Los miedos
Capítulo 63
Kimiko llevaba una capa de viaje de color oscura al igual que Tsukine. A diferencia de algunos que habían salido a caballo, estos viajaban por el bosque en una especie de alfombra voladora, hecha de las hojas de los árboles que, en un momento, y gracias a Kimiko, se reunieron un tumulto de ellas y forjaron una plataforma en la que ambos viajaban sentados a través del bosque, en una distancia considerable entre el suelo y la altura de los árboles. Por supuesto, para un humano, sería verles en una altura de cinco metros aproximadamente.
—¿Sabes exactamente qué haremos allá? —Preguntó Tsukine, intentando cortar las distancias.
Kimiko y él, desde el inicio, habían tenido una relación complicada, y, si bien era cierto que había mejorado después de que Aland traspasara su mente a la de ella, de alguna forma, a veces, solo a veces, como en aquel momento, sentía que le separaban miles de kilómetros de distancias.
—Tengo una idea, pero no puedo asegurarla —respondió Kimiko, con una sonrisa, mirando enfrente—. ¿Qué te ocurre? —Preguntó la maga, mirando a Tsukine por primera vez desde que habían salido. Por algún motivo, la rosa en su pecho le decía que el chico estaba triste.
Tsukine suspiró, negó con la cabeza. Lo que menos deseaba era convertirse en un problema para ella.
—Siempre creí que me necesitaba únicamente en el mundo y el reino para ser feliz. Por eso, cuando Lance escapó del reino Amatista con el talismán, me sentí orgulloso cuando fui encomendado para traerle devuelta. Pero... jamás imaginé que mi encuentro con él me llevaría al punto en el que estoy ahora —comenzó a explicar pensativo, apoyando uno de sus brazos en una de sus rodillas levantadas—. Luego me enteré que fui manipulado por el rey, que mis recuerdos fueron borrados y fui usado con arma de combate. Luego conocí a los chicos y Gaia, y me plantearon en una misión mayor, y terminé encontrándome con mis hermanos y una familia que, a decir verdad se me fue arrebatada en un instante. Y por supuesto, conocí el amor de mi vida en toda esta travesía. Y aun así, por alguna razón yo...
—Te sientes solo —completó Kimiko. Tsukine asintió.
La chica se acercó a él, acortando todavía más las distancias y le besó. Fue uno de esos besos tiernos, calmados y no llenos de lujuria sino de amor, intentando expresarles, no con palabras, sino con ese acto, que le amaba.
—Lamento que no hayamos tenido tiempo para nosotros en estas semanas —confesó ella.
Tsukine mantenía los ojos cerrados, no quiso que aquel beso acabara.
—Creo que valió la pena si ibas a besarme de sa forma —aclaró él. Ella soltó una risita.
—¿Qué es eso? —Preguntó de pronto Tsukine, cuando vio una espesa niebla delante de ellos.
Kimiko detuvo la alfombra voladora, y tragó grueso cuando vio aquella masa densa de oscuridad.
Como deben recordar, Kimiko y Tsukine se dirigían al mismísimo abismo. Por eso habían tomado la ruta por la región oscura, y luego de mucho tiempo volando por aquella zona siniestra —donde el día era tan igual como la noche, y los árboles parecían tan tenebrosos y lamentables, no solo por los rostros que parecían llevar a la mitad del tronco, sino porque los que no estaban desnudos en sus ramas, tenían hojas larguiruchas y finas, que les daba un aspecto de lamento sempiterno—, ahora se habían encontrado frente a frente con una masa nebulosa de oscuridad pura.
—¿Alguna vez te has preguntado cómo es que los humanos no han podido erradicar por completo a los seres de la región oscura? —Preguntó Kimiko, pero Tsukine negó con la cabeza sin dejar de mirar aquella inmensa nubosidad—, hace muchos años, después de la gran guerra entre Aurelius, alias Emrys II, hubiera derrotado a los reyes vampíricos, los brujos tomaron el poder. Ante la desaparición de mi maestro y el poder debilitado de los vampiros, estos se aprovecharon para gobernar.
—Y sabiendo que los humanos eran criaturas que habían encontrado la forma de menoscabar a la magia, decidieron levantar una frontera de oscuridad. Esa cosa que vemos, se le llama "La Nube de la Perdición" —agregó Kimiko, pensativa—, siendo honesta, nunca la había visto hasta ahora. Ni siquiera, Aland, le llegó a ver en vida, aunque estaba en conocimiento de esta —dijo, haciendo aparecer ene se instante, un enorme libro que se abrió, hasta una página donde parecía haber información sobre esta, y comenzó a leer en silencio.
—Pero no comprendo algo —comenzó a cuestionar Tsukine—, ¿Cuál es la utilidad real de esta frontera. Hasta donde sé, hemos podido penetrar esta región sin problemas. ¿Si fuera realmente una defensa, no debería delimitar toda la región?
—Es lo que no entiendo... —confesó Kimiko con voz suave, y ojos achinados que releía las páginas a gran velocidad—, aquí dice que la verdadera razón sobre esa densa oscuridad, es por los miles de conflictos que han existido entre el reino de Hierro y de la región oscura. Señala que, los humanos del reino de Hierro, habían encontrado formas de hallar humanos superdotados que hacían la vida de los oscuros miserables. Antes esto, los brujos crearon una poderosa masa oscura que pocos han podido atravesar. Pero el resto de la región cuenta con su propia defensa para los humanos.
—¿Su propia defensa? ¿Cómo es que no nos han atacado? —dijo Tsukine, ahora sin entender porque el bosque se estaba portando demasiado hospitalario.
Las páginas del libro volvieron a moverse, y Kimiko continuo leyendo:
—"Bosque Oscuro" es el bosque que adentra a la región oscura, donde habitan todos las criaturas de la noche habitan. Un lugar lleno de magia, sangre y maldad que pocos desean descubrir. Los árboles, más las criaturas que habitan, son el principal elemento para destruir a los intrusos, en especial a los humanos. Para pasar desapercibido, las criaturas deben emitir una fuerte fuente de magia en su interior. De esa forma, serán inadvertidos y respetados.
—Así que es por eso —cruzó los brazos Tsukine—, ¿No podemos rodear esa masa oscura?
—Me temo que ahora que nos ha visto, se moverá a donde quiera que vayamos —dijo Kimiko, señalando una vez más una aclaratoria en aquel libro mágico,
Tsukine no podía creer lo que había dicho, pero lo entendió cuando alzó la vista enfrente y vio que esta se había acercado muchísimo más.
—Bueno, no pasa nada, creo que tengo a la mujer más poderosa de este mundo —dijo él, sin pizca de gracia
—Lamento decirte que, hay cosas que ameritan tener nuestra propia lucha. No tengo idea de lo que encontraremos en ella —concluyó, justo cuando estaba siendo devorados por la masa oscura.
Tsukine entró en pánico, cuando se dio cuenta que la oscuridad era absoluta. Si no fuera porque sus pies tocaban la alfombra de hojas, no hubiera creído que seguía en ella. Por otro lado, agradecía sentir el hombro de su amada a un costado, respiraba, pero no podía verla. Intentó ver sus manos, pero para poder hacerlo, tuvo que acercarla a escasos centímetros de sus ojos.
Kimiko encendió una luz, y aunque escasamente iluminó a ellos dos, aquella luz se veía espeluznante, anormal y siniestra, rodeada de toda esa oscuridad. Y no ayuda el frío que estaban sintiendo.
—Esto es horrible —dijo Kimiko, con el ceño fruncido.
—Es demasiado...
Tsukine se calló, cuando repentinamente —y sin sentido de dirección para ninguno—, escucharon un grito terrorífico que no parecía humana, o al menos no de alguien que pudiera serlo o que sentía tal terror que había perdido alguna pizca de su humanidad en aquel sonido.
Los vellos de ambos se erizaron.
sin que Kimiko, realmente lo fuera a venir y con la boca reseca del pavor, logró ver a Tsukine levantarse en la alfombra, con real molestia en el rostro y gritar:
—¡¿Quién anda ahí?! —Vociferó, tomando valentía, nadie sabía en donde—, si eres un amigo, tus enemigos sabrán temernos, pero si eres enemigo, definitivamente nosotros no te tememos.
Otro grito, un gruñido, un canto lírico, todo se escuchó al mismo tiempo.
Entonces, Tsukine contornó sus ojos cuando vio una figura subir a la alfombra. Era el rostro de sus padres, Rocío y Richard, le sonreían.
—Mi pequeño hijo —dijo Rocío—, mi dulce y preciado hijo.
—¡Mamá! ¡Papá! —soltó Tsukine, dando un paso que, de no haber sido por Kimiko, estaba seguro que les hubiera abrazados.
—Tus padres murieron cuando el Nihilismo apareció —dijo Kimiko, con el ceño fruncido.
—Ella miente, estamos aquí —contestó Richard.
Tsukine quería creerles, pero de no haber sido por la rosa en su pecho, no hubiera sabido diferenciar la verdad de la mentira. Y Kimiko no mentía.
—Es cierto —declaró, no porque no dudara, sino que la convicción de Kimiko era mucho más genuina que el de él.
De pronto, paredes aparecieron, rodeando la alfombra. Inclusive contaba con un techo que, gracias a la luz, pudieron observar que habían filosas protuberancias que salían de esta.
—¡No! —chilló Kimiko, cuando vio como estas comenzaban a moverse, haciéndose cada vez más pequeña.
Rocío y Richard se vieron empalados, y con sangre que parecía borbotear por todo su cuerpo.
—¿Qué está pasando? —Se preguntó Tsukine espantado y horrorizado. Estaba volviendo a ver la muerte de sus padres.
—Es el miedo —dijo Kimiko, enterrando su cabeza en el cuello de Tsukine, alterada y nerviosa—, esta oscuridad hace que los sueños se materialicen, pero junto a ellos las peores pesadillas que dan lugar al miedo. Se alimenta de eso.
—Alegría, sorpresa, ira, tristeza, asco y miedo —siguió farfullando ella, al oído de Tsukine. Que si bien estaba aturdido por la escena de sus padres empalados, agonizando y gritando su nombre, se sentía mucho peor por el estado en el que Kimiko estaba. Entonces, lo entendió, ella temía a los lugares cerrados—, el miedo es problemático cuando nos deja incapaz de funcionar, comienza con la ansiedad, y seguido con la acción de paralizarnos. Victor, victo dijo que..."el único modo de vencer el miedo es, en fin, el conocimiento", él lo dijo, él lo dijo, él...
Se calló, pues justo en ese momento Tsukine la besó. Por un momento, ninguno de los dos supo que estaba pasando, pero al mirarse, comprendieron la verdad todo aquello. Ellos eran lo real. La rosa de sus pecho brilló, y segundos después, una luz brillante atravesó las paredes destruyéndolas, junto a Rocío y Richard, y atravesó la niebla por completo. Más gritos se escucharon, y la niebla se dividió en dos, como buscando separarse de ellos. Pero seguía allí.
—Gaia por favor... —solo logró decir Tsukine, cuando la propia luz de Kimiko creó una onda expansiva de luz que destruyó toda la niebla.
—¿Tú?
—Ni se te ocurra creer que lo he hecho yo —advirtió Kimiko—, sería deshonrarla.
Tsukine asintió, con una amplia sonrisa, y exclamó:
—Gracias mi soberana.
Lo curioso, es que justo cuando la niebla se había despejado, sintieron como se empapaban, debido a una lluvia incesante y se vieron enfrente de una nación grande, pero no tanto como lo habían sido los reinos principales.
—¿Y esto qué es? —Preguntó Tsukine, sin haber visto algo igual.
Desde una vista frontal, aquel lugar tenía casas construidas con madera y hierro. Los tejados tenían formas altas, acastilladas, y luces encendidas que se miraban a través de las ventanas. Tenía una base de construcciones que se alzaba entre las colinas, hasta llegar a la punta, donde estaba el palacio real. Las calles parecían ser angostas, con montones de escalinatas, y, aunque había una plaza central donde había un enorme estanque, el poco espacio que había se lo llevaban los caballos con carretas, y las tiendas de muchos herreros. La lluvia, también azotaba sobre todo aquel reino.
—Es el reino del Hierro —respondió Kimiko, emocionada.
—¿Ellos debían luchar contra esta masa, muy seguido? —Preguntó Tsukine.
—No, a menos que desearan adentrarse a la región oscura —contestó Kimiko—, por cierto —ella le miró—, gracias... sin ti, yo...
—Sin ninguno de los dos —corrigió él—, los miedos no son buenos y malos, pero pueden transformarse. Son buenos, cuando nos ayuda a protegernos de algún peligro, pero malos cuando nos paraliza. De no habernos tenido, nos hubiéramos paralizado.
—Totalmente de acuerdo —afirmó Kimiko—, te puedo asegurar que entre los dos, tú eres más fuerte.
Tsukine sucumbió a esas palabras, así que le dio un beso corto. Hubiera sido más largo, si las puertas de aquel reino no se hubieran abierto un ejército salió de él. Por encima de los muros, miles de arqueros le apuntaban con ballestas, arcos y flechas, y una especie de maquinaria que, por las enormes flechas que poseían, estaban seguros que serían capaces de derribar a un dragón.
—¡Venimos en son de paz! —dijo Kimiko, poniéndose de pie.
—¿Cómo podemos creer en eso si hemos visto que han surgido de la mismísima niebla de los miedos? —Preguntó un hombre desde el muro, de mirada severa, cabellos oscuros, con una barba recrecida pero no demasiada larga, lejos de verle demasiado viejo, le hacía ver temible. Por las ropas, Kimiko y Tsukine sabían que se trataba de alguien importante.
—¿La niebla de los miedos? —Preguntó Tsukine, como si eso fuera realmente un problema.
—Sé que parece sospechoso, pero no tenemos ningún interés en el reino...
—Pero nosotros sí en ustedes —interrumpió el hombre a Kimiko—, y será mejor que se dejen arrestar, sino quieren morir de inmediato.
Tsukine se alzó a un lado de Kimiko, tenía la mano en la espada, listo para atacar de ser necesario, cuando Kimiko le tomó dle hombro y negó con la cabeza.
—Bien, nos entregaremos —dijo ella.
—¿Te volviste loca? —Preguntó Tsukine estresado—, no necesitamos nada de ellos, solo estamos de paso. Además, sabes muy bien que podríamos salir de acá sin problemas.
—Y por eso creo que no necesitamos temer de ellos —le cuestionó Kimiko—, creo que es una oportunidad para hacer de estos un aliado.
Tsukine suspiró, frunció el ceño, pero decidió hacerle caso. En un minuto la alfombra de hojas descendió y cayó al suelo como un cúmulo de hojas sin más; sin vida, regadas en el suelo, mientras el ejercito les rodeó y varios guardias se encargaron de colocarles sogas, amarrados entre ellos, juntando sus espaldas. Y, colocando un tubo por entre ellos de hierro, les llevaron al interior del reino, hasta una plaza central.
Desde ese punto, ambos notaron que no solo estaba presente el ejército, sino gran parte del pueblo a sus alrededores, a través de las ventanas y sobre los techos. Todos curiosos de verles.
—Kimiko... estamos en problemas —le susurró—, puedo sentir que las sogas y el tubo de hierro están llenos de polvos alquímicos.
—También puedo sentirlo —suspiró ella—, pero siempre hay formas de escapar cuando se está en aprietos. Solo debes hacer uso de la cabeza.
Tsukine iba a rechistar sobre aquello, pero entonces lo entendió. Sonrió y dejó que la escena se suscitará como pretendían.
Les soltaron en el suelo. Notaron que, así como los hombres parecían ser tan rústicos, así lo era el suelo: lleno de encajes de piedras y tierra.
La multitud comenzó a abrir paso, y aquel hombre que les recibió desde el muro apareció. Lo primero que notaron, es que era realmente alto y fuerte.
—¿Dirán la verdad sobre sus intenciones hacia nuestro reino? —Preguntó.
—Ya la hemos dicho, rey Graber —respondió Kimiko, con una sonrisa.
—No hay peor ciego que el que no quiere ver —agregó Tsukine.
El rey Graber frunció el ceño, por aquellas respuestas tan osadas que había recibido por parte de estos. Sin pensarlo, y sin quitarse el guante de piel y metal de las manos, le dio una fuerte bofetada a Tsukine que le hizo escupir sangre.
—Vuelve a hablarme de esa forma y serás el primero en ser llevado a la ahorca.
—¿Crees que te temo? —soltó una risilla Tsukine—, hace un momento atravesamos esa nube maligna, y nos llevó a ver, de forma tangible el verdadero terror. ¿Crees que un simple hombre con aires de grandeza hará que tema? El respeto no se impone señor, se gana con honor.
Kimiko sonrió, ese era el hombre del que estaba enamorada.
El rey Graber se puso como un tomate, rojo de la ira, y volvió a levantar la mano. Kimiko se asustó esta vez, pero en menos de un segundo, sintió como las cuerdas que le ataban se aflojaron, y vio a Tsukine en una destreza de espadachín, alzar el filo de su espada directo al cuello del rey.
—Un movimiento más, y te decapitaré —soltó, con mucha seriedad en sus palabras.
De alguna forma, había roto las cuerdas infestadas de alquimia. Y ahora, tenía al rey con el filo de su espada.
—No necesito de magia para acabar con los hombres —añadió, con el ceño fruncido—, era un solado especial del ejército de la antigua y gloriosa Amatista, y desde que el reino fue destruido, no he dejado de entrenar y fortalecerme. Y no siendo un hombre común, puedo decirte rey Graber, que estás realmente en problemas.
No había terminado de decir aquello, cuando el suelo se cubrió de una niebla oscura, y decenas de cabezas alargadas y gruesas de dragones, aparecieron, mostrando colmillos humeantes temibles.
El pavor llenó a todo el lugar. Los que estaban en los techos bajaron, las ventanas y puertas de las casas cerradas y el pueblo, en general comenzó a correr para ocultarse. El ejército, que estaba tan aterrado como los aldeanos, sin embargo, permanecían allí.
El rey miró peligrosamente a Tsukine, pero no retrocedió. En cambio, tomó con sus manos la espada de Tsukine, y ejerciendo fuerza suficiente llevó aquella espada directo a su cuello. Por un momento, Tsukine creyó que era un suicidio, pero lo que vio le pareció impresionante: El filo de su espada no cortó su cuello, sino que rebotó en este con un sonido metálico —como cuando una espada y un escudo golpearan—. Tsukine se dio cuenta que estaba realmente en problemas, así que saltó hacia atrás.
—¿Cómo es posible?
—La gente de mi reino ha sobrevivido, porque vinimos dotados por la gracia misma de Gaia —dijo este—, ¿crees que los seres mágicos nos asustan? Son ustedes los que deben temer a nosotros, los superdotados.
Tsukine miró a Kimiko, y vio que la chica estaba relajada detrás de él.
—Tsukine, aparta tu magia —dijo ella—, el treinta por ciento de este ejército, son superdotados como el rey, en un combate real, no podrías con ellos. Y sí, alguno decidiera atacarte, me vería involucrada y, si lo hago, acabaré con todo el reino —explicó. Por supuesto, aquello causó gracia a los hombres que le rodeaba, excepto al rey.
—¿Cómo es que sabes mi nombre y la cantidad de mis hombres que cuenta con el don? —Preguntó, sabiendo que no era un chica cualquiera.
Kimiko descubrió un poco las vestiduras de su pecho, revelando los talismanes de los principales reinos.
El rey abrió los ojos como platos y con una seña de sus manos, mandó a callar al ejército.
—Ustedes son...
—Los que Gaia a escogido para tan gran misión —añadió ella—. ¿Nos crees que si te decimos que venimos en paz?
El rey sintió, suspiró, y se atrevió a arrodillarse delante de ellos.
—Lamento mucho mis modales, es que estamos en tiempos peligrosos, por eso, me disculpo de ante manos por esto... ¡Juicio! —rugió el rey.
Y todo pasó tan rápido que Tsukine, no logró entenderlo a la primera: Al menos un centenar de hombres se alzaron por los techos, y todos hicieron uso de sus dotes. Armas de todo tipo, decenas de animales, un golpe del rey directo hacia Tsukine, objetos levitando, todo lo que se pudiera imaginar como sorprendente, casi mágico y peligroso, estaba siendo arrojados hacia ellos. Incluso, vieron hombres transformados en criaturas que alzaban sus garras hacia ellos.
Diez dragones oscuros, salieron de la espada de Tsukine y atraparon, al menos a diez de aquellos que intentaban dañarle a él y a Kimiko, incluyendo al rey, inmovilizándoles. Mientras que Kimiko, logró crear centenas de portales dimensionales que se tragaron todo lo arrojado y los liberó en direcciones que no fuera peligro alguno para nadie. Y allí lo entendió.
El momento tenso pareció desaparecer con lentitud. Pero el rey sonrió:
—Necesitaba comprobar que fueran quienes mencionaban —dijo el rey—, además, quería comprobar sus fuerzas. Ahora entiendo porque la niebla ha desaparecido. Estamos agradecidos, ahora nuestros hombres pueden iniciar las exploraciones de forma sencilla.
—¿Cómo lograban atravesarla antes? —Preguntó Tsukine, curioso.
—No lo hacíamos —dijo el rey, levantándose en el momento en el que Tsukine le hizo señas de que se levantara—, rodeábamos el reino y hacíamos el viaje más largo de todos.
—Inteligente —señaló Kimiko—, pero supongo que sugiere muchas pérdidas.
—Sí, demasiadas —dijo el rey, un poco avergonzado—, hace poco enviamos a tres exploradores de la guardia. Estamos teniendo problemas con los asuntos vampíricos de esa región. Muchos de nuestros pobladores han sufrido pérdidas por ello.
—En realidad, el asunto es mucho peor, mi rey —dijo Kimiko—, permítame ponerles al día de todo este asunto, y contacte urgentemente al rey Donny del reino Carbón.
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