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Capítulo 13.

¡Hola mis bonitos lectores! Me atrase bien feo y más encima me confundí de capítulo, el otro era el que quería escribir, pido perdón.

CharitaCuevas Este es un regalo provisional porque no es decente ni digno de llamarse regalo, así que considéralo un reemplazo hasta el fin de semana,  pero necesitaba desearte un muy feliz cumpleaños apenas supe que era hoy, de verdad espero que la hayas pasado muy bien, eres un amor. Se te quiere mucho.

El capítulo de hoy lo narra Eiji, mil gracias a quien se toma el cariño para leer.

¡Espero que les guste!

Amar era un cóctel de incertidumbre, dulce era la timidez sucumbida en unos pecaminosos labios, amargas eran las luciérnagas que dejaba brillar sobre la tumba de la remembranza, agría la danza de luto que el destino nos impuso, saladas las gotas de impotencia que yo arrullaba. La única certeza que tenía en ese trago era que en un par de horas ya estaría ebrio.

Suspiré, el vapor estaba caliente, la sazón de los condimentos se podía saborear en el aroma que desprendían las verduras, agité la sartén antes de que se quemaran. Estas semanas habían sido sofocantes, tras el incidente de la subasta el lince de Nueva York me resguardó con una protección enfermiza, mis piernas estaban adoloridas a causa del confinamiento en cama y mis neuronas muertas por el tedio, no obstante, era él quien lucía agotado, la preocupación que fulguraba en ese tormentoso verde lo había empezado a desteñir.

Yo era la razón.

Me mordí la boca, aspirando el humo del salteado. Aquella noche fue una pesadilla, no tuve el coraje para confesarle a mi amante sobre ese intento de mordida, porque sentí vergüenza, sí, ese comprador dijo que yo lo había provocado, aunque no desprendía feromonas y estaba completamente drogado, él me hizo creer que yo era el culpable por despertar sus instintos.

Y yo le creí.

—Tú no deberías estar en la cocina. —Me sobresalté tras escuchar tan galante voz retumbar por la habitación—. Tú deberías estar en cama. —Un par de fornidos brazos se deslizaron por mi cintura, la calidez que desprendió fue abrumadora, esa ternura me atravesó el cuerpo entero.

—Deja de tratarme como si me fuese a romper. —Él acomodó su mentón sobre mi hombro, cual gato curioso él enfocó su atención en la sartén—. Ya estuve suficiente tiempo confinado en nuestro cuarto con las películas de plaza sésamo. —Su risa chocó contra mi cuello.

—¿No querías mejorar tu inglés, onii-chan? —Inflé los mofletes—. ¿Es demasiado complicado para ti? Te puedo contratar Discovery Kids. —Traté de empujarlo, sin embargo, sus caricias me habían intoxicado. Era injusto amarlo tanto.

—Eres malo.

—¿Puedes decirlo sin acento? —Él me besó la mejilla, divertido—. ¿Estás preparándole el almuerzo a los chicos? —La pregunta se derritió sobre mi oreja, controlar la estridencia de mi respiración fue imposible, él me ponía nervioso—. Eso huele delicioso, no como la comida apestosa de siempre.

—¡Los japoneses no solo comemos cosas apestosas! —Él estaba demasiado cerca—. Y los chicos se fueron a reunir con Black Sabbath en la mañana.

—Me había olvidado de esa reunión. —La atmósfera pendió en una mortificante tensión, presioné los párpados, me encantaba el aroma que desprendía, me dejé envolver por tan exquisita bruma.

—Aunque para serte sincero no creo que puedan hacer mucho. —Sus latidos arremetieron contra mi espalda, su calidez redujo el vapor a témpanos—. Estos días han estado tranquilos. —Él chasqueó la lengua, dejando que su barbilla descansase encima de mi hombro y sus brazos rodeasen mi cuello. Él era un niño.

—Eso es lo que me preocupa, nosotros quemamos un edificio de la propiedad de Dino Golzine y hemos estado haciéndole la vida imposible desde acá. —Apagué el fuego de la cocina antes de darme vueltas—. Es extraño que los ataques hayan cesado. —Mi cordura agonizó cuando lo miré, sus ojeras eran de una palidez sombría, la lozanía en su piel yacía marchita, el agotamiento era fúnebre, lo toqué.

—Quizás tenemos más de lo que pensamos en su contra. —Él ni siquiera pudo tensar el ceño por la fatiga—. Te ves terrible. —Aún nublado por el agobio esos jades eran preciosos—. No vas a ganar de esta manera. —Sus párpados se hallaban hinchados, densos abismos de insomnio apagaron su dorado, él parecía anémico.

—Lo sé. —Lo llevé hasta la mesa para que se pudiese sentar—. Pero tengo un mal presentimiento. —El salteado fue dejado al medio—. No puedo quitarme esa sensación. —Él se tiró el flequillo, la mandíbula le crujió bajo la impotencia. Él no era el tipo de hombre que vanagloriaba la fragilidad.

—Ash... —Verlo así me rompió el corazón—. Oye. —Pero él no me miró.

—Además, está lo del laboratorio. —Él solo se siguió ahogando en la culpa—. La cara que Shorter tenía cuando regresó... —Sus yemas despedazaron su entrecejo —No la puedo olvidar, él parecía horrorizado. —Un puñetazo se estrelló contra la mesa, la sartén chirrió, las servilletas cayeron hacia el suelo—. Él vio algo, ¡me lo está ocultando! —Mi novio no parecía ser él mismo.

—Es tu mejor amigo, seguramente está preocupado por tu salud y por eso no te lo ha dicho. —No quise que mis palabras se escuchasen como un regaño, no obstante, lo eran. Él parecía sofocado.

—¿Qué otra opción tengo, Eiji? —¿Cómo podía llevarlo hasta la orilla cuando estábamos a la deriva?—. No puedo dejar que nada más pase por mi culpa. —Él llevaba días inestable, era como si sus pensamientos estuviesen hirviendo en su cabeza, pero en lugar de dejarlos salir él los apretase con más fuerza—. Tengo que ser un buen líder, ellos pusieron sus vidas en mis manos.

—Ash... —Y aunque también tenía miedo.

—No quiero fallarles. —Debía mantener la calma por ambos.

—No ha pasado nada desde la subasta. —Quería convertirme en un pilar digno de su confianza—. Deberías dejar de atormentarte con esto. —Antes de que él pudiese contradecirme—. Y si algo llegase a pasar... —Mi mano ya había tomado la suya—. Yo te protegeré. —La conmoción le arrebató el aire.

—Eres imposible. —Una sonrisa tímida se asomó con un leve rubor—. ¿Le vas a pedir a Elmo que te enseñe a usar un arma?

—¡Sí! ¡Sí! Es un capítulo especial. —Ambos reímos apenados, la tensión se esfumó—. Odio verte así, no es bueno preocupar a tu amante ¿sabes? —Mis dedos se deslizaron por una infinidad dorada—. Skip te va a regañar si me haces sentir mal. —Sus palmas se deslizaron por mi cintura.

—¿Te tiene preferencia?

—Obviamente la tiene. —Me acerqué, era tonto querer quitarle el mundo de los hombros cuando ni siquiera me imaginaba su carga, sin embargo, si podía compartir su dolor no me importaba romper mis alas con tal de acunarlo—. Él dijo que pones una cara asquerosa cuando me miras. —Las mejillas le enrojecieron.

—¡Es un hablador! —Ensarté varias verduras en el tenedor—. Tú pones una cara linda cuando me miras. —Para llevarlas hasta su boca—. Siempre eres bonito. —Ahora era yo el avergonzado.

—Dices eso porque no me has visto recién levantado.

—Ese es el momento que más me gusta, adoro verte despertar con el cabello hecho un desastre y una expresión adormilada. —Habían chispas en el aire—. Me recuerdas a un conejito esponjoso. —Mi corazón no pudo con tanto, él me despojó de la razón bajo tan coqueta sonrisa.

—Y-Yo... —No pude moverme.

—¿Te sientes apenado? —De alguna manera esos ojos se las habían arreglado para volverse aún más bonito: mucho más líquidos, más vivos, más reales. O tal vez era mi corazón completamente embriagado en este amor—. Eso es adorable.

—¡No lo es! —Le acerqué las verduras—. Ahora abre, debes comer. —El carmín fue contagioso bajo el arrullo de la primavera, a pesar de su berrinche él obedeció—. ¿Está rico? —Verlo comer fue un farol de tranquilidad. Él lucía más delgado.

—Si ignoras el natto serías una buena esposa, onii-chan. —Él acabó devorándose la mitad del platillo, chasqueé la lengua, probando las verduras, estaban amargas.

—Si omitimos tu mal carácter también serías una buena esposa. —El ambiente cambió.

—Tú eres quien tiene mal carácter. —Me levanté de la mesa dispuesto a lavar los trastes.

—¿Es así? —Apoyé mis manos en mi delantal de cocina—. Pues deberías ir a dormir para no enfadarme. —Mi sonrisa pereció ante tan vulnerable expresión.

—No puedo. —La estática nos abrumó—. No puedo dormir sin ti.

Encontrar las palabras correctas fue una encrucijada, aunque este hombre se resguardaba detrás de una indestructible fachada él se hacía trizas bajo mi paraguas. Era violento, lo había escuchado quebrarse una infinidad de veces entre las sábanas mientras suplicaba por piedad llamando a su mamá, juré respetar sus límites, atesorarlo con una ternura incondicional, sin embargo, acá estaba, reducido a un insuficiente. Yo no solo me enamoré de esa desmesurada galantería, Ash Lynx era el alma más preciosa que había tenido el honor de vislumbrar. Sabía que era un estorbo contra el mundo de la mafia.

—Lo digo de verdad. —Pero aun así daría mi propia vida con tal de garantizar su felicidad—. Tengo miedo de despertar y que ya no estés a mi lado. —Desearía poder arrancarle el dolor, sin embargo, lo único que pude hacer fue abrazarlo mientras él escondía su rostro dentro de mi pecho reducido a un ovillo.

—Estoy aquí. —Era tan fácil para este hombre romperme el corazón—. Cada día de mi vida seguiré a tu lado. —Él ya lo había hecho una infinidad de veces—. Claro, sino te molesta. —Pero sin importar qué tantas veces él lo hiriese.

—Eiji... —Yo jamás rompería el suyo—. Eres tan injusto. —Mis dedos se deslizaron por su mentón para que me mirase, apoyé mi nariz contra la suya, me senté de frente en su regazo, mis piernas colgaron en la silla.

—Tú eres injusto. —Mi alma estaba entre sus manos.

—No es verdad. —Él acomodó un mechón detrás de mi oreja, la estática fue terciopelo, sus palmas se deslizaron hacia mi cadera para empujarme aún más cerca—. Sin importar lo que haga tú siempre sabes cómo calmarme. —La ferocidad de mis latidos estalló en mis tímpanos.

—Ash... —No pude liberarme de la belleza mortífera que él me entregó en una risita, qué sonido más bello, anhelaba escucharlo durante mi eternidad.

—Cuando fuimos a la subasta pude entender algo. —Aunque él estaba tiritando.

—¿Qué fue? —Él me sostuvo con seguridad, tenía la respiración ansiosa.

—Ya no puedo vivir sin ti, Eiji Okumura. —Él sonrió—. Es extraño. —Fui esclavo de esa mirada y prisionero de sus caricias—. Estoy tan asustado de perderte que lo único que quiero hacer es alejarte, pero siento que si te alejo moriré de tristeza. —Suspiré.

Caer por Ash Lynx había sido inevitable, ¿verdad?

—Eso está bien. —Acomodé mis brazos alrededor de su cuello, sus pestañas aletearon contra mis pómulos—. Yo me siento de la misma manera. —La efervescencia en mi vientre fue peligrosa, el mundo dejó de importar en ese abrazo. Aunque él era un alfa imponente y fornido, era tan pequeño que me cabía en el corazón.

—Dímelo otra vez. —Un aniñado mohín se grabó en sus facciones—. Lo que me dijiste en la subasta, quiero oírlo de nuevo.

—Aslan. —Su mirada se entrelazó a la mía en un silencioso bamboleo, su respiración se coló por las grietas de la inseguridad—. Te amo. —Su esencia me robó la vida, la expresión que me devolvió fue enternecedora.

—Eiji. —Sus palmas se deslizaron hacia mis mejillas—. Te amo también. —Sus labios me silenciaron.

Sus dedos entre mis cabellos, mis manos en su espalda, mis caderas sobre las suyas. Fue un deleite mortal. Los labios de Ash se deshicieron con dulzura y lentitud entre los míos, su sabor caló para convertirse en adicción, su calidez inundó mi boca. Los latidos fueron una sinfonía prohibida en la pasión de los roces, el aire fue fuego, la razón se paralizó. Me incliné hacia él, recargando el peso de mi cuerpo contra el suyo. Un inocente beso se convirtió en hambre. Los movimientos subieron de temperatura, la codicia se hizo presente, me sobresalté al sentir como él deslizaba su lengua sobre la mía para caer rendido. Fue un delirio placentero y mágico, tenía chispas en el estómago y ansias en la garganta. Él se aferró con fuerza, fue doloroso respirar en aquel beso. Fue tan doloroso que supliqué por más. Un carraspeo nos interrumpió. Él me sostuvo de la cintura para evitar que me cayese, un gruñido retumbó tras observar a la silueta del otro lado de la puerta: Cain Blood.

—Lamento interrumpir su intimidad de pareja. —El sudor le goteó hacia el mentón, el rubor no pudo ser disimulado con esos gigantescos lentes de sol—. Pero ya acabó la reunión. —Como si fuese un gato celoso él se restregó contra mi pecho para marcar una línea.

—Pensé que no había más que discutir. —La pandilla se encontraba detrás del dueño de Harlem, la vergüenza me calcinó las orejas.

—No lo hay pero queremos hackear las cuentas bancarias de Golzine. —Una mueca altiva congeló a los presentes—. Él nos está subestimando, mostrémosle lo que podemos hacer. —La ambición chispeó con una escalofriante nitidez en sus pupilas, me levanté de su regazo.

—Me gusta. —Él se había perdido en una tormenta de pensamientos—. Prefiero seguirlo atacando a esperar que haga algo. —Cain sonrió, satisfecho.

—No esperaba menos del lince de Nueva York. —Shorter me hizo señas desde la orilla de la puerta—. Dejarlo sin fondos lo enloquecerá. —Ignorando la aflicción me traté de escabullir, no obstante, su mano se había aferrado a mi muñeca.

—No es necesario que te vayas. —Él lo musitó bajito—. No me demoraré mucho haciendo esto, no te sientas obligado a salir. —Aunque el jefe de Harlem no parecía incómodo con mi presencia la insistencia del moreno me estaba desesperando—. Puedes quedarte a mi lado. —Sonreí, nunca estaba seguro si ese instinto protector era de un alfa o de Ash Lynx.

—No me siento obligado a irme, pero le prometí a Skip ayudarlo a plantar girasoles. —Él me soltó, fue amargo.

—Lo entiendo. —Fue tan triste.

—Cuida bien de él, Cain. —El nombrado asintió.

Salí de la habitación para encontrarme con el imponente Shorter Wong, la congoja fue evidente en el ambiente, Yut-Lung Lee se hallaba a su lado con una carpeta bajo el brazo.

—Tenemos que hablar.

Las diferentes pandillas se distribuyeron en el primer piso, la preocupación fue una tempestad despiadada con truenos de cansancio. Sing me levantó la mano como saludo bajo un triste mohín. Suspiré, sabía lo que él estaba pensando, la culpa no había sido de ninguno de los dos. Shorter nos guío hacia el fondo del pasillo, él sacó una llave para que tuviésemos privacidad. El cuarto era simple, el polvo manchó el aire, había un sofá deteriorado junto a varias cajas de cartón, había olor a moho entremezclado con óxido. Con un movimiento coqueto de caderas Yut-Lung Lee se acomodó en el asiento, se podía vislumbrar una de sus piernas a través de la abertura de su vestido. Tan seductor. Los ojos del alfa se encontraban clavados en tan descarado muslo. Ash tenía razón, estos dos eran dolorosamente obvios.

—Entonces... —Me abracé a mí mismo, hacía frío dentro de la habitación—. ¿Este es un secreto? —El moreno se quitó los lentes de sol, unas profundas ojeras resaltaron una cadavérica mueca. Desolación.

—Ash es nuestro líder, confiamos en él. —El carraspeo del omega fue grosero—. Pero estos días se ha portado como un lunático adicto al trabajo. —Ambos se encogieron en aquel destartalado sillón—. Nadie ha podido descansar por seguirle el paso. —Me mordí la boca, él también había bajado de peso, su palidez era aterradora. Culpa.

—Tu novio parece haber olvidado que estoy haciendo esto a espaldas de mi familia. —El cabello de Yut-Lung Lee se encontraba amarrado en una elegante coleta—. Él perdió la sutileza al enviarme órdenes. ¡Me está tratando como a una maldita secretaria! —El rubor fue feroz en la porcelana.

—Sé que esto debe ser difícil para él. —Aunque el americano me decía que siempre tenía las palabras correctas—. Yo... —Era mentira—. Lo lamento. —Nunca las tenía—. Sino me hubiesen atrapado él no estaría sintiéndose tan paranoico, debí ser más cuidadoso. —Pero los recuerdos eran una maraña confusa escarlata.

—Eiji... —La expresión de Shorter se suavizó—. No estamos acá para reprocharte, hiciste un gran trabajo. —Sus manos juguetearon sobre sus rodillas, sus jeans estaban rasgados.

—Si ese fuese el caso, la culpa también sería de Sing. —El ambiente se relajó—. Toda esa subasta fue un caos, lo importante es que logramos conseguir la información que necesitamos. —Esa sonrisa fue un consuelo flojo y lastimero—. Y regresamos a salvo. —Lo tomé, caminé hacia ellos.

—Sino están acá para decirme eso, ¿para qué me llamaron? —Una mirada incómoda centelleó en la ironía del destino, la pestilencia del moho perforó mis pulmones.

—Necesitamos que Ash tenga la mente clara para dar el siguiente golpe y tú eres la única persona a quien escucha.

—¿Siguiente golpe?

—Sí. —Yut-Lung Lee me extendió la carpeta—. Necesitamos acabar con esto rápido. —Aún bajo tan severa mueca pude vislumbrar una chispa de fragilidad—. Eiji, lo que ocurre en ese laboratorio no es humano. —Tomé los documentos entre mis manos, la sangre se me heló cuando los leí.

—¿Q-Qué? —Contuve una arcada al ver las fotografías, un grito de horror se me atoró en la garganta—. ¿Qué es esto? —Cuerpos mutilados, cadáveres quemados, cerebros cercenados, personas encadenadas, rostros a medias. El temblor en mis dedos arrugó los folios, habían niños. No, no pude seguir viendo.

—Están desarrollando una nueva faceta para el banana fish. —El más joven se levantó del sillón—. No sabemos lo que hace, pero parece peligroso. —La serenidad en su voz fue un contraste violento para el rencor en sus pupilas—. Como las pruebas de campo ya empezaron la van a sacar pronto al mercado.

—Además, tengo un mal presentimiento. —Pude contar cada vértebra en la espalda de Shorter ante tan mala postura—. Nos dejaron ir muy fácil, fue extraño. —La paranoia nubló la sensatez—. Casi no habían guardias en el laboratorio. —Él se frotó la frente, colérico—. Parece una trampa. —Perdí el aliento, esa fue la primera vez que el rostro de Yut-Lung Lee se llenó de dulzor.

—Pero no han habido más ataques, ¿deberíamos sospechar?

—Con mayor razón, Eiji. —Él regresó al sofá para consolar al alfa—. Esto se siente como la calma antes de la tormenta. —Apreté la carpeta contra mi pecho—. Sospecho que mis hermanos también están involucrados en esto. —El alfa se dejó caer en el regazo de la fragilidad, esas delicadas manos le acariciaron la espalda con una ternura desmesurada.

—Yo hablaré con él.

—No. —Él se acomodó un mechón detrás de la oreja—. Ese idiota enloquecerá si se entera ahora, ese no es un buen plan.

—¿Entonces qué quieren que haga?

—Se lo diremos en un par de días. —El más alto se levantó del amparo del omega—. Solo asegúrate de que descanse bien, el único que puede domar a ese bruto eres tú. —Me acaricié el cuello, nervioso, no recordaba poseer un magíster en emociones.

—Eiji. —Shorter se acercó para tomarme las manos—. Confiamos en ti. —El peso del mundo sobre mis hombros, mis rodillas demasiado débiles.

—Bien. —No obstante, si lo podía ayudar—. Me encargaré de eso. —Lo haría.

Regresamos a la sala principal, sumido en la decadencia el lince de Nueva York gobernó con una voluntad admirable a las diferentes pandillas, los glaciares en mi alma se derritieron cuando sus ojos me contemplaron, él se despidió para poder tomar mi mano. Él quiso decirle algo a la pareja que me acompañaba, no obstante, las palabras eran insuficientes en esta situación, lo único que pude hacer fue sostenerlo y llevarlo a su cuarto para que descansase. Contra quejidos berrinchudos él se recostó entre las sábanas, el agotamiento lo marchitó con fiebre, me senté a su lado, acariciando su frente, él me abrazó por la cintura. Tan lindo. Quería ser suficiente para él, me convencía de que éramos un buque indestructible en la tormenta cuando éramos de papel.

—¿Te vas a ir? —Su voz escapó ronca y adormilada, tragué con dificultad.

—No quiero molestarte mientras descansas. —Antes de que pudiese seguir con mis excusas él me arrojó a su lado, el toque del colchón fue un consuelo ilusorio.

—No me molestas. —Bastó un segundo para que ese implacable líder de pandilla se viese reducido a esto—. Te lo dije, no puedo dormir sino estás conmigo. —Él estaba demasiado cerca en esa gastada almohada, el calor me quemó la nariz, mis pensamientos fueron una bruma caótica. Lo perdía. Él me encontraba.

—¿Estás seguro de que esa fue la decisión correcta? —La incertidumbre me incitó a continuar—. Ya sabes, vaciar sus cuentas bancarias. —Hablar de Dino Golzine era caminar en un campo minado, porque lo amaba no lo quería presionar para que él develase tan crudo pasado, sin embargo, no saberlo era aún más doloroso para mí.

¿Con qué derecho se lo pedía si ya no volaba?

—Sin recursos él no podrá hacer nada. —No lo sabía, no obstante, anhelaba volar mientras fuese a su lado—. Además, así llamaremos su atención. —Él nos había cubierto con una sábana blanca, lo único que pude contemplar bajo tan implacable oscuridad fueron esos jades. Él era hermoso.

—Deberías tomarte un par de días libres. —Mis yemas delinearon sus ojeras, él estaba sudando debajo de las frazadas—. Si terminas colapsando por culpa del agotamiento él ganará. —Ni siquiera disimuló el desagrado, esa terquedad me resultaba frustrante.

—¿Te estás poniendo en mi contra igual que los demás? —Él era una rosa solitaria floreciendo en la crueldad—. No soy un anciano como tú para andar agotado. —Él era desastroso y complicado. Le apreté la nariz en un regaño.

—Con mayor razón deberías escuchar a tus mayores. —Él hería para mantenerse a salvo—. Ash, no me dejes afuera. —Él rasguñaba para adelantarse al abandono—. Te lo dije, aunque el mundo entero este en tu contra, yo siempre estaré a tu lado. —Él era trizas pero yo amaba cada uno de esos pedazos.

—Eiji... —Odiaba que él cargase con semejante adversidad, deseaba tomar su lugar.

—Lo digo por tu salud. —Era egoísta, sin embargo, anhelaba que él se apoyase más en mí. Tal vez era un beta simplón pero al menos trataba.

—Perdón. —Él suspiró—. Todos han sido muy insistentes con el tema, me siento presionado. —Le extendí mis brazos, él se acercó con una cautela descorazonada, su rostro se hundió en mi pecho, lo rodeé con fuerza.

—Si alguna vez te pierdo. —Deseando que esto fuese suficiente para protegernos de la tempestad—. Me volveré loco. —No lo dejé levantarse para mirarme—. Así que pórtate bien y descansa. —Era demasiado vergonzoso hacerlo. Él podría ver con una transparencia descarada lo mucho que lo adoraba.

—Bien. —Él se deshizo en esa caricia—. Te haré caso. —Él cerró los ojos, sus manos se mantuvieron aferradas a mi espalda, encima de mi polera.

Las palabras de Yut-Lung Lee fueron un océano de desolación.

No quise contarle a nadie sobre la subasta. Sing fue golpeado hasta la inconsciencia por tratar de defenderme, me inyectaron en la muñeca con un espeso líquido. Recuerdo haber estado mareado ante la incandescencia de las luces, las carcajadas hundidas bajo los alaridos de desconocidos, ojos derritiéndose como fuego en mi piel, un collar clavándose en mi garganta, una cara familiar en un cuarto de terciopelo, hacía calor adentro. Recuerdo haber escuchado a Ash clamar mi nombre antes de que me entregasen a un comprador, reconocí a ese sujeto. Sus dientes sobre mi cuello, el miedo en cada maldita respiración, la impotencia, los golpes, el abuso, la sangre. La vi correr. Un disparo. Encontrarlo a él. Perderlo de nuevo. Me llevé la mano hacia el rostro, estaba empapado de sudor. Esa noche había sido una maldita pesadilla, pero la peor parte de esa quimera fue que aquel alfa era alguien a quien yo conocía bien. No recuerdo a quien. Era verdad...

Esto se sentía como la calma antes de la tormenta.

—Eiji... —Él aún estaba despierto, mis piernas estaban entumecidas al haber permanecido demasiadas horas en la misma posición.

—¿No puedes dormir? —Él se apartó de mis brazos.

—No. —La estática fue un rayo ante tan adorable mohín—. ¿De verdad crees que podré ir contigo a Japón? —Su cabello se despeinó contra la almohada—. Sé sincero. —A veces él era esta clase de persona.

—Lo creo. —Una que necesitaba ser amada—. Cuando esto termine creo que puedes hacer lo que quieras con tu vida, Ash. —Él suspiró, dándose vueltas en la cama, la sábana aún nos cubría hasta la punta de los pies.

—Oye, Eiji, ¿has pensado alguna vez en la muerte?

—¿Muerte? —Él asintió.

—Hay una montaña en el Kilimanjaro, a 19.710 pies de altura, lleno de nieve. —Él parecía sumido en sus pensamientos—. Los Maasai llaman a la cumbre occidental «la casa de Dios», cerca de la cima yace marchito y congelado el cadáver de un leopardo. —Sus ojos regresaron a mí—. ¿Qué hacía tan arriba? Nadie es capaz de explicarlo. Cuando pienso en mi muerte me acuerdo de ese leopardo.

—Ash... —Tristes, melancólicos y solitarios. Su mano se encontraba sobre el colchón, me acerqué a él.

—¿Por qué escaló tanto la montaña? ¿Se perdió cazando a su presa hasta que llegó a un punto en el que no podía volver? ¿O subió y subió, poseído por algún instinto y se desplomó intentándolo? —Lo tenía tan cerca, le tenía tanto que decir—. Pienso en qué dirección estaba su cadáver. ¿Estaba intentando bajar? ¿O subir más alto?

Todo lo que estaba tratando de hacer era amarlo.

—De cualquier manera, ese leopardo sabía que nunca volvería. —No creía estarlo haciendo bien—. No pongas esa cara. Nunca le he temido a la muerte, pero tampoco la he deseado.

Amar era un cóctel de incertidumbre.

—Bien, me alegra escucharlo. —Amargo era estar a kilómetros en la misma cama—. Los humanos pueden cambiar su destino. —Agrío era saber que siempre existiría una pared de espinas entre nosotros dos—. Tienen sabiduría que los leopardos no. —Salado era darme cuenta de que me había ahogado en un dorado opaco.

—Supongo... —Me tomaba su amor sin saber qué contenía.

—Además, tú no eres un leopardo. —La única certeza que tenía en ese trago era que en un par de horas ya estaría ebrio de amor—. ¿Verdad? —Una trémula sonrisa suspendió en el aire, él regresó a mí desde el otro lado del colchón, nuestro agarre fue firme, la sábana aún nos estaba cubriendo de pies a cabeza.

—Sí. —Sus dedos se deslizaron por mis mejillas, el tacto ardió—. Supongo que sí. —Nuestras piernas se enredaron entre las frazadas—. ¿Puedes contarme más sobre nuestra vida en Japón? —Reí, sabiendo que esa ingenuidad no estaba extinta. Acaricié mi mentón mientras el esmeralda me hipnotizaba.

—Tendría que despertarte a la fuerza para que no llegases tarde a trabajar. —Tiré de su nariz con suavidad—. No como ahora que te levantas cuando quieres, podría usar calabazas para asustarte. —Él esbozó un puchero indignado antes de regresar a mí.

—¿Me prepararás cosas apestosas de desayuno? —Eran tan pocas veces las que podía contemplar este lado infantil, los nervios calaron hacia lo más profundo de mi corazón para volverlo a romper.

—Habrá natto cada mañana. —Esa dulce expresión no cambió—. Supongo que podríamos ir a citas durante los fines de semana, me gustaría mostrarte tanto lugares. —Una intensa vergüenza floreció en la inocencia—. Yo podría recibirte cuando llegues a casa. —Él me acarició el cuello, cerca.

—¿Por qué asumes que yo llegaré más tarde? —Su respiración cosquilleó en mi boca, la atmósfera pendió en un frágil aleteo.

—Porque serás un modelo bastante solicitado. —Sus palmas se deslizaron hacia mi cintura—. Mi novio es un hombre bastante guapo, ¿sabes? —Las mías se acomodaron alrededor de su cuello, nos hundimos en el colchón.

—¿Me arreglarás la corbata antes de ir a trabajar como una buena esposa? —Reí, aquella conversación no era lo que esperaba, sin embargo...

—Todos los días. —Me había derretido por él—. Y nunca necesitarás un arma. —Su nariz rozó la mía, la ilusión se me agolpó en la tráquea. Fue sofocante y ardiente, él me acercó.

—No me gustan las promesas. —La ferocidad en mi pulso se confundió con taquicardia—. No creo que las personas las hagan de verdad. —Su meñique se enlazó al mío—. Pero quiero creer en esta. —Me dejé envolver por su calidez.

—Está bien sino me crees. —Nuestros latidos fueron una sinfonía tortuosa—. Yo tendré fe por los dos. —Él tembló, sus piernas se encogieron, la lluvia humedeció mi cabello, la vida se me paralizó cuando alcé el mentón, ver al implacable Ash Lynx llorar—. Lo lamento. —Él se tocó la cara, confundido—. ¿Dije algo malo?

—No. —Él me atrajo con una impresionante suavidad—. No dijiste nada malo. —Al haber quedado encima de él le limpié la pena, deseando que mi amor fuese suficiente para que la lluvia se detuviera.

—¿Entonces? —Le retiré los mechones de la frente, quedando expuesto a esos intensos ojos verdes. Esos mismos repletos de soledad que me embelesaron la primera vez que nos conocimos. Esos mismos que me hacían sentir miserable a causa de la impotencia. Esos mismos, solo que...

—Y-Yo... —Ya no lo eran—. Nunca pensé que podría ser tan feliz. —Él había cambiado—. Yo no sé bien cómo reaccionar a esto, estoy asustado. —Pero estaba bien que lo hiciera, porque él no era un leopardo.

—Yo tampoco sé cómo reaccionar a ti. —Sus palmas se deslizaron bajo mi suéter para escribir poemas en mi voluntad—. Pero ya estamos en esto. —Un eléctrico magnetismo fulguró en el aire, su aliento acarició mis labios. Mi vida en esos jades.

—Mañana. —Mis dedos se deslizaron hacia su cuello, fue eléctrico y mortal—. Tengamos una cita real. —Aquella petición me causó una vergüenza imposible de disimular—. Hay algo que te quiero preguntar. —Aunque llevábamos meses juntos los nervios no se esfumaban.

—Eso me encantaría. —Y aunque amar era un caótico cóctel de incertidumbre.

—Eiji... —El único sabor que yo buscaba en este romance—. Gracias. —Era el dulzor de esos labios. 

¡Muchas gracias a quienes se tomaron el cariño para leer! Ahora si nos vemos en dos días con el capítulo que quería escribir en primer lugar.

¡Cuídense! 

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