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Capítulo 18.

¡Hola mis bonitos lectores!

Muchas gracias a todas las personas que se toman el tiempo para darle amor a esta historia. El capítulo de hoy lo narra Ash, como siempre esta hecho con mucho esfuerzo. Espero que les guste.

Los amores eternos son los más breves.

Ayer lo tenía entre mis brazos. Hace un instante nuestras piernas se encontraban jugueteando bajo una frazada de promesas. Solo anoche esos labios me murmuraron un te amo.

—¡Siempre te estaré esperando! —En un soplo que se condenó a eternidad nos dimos nuestro último adiós.

Apreté con fuerza las sábanas. Lo sentía desvanecerse, sus pasos me mantenían despierto, la falta de su calidez había calado en lo más profundo de mis pesadillas para atraparme. No podía dormir, comer, pensar o respirar. Me lo habían arrebatado. Eiji era mi oxígeno. Yo sabía. Tiré de mi flequillo con nervio, temblando, ¡yo sabía que él se iría! Mis dientes se gastaron ante la presión que ejerció mi mandíbula, mis ojos estaban tan irritados que temí llorar rosas. Reí, aquella desquiciada melodía retumbó entre las paredes de un apartamento que debió ser nuestro. Ni siquiera tenía una maldita camisa para probarme que él había sido más que un sueño. Este dolor, me estrujé con arrebato el pecho, cicatrices se hallaban abiertas sobre mi piel, necesitaba arrancarlo. Rasgué y rasguñé queriendo despojarme del corazón. Ya no tenía. Solo habían espinas. Era abrumador siquiera moverse. Lo necesitaba para ver, él era mis ojos. Lo necesitaba para sonreír, él era mis razones. Lo necesitaba para vivir, él era mi alma. Yo...Quise sollozar, no obstante, de mí ya no salió nada.

Nada.

—No lo estoy dejando todo por ti. —Lo amaba—. Estoy construyendo algo nuevo contigo. —Solo lo amaba y lo quería de regreso a mi lado.

¿Una vida sin Eiji Okumura?

Boss. —La voz de Bones fue lo que me sacó de mis pensamientos—. Los chicos de Chinatown ya llegaron. —Aquella sonrisa se había esfumado con el recuerdo del primer amor. Ojeras fueron las que reemplazaron su brillo, tristeza la que se robó el encanto.

—Lo entiendo. —Me senté sobre mi cama, raquítico, me acaricié la frente, estaba afiebrado. Moriría sin él.

—Jefe. —Él se apoyó sobre el marco de la puerta antes de fruncir la boca, la tenía tan reseca que se le quebró hasta sangrar—. ¿De verdad cree que esto va a funcionar? —Sus palabras fueron un buque de desesperanzada.

—Bones.

—Nosotros... —Él no me miró, solo se quedó al frente, estático, sus puños pendieron carentes de voluntad—. Los traeremos de regreso, ¿no es así? —Hace un par de semanas ansiaba que él me decepcionase despacio.

—No tenemos más opción. —Hace un par de meses ni siquiera sabía quién era, ¿no fue cruel?—. No te preocupes. —Anhelarlo era una sensación tan dolorosa que me estaba drenando la vida. Extrañarlo era como caminar descalzo sobre vidrios rotos mientras espinas se incrustaban en mi piel. Despiadado y sofocante.

—Yo realmente los extraño. —Amarlo era tener un agujero encajado en el alma, eran las garras de la muerte rasgando el cuello.

—Jefe. —Alex fue quien se acomodó detrás del marco, sus manos se posaron sobre los hombros del omega—. Estamos todos. —Ya no le podía decir adiós.

—Bien. —Me levanté del colchón, caminando hacia la sala de estar—. Esta noche esto se acaba. —Un alma gemela es aquella persona que llevarás contigo por siempre y sin importar lo que pase la amarás de manera incondicional.

¿Un alma gemela? Hace un par de meses me habría reído de tan tonta creencia.

—Aunque el mundo entero esté en tu contra, yo siempre estaré a tu lado. —Pero lo conocí a él y todo tuvo sentido.

Traté de respirar, encaminándome al salón. Hombres de diferentes pandillas se habían repartido alrededor de la mesa. Las paredes se encontraban decoradas con las cosas que a él le podrían gustar: libros de deportes entremezclados con mangas suspendían en los estantes, los volúmenes completos de plaza sésamo yacían en una cajonera junto a un boleto de avión, marcos de fotografías esperando ser llenados, recetas por probar, besos que despojar, noches que anhelar. Cada aliento era agobiante sin él, ¿una vida en Japón? Por su culpa ahora estaba completamente vacío, me habían robado más de la mitad. Era como estar sumergido en la nada, ¿nada? Sí. No me concebía ni bien ni mal, no sabía si era de día o noche, no profesaba hambre, frío, pena, ni sueño. Solo existía. Era respirar porque mis pulmones aún funcionaban, era sobrevivir sintiéndome atascado. Lo único que hacía era trabajar para encontrarlo.

¡Oh! Pero él estaba con Shorter, debía estar bien. Mi mejor amigo lo protegería cuando las tormentas rompiesen o los monstruos se tornasen reales, sin embargo, mi novio era valiente. Tan valiente que resultaba tonto. Tan tonto que yo estaba suspirando por su amor. Tanto amor que me había enfermado. Él se convirtió en mi alma sin que lo pudiese evitar, él era mi torpe y descuidado japonés, él me usurpó el corazón en un parpadeo, él era...

Él es.

Él fue.

Él...

¿Dónde estaba Eiji?

Temblé, apretando mis puños. Contuve las náuseas en una maraña de confusión. Lloré pero solo salió polvo. Exhalé, sin embargo, estaba muerto.

Yo nunca le permití decirme adiós.

—Ash. —Cuando la mandíbula se me desencajó entendí lo furioso que me profesaba—. Chinatown ya está lista. —Sing fue quien habló, su pandilla se hallaba amontonada en el sillón—. Nosotros seremos los encargados de desactivar la seguridad. —No poseía tiempo para vacilar en esta conversación. No caía aire.

—Bien. —Habíamos pasado más de un mes rastreando las instalaciones de Dino Golzine y estudiando los patrones del lugar. Esta situación era una mierda. Corría pero no lo alcanzaba. ¡Eiji! ¡Shorter! Calma—. Nosotros nos infiltráremos en el laboratorio. —Alex apoyó su mano sobre mi hombro, la sentí entre mis huesos y mi cordura.

—El equipo de Cain se encargará de despejar el camino para nosotros. —El nombrado asintió, golpeteando una de las cajas con el armamento que recolectamos—. Tenemos que hacer esto durante el cambio de guardia. —Ese alarido fue áspero. Ninguno de nosotros se veía bien. Esta era una congoja anunciada. Un funeral para tres.

—¿Confirmaste el paradero de Yut-Lung Lee? —Crucé mis brazos sobre mi pecho, fue difícil incorporarse a la realidad. Eiji. Lo necesitaba. El más bajó asintió. Mi Eiji.

—Cuando su clan se enteró sobre su traición lo vendieron. —Una culpa agobiante goteó desde mi frente hacia mi cuello, una fatídica opresión—. Aunque nos sentimos agradecidos por la protección de los Lee. —Los habitantes de Chinatown intercambiaron la pesadumbre—. Mi lealtad esta con los nuestros. —Sonreí, el nudo en mi garganta fue más ligero tras vislumbrar esa clase de determinación. Calma.

—Entiendo que le tengan ese cariño a Shorter. —Pronunciar su nombre fue un maldito escalofrío. Un presentimiento—. Pero no hacia la víbora. —Uno de mierda. Un mes sin saber nada de ellos. Una tormenta con un velero de papel.

—Yut-Lung puede ser una persona difícil de tratar. —Su mueca fue un melancólico poema, tan amargo como rojo—. Pero por alguna razón siento que no puedo dejarlo solo. —Nacido bajo las estrellas equivocadas, ¿eh?—. Así que tráelo de regreso también. —Suspiré, el aroma a pólvora era insoportable en la habitación. Éramos lo mismo. Pero lo mismo era tan diferente.

—Eiji no me perdonará sino lo hago, le tiene cariño. —Aunque ya no tenía nada dentro, cristal roto me desgarró las entrañas bajo esas cuatro letras. En lugar de escarlata, lágrimas fueron las que mi corazón derramó.

—Pareces muy apegado a tu amante. —Un leopardo en agonía. Un aullido tan lamentable que me había dejado sin voz. Sonreí, mirando al beta.

—Lo estoy. —Las palabras habían dejado de ser suficientes para expresar lo que sentía por él. No entendí qué tanto lo necesitaba hasta estar atorado en este profundo pozo hueco—. Además, a Shorter todavía le gusta la víbora. —Alex rodó los ojos. Ellos nunca arreglaron esa torcida relación. A veces el mundo parecía ser demasiado.

—Ash... —No había tiempo para esa clase de pensamientos el día de hoy. Demasiado debía ser poco cuando su destino estaba entre mis manos—. ¿Qué haremos para que no nos persiga? —La atmósfera fue turbia entre las diferentes pandillas, dejé caer una carpeta encima de la mesa.

—Lo expondremos como la escoria que es. —Noches de insomnio tragadas con anhedonia en una taza de café. Folios con fraudes, fotografías con políticos, tráfico de menores, experimentos con omegas, asesinatos, mercado negro, drogas, lavado de dinero. Era tanto. Cain tomó los documentos, un largo silbido fue lo que retumbó por el cuarto.

—Esto lo hará enfurecer. —Tomé un papel con las claves bancarias de Dino Golzine para extendérselo al líder de Harlem—. Esta información es peligrosa. —Claro que lo sabía, sin embargo, me arriesgaría.

—Puedes apostarlo. —Él lo recibió—. Mientras estoy fuera quiero que traspases todo su dinero a nuestra cuenta. —Él asintió antes de apretar con fuerza el documento—. Dejaremos a su preciada fundación vacía. —Silencio e incomodidad.

—Robarle el dinero no será suficiente. —La voz del alfa fue una oda para la angustia, negué, dándole la razón.

—Todos sus fraudes se encuentran en esta carpeta. —Reí, imaginando ese grotesco rostro deformarse tras ser expuesto—. Se lo entregaremos a la prensa. —Cuánta satisfacción. Al diablo sus amenazas. Sin Eiji no era nada.

Eiji.

Mi Eiji.

¿Dónde estaba?

—¿Cómo haremos para publicarlo sin que sospeche del ataque? —Los ojos del beta chispearon suspicacia—. Nos costó demasiado encontrar el laboratorio como para alertarlo antes de dar el golpe de gracia. —Traté de sonreír, sin embargo, una mueca a medias fue todo lo que entregué. No tenía alma. La quería de regreso. El amor se construía con el tiempo. Pero el tiempo era lo que borraba al amor. No. Claro que no. No lo permitiría.

—Un amigo lo va a publicar en el diario de mañana. —La mitad de eso era mentira—. Solo debo ir a entregarle esto antes de partir. —La otra mitad era esperanza. La pandilla no me respondió, ninguno supo reaccionar.

—¿Vas a ir con ese periodista japonés? —La pregunta de Bones escapó tiritona, él trató de avanzar bajo la pestilencia de la pólvora, sin embargo, falló. Él solo me obsequió una apesadumbrada expresión. Un adiós.

—Eiji confía en ese sujeto. —Sin que lo pudiese evitar mis uñas ya estaban rasgando mi pecho, buscando en un agujero repleto de tinieblas—. Si alguien lo va a hacer debe ser él. —Que cruel era la felicidad, al irse me había dejado lleno de recuerdos.

—Ten cuidado, aún no sabemos cómo él puede reaccionar. —Me limité a asentir antes de tomar la carpeta para salir del lugar.

—Aslan, te amo.

Aún podía escuchar su voz, calaba en mis pesadillas para arrastrarme hacia la deriva. Todavía recordaba sus ojos repletos de lágrimas durante nuestra última conversación, sus manos sobre mi pecho, el reconfortante aroma de su piel, sus labios en un silencio. Me mordí la boca hasta que sangró. Lo estaba olvidando. Corría para alcanzarlo, no obstante, su ternura se había empezado a desvanecer. Mis zapatos golpearon de manera violenta la acera, la multitud me abrió paso entre las lúgubres calles de Nueva York. Contuve una arcada contra el dorso de mi palma, las mariposas en mi estómago yacían podridas, mis pensamientos se habían estancado junto a una pértiga oxidada. La soledad y el olvido. El aire me quemó la garganta, el mundo lució irreal. Esto no estaba pasando, rastros de sudor empaparon mi ceño frente a una cafetería. La voluntad tembló en un quejido de agonía.

Los humanos podían ser graciosos. No entendían la muerte, pero le temían de manera instintiva. Yo no le temía a mi muerte.

Me aterraba la de él.

Eiji.

—¿Ash Lynx? —Un beta me llamó, su barba se encontraba desaseada, su ropa era un desastre, debió hacerle falta. Traté de regresar a la realidad, no obstante, estaba escalando demasiado alto en este Kilimanjaro. Suspiré, cruzando mis brazos sobre la carpeta. Ahora lo sabía, el leopardo subió porque estaba buscando a alguien más.

—¿Shunichi Ibe? —Una bofetada retumbó por el local, la atención de los comensales fue puesta en nuestro escenario, su mano se encontraba roja y temblorosa, me acaricié la mejilla, comprendiendo que él me acababa de golpear, la mandíbula me crujió cuando la traté de reacomodar.

—Eso fue por Eiji. —Sus cejas se hundieron para ocultar el rencor, lo merecía.

—Necesitamos hablar de él. —Él contuvo un chasquido entre sus dientes antes de llevarme hacia una de las mesas en la esquina, una taza de café se hallaba encima de un mantel de papel.

—Él está en peligro, ¿no es así? —El negocio era acogedor, habían pocas personas, música amena cubriría nuestra conversación, un ventanal de vidrio nos mantendría inmersos en una atmósfera invernal. Aturdidos.

—Sí. —Mis zapatos golpetearon las baldosas. Él tomó un ruidoso sorbo de su bebida, ni siquiera me miró. Me encogí de hombros, ya sabía lo que vendría.

Dolería.

—Esto... —Cerré los ojos—. Esto es tu culpa. —Quemó. Mi atención se dirigió hacia la carpeta encima de mi regazo, me removí incómodo, respirar fue difícil—. Tu egoísmo hizo esto. —Vivir sin él lo era aún más.

—Lo siento.

—¿Por qué no solo dejaste que se fuera? —Sus palmas se convirtieron en puños contra aquella elegante taza. Quise hablar, sin embargo, carecía de palabras—. Esto es tu culpa. —Su voz fue un delirio colérico bajo la melodía de la guitarra. Aire, no había. Excusas, las perdía. Arriba, subí demasiado alto.

—Perdón. —La mesa tembló cuando él la golpeó, él se frotó la frente de manera compulsiva, dejando que su cabeza fuese sostenida por sus lamentos—. De verdad lo siento. —El ambiente era incómodo, la verdad cruel. Amarlo era la agonía más fuerte que había sentido. Era más frágil que el cristal.

—¿Sabes lo que me dijo la policía cuando fui a reportarlo por no llegar al aeropuerto? —Sus dedos se crisparon en su flequillo, me congelé bajo el rencor. Una escoria—. Que lo diera por muerto. —Mis uñas se incrustaron en el arrepentimiento hasta dejarlo morado. Era un caos. El pecho me lloró sin que lo pudiese contener, las lágrimas vanagloriaron el escarlata. Me estaba yendo.

—Yo lo traeré de regreso. —Sin embargo, él ya se había ido. Una risa sin gracia fue su respuesta, le extendí la carpeta, rocío tiñó el local—. Pero necesito que hagas algo antes. —La indignación no fue suficiente para describir tan fatídica ironía.

—¿Qué es esto? —Él acarició la orilla del folio, constipado.

—Puedes verlo por ti mismo. —La carpeta se abrió. La perplejidad lo incitó a contener una arcada, sus pupilas se empañaron por el horror, él se llevó la mano hacia el pecho, tratando de respirar. Las conversaciones de los demás comensales fueron una marea lejana. Sus ojos un recuerdo. Su amor una pérdida. No.

—Esto... —Él la cerró—. Ese hombre es repugnante. —Saqué del bolsillo de mi pantalón un pendrive, dejándolo sobre la carpeta.

—Acá hay más. —La fachada del beta se quebrajó, sus cejas se movieron de manera graciosa al no decidirse por una expresión. No pude enfocarme en él. Escuchaba el agobiante correr del reloj, ¡maldición!

—No lo entiendo. —Nadie lo hacía—. ¿Qué quieres que haga con esto? —No seríamos un punto final sino tres suspensivos. Intenté concentrarme, no obstante, la soledad era una sensación densa como las cadenas pero sofocante cual luto.

—Publícalo mañana a primera hora. —La noche se coló hacia la cafetería, lámparas artificiales se encendieron junto a postes de fantasía—. Sé que eres un periodista importante. —Él se aferró a aquella carpeta, vacilante. Tiempo—. Eiji me lo dijo. —Si el reloj borraba al amor.

—¿Él lo hizo? —¿Por qué mis sentimientos se hacían más grandes bajo el manto de su ausencia?—. ¿Hacer esto lo ayudará? —Me limité a asentir, el café ya se había enfriado. Él cerró el folio, llevándolo a su lado de la mesa.

—Lo lamento, Ibe. —Él parpadeó, confundido por aquella repentina fragilidad. El ambiente era desagradable—. Pero créeme cuando te digo esto. —Me corté con el mantel de papel, mi atención pendió bajo el bamboleo de la lámpara—. Moriré antes de dejar que toquen a Eiji. —Los humanos podían ser graciosos, hacían promesas sin saber si eran capaces de cumplirlas. Él frunció la boca, procesando toda esta caótica situación.

—Tú... —Él se acarició la nuca, angustiado—. ¿Realmente lo quieres? —Una sonrisa destiñó la realidad. Claro que no lo hacía.

—No lo quiero. —Tensión y electricidad—. Lo amo. —Lo necesitaba de regreso para decírselo mucho más. No se lo había musitado lo suficiente, ¿por qué no lo hice? Sus pupilas fueron una tormenta. Él dejó que el hálito se le escapase para omitir una infinidad que nunca sabré. Las personas eran curiosas, se mentían a sí mismas diciéndose que eran suficientes.

—Ash. —Cuando les faltaba la mitad—. Él es un beta. —Sus dedos se crisparon alrededor de la taza, sus codos hicieron crujir la carpeta tras apoyarse arriba del pendrive—. Ustedes no son una pareja destinada. —Lo detuve con un gesto.

—No me importa. —Ya no lo hacía—. Él podría haber sido un alfa o un omega pero yo seguiría enamorado. —Reí, sabiendo que él me había entregado esas palabras antes. Así que esto era tener un alma gemela. Me hacía fuerte, tan indestructible que me había comenzado a desmoronar.

—Aun así, eres peligroso. —Me hacía débil con una sonrisa, se convertía en un imposible en una confesión, se perdía en la distancia, se fundía en los colores, se esfumaba en un parpadeo y lo besaba en un adiós—. Cuando lo traigas de regreso quiero que te alejes de él. —Lo esperé toda una vida.

—No es justo. —¿Renunciar a él? Suspiré, retirándome el sudor del flequillo.

—Eres un asesino. —Vivía con una mortífera opresión—. Ustedes son de mundos diferentes. —¿Qué hacía tan arriba? Nadie era capaz de explicarlo.

—Lo hablaré con él cuando regrese. —¿Por qué escalé tanto la montaña?—. Necesito tiempo. —¿Me perdí cazando a una presa hasta que llegué a un punto en el que no podía volver? ¿O subí y subí, poseído por algún instinto y me desplomé intentándolo?

—No. —Pienso en qué dirección estaba mi cadáver—. Él es terco, si lo hablas no cambiará de parecer. —¿Estaba intentando bajar? ¿O subir más alto?

—Lo arreglaré. —De cualquier manera—. Es una promesa.

Sabía que nunca volvería.

Cuando la luna se ocultó bajo las nubes y las estrellas perecieron en un velo negro, nos encaminamos hacia el laboratorio. Cada hombre fue equipado con armamento comprado con los mismos fondos de Dino Golzine. El chirriar de los neumáticos en la soledad de la carretera fue macabro. Apreté mi pecho hasta dejar cicatriz. Nada. No habían rosas en mi interior. Debía mantener la serenidad, me tiré el flequillo, tratando de arrancarme el dolor, ¡calma! La mano de Bones deslizándose por mi espalda fue reconfortante, su mirada un mal sabor. Llegamos en silencio. Los integrantes de Chinatown se encargaron de despejar la entrada cuando ocurrió el cambio de guardia. No dijimos nada, Sing se limitó a asentir antes de cubrirnos la espalda. Los miembros de Harlem nos abrieron paso hacia el subterráneo. El aroma a muerte fue putrefacto en aquel húmedo pasillo. Sangre estancada, cartuchos oxidados, un fúnebre jadeo. Sobre las paredes de concreto había empezado a crecer musgo, gotas de mugre cayeron hacia estanques de barro, nos movimos con sigilo en lo que parecía ser un laberinto, decenas de portones de metal se encontraban acomodados en hileras, un escalofrío recorrió hasta el último hueso de mi cordura tras escuchar unos agonizantes alaridos. Antes de que pudiese reaccionar el lugar se había llenado de disparos. Cain y sus subordinados fueron una pared de carne mientras buscábamos entre las celdas, traté de olerlo, sin embargo, ¡maldición!

Eiji.

Eiji.

Eiji

Corrimos buscando algún aroma familiar. Pronto, una batalla entre los hombres de Dino Golzine y mi pandilla se desató. ¿Minutos?, ¿horas?, ¿meses? Ni idea. Mi mano se encontraba adormecida de tanto disparar. Gritos lastimeros, alaridos despiadados, sangre escurriendo, carne descubierta, hombres caídos, cadáveres pisados. Frené mis pasos. Ese olor. Se me erizó la piel, mi camisa se encontraba empapada de ansiedad. Las entrañas se me retorcieron. Golpeé con fuerza un gigantesco portón de metal, recibiendo un quejido como respuesta.

—¡Alex! —El nombrado se acercó, sus ojeras se perdieron bajo la suciedad. Demacrado—. Shorter está acá, ¿lo puedes percibir? —Aunque una nauseabunda peste dominaba el lugar, sus feromonas eran inconfundibles.

—Es él. —Retrocedí, guardando mi pistola—. Déjamelo a mí, jefe. —Él se hallaba sosteniendo un arma de uso militar. El sonido de la munición contra el portón fue tan atronador que pensé que las orejas me sangrarían, saboreé la estática antes de que cayese, estaba respirando demasiado rápido. Matar o morir. La densa puerta de metal retumbó contra el piso, dejando al descubierto una segunda de barrotes. Mierda.

—Hazlo de nuevo. —Con otro disparo varios hombres se desplomaron ante lo insoportable que fue el chirrido. Me sostuve la frente con fuerza, me apoyé en la pared, sintiendo como la segunda rejilla se movía.

—¡Shorter!

Pero lo que salió de la celda no se parecía en nada a mi mejor amigo.

No hubo tiempo para reaccionar, aquel animal se lanzó sobre mí, mi cabeza golpeó el piso, la sangre a mi alrededor me indicó que me la había abierto, él estaba encima mío, espuma escurrió de su boca hacia mi cordura, sus dientes parecían colmillos, la pestilencia fue insoportable. Él era un humano, sin embargo, carecía de humanidad. Tragué, sosteniendo sus muñecas. Aunque él lucía completamente desquiciado, era Shorter Wong, me traté de mover para ser retenido con brutalidad. El dolor de mi nuca expuesta contra la aspereza del guijarro fue insufrible. Su torso se encontraba repleto de cicatrices, sus pupilas inyectadas de agresión, sus párpados hinchados, su quijada se hallaba rota. Grité cuando él me mordió el brazo para arrancarme un trozo de piel. Descontrol. Fue inevitable, fue natural y masivo, escuché a Alex cargar una pistola.

—¡No lo ataques! —Temblé debajo de él, mi aliento fue un bloque de concreto, mis entrañas se derritieron en vómito contenido, la adrenalina me erupcionó entre las venas. Mierda. Mierda. ¡Mierda!—. ¡Shorter soy yo! —Dejé de oír la realidad. Sus dientes llegaron hasta mi hueso. Contuve otro alarido. Fiebre y náuseas. El tintineo de los cartuchos contra el suelo.

—¡Ash! ¡Él te va a matar si sigue así! —Cuando la pandilla se acercó un gruñido gutural escapó de lo más profundo de su garganta. Esto.

—¡No te acerques! —Ya no estaba en mi control—. ¡Shorter! —Hundí mi rodilla en una herida abierta, la sensación fue tibia y desagradable, sus cejas se crisparon para que el rencor se pudriera. Él estaba furioso. Carne para animal. ¡No! Este era mi amigo, ¡mi mejor amigo!, ¡sí! Él...

—Muévete para que le podamos disparar. —Mi sangre se convirtió en un chorro hacia mi hombro. Busqué rastros de humanidad en vano.

—¡No lo hagas! —Lo empujé con fuerza, Alex hizo caso omiso a mis órdenes, él cargó la pistola—. ¡Shorter, reacciona! —Él era una máquina asesina física y mental. ¡No! ¡No! Si lo perdía—. ¡Alex, escúchame!

—Lo siento, jefe. —El cañón fue puesto sobre la nuca del alfa—. Pero no te podemos perder a ti también. —Cerré los ojos con fuerza.

Perdón.

—¡Par de estúpidos! —Pronto—. ¡Por aquí! —Su cuerpo se tornó más ligero. Lo volví a mirar, su atención fue captada por Bones, mi pandilla se había cubierto con retazos de ropa y cubrebocas improvisados.

—¿Shorter? —El nombrado no me miró, solo se levantó para encaminarse hacia mis subordinados, hipnotizado. Un empalagoso aroma gobernó el lugar. El tiempo se paralizó.

—Acá está bien. —Sus pasos frenaron ante una tercera voz—. Él no les hará daño mientras estén conmigo. —Me levanté del suelo, comprendiendo la situación.

—Yut-Lung. —El nombrado apenas se podía sostener a sí mismo, una silueta raquítica se encontraba empapada de sudor, el marfil estaba repleto de moretones, una trémula sonrisa me fue entregada antes de que Shorter se le abalanzase para restregarse contra su pecho. Parpadeé, confundido. Los sonidos de las balas a la distancia. Mis compañeros heridos en el piso. La adrenalina sobre mis cicatrices. Calma—. ¿Como? —Me acerqué a ellos.

—Un alfa no puede hacerle daño a su compañero destinado. —El omega le acarició la espalda, su brazo se hallaba repleto de marcas de agujas y cortes, ambos habían caído sobre el piso. Era difícil respirar.

—¿No puedes contener un poco tus feromonas? Apestas. —La molestia fue nostálgica. Quise llorar, no obstante, reí.

—Nos han usado como ratas de laboratorio todo este tiempo. ¿Por qué se demoraron tanto? —Con la ayuda de la pandilla, Yut-Lung Lee se volvió a poner de pie, el alfa se negó a soltarlo, las feromonas habían mareado a todos en el lugar. Estúpidos. El corazón me sollozó.

—¿Dónde está Eiji? —No quise entender su expresión ante mi pregunta, él se mordió la boca antes de apuntar hacia un pasillo diferente.

—La última puerta de la esquina, date prisa para irnos. —Tras un gesto de nuca Alex me siguió.

¿A cuántos hombres les disparé para llegar a él? No me importó.

Me abrí paso encarnando la primera línea hacia aquel pasillo. Fue irreal. Matar o morir. Nadie estuvo a salvo. Los gritos, las balas, las palabras, el aroma de la pólvora, los cartuchos en el suelo, hombres cayendo, los golpes, la tensión. Mis manos estaban ensangrentadas, no supe de quién. Mi mente ya no recordaba nada. No sentía miedo, pena, dolor, cobardía, piedad.

Nada.

—¡Ash! —La sangre se me heló cuando escuché su voz, mis piernas se volvieron débiles, el mundo pareció volver a cobrar sentido frente a aquel portón.

—¡Eiji! —Golpes se percibieron del otro lado, el corazón se me congeló—. ¡Busca algo con que cubrirte, voy a volar la puerta! —Alex entendió la orden, él volvió a disparar aquella pesada arma militar. No escuché al portón caerse, no sentí el polvo dentro de mis ojos, no olí la pólvora, lo único que supe fue que él estaba entre mis brazos.

—¡Ash!

Las manos me temblaron sobre su espalda, un escalofrío recorrió cada uno de mis músculos cuando el tiempo corrió otra vez, lo acaricié despacio. Yo. Tirité, parpadeando. La rigidez de mi voluntad se desvaneció para convertirme en una hoja. Esto. Lo apreté con suavidad, dejando que mi rostro se hundiese en sus cabellos. Era él. Realmente era él. Él estaba entre mis brazos. Acá. Ahora. Él. Finalmente, todos esos sentimientos que contuve llegaron de golpe. Miedo, alegría, anhelo, soledad, desolación, pérdida, esperanza. Tocarlo fue como sostener vidrio roto entre las palmas, lo abracé con fuerza. Lo necesitaba tanto.

Volví a sentir.

Volví a vivir.

Volví a ser yo.

Volví a tener alma.

—Mi Eiji. —No me aparté. Él estaba tan delgado que se le habían comenzado a marcar las costillas, él lucía pequeño y frágil. Tan delicado. Aspiré su aroma con ansias, la cordura se me empañó, me toqué la cara. Estaba llorando. Ja. Él era quien me hacía humano, me impregné de él.

—Oye. —Él se separó, sus manos acunaron mis mejillas para limpiarme la pena, cada roce dejó más dolor—. Ya estoy acá, no llores. —Él era un cuadro de demacración, sus mofletes habían sido succionados, su piel se había tornado grisácea. De seguro pasó hambre y frío. Él lo debió haber pasado tan mal. Dino Golzine lo pagaría. Sus muñecas tenían las mismas marcas que las de Yut Lung-Lee.

—Perdón por tardar. —La realidad me destrozó. No era más que un niño desconsolado sollozando entre sus brazos, él me sonrió. Lo perdí todo en esa risita. Esos ojos. Él era mi vida.

—No te preocupes. —Mis dedos se enredaron entre sus cabellos—. Sabía que vendrías por mí. —Su voz parecía enferma. Verlo así. Apreté los párpados con impotencia. Me rompía el corazón.

—Eiji. —Mis movimientos cesaron encima de una marca en su nuca. Me congelé. No. No. ¡No!—. ¿Esto...? —Alex me gritó mientras disparaba, Bones vociferó algo con Yut-Lung Lee siendo cargado del otro lado, Shorter los siguió como un cachorro abandonado.

—Ash... —Tomé un profundo respiro cerca de mi novio. Apreté mis puños hasta ya no sentirlos, la sangre en mi brazo escurrió, estaba mareado y confundido.

—¿Fue Arthur? —Esa grotesca pestilencia estaba sobre el japonés. Una triste y descorazonada mirada fue su respuesta, él me sonrió, dándome la mano.

—¡Ya hay que irnos! —Alex retrocedió, sin poder contener a la multitud de guardias que se había formado al frente—. ¡Necesitamos encontrarnos con el grupo de Cain! —Sin embargo, ya nada oía. El mundo pereció en una retorcida sinestesia. Fue doloroso.

—Ya lo escuchaste. —Sus palmas sostuvieron mis mejillas, yo estaba empapado de sudor—. Hay que irnos a casa. —Esa promesa fue un dulce consuelo de papel. Aquella marca una maldición.

—¿Esa mordida la hizo Arthur? —Tuve un presentimiento de mierda en la expresión que él me entregó.

—Ash... —Si nuestro amor era eterno—. Quiero irme a casa. —Y nosotros estábamos condenados a la brevedad.

¿Cuánto tiempo más podría comprarnos?

Llegamos a la faceta final de este pequeño fic, oficialmente estamos cayendo en la montaña rusa.  Muchas gracias a todas las personas que se tomaron el tiempo para leer esta pequeña historia.

¡Cuídense! 

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