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Capítulo 20.

¡Hola mis bonitos lectores! Hoy fue un día bien intenso y andaba media muerta, pero no he subido este capítulo y lo he tenido listo desde que respondí sus comentarios como hace una semana, que terrible, lo siento. Tuve que leerlo otra vez para recordar lo que yo misma había escrito, genio me dicen. El capítulo lo narra Ash.

Muchas gracias a quienes se toman el tiempo para leer. ¡Espero que les guste!

Éramos dos piezas de diferentes rompecabezas cuyas grietas no encajaban, de bordes disonantes, de universos destemplados, veníamos en paquetes de miles y clamábamos en idiomas diferentes. Las mías eran escarlatas, las suyas blancas. De contrastes tan opuestos que desafiaban la irrealidad, a pesar de la adversidad él era la complementariedad de mi alma.

Suspiré, hundiendo mi mentón en el refugio que forjaron mis brazos encima de la almohada, su fragancia fue una coqueta bruma de ensueños, aquellos curiosos ojos cafés centellearon para despertar al sol. Lindo. Su espalda estaba sobre nuestra cama, sus palmas sostenían en el aire una vieja cámara fotográfica, sus pies se habían hundido bajo las frazadas. Su risilla grabó a fuego lento su nombre en mi corazón, me acerqué, despacio. Si en este eterno puzzle que llamábamos vida no éramos más que dos insignificantes piezas recortaría todos mis bordes para hacerlos encajar con los de él.

—¿Qué es lo que tanto miras? —Me recosté a su lado, ansioso. Sus latidos fueron una sinfonía de confort, tan placentera. Su sonrisa erizó hasta la última chispa de cordura que me quedaba. No era nada.

—Yut me regaló esta cámara hace un par de días. —Nada más que una pieza de otro rompecabezas hecho solo para él—. Me ha ayudado a pasar el tiempo. —Éramos de mundos diferentes. Un conejo y un lince terminarían en tragedia, ya lo sabía. Desde el principio lo hice.

—¿Eso es lo que has estado haciendo? —No estábamos destinados a la eternidad—. Has pasado demasiado tiempo con la pandilla, me siento abandonado, onii-chan. —Suspiré, presionando mis párpados. ¿Qué tanto debía amarlo para que esas cosas ya no me importasen? Infinidad era poco. Insuficientes eran dos palabras y cinco letras.

—Sí, los he estado fotografiando mientras trabajas en el laboratorio. —Mi cabeza se hundió en la almohada, mi atención se enfocó en la pequeña pantalla bajo el visor—. Algunas son buenas. —Aquel espacio entre su cuello y su hombro era mi universo de euforia y perfección. Él era mi hogar. Eiji Okumura era el lugar donde yo siempre quería regresar.

—Quiero verlas. —La emoción que resplandeció fue indescriptible—. Si puedes hacer que ellos se vean bien puedes hacer lo que sea. —En un segundo lo perdí todo por él. Su risa fue polvo de magia. Él inclinó aquella máquina en el aire para que pudiese observar mejor. Tan lindo.

—De hecho son bastante fotogénicos. —Decenas de imágenes corrieron con el chirriar de un botón. Las muecas de mis subordinados eran desagradables, contuve una carcajada ante tan espantosos recuerdos—. ¡No te burles de ellos! No están acostumbrados. —No podía tomarlo en serio enfadado, nuestras manos acabaron entrelazadas en la cama.

—¿Por qué no has tomado ninguna fotografía mía? —El berrinche fue vergonzoso—. Mi belleza es legendaria, ¿sabes? —Él rodó los ojos, divertido, antes de detenerse en una de las imágenes para apuntar hacia la orilla de la pantalla. Entrecerré los párpados, el cuadro era borroso y estaba desenfocado.

—Ahí estás. —Un manchón amarillo era lo que se hallaba debajo de su dedo—. Esa es la legendaria belleza del lince de Nueva York. —La indignación trazada en mis cejas fue lo suficientemente transparente como para hacerlo reír. Fastidioso.

—¿Y así quieres ser mi fotógrafo en Japón? —Chasqueé la lengua, listo para molestarlo—. Deberías cuestionarte tu futura carrera¸ onii-chan. —Él bufó.

—La pandilla se ve guapa. —Entre burlas la cámara fue dejada de lado—. Skip dice que eres feo, por eso no sales bien. —Tiempo.

—La opinión de ese mocoso no cuenta, es obvio que te quiere más a ti, eres su mamá adoptiva. —Podría haber pasado una eternidad así con él.

—Y tú un terrible papá.

—Siempre puedes resignarte a ser mi esposa si quedas en bancarrota. —Su mentón se hundió en las frazadas, nuestras narices se acariciaron, la fricción fue una embriagadora sinfonía. Éramos solo nosotros dos flotando en una efímera fantasía.

—Quizás tú eres un mal modelo. —Esto era aterrador—. Deberías esforzarte más o Bones te quitará el trabajo. —La estabilidad era paralizante, como si antes de él no hubiese habido nada.

—Te irás a la quiebra con un modelo tan feo. —Como si después de él solo me esperase un eterno vacío. Él sonrió, el jugueteo entre nuestras piernas fue travieso. Su respiración se redujo a un tembloroso tartamudeo, él estaba nervioso—. Me gusta más el plan donde solo somos tú y yo.

—No le digas a la pandilla, pero a mí también. —La belleza del amanecer se pintó dentro de aquellos infames ojos cafés para revelarme la verdadera libertad. Esto...

—Quizás podríamos tener un perro. —Lo pasaría todo otra vez solo por este momento.

—Es extraño. —Amarlo me hacía débil—. Tus subordinados parecen temerte cuando estás al mando, como si tus palabras fuesen leyes y tú fueses su rey. Un símbolo de respeto, miedo y autoridad absoluta. —Dependiente y frágil—. Pero.... —Él se mordió la boca—. Ese no es el Ash que yo conozco. —Suspiré, memorizando cada una de esas facciones. Lo anhelaba tanto.

—¿Cómo es el Ash que tú conoces? —Él frunció la boca antes de restregarse contra mi cuello de manera mimosa, reí, enredando mis dedos en su cabello—. Tengo curiosidad. —El atronador latido de un alma partida en dos fue violento.

—Es alguien hermoso. —Las mejillas me cosquillearon, la sangre me burbujeó. Electricidad y chispas flotaron en la habitación—. Alguien en quien creería sin importar qué. —Su aliento fue adictivo—. Sin importar lo que pasara. —Mis yemas se deslizaron hacia su nuca, repasando esa grotesca mordida.

—Esto se siente como una broma ¿sabes? —La mandíbula me crujió—. Aun si me convierto en un omega no puedo ser la persona a la que estás destinada.

¡Maldición! Yo...

—¿Te arrepientes de haberme conocido? —Ese periodista tenía razón, era peligroso, necesitaba alejarme de él—. ¿Con todo lo que has pasado? —Alguien como él. El pecho se me hundió en un ancla. No debería sufrir por alguien como yo. Él me retiró el flequillo, como si con ese movimiento pudiese despejar la niebla en esta tormenta. Los rayos del alba le confirieron un toque majestuoso a su silueta.

—Al contrario. —Esos grandes ojos cafés eran mis inicios—. Justamente porque te conocí no me arrepiento de nada. —Y todos mis finales. Suspiré, acercándome a él. No era justo.

—¿Por qué tienes que ser así? —Él me aceptaba sin preguntas ni respuestas—. ¿No ves que estoy tratando de mantenerme fuerte para ti? —Él me amaba porque era yo. Y eso, tirité, con la cabeza revuelta y el estómago aletargado con mariposas. Eso hacía que todas mis tragedias valiesen la pena.

—¿Por qué mantenerte fuerte para mí? —El cuarto se había llenado de magnetismo—. Cuando puedes apoyarte en mí, Ash. —Aparté mi mano de la mordida, perplejo. Cada vez que yo vacilaba, era él quien me sostenía—. Esto... —Fueron sus dedos los que acariciaron la marca de Arthur—. No significa nada para mí. —¿No fue tonto? Juntos mandamos a la mierda los mitos de parejas destinadas para escribir uno propio.

—Aun así me gustaría que él pagara. —La desesperanza rompió mi océano de serenidad. La brisa contra las cortinas fue glacial. Frederick Arthur—. Él y yo nunca nos llevamos bien. —Él se encogió, afligido—. Pero tú sí lo considerabas un amigo.

—No te preocupes. —Nuestro mundo no era más que una cúpula de mentiras—. Ya pasó, no tiene importancia. —Levanté su mentón, despacio, antes de apretarle la nariz como regaño. Era cruel ser tan evidente.

—Pareces a punto de llorar. —Su risa fue despechada, tragué, tener un corazón tan puro como el suyo—. Eiji... —Debía ser doloroso—. Está bien sentirse traicionado, eso no te hará mala persona. —Él se relajó entre mis brazos, el colchón crujió, sus rodillas se encogieron contra las mías. Dulce e irreal. Esta era nuestra fantasía.

—Lo sé. —Sus yemas trazaron figuras al azar encima de mis muñecas—. No puedo evitar que esto me afecte, pero me siento tranquilo porque te tengo a ti. —Perdí el hálito para sofocarme en sus latidos. Esa clase de mirada, expectante y seductora, era toda una invitación. Él carcajeó—. Tienes cara de estar esperando algo. —Mis pulgares se deslizaron entre sus mejillas, mi cordura pereció.

—Si ya lo sabes, no me hagas suplicar. —Nos fundimos en el momento.

Besar a Eiji Okumura siempre era diferente, esta era una mortífera adicción. Ansiedad destrozaba mis venas el instante antes de rozarnos, nostalgia era el leve espacio entre su respiración y la locura, tortura era aquella embriagadora fragancia, condena era su sabor. Lo besé, con lentitud, percibiendo a sus ansias arremeter contra mi pecho y crisparse sobre mi espalda. Su calidez me aturdió. Cada poro fue electricidad, esto era seducción. Mi corazón se arrojó para que él lo guardase. Él se aferró con fuerza, profundizando aquel instante. Esto era unir los pedazos de un alma gemela. Estábamos suspendidos en una burbuja de eternidad. Lo besé hasta que no pude olvidarlo. Lo besé hasta que me fue imposible vivir sin él. Su mirada escurrió expectación, sus mejillas sonrosadas y su boca hinchada fueron un deleite para la imaginación.

—Mi objetivo es el amante del lince.

La tensión se rompió. ¡Mierda! Esto me estaba pasando la cuenta. Me acaricié la frente, la tenía húmeda y afiebrada.

—Ash... —Él vaciló, afligido, el ambiente cambió. Mal presentimiento—. Te he notado algo ansioso durante estos días. —Que fuese tan perceptivo era un problema—. ¿Ha pasado algo? —Él era el retazo de bondad que anhelaba proteger. ¿Perderlo? Suspiré, aferrándome a él. Yut-Lung Lee tenía razón, él era fuerte, a veces mucho más que yo, sin embargo, no más que Blanca.

—Ha pasado algo. —Esta era una decisión que debíamos tomar los dos—. Algo malo.

—Puedes confiar en mí. —¿No era increíble? Su voz tembló tanto cuando él musitó aquello—. Estamos juntos en esto. —Y aun así él se las arregló para que sus pupilas no dudasen. En esta decadente historia de rompecabezas, estamos suspendidos en una cadena.

—Dino Golzine ha contratado a un asesino para acabar contigo. —No permitiría que Blanca la cortase—. Esa persona fue quien me convirtió en el lince de Nueva York. —No pude descifrar su expresión, sus palmas se convirtieron en puños sobre las sábanas, su respiración fue un silencioso tormento. La atmósfera fue turbia en aquel pequeño cuarto. Miedo.

—Por eso me has mantenido encerrado estos días. —No quise entender el gélido en su voz, no pude—. ¿Cierto? —Asentí, con las entrañas retorciéndose en un nudo y mis emociones como cuchilla de navaja.

—Pero no puedo esconderte por siempre. —El amor convertía a las personas en criminales empedernidos—. Es cuestión de tiempo para que él nos encuentre. —Le confiaba mi vida a esta persona, no obstante, no quería que él tuviese que batallar por la suya—. Él es inteligente. —Le juraba seguridad cuando me estaba ahogando en mis engaños.

—Lo entiendo. —Me mordí la boca, humillado.

—Lo siento por meterte en problemas. —La culpa era un sentimiento descorazonado—. Debí protegerte mejor. —Era cruel y agobiante—. Si hubiese prestado más atención esto no estaría pasando. —Era como tragar con espinas en la garganta. Era respirar con piedras en los pulmones—. Pero lo que más lamento es no poderte dejar ir aun sabiéndolo. —Era amar siendo solo una mitad.

—Aslan Jade Callenreese. —La amargura fue paralizante—. Te amo, pero...

—Solo dilo. —Consumido por la indignación, él se levantó de la cama para abandonarme. Éramos de mundos diferentes, su existencia no estaba para salvarme

—¡A veces eres tan frustrante! —La lengua se me trabó en un nudo, él me golpeó con la almohada—. Si te hubiese querido dejar ya lo habría hecho, ¿aún no te ha quedado claro? —Perdí el aliento—. ¿No te parece tarde para andar pidiendo disculpas? —Electricidad fueron mis venas, estridente mi corazón, la boca me tiritó.

—Pero...

—Además, hoy iremos a hablar con Ibe justamente para decirle esto. —La irritación en su rostro fue adorable—. No pienso regresar a Japón sino vienes conmigo, no tienes permitido decirme adiós, ¿entendiste? —Asentí, él siempre era así.

—Te gusta meterte en problemas. —Él chasqueó la lengua, cruzando sus brazos sobre su pecho. Él era justo lo que necesitaba.

—Te lo dije. —Nunca tuve oportunidad contra él—. Eres mi alma gemela. —Me acerqué para enredar mis brazos alrededor de su cintura.

—Ya entendí. —Aún enojado él me acarició los cabellos, suspiré, enmarcando aquel instante para la infinidad—. Deberíamos irnos, ya vamos un par de horas tarde. —Ser débil estaría bien mientras fuese a su lado.

Bajamos por el ascensor. Gracias a la cuenta secreta de Dino Golzine pudimos financiar aquel edificio para convertirlo en un hogar, cada uno de los apartamentos estaba siendo habitado por miembros de las diferentes pandillas. El terror en esas obsidianas se entremezcló con una tenue chispa de esperanza. La carne para cañón no podía darse el lujo de amar, éramos colillas de cigarrillos usadas. Su ceño se relajó cuando le di la mano. Temblé. No le dije nada pero él ya lo sabía todo. Tener un sitio al cual pertenecer nos costaría la vida, lo sabía. Suspiré, dejándome arrastrar.

Ya daba igual.

El primer piso era la sede de nuestro propio laboratorio, el aroma a desinfectante fue una bofetada en mis pulmones al momento de ingresar. La pulcritud de las paredes me resultó enfermiza, las camillas eran de metal, mesones de acero chirriaban por los pasillos, el aullido del aire rebasó el ambiente macabro. Sobre una de las sillas, frente a un escritorio repleto de tubos de ensayos y un gigantesco matriz, se encontraba acomodado Yut-Lung Lee, sus movimientos eran endebles por culpa del alfa aferrado a su vientre. Shorter se restregó, consiguiendo que él derramase alcohol en las carpetas. La frustración no tuvo precio.

—Ni siquiera nos invitaron a su luna de miel, me siento ofendido. —La molestia hirvió en una mueca mortífera—. Pensé que éramos amigos.

—¡Cállate! —Él apretó su mandíbula, humillado.

—No sé por qué terminaron si son tan compatibles. —Su mirada fue un silencioso asesinato bajo el golpetear del mortero contra las flores. Reí, él no era más que una víbora en una jaula de cristal. Petulante.

—No se han podido separar desde que nos instalamos. —Sing fue una brisa de jovialidad desde el fondo del laboratorio—. Las feromonas de Yut lo parecen calmar. —El nombrado chasqueó la lengua, ofendido. Sus piernas temblaron contra los fierros del banquillo, lucía ansioso.

—Este es el poder de una pareja destinada. —El omega rodó los ojos, tratando de zafarse del agarre—. Ahora no apestas a ti. —No lo logró—. Apestas a Shorter. —Contuve una carcajada con el dorso de mi palma al ser testigo de semejante horror. Tan satisfactorio.

—¿Quieres cuidarlo tú, gato mugroso?

—No me interpondré entre una pareja tan encantadora.

—¿Él ha estado bien? —La aflicción en la voz de mi novio me cerró la garganta, él se abrazó a sí mismo, desganado—. Luce peor. —Colmillos habían comenzado a sobresalir al igual que garras, los moretones en su piel estaban escritos en tinta escarlata. Su silueta parecía más grande, cada vértebra se podía apreciar a través de costras. Un animal. Él tenía razón, no parecía estar mejor.

—No lo sé. —La tristeza fue desalentadora, Yut-Lung Lee alzó la mirada para encontrarme en la habitación—. Quizás se sienta mejor luego de pasar un rato con Ash. —Un presentimiento de mierda.

—No hagas eso. —Sing se acercó, colocando un maletín sobre una de las camillas del centro—. Las veces que Yut se ha separado le hemos tenido que poner un bozal. —Él se enrolló la manga de la sudadera hasta el hombro. Perdimos el aire. Decenas de vendas y sangrientas mordidas se encontraban repartidas sobre la piel del beta—. Él es violento. —Difícil fue creerle al escuchar semejantes ronquidos.

—Al menos ya terminamos de fabricar el prototipo para el antídoto. —La valija fue abierta—. Ahora debemos ingresar a la fase de prueba. —Un escalofrío se coló por las grietas de mi alma para aturdir mi mente. Gélido y sofocante. Mi mandíbula se desencajó por culpa de la presión. Por favor no, ¡no otra vez! Ya era mucho con Blanca—. ¿Eiji, te sientes listo? —Sin embargo, él soltó mi mano antes de que lo pudiese retener.

—Estoy listo para probarlo. —El omega se estiró sobre el escritorio, en busca de un paquete de agujas—. Hazlo sin miedo. —Pero el asustado era yo.

El tintinear de las luces me resultó tétrico. Cuando Yut-Lung Lee terminó de ensamblar aquella lanceta, él empezó a palpar la muñeca del japonés con una tortuosa lentitud. Me mordí la boca, colérico. La osadía en sus facciones fue asfixiante. Debía confiar en él, ¡sí! Él era fuerte. Mi Eiji era determinado. No importaba si él fuese un beta o un omega. Mis uñas se incrustaron en mis palmas para dejar marcas. La sangre me hirvió, sudor empapó mi frente. Mierda. El aroma a químicos fue nauseabundo.

—Antes de probar el efecto que tendrá el prototipo, necesitamos estar seguros de tu género. —Los dedos del más joven lo golpetearon hasta encontrar una vena—. Ya ha pasado el tiempo suficiente para saber si sigues siendo un beta o no. —¡A la mierda las parejas destinadas! La jaqueca fue insoportable, mi pecho se llenó de fragmentos triturados. Me lo apreté con fuerza. Se sintió como si me hubiesen abierto el tórax para arrancarme el maldito corazón.

—¿Ash? —Aquella asquerosa mordida seguía sobre su nuca—. ¿Estás bien? Te ves pálido. —Contuve una arcada. Mi mirada quemó como ácido. Yo confiaba en él, ¡sí! Esto estaba bien.

Pero no lo estaba.

—¿Es necesario saber su género? —La muerte se impregnó en mi garganta—. ¿No podemos seguir esperando? —Aunque estaba convencido del amor que le perjuraba. Mi ceño trepidó. La incertidumbre era aterradora. Si él terminaba al lado de Arthur.

—No te preocupes. —Si alguien lo apartaba cuando era lo único que tenía—. Esto está bien para mí. —Yo moriría de tristeza—. Adelante Yut, puedes empezar. —Antes de que pudiese refutar la aguja se clavó en la vena. La jeringa subió, llenando todo el conducto de escarlata.

—No podíamos seguirlo ignorando. —Los tubos se llenaron—. Sing. —Escuché los pasos del nombrado a mis espaldas.

—¿Sí? —El frío del laboratorio me convirtió en una estatua. Esto. Tragué. Era enfermizo.

—¿Puedes colocarle un parche a Eiji? —En un parpadeo él se esfumó. Así de fácil era. Me froté el entrecejo, frustrado, ¿estaba tratando de bajar o de subir más alto?—. Ahora quiero que me expliques esa actitud de mierda. —De cualquier manera, ese leopardo sabía que nunca volvería. Encontrarse con los ojos de Yut-Lung Lee fue perecer frente a una serpiente. Hipnótica, indiferente, precavida y monstruosa.

—¿Por qué? —Sin embargo, en algún lugar frágil y bella—. ¿Desde cuándo te importa? —Él se cruzó los brazos, acongojado. Su lengua se atoró en un nudo ansioso.

—Les importas a ellos. —Sus manos se enredaron entre los cabellos de Shorter, la suavidad enlazada a su respiración fue reconfortante—. Además... —Él se acarició la nuca, apenado—. Te he aprendido a tolerar. —Ver semejante vulnerabilidad fue extraño. El lince y la serpiente habían sido domesticados.

—Eres raro. —No obstante, en esta clase de personas nos convertíamos cuando encontrábamos la pieza correcta—. Estás diciendo cosas asquerosas.

—¿Me vas a explicar o no? —Él chasqueó la lengua, indignado—. Porque tu actitud me cabrea. —El retumbar del botiquín fue lejano. Mi cuerpo no era mío, mi mente estaba a kilómetros en este Kilimanjaro—. Eres su pareja, deberías apoyarlo en esto.

—Lo sé.

—¿Te has puesto a pensar en lo asqueado que él debe sentirse con esa mordida?

—Todo esto es tu culpa.

Nunca debí permitirme aferrarme si sabía que lo iba a perder, Ibe tenía razón, él me había despojado de mi último pedazo para dejarme en la ruina. Y ahora. Las palmas me temblaron, me apreté con desesperación el pecho. El dolor fue insoportable. ¿Ahora qué?

—Yo... —Traté de articular mis pensamientos, sin embargo, mi velero se hundió—. Él para mí.... —¿Quién era? Mi Eiji, mi beta, mi amante, mi mejor amigo, mi incondicional, mi alma gemela—. Él es mi libertad. —Yut-Lung Lee parpadeó, curioso. Su amor era una desgarradora llama de esperanza.

—¿Libertad? —Me limité a asentir, enfocando mi atención en aquel chico.

—Sí. —Él era la infinidad de mi cielo—. Aunque al comienzo lo moleste por ser un beta creo que es afortunado. —Su sonrisa era la razón de mis delirios y el cántico de mis vicios, sus besos eran hechizos—. A diferencia de nosotros dos. —Su ausencia era noches sin estrellas—. Él es libre de amar a quien quiera. —Sus brazos eran el refugio al que llamaba hogar.

—Entiendo. —Eiji Okumura era como un aluvión corriendo por mis venas: implacable, mortificante y destructivo—. Tú no quieres que él sea un omega, ¿verdad? —Aquel chico había saltado sobre mis barreras con una pértiga para darme un cariño que nunca merecí. Y ahora estaba atascado.

—No quiero que lo sea. —Por mucho que lo amase sabía que lo correcto era dejarlo ir—. Aunque eso facilitaría el convertirnos en una pareja destinada. —Porque era lo correcto dejarlo estaba tan mal seguirlo amando—. No quiero que él pierda esa libertad. —Porque lo seguía amando nos manteníamos atascados, ¿no era egoísta?

—Oye. —¡Sí! Era enfermizamente macabro seguir hablando de finales felices cuando éramos tragedia—. Ese pesimismo no es propio de ti— Su sonrisa al otro lado del cuarto fue tan hermosa que me hizo romper en llanto, yo no era más que una muñeca de trapo disfrazada de alfa.

—Pero quiero que en esa libertad él me escoja de todas maneras— Y aun así me atrevía a aferrarme a estos sentimientos. Porque lo amaba más que a mi propia vida. Y porque se la entregaría sin siquiera pensarlo—. ¿No es patético? Lo estoy arriesgando para que Blanca lo encuentre en lugar de mandarlo de regreso a casa. —La compasión en su rostro fue algo que nunca pude olvidar. Él se levantó, acomodando la cabeza de Shorter sobre la silla, para darme un abrazo. El cuerpo se me paralizó en aquel tacto. Huesudo, tenso y raro.

—Tiene razón, es asquerosamente egoísta. —La tensión fue punzante—. Pero eso es lo que te convierte en un humano. —Su mano se apoyó sobre mi hombro, el aliento se me atoró en un nudo de alma—. Un paso a la vez, idiota. —Suspiré, tomando aquel consuelo barato—. Mañana sabremos los resultados de la prueba de género, si en el peor caso él termina convirtiéndose en un omega. —Negué, sabiendo lo que diría.

—Él seguirá siendo Eiji. —Su risa fue un eco reconfortante—. Lo sé. —Que fácil era vacilar cuando se estaba tan enamorado. Cambiaría todo el resto de mi eternidad por solo un segundo más a su lado.

—Así que te quedan algunas neuronas vivas ahí adentro. —Sus dedos se enredaron entre sus cabellos, con lentitud—. Pensé que mirar tanto plaza sésamo habría acabado con ellas. —Reí, clamando por serenidad.

—No hemos terminado de ver la primera temporada todavía. —Aún habían muchas cosas que quería hacer con él. No podía perderlo.

Éramos dos piezas de diferentes rompecabezas.

Las horas se evaporaron como alcohol en el laboratorio. Dos se convirtieron en cinco. Cinco a siete. Cuando salimos del condominio el cielo estaba estrellado. Blanca era un hombre astuto, él no sería tan impulsivo como para atacarnos bajo el manto de la muchedumbre o los reflectores de Nueva York, no, él era un sicario de corte elegante, no era su estilo empezar un tiroteo en un negocio local. Tiempo. Todo el que podía lo compraría. Pude sentir cada uno de mis latidos en el roce de nuestras manos. Las calles de la ciudad siempre se encontraban concurridas en el frío glacial. Él se aferró a mi brazo, mi palma sobre su cintura. Me había acostumbrado a perderlo todo. Me había convencido por años de que eso estaba bien, no obstante, con esta persona ya no existía esa opción. Él estaría mejor sin mí, lo sabía, pero yo no podría levantarme más sin él. Yut-Lung Lee tenía razón. Por su culpa me había convertido en todo un ser humano. Patético ¿no? Esos ojos coquetos eran mi debilidad.

Él era tan vasto que de una pieza él había pasado a convertirse en toda el alma de mi rompecabezas.

—No tienes que sentirte tan nervioso. —El lugar donde Ibe nos citó fue dentro de una pequeña cafetería—. Déjame explicarle las cosas, ¿sí? —Las paredes eran de ladrillos, el suelo tenía un efecto avejentado, la música era digna de los setenta. El aroma a cafeína fue abrumador.

—¿Estás seguro de esto? —El periodista se hallaba sentado en una de las mesas al frente del ventanal—. ¿No estarías mejor con él? —Él negó, con suavidad, sus palmas se deslizaron sobre mis mejillas, él se inclinó para dejar un beso entre mis labios y mi cordura.

—A veces eres frustrante. —Su calidez me embriagó—. Deberías convencerte y comenzar a creer que mereces ser amado. —Me quedé mudo frente a esas palabras, abrí la boca, listo para rebatir, no obstante. Asesino, exprostituta, líder de pandilla.

—Ustedes son de mundo diferentes.

—Debería. —Tenía razón. Porque él era como era y porque yo era como era, pensaba que pertenecíamos a rompecabezas diferentes—. Yo... —¿Cómo alguien como Eiji Okumura pudo acabar enamorado de Ash Lynx?—. Hagamos esto juntos. —Aquella era una pregunta cuya incógnita nunca terminaría de resolver.

—Esa respuesta me gusta más. —Solo me quedaba vivir con estos sentimientos y creer en un buen final—. Ahora vamos. —Esperanzas era todo lo que las personas teníamos. La mueca del periodista fue una maraña de frustración. Su cejas estaban tensas, sus puños arrugaron el vaso, él suspiró.

—Ei-chan. —Él apartó la silla, impidiéndome cruzar la línea de esta conversación—. Tú no. —Disimular el desagrado fue hilarante—. Un colega mío quiere hablar contigo. —Él apuntó hacia la butaca del final.

—¿Un colega? —Él se frotó las cejas, suplicando por paciencia.

—No es nadie peligroso. —Shunichi Ibe no era una mala persona—. Es alguien que quedó impresionado con el artículo que me hiciste publicar. —Él tenía las agallas que a mí me faltaban para dejarlo ir.

—Bien, iré a hablar con él. —No quise mirar hacia atrás al musitar aquello.

Dolería.

El sonido de la máquina de café fue estridente bajo la suave melodía del jazz. Un largo y estrecho pasillo me llevó hacia la última butaca. Las luces eran amarillentas, los meseros estaban ocupados. Era una tarde cualquiera de viernes. Un hombre con una expresión constreñida era quien me estaba esperando sobre un sillón de cuerina demasiado pequeño para él. Tomé asiento al frente del sujeto. Dos tazas de café con espuma se encontraban al medio de un mantel de papel, entre sus manos él estaba apretando un cuaderno, él era tan alto que se había visto forzado a encoger sus piernas debajo de la mesa. Su voz escapó ronca cuando quiso hablar. Sus labios se volvieron a cerrar, él los frunció, ansioso. Sus ojos trepidaron entre su propio azul y los posters que yo tenía colgados detrás, podía ver a mi novio y al periodista desde mi asiento. Estaba bien. Esto estaría bien.

¿Verdad?

—Me dijeron que tenías un asunto que tratar conmigo. —La persistencia en su mirada fue incómoda. Se me erizó el alma ante tan desbordante melancolía.

—Así es. —Él me extendió la mano—. Soy Max Lobo. —La recibí, aturdido por tan tímida sonrisa—. Solía ser un columnista importante. —Aunque era yo quien estaba sentado al frente de él.

—Ya veo. —Él no parecía estar hablando conmigo. Él se acarició la nuca, agobiado, una risa nerviosa se deslizó entre la melodía del saxofón y el llamado del mesero.

—Todo eso que escribiste sobre banana fish y Dino Golzine, lo estuve investigando antes. —La libreta fue arrastrada encima de la mesa—. Mi carrera terminó cuando me metí mucho en el tema. —Él la soltó, mis dedos la rozaron, vacilantes, él asintió, dándome permiso para revisarla. El estómago se me retorció en un nudo. Cuerpos mutilados. Carne para cañón. Tortura. Receta para el mal. Matanzas. Perros de Pávlov.

—Esta información es muy antigua. —De una guerra previa, los experimentos no eran con omegas sino con soldados—. ¿Qué tanto sabes de sus efectos? —Sus manos juguetearon sobre el mantel, cuando él trató de acomodarse, sus piernas golpearon la mesa consiguiendo que se derramase el café.

—Tuve la oportunidad de infiltrarme en el laboratorio que la creó. —Él se apretó la frente, angustiado—. Todos los que trabajaron en ese lugar estaban dementes. —Era extraño vislumbrar angustia en alguien tan grande como él. Cerré la libreta, ofreciéndosela de regreso—. Quédatela, la traje para eso. —Max Lobo era una pieza que no encajaba en mi rompecabezas.

—¿Por qué esto te importa? —No era de mi caja—. Esto te pasó hace años, ¿no es así? —Era de la de alguien más. Me paralicé bajo tan desolada expresión. Aunque él sonrió parecía a punto de llorar.

—Digamos que se lo debo a alguien. —Esta persona buscaba perdón—. Alguna vez tuve un amigo muy importante. —No le importaba de quién—. Y lo perdí en medio de esto. —Solo quería perdón.

—Lo entiendo. —Fue difícil soportar la presencia de Max Lobo en aquel modesto local. Fue un nudo de garganta, jaqueca y burbujeo de entrañas.

—Shunichi me contó lo que les pasó a tus amigos en esas instalaciones. —La rabia me cerró la tráquea, respiré, que aquel periodista se fuese a Japón no sería tan mala idea—. Él me pidió que fuese confidencial, no te preocupes. —¡Oh! Pero él no había tenido problema para contárselo a este perfecto desconocido. Froté mi entrecejo hasta que salió vapor. La mirada de aquel beta me heló la sangre, pero la sonrisa de Eiji fue tan reconfortante.

Y lo supe.

—¿Tienes algún punto con todo esto? —Ni siquiera me lo tuvo que decir para que lo entendiera, ese periodista se había resignado a regresar solo hacia su país natal—. Yo me tengo que ir. —Poco le importaba al amante del lince creer en el destino. Él siempre era así. Apoyé mi mentón sobre mi palma. Estaba completamente sometido a sus encantos.

—Si necesitan ayuda con la creación de un antídoto puedo ser de utilidad. —Las cejas me temblaron al igual que las piernas. Perdí el aire. Olvidé la coherencia—. Shunichi me contó que el heredero de los Lee es bastante hábil con los venenos, creo que podría guiarlo con lo que aprendí de ese laboratorio. —Su expresión fue la de un hombre arrepentido.

¿Qué clase de mentiras me estaba contando?

¿Qué clase de abominaciones me estaba escondiendo?

—Bien. —Yo no era mejor—. Aceptaremos esa ayuda. —Éramos lo mismo. Cargábamos el mundo en busca de clemencia. Los betas se levantaron de la mesa para caminar hacia nuestra dirección. El alivio sobre las facciones de aquel alfa fue indescriptible.

—Haré un buen trabajo, escuché que tu mejor amigo tuvo una reacción demasiado agresiva al B1. —La palma de mi novio fue mi ancla a la realidad—. Puedo ayudar con eso, puedo revertir los efectos. —Shunichi Ibe era el rostro de la resignación y la miseria. El padre que entregaba a su preciada hija virgen en el altar.

—Te dije que no era nadie sospechoso. —Max carcajeó.

—¿Sospechoso? ¿Por quién me estás tomando? —Él suspiró.

—Supongo que regresaré solo a Japón. —El alfa se levantó, acomodando su brazo alrededor de Ibe.

—O podrías aceptar el empleo que te ofrecieron acá. —Rodeé la cintura de mi amante. Éramos bordes que no encajaban—. Jessica y yo estaríamos más que encantados de recibirte en nuestra casa, le agradas a Michael. —De matices que reflectaban universos disonantes—. Así también podrías mantener vigilados a estos tórtolos y evitar que se metan en problemas. —Veníamos en paquetes de miles y amábamos en idiomas diferentes.

—El vuelo es para la otra semana, lo pensaré. —Su alma era el fragmento que le daba sentido a mi vida, en un parpadeo...

Todo se acabó.

Ocurrió en cámara lenta. El estruendoso del ventanal. Los gritos en la cafetería. Sus palmas aferrándose a mi pecho en un suelo repleto de vidrios molidos y tazas craqueladas. Shunichi Ibe con un agujero en el pecho. Sangre escurriendo desde su boca hacia las botas del alfa. Esos relucientes ojos cafés repletos de lágrimas. Alaridos ininteligibles. La pólvora entremezclada con café. El periodista tironeándome del cuello para pronunciar palabras que perdieron el sentido en el apogeo de la agonía. Silencio. No hubieron más latidos. La sonrisa de Blanca entre la multitud y el caos me informó que la cacería había comenzado.

Si en este eterno puzzle que llamábamos vida no éramos más que dos insignificantes piezas.

¿Qué tanto tendríamos que perder para hacernos encajar?

No le falta nada a este fic, se me van de las manos rápido mis historias, que penita. Nos quedan dos capítulos para el final, actualizaré este fic posiblemente el jueves. Muchas gracias a quienes se tomaron el cariño para leer.

¡Cuidense! 

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