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Capítulo 14.

¡Hola mis bonitos lectores! Perdón pero quería mucho sacar este capítulo, es super simple pero por alguna razón me hace muy feliz, así que henos acá, la narración viene de parte de Ash, muchas gracias por leer.

¡Espero que les guste!

¿No era curioso? No sabía que tan perdido me hallaba hasta que él me encontró.

Estaba convencido de que la muerte era el otro extremo de mi hilo y que el rencor calaba cual centro de gravedad. El reflejo desteñido en el espejo solía ser el cadáver marchito de un leopardo, escalaba sabiendo que no iba a regresar, pero quebrado e inseguro él me encontró, él limpió la putrefacción de mi cuerpo y zurció las heridas en mi alma para hacerme creer que era alguien valioso, bajo una nauseabunda bruma de feromonas era su esencia la que clamaba. Él me miraba con una infinidad de amor bajo esas pestañas, él me tocaba con una delicadeza que no merecía al estar manchado. Era tan puro el cariño que me regalaba que no podía hacer otra cosa además de llorar. Esto era doloroso.

Y aunque hace un par de meses no sabía quién, hoy no podría vivir sin Eiji Okumura.

—Es lindo que te estés arreglando para nuestra cita. —Detuve los movimientos de la peineta—. ¿Me estás tratando de conquistar? —Él estaba recostado a mi lado en la cama, con su vientre sobre las sábanas y su mentón entre sus brazos. Mis piernas se crisparon hacia el colchón, de mi frente había empezado a caer sudor.

—Sí. —Dejé el cepillo en mi regazo—. Quiero que pienses que soy bonito. —Un adorable sonrojo coloreó sus mejillas, fue vergonzoso.

—Lo eres, Ash. —Él se trató de ocultar en las frazadas—. También traté de vestirme bien para nuestra primera cita, ¿me veo lindo? —Él tenía palabras descuidadas y torpes.

—Eres precioso. —De alguna manera él se las había arreglado para calar hasta lo más profundo de mi corazón—. Pensé que ya habíamos tenido una cita.

—Verte leer en la biblioteca no fue romántico. —Y ahora que me lo había robado—. No fue para nada divertido. —Me acerqué hacia él, mi nariz rozó la punta de la suya, él trepidó a causa de la sorpresa, sus palmas pendieron en la orilla de la cama.

—¿Estás diciendo que soy aburrido? —Mis yemas se deslizaron hacia los bordes de su mentón, el tacto fue eléctrico y mortífero. El escarlata fue una oda primaveral—. ¿No soy romántico cuando estoy contigo, onii-chan? ¿Debería poner más empeño para coquetearte? —Con cada crujir del colchón su rostro se encendió un poco más.

—Deberías. —Él apretó los párpados con fuerza, la ansiedad lo incitó a inclinarse, pude saborear su aliento en la tensión, me mordí la boca antes de sonreír, memoricé cada una de sus facciones mientras él me esperaba.

Si hubiese sabido que sería así de feliz lo habría encontrado una vida antes.

—Pareces estar esperando algo. —Mis yemas se apoyaron en la comisura de sus labios, el roce fue caliente.

—Sabes que sí. —Fingí demencia.

—¿Eh? No lo entenderé sino me lo dices, solo completé la primaria. —Él abrió los ojos de golpe.

—Ash... —Aun apenado, él deslizó sus dedos alrededor de mi cuello—. Estoy esperando algo. —Las chispas fueron peligrosas, me incliné sobre él, su espalda chocó contra el colchón.

—¿Quieres que te bese, Eiji? —El aire entre nosotros fue sofocante.

—Quiero que lo hagas. —Aunque yo era el lince estaba a merced de este pequeño conejo—. Bésame, Aslan.

Estábamos tan enamorados.

Mis dedos se enredaron en sus cabellos, mis piernas se acomodaron entre las suyas, me incliné sobre él para perecer. Sus labios se deshicieron como azúcar entre los míos, fue embriagador, bastó un parpadeo para convertirme en un adicto a esas caricias y vicioso por sus besos. Nuestros alientos se fundieron en una cautivadora calina. La sangre me quemó, mi mente se nubló con los tenues sonidos que él dejó escapar, mis manos memorizaron su cintura, lo acerqué, su corazón arremetió dentro de mi pecho. Era extraño, esta clase de cosas yo las odiaba, pensar en ser sostenido por alguien solía repugnarme, no obstante, quería tocarlo. Quería tocarlo tanto que ya lo estaba haciendo. No pretendía mancharlo, sin embargo, era codicioso. Por su culpa me estaba derritiendo en la locura de este amor.

—Chicos. —Fue Shorter quien paralizó nuestro movimientos—. ¿Me están haciendo un sobrino? —Aunque su cara se encontraba roja y sudorosa, esa mueca socarrona no desapareció.

—¡Aprende a tocar! —Tomé un cojín de la cama para aventárselo.

—¡Yo no quería interrumpirlos! Pero sabía que si no lo hacía tú te lo comerías. —El japonés se escondió en mi pecho por culpa de la vergüenza—. Me alegro por su relación pero las paredes son delgadas en esta casa, tengan consideración.

—¿Qué es lo que quieres? —No me moví del colchón—. Espero que tengas una buena razón para irrumpir.

—Bones ya está listo para llevarlos a la ciudad. —Chasqueé la lengua, aunque había sido mi idea turistear por Nueva York tenía un mal presentimiento retorciéndose en mis entrañas. Esto era la calma antes de la tormenta, no cabía duda.

—No lo hagamos esperar. —Antes de que pudiese detenerlo, mi amante ya había huido hacia el primer piso. Suspiré, esa delicada esencia se había impregnado en mi chaqueta, yo era un desastre por culpa de él.

—Te ves mucho mejor. —Shorter se sentó a mi lado en la cama, quedamos a solas en la habitación—. Me alegro, nos tenías preocupados. —Aunque él golpeó mi frente, el desasosiego en su voz fue desmesurado—. Necesitamos agradecerle a Eiji por hacerte entrar en razón.

—Lo haces sonar como si él tuviese los pantalones en la relación. —La indignación elevó una ceja.

—Los tiene.

—¡Y Yut-Lung Lee en la suya!

—¡Él ni siquiera usa pantalones! ¡Él usa vestido! —El bufido ofendido que arrojó me hizo reír—. Hace tiempo no hablábamos así. —Los lentes se le resbalaron hacia la nariz—. Desde la correccional. —Estiré mis piernas hacia la alfombra, era verdad, sino fuese por este sujeto estaría muerto.

—En ese entonces... —No tuve las palabras correctas para agradecerle por haberme salvado, porque si no fuese por su primer amigo, ese niño de 14 años repleto de rencor sería una muñeca vacía—. Gracias por no dejar mi lado, sé que te puse en una posición difícil con el clan Lee. —Él enredó sus manos en mis cabellos para desordenar mi trabajo.

—Jamás lo dudé. —Él golpeó mi espalda—. Es lindo verte tan dócil con él.

—Por su culpa me preocupo el doble. —Cuando se trataba de ese japonés no podía hacer más que suspirar—. Estoy acostumbrado a que me quiten a quienes amo, ya me pasó con Griffin. —Sus besos eran barquitos de ternura, sus risas el sedante para las pesadillas—. Estoy asustado, Shorter. —Él había llegado tan lento.

—Ash... —No soportaría que se fuese rápido.

—No puedo evitar pensar que me lo quitarán. —Él apretó mi mano, una sonrisa sincera fue esbozada. Sabía que esta era una historia podrida que no tenía derecho a ser narrada.

—Deja de actuar como si tuvieses que cargar con esto solo. —Pero a veces, incluso bajo la crueldad más moribunda—. Eres nuestro líder, estamos para apoyarte. —Fulguraba la belleza.

—Supongo que sí. —Me levanté de la cama, acomodándome la chaqueta.

—Ash. —Él se rascó la nuca, ansioso—. Ahora que ustedes son una pareja oficial deberían, ya sabes... —Mis hombros cayeron—. Usar inhibidores. —Oh, pero un alfa rebajado a puta ni siquiera podía entrar en celo.

—No quiero escuchar eso otra vez. —Sucio, manchado y quebrado. ¿Cómo podía ofrecerle algo tan usado?—. Buena suerte en Chinatown. —Lo más doloroso de querer tocarlo era que podía pero no debía. Negué, bajando hacia el vehículo.

Ni siquiera lo pensaría.

El trayecto fue silencioso, a pesar de los fastidiosos alaridos de Bones, la mano de mi novio me confirió una serenidad inefable. Pensé que era imposible cambiar sumido en la agonía, sin embargo, acá estaba, deseando que lo efímero fuese un regalo para la eternidad, siendo estúpido y profesándome completamente enamorado mientras jugábamos a tener una vida normal, él me había dado tanto. Mi cabeza reposó en las fundas del auto, esperaba conocerlo en la siguiente vida para amarlo, una no era suficiente.

En un parpadeo ya nos encontrábamos en el rincón más pintoresco de Nueva York. Ignorando los quejidos del omega, lo abandonamos en el auto. El día estaba frío, las calles se hallaban abarrotadas de hojas secas, el gélido del rocío fue un contraste violento para la calidez de su palma, sus cabellos eran un desastre, nuestros pasos crujieron por un camino de árboles y tiendas de curiosidades. Él se acomodó un mechón detrás de la oreja, mirándome con esa clase de cara. Sí, esa que decía que estaba tan enamorado.

No tuve oportunidad desde el inicio, ¿verdad?

Yo estaba destinado a caer por él.

Tal vez era cuestión de almas gemelas.

—¿Qué es lo que vinimos a hacer acá? —Por culpa de la paranoia dejé que él se encargase de nuestra salida—. Ni siquiera me lo dijiste. —Yo era un lío.

—Vamos a ver una exposición de fotografías. —Cerré mi chaqueta, él se aferró a mi brazo, estábamos caminando como si fuésemos una pareja más en la infinidad de la ciudad. Sonreí—. Sé que te sientes vigilado, por eso preferí un lugar tranquilo. —Esta tarde eso éramos.

—Nunca he ido a una. —Un par de chicos tontos y enamorados.

—Lo sé, por eso compré las entradas. —Con sueños despeinados que se subieron al vagón incorrecto en el tren del destino—. Además, pensé que sería lindo que vieses tu ciudad con otros ojos.

—Tienes razón. —Su mano era pequeña—. He visto lo peor de Nueva York, será refrescante tener otro ángulo. —Él era tan pequeño que me cabía en el bolsillo del corazón.

—¿Me estás alabando? —Sus mejillas enrojecieron por el frío—. Yo... —Su atención fue usurpada por uno de los escaparates en la avenida, él estaba mirando una cámara de fotografía. Ni siquiera se dio cuenta cuándo se acercó a la vitrina, pude vislumbrar el asombro pender de sus labios en una bruma.

—¿Quieres entrar? —Una impropia timidez se adueñó de él.

—Sí.

El local se hallaba repleto de artículos, la variedad de los escaparates abarcaba desde prendas invernales hasta libros de culto. La tienda era acogedora pero desordenada, la vendedora nos dio la bienvenida detrás del mesón. Mi atención fue robada por uno de los manuscritos sobre un desbaratado librero al medio del salón.

—Nueve historias. —Esto debía ser una maldita ironía, la portada era de un llamativo naranja y azul, las letras estaban en cursiva, las páginas algo gastadas, lo abrí—. Un día perfecto para banana fish. —Encontrando aquella leyenda que me seguía como una sátira.

Me mordí la boca, repasando el título con mis yemas. Me había tratado de mantener cuerdo, sin embargo, ese destructivo augurio me pudría en paranoia. Mis presentimientos nunca se equivocaban. En un solo descuido me lo iban a arrebatar, lo sabía. Mi pecho se comprimió con una sangrienta violencia, no pude respirar, mi cuello se llenó de humedad, miles de manos sucias empezaron a hundirme desde los pies hacia la miseria. Si lo perdía, si él se iba yo...Contuve una arcada. Una prenda fue puesta encima de mis hombros, mi atención se separó de las páginas para ahogarse en esos eternos ojos. Me estremecí, él siempre hallaba una forma para encontrarme.

—¿Te gusta? —Él me había acomodado una mullida bufanda alrededor del cuello—. Es del mismo color de tus ojos. —La vida se me paralizó con una cruel dulzura.

—Yo... —Él la arregló sobre mi abrigo, su ternura caló a través de mis heridas.

—Cuando la vi en el escaparate supe que luciría muy bien en ti. —Al enfocarme en la vitrina supe que no era la cámara lo que él estaba contemplando sino al grupo de bufandas posicionadas detrás.

—Eiji... —Amarlo era doloroso.

—Es linda, ¿verdad? Quería llevarme una igual, así tendríamos bufandas de pareja. —Era tan despiadado que no pude hacer otra cosa más que abrazarlo con fuerza y darle todo lo que yo era—. ¿Ash? —Su aroma se impregnó en aquella prenda. Tan reconfortante.

—Gracias. —Mis brazos forjaron un refugio para nosotros dos—. Me gusta mucho. —Cada vez que alguien me daba algo el desequilibrio se hacía presente y me exigían un pago. Era un negocio sucio. Era prostitución.

—Me alegro. —Pero él no quería nada a cambio—. ¿Estabas leyendo? —Y porque él no quería nada, yo ansiaba entregárselo todo. ¿No era curioso? Los humanos no entendían el amor, pero lo buscaban por instinto.

—No, solo estaba matando el tiempo. —Nunca anhelé convertirme en portador de tan complicados sentimientos. Acaricié la portada del libro, dejándolo en el estante otra vez.

—¿No lo quieres? —Esto era aterrador—. Te lo puedo regalar.

—No lo necesito. —No obstante, ya no tenía miedo—. Eiji...

—¿Si? —Acaricié su mentón, él se restregó contra mi palma para dejarse mimar.

—Realmente te amo. —Reí ante tan tímida expresión, sus labios tiritaron, sus ojos chispearon bajo una pertinacia de pestañas, sus pupilas se agrandaron en la incertidumbre, él se acarició el cuello, su mano se deslizó entre la mía.

—Te amo también. —Sonreí, sabiendo que yo tenía la misma expresión.

¿Cómo pude vivir sin él? No, lo de antes no merecía ser llamado vida, él era quien me había despertado. Suspiré, dejándome arrastrar por las tranquilas calles de Nueva York hasta la exposición de arte. La galería era simple, el marfil de las paredes creó una sinestesia delicada contra el reflejo de las baldosas, elegantes pilares de concreto sostenían un techo de cristal, decenas de cuadros con marcos dorados yacían acomodados en filas. Habían pocas personas a nuestro alrededor. Me concentré en los paisajes, suspiré, las imágenes abarcaban una diversidad agobiante, tanto Harlem, Chinatown, como la biblioteca pública fulguraban bajo los focos. Esto era un collage de lo que ya conocía, sin embargo, en esa pared eran piezas realmente hermosas. La atención del moreno se posó en una fotografía panorámica de la ciudad, miles de transeúntes corrían una noche en el centro.

—¿Cómo es Japón? —Aquel pensamiento escapó de mi mente sin mi consentimiento.

—Hay mucha gente y autos. —Él bosquejó un melancólico mohín.

—¿En serio? Entonces es igual que aquí. —Un incómodo burbujeo retumbó tras recordar las palabras de Yut-Lung Lee.

—Bueno, Tokio sí. —Él se llevó la mano hacia el pecho—. Mi ciudad natal no es así. —Convirtiéndola en un puño sobre su suéter.

—¿Dónde es? —Sus ojos se clavaron en aquel cuadro con una pena desmesurada, la culpa me carcomió.

—Izumo-shi, en la prefectura de Shimane, es la tierra de los dioses.

—¿Gizmo? —Una risita retumbó hacia mi alma.

—No, eso es de los Gremlins. —El aire tuvo sabor a nostalgia—. Es I-zu-mo.

—Izumo.

—¡Sí! ¡Sí! —Sus hombros se relajaron—. Mi hermana siempre se queja de que no hay nada que hacer ahí, pero en el fondo le gusta. —Lo abracé con timidez, sus palabras fueron un eco delirante en esa exposición.

—Pareces cercano a ella. —Él no me miró, solo caminó hasta el siguiente cuadro.

—Lo soy... —Sus cabellos me hicieron cosquillas bajo el mentón—. Debe estar preocupada, Ibe seguramente le dijo que estoy bien pero es una chica aprensiva. —Odiaba que esa víbora tuviese la razón, a pesar de resguardarse en un punzante silencio—. Al menos me pudo llamar. —Él sí se atormentaba con estas cosas. La consciencia se me escurrió por los latidos.

—Eiji... —Las luces estaban bajas, la atmósfera era agradable. Él negó, regalándome esa bonita expresión.

—No te preocupes, no me arrepiento de nada. —Y aunque debí decírselo. Me acaricié la nuca, pequeño e inseguro. No pude hacerlo.

—¿Entonces viviremos en Izumo? —Era inconcebible correr el riesgo de que alguien me lo arrebatase, la policía no era segura bajo la influencia de ese pederasta. Además, no podía competir con su familia.

—Creo que te gustará más la ciudad. —Aunque su amor fuese lo suficiente. ¿Con qué cara los confrontaría? Cuando era un trapo usado, no tenía derecho a ponerlo entre la espada y la pared. Al menos por esta cita lo ignoraría.

—¿Eso qué significa? —Solo me dejé arrastrar por los diferentes pasillos.

—Que eres muy flojo para la vida de provincia. —La saña se agolpó en mi ceño—. Bones me dijo que le tumbaste el colmillo cuando te despertó dos minutos antes. —Él era bueno haciéndome perder los estribos.

—Me ofendes, onii-chan. ¿No deberías creer en mí? —Y yo era bueno siendo un desastre con él—. Soy tu amante. —Él detuvo sus pasos frente al cuadro de la biblioteca pública, la construcción era majestuosa.

—Lo haría pero es bien conocido tu mal humor. —Él tiró mis mejillas—. Todos temen despertar al imponente lince de Nueva York. —Era increíble la facilidad con la que me robaba la respiración, la vergüenza me carcomió.

—Y tú me despiertas a golpes, eres una esposa cruel. —Él rodó los ojos—. ¿No deberías enseñarme algunas palabras en japonés para que pueda comunicarme? —Él frunció los labios, mi tragedia se relajó al igual que el temor—. Al menos para que llegue a tu nivel de inglés. —Sus cejas se tensaron, el puchero fue inminente, adoraba molestarlo.

—¿Estás diciendo que mi inglés es malo? —Éramos los únicos en aquel pasillo de la muestra. Me encogí de hombros, acercándome a él.

—Estoy diciendo que plaza sésamo no hizo un buen trabajo. —Por esta tarde solo éramos una pareja más—. ¿No aprendiste nada con las películas que te regalé? —Él golpeó mi brazo, frustrado. Incluso así se veía lindo.

—Te enseñaré palabras básicas. —Por esta noche solo éramos Aslan Jade Callenreese y Eiji Okumura.

—¿Por quién me estás tomando? —Él me abrazó por la espalda, el tintinear de las luces fue caluroso—. Tengo un coeficiente intelectual superior.

—¿Entonces, qué le debería enseñar al americano delicado? —Él acomodó su mentón sobre mis hombros, su respiración fue terciopelo contra mi cuello, su risa una mortífera tentación.

—Frases con las que me pueda comunicar. —La chispa de la ilusión encendió la palidez en mi corazón—. Diferentes tipos de saludos por ejemplo. —Fue sofocante y adictivo—. También debería saber cómo decir adiós. —Las manecillas del reloj se congelaron. Él se tensó, sus palmas se deslizaron por mis brazos hasta separarse. La melancolía que encarnó me quebró.

—No. —Sus ojos me evitaron solo para volverme a enamorar—. Nunca te enseñaré esa palabra. —Antes de que le pudiese reclamar él me había atrapado—. Jamás me quiero tener que despedir de ti, Ash. —Bastó esa simple confesión para que yo dejase de funcionar.

—Bien. —Nos encaminamos hacia la salida de la exposición—. Entonces jamás lo hagamos.

—Es una promesa.

Entre risas, caricias y coqueteos recorrimos la ciudad, por primera vez bajé mi guardia en el centro de una multitud, con él me sentí normal. Cuando los rayos de la tarde se hicieron presentes, nos acomodamos a las afueras de una cafetería. La mesa era pequeña, redonda y de madera, el paisaje pintoresco, había una pizarra con el menú apoyada en un rosal, el vapor del café fue una tentación, apenas él probó su bebida tuvo que sacar la lengua, se había quemado. Acomodé mi mentón sobre mi palma, suspirando. Eiji era tan lindo que ya no sabía qué hacer.

—Dijiste que me tenías que preguntar algo. —Él se estaba abanicando cuando musitó aquello, mis piernas se removieron bajo de la mesa, la ansiedad me hirvió en la sangre.

—Tienes razón. —La bufanda se había desarreglado sobre mi cuello—. Te tengo algo que preguntar. —Sin soltar aquel vaso de papel, él se inclinó—. B-Bueno... —Cada vez que pretendía hablar esos arrebatadores ojos cafés aplacaban mi razón—. Con todo este ajetreo, Dino Golzine debe estar tramando algo. —Y cada vez que terminaba no sabía lo que había dicho.

—Pienso lo mismo. —Era un caos al lado de él.

—Por eso he estado buscando otro lugar donde podamos estar. —Mis dedos juguetearon contra la tapa del café, me mordí la boca, me estaba comportando como un adolescente histérico—. Somos un blanco demasiado fácil, no podemos quedarnos en la casa que él me regaló. —¿Acaso no lo era?—. Así que compré un departamento al frente de una de sus empresas. —Él asintió, tomando un largo sorbo de la bebida.

—Creo que es una buena idea, lo podemos vigilar mejor. —La desesperación me impidió alargar la tensión.

—Es un departamento que compré para vivir solos, sin los demás chicos. —Por la indiferencia en su mohín supe que no lo había comprendido—. Quiero que vivas conmigo.

—Eso hemos estado haciendo durante estos meses, Ash. —Apreté los párpados con fuerza.

—¡Quiero vivir a solas con mi amante de manera romántica! —Sus mejillas se tiñeron de un estridente carmín, él se atoró con la bebida, la tos fue contagiosa—. Necesito intimidad con mi novio. —Una sonrisa se escondió en su abrigo, esa risilla se convirtió en una carcajada.

—Esto es tan lindo. —La vergüenza me enmudeció—. ¿El pequeño Aslan quiere ser mimado? —Aunque traté de disimular las ansias tenía la cara roja y sudorosa.

—¡No soy un niño! —El silencio fue cómplice—. Pero es la primera vez que quiero construir un futuro con alguien. —Su sonrisa fue una danza excelsa en el dorado de Nueva York—. Y quiero que también sea tu decisión. —Sus manos se deslizaron sobre la mesa.

—Ash... —Él me atrapó—. Te seguiré a donde vayas. —Sonreí, embelesado. Incluso en un lugar tan repugnante y muerto como lo era mi vida, él había encontrado la manera de convertirlo en algo hermoso.

—Bien.

El resto de la cita se deslizó en un suspiro. Antes de poder reaccionar ya nos encontrábamos en el auto de regreso, las infantiles preguntas del omega me taladraron los tímpanos, la mano de mi amante se concibió especialmente cálida entre las fundas de terciopelo y el arrullo de las estrellas. Una intensa presión me desgarró el pecho, fue sofocante y cruda.

Fue Codicia.

Subimos hacia nuestra habitación, la oscuridad envolvió la ansiedad, el silencio reinó en la casona mientras la pandilla indagaba en Chinatown. Él se sentó en la cama, dispuesto a ponerse el pijama, esos sublimes ojos cafés desbordaron curiosidad ante la tensión. Era prisionero de una sensación que había estado ignorando demasiado tiempo y ya no podía contener. Me estaba rebalsando.

—Eiji...

Pero no podía.

No debía.

No tenía derecho.

—¿No vas a ir a trabajar? Es raro que nos acostemos a la misma hora. —Estaba temblando al frente de él, aquel cúmulo de sentimientos me hizo trizas. Solo me derrumbé.

—¿Puedo tocarte? —Su rostro se ruborizó con violencia, su boca tiritó, el aire fue redundante. Retrocedí, aterrado—. Perdón. —Me acaricié la nuca, ni siquiera me pude sostener—. No debí haber preguntado algo tan desagradable. —Me acerqué hacia la puerta, dispuesto a escapar.

¿Podía culparlo?

¿Quién querría algo tan usado?

—Ash. —Con un agarre de muñeca él me llevó hacia la cama, no tuve el coraje para mirarlo—. Está bien querer tocar a la persona que te gusta. —Mis puños temblaron en las sábanas, fruncí mi ceño. Lo sabía, sin embargo, no lo sabía en realidad.

La lujuria era repugnante, incluso siendo un alfa Dino Golzine me había prostituido desde una dolorosa edad. Ver a Eiji Okumura con esta clase de ojos me convertía en la misma escoria que me quebró. De repente sentí unas intensas ganas de llorar, cada latido fue doloroso, esto era insoportable. Mancharlo cuando estaba putrefacto, carcajeé. ¿En qué mierda estaba pensando? Él tomó mi palma para acercarla hacia su cuerpo, él me deslizó debajo de su suéter para que tocase su corazón. Latía más rápido que el mío.

—Aslan... —Él se quitó aquella prenda para dejar su pecho desnudo entre mis brazos—. Está bien querer que la persona que amas te toque. —Él llevó mi otra mano hacia su cintura, estaba respirando tan violento que pensé que moriría.

—Pero... —Y de repente sollocé, porque era enfermizamente egoísta anhelar que su amor purificase mis heridas.

—Yo quiero que me toques. —El tacto fue reconfortante—. Te amo y me gustaría hacer esto contigo. —Su nariz acarició la punta de la mía—. ¿Tú quieres hacer esto conmigo?

—Y-Yo... —La tristeza se me agolpó en las mejillas.

—No te sientas obligado a nada. —¿Obligado? Cuando él fue la primera persona en pedirme consentimiento antes de tomarme.

—Lo siento. —Y fue hermoso—. Quiero fingir que eres mi primera vez. —Fue tan precioso que no pude dejar de temblar.

—Ash... —No tuve oportunidad desde el inicio—. Entonces, esta es la única que cuenta. —Me aferré a su espalda antes de besarlo.

La habitación estaba oscura, él se sentó encima de mis piernas, sus dedos se enredaron entre mis cabellos, los míos se dedicaron a memorizar cada una de sus curvas. Eiji Okumura era hermoso. Su cuerpo era pequeño y frágil, él se veía tan vulnerable bajo el arrullo de la oscuridad y aun así me estaba besando con una implacable ternura, me quité la chaqueta, mi camisa cayó al suelo con las caricias. Fue húmedo, intenso y electrizante. Sus yemas recorrieron mi espalda en un embriagador espasmo, nuestros latidos se fundieron en una melodía ansiosa. Fue chispeante. Mis labios se deslizaron hacia su cuello, cientos de besos florecieron entre sus hombros y su pecho, aunque él estaba sobre mi regazo, era él quien me sostenía. Lo miré, nervioso, antes de acercarme más.

Un gemido retumbó por la oscuridad cuando acaricié su pezón. Fue eléctrico y letal. Él se mordió la boca antes de arrojarme una mirada deseosa, su piel se erizó debajo de mi respiración, atesoré aquel delicado retazo de beldad. Tan exquisito. Pude sentir a su corazón en la punta de mi lengua, la sangre me hirvió, una dolorosa presión recorrió cada músculo de mi cuerpo. Una incómoda y palpitante sensación. Pequeñas mordidas fueron dejadas en tan blanquecino lienzo, mi mano se deslizó hacia su pantalón, estábamos temblando los dos, una risa ansiosa fue compartida, él retiró un mechón de mi cabello detrás de mi oreja cuando me dispuse a desabrochar su cinturón. El sudor era una armonía de cristales en su océano, su flequillo se había desordenado, un potente carmín coloreó sus mofletes.

—Eiji. —Él era precioso—. ¿Realmente estas bien con alguien como yo? —Y yo estaba tan quebrado.

—Aslan. —Él tomó mi mano entre las suyas, caímos contra el colchón—. Mi dulce Aslan. —Mi espalda se deslizó entre las sábanas—. Yo soy quien te debería preguntar eso, no quiero hacerte daño. —Él besó mis nudillos, sus rodillas tiritaron entre mi cadera. La noche se tiñó con una capa de irrealidad.

—¿De qué estás hablando? Eres maravilloso. —Mi cuerpo estaba repleto de cicatrices—. Pero yo... —Alguien tan inmundo no merecía salvación.

—Eres precioso. —El amor que fulguró en esos grandes ojos cafés fue destructivo—. Tanto tu cuerpo como tu alma, no cambiaría absolutamente nada de ti. —Él me contempló como si fuese lo más valioso del universo.

—Pero... —Nunca me había sentido tan expuesto en una mirada como lo hice con él.

—Eres hermoso, Aslan Jade Callenreese. —Sus manos se acomodaron en mi pecho—. ¿Puedo?

—Puedes. —Con una suavidad impresionante él me bajó el pantalón.

Los labios de Eiji acariciaron mi vientre, él aún estaba sosteniendo mi mano, su respiración se derritió contra piel, sus piernas se deslizaron entre las mías, mi cadera presionó su cintura, un escalofrío recorrió mi columna vertebral cuando él besó mi intimidad por encima del bóxer. La fricción fue tortuosa. Él me miró, repleto de cautela, antes de quitarme la ropa interior, no pude soportar tan abrumadora sensación. Su lengua fue un toque ilusorio y placentero. Caliente y húmedo, tan suave, un gruñido fue lo que escapó de lo más profundo de mi garganta al sentir como él se había llevado mi miembro hasta su boca mientras masajeaba la base.

—E-Eiji...

Me derretí en ese infierno de pasión. Nunca pensé que esto se podía sentir tan bien. Con movimientos inexpertos y torpes él se empezó a mover, mis manos se convirtieron en puños en las sábanas, su lengua se deslizó con lentitud sobre mi longitud. La tensión en mis músculos fue insoportable, cuando él intensificó la velocidad del estímulo mi mente se nubló. Hubo fuego. Toda la vida se estremeció para que aquella dolorosa rigidez se relajase. Estaba empapado, me acaricié la frente, él se limpió los restos de semen que habían quedado en la comisura de su boca, las mejillas me calcinaron en una insoportable vergüenza.

—Yo... —El amor incondicional que pendió en esas obsidianas me silenció. Pronto, yo me encontraba arriba de él—. Yo también quiero tocarte. —Él extendió su palma para alcanzarme.

—Puedes hacerlo. —Desnudarlo fue una fantasía de cristal. El corazón me arremetió con una velocidad mortífera. Sonreí, él lucía tan vulnerable encima de las sábanas, sus rodillas estaban tiritando, sus ojos fueron la noche estrellada más hermosa que jamás pude vislumbrar.

—Mi Eiji. —Él puso su alma entre mis manos—. Pareces estar esperando algo. —Y yo puse la mía en las de él.

—Eso es porque estoy esperando algo. —En ese beso perdí el temor.

Mi lengua se derritió en la suya, su esencia me intoxicó, la habitación se llenó de sonidos húmedos, por primera vez sentí una desbordante e insoportable lujuria. Él se sobresaltó con cada uno de mis toques, nuestros labios se fundieron en un ferviente y desesperado beso, mi mano se había deslizado hacia el interior de sus muslos.

—¡A-Ash! —Él tembló—. No tienes que hacer esto. —Sonreí, claro que lo sabía, sin embargo, era tan especial estar haciendo esto con él.

—Te amo.

Él jadeó en contra de mi boca cuando acaricié su erección, él se aferró a mis cabellos con fuerza, fue una sensación endemoniadamente dulce, recorrí con mi palma desde la punta de su pene hacia la base, él se había empezado a humedecer, el aire fue sofocante, me separé, dejándolo hecho un desastre. Sus labios se habían hinchado, su mirada se encontraba completamente nublada a causa del placer. Aumenté la intensidad de la masturbación, fue impresionante lo mucho que esto me gusto, él era mi lugar seguro. Con un obsceno gemido él se corrió en mi mano. Bajé hacia sus caderas, besé el interior de sus muslos con suavidad antes de acomodar sus piernas a mis costados.

—Ash. —Él se trató de esconder detrás de su antebrazo—. Esto es demasiado vergonzoso, no mires. —Sonreí. ¿Dónde había quedado toda esa valentía de hace un par de minutos? Tan lindo.

—Pero si no te preparo bien dolerá. —Él se cubrió la cara con la almohada, sus dedos se crisparon en la seda.

—No necesitas hacer eso... —Aunque la noche era una armonía oscura sus expresiones fueron de una transparencia surreal, su cabello era un desastre, su cuerpo una galaxia de besos, el carmín en su nariz fue adorable.

—¿Qué significa eso? —Su respiración retumbó en una infinidad de latidos.

—Ya estoy listo para ti, no me hagas decirlo de nuevo. —Su voz fue una sinfonía de terciopelo bajo tan embriagador perfume, él apretó mi mano, suavecito—. Y-Yo... —Él me abrió las piernas—. Puedes hacerlo. —Nunca deseé tanto a alguien como lo hice esa noche con él.

El placer fue indescriptible.

El corazón me martilló con una implacable violencia, lo sostuve con cautela, la cama crujió, mis labios mordieron los suyos, sus manos se clavaron a mi espalda, su cuerpo se derritió en el mío, su esencia se deslizó hasta convertirme en un adicto. Su interior se hallaba caliente, húmedo, palpitante y estrecho, arremetí con lentitud, temiendo herirlo. Un gemido fue contenido entre mi lengua y la suya, la temperatura fue insoportable, fue un viaje desde el mismo infierno hacia el cielo, la sangre me hirvió, estábamos empapados, sus piernas se enredaron a mi cadera mientras yo lo sostenía con fuerza.

—A-Aslan...

Ese jadeo derrochó sensualidad, cada embestida fue una placentera opresión, nuestro agarre se tornó más fuerte, nuestros latidos se deslizaron en uno, su sabor fue vicioso y peligroso. La velocidad aumentó. Pronto no hubo espacio para respirar, sus gemidos golpearon mi cuello, me vi envuelto por una pasión desmesurada cuando tomé sus caderas y me moví con mayor profundidad. Eléctrico, chispeante y sofocante. Todo se entumeció excepto la increíble sensación de estar dentro de él. No pude enfocarme ni sentir nada. Solo hubo placer. Ambos nos corrimos para quedar recostados sobre el otro.

Todo su rostro se encontraba rojo y mojado, su cabello estaba completamente desordenado, sus labios yacían abiertos e hinchados, él se recostó encima de mi pecho, mis feromonas se impregnaron en su piel, sus piernas se enredaron a las mías, su cabeza se restregó de manera mimosa contra mi corazón, lo abracé.

—No sabía que esto podía ser bonito. —¿No era extraño?—. Nunca me había sentido así de bien. —Hace un par de meses no tenía idea de quién era—. Fue especial.

—¿Sabes por qué lo fue? —Nuestras manos seguían entrelazadas, negué con la cabeza, esperando que continuase—. Porque te amo. —La conmoción fue un velero de papel en un mar infinito. —Y tú me amas.

—Eiji... —¿No era curioso? Los humanos no entendían el amor pero lo buscaban por instinto.

—¿Estuvo bien para ti? —Lo contemplé, sabiendo que mi mundo se encontraba reposando entre mis brazos—. ¿No te hice daño?

—Fue una maravillosa primera vez. —Y aunque hace un par de meses no sabía quién era él.

—Lo fue. —Hoy no podría vivir sin Eiji Okumura.

No sé porque me gusta tanto si es medio meh el capítulo pero me hace chiquita, ahora su servidora se va a una clase nocturna que le pidieron asistir de la nada, así que dormir nunca fue una opción. Muchas gracias a las personas que se tomaron el tiempo para leer.

¡Cuídense! 

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