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¡Sigurd, el último titán!

Capítulo 62

Cris y Sigurd habían decidido viajar hacia la Región Duende, por consejo de Filius, quien tuvo una acalorada discusión con el pequeño Moon. El anciano mago y caballero, señalaba que la mejor opción era tomar un puerto desde el reino Diamante, pero el pequeño Moon decía que no había tierra más pacífica que la región Duende, y que el problema de los del Norte, era que no confiaban en las maravillas del Sur. Cris, por experiencias pasadas, apoyó al duendecillo porque había estado en el reino Diamante, y, si toda la información obtenida era cierto, Hécate estaba allí y posiblemente aquel demonio. 

Al final, la decisión de Moon fue la aceptada. 

Gracias a Donny y a Mina, todos iban a caballo. Moon, por supuesto, estaba como siempre en el bolsillo de las ropas de Filius. Y debido a lo señalado del reino Amatista, tomaron la franja que dividía la región Leprechaum  y Amatista, para ir en dirección a la región duende. 

La franja de los reinos con las regiones mágicas tenían algo en particular: Lo que realmente lo delimitaba eran auroras boreales que desprendían mucha magia cósmica, pero desde los acontecimientos de hace años por la aparición del Nihilismo, estas habían desaparecido por completo. Así que, el cielo se veía tan común como en otros lados, y era una pena. 

—Este mundo se está yendo a la cañería —dijo Filius, mirando al cielo—. Hace años si se quería realizar un acto mágico poderoso, se venía a este lugar para absorber la energía de las auroras. 

—¿Cómo en el monte de la tres piedras? —Preguntó Sigurd, recordando el lugar en el que se había casado con Eileen.  

—Bueno, ese es un lugar con un poder único, pero digamos que parecido, aunque no es lo mismo —respondió Filius. 

—¿Por qué no es lo mismo? —Preguntó Cris, interesado, sorprendiendo a todos porque el chico había sido un cazador, convencido de que la magia era un problema. 

—El monte de las tres piedras, solo puede ser usado si las intenciones de las personas son buenas. La magia que allí se desprende es de las más puras y ningún ser con intenciones impuras, podría acceder a ese poder. Algunos, inclusos dicen, que gente malvada a muerto con solo pisar la tierra de ese lugar. 

El sonido de los cascos de los caballos eran firmes, en aquel terreno plano, con pequeños montículos de tierra. Desde ese punto del camino, se veía a un costado el bosque verdoso Amatista, lleno de pinos y arboles frondosos que, en otro tiempo harían podido tener muchos frutos, sin embargo, se mantenían vivos; del otro lado, parecía una tierra de ensueño: se veían altas montañas, con árboles de muchos colores, insectos elegantes y voladores que le daban un poco de vida, y más allá de las montañas, se veía un arcoíris que les atravesaba. Esa era la tierra de los Leprechaums

—En cambio —continuó Filius hablando—, las auroras boreales eran solo una fuente de magia del cosmos. Cualquier criatura, con cualquier intención, podía hacer uso de ella. 

—Suena como una fuente que debía ser erradicada —dijo Cris, con el ceño fruncido. 

—Pues parece que te han oído —respondió Sigurd—, ¿Qué crees que haya pasado? 

—Si entramos en la era en la que todos buscan poder para alzarse al trono de Gaia, entonces, no me sorprende que hayan buscado la forma de alimentarse de toda la energía de las auroras boreales —añadió Filius, pensativo.

—Pero eso significaría que alguien debe tener el poder suficiente para hacerlo, porque sería una fuente infinita de poder —dijo alarmado Sigurd.

—No tan infinita, al parecer —agregó Cris—, si lo hubiera sido, entonces la seguiríamos viendo en este momento. 

—Siempre se creyó que lo eran, pero Cris tiene razón —aseguró Filius. 

—Mi reino tiene mucho de ellas —al final, comentó Moon. 

Todos le observaron.

—¿Por qué no nos hablas de tu región, Moon? —Preguntó Cris, creyendo que eran realmente ignorantes de ese lugar—, cuando era cazador, nos decían que debíamos ir a cazar en el marco de los reinos humanos, que evitáramos a cualquier costa las regiones mágicas. ¿Qué ocultan exactamente?  

—Lo que conozco de ellas, han sido por libros y alguno que otro que había osado explorar la zona, aunque nunca se profundizó demasiado. Se temía —añadió Filius. 

—Las regiones mágicas son sitios que buscan alejar, precisamente a los humanos. Cuando estos en la historia se alzaron contra los seres mágicos, muchos de nosotros nos vimos vulnerables al depender demasiado de la magia —comenzó a explicar Moon—, se alzaron numerosos cazadores y humanos brillantes que, consiguieron sustancias que anulaban la magia. 

—La alquimia —dijo Cris, con una sonrisa. Moon asintió.

—La alquimia surgió desde los primeros experimentos con el Ácara, un componente que se encuentra en la corteza de los árboles de la región de los Leprechaum, con el cual le hacía ver ilusiones a los humanos, sentirse en éxtasis, quitaba el dolor, aunque no la enfermedad, y potenciaba a otras el deseo de ser valiente o el semental más prominente —Filius, aclaró aquello para el rostro perdido de Sigurd. 

—Es cierto que el principal comerciante de Ácara había sido el reino Zafiro, en secreto, pero debido a la destrucción que provocó la gran conquistadora del reino Diamante, todo aquello afectó tal comercio, de modo que los Leprechaum dejaron de recibir oro, la única de las cosas que aprecian más que su propia vida —añadió el pequeño Moon—, por eso, conseguir Ácara en este momento, no es tan sencillo. 

—Pero si son tan codiciosos los Leprechaum como señalas, seguramente ellos buscarán la forma de seguir exportando lo único que parece idiotizar a los humanos —dijo Cris, con la mirada enfrente. 

—Sin duda alguna. Esos zorros viejos buscarán la forma de seguir haciendo lo que les place. Ellos, de hecho, eran los principales en hacer uso de la magia que desprendía las auroras boreales —agregó Moon. 

—¿Cómo estarán haciendo ahora, entonces? —Preguntó Sigurd. 

Moon se encogió de hombros. No tenía la respuesta de ello, pero si la convicción de que estrían buscando la forma de dañar a este mundo por su codicia.  

En algún punto, luego de horas trotando, tuvieron que adentrarse directamente hacia la región Leprechaum, en el centro sur, de este. El paso que daba hacia la línea recta, había sido superpuesto con un enorme bosque que no tenía relación Con Amatista ni con la región Leprechaum, además, la sensación que sintieron en ese punto, era de extrema oscuridad que heló a los chicos  por completo y tuvieron que buscar otra dirección. Aunque Filius y Moon estaban dudosos de entrar, Cris y Sigurd fueron los que se animaron a atravesar la región Leprechaum. A fin de cuentas, era mejor que el obstáculo que se les había presentado enfrente.

Obviamente, el tiempo y el desgaste, por más que fueran personas no muy comunes, estaba siendo notorios en ellos. Por eso, aunque lamentaban hacerlo, tuvieron que parar en un montículo pedregoso de aquel lugar que, en apariencia, parecía inocente. Arboles amarillos y rosados se habían alzado alrededor de ellos, y pequeños arbustos con flores de muchos colores eran arropadas por mariposas que se movían en una danza de un lugar a otro. Habían sujetado los caballos, y Cris se encargó de cazar algo para comer. Lamentablemente, no fue un buen día para dos par de liebres. 

Lo maravilloso fue ver a Moon, hacer uso de sus habilidades para limpiar a las criaturas ya muertas. Ni siquiera se llenó de sangre. 

—Un buen duendecillo sabe cocinar sin ensuciarse —dijo el pequeño Moon, con galantería, mientras hacía fuego mágico. La diferencia del real y este, es que el fuego mágico era de color verde brillante. 

Sigurd se encargó de empalar los animalitos y ponerlos sobre el fuego. Mientras que el anciano Filius estaba vigilante, junto a Cris. Uno estaba en dirección al este y otro hacia el oeste. Todos parecía estar bien, demasiado tranquilo en realidad, hasta que la sed llegó.

—Tengo sed —fue Sigurd el primero, debido a la exposición del fuego. 

—Yo puedo....

—¡Miren! ¡Allí hay una fuente de agua! —interrumpió Cris a Moon, quien parecía querer ayudar.

Todos se acercaron a ver, y todos, excepto Filius parecían mirar con desagrado el arroyo. Miraban las profundas aguas enmarcadas por elevadas piedras y riscos. Hacia la profundidad del arroyo, observaron que algunas rocas eran de color azul cielo y otras de color rosa. 

Bajaron colina abajo para verlo mucho mejor, llenos de mucha curiosidad. Y todos, menos Filius,  se quedaron distanciados de este con prudencia. 

—¿Qué haces Filius? 

—Tengo demasiada sed —dijo el anciano que, por primera vez no hablaba con la serenidad que le catalogaba. 

—Está demasiada calmada —dijo Cris, curioso.

—Demasiado trasparente —añadió Sigurd. 

—¿Qué tiene de malo eso? —Preguntó Filius, inclinándose—, eso solo habla de que es agua muy pura y con poco contacto con criaturas. 

—Lo cual es raro, porque no estamos tan profundo de la región Leprechaum —aclaró Cris.

Filius estaba a punto de beber, cuando Moon chilló: 

—¡Miren allá! 

Filius se detuvo, miró primero al duendecillo para ver a qué señalaba, y notó que, más allá de las primeras rocas, había muchas estatuas. Y como por arte de la mismísima magia, la luz del sol golpeó el lago, y vieron que dichas estatuas estaban hechas de oro, plata y bronce, piedra, alguna de paja y otras parecían de barro. Simplemente curioso. 

Sin embargo, Filius miró maravillado la riqueza que habían encontrado. Estatuas como aquellas de esos materiales, serían una fortuna. Incluso, había olvidado su sed. 

—Tenemos que sacarlas —chilló, poniéndose de pie, sin dejar de mirar las dos estatuas de oro, con forma de caballeros en ellas. 

—Sin duda, seríamos ricos —dijo Cris, viendo la maravilla que el sol exponía delante de sus ojos—. Pero si son materiales realmente puro, difícilmente podremos con ella. 

—Si me transformó en titán creo que tendríamos oportunidad —aclaró Sigurd. 

—Y por ese motivo es que los humanos no deberían estar en este lugar —dijo Moon, con los bracitos cruzados—, tienen un corazón lleno de avaricia y codicia, pensando en lo material que el valor de aquello que no es tangible y que no se busca, sino que se halla. 

Todos miraron al pequeño Moon, con rostros severo para un aguafiestas. 

—El único humano acá es Filius, Cris y yo somos una mezcla —dijo Sigurd, orgullos de su raza—, y yo soy más puro que Cris, desciendo directamente de los ángeles.

—¡Oye! —se quejó este. 

Iba a decir algo más, cuando vieron a Filius tomar un palo seco de alguna rama, para intentar sacar, al menos, una bota de oro que vio en un pequeño risco. "Con solo esta bota podríamos llevarnos algo de este maldito lugar", pensó. Cuando Filius insertó el palo, vieron como toda la parte que había introducido tomó el mismo color que la bota. Creyeron que había sido imaginación de ellos, pero comprobaron que no lo era, cuando esa parte se desprendió del palo. Filius, asustado, se echó para atrás. 

Todos corrieron hacia él, pero querían comprobar lo que habían visto. Entonces, al ver las pequeñas astillas del palo, notaron que sí era oro. 

—Esta agua es peligrosa —dijo Moon—, está encantada. 

—Entonces, todas esas personas...

Cris se quedó impactado con lo que estaban viendo. Y el mismo Filius se horrorizó del fatídico destino que habían tenido. 

—Imagínate, si te hubieras convertido en titan para sacarlos —dijo Cris, bromenado esta vez. 

Sigurd frunció el ceño. 

—Había oído algo así —dijo Moon—, pero creí que solo eran leyendas de los Leprechaum para hacer que los enemigos no se acercaran. La leyenda cuenta que, en un lugar recóndito de la región de los duendes codiciosos, había un manantial que les permitía duplicar el oro. Manantial que ellos mismo encantaron, pero, que no salió como ellos esperaban. Resultaba que, verdaderamente todo objeto que este tocaba, podía convertirse en oro, pero cuando una persona caía en ella, cosa que descubrieron cuando si codicia les llevó al límite como para arrojar a su compatriotas, estas podían convertirse en otros materiales. Al parecer, cada material representa la codicia de esta persona. De esta manera, implementaron este castigo para partes especificas del cuerpo y, si dicha parte se convertía en oro, plata, bronce, piedra, entre otros más, entonces este era culpable por su propia codicia. Pero si se volvía de barro o paja, era inocente y, el que le haya culpado debía cumplir la condena del que culpó por injurias. 

—¡Suena terrible! —Vociferó Sigurd. 

—Parece que esta fuente de agua atrae más la codicia de las criaturas y, la única criatura que compite contra la codicia de los Leprechaum es la de los humanos —aclaró Moon, triste.

—Por eso el viejo Filius está como embobado, ¿cierto? —Se burló Cris. 

Moon asintió. 

Pero, aunque Filius había escuchado todo aquello, sus ojos no se apartaban del arroyo. Así que, pensó en la emoción de tener aquel valor, el valor del oro sobre él mismo, y, antes de que pudieran evitarlo, vieron al anciano saltar hacia el manantial. 

Nadie supo cómo, pero el pequeño Moon apareció enfrente del anciano. Y tocándole la frente lo puso a dormir. Y con mucho esfuerzo, le tomó de las ropas, evitando una desgraciada muerte. 

—Debemos irnos ahora —dijo Moon. 

Naturalmente, no perdieron oportunidad en guardar la comida y desatar a los caballos. Todos, urgían de salir de aquella región inmediatamente. Lo peor, es que en la medida que avanzaban, el lugar parecía cautivarles cada vez más y más. Casi podían sentir felicidad, pero mezclado con terror y pánico, como si algo estuviera al acecho. 

—Si, si, muy lindo y todo, pero algo ocultan —dijo Sigurd a su caballo, cuando vio como este relinchaba de felicidad al ver un par de yeguas al otro lado de un mar que, por supuesto, no pararon para beber agua o tomar un baño.

En la medida que profundizaban, las montañas se observaron altas, con copos de nieves en sus puntas. En la parte más llana de estas, se mostraban colinas y cascadas, con un enorme lago en el que era rodeado por muchísimos árboles y flores de diferentes colores. A diferencia del arroyo anterior, vieron a muchos animales nadar, beber agua y algunos asearse.

Atravesaron estructuras de mármol y materiales duros, de color blanco y gris, que parecían ser edificaciones antiguas, pero elegantes.  Incluso, llegaron ver mujeres, completamente desnudas que les saludaban al pasar con mucha alegría y posiciones obscenas que, definitivamente, buscaban convidar a todos ellos a un momento de placer y felicidad. Tanto era la tentación, que Moon tuvo que hacer uso de su magia, para crear una pared invisible entre Sigurd y Cris que parecían sucumbir a los encantos hasta que dejaron de mirar. 

Pero eso, enojó a las mujeres que se bañaban desnudas sobre los riachuelos. Y el pequeño Moon, no supo en qué momento, pero detuvo los caballos cuando vio que estaban rodeadas por estas. 

—¿Qué ocurre? —Pregunto Cris, al no ver el motivo por el que se detuvieran.

—Estamos rodeados —dijo Moon, asustado.

—No veo nada —se quejó Sigurd, sin entender que sucedía. 

El cuerpo de Filius había sido atado al otro caballo que, pese al tamañito de Moon, estaba demostrando ser un buen jinete. Moon, quitó de inmediato el velo que hacía a Cris y a Sigurd no mirar la realidad de su entorno. Y, cuando lo hizo, a Cris y a Sigurd se le subieron los colores al rostro cuando vieron a decenas y decenas de mujeres completamente desnudas. Cada uno peculiar, con teses morenas, claras, oscuras, trigueñas, entre otros, y con miradas lascivas y peligrosas. 

—Hacía mucho que criaturas de otras partes no nos visitaban —dijo uno de ellas.

—Se ven algo agotados, deberían descansar —dijo otra, tomando la pierna de Cris. 

—Creo que a este fortachón puede ayudarle yo misma —añadió otra, tomando los muslos de Sigurd. 

—Yo me puedo quedar con el pequeño, si lo desea —agregó una pelirroja. 

—Lo siento, madame, pero mis apetencias son un poco más de mi clase —le respondió Moon de inmediato y con una postura de combate, cuando esta intentó acercarse a él.

—No seas grosero pequeño Moon —dijo Cris con una sonrisa—, no podemos desatender a estas damas. 

—Tengo mucho tiempo que no pruebo nada...

—¡Upsidupsi! Loores, lamento informarles que no me concierne si estas damas necesitan un favor o no, pero tenemos una misión distinta —vociferó Moon, con el ceño fruncido—, Loor Sigurd, usted ha dicho numerosas veces que desea encontrarse con Eileen, la doncella angelical que espera su regreso y, usted Loor Cris, debo decirle que si bien no sé por la que lucha en su vida, pero sea lo que sea, sigue estando a kilómetros desde donde estamos. 

"No le escuchen, solo un pequeño amargado"

"Podemos hacerles cumplir todas sus fantasías"

"Pueden quedarse con nosotras y todas seremos suyas" 

"Tenemos muchas ganas..."

Y en un chasquido de dedos por parte de Moon, la magia que rodeaba a las mujeres desapareció, y todos pudieron ver la realidad que estaba en ellas: No era mujeres, eran montones de Leprechaums que se habían disfrazado. 

Tanto Sigurd como Cris, con un solo movimiento apartaron a los Leprechums que estaban tomando sus piernas. Ya nada de aquello les parecía interesante. Y, de hecho, parecía que había salido del trance lujurioso en el que estaban. 

—¡Por las faldas de Saya! —chilló Cris— criaturas horripilantes merecedoras de muerte. 

"Tendremos que acabar con el pequeño primero"

"Encárguese el resto de los otros dos, e incluyan al dormido" 

Apenas alzaron las manos, Moon con otros chasquido, creó un orbe mágico que atrapó a los caballos, a Cris, Sigurd, Filius y a él mismo. Los chicos estaban desconcertado, y sobre todo por el hecho de que, desde el interior del orbe, notaron que la esfera que les arropaba parecía moverse a gran velocidad por el territorio de los Leprechaums

—¿Esto qué es? —Preguntó Sigurd curioso. 

—Es el orbe mágico de los duendecillos pixie. Nuestra magia no es muy diferente a la magia de las hadas, con la diferencia de que fuimos dotados con la magia variante, que nos permite tener crear especies de "milagros" —explicó Moon—, claramente cuando acabemos en la región duende estaré agotado y necesitaré dormir por un buen tiempo. Pero prefiero hacer eso, que dejarles expuesto en este lugar peligroso. Los Pixie hemos sido enemigos naturales sobre los Leprechaums, y somos los que hasta ahora nos volvemos invulnerables a su magia engañosa. 

—De verdad es que ahora logro entender, Cris —dijo Sigurd, mirando a su amigo—, es demasiado peligro que exista la magia en el mundo. Todos tenemos la oportunidad y la inclinación para corrompernos. 

—Antes pensaba eso, pero... —Cris, se sentó en el orbe como si nada—, la verdad es que no se necesita de magia para causar el mal.

—Con mayor razón —dijo Sigurd—, si no teniendo poder lo hacen, mira cómo estamos por tenerlo.

Cris se le quedó mirando un momento. Era cierto lo que decía y, la verdad es que hace mucho que había dejado de luchar contra sus propios pensamientos. Al final, para evitar sus conflictos, había decidido simplemente en hacer lo que le correspondía. quisiera o no, creía que la magia era un problema que se agravaba con la maldad del hombre. Pero también reconocía que sus métodos anteriores, los mismos que el reino Diamante le había enseñado, no eran los más correctos. 

—Tú sabes mi historia, pero... ¿cuál es la tuya? 

Al final preguntó. Sigurd se le quedó mirando un momento, suspiro y añadió: 

—Solo Eileen la conocía. Han pasado tantos años que no estoy seguro de lo que pudiera decir. 

—Te escuchamos, grandulón —dijo Moon, alegre—, tenemos mucho tiempo antes de acabar de atravesar esta región. 

—¿Y no pueden atacarnos? —Sigurd preguntó. 

—No, el orbe es completamente transparente e invisible para seres que no son duende pixie. Por eso, vernos es tan poco usual, aunque solemos viajar por todo el mundo —respondió este.  

—Desde la creación del mismo tiempo con este mundo, la vida y la muerte llegaron tomadas de la mano, y con eso, dio paso al origen de una raza débil pero inteligente que fue evolucionando y tomando lugar en el mundo creado por Gaia, para poder poblarlo, aunque eso significara matarse entre sí para crear su propio poderío. Tras un tiempo desde que aquella raza que se proclamaba "Humanos", una joven mujer destacó sobre todas las féminas, y llamando la atención hasta del guardián de los puntos cardinales, un ángel, cautivado por la belleza de tal mujer, optó por tomar una forma mortal la hizo suya. Aquel ángel fue castigado.

—Afriel y Gea —dijo Moon, con una sonrisa, recordando la historia que contó cuando intetaban rescatar a Sigurd. Sigurd asintió. 

—Nadie, salvo un ser llamado Gaia, sabía lo que vendría después de aquello y, tras un tiempo nació la criatura concebida por la unión de un ángel y una humana, la primera criatura sobrenatural, un monstruo para los humanos y un bebé amado para su madre; valioso y poderoso. Allí nació el primer titan del mundo.

—Con el tiempo transcurrido, no solo aquel bebé titan había crecido, sino que había concebidos más hermanas y hermanos, donde se incluye, para algunos, a la poderosa Hécate. Estos primero hijos nacieron con el don de la inmortalidad, pero si podían crecer y si podían ser dañados, pero si le daban oportunidad al tiempo para que murieran, estos no serían afectados. Estos hijos comenzaron a reproducirse con más humanos y, con el tiempo, se dieron cuenta que cada vez que se mezclaban, otras especies parecían surgir de ellos. De allí toda la raza mágica que conocemos. De hecho, las líneas sucesorias no tuvieron el don de la inmortalidad, pero si el regalo de la longevidad de sus vidas. 

—Los humanos fueron, básicamente, la raza primitiva de este mundo, pero los más débiles que con su deseo de amar a quienes deseaban, se llevaron a ellos mismos hasta este punto, al borde de su propia extinción —agregó Cris. 

—Y por eso, los primeros hombres lucharon fervientemente por dominar los reinos que, hasta no hace mucho conocíamos —soltó Moon—, los que conocían la verdadera historia de ellos, se mantuvieron confiados de que el mundo les pertenecía, y toda criatura que no era humana, solo era el resultado de sus propios errores. 

—Pero queriendo negar la existencia de los otros seres, crearon enemigos que, con el tiempo, hicieron que se alzaran y, hoy por hoy, odian a muchos humanos —agregó Cris. 

—Es correcto —sonrió Sigurd, viendo que parecían entender su punto—, tras mucho tiempo los titanes fueron conocidos por su gran tamaño, y se comparaban con montañas. La cacería de estos, sus propias luchas y la misma dilución de su sangre los llevó a su extinción hasta mí. Yo soy el último titán vivo en la tierra, de miles de generaciones. No soy un titan puro, pero si bendecido. La última extirpe entre dos titanes de miles de años. 

—Las criaturas que han vivido lo suficiente, y con una memoria más larga que la de los humanos, fueron los que exaltaron a muchos titanes a una especie de divinidad. Los humanos, debido a su propio egoísmo, rencor y miedo, olvidaron inculcar el valor real de Gaia en este mundo, y si bien los titanes sabíamos quién era Gaia, algunos nos envanecimos y pagamos la consecuencia de nuestro error. Queríamos ser como Gaia. 

—¿Te involucras? —Preguntó curioso Cris, que no se esperaba aquello. 

—Sí, yo había sido el dios de un pequeño grupo de hombres hormigas, en una nación entre el reino Esmeralda y el reino Diamante, hace muchos años atrás. Especie que, debido a mi propio orgullo de titán, fue aniquilada y extinta por completo. —suspiró, la verdad hacía mucho que no recordaba aquellos escenarios—. Los hombres hormigas eran seres trabajadores, conocidos como los mirmidones, valerosos hombres, con varios pares de brazos y con la piel como el carbón. Tenían una reina que, al igual que las hormigas, daba a luz a los hijos, según lo que comía. Era una raza fascinante, porque tendían a evolucionar entre ellos mismos. 

—Con el tiempo, la reina se dio cuenta de que si comía otras especies, podía crear un ejército único. Y lo lograron, raptaban algunas criaturas de diferentes partes, y creaban nuevos hombres hormigas distintos. Pero, cuando intentaron hacerlo conmigo, quedaron machados y, por órdenes de la reina, fui declarado como un dios. Me llamaban el dios Aqueloo. Para ellos, era el dios del río del mismo nombre. Por supuesto, cuando esto ocurrió, mi madre ya estaba muerta. De hecho, no crecí junto a ella pues, en mi parto, ella murió. Fui condenado a vivir por mi cuenta, y mis hermanos y hermanas me dieron la espalda. De hecho, uno de ellos me abandonó en el desierto donde obtuve mi capacidad por no sentir calor. Ahora sé que soy el mismo fuego. 

—Lo cierto fue, que con una vida como aquella, me importó muy poco involucrarme en la lucha entre los titanes con el resto de las especies que, sentían de estos, la mayor amenaza. Sabía de Gaia, pero no sentía que debía sujetarme a ella, cuando todas mis desgracias iniciaron por los errores de su misma creación. Creí que era culpable. Sin embargo, después de que me llamaron Aqueloo, me di cuenta que el error no estaba en lo que ella creó, sino la misma corrupción que surgía del libre albedrio. Esa estúpida necesidad de sentirnos libre y creer que somos dueños de nuestro mundo y nuestras decisiones, cuando en realidad somos los más idiotas que existen. Esa misma libertad nos lleva a cometer errores que no tienen vuelta atrás, y queremos buscar un culpable. 

—Yo mismo, ahora adorado como un rey, acepté la guerra contra el reino Diamante, sin saber que, para ese momento, se habían alzado los alquimistas. El mejor momento de la humanidad. 

—Los cazadores... —susurró Cris, atento a lo que este decía. Sigurd asintió. 

—Ellos usaron los poderes de la alquimia y, con ello, acabaron con todos nosotros, incluso con el dios Aqueloo, y fue allí, cuando me atraparon, me encadenaron y me volvieron su mascota por muchos años. Me alimenté de mi propia ignorancia por mucho tiempo. De hecho, deseé la muerte, pero esta no llegaba. El frío no era suficiente con mi cuerpo caluroso y, creí que el hambre podía acabarme, pero siendo un titán, mi cuerpo posee enormes células de reserva que me mantendría con vida muchos años. 

—Y fue allí en esa miseria, mientras reflexionaba sobre mis errores, mi propia corrupción, mi propio orgullo, que recordé a Gaia y expresé, apenas audible: "Si hay misericordia para mí, para una pobre criatura que no merece nada, ayúdame", y justo allí la vi: Convertida en Dorzel y rescatándome. Ella era i guardiana, mi mundo y la que me condujo precisamente a entender quién era Gaia una vez más. Yo soy la representación de perdón y humillación de toda mi raza delante de Gaia. 

—Parece que para aprender, el sufrimiento es el único camino —dijo Cris, entendiendo por todo lo que este había pasado—. Entonces, ¿fue gracias a la alquimia que los humanos lograron conquistar el centro del continente?

—Sí, pero luego las criaturas aprendimos sobre los tipos de magia, y nos dimos cuenta que habían fuerzas de otras dimensiones que superaban la alquimia. Con eso, mantuvo a los humanos la margen del territorio que habían conquistado, como una forma de paz. 

—Hasta que llegó el Nihilismo —aclaró Cris. 

Todos asintieron. Definitivamente, iba a ser un viaje que les haría pensar a todos ellos. Pero ahora más que nunca entendían, que siempre había salvación para quienes aclamaban a Gaia. 

  


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