo nosotros dos mientras mi ser se rompía.
¿En que debía creer?
Pero lo amaba lo suficiente...
Nuestro cuarto se encontraba impregnado de dulces memorias y melancólicos besos, de caricias mañaneras y risas bajo las sábanas, de jugueteos de piernas y mimos inocentes. Apreté su mano, hundiéndome en la cama. Mirarlo fue una angustia paralizante. La tráquea se me llenó de espinas, las grietas me escurrieron brea. Tirité. Sus ojos enrojecieron antes de comenzar a gotear, los míos ardieron, un destructivo camino de pena me quemó la piel, respirar fue difícil, seguir imposible. Él sostuvo mi palma con ternura, permitiendo que nos quebrásemos en piezas y pereciéramos en un tal vez. Aunque el llanto empañó su belleza, él me sonrió, aferrándose a nosotros como si nuestra vida fuese esto. Pero la mía lo era. Cada uno de mis instantes con él habían hecho que el sufrimiento valiese la pena. Cruzaría el mismo infierno otra vez solo para volverlo a conocer. Esto era tan difícil. Lo único que pude hacer fue llorar.
Él no pudo amarme mejor, no obstante, necesitaba regresar a su mundo.
Y yo me tenía que ir.
—Me vas a pedir que vuelva a Japón, ¿no es así? —Su pregunta fue trozos de alma, él solo dejó caer su corazón para que se quebrase contra la impotencia en el suelo. Su risa fue un triste alarido, mi cabeza una jaqueca de gris. Mierda.
—Lo siento. —Mis yemas repasaron sus mejillas, cada roce me quitó mi libertad. La electricidad fue mortal, la pasión una sentencia—. Yo... —Él me conocía mejor que mis demonios y aquellas plegarias ignoradas—. Le pediré a Max que te compre un boleto lo más pronto posible. —Él me había hecho mejor persona, no, él me había inspirado para serlo.
—Ash... —Él me conocía, me aceptaba y me amaba por quien era—. ¿No me lo dirás? —Y por quien quería llegar a ser. La tensión en el cuarto fue las cenizas de un primer amor. No pude sostener una mirada, no pude dejarlo de contemplar. Lo amaba tanto que era imposible, era tan imposible que acá estábamos.
—No puedo decírtelo. —Sin importar lo que pasara mis sentimientos no cambiarían—. No porque no confíe en ti. —Lo delineé, memorizando el último trazo de sus facciones, sabiendo que este podía ser nuestro punto final. Sonreí, esta era la primera vez que los dos estábamos llorando y ninguno sabía qué decir. Me habría gustado encontrar las palabras correctas para consolarlo. Me habría gustado tanto tener un futuro con él.
—Sino porque no me quieres poner en peligro. —Él suspiró, entrelazando sus dedos entre los míos, su dulzura fue despiadada—. Lo sé. —Los rayos del atardecer fueron una silenciosa despedida.
—Me habría gustado ir contigo a Japón. —Mi corazón terminó por estrellarse contra el destino, las piezas se habían mezclado, éramos menos que mitades—. Me diste más de lo que merecía durante estos meses. —No sabía lo que estaba diciendo—. Ni siquiera imaginé que podía ser tan feliz. —No obstante, este era nuestro final—. Gracias. —Necesitaba que él lo supiera. Él no solo era mi amante, él no solo era la mejor parte de mí, él no solo era mi persona destinada.
Él era mi alma gemela.
—Ash. —Mi nombre fue una cruel condena—. ¿Al menos puedo amarte hasta el final? —Todas esas cosas que quisimos, todas esas promesas que nos juramos. Siempre estuvimos destinados a decirnos adiós.
—Puedes. —Como un desborde de lágrimas vivía en momentos fugaces—. Eiji Okumura. —Como si la vida brillara. Los pedazos entre nuestros corazones fueron polvo de ilusión, mi mente una bruma de dolor. Presioné mis párpados, tenía la cabeza caliente, el estómago repleto de mentiras y la fragilidad herida—. Te amo más allá del final. —Esta era la afilada navaja de una vida corta. Tuve tiempo suficiente.
—¿Podemos pretender que las cosas están bien hasta que me vaya? —Lo sostuve con fuerza, acariciando sus cabellos entre unos dedos manchados de sangre, sosteniéndolo en un pecho cuyos latidos se habían perdido en el río. Pero estaba bien—. Es algo que necesito. —Morir joven no sería tan malo. Fruncí mi mandíbula. Lo daría todo por un poco más de tiempo con él. Tal vez lo conocería en otra vida.
Dios, por favor permíteme enamorarme de él en la siguiente.
—Solo por hoy. —Los encuentros y las despedidas se repetían todos los días mientras mi ser se rompía—. Por ahora quedémonos así. —¿En qué debía creer?
—Aslan Jade Callenreese. —Él debía seguir sin mí, ya encontraría a alguien que lo amase mejor, que no lo hiciese llorar de esta manera—. Jamás olvides que te amo. —Los sueños no fueron suficientes. Su respiración contra mi cuello fue un caliente y tortuoso jadeo. Él no lo podría haber hecho mejor y yo no podría haber luchado más fuerte.
—Y tú no olvides lo mucho que yo te amo a ti. —Pero siempre estuvimos hechos para darnos el adiós.
Amaba a Eiji Okumura.
Lo amaba lo suficiente para dejarlo ir.
El siguiente capítulo se vendrá el domingo porque estamos en periodo de cierre de fics en este perfil.
Como saben, no le daba ni un peso a este fic ni a mí, de hecho me cuestioné muchas veces si era una buena idea volver a escribir. Así que mil gracias a todas las personas que llegaron a esta trama. Muchas gracias a quienes dejaron algún comentario, algún voto o a quien simplemente leyó. De verdad, no puedo creer que haya llegado al punto de terminarla y ahora editarla.
¡Cuidense!
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