Capítulo 11.
¡Hola mis bonitos lectores! Pidan un deseo ahora que subo capítulo mientras hay luz pero esta noche me pegará un buen de trabajo, así que aprovecho este ratito libre. Muchas gracias a todas las personas que se toman el cariño para leer.
¡Espero que les guste!
Su ternura floreció carente de raíces, sus llamas me envolvieron para apagarme en el olvido, sus lágrimas mancharon mi paraguas cuando el escarlata me atormentó.
Él coloreó pétalos de sol donde antes sucumbían las tormentas, la ingenuidad que esos grandes ojos cafés desprendían me purificaba, él surcó con una pértiga quebrada las cerraduras de la fragilidad. Era paralizante el terror que ese beta me gatillaba porque no podía merecerlo, sin embargo, era mucho más aterrador el mero pensamiento de perderlo. Era como si él fuese la pieza extraviada que estaba destinada a completar mi alma, o tal vez siempre estuvo ahí, a la espera de ser contemplada. Quería esconderlo de la maldad pero anhelaba verlo volar hacia la libertad.
Era extraño.
—Ni siquiera me estás escuchando, ¿no es así? —Parpadeé, regresando a aquella fastidiosa reunión, la sala se encontraba iluminada, arrugué la nariz, sus feromonas se habían impregnado por doquier—. Tienes la mente en cualquier otro lugar. —Su expresión fue una oda para la irritación.
—Te estoy escuchando. —Él acomodó sus codos en la mesa, su cabello se deslizó desde sus hombros hacia su espalda, la incomodidad en la atmósfera fue patética. Él suspiró, observando la torre de folios entre nosotros dos.
—Seguro lo haces. —Yut-Lung Lee chasqueó la lengua antes de extenderme dos invitaciones para la subasta que patrocinaría Dino Golzine este fin de semana—. Una de estas es mía. —Un asqueroso vuelco me paralizó los latidos—. La otra tuya.
—Odio este plan.
—Eiji es el único de nosotros que puede pasar como mercancía. —Como si mis pensamientos estuviesen transcritos en mi cara, él continuó—. Es tu omega, ¿verdad?
—Aun así no estoy de acuerdo. —El tiempo se cayó, lo traté de sostener, sin embargo, mis manos estaban manchadas—. No quiero arriesgarlo de esa manera. —Disimular la impotencia en mi voz fue inútil.
—Si hacemos las cosas bien él no estará en peligro. —Sus uñas se arrastraron sobre los documentos—. Lo único que tenemos que hacer es buscar alguna prueba que relacione a Dino Golzine con banana fish, eso nos dará la ventaja. —Mis manos se convirtieron en puños.
—Si algo le llega a pasar... —El corazón se me quebrajó con una dulce lentitud—. Quería dejarlo fuera de todo esto. —Pero estaba vacío.
—A mí tampoco me encanta la idea de arriesgarlo. —¿Vacío? Claro, él me lo había arrebatado—. Pero él está dispuesto a llegar hasta este extremo por ti, deja de subestimarlo. —Perderlo para encontrarlo, amarlo pero olvidarlo.
—Solo asegúrate de que las cosas salgan bien, víbora. —Mi frente reposó en mis palmas, el calor me atravesó la cordura, el sudor me escurrió hacia las yemas para convertir mi flequillo en una mezcolanza pegajosa.
—Lo único que falta son los planos del Club Cod. —Él cruzó una de sus piernas sobre la otra, su cabello se deslizó con suavidad hacia sus mejillas—. Tú dijiste que se los habías robado. —El filo en su mirada chorreó veneno. Los planes en mi mente se comenzaron a devastar como un castillo de arena.
—Los tengo guardados en un lugar seguro. —El japonés se había deslizado por las grietas de mi pasado para limpiarme—. Debo irlos a buscar pero supongo que en un par de días los podrás memorizar. —Ahora que la primera herida había aparecido, nada evitaría que me terminase de desmoronar—. ¿No es así? —Su carcajada fue histérica.
—Por supuesto que puedo, ¿por quién me estás tomando? —Rodé los ojos, fatigado. Aborrecía esa altanería.
—Esta es una declaración de guerra contra Dino Golzine, ¿te das cuenta de eso? —La malicia chispeó en sus pupilas con una belleza extraordinaria.
—Estoy listo para lo que ese cerdo tenga. —Aunque aquel omega era un petulante de mierda—. ¿Tú estás listo para traicionarlo? —Tenerlo de aliado era un alivio.
—Claro que lo estoy, nunca me he arrepentido. —Nacidos bajo las estrellas equivocadas—. Ni una sola vez.
—No esperaba menos de ti. —La atmósfera cambió, él se inclinó para rebuscar en su bolso—. Pero aún tenemos otro asunto del que nos debemos ocupar. —Él arrojó un diario sobre la mesa—. No puedes ignorar esto por siempre. —Palidecí.
—Con la subasta tan cerca no podemos decirle. —Apreté las hojas antes de lanzar un suspiro.
Las fotografías de Eiji Okumura se encontraban repartidas por todo Nueva York, aquel periodista había tapizado los medios con la esperanza de hallarlo, aunque no fue complicado filtrar las noticias o el acceso a internet en una burbuja de irrealidad, temía que él se topase con dichosos folios. La policía estaba alerta, sin embargo, al no poseer un género especial le habían restado importancia a la búsqueda, porque nadie se interesaría por llevarse a un beta, ¿verdad? Repugnante. Mis yemas repasaron la imagen, una trémula sonrisa pereció en mi cordura, no podía decírselo, no cuando recién lo había encontrado.
Perdido otra vez.
—Ese chico está enamorado de ti. —Mi agarre terminó rompiendo el diario—. No te va a dejar solo porque ese sujeto lo está buscando. —Por la manera en que esos grandes ojos cafés rebosaban incondicionalidad lo sabía, eran brillantes, ingenuos y profundos.
—¿Qué pasa si él se lo quiere llevar? —Era más de lo que merecía un trapo usado, no obstante—. ¿Qué pasa si lo acusan de cómplice por mi culpa? —Lo necesitaba. Yut-Lung Lee acomodó su rostro sobre su mano, el tedio en su bostezo fue grosero.
—Debe ser triste para él pensar que nadie lo ha estado buscando. —No pude sostener una mirada, la verdad fue un rosa marchita a mis pies—. Piénsalo, lleva más de dos meses desaparecido, ¿no crees que debería saberlo?
—¿Qué hacemos con la policía? ¿Qué hacemos si se lo llevan y ya no lo puedo proteger? —Me froté el ceño, sofocado. Los pensamientos se derramaron encima de la mesa, la aflicción solo goteó para colorear el papel.
—Esa es una excusa. —Sí, debía decírselo porque la dulzura de las mentiras era efímera.
—Se lo diré. —Sin embargo, anhelaba saborearla un poco más—. Pero no ahora.
—Bien. —Su chasqueo de lengua fue molesto—. Porque ese periodista va todos los días a mi casa para preguntarme si he sabido algo sobre su adorable beta. —El aire se me escapó, la boca se me secó, una astuta sonrisa fue contenida contra sus nudillos.
—¿Desde cuándo lo sabes? —Él alzó una ceja, indignado.
—Desde siempre, apenas dejó mi casa supe que lo había confundido. —Un mechón pendió contra su oreja—. Pero Eiji hizo tanto esfuerzo tratando de actuar como un omega, no podía decirle que lo había descubierto. —La suavidad en sus facciones fue escalofriante—. Al final me encariñé con él.
—¿No se lo dirás a nadie?
—No lo he delatado hasta ahora, ¿no es así? —Era verdad, sin embargo, las serpientes eran depredadores traicioneros—. Además no estoy trabajando contigo por tu encantadora personalidad, confío en ti porque tampoco estás buscando un heredero, ellos nos están tratando como animales de criadero. —Suspiré.
—¿Cuándo no lo han hecho? —El silencio fue una cruel confirmación—. Voy a buscar los planos antes de que anochezca, puedes pedirle a Shorter que te escolte de regreso.
—¡No necesito a ese sujeto! —Él se levantó, humillado, antes de darme la espalda—. Diviértete siendo asquerosamente acaramelado con tu novio. —Sonreí, satisfecho.
—Claro que lo haré. —Pero el mal sabor no cesó.
Mis pasos retumbaron en mi cabeza cuando lo empecé a buscar, la situación se había convertido en un irrevocable, bajé los hombros, ahora lo inevitable parecía perderlo, la garganta se me cerró, un puño tiritó contra mi pecho. Mientras más me vislumbraba más pedazos se me caían, sin embargo, esa desmesurada ternura me había inspirado para que anhelase una historia normal. Tonto, ¿no? Aprendí a matar antes de que pudiese gritar pero aun así tiritaba en sus brazos, esto estaba creciendo como un copo de nieve colina abajo, hermoso pero destructivo, sofocante y problemático. El tiempo se desgarró apenas llegué hacia el jardín, el japonés se encontraba acomodado en una banca de madera junto a Arthur, él se hallaba envolviéndole la mano con una gasa de tela, la realidad se destiñó, las rosas desgarraron la inocencia perdida. Porque lo amaba no quería encerrarlo en una jaula, no obstante, fue amarga la naturalidad de esa escena.
¿Con qué derecho lo arrastraba cuando era polvo de espinas?
¿Con qué corazón lo amaba si la ingenuidad sucumbió con el flash de una cámara?
—¡Ash! —La voz de Skipper captó mi atención, él estaba apoyado contra un roble mientras jugaba con pétalos de girasoles, algunas botellas yacían a sus pies—. Hace mucho no te veía. —Me convertí en el protagonista de las luces.
—La víbora te estaba buscando para regañarte, al parecer no le agradó tu falta de exclusividad. —Él se encogió de hombros, estirando sus piernas contra la hierba.
—Se le pasará en algunos días, ya sabes cómo es él. —La sonrisa que Eiji me regaló fue arrebatadora.
—H-Hola. —Maldije el tartamudeo en mi voz.
—Pensé que estabas en una reunión. —Mi mano se deslizó sobre su hombro, su perfume cosquilleó debajo de mi nariz para calar hacia mis pulmones, tan embriagador.
—La tenía pero no tolero mucho tiempo a ese sujeto. —Skipper se estiró bajo la sombra del árbol con pereza, la venda seguía pendiendo a medias en la mano del alfa—. Además te extrañaba. —El rubor en sus mejillas fue adorable, los latidos me martillearon con violencia.
—Lo siento, estaba ayudando a Arthur porque se metió en una pelea. —El nombrado liberó sus feromonas con satisfacción, rodé los ojos, cansado de este juego de poder y control.
—Por fin lo empezaste a tratar como tu amante. —Su palma se deslizó hacia la rodilla de mi pareja—. Pensé que te aburrirías de él como ocurrió con tus demás pretendientes. —El moreno terminó de acomodar el vendaje antes de levantarse—. El viejo te enseñó bien eso, a desechar a las personas luego de usarlas.
—Detente.
—Aunque a ti te ha conservado por años, supongo que tienes talento para chupar pollas.
—¡Arthur! —Skipper se levantó, colérico, los girasoles quedaron atrapados en sus puños—. ¡Me agradas pero cuando arrojas esta clase de comentarios eres insoportable! —Una risita sarcástica retumbó por el jardín.
—Pero es la verdad, los viejos hábitos no mueren con facilidad. —El japonés me rodeó los hombros con recelo—. El lince de Nueva York no es más que una prostituta.
—¡No lo es! —La rabia lo hizo temblar—. Mi novio es el hombre más maravilloso del mundo pero ni siquiera te has molestado en conocerlo. —Perdí el aliento, la conmoción coloreó el cielo, esta era la primera vez que alguien me defendía sin pedir nada a cambio—. ¡Eres un idiota sino puedes verlo! —Él apretó sus párpados antes de sacarle la lengua, reí. Él era terrible intimidando.
—¡Eres muy rudo Ei-chan! —Los tres nos apartamos de la banca, su mano se entrelazó a la mía, sus ojos fueron olas doradas en esta pesadilla corroída.
—Creo que la Coca-Cola me dejó con demasiada energía. —Skipper metió sus manos en su jardinera, divertido.
—Eso tenía ron. —El japonés se atragantó a mi lado.
—¡Skip!
—No me miren así, están enfadados con ese idiota, no conmigo —Suspiré, aunque Arthur era de mis mejores hombres no confiaba en él.
—¿Tú qué haces aquí? Pensé que tenías otro trabajo. —La risa de mi novio cosquilleó contra mi cuello, la sensación fue mortífera.
—Me gusta venir a jugar con Ei-chan y con Bones, pero ya me iba. —La ansiedad que me gatilló su mohín fue atronadora, los nervios me paralizaron las piernas—. Tienen trabajo que hacer, muero por ver cómo serán sus bebés. —Un guiño travieso nos fue obsequiado.
—Me dijiste novio allá atrás. —La torpeza destrozó la seguridad en un endeble tartamudeo, él detuvo sus pasos, me di vueltas para encarar a la libertad.
—Eso es lo que eres, Ash. —Aunque su rostro se vio coloreado por la vergüenza, él no vaciló—. Mi pareja. —La expectación en sus pupilas se enfocó en los girasoles, sonreí, atontado. ¿Cómo era posible que fuese tan lindo?
—¿Por qué la repentina timidez? ¿No me estabas tratando de seducir, onii-chan? —El rubor en sus mejillas me hipnotizó, acuné su mentón con suavidad. Él poseía palabras audaces, sin embargo, se ahogaba en la pena tras el mínimo roce de sinceridad.
—Tú empezaste. —Nuestras miradas se volvieron a encontrar, las chispas danzaron en el aire, la brisa nos convirtió en un desastre, la ternura de esa caricia no tuvo comparación.
—Tú fuiste quien me defendió. —Él infló sus mofletes, cohibido—. Eso fue lindo.
—Tú eres lindo. —Mis labios se apoyaron contra su nariz, la electricidad nos abrumó—. Gracias a ti me he vuelto bastante bueno colocando vendajes. —Mi vida por esos ojos.
—Has mejorado pero sigues siendo un japonés descuidado. —Una sonrisa apenada se dibujó en la magnanimidad de lo efímero, él se acercó, sus pestañas me cosquillearon bajo la barbilla—. Deberías practicar más conmigo. —Mis palmas se acomodaron sobre su cintura, las suyas se enredaron en mi nuca.
—¿El pequeño lince quiere atención? —Era surreal la facilidad con la que podía olvidar la crueldad para perecer en aquel chico.
—La quiero. —Era peligrosa la facilidad con la que mis cadenas se esfumaban cuando jugábamos a estar enamorados—. Me gustas tanto. —Anhelaba poder escribir un final a su lado.
—Y tú a mí.
—Sigo aquí, ¿saben? —Skipper se había sentado en el pasto, divertido—. Shorter tiene razón, son bastante intensos cuando están juntos, ¿harán el bebé ahora?
—¡Skip!
Nos subimos a mi motocicleta cuando Nueva York fue cubierto por el manto de la nostalgia. Aunque estaba vistiendo una chaqueta gruesa de mezclilla sus manos lograron atravesar el gélido para quemar la remembranza, sus piernas se acomodaron entre mis caderas, su rostro se hundió en mi espalda, la estridencia del motor sucumbió ante tan violento palpitar, la boca se me secó mientras recorríamos la autopista. Concentrarse con su respiración agolpada en mi nuca fue imposible, amarlo era un delirio mortífero. Condujimos toda la noche abrazados. El pasado se manifestó como una vieja cabaña abandonada en Cape Cod, las paredes estaban en ruinas, la mitad de las tejas se habían caído, sin importar que tanto me esforzase para pretender estaba hundido en sangre.
Era un asesino.
—¿Es acá? —La curiosidad que chispeó en sus pupilas fue un ancla destructiva, los muros se estaban pudriendo, su recuerdo me convirtió en un niño.
—Es acá. —Las tablas chirriaron con nuestras pisadas, el polvo coloreó el aire, me agaché en medio de la sala, tomando el borde del suelo—. Dino Golzine no conoce este lugar, por eso me pareció seguro. —Tiré de la madera para revelar una caja metálica dentro de un compartimiento secreto.
—¿Qué es este lugar? —En su interior yacían los planos que le robé cuando él se encontraba demasiado distraído saboreando el sexo mientras mi mente clamaba desesperada por piedad. Los humanos tenían maneras curiosas para sobrevivir.
—Todo está acá. —Mi sonrisa se borró luego de contemplar la cabaña: los muebles estaban rotos, las fotografías fueron quemadas, telas de arañas suspendían entre las vigas, las memorias estaban podridas—. Este lugar fue donde mi hermano y yo crecimos. —El japonés frenó sus movimientos para acomodarse a mi lado, pero no había nada a nuestro alrededor.
—¿Acá? —La puerta chirrió contra el viento, las ventanas se habían quebrado, el frío nos congelaría.
—Sí... —Era una casa tan pobre que apenas clasificaba como tal—. Era un niño, no recuerdo mucho. —Sin embargo, mi última sonrisa inocente la di en este lugar—. Pero sé que era acá. —Griffin se sentiría asqueado si supiese donde su hermanito había estado.
—Hablas con mucho cariño de esta cabaña. —En medio de la soledad, cuando me dejaron con la ropa rasgada bajo la tormenta—. De seguro tienes memorias bonitas acá. —Él me encontró.
—Me gustaría tener más. —Él tampoco tenía un paraguas, sin embargo, me acunó, como si esos delgados brazos fuesen suficientes para resguardarnos de la crueldad—. Hizo lo mejor que pudo, él tenía 15 años cuando mi papá nos abandonó. —Quería que él vislumbrase a través de la suciedad, sin embargo, me aterraba—. Lo amaba mucho.
—Ash... —Porque no había nada agradable que contar sobre un amanecer manchado—. Está bien. —La gentileza con la que me rodeó me destrozó, me aferré a su cintura, profesándome demasiado pequeño para tan vasto pasado—. Estoy contigo.
—¿No debería ser al revés?— ¿Cómo ofrecerle amor cuando solo había odiado? ¿Cómo incitarlo a volar sino tenía alas?—. Yo soy el alfa de la relación. —Pero él era la mejor parte de mí.
—Eso nunca me ha importado. —Eso me paralizó. Mi rostro se hundió en su pecho, la ansiedad en su palpitar provocó una sonrisa—. Podrías haber sido un beta o un omega pero yo de todas maneras me habría enamorado de ti. —Me oculté en él, me refugié en esas bonitas palabras deseando que fuesen un paraguas.
—A veces no te entiendo. —Cerré los ojos, permitiendo que su perfume calase hacia mi alma para plantar esperanza—. Eres extraño. —Su risa acarició la punta de mis cabellos, sus brazos envolvieron mi espalda, encajamos a la perfección, como si hubiésemos estado destinados a este momento.
—De todas maneras me pediste ser tu novio. —Me restregué contra él, sabiendo que era un niño abandonado con un girasol muerto bajo los pies.
—Lo hice.
Revisamos aquellos papeles con una cautela exagerada, me dediqué a explicarle con detalle la infraestructura del Club Cod junto a los horarios, bosquejamos una infinidad de planes de respaldo para asegurar su bienestar. La falta de sueño entremezclada con el hambre nos venció, salimos a tomar aire cuando la tarde se hizo presente, un mar dorado se materializó a través de las espigas, el fulgor del lago reflejó la nitidez del cielo, el frío se deslizó por nuestro agarre de manos, nos sentamos en el pasto, la humedad me cosquilleó contra los jeans, él encogió sus rodillas hacia su vientre mientras su atención era robada por la beldad del paisaje, una tímida sonrisa se pintó en sus labios, sus ojos le arrebataron lo etéreo a las estrellas. Estaba perdido por él, tan ahogado.
Ayer me di cuenta de que ya no estaba solo.
—Ash. —Mi nombre se deslizó con el viento para acariciar mis oídos—. ¿Tú quieres vivir de esta manera por siempre? —El dulzor en la atmósfera me resultó eléctrico, él me quitó la respiración en un parpadeo.
—¿A qué te refieres? —Él no me miró, mi pregunta solo hizo eco por las espinas del dolor, su mentón cayó contra sus rodillas.
—A ser líder de pandilla. —Sus pestañas se enredaron a su flequillo—. ¿Siempre quieres vivir de esta manera? —Cuando sus ojos se volvieron a conectar con los míos el reflejo me congeló, porque vislumbré temor dentro ellos. No a la muerte.
—¿Qué otra cosa podría hacer alguien como yo? —Sino al amor—. Mis manos están manchadas de sangre. —Aunque traté de restarle importancia con una risa, él me leyó con una increíble transparencia—. De la sangre de toda la gente que he matado.
—Tuviste que hacerlo o te habrían matado. —Quería mantenerlo cerca para mostrarle la mejor parte de mí, no obstante, apartarlo sería más sencillo a aceptar lo podrido que estaba. Mi puño tembló contra la hierba, temí llorar frente a tan abrumadora ternura.
—Mi padre siempre me decía que era muy problemático. —Cuando él me trató de tocar lo aparté—. Solo te causaré problemas a ti también. —Hacía demasiado frío para él en este lugar—. Como ahora con la subasta. —A veces olvidaba lo diferente que él era.
—¿Crees que me importa? ¡No es así! ¡Lo sabes mejor que nadie! —Su voz retumbó por Cape Cod como si fuese una promesa—. No quiero perderte, haría lo que fuera por ti. —Bajé el mentón, tratando de comprender esas palabras.
Porque de todas las personas a quienes él podría haber elegido amar...
¿No era tonto?
—Ven conmigo a Japón, allí no necesitarás una pistola, podrás volver a nacer, podrás ser libre. —No deseaba ilusionarme con copos de fantasía o finales de tinta corrida—. No quiero hacerte luchar de nuevo, no quiero que te enfrentes a más peligros. —Pero lo hice. Sonreí, dejándome envolver por esa ilusión.
—Gracias. —Esos profundos ojos de eternidad me impidieron mirar hacia otro lugar—. Yo también quería ser como tú. —Mi corazón latió tan rápido que temí romperlo—. Siempre deseé haber tenido una vida normal.
—¡Todavía puedes! ¡No es demasiado tarde! —Él proclamó aquellas palabras con tanta seguridad mientras sostenía mi mano, dejé que él se acercara, permití que me deshiciera—. ¡Puedes lograr cualquier cosa!
—Entonces tendrás que enseñarme japonés. —Ayer me di cuenta de que ya no estaba solo.
—¡Por supuesto! Lo aprenderás rápido. —Hoy me levanté aunque estaba negro y azul por todas partes.
—¿Cómo te imaginas que será? —Mañana alguien querría seguir viviendo pero no se le permitirá. —Nuestra vida juntos, sin mafias de por medio o pandillas. —Él frunció la boca antes de relajarse, su expresión fue absolutamente adorable.
—No tendríamos un lugar tan lujoso pero podría funcionar. —Quería caminar junto a él aunque la inocencia fuese corrosiva—. Sería hogareño. —Sí, era una idea ridícula e imprudente, no obstante, me aferré a ella cada instante que la misericordia me otorgó.
—Cuéntame más. —Tal vez si creía lo suficiente podría transformarla en mi realidad—. Quiero saber cómo nos imaginas.
—Bueno... —Él se rascó la mejilla, nervioso—. Eres bastante guapo, serías un buen modelo. —Pero eso no era tan sencillo como la pornografía infantil, me mordí la lengua, no apagaría semejante fulgor con mis heridas—. Las chicas estarían locas por un alfa extranjero como tú. —Él jamás arrojaría un comentario con malicia. Acomodé mi mentón contra mis rodillas, mirándolo.
—¿Y tú qué harías? —La sonrisa de Eiji Okumura era el cuadro más hermoso que había contemplado—. ¿O quieres que te mantenga, onii-chan? —El brillo de la tarde se posó en sus pestañas, era inevitable que él se quedase con mi corazón.
—Yo te podría fotografiar. —Nuestras zapatillas chocaron bajo el susurro de las espigas—. Te prepararía natto cada mañana, incluso podríamos tener un perro en un apartamento pequeño. —Su calidez atravesó la ventisca, su cabeza cayó encima de mi hombro, la noche fue agradable—. Sería una vida bastante diferente a la que conoces. —Nuestras yemas cosquillearon ante el bamboleo de la hierba.
—¿Pero...? —Su respiración se agitó, las orejas le enrojecieron.
—Pero me tendrás a tu lado. —El candor en mis mejillas fue insoportable—. Dije para siempre, ¿no es así? —Maldición, lo amaba tanto.
—Lo hiciste. —Este romance era débil, se apagaría en esta historia de tormentas—. Eiji... —Pero a pesar del gélido seguía brillando—. ¿No hay forma de convencerte para que no vayas a la subasta? —Su respiración me acarició el mentón, sus cabellos danzaron bajo mi nariz, qué fragancia más delicada.
—Nada de lo que digas me hará desistir. —Rodé los ojos, aborreciéndome por amar esa terquedad—. Puedes apoyarte en mí, ¿sabes? Soy tu amante. —Temía perderlo. ¿Qué sería de mí sin él?
—Eres tan obstinado. —Había dejado que su amor me consumiese para convertirme en alguien diferente—. Entonces, prométeme que si las cosas se ponen feas te irás. —Me hacía querer ser más humano para él.
—Solo si tú prometes mantenerte a salvo e ir a Japón conmigo cuando esto acabe. —Ansiaba acunar el mundo entero solo para ponerlo en esas pequeñas manos—. No tiene que ser de inmediato, me mantendré a tu lado hasta que te sientas listo. —Sonreí, extendiendo mi palma hacia su mejilla, él dejó que lo acariciase, como un conejito mimoso.
—Es una promesa.
Aunque el tiempo era un serafín desalmado y las manecillas no nos mostraron piedad, permanecimos en aquel lugar hasta que la oscuridad fue aplacada por las estrellas. Nos recostamos en el pasto para contar sueños en lugar de luciérnagas, la aspereza de las espigas fue un bote en ese océano de memorias, el bamboleo de los árboles apenas se hizo visible bajo luna, el aroma de las flores nos embriagó. Ambos reímos nerviosos mientras construíamos castillos en el aire, la punta de mis dedos sostuvo la suya, usé mi chaqueta para protegerlo de la humedad. Suspiré, tal vez Griffin no estaría tan decepcionado si me pudiese ver ahora, porque no podía estar tan sucio si él me sonreía de esta manera.
—Eiji... —La infinidad en esas pestañas me arrebató el aliento—. ¿Los betas tienen a una persona destinada? —Aunque mis piernas estaban clavadas al suelo, estás temblaron cuando él se acercó.
—No sé si llamarlo persona destinada... —Sus brazos se acomodaron encima de mi pecho, su rostro reposó en el refugio que forjaron sus mangas, su aliento pendió hacia mis labios—. Pero me gusta pensar así. —Sus dedos trazaron dibujos al azar en mi clavícula.
—Quiero saber más de eso. —Nuestros muslos se enredaron.
—Supongo que es como estar enamorado. —Mis palmas se acomodaron encima de su espalda—. ¿Cómo se siente tener a una persona destinada? —Reí, dejándome intoxicar por la tensión, la curiosidad que rebosó ese puchero fue abrumadora. Tan lindo.
—Supongo que se siente como estar enamorado. —Su ceño fruncido me hizo carcajear—. Ese vínculo es una fuerza vital, es adictivo, la emoción de haber encontrado a la persona para la que fuiste hecha es impresionante.
—Ya veo... —Retiré una hoja de sus cabellos, su nariz acarició la punta de la mía, la cercanía me quemó.
—Pero también es aterrador. —Él parpadeó, más anonado que indignado.
—¿Por qué? —Él se encogió sobre mi pecho cuando la brisa susurró, lo sostuve con fuerza.
—Porque puedes morir de tristeza si pierdes a esa persona. —Nuestras palmas se conectaron para jamás volverse a soltar—. El vínculo es tan poderoso que es inexplicable, pero soportarías cualquier cosa mientras pudieses estar junto a tu destinado. —Él se mordió el labio, enfocando su atención en el cielo antes de regresar a mí, su palpitar hizo eco en mi propio pecho.
—Eso debe ser lindo... —Aún en la oscuridad pude vislumbrarlo a la perfección—. Preferiría sentir algo así y perderlo a vivir con miedo. —Llevé su palma hacia mis labios, el beso lo hizo temblar—. Pero yo nunca sabré eso, solo soy un beta...
—¿Puedo ser la persona a la que estás destinada? —Su rostro fue coloreado por la conmoción.
—¿Q-Qué? —Sus piernas se encogieron entre las mías, su pulso se disparó—. No seas ridículo, seguramente tú tienes a un omega. —Él dijo eso, sin embargo, la tristeza lo devastó. Acomodé un mechón detrás de su oreja, la brisa lo volvió a desordenar.
—Yo no quiero a un omega. —Cada fibra me cosquilleó ante esa cercanía—. Yo te quiero a ti. —Los ojos se le cristalizaron con esa confesión—. No necesito de un destinado si ya tengo a mi alma gemela. —Aun así él me sonrió.
Él era tanto para mí.
—Si tú te sientes de esa manera... —La belleza de ese mohín me hizo olvidar el dolor—. Y yo me siento de esa manera, supongo que eso nos convierte en almas gemelas. —Por primera vez no me importó la caída.
—Supongo que sí. —Sus brazos se deslizaron hacia mi cuello, los latidos se me atoraron en la tráquea, el aire fue estático, la noche tentación.
Lo tomé de la nuca para acercarlo, su dulzura me intoxicó, sus yemas se deslizaron por mis pómulos como toques de sol, fallecí en esos labios para volver a existir. No me importaba que él no fuese un omega, él era quien me hacía fuerte pero al mismo tiempo me convertía en un pequeño niño asustado, él creyó en mí cuando me abandoné, me escuchó aunque la desesperanza fue muda. Este era mi vínculo de destinado. Cerré los ojos, saboreando tan reconfortante esencia, nuestros latidos hicieron eco por todo Cape Cod, el roce fue apasionado pero cariño, fue más de lo que alguna vez anhelé. Nos besamos hasta que mi alma floreció en sus suspiros. Tan adictivo. Él me coqueteó, sí, con esos grandes ojos de ciervo antes de apoyar su frente contra la mía para reír.
—De verdad me gustas, Ash. —Por los nervios entrelazados a esa sonrisa supe que era verdad.
—Aslan. —Por lo inefable de su mirada supe que ya no lo podía ocultar—. Ese es mi verdadero nombre. —Lo sostuve con suavidad, esperando que él aceptase las cicatrices de un niño abandonado—. Aslan Jade Callenreese.
—¿Qué significa?
—Es una palabra antigua para orar en hebreo, significa amanecer ya que nací al alba.
—Aslan. —El pecho me cosquilleó con ese murmullo—. Te queda a la perfección. —Las mejillas se me llenaron de vergüenza cuando él se inclinó.
—Eiji... —Lo llamé, tan embobado como aturdido.
—¿Sí? —Completamente enamorado, él era hermoso.
—Es una promesa entre nosotros dos. —Por ahora esto tendría que bastar.
Los humanos son raros. No entienden la muerte, pero le temen por instinto. Ha habido innumerables ocasiones en las que pensé que estaría mejor muerto. Que nada podía ser peor que lo que me estaba pasando en ese momento. En situaciones así la muerte parecía dulce, pacífica e insoportablemente atractiva.
Sí, yo no le temía a la muerte, yo le temía a algo mucho peor.
Aquel miedo se resumía en dos palabras...
Eiji Okumura.
Edité este capítulo un montón porque no le tenía fe pero de tanto editarlo ya no sé si quedo bien y solo me mareó, he ahí la explicación de la demora, sabotearme es mi pasión. Bueno, como soy una desorganizada estaré actualizando otra historia hasta el lunes para acabar ese fluff a tiempo para el 14, pero el lunes regresamos a nuestra programación habitual acá. ¡Muchas gracias por haberse tomado el cariño para leer!
¡Cuídense!
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