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Los rojos de nuevo

Pd: Lean el capítulo con la canción de Luna. 

Capítulo 55

—¿Estás segura de que estarás bien por tu cuenta? —Preguntó Fierce a Luna. 

Luna asintió, con una amplia sonrisa, mientras que Iris, junto Asahi, salía por la ventana con una amplia sonrisa. 

—Espero que te vaya muy bien. Ten mucho cuidado, porque vivimos tiempos oscuros —le recalcó. 

—Creo que son los demás los que deben temerle, cariño —dijo Fierce, recordando que les había robado algunas cosas de casa. 

La chica le dio una mirada dramática a Fierce, pero le mandó besos a Iris. 

—Cuídense ustedes. Y si de algo sirve, bueno, salven en el mundo para poder disfrutar de los terrestre lo necesario. 

Cris, quien llevaba las riendas, le dio una sonrisa amable, pero fingida. La verdad es que el chico no era de esos, pero lo estaba intentando en serio. Y es que, aquella parada, parecía ser tortuosa en la situación en la que se encontraba. Antes de que Iris y Fierce pudieran responder, Cris dio marcha a los caballos. Los chicos habían tomado todo el tramo del Cruce de Todos los Caminos, y en un punto entre el desértico reino Esmeralda y las ruinas del reino Amatista, doblaron a mano izquierda en dirección al oeste, hacia el reino Carbón. 

Así que, dejaron a Luna en medio del camino, pues su interés era ir hacia el norte, pasando el reino Rubí a un lado, hasta ir a la periferia de la región Oscura. Por supuesto, la región Oscura era uno de los pocos lugares que la gente deseaba  ir. Luna, como siempre, se guardó las monedas que no pudo contener en robar de Fierce, Luna, incluso de Cris, mientras viajaban, las guardó en un pequeño saquito de cuero y lo introdujo en el interior de sus ropas, a la altura de su pecho, con el fin de que nadie lo notara. 

—Lo siento mucho, pero tengo que sobrevivir por mi cuenta desde ahora —se dijo así misma, como si sus palabras se las llevaran el viento hacia Iris, Fierce y Cris. 

La chica pelirrosa, con harapos que pertenecían a Iris, ya gastados por el tiempo y el sol del desierto, era lo que contaba esta, además de una bolsa que iba desde su hombro hasta sus caderas, de lado, donde tenía utensilios que ella necesitaba. En su interior, tenía la otra concha de caracol de mar para comunicarse con Iris, si fuera necesario. Aunque, dejaría que ella fuera la que la llamara si fuera necesario. 

Tomó una bocanada de aire, y comenzó a caminar hacia su destino. Obviamente, desde que habían salido del territorio del reino Diamante, sus ojos no parecían concebir descanso, entre mirar una cosa y otra desconocida. Lo primero que le sorprendió ver, fueron los animales rastreros del desierto como las lagartijas, las liebres, algunas serpientes e incluso escarabajos. En este lado del bosque, los diferentes sonidos de los pájaros a su paso, algunos roedores en las ramas de los árboles, la diferencia de tamaño y diversidad de la vegetación, e incluso se extrañó de que las plantas no fueran blandas como las algas, sino más bien duras y ásperas, muchas veces. 

Claro, Luna sabía que no era una tonta. Por eso, decidió caminar cerca del camino, pero no por el camino. No quería un encuentro directo con nadie. Claro, los caminos que había tomado, era justo y preciso, los que muchos delincuentes decidían tomar para acechar al camino.   

De modo que no fue de extrañar, que Luna tuviera un encuentro directo con unos mercenarios, cuando sin querer, se tropezó con una de las raíces altas de un árbol y rodó una colina abajo. Delante de ella, estaban tres Leprechaum, con dientes amarillos y mirada brillante, un humano y, no podía asegurarlo, pero creía que se trataba de un elfo del bosque.

—¿Qué tenemos aquí? —dijo el elfo, con curiosidad, cuando la miró directamente a los ojos primero, pero se posaron en sus orejas puntiagudas. 

—¿Es un elfo? —Preguntó uno de los Leprechaum.   

—No, son orejas muy puntiagudas para ser las de un elfo, creo que es... no puede ser —dijo el elfo, acercándose maravillado—. ¿Es posible?

Luna se levantó de un salto del suelo, maldiciendo por debajo por ser tan torpe con sus piernas, pero alerta si necesitaba atacar. Por eso, tomó un cuchillo de su bola y lo apuntó peligrosamente hacia ellos. 

—Es preciosa —dijo el humano, todos rieron. 

—¿No quieren divertirse? —dijo otro de los Leprechaum, y más risas.  

—No hay peor destino para un hombre, que caer en los brazos de una sirena, pierdes la cordura por completo, puesto que no distingues la realidad de la ilusión y de la verdad a la manipulación —dijo el elfo del bosque, llevándose las manos hacia sus cabelleras de color rubia platinado. 

El humano de piel oscura, se cruzó de brazos, con el ceño fruncido. Los Leprechaum ya rodeaban a luna por completo.  

—Mataré si es necesario —dijo Luna, sin titubear. Obviamente, nadie se movió, pues en las palabras que pronunció, no hallaron atisbo de mentira.

El elfo hizo señas de que nadie hiciera nada precipitado. 

—Estás muy lejos de la costa, ¿qué te tare hasta acá? —Preguntó.

—No tengo porque responder —aseguró ella—, es mi vida, mis planes, mi libertad —enfatizó. 

—Entiendo... —dijo el elfo, con una sonrisa—, te habían secuestrado y te has liberado. Por eso, sientes que somos una amenaza, porque crees que te quitaremos tu vida o tu libertad —explicó.  

Luna se sorprendió que este descubriera tal cosa de ella. Y se dio cuenta que eran realmente peligrosos. Así que comenzó a cantar:

 "Cupido me ha flechado, la riqueza me da igual...Solo ha de consolarme mi marino das jovial....Doncellas vengan todas, quien quiera que seas, que el amor de un audaz marino, surca en abravecido el mar...."

Por supuesto, aquella canción en este mundo llegaba a su mente, pero para nuestro mundo no era más que el "The marine de Andrés Kastiel". 

Por eso, de inmediato, todos los hombres sucumbieron a la canción. En sus mentes, todos ellos observaban un hermosa mujer que caminaba hacia el fondo del mar, mientras cantaba, según la ilusión, ellos querían ir detrás de esta, pero cada paso que daban parecía alejarse más. De todos los presentes, solo el elfo parecía luchar contra la hipnosis de la canción, intentó hacer uso de la magia natural, pero antes de que las raíces tocaran siquiera los pies de Luna, finalmente sucumbió a la hipnosis. 

Luna sonrió, y sin miramientos, no dudó en registrarlos y tomar toda pertenencia de valor que estos habían robado durante la jornada del día. 

—Y ladrón que roba a ladrón, tiene cien años de perdón —soltó risueña, continuando su camino.

Luna se sentía realmente empoderada. No sabía que los terrestres podían sucumbir a los encantos de su canción, tan poderosamente como lo que acaba de hacer o lo que hizo cuando fue rescatada por Iris. De haberlo sabido, no hubiera dudado de confiar en sus dotes, en vez de paralizarse del miedo, cuando vivió todo aquello en el pasado. Pero pensar ene so, no iba a cambiar nada. 

Sin darse cuenta, llegó a un pequeño pueblo lleno de colores, con rocas pintadas sobre las ramas de los árboles, pero se quedó como tonta al admirar que las del suelo, también lo estaban. Otros árboles estaban adornados con rubíes y diamantes, y había rostros pintados en los troncos con caras alegres, locas, malhumorados y lloronas. Asomándose, curiosa e insegura por el pórtico del pueblo, se dio cuenta que las casas tenían forma de conos, con tejados puntiagudos como sombreros de brujos, y con muchos colores en sus paredes. 

—¿Por qué te ocultas? —Preguntó una joven voz. 

Luna al mirarlo, se dio cuenta de que se trataba de un jovencito, no mayor de once años, de cabello rojo, pecoso y de mirada tierna. Sonreía. 

—Es que hay gente mala en el mundo —respondió—, y no sé si esta aldea está llena de ellos —se sinceró. 

—Mi familia no lo es —dijo el chico. 

—¿Cómo te llamas? —Le prgeuntó Luna curiosa. 

—Soy Pultoni —dijo—, quieres venir a casa. Está muy oscuro, y creo que no e sbueno para una señorita ir al bosque, cuando hay gente mala rondando. 

Luna le sonrió, y asintió. 

El chico la guió por el pueblo. Obviamente, en el momento que atravesó la aldea, se dio cuenta que todos los nativos llevaban el cabello rojo. Algunos, se asomaban por las puertas sonrientes, y otros parecían precavidos por su llegada. 

—¿Cómo se llama este lugar? —Prgeuntó Luna, apretando la tira de su bolsa hacia ella. 

—Es la aldea Rojiña —dijo Pultoni—, mira esa es mi casa. 

El chico señaló una enorme casa con forma circular como las demás, pintada de varios colores como el retso del pueblo y de techos rojos puntiagudos. La puerta estaba abierta, y dos chicos se asomaron a la puerta. 

—Ellos son Pelt y Pilt —dijo este alegre. Naturalemente, los chicos eran mayores que este. El chico, Pelt, parecía no pasar de 17 años, mientras que la chica, Pilt, parecía no ser mayor a 15 años—. son mis hermanos. 

—¡Pultoni! ¡¿Dónde estabas!? Fuimos a buscarte a la arroyo y no te encontramos —Chilló la niña, y apenas Luna se había dado cuenta que el chico llevaba una cubeta de agua en sus manos. Se avergonzó d eno ayudarlo. 

La chica notó la presencia de ella, y se detuvo, con las mejillas sonrojadas de la vergüenza.

—los siento, no me percaté de que teníamos visita —dijo ella, avergonzada. Pelt, miró a la chica ruborizado también, y entró corriendo a la casa. 

—No estamos acostumbrado a las visitas, así que debes disculparnos —dijo Pultoni, mirando severamente a su hermana. Luna sabía que sería un jovencito fuerte cuando estuviera mucho más grande.

Luna cuando entró al hogar del chico. Se impresionó de ver que, pese a que parecían ser una familia numerosa, todo estaba bien arreglado. Tenía un pequeño vestíbulo que se conectaba con un pasillo largo. A su costado derecho estaba un pequeña sala de estar, y a su costado izquierdo estaba el comedor y la cocina. Pultoni y Pilt la guiaron hacia el comedor, donde vio a un hombre mayor, con el mismo color de cabello, pero con un delantal de cuadros rojos y blanco. El hombre, estaba tan sonriente como el resto de sus hijos. 

—Hola —dijo finalmente el hombre. 

—Hola —respondió Luna, con una sonrisa—, su hijo me dijo que podía pasar la noche acá. ¿Es cierto?

—Sería un honor para nosotros si te quedaras a dormir y a comer el tiempo que necesites —respondió—. Soy Pult —dijo—, solo estamos nosotros, y mi hijo Polt que no ha llegado del trabajo. ¿Quieres sentarte para comer? —Pult, tan servicial como los demás, le abrió un espacio en la mesa. Pelt, estaba a un lado de su padre, pero con la misma timidez como en el momento que la recibió. 

Luna asintió. Apenas se sentó, vio como Pilt corrió a la cocina, sacó platos y vasos, y con ayuda de Pultoni, arreglaron la mesa en un santiamén. Pelt, colocó los cubiertos y las tasas, y con otros movimientos rápidos, Pilt se encargó de llenar las tasas con una sustancia rojiza que Luna no reconoció. Pultoni, colocó un enorme cerdo en el centro, mientras Pelt agregó papas y vegetales a los costados del cerdo. Sin darse cuenta, ya todos estaban sentados, cuando Pult empezó a llenar los platos con un caldo que, Luna se ruborizó de sentir un aroma realmente delicioso. 

No había terminado de llenar la mesa del caldo Pult, cuando Polt apareció. A diferencia del resto, Polt no solo parecía tener más de 19 años, sino que se veía fuerte, varonil, y con unos ojos vivos y alegres. 

—¡Llegamos familia! —rugió, con alegría, cuando se pasmó, al ver a Luna—. ¿Visita? 

Todos asintieron alegres. Al igual que todos, el chico se ruborizó. Pero Luna, también lo hizo sin darse cuenta. 

—Lamento mis modales —dijo, sentándose en una silla a su lado, pues era la única disponible. En segundo, Pult llenó su tasa y su plato. 

Luna descubrió al chico mirándole directamente, y tuvo que bajar la mirada para evitar sentir más vergüenza. Entonces, el banquete comenzó. Cuando Luna probó el caldo, casi sentía que iba a desmayarse.

—Esto es... ¡delicioso!, ¿qué es?  —Preguntó emocionada.

—Caldo de pollo —dijo Pilt, sin entender la emoción del plato. 

—No eres de por aquí, ¿cierto? —Preguntó Pult, con amabilidad, pero que encendieron las alertas de Luna. 

—Cierto, caldo de pollo —repitió— Soy de muy lejos —añadió, en respuesta a Pult.

—¿Puedo reclamarla? —Preguntó finalmente Pelt a su padre, dubitativo. 

Pilt, Pultoni y el mismo Polt, miraron a su hermano con asombro. Pult, casi se ahogaba ene se momento, con el caldo. 

—Para empezar, no es momento de hacer cosas como esas. Eres muy jóven todavía...

—Pero legal para reclamar a alguien —le cuestionó Pelt. 

—Sí, pero ella no es de nuestro pueblo —dijo Polt, recordando lo que le pasó hace unos años atrás con una forastera a la que quiso reclamar—, de modo que no está atada a nuestras costumbres.

—¿Cómo? —se ofendió Pelt, por la intervención de su hermano. 

—Señorita...

—luna —dijo ella, sin entender que estaba pasando. 

—¿Conoce usted lo que significa ser reclamada por otra persona? —Polt, la miró directamente a los ojos.

Luna negó tontamente. No tenía ni idea de lo que intentaban decir. Hasta que s ele ocurrió algo.  

—¡Claro! Yo reclamo este caldo como mío —dijo con alegría—, eso significa que es mío ahora. 

Todos soltaron risas, peor asintieron. 

—Bueno, mi hermano aquí presente quiere reclamarla a usted como suya, así como usted acaba de reclamar ese caldo. 

Luna se confundió por un momento, pero luego la mente se le aclaró. 

—Imposible —dijo—, yo... soy libre —dijo, levantándose de la silla, asustada de que fuera a ser esclavizada. Claramente, todos vieron su reacción y se alarmaron. 

—¡Ya ves lo que haces! —le recriminó Pilt a Pelt, con un golpe en la nuca. 

—lo sentimos mucho —dijo Pult, el padre de todos—, estos chicos no saben reconocer en el momento de decir las cosas, en el tiempo indicado. Y el valor que tiene que una mujer acepte a aquel que desea para compartir su vida —dijo este. 

—Todo aprendemos al final de cuentas —añadió Polt, con aires de nostalgia. 

Todos miraron al hermano mayor que comenzó a de gustar el plato sin más. Luna, entendió el sentimiento con el que lo decía, y sintió curiosidad. La misma que le daba, por robar todas las cucharas de la mesa. 

—¿Quién te rompió el corazón? —Preguntó finalmente. 

Todos dejaron de comer, y miraron a su hermano. Estaba tan rojo como su cabello. 

—Una mujer que se llama Kimiko —dijo, confrontando la mirada de Luna. 

—Sé que hallarás a alguien que esté a tu altura y que te corresponda —contestó ella—, no se necesita ser muy inteligente para ver que eres un hombre que merece algo bueno, aunque escasee últimamente. 


Al día siguiente, se levantó temprano de la casa, solo por el ruido de las pisadas de los chicos en el pasillo. Parecía que una estampida de animales entraron dentro de la casa. Se asomó por la ventana por los gritos en el exterior, y vio que Polt, Pelt, Pult y Pultoni saldrían. Confundida de ver que los hombres iban a salir, decidió salir de la habitación. 

Cuando llegó a la entrada, vio que preparaban una pequeña carreta, atada a un asno, algunas indumentarias de caza estaban detrás. 

—¿Te despertamos? —Preguntó Pilt, a su lado. Luna asintió, con una sonrisa—. Lo siento, siempre es una locura en casa, cuando ellos van a salir a cazar. 

Los chicos saludaron a Luna, y en un momento, habían salido de casa.   

—¿Por qué solo van hombres? —Preguntó Luna, curiosa. 

—Porque así alimentan su ego de sentirse útil —respondió la chica.

—¿Y qué sueles hacer tú para sentirte útil? 

—Aparte de los quehaceres de la casa y la comida, paso el tiempo escribiendo —dijo ella, con una amplia sonrisa. 

—¿Escribir? ¿Y eso qué es? 

Pilt miró a la chica, como si estuviera haciéndole una broma. 

—¡Vamos! ¿Es en serio? ¿No sabes leer ni escribir?

Luna se negó.

—debes haber salido de un lugar muy pobre —dijo—, ven conmigo, ayúdame en la casa y, si tienes tiempo, empezaremos las primeras clases para aprender a leer y a escribir. 

Con la ayuda de Luna, Pilt pudo hacer todo a la mitad del tiempo que se llevaba. De modo, que tuvo ocupada solo la mañana;  ya para la tarde, tenía todo resuelto. Durante sus sesiones de tareas de limpieza en el hogar, estuvo poniendo al día a Luna sobre los tiempos terrible que habían estado viviendo, por culpa del fénix del renacimiento, también, le habló sobre Gaia, una entidad que Luna jamás había oído y llamó su atención. Le contó de como unos chicos extranjeros liberaron su pueblo y salvaron a muchos aldeanos que habían sido transformado por una maldición, y ahora vivían en paz, aunque se rumoreaba de que el mundo llegaría a su fin pronto.

Luna se dio cuenta de que aprender escritura, no era una tarea sencilla, pero quiso esforzarse, solo porque Pilt le contó que en su cuarto tenía montones de libros, unos conseguidos por ella, y otros que ella misma había creado, y que la razón de hacerlo, se debía a que podía viajar a lugares más allá de este mudo cuando los leía o cuando decidía escribirlo. Luna quería descubrir lo que estaba detrás de esas letras entonces. Quería sentir la libertad que Pilt parecía tener cuando leía o hablaba sobre lo que su mente imaginaba. Incluso, se dio cuenta que podía escribir de cosas que la gente no conocía, y ella, sabía que muchos no entendía su mundo, tenía que plasmarlo para ver si así se acababa la caza de sirenas y tritones. 

Cuando la noche llegó, y estaban a la espera de la llegada de todos los hombres de la casa. Fue la demora de estos, lo que hizo ver a Luna a Pilt, vistiéndose para salir. 

—¿A dónde vas?

—Iré a buscarlos —dijo—, han tardado cinco minutos, y ello no suelen retrasarse.

—¿Crees que les haya pasado algo malo? 

—No —dijo Pilt, asustada—, no puede pasarles nada. Mi padre, Polt e incluso Pelt son buenos cazadores, y fuertes, Pultoni es un chico, pero también es fuerte, no creo que deban tener problemas en nada. A menos, que lo que les obstruya les supere. 

Luna entendió la preocupación de la chica, y al igual que ella, tomó alguna de sus cosas, entre ellas, el cuchillo. No se colocó nada para abrigarse, pues la temperatura fría la reconfortaba. Cuando salieron, Luna reconoció las antorchas y las lámparas de aceite del lugar, como símbolo de rechazo de la oscuridad. Todo el lugar parecía tranquilo y alegre, pero los pasos de Pilt hacían ver todo el momento, como una urgencia inminente.   

Fueron por el sendero que Pilt indicó, donde solían ir a cazar, y consiguieron treinta minutos después, rastros de la carreta y el asno, desviándose por el camino.

—Algo ocurrió —dijo Pilt, temerosa de hallar algo horrible. 

Luna la confortó, y fue la primera en dar pasos en dirección a las ruedas y las pisadas del animal. Caminaron un par de minutos, hasta que se alejaron por completo de la zona, y todo era desconocido para Pilt, cuando hallaron una fogata encendida al fondo. Habían risas de hombres, y tarros de bebidas que se golpeaban entre sí.  Polt, Pult, Pelt y Pultoni, estaba atados alrededor de un enorme tronco, desde el pecho hasta la cintura. 

Pilt miró horrorizada a Luna, cuando observó como raíces espinosas también ataban sus cuerpos. 

—Es magia —declaró. 

Luna miró aquello, y chasqueó la boca. 

—Y magia élfica —concluyó.

Como pudieron, se arrastraron por el suelo para acercarse más al lugar, y como lo sospechaba Luna, quienes estaban en el centro de la fogata, eran los mismos delincuentes que se había topado el día anterior. 

Pero antes de que alguna pudiera hacer una acción, Pilt pegó un grito, en el momento en que sus tobillos fueron atrapados por otras raíces y la balancearon por el aire. Luna quería recuperar a la chica, pero antes de hacer más, fue atrapada también. ambas quedaron suspendidas en el centro de la fogata. ¿Serían quemadas? 

No supo cómo ni cuándo, pero un segundo después, fue amordazada para que no pudiera cantar.  

—¡No! ¡Pilt, Luna! —Rugió Polt.

—¡Déjenles! ¡malnacidos! —agregó Pult. 

Luna vio los ojos de angustia de Pultoni y de Pelt, por la condición de ellas, y se sorprendió de ver a Pilt, removerse, intentando zafarse del agarre, aunque sin éxito alguno. 

—¿Por qué no les dices a ellos que nos robaste y nos dejaste encantados todo un día en el bosque? Espera, seguro que los debes tener encantados a ellos también —soltó el elfo, con una sonrisa maliciosa.

"¡Suélateles! Ellos no tienen nada que ver conmigo. Tu problema es solo conmigo"

Los mercenarios vieron a Luna sorprendidos, no esperaban que tuviera una habilidad telepática. Claro, dicha habilidad solo se logra si tiene fuerzas suficiente. Haber estado tanto tiempo llevando la vida como esclava, hizo que no pudiera volverlo usar hasta ahora. 

—Que criatura más interesantes —dijo esta vez el humano, acercándose al rostro de Luna—, no esperaba que pudiera tener telepatía. ¿Sabían que es una sirena? —La pregunta se la hizo a los rojos, y todo vieron a Luna. Con el cabello suspendido y no ocultando sus orejas, vieron las formas puntiagudas de esta, y se sorprendieron. 

—Ni siquiera lo sabían —añadió el elfo—. Siempre estuvo manipulándoles —afirmó—, no sé qué tanto pudo estar haciendo con ustedes, pero estoy seguro que todo se debía al poder de su canto. Por eso la amordazamos.   

—¡Ella puede ser sirena, una mujer lobo, un cisne hasta un ratón, y de igual manera la hubiéramos ayudado! —la defendió Pilt—. ¡Y la ayudo, por qué es mi amiga!

—¡Así se habla, Pilt! —Gritó Polt, recibiendo el vitoreo alegre de su familia.

—Creo que hay amordazarla también —dijo uno de los Leprechaum.   

El elfo dio la orden, y segundos más tarde, habían amordazado a Pilt también, no si llevarse un mordisco por parte de la chica. 

—Creo que deberíamos llevarnos a la chica. Vale la pena tenerla y venderla. Darán un buen valor por una especie como ella —dijo el humano, al elfo. Este asintió. 

Luna, abrió los ojos al escuchar aquello. No podía creer que la libertad le durara poco. 

—Es curioso, no... —comenzó el elfo—, atrapamos a estos hombres para robar su comida, su carreta y su asno, después de que habíamos sido asaltados por una jovencita. Los amordazamos, para que se quedaran aquí hasta que un animal los matara, o simplemente alguien los recatara, según fuera la suerte de ellos, y nos topamos con la verduga de nuestras penas. Eso es justicia. 

—¿Justicia? —Esta vez, recriminó aquello Pult, el padre—, te atreves a justificar tus actos llamándoles "justicia". Ni siquiera tienes idea de lo que eso representa. El conocimiento de lo bien y el mal, de lo justo y lo injusto, recae solamente en Gaia. Tu pago de mal por mal no es justicia, solo es eso: una injusticia por otra injusticia...

No pudo decir más, pues el elfo con los pies en puntas se deslizó por el suelo hasta él, a gran velocidad y le propinó una cachetada. 

—Que eso te enseñe a entender la posición en la que está. Me importa un bledo Gaia. 

Pult, soltó un risilla, y miró al elfo con compasión: 

—Lamento mucho tu blasfemia contra Gaia, y aunque te importe poco, no significa que sea verdadero.  El territorio en el que has decidido cazar, pertenece  a Gaia desde que fuimos liberados del fénix del renacimiento. Estoy seguro que enfrentarás su propia furia. 

—Si claro —se burló este, pero, en el momento que rezongó, la fogata se apagó. 

Los primeros en gritar fueron los Leprechaum, seguido del humano, tercero del elfo. Había movimiento, pero nadie podía determinar que estaba ocurriendo. Luna sintió le golpe de la caída, al igual que Pilt, creyeron que iban a quemarse con las brasas, pero estas estaba húmedas, como si hubiera una fuente debajo de lo que había sido la fogata. ¿Qué estaba pasando? 

Corrieron hacia donde estaban los demás amarrados, pero se encontraron con que estos estaban liberados. La fogata volvió a encenderse como si nada. Los cuerpos de los mercenarios no estaban, y una figura en forma de águila apreció: 

—Por haber sido valientes en proclamarme, se ha hallado gracia delante de mis ojos. En lo poco han sido muy fiel, por eso, en lo mucho lo seguirán siendo. 

Luna vio como los rojos se postraron delante de aquella esencia. Y se vio así misma, postrándose, como si se tratara de una necesidad genuina, o una fuerza invisible que le obligaba a ello. Pero, al mismo tiempo, lo requería. Nunca había sentido algo igual. 

—Luna, a ti te digo, serás la causa de liberar a los oprimidos, así como te han liberado a ti —dijo aquella voz, potente como los truenos que te hacían helar los huesos, pero dulce como la miel para imaginarte un ensueño. 

¿Quién era este Ser? se preguntó Luna, asustada.  


   

     


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