No hay de otra
Capítulo 66
Origami estaba en el centro del salón principal de la cueva que encerraba a los cambiantes dragones, en el Acantilado del Fin de los Mundos. Llevaba algo distinto en esa oportunidad: No solo se veía radiante, sino que el bulto en su vientre ya no estaba. Y parecía estar llena de fuerza y de ímpetu. Alrededor de ella, estaban todos los líderes cambiaformas de la región, acompañados todos con escoltas y guardianes.
Por un lado estaban los hombres lobos, los zorros, los linces, los conejos, los leones, y los reptiles. Por supuesto que podían haber otros tipos allí presente, pero unos o estaban extintos, o eran demasiado minoritarios para ser considerados una comunidad. Los que estaban allí, eran únicamente los que Origami sabía que se ocultaban en todo el continente, pero sabía que habían más, y esperaba que los rumores de su encuentro en ese instante se expandiera. Por supuesto, el poder de un cambiante dragón era superior al de muchos cambiantes, y eran considerados los reyes de los cambiaformas. En otras circunstancias, aquella reunión pudo haber sido imposible.
Primero, los lobos eran demasiado territoriales y solo luchaban por los suyos. Los Zorros, demasiado tramposos y engañosos, ni ellos mismos se fiaban entre ellos. Los linces, demasiado juguetones y traicioneros cuando algo les desagradaba. Los conejos, eran considerado una especie dócil y demasiado amable, fácilmente eran usados como objetos sexuales en su mayoría, por lo que solían vivir ocultos; si no fuera por sus habilidades, eran podido ser considerados una raza tan inferior como la de los humanos. Los leones, eran soberbios, no creían necesitar ayuda de nadie, y los reptiles, demasiado malvados. Por supuesto, los dragones eran visto como seres sin compasión, demasiado dominantes y celosos, pero muy leales y fuertes, por eso, cuando un alfa dragón se acercaba a una manda, siempre era recibido con cuidado y con respeto.
Segundo, nadie en su sano juicio se atrevería a reunir clases distintas de cambiaformas, cuando todos sabían que muchos de ellos no se soportaban entre sí, y las percepciones de olores entre ellos, podía ser desagradable. Por eso, en su mayoría de los presentes, aguantaba las ganas de arrugar la nariz, con excepción de los dragones, leones, reptiles y conejos; los primeros debido que todo podía ser una presa, y el último, porque era la presa por excelencia. Ellos solo retenían los temblores que les ocasionaba estar allí.
—Gracias por haber recibido esta invitación de mi parte —comenzó Origami, moviendo las manos con dinamismo, intentando relajar el ambiente—. Sé que por muchos años nos hemos odiado entre sí...
—También sabemos que es la primera vez que una mujer se vuelve alfa —soltó Guido, el líder de los leones, en manera de burla y desprestigio. Un hombre rubio y fornido.
Todos rieron.
Origami suspiró, le dio una mirada benevolente a Guido, y continuó ignorándolo:
—Sé que soy la primera alfa, mujer, que se haya visto en la comunidad de los cambiaformas, pero no me hace menos delante de ustedes, ni de los míos —agregó—. Como mencionaba, sabemos que no todos nos aceptamos entre nosotros y que tenemos nuestras diferencias, pero el continente entero... No, el mundo entero está en peligro. Se ha evidenciado que la era de los dioses ha llegado hasta nuestras tierras. Seres que quieren gobernar y someter a todas la razas, e incluso, desafiar a la mismísima soberana Gaia, si es necesario.
—¡Absurdo! —rugió Robert, el líder de los reptilianos. Un hombre de piel oscura y apariencia tosca—, los únicos que se han plantado como nuestros enemigos han sido los humanos. Mi hombres me han confirmado que el infierno mismo ha sido destruido, pero por una criatura que parece estar por encima de los dioses. Evento que todos conocemos desde que ocurrió hace dos años.
—Lo que dice nuestra alfa es correcto —dijo esta vez, un chico delgado, y bastante guapo, albino y de ojos azules, con una voz bastante tímida y suave, casi como un susurro. Era Conde, el líder de los conejos—. Todos mis miembros solemos movernos por formas que, definitivamente no puedo revelar en esta reunión por los motivos atroces que todos conocemos hacia los de mi clase. Pero nuestras formas de transitar, nos permiten extendernos en todo los territorios, y hemos confirmado que, para este momento, todas las tierras han sido tomadas. Amatista por un ser demoniaco antiguo al que llaman Emrys. Esmeralda, un ser de índole infernal que se hace llamar Junier, la titánide Hékate está en el antiguo reino Diamante.
Todos los presentes, con excepción de Origami, vieron de mala manera al cambiante conejo. Conde, no sabía de donde sacaba fortaleza, tal vez era la mirada de aprobación de Origami para que continuara, pero siguió hablando, aunque se tomaba las manos de forma nerviosa.
—También se confirmó que en la región Oscura gobiernan los reyes vampíricos, considerados los dioses de la noche y la sangre; en la antigua Rubí, se dice que los elfos supervivientes alzaron al dios Freyr; en la antigua Zafiro, los Leprechaum que repudiaron a Emrys, decidieron levantar al dios del sol Ra. Y los rumores que corren es que las hadas alzarán a dios de los muerots Hades, los gnomos al dios Apofis, y que los troles piensan levantar a Thor.
—¡Pamplinas! —rugió Forell, el líder Lince, de cabellos rojizos y mirada verdosa, tan grande como los dmeás—, ¿¡Por qué había de creerle a criaturas tan cobardes!?
—Que sean cobardes no significa que no tengan cierta verdad —dijo Tobías, el chico de cabello oscuro, de aspecto asiático. Líder de los Zorros—. A diferencia de los conejos, nuestro movimiento no es subterráneo —La cara de Conde, y sus guardianes fue de terror, pues había dado a conocer su formas de transitar delante de todos, lo que ocasionó que todas aquellas feroces persona clavaran su mirada en él. Todos sabían que estaba a punto de desmayarse el conejo—, nosotros solemos movernos a través de la superficie, robando a los humanos, o usándolos para otros fines.
—Como para esclavizarlos, ¿no? —soltó en ironía, Marco, el hombre de tés bronceada, fornido, de aspecto salvaje, con cabellos oscuros. El líder de los lobos—, todos sabemos acá que los zorros son los seres más codiciosos, tramposos y más bajo que puedan existir entre nosotros.
—Lo seamos o no, Marco, nos ha permitido mantenernos en la supervivencia —dijo este, sin ápice de sentirse mal por lo que este afirmaba—. Como decía, mi raza también ha confirmado la misma información que la de los conejos. No hay razón para dudar de ellos.
—Pero sí de ti —afirmó Marco—. Prácticamente nos estás diciendo que debemos confiar en ti y los de tu raza...
—¡Basta! —rugió Origami, mostrando el color rojizo de sus ojos, interrumpiendo a Marco. Realmente estaba fastidiada de aquella actitud por parte de todos—, si bien es cierto todo lo que mencionan, les pido que crean en mí, que no soy cobarde —miró a Conde—, ni mucho menos engañosos —miró esta vez a Tobías—, y si no paran de pelear como seres sin cerebros, yo y todos los de mi raza nos encargaremos de cazar a todos ustedes, hasta aniquilar por completo a los cambiantes más ineptos de este mundo.
—¡Te atreves y!...
Antes de que Guido terminara su amenaza, Origami mostró los colmillos, y en un segundo tomó a este del cuello. Y pese a que era más pequeña que él, logró alzarlo al aire y sostenerlo por la garganta. Guido no dudó en sacar las garras y enviar un zarpazo directo al rostro de esta. Origami ni se inmutó. Gracias a las escamas de dragón, no recibió ningún daño.
—Desde que llegaste me has insultado a mí y a los de mi raza. ¿Dime por qué motivo no debo devorarte a ti ahora mismo y por qué no tendría cazar a los de tu clase? Dudo mucho que se extrañe a seres tan soberbios como ustedes —sentenció.
Guido se removía, pataleando e intentado zafar la mano de Origami de su cuello sin éxito. No podía respirar. La chica aflojó su agarre y este cayó al suelo.
—Lo siento, alfa —llegó a decir tosiendo y entre jadeos.
—Me encantaría que cumpliera con esa amenaza, mi querida alfa —agregó el reptil Robert—, sería una competencia menos en este mundo.
—Ya no habrá competencias si todos terminamos muertos por esta era de dioses —agregó Forell, con los brazos cruzados.
Origami se apartó de Guido, pero había dejado claro que no toleraría una ofensa más hacia ella o a los de su clase.
—Sea que se unan o no, los dragones lucharemos, no pensamos morir sin pelear, ni mucho exponiendo a los de nuestra clase.
—¿Y quién podría ayudarles si no nosotros mismos? —Preguntó Marco, con un buen punto—, todos sabemos que los cambiaformas están solo para los cambiaformas. Las demás criaturas nos odian.
—En esta oportunidad, créeme que no habrá odio que triunfe sobre nuestras diferencias, sino el amor hacia quienes están bajo nuestro cuidado —dijo Origami, viendo como en el salón entraba su hija Eileen, con Fiorela y Norma, y esta última traía consigo a un chico albino como ella, que no dudó en mostrarles los colmillos, sonriendo, a su madre.
Todos se percataron de su referencia. Y se miraron entre sí.
—El pequeño Aland, tiene hambre —dijo Norma, con una amplia sonrisa.
Marco miró con desprecio a Norma. Si había algo peor para los cambiantes, eran los híbridos como ella, y los hijos de Origami.
—Cuente con nosotros alfa Origami —dijo Conde, en una señal de respeto hacia ella—, no somos una raza fuerte, pero haremos todo los posible para apoyar a los dragones. Mis hombres son buenos con el Arco y la Flecha.
Origami le sonrió, tomando a Aland en sus brazos.
—Yo aceptaré esta tregua, hasta que terminemos con la guerra —dijo Marco, con honestidad.
—Nosotros también —añadió Robert.
—Hay que estar demasiado confiado para creer que ganaremos esta guerra como para pensar que habrá un después —admitió Forell.
—¿Te unirás o no? —Le cuestionó Origami, con los dientes apretados.
—Lo haré.
—lo mismo digo —suspiró Tobías.
Todos miraron al león Guido que parecía que los colores le habían regresado al rostro.
—Lo haré, pero una vez acabe todo esto, los leones estaremos en guerra contra los dragones por la humillación que me has hecho pasar —dijo este, sin titubeos.
—Lamento esa decisión, pero la acepto. Una vez acabe la guerra, te recomiendo que traslades a los más débiles de tu manada, o tu familia, lejos —señaló Origami—, porque verás la ira del dragón cuando se amenaza a mi familia y a mi gente, como nunca antes has visto.
—Mami, ¿qué ocurre? —Preguntó la pequeña Eileen, que ya parecía tener 10 años en ese momento.
—Nada, hija... asuntos de adultos —enfatizó.
Aquel acuerdo, había sido suficiente para que todos los cambiantes abandonara el Acantilado del Fin de los Mundos. Norma miró a Origami, y suspiró:
—¿Sabe lo que significa entrar en guerra en contra los leones?
—Sí —dijo Origami, esta vez alzando a su hijo, con una sonrisa—, el extermino de esa raza —agregó.
—Necesito contarle todo a Jimmy —dijo Fiorela, corriendo alarmada hacia las habitaciones.
—¿Siempre es tan cotilla? —Preguntó Norma, extrañada.
—Ni te lo imaginas —dijo la niña Eileen, recordando las palabras de su madre en una de sus tantas conversaciones—, la tía Fiorela sabe más que los mismos protagonistas de sus historias.
*
*
*
Cris, Sigurd, Filius y Moon, habían llegado finalmente a la región de los duendes Pixies. El pequeño y pobre Moon estaba realmente agotado. Su semblante no era el usual, uno alegre y animado, y con rostro divertido y curioso, más bien, se apoyaba en el hombro del anciano Filius, con la espalda pegada al cuello del viejo, quien había despertado finalmente.
Y como había dicho el duende, realmente la región de los duendes pixies, tenía un cielo colorido, debido a centenas de auroras boreales. Y desde que habían pisado aquella tierra, a diferencia de la región Leprechaum que les hacía sentir confundidos e inseguros, esta zona les llenaba de una gloriosa esencia de magia, desbordante.
—¿Necesitas algo, Moon? —Le preguntó Filius al pequeño, pero este negó con la cabeza.
—Solo dormir un poco —observó él pequeño—, ya en esta zona podré recargar mis energ...
Y "puff" cayó dormido. Filius tuvo que hacer un movimiento rápido para atrapar al pequeño que descendía desde su hombro al suelo, y, una vez atrapado, lo colocó en su bolsillo a la altura del pecho como solía ir.
El bosque por el que transitaban estos, tenía árboles cuyas raíces parecían salir del suelo, y se alzaban como intentando caminar por la superficie. Debajo de estas, habían montones de flores enormes, de aspecto burbujeantes, con luces que desprendían en el centro que seguramente, tú y yo no hemos visto jamás. La vegetación era variada, pero daban matices fríos y calidez, por la diversidad de sus colores. Había setas que forraban el suelo prácticamente, e incluso, les pareció a los chicos escuchar cómo se quejaban cuando pisaban algunas de ellas.
Cuando llegaron a una zona donde la tierra no era tan firme, hallaron todo silencioso y vacío como si fuera un territorio deshabitado. A lo lejos, en el otro extremo del terreno, divisaron una casa; muy alargada y de color purpurina, y de aspecto silencioso bajo el sol de la tarde.
—¿Creen que podemos pedir alimento y agua allí? —Preguntó Cris, interesado.
—En todas mis expediciones te hubiera dicho que no —añadió Filius—, pero creo que Moon confía realmente en su hogar.
—No tenemos nada que perder —dijo Sigurd, dando un paso hacia la casa.
—No, claro que no, ¿quién dijo que la vida no era valiosa como para dejarla perder? —ironizó Cris.
Sin embargo, antes de que pudieran tocar al menos la puerta, escucharon risas, que sonaban como si docenas de personas había oído el asunto más gracioso de sus vidas. Lo escalofriante era que el sonido se acercaba con rapidez. Miraron y buscaron a su alrededor, pero no veían nada.
—Esto no me está gustando —dijo el anciano.
—Tendrías que haberte visto cuando saltaste a ese lago en la región Leprechaum —agregó Sigurd, horrorizado por algo que intentaba ver.
Cris, era el único que no tenía expresión de asombro, sino que estaba maravillado. Este, tomó un puñado de polvos alquímicos de la bolsita de su costado, y sopló.
De inmediato, todos lograron observar miles de criaturas con la misma forma de Moon. Y, se dieron cuenta, que todos ellos eran iguales.
"Noooo..."
Se escuchó un coro de voces que parecían decepcionados en que el reptiliano los hubiera descubierto.
"Es un cazador..."
"Lo es, lo es", respondió un coro.
"Nunca había visto uno"
"Pero es mágico, puedo verlo"
"Si, es mágico", otro coro a la derecha.
—Así que estábamos siendo vigilados en todo momento —suspiró Filius.
—Así lo parece —añadió Sigurd.
—Disculpen —empezó Cris, haciendo una leve reverencia de respeto—, Soy el rey Cris, de la región Marina. Hemos venido acompañado por un compañero de ustedes, cuyo nombre es Moon...
"¡Moon!"
"Le concoemos, le conocemos"
"Teníamos ratos sin verle"
"¿Dónde está el joven Moon?"
Filius sacó al pequeñuelo durmiente de su bolsillo, con mucho cuidado, y vio los rostros sorpresivos de los duendecillos, mirándose entre sí.
—Tenemos intenciones de ir al puerto más cercano de esta región, puesto que nuestro destino es la región monstruosa —concluyó Cris.
"¿¡Se han vuelto locos!?", unas primeras voces.
"Ese lugar está infestado de monstruos", agregaron otras.
—¿Moon, les ha indicado esa opción? —Preguntó un pequeñín que, se había acercado tanto que Cris pudo observar que llevaba bigotes. Seguro era un anciano.
—No mi estimado —respondió—, es una misión que tenemos para prepararnos a la inminente guerra que se acerca.
—¿Tiene que ver con la era de los dioses y la hora oscura? —Prgeuntó este.
Cris asintió.
—Me temo que el día ya ha llegado, jovencito —contestó este. Hubo un silencio por un momentos, y este alzando sus manos, salieron chispas y polvos brillantes que se alzaron por encima de ellos en el aire, y comenzaron a tomar formas, que ellos vislumbraron.
—Los dioses ya han tomado las tierras como suya, reclamando el origen de las cosas —comenzó el anciano—, me temo que no hay salvación para los humanos, más que la que Gaia pueda darnos. En el principio, todo estaba hecho un caos —en la medida que hablaba, las chispas y los polvos, tomaban la forma de lo que iba narrando—, todo era un cumulo de muchas cosas, donde el infinito se encargó de darle orden en presencia de sus otras creaciones. La corte de los celestiales, vieron el enorme poder de la vida y el amor, pero algunos de ellos se corrompieron y fueron castigados.
—el problema estuvo, cuando los mismos humanos, una vez creado, codiciaron en sus corazones el poder y el conocimiento. No porque este fuera malo, sino porque su propia raza no está diseñada para entender e interpretar este conocimiento, y como resultado, se volvieron tan malos como aquellos celestiales corrompidos.
—Incluyendo a las especies mágicas —dijo Sigurd, recordando su propio relato.
—Incluyéndonos —le confirmó el anciano duendecillo—. De hecho, todas y cada una de estas criaturas, han sido corrompidas desde su nacimiento, a diferencia de los primeros hombres, pero que una vez que estos han caído en el error, toda su descendencia pasaron a ser iguales a nosotros mismos. Ante el triunfo de los dioses, creyeron que tenían el poder para responder ahora contra el infinito, y seguimos en ascuas.
—No podrán —aseguró Cris—, es imposible que la fuerza de la creación sea más fuerte que la creadora.
—Tiene lógica tu comentario, pero nosotros solos somos criaturas creadas y finitas, no podemos asegurar nada, joven, pero si podemos confiar en nuestra soberana.
—Veo que el señor Ross, les ha dado la bienvenida —se escuchó la voz de una mujer, detrás de todos los pixies. Todos daban paso a esta, y allí la vieron: era una pequeña duendecilla pixie, pero a diferencia del resto no era verde, sino color amarillenta, como las hojas otoñales, y con una presencia imponente—, mi nombre es Mériba, soy la reina de esta región.
—Mucho gusto, mi reina —dijo Cris, haciendo una reverencia, seguido de Filius y Sigurd, que solo imitó la postura de los demás, pues no sabía nada sobre las etiquetas reales.
—Un mago anciano, el último titán sobre la tierra, el rey marino y un duendecillo rebelde, seguro debo estar hablando con los elegidos del amanecer —dijo esta, con una sonrisa amable—, sean bienvenidos.
—Gracias, majestad —dijeron todos, excepto Moon que seguía dormido.
—¿Por qué le ha llamado rebelde?, su majestad —Le preguntó Filius, a la reina.
—Ese pequeño ha estado huyendo de nosotros, una vez que se comió la tarta real, en la celebración de mi cumpleaños número cinco mil cuatrocientos treinta —soltó una risilla—, creyó que sería castigado y decidió huir. Pobre tonto duende. Me alegro que hayan cuidado de él.
—Es mi amigo —dijo Filius, con sinceridad.
—Lo sé, y me alegro por eso —añadió ella, guiñándole un ojo—. Bueno, he escuchado los motivos por la que han venido en esta región. Debo decirles que tenemos un puerto, pero nadie se ha acercado a esa región, si Moon decide acompañarles, podrán hacer uso de una de nuestras naves, aunque tendremos que hacerles modificaciones, evidentemente. Nuestros viajeros no suelen tener el tamaño de ustedes —soltó una risilla—. Acompáñennos.
Sabiendo que no tenían opción, desde ese punto rodeado de una horda de duendecillos risueños y graciosos, comenzaron a adentrarse más y más en aquellos bosques. En la medida que caminaban, notaron que habían numerosas casas como las que habían previsto anteriormente, pero se dieron cuenta que estas solo eran fachadas, tal vez para forasteros como ellos, para confundirlos y hacerles creer que no había nada en aquellas regiones. La realidad era, que las casas de los pixies estaban sobre los árboles, y todas estaba alumbradas y vivas, y eran millones de esta.
Durante la caminata, Moon finalmente se había levantado, aunque sintió pavor cuando vio a la reina misma conduciéndolos hacia el puerto. Pero Filius le susurró que no se preocupara, que nunca iba a ser castigado y que la reina le había perdonado por su error. El pobre Moon, ante tal acto de bondad, interrumpió la caminata volando hacia la reina, llorando y dándole las gracias.
La reina le abrazó, e incluso, le dio una semilla que se la colocó en el pecho que decía, "Para el más valiente de los pixies". Moon estaba que no cabía de la alegría. Se distrajo así mismo saludando a sus amigos y, aparentemente sus familiares, y así continuaron la caravana hasta el puerto.
Cuando llegaron, entendieron los motivos por la que la reina había dicho que debían modificar las naves. Resulta, que a los que ellos llamaban barcos, en realidad, eran pequeñas hojas de árboles.
La decepción de Filius, Cris y Sigurd al ver aquello fue notoria, y fue Filius quien le dio una mirada represiva a su pequeño amigo Moon. Y aunque comenzaron a discutir entre cuchicheos, se callaron todos cuando la reina, alzando sus manos, agrandó una enorme hoja del tamaño de un barco real. Incluso, sobre lo que parecía ser la cubierta de este, colocó pisos y niveles con todo tipo de material, incluyendo el mástil, la proa, la popa, el palo mayor y menor, los trinquetes, la mesana y la vela cuadrada. si podía existir un barco ecológico y curiosamente atípico y descabellado, era ese que estaba delante de sus ojos.
Bajaron hasta la playa, emocionados, y mientras los duendecillos se encargaban de los detalles de la embarcación —entre ellos, comida, agua, incluso utensilios para dormir, como algo de primera necesidad—, los chicos se juntaron con la reina.
—No tenemos como agradecerles este enorme regalo, majestad —dijo cris, con una amplia sonrisa.
—En realidad, si tienen como agradecerme —dijo ella, con la misma sonrisa que él.
—¿De qué forma podríamos hacerlo? —Preguntó Cris, curioso.
—Cuando lleguen de su viaje, necesitaré que Moon se quede con nosotros y su amigo, el anciano Mago —señaló ella—, requiero de sus servicios para el momento final.
Cris se volvió a Moon y a Filius, y observó como el duendecillo fue el primero en inclinarse delante de ella.
—Cuente con mis servicios majestad.
Filius miró al pequeño, luego a la reina, y suspirando dijo:
—Parece que toda mi vida estará al servicio de la corte real —sentenció—, así que puede contar conmigo, mi reina.
—Entonces, tenemos un trato —dijo ella, saltando en el aire—, espero que tengan un emocionante viaje —miró a Sigurd, y le guiñó un ojo—, y tú, cuando llegue el momento en ese enorme mar, no te contengas, necesitarás debilitarlos para que el rey marino pueda hacer su magia.
—¿Mi magia? —Preguntó Cris, sin entender.
—Ya lo sabrás cuando lo veas...
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