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Capítulo 19.

¡Hola mis bonitos lectores! Les hablo de lo que debió ser el peor día que he tenido en la practica hecha una bolsita de penita, pero como subir un capítulo siempre me anima here were are ilegalmente desde mi turno en el hospital. Muchas gracias a todas las personas que se tomaron el cariño para leer. El capítulo lo narra Ash.

¡Espero que les guste!

Estábamos suspendidos en una cadena. No éramos destinados, sin embargo, qué pecado era la condena de las almas gemelas. No era una promesa dorada la que se hallaba tatuada, no obstante, él me amaba. Sino lo hacía hoy tal vez podríamos desafiarlo mañana. En esta desbaratada cadena que llamábamos vida en lugar de odiar y liderar, yo prefería amar y morir.

Él estaba entre mis brazos, sus piernas se encontraban extendidas sobre nuestro sofá, sus manos sostenían un libro, su espalda se fundió a mis latidos, la mía se hallaba en una batalla de fricción con el brazo del taburete, el alarido de mi respiración fue la melancolía que entonó Nueva York. El aroma a café había inundado el apartamento. Mi cabeza sobre su hombro, su esencia en mi cordura, me restregué contra su cuello, su cabello fue una sensación reconfortante encima de mi nariz, me fascinaba su aroma. Cerré los ojos, la mañana era una bruma de irrealidad dentro de aquella sublime tranquilidad. Colores se pintaron en la desesperanza. Chispas se entremezclaron con polvo de estrellas. Sus pestañas aletearon para devolverme a la realidad. Eiji. Mi Eiji. Él estaba acá. Me aferré con fuerza, él se removió, dejando aquel manuscrito encima de su regazo.

Una sola vida ya no sería suficiente.

—¿Qué ocurre? —Su aliento bamboleó hacia mi mentón, apreté los párpados con nervio. Un atronador palpitar destrozó la tensión—. ¿El pequeño Aslan quiere atención? —Él sonrió al pronunciar aquello, sus dedos se enredaron a mi flequillo. La sensación fue tan reconfortante que quise llorar. Él estaba acá. Realmente.

—La quiero. —Había tratado tantos meses de apartarme de él: de advertirle, de espantarlo, de que me detestase. Que sencillo habría sido si él me hubiese podido repugnar como yo me odiaba a mí mismo—. Quiero tu atención. —Fui en piezas hacia él, esperando herirlo.

—¿Qué es esto? —Pero él las recogió sin importarle lastimarse—. Te estás comportando como un niño mimado. —Él me extendió las suyas para que yo me profesase completo.

—Tengo derecho a hacer berrinche. —En la crudeza comprendí que él era mi hogar, eso me aterró—. Estuviste demasiado tiempo lejos. —Saber que aunque volviese a amar ya nunca sería con la misma fervencia, fue una sensación paralizante. Era adicto a este chico, tan dependiente. Si él se iba...

—Ash. —Que me llevase con él—. ¿Estás bien? —Él se quiso dar vueltas, sin embargo, no lo pude soltar. Me restregué contra su espalda, como si impregnarme de él significase algo. El silencio del apartamento era memorias.

—Yo... —Escuché su libro caer, sus pies se deslizaron de los cojines del sillón para rozar esas ridículas alfombras de Nori Nori, él me apartó, yo lo imité. Uno al frente del otro—. Estoy preocupado. —A cientos de kilómetros en el Kilimanjaro. Extendí mi mano hacia su nuca, deteniéndola en el aire.

—¿Preocupado? —Aquellas marcas de dientes aún se encontraban tatuadas en su piel.

—Lo lamento. —Él suspiró, entrelazando mis dedos con los suyos, la suavidad de ese roce fue pecaminoso.

—Eso está bien. —La ingenuidad fue seda entre mis pensamientos, sus labios electrizaron mis nudillos con un tímido beso—. Estamos bien. —Pero sus pupilas estaban temblando. Él era un pésimo mentiroso, bastó que evitase el contacto visual para que pudiese leer con una increíble nitidez sus mentiras. La atmósfera fue extraña.

—Eiji... —Aunque yo era mucho más grande y fuerte, él era quien siempre me protegía—. No tienes que cargar con esto solo. —Él me sonrió, esa expresión no fue más que una bonita fachada. Él siempre era así.

—Me estoy esforzando mucho para no pensar en esto. —La fragilidad pendió en un tartamudeo—. Así que no hablemos más. —Esos dulces ojos cafés se cristalizaron, él ocultó el dolor detrás de su antebrazo, el sufrimiento se deshizo en un ovillo de pena—. O me terminaré quebrando. —Divertido, ¿verdad? Ahora era yo quien quería protegerlo de su destino, lo estaba arrastrando como una inundación.

—Oye. —Me traté de acercar, sus latidos fueron erráticos, él apretó con violencia su muñeca contra sus párpados, como si con esa presión él pudiese detener la crueldad.

—Por favor no me mires. —No lo logró—. Esto es humillante. —Él se desbordó sobre los sillones del sofá.

—Entiendo sino quieres hablar de lo que ocurrió en ese lugar. —Me incliné, extendiéndole mi paraguas quebrado en esta tempestad grisácea—. Pero estamos juntos en esto. —Él ahogó un jadeo al estar acorralado. Tomé su brazo para quitarlo de su rostro. El corazón se me llenó de amor triturado.

El tiempo.

Mi voluntad.

Mi Eiji.

—Ya lo sé. —Perdí la respiración—. Sé que te tengo a ti, Ash. —Él estaba llorando. Él se trató de limpiar el llanto con las mangas del suéter, sin embargo, el sufrimiento era desmesurado.

—Eiji... —Él me trató de apartar.

—Perdón. —Lo sostuve con fuerza, él tiritó, un sollozo fue contenido entre mi pecho y su garganta antes de romperse entre mis brazos. Pensé que lo tenía todo cuando antes de él no era nada. Esta persona—. De verdad lo siento. —Daría la vida por él. Lo amaba con cada fibra de mi alma.

—Estoy aquí. —Qué sentimiento más curioso—. Resolveremos esto juntos. —Me hacía tan débil que en un descuido alguien me mataría. Me hacía bajar la guardia para anhelar su bienestar.

—Lo siento. —Pero aun así me hacía fuerte. Tan fuerte que deseaba llevarme su tristeza para que él no tuviese que sufrir—. No sé bien cómo sentirme. —Mi chaleco se humedeció, él no me miró, sus brazos rodearon mi espalda en una trémula súplica—. Estoy asustado.

—Lo sé. —Mis dedos se acomodaron sobre esa marca.

—No quiero dejar de ser un beta.

Frederick Arthur me las pagaría.

—La víbora y yo estamos avanzando en la investigación. —¡Oh! Pero no habíamos conseguido nada. Una maldita mierda—. Ten un poco de paciencia. —La realidad me sofocó, lo acerqué, fundiendo la acidez de sus lágrimas con mi piel. Tan cruel.

—Esto se siente como una broma, ¿sabes? —Sus palmas quemaron lamentos sobre mi pecho, lo efímero me abofeteó, era doloroso—. Aún si me convierto en un omega no puedo ser la persona a la que estás destinada. —Frederick Arthur. Me mordí hasta sangrar. Sus ojos carecieron de brillo, sus labios silenciaron el ensueño. Mi girasol se estaba marchitando bajo mis propias espinas. No. No. ¡No! Calma. Respiré, esto era por él.

—Las parejas destinadas están sobrevaloradas. —Mi risa fue vacía—. Yo... —Un parpadeo de descuido fue suficiente para que alguien le hiciese mal, tan mal.

—No quiero regresar al lado de Arthur. —Él se encogió debajo de mi pecho, pequeño y frágil. Quebrado—. No quiero dejarte, Ash. —Las personas eran curiosas, hacían promesas sobre eternidad cuando le compraban segundos a la perpetuidad—. Te amo demasiado, no lo soportaría. —Eiji y yo éramos una cadena.

—Dijimos para siempre, ¿verdad? —Le limpié la pena—. Estamos trabajando para contrarrestar los efectos del banana fish. —Su belleza fue agobiante. Me incliné sobre él. El aire estaba caliente, el amanecer fue la estación de las mentiras en esta burbuja de irrealidad.

—Pero... —Negué.

—Aún si llegamos a fracasar. —Haciendo juramentos que no sabía si podría cumplir—. Aún si te conviertes en un omega y estás destinado a alguien más. —Lanzando la vida por la borda por un instante de felicidad—. Sigues siendo mi alma gemela. —Sus mejillas se tiñeron de escarlata, él esbozó una sonrisa para hacerme suspirar. Sí, esa clase de expresión con la que él me había enamorado.

—No sabía que podías decir ese tipo de cosas. —Nunca tuve oportunidad contra Eiji Okumura—. Es lindo. —Jamás tuve corazón para alguien más. Reí—. Es curioso, antes de conocerte yo odiaba la idea de ser un beta. —Electricidad danzó por la habitación—. Pensé que eso me hacía común.

—Eres la persona más maravillosa que he conocido. —Él se encogió de hombros, avergonzado.

—Fuiste el primero que me enseñó a no menospreciarme por mi género. —Estas memorias se encontraban impregnadas de un primer amor—. Gracias.

—Claro que lo hice. —Él rodó los ojos, divertido—. Soy tu amante, es mi trabajo recordarte lo magnífico que eres. —Él regresó a mí con un puchero apenado. Éramos pedazos.

—Te estás quedando con demasiado crédito. —Piezas del mismo mosaico—. ¿No tienes vergüenza, Aslan Jade Callenreese? —Juntos éramos un todo por primera vez. Me incliné sobre él, seducido.

—No la tengo. —Fue lo que musité—. Tú me la quitaste. —Él me sonrió, rodeando mi cuello con sus brazos antes de acercarse para volverme a besar.

Sus labios fueron perderse en un cielo etéreo. Eran una sensación por la que me ahogaba y revivía. Nuestra eternidad. En un dulce bamboleo nos impregnamos del otro, sus dedos se deslizaron desde mis cabellos hacia mi cuello, memoricé esa pecaminosa cintura. Sonidos húmedos llenaron la habitación. Ambos caímos sobre el sofá, con las piernas entrelazadas y un corazón a la mitad. La estática nos agobió. Él se sobresaltó cuando profundicé el tacto, aferrándose con fuerza a mis hombros, pude sentir sus latidos contra los míos, su sabor fue una mortificante irrealidad. Él me dejó recorrer cada rincón en aquel beso. Caliente, inocente, pero apasionado. Suave. Perecimos con tanta lentitud que podrían haber pasado días y poco nos habría importado. Estar con él así era perfecto. Nos separamos con cuidado, su nariz quedó contra mi mentón, nuestras mejillas reposaron en el sillón, me encogí al ser demasiado alto, sus orejas estaban rojas, sus ojos fueron mi amanecer. Delineé su belleza para inmortalizarla. Éramos dos hombres adultos recostados en un sofá ridículamente pequeño. Solo él y yo.

Éramos una cadena.

—Eiji... —Aún embriagado, él asintió.

—¿Sí? —Que juguetease con mi flequillo me intoxicó, su aliento caló hacia mi razón, su nariz estaba fría y rosada. Tan lindo.

—Lo he estado pensando bien. —Conocerlo fue un deslumbrante sueño—. Ya sé lo que quiero hacer cuando vayamos a Japón. —Aún desconcertado, él me regaló incondicionalidad. Estaba respirando demasiado rápido, fue magnético.

—¿Qué es lo que quiere hacer el americano delicado? —Coloreé sus mejillas para detenerme sobre sus labios. La transparencia en esos ojos fue efímera. En ellos vi la clase de hombre que era y quién quería ser.

—Bueno. —Él me amaba por ambos—. Me gustaría ayudar a personas como yo. —Él se tensó, sus movimientos cesaron.

—¿Personas como tú? —Asentí.

—Aún no sé bien si ser un terapeuta, un doctor o un trabajador social, pero... —Esta parte de mí era tan vulnerable que en una caricia se rompería—. Ningún niño merece pasar por lo que yo pasé. —Y era toda de él. El mohín que me entregó me enterneció el alma. Su calidez fue abrumadora, me agitó con fuerza el corazón.

—Podemos irlo averiguando entre los dos. —Él retiró mi flequillo con ternura, mi estómago fue un cosquilloso burbujeo de ilusión, cada lugar donde él tocó ardió—. Eres la persona más inteligente que conozco, puedes hacer lo que quieras. —El tiempo se congeló solo para contemplar este instante, reí. Había caído tan bajo por sus encantos.

—Es tonto construir castillos en el aire, lo sé. —Él negó.

—No eres un leopardo, Ash. —Me aferré con fuerza a estas promesas—. Puedes cambiar tu destino. —Un futuro con él no se escuchaba tan mal. Ahora era yo quien ardía por la vergüenza. Sus pestañas aletearon en lo surreal.

—¿Me ayudarás, onii-chan? —Soledad no era más que siete letras a su lado.

—Solo si modelas para mí. —Reí, acunándolo entre mis brazos, los calambres en mis piernas fueron insoportables, sin embargo, estar encogido lo valía con tal de mantenerlo cerca.

—¿Por qué insistes tanto con eso? —Él levantó su rostro, a centímetros del mío—. ¿Te conquistó mi legendaria belleza?

—¡Claro que sí! No sé si lo notaste, pero mi amante es bastante guapo. —Y simplemente volví a caer enamorado—. Aunque tiene un carácter terrible. —Él contuvo una carcajada al leer la indignación. Tan fastidioso.

—Mejor que ser un torpe japonés. —Él se acercó para robarme otro beso, quedé embobado por la efervescencia de la pasión, suspiré, acercándolo—. No eres más que un conejo tramposo. —Antes de que él pudiese responder yo le arrebaté un tercero.

Su risa fue lo más dulce que alguna vez probé, sus manos se acomodaron detrás de mi espalda para alejarme de la orilla del sofá, las mías lo sostuvieron de las mejillas, ambos cerramos los ojos, dejándonos llevar. Sin romper el tacto lo recargué encima de los cojines, mis rodillas se crisparon entre sus piernas, me incliné. Una peligrosa adicción chispeó cuando mordí su labio, él se aferró a mi chaleco, sus muslos se separaron, suplicando por cercanía. Tan sensual. Embriagados por el éxtasis, el destino fue surreal. Él estaba aquí, a mi lado. Con mi lengua lo saboreé, su respiración fue un jadeo descarado, él tembló antes de acercarme. Mis palmas se deslizaron debajo de su suéter, se le erizó la piel, ascendí hacia su pecho. Mis caricias continuaron hacia su cuello, una posesiva mordida fue dejada al costado. Este momento era solo de nosotros dos. Ni el tiempo ni nadie lo borraría.

—Ash... —Me mordí la boca antes de apartarme, la imagen fue un derroche de obscenidad—. Tú eres el tramposo. —Aquel chupón lucía descarado sobre el lienzo que era él.

—Tú lo comenzaste. —Él miró mis labios, clamando por otro beso en silencio, ¿cómo podía ser tan adorable y sexy al mismo tiempo?—. Deberías tomar la responsabilidad. —La electricidad fue sofocante.

—¿Debería? —La tentación un vicio.

—Ya conoces la respuesta. —La puerta se abrió en un estrépito.

—¡Eiji! —Parpadeé, confundido—. ¡Te he estado buscando! —Lo último que supe fue que Bones se estaba restregando contra mi novio mientras yo perecía en el piso. Mi respiración fue una oda para la frustración, me froté el ceño, esto debía ser una maldita broma.

—Vaya, parece que los interrumpimos. —La pestilencia de Yut-Lung Lee me hizo contener una arcada, mis hombres ingresaron al apartamento con cubrebocas. Un fastidio.

—Les compré el edificio entero para que no nos interrumpieran. —Tratar de separar a Bones de mi amante fue imposible. Un parásito—. ¿Por qué están aquí cuando tienen todos los demás apartamentos para ustedes? —Disimular la ira fue imposible, me levanté, agarrando al omega por el cuello, sin embargo, él no se apartó.

—Lo has acaparado desde que llegaron, es mi turno. —Su berrinche fue infantil, mi pareja pareció divertida con la situación, él se dejó acunar en un delicado abrazo. Bones esbozó un puchero al olfatearlo—. Otra vez apesta a ti. —El escarlata fue violento, sonreí, satisfecho.

—Juro que se te han muerto más de la mitad de las neuronas desde que regresamos. —Yut-Lung Lee se sentó en el brazo del sillón, él tomó una de las películas de la mesilla frente a la televisión—. ¿Plaza sésamo? —La expresión de mi amante fue un desastre. Tan lindo.

—Lo vemos sin falta todas las noches. —El omega suspiró antes de frotarse el entrecejo con compulsión—. ¿No es así, cariño?

—Son una pareja asquerosa. —Como si esta fuese su casa mis hombre se acomodaron entre la cocina y la sala de estar. Una vida en Japón sin ellos se escuchaba realmente bien. Me paré al frente de Yut-Lung Lee, cruzando mis brazos encima de mi vientre.

—¿A qué vinieron? No tenemos reunión hasta mañana. —Sus feromonas fueron una niebla de repulsión, me cubrí la nariz con el antebrazo, enfermo. Él rodó los ojos. Controlarlas había sido absurdo desde el incidente con Dino Golzine.

—Como te has vuelto más tonto desde que regresamos, le tuve que pedir ayuda a Sing con la investigación. —Chasqueé la lengua, ofendido. Las risas de mis subordinados retumbaron a la distancia.

—¿Han descubierto algo? —La tranquilidad fue utópica. Desde que Ibe publicó la noticia las autoridades le han puesto precio a la cabeza de Dino Golzine, era cuestión de tiempo para que todo esto se acabase.

—Skip también me ayudó. —Tiempo.

—¿Qué tienen? —Su cabello se deslizó por sus hombros, encima de su cuello habían marcas. Tan predecible.

—Creo que puedo usar el veneno de la planta con la que crearon banana fish para fabricar un antídoto. —El asombro reinó en un letárgico silencio—. Claro, solo si te pones a trabajar como corresponde y me ayudas. —Aunque sus palabras escurrieron altanería, él me sonrió. Ser amigo de la luna era pura fatalidad. Cuanta ironía.

—Puedes contar con eso. —La calidez del ambiente fue extraña. Cuando miré a Eiji supe que no necesitaba de una vida en Japón para estar en casa.

Él era mi hogar.

—Yut... —La realidad fue un barco de papel hundido—. ¿Cómo lo está haciendo Shorter? —Esa pregunta lo hizo temblar, él se cubrió la nuca, apenado.

—Estamos tratando de contener su agresividad. —La clase de expresión que él esbozó, me hundí en mi chaqueta. Eran tontos—. No es tan difícil. —El chillido de Bones fue agudo.

—¡Es mentira! —El omega lo apuntó de manera acusatoria—. Shorter se porta sumiso contigo porque le gustas, pero cuando se separan es un demonio. —El carmín fue inminente, los labios le temblaron, sus piernas se encogieron, él no supo a dónde mirar. Carcajeé, verlo vulnerable era divertido.

—Si ustedes no fueran tan brutos, él se portaría mejor. —Él se dio vueltas para pretender indignación. Bones enrolló la manga de su polera hasta su hombro. Una masacre.

—¡No es cierto! Mira todas las veces que él me mordió solo por tratar de alimentarlo. —La rabia lo hizo tiritar, suspiré, hasta sus orejas habían enrojecido—. Él da miedo. —Las risas de la pandilla fueron un melancólico eco.

—De todas formas, aún si logramos crear un antídoto, necesitaremos un sujeto de prueba. —La mirada que le arrojó a mi novio fue un maldito escalofrío. No. No. ¡No!—. Probarlo en los géneros especiales es demasiado riesgoso. —Lo acababa de recuperar. No lo expondría otra vez. Yo. El pecho se me aplacó con una insoportable presión. Debía ser una torcida broma.

—¿Me estás jodiendo? —Antes de que pudiese continuar.

—Lo haré. —Él me interrumpió para encabezar el batallón—. Yut tiene razón, si el antídoto salé mal las consecuencias para ellos serían catastróficas. —Mi mente se vio aplacada por una jaqueca violenta, mi estómago se llenó de putrefacción. Las palabras no me salieron, habían dos nudos en mi garganta.

—Pero... —Él negó.

—Si esto no funciona lo peor que puede pasar es que me convierta en un omega. —Mis dientes chirriaron, mis cejas se hundieron en una abrumadora tensión, mi respiración fue afiebrada. Tomé de la muñeca a Yut-Lung Lee para arrastrarlo hacia un rincón del cuarto, él se quejó ante mi falta de tacto tras arrojarlo contra una pared. ¡Petulante de mierda!

—No me mires así. —¿Perderlo? ¿Otra vez? No. Simplemente no—. Sabes que tengo razón. —Las entrañas me corroyeron con acidez, la cordura se me deshizo, mi novio me miró con preocupación del otro lado de la habitación. Mareos y escalofríos. Impotencia. Contuve una arcada contra el dorso de mi palma. No.

—Si algo le pasa... —Sudor frío me quemó la piel, me profesé ido. No. No. ¡No!—. Por fin somos libres de Dino Golzine, nosotros iremos a Japón. —La mirada del omega fue compasiva. Él se mordió el labio antes de suspirar. Estaba tan cansado de esta tragedia.

—Tú le hiciste una promesa a Ibe a cambio de su ayuda. —Él se abrazó a sí mismo, ambos estábamos mirando a Eiji, a kilómetros de distancia. ¡Maldición!—. ¿Se lo vas a esconder por siempre? —Estaba alto. Había subido demasiado alto. Quería regresar.

—¿Puedes darme un segundo libre? —El moreno me extendió su mano desde el otro extremo de la habitación, yo hice lo mismo—. Por favor. —Parecía que nos íbamos a tocar, sin embargo...

—No puedo. —No lo hicimos. Respiré con pesadumbre. Hacíamos planes de vida como si estos fuesen reales—. Ash. —Nos amábamos como si con eso pudiésemos comprar una eternidad—. Él es el único amigo que tengo, esto también me duele. —No me percaté de lo afectado que estaba él hasta que lo miré a los ojos. Tanta soledad.

—Pero... —Tanto amor—. ¿Entonces por qué? —Tanto dolor.

¿Para qué?

Se perdía.

Se iba.

No.

Él fue la primera persona que me ayudó sin pedir nada, los que me alimentaban o me daban de comer siempre querían algo a cambio, como sexo. Lo único que tenía antes de conocerlo era una pistola y aprendí a disparar porque era la única forma de sobrevivir, lo envidiaba por no haber necesitado de un arma. Él y yo vivíamos en mundos diferentes, quería hacer oídos sordos a la verdad, sin embargo, hacerlo no la cambiaría.

—Él merece algo mejor que nosotros, Ash. —Me había acostumbrado tanto a la presencia del beta que lo había convertido en parte de mi historia. Cuando alguien tan hermoso merecía fulgurar. Me apreté el corazón con fuerza, lo sabía. Él no era para mí, no obstante, yo lo amaba.

Lo amaba tanto.

—Si él se llegase a convertir en un omega... —Yut-Lung Lee apoyó su mano sobre mi hombro—. Tengo miedo de perderlo. —La marca de Arthur era un amargo recordatorio de la verdad.

—Yo estuve en confinamiento solitario todas esas semanas, por eso no puedo imaginarme lo mucho que sufrieron Shorter y él. —Sus dedos se hundieron en mi chaqueta, él miró hacia la nada del cuarto, culpable—. Pensar en ese psicópata visitándolo todos los días me retuerce las entrañas.

—¡Con mayor razón deberías tratarlos de proteger!

—Debes pensar que no tengo corazón por exigirle ser un sujeto de prueba y luego pedirte que lo dejes ir. —No pude responder, solo bajé el mentón—. Pero estoy tratando de no perder a nadie. —Shorter Wong era mi familia. Verlo en aquel decante estado me rompía el corazón. Éramos amigos. Los mejores. Perderlo a él también. La presión entre mis dientes fue desagradable y caliente.

—¿De verdad crees que funcione? —Ese alfa también era mi hogar—. ¿Puedes hacer un buen antídoto con esa planta? —Esto era una mierda. Me tiré del flequillo, impotente.

—Creo que puedo hacerlo. —Su palma fue un consuelo forzado—. No subestimes tanto a Eiji, él se mantuvo fuerte todo el tiempo. —Su voz fue ligera, escalofriante pero agradable—. Aún con Arthur presionándolo, él nunca dejó de creer en ti. —Fue tan egoísta sentirse feliz al escuchar aquella confesión. Me traté de relajar, no obstante, era una carcasa congelada.

—¿Crees que debo dejarlo ir? —Su sonrisa fue un enigma que no pude descifrar.

—Eso no es lo que te estoy diciendo. —Él se apartó, despacio.

—¿Entonces? —Su peste se había empezado a profesar familiar, él jugueteó con sus cabellos antes de tirar ligeramente de ellos.

—Te estoy diciendo que le cuentes lo que pasó con Ibe y luego tomen esa decisión juntos. —La boca se me llenó de amargura, fue denso respirar con polvo en los pulmones, fui cristal—. No cargues con todo solo, porque mi chico es fuerte. —El orgullo en esa risa fue imposible de ocultar. Él me dio la espalda, con sutileza—. Por cierto, ya no queda más café, deberías ir a comprar más. —Esta situación era un caos.

Caótico era tener a Eiji Okumura como mi primer amor.

El último.

Dejando al japonés con la pandilla, salí del complejo de apartamentos. El frío de Nueva York me resultó despiadado, metí mis manos dentro de mi chaqueta, intentando aplacar la desolación. Perdido entre la multitud y un invierno demasiado largo como para querer despertar, caminé sin rumbo por una ciudad de juguete en un atardecer escarlata. ¿Dejarlo ir? Mis cejas temblaron, mi mente sucumbió, tomé aire por la boca, angustiado. Pero qué cruel era estar vivo. Finalmente había encontrado la felicidad y ahora se profesaba condena el acariciarla. Estábamos juntos en esta cadena, él dijo que no la rompería. La noticia de Dino Golzine se hallaba repartida en televisores y periódicos. La indignación fue de papel. Suspiré. Alto. Un mal presentimiento. Frené mis pasos antes de darme vueltas.

—¿Cuánto tiempo más me vas a seguir? —Aunque no había nadie supe exactamente quién era—. Blanca. —Él salió de un callejón, la imponente silueta de la muerte me intimidó, él se retiró el sombrero antes de sonreírme.

—Supongo que me he oxidado un poco. —La multitud fue una ilusoria fugacidad. Había una navaja suiza dentro de mi bolsillo, la rocé con mis dedos—. ¿Cuándo supiste que te estaba siguiendo? —No serviría. Era él de quien se trataba. Los rayos de la tarde fueron abrumadores.

—Desde la tienda. —No pude entrar a comprar café, Yut-Lung Lee se enfadaría—. Pensé que estabas retirado. —Poco me importaba. Crucé mis brazos sobre mi pecho, tenso.

—¿Me estás llamando anciano? —Él levantó una ceja, divertido—. Pensé que me guardabas respeto por los viejos tiempos. —La parsimonia en su voz me erizó la cordura. Un muy mal sabor.

—No me estas respondiendo. —Me mantuve firme—. ¿Qué estás haciendo aquí? —Él acomodó su mano sobre mi espalda. Sus golpes fueron brutos y confiadas. Él no había cambiado nada.

—¿No te quieres ir a sentar un rato? —Con un movimiento de cabeza él apuntó hacia un parque—. Tenemos algo que discutir. —El destino siempre me daba la razón. Ya lo sabía.

—Bien. —Saberlo no me hizo sentir mejor.

No había nadie en aquel parque. El bamboleo de los árboles y los abandonados juegos para niños le confirieron un toque fúnebre a la tarde, el cielo cayó en un púrpura desteñido, el silencio fue casi escalofriante. Él me llevó hacia una banca de madera, el soporte del asiento chirrió cuando nos dejamos caer sobre aquellas viejas tablas, no había más que vegetación y lo que pretendía ser una fuente en aquel lugar, mis hombros rozaron los de él. Blanca era monstruosamente grande. Reí, desde que tenía memoria él era así. Mis manos se mecieron inquietas sobre mis piernas hasta convertirse en puños de impotencia. Él había sido mi maestro. Él había creado al lince de Nueva York. Él debería estar retirado. Él huyó hacia el Caribe. Apreté mi mandíbula con fuerza, las orejas me tiritaron por lo bruto del lamento. ¿Entonces, por qué? Las entrañas se me revolvieron. ¿Qué estaba haciendo aquí? Éramos el juego del gato y el ratón. Él tenía entre sus palmas en mi cadena.

—Ha sido un largo tiempo desde nuestra última reunión. —La tranquilidad en su voz fue perturbadora, el viento hizo un desastre con su flequillo—. ¿No es así? —La banquilla rechinó cuando él se apoyó contra el respaldo—. ¿Leíste el libro que te recomendé? —Enterré con violencia mis zapatillas en el césped, tratando de mantenerme cuerdo y real. Esto.

—¿En serio? —Debía ser una jodida broma.

—No seas tan frío conmigo. —Cuando él trató de posar su mano sobre mi cabeza lo golpeé, su sonrisa fue pesada—. Vaya, supongo que estas pasando por la adolescencia. —Quise gritar, no obstante, carcajeé. Aquella sátira fue hilarante por sí misma. Maniática y estridente. Esto.

—No trates de hacer este encuentro menos desagradable de lo que ya es. —Era una repugnante ironía—. Dime a lo que has venido. —Sus palmas se posaron sobre su regazo, al costado de su sombrero, un cansado suspiro escapó de lo más profundo de su garganta antes de hablar.

—Dino Golzine me contrató para un último trabajo. —Parpadeé, atontado—. Me tomó por sorpresa. —No, esa confesión. No, claro que no. Reí. Había escuchado mal, ¡sí! Seguramente era eso. Eiji y yo iríamos a Japón apenas la sed de justicia se viese satisfecha por la policía. Él y yo pasaríamos el resto de nuestros días juntos en un modesto apartamento. Él y yo.

—¿Qué? —Yo sería su modelo y él me fotografiaría. Yo le diría todas las mañanas lo mucho que lo amaba. Yo lo cuidaría—. ¿Qué fue lo que dijiste? —Eiji y yo...

—Dejaste al monsieur sin más opciones. —Eiji y yo...—. Él estaba desesperado cuando me contactó, sabe que es cuestión de tiempo para que lo atrapen. —¿Eiji y yo?

—Pero... —Ya no se podría.

—Él dijo que no podía dejarte ir como si nada. —La atmósfera se profesó espesa, las huesudas garras de la muerte se posaron sobre mi cuello, con lentitud—. Te lo advertí antes de irme, te dije que fueras inteligente con Dino Golzine. —No respire más. La saliva se me atoró en un nudo de tráquea. Las mariposas dentro de mi estómago estaban en agonía. Contuve el asco. La sangre me calcinó.

—No lo entiendo. —Ira. Rabia. Odio. Tomé del cuello al beta, mi cordura se había visto nublada por una frustración animal—. ¡¿Por qué aceptaste este trabajo?! —Por más que lo sacudí, él no se movió. Mis palabras chocaron con mis dientes. Impotencia—. Este no es tu estilo. —Contuve el dolor para no gritar. Ya lo sabía, sería aquí, sería ahora.

—Lo dejaste sin más opciones. —Yo moriría. Él acomodó sus palmas sobre mis manos, el tacto fue desbordante—. Él tuvo sus medios para convencerme. —Aún bajo tan pacífica expresión, él no pudo deshacerse de esa clase de mirada.

—Bien. —Esos eran los ojos de un asesino—. Entonces pongámosle final a esto. —Eran los mismos que yo tenía. El corazón me aulló. Era pedazos. Esta no era la clase de hombre que quería que Eiji mirase. Basura. Me levanté de la banca, el gélido de la brisa me removió hasta el último cabello, tenía la piel erizada.

—¿No vas a tratar de convencerme para que no lo haga? —Arremangué mi chaleco, sabiendo que esta noche sería carne para cañón. Los humanos son graciosos, saben que no tienen ninguna oportunidad contra el destino y aun así tratan de cambiarlo.

—No se puede negociar contigo. —Él se paró al frente mío—. Lo sé por experiencia. —Alcé mis puños, recordando cada una de las facciones de mi amante. Suaves y dulces. Hermosas. Reí. Si algo había aprendido de Eiji Okumura era que si iba a morir de todas maneras...

—Nunca te había visto tan determinado en una pelea. —Al menos moriría intentando. Blanca dejó el sombrero de lado. La soledad acechó aquel parque.

—Tengo mis propias razones. —Él apretó uno de mis puños, la presión que ejerció fue dolorosa y sofocante.

—Pero Ash... —Tratarse de liberar fue una fatídica ironía, los nudillos me crujieron cuando él me aplastó—. Hay algo que no estás entendiendo. —En esta oxidada y desbaratada cadena que llamábamos vida.

—¿Qué se supone que no estoy entendiendo? —En lugar de odiar y liderar—. ¡Deja de joderme! —Yo preferí amar y morir.

—Mi objetivo no eres tú. —Eiji dijo que él no rompería nuestra cadena—. Mi objetivo es el amante del lince.

Aquella tarde fue Blanca quien la cortó.

El amor gay entre estos dos siempre me hace feliz, sino volvieron a saber de mí es porque me morí en el hospital, mentira pero sí ha sido un mal día, that so sad. Muchas gracias a quien se tomo el cariño para leer.

¡Nos vemos por el fin de semana!

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