Los Caminos de la Vida...
Capítulo 10
El corazón del bosque Zafiro estaba en el centro de las afueras del reino. Piedras apiladas con símbolos mágicos antiguos estaban allí, algunas estaban rotas, otras apiladas sobre el suelo y unas de pie, en perfecto estado. Aunque el musgo de la vegetación se había adueñado de la superficie de estas en su mayoría. Los árboles a su alrededor las arropaban dándole un espesor denso, pero no tenebroso, pues mostraba una calidez gracias a la luz del sol que se colaba entre las hojas y las ramas. Justo allí, estaba la carroza desbaratada con dos caballos que, para Aland y Kimiko, que estaban ahora sentados en una de las piedras del suelo, eran interesantes. Al otro lado, estaba Samael y Origami. La chica se veía en mal estado.
—Creo que ha sido embrujada —dijo Kimiko, levantándose, para examinar de cerca a Origami, la cual le emitió un pequeño gruñido—. ¡Vamos! Solo quiero saber qué te sucede.
—No queremos involucrarnos con nada mágico —dijo Samael—. Hemos tenido suficiente de seres como ustedes —la obstinación de su voz era perceptible, pero se disfrazaba más por su preocupación por la chica.
—Te aseguro de que creo que podemos ayudar, si tan solo me dejará… —Kimiko había empezado hablar, cuando colocó su dedo índice en la frente de esta.
De inmediato, tanto Kimiko como Origami se les colocó los ojos completamente en blanco. Samael se tensó por lo que parecía suceder, pero antes de que tomara acciones en contra, Kimiko había dejado el efecto mágico.
—Ahora entiendo —dijo Kimiko con una sonrisa—. Hace un momento me preguntaba como pudo ser posible usted, maestro, en transportarnos mágicamente a este lugar con una dragona de por medio. Me he dado cuenta de la razón, incluso, por la que pude mirar sus recuerdos con magia, cuando se supone que nada de esto debía ser perceptible.
—Al grano Kimiko, dame tu diagnóstico. Yo ya sé el motivo de todo pero tú eres la aprendiz —dijo Aland, aburrido.
—La única forma de que un cambiante a dragón se vea afectado por la magia es que este esté débil. Ella ha sido embrujada por una elfina, bastante linda por cierto…
—Concéntrate Kimiko… —le reprendió Aland.
—¡Cierto! —se ruborizó ella—. Parece que le han envenenado su corazón con magia oscura. Pero un embrujo de esta magnitud habla de alguien con mucha… bueno, experiencia, no podría curarla, al menos…
Al escuchar aquello, Samael se levantó de inmediato de la roca en la que había acostado a Origami para que descansara, y dijo:
—¿Existe una forma de curarla? ¿Cuál sería la forma? —preguntó angustiado.
Kimiko abrió los ojos al ver la preocupación de este, y suavizó su rostro cuando vio el pequeño símbolo de él, en forma de un círculo espinoso y una rosa abierta.
—La única forma que puede ser curada es que yo sea, bueno… que yo sea mi maestro —señaló a Aland.
Samael miró al príncipe, y sin decir nada, suplicaba con su rostro que le ayudara.
—Señor, ellos son…
Iba a comenzar Kimiko a decir, cuando Aland se levantó suspirando de la roca para interrumpirle:
—Lo sé… ellos son Clymugawedes. Lo supe desde el momento en que ella buscó proteger del sol al chico. Reconocí el tatuaje que está sobre el pecho de ambos.
—Me dan envidia —dijo Kimiko, cruzando los brazos—. Siempre he querido conocer el verdadero origen de la magia de los Clymugawed.
—¿Su origen? Es una ambición interesante para venir de ti, Kimiko —dijo Aland.
—¿Pueden discutir teorías luego? Si me ayudan, les entregaré la gema Zafiro y Esmeralda de ser necesario —dijo Samael.
—Ves, por ese motivo quiero conocer el origen —chilló Kimiko—. Básicamente está entregando dos gemas que, servirían como armas brutales de destrucción, solo por salvar la vida de ella…
—Trato hecho —dijo Aland, ignorando a Kimiko en ese momento—. Pero, quiero algo más, si la salvo, tú y ella deben jurar con pacto de sangre tu lealtad hacia mí y Kimiko.
Hubo un silencio. Kimiko, arrugó el entrecejo, y añadió:
—¿Pacto de sangre? Estoy segura de haber leído eso… Creo, que se trata de un pacto mágico legendario entre seres mágicos irrompible. Si alguien buscara romperlo, entonces moriría… eso, sería demasiado descabellado, es venderse para servir como un esclavo…
—Trato hecho —dijo Samael sin dudar.
Kimiko miró al joven, y se dio cuenta de lo determinante que estaba por hacerlo.
—¿No te importa vivir a la merced de nosotros? —Cuestionó eso Kimiko.
—Me importa vivir si ella también lo está —dijo Samael, sin vergüenza.
Aland sonrió con victoria. Y alzó la mano, evidentemente esperando los collares con las gemas.
Samael se los quitó del cuello y los entregó en sus manos, en un apretón de manos, forjando el acuerdo.
—Sanguinis indissolubilis luramentum —Juramento de sangre inquebrantable, era lo que Aland había dicho. De inmediato, un pequeño corte ocurrió en el brazo de Aland, Kimiko, Samael y Origami, e hilos de sangre salieron envolviendo los brazos de ellos dos—. Por el cosmo de la vida y la muerte, hoy Samael y Origami juran lealtad a vivir como nuestros sirvientes…
—Lo juro —dijo Samael, sin dudar.
Origami, con el ceño fruncido, dijo:
—Lo juro…
Aland miró a Kimiko.
—Nunca he tenido sirvientes, asi que… Acepto.
—Acepto —añadió Aland, con una sonrisa divertida.
Entonces, los hilos de sangre brillaron y explotaron en chispas rojas en el aire. Una marca de un corte superficial había quedado en el brazo de ellos. Aland se colocó la gema en el cuello, y escuchó a Samael decir:
—Ahora, cumple tu parte del trato.
—¡Claro! La verdad es que un corazón envenenado por magia oscura no puede ser curado por nada más grande que el amor —dijo Aland—. Solo debes tocar con tu mano el símbolo de ella y todo ocurrirá por sí solo…
Kimiko abrió la boca. Y le acusó con la mirada. La solución había sido más simple de lo que ella había pensado.
—Sé lo que crees —dijo Aland, en un susurro perceptible—. Pero no hay nada más difícil que un enlace como el que ellos han forjado. Por eso es la magia más poderosa. Y tú debes aprender a sacar provecho no por lo que puedas hacer, sino por lo que sabes —se señaló su propia sien—. No hay nada más valioso que los secretos de una mente sobre la vida.
Samael se acercó a Origami, esta estaba sentada, con la mira llena de pena.
—No tenías por qué hacerlo… Yami dijo… —La boca de la chica se silenció, cuando Samael juntó sus labios sobre los de ellas, en un beso profundo, pero tierno.
Tocó el símbolo con sus dedos, un resplandor brillante les cubrió a ambos, y liquido negro como el azabache surgió del corazón de esta, y se evaporó en el aire.
—Si tuviera que hacerlo otra vez, lo haría con la misma convicción que lo hice —dijo Samael, con una sonrisa calurosa.
Origami sonrió, y se atrevió a abrazarlo.
—Sí, definitivamente les envidio —djio Kimiko al verlos. Pero, al girarse hacia su maestro añadió—. Sigo creyendo que el trato que hizo ha sido ruin. Le quita las gemas y su libertad. ¿Dónde hay justicia en ello?
—La hay cuando sabes que eres capaz de vivir por lo único que vale la pena hacerlo —esta vez añadió la chica, Origami.
—Bien respondido —dijo Aland—. Qué les parece si dejamos la parafernalia de esa elfina, y nos llevan con ella. Defluxit ilusio —Ilusión desvanecida.
De inmediato, el carruaje maltrecho se convirtió en una carreta de mercenarios mucho más estropeada que la carreta, y los dos caballos atados a ellas resultaron ser dos unicornios que relincharon de pavor al verse descubierto.
—Que – feo- ca-so —artículo en sílabas Kimiko, sorprendida—. ¿Lo supo siempre verdad? —Le recriminó a su maestro.
Aland soltó una carcajada sincera, y subió a la carreta, tomando las riendas de los unicornios.
—Samael, Origami vayan atrás, tú, Kimiko irás a mi lado. En vez de pensar en las cosas que sé y las que no, admira la belleza de estos unicornios. No se ve esto todos los días. De hecho, están en peligro de extinción y en otros mundo ya se han extinguidos, y en otros más lejanos ni siquiera han existido.
La chica bufó, pero hizo caso, al igual que Samael y Origami. Antes de iniciar el viaje, Aland miró a Origami y Samael para preguntar:
—¿A dónde vamos?
—Al sendero entre el Reino amatista y el reino Esmeralda, el Cruce —respondió Samael.
—¡Oh! El Cruce —dijo él con mucha maravilla—. Nunca he conocido el punto de encuentro de estos tres reinos. Me han dicho que es un buen lugar para ser robado por cualquier delincuente, buen sitio para esconderse.
—¿Usted lo cree? —replicó Origami, desconcertada.
—Créeme, nunca juega con lo que dice —dijo Kimiko.
—Y temo decirles otra verdad —añadió Aland—. La cambiante a dragón se ha recuperado, por ese motivo, la magia no le afectará. De modo que tendremos que ir en este viaje con estos bellos unicornios.
***
La princesa Diana Diametri Bartrom estaba en el balcón, con una copa de vino mirando la inmensidad del bosque que se extendía detrás del castillo. Cuando había escogido su habitación, especificó que fuera uno que estuviera en contacto con el bosque y no el pueblo. Lo menos que quería ver era a los miserables pueblerinos y lacayos, con aquella mirada de hambre y dolor que les causaba tanta nausea. Por eso, se sentía cómoda en su balcón. Era su propio aposento de descanso. Pero no en ese momento.
En realidad, estaba roja de la rabia y una pequeña vena se le marcaba en la frente. No solo los acontecimientos de los últimos días habían sido inefables y horribles, desde la desaparición del hada, el robo del collar por el vampiro impuro y la humillación del reino Zafiro. Iba asesinar al príncipe cuando lo viera. Lo tenía tatuado en su corazón. Mataría al hada simplemente porque odiaba la mirada de altivez cada vez que iba a visitarla como si esta fuera superior a ella, y al vampiro, aunque le aplaudiría por su beneficio de hacer la vida de su padre miserable, lo colgaría en el centro del reino.
El solo pensamiento de ello le hizo sonreír, mientras mezclaba con delicadeza el vino.
Su pecho ardió en ese momento, y sin poder contenerlo, soltó el vino al suelo haciendo que la copa se quebrara. Sintió que el aire le faltaba, y aquella necesidad incesante de tenerlo cerca, como hace tres días cuando le conoció. Supo que tenía que estar cerca. Se adentró al cuarto, buscó desesperada con su mirada por toda la habitación, pero no halló nada. De hecho, sintió que más bien se alejaba de él, y se sentía morir.
Volvió a salir al balcón, miró por encima, y solo había torres y torres de piedra, percibió cada ventana que estaba su alcance para ver si estaba allí, pero no. Entonces, cuando fijó de nuevo su mirada al bosque, en uno de los árboles lo encontró: El chico de cabellos oscuros y largo, sus ojos jades le miraban con intensidad, y con unos labios curvos, en una expresión severa. Sus vestiduras eran oscuras y demasiado descuidadas, y para Diana, solo verlo, le repulsaba su apariencia. Era obvio que en su cuerpo no corría sangre real.
Diana tomó su capa de frío, y se la colocó, deseaba estar desapercibida pero tenía que dejarle las cosas claras a ese hombre. Así, pasó por todos los pasillos de piedra, con decoración esmeralda y de cristal, evadiendo, claro estaba, a todos los sirvientes del palacio o cualquiera que pudiera reconocerla. Cuando salió a la parte trasera del castillo, caminó en dirección donde debía estar aquel hombre, pero no estaba.
Saber eso, hizo que su corazón diera un brinco y casi, si no se controlaba, estaba a punto de romper a llorar. ¿Qué le pasaba? Se sentó en las raíces del árbol para tomar aire y se quitó la capa. La chica era tan albina, que sus mejillas estaban rojas por todo lo que sentía en ese momento.
—Nunca había visto una princesa tan desesperada por verme —una voz divertida surgió detrás de ella.
El corazón de Diana se paralizó. Por algún motivo, supo que ese hombre estaba sentado igual que ella, pero detrás del tronco. En otra posición: era una imagen paralela del mismo árbol, con personajes distintos allí sentados. Cada uno, pareciendo escuchar el corazón del otro.
—Se nota entonces que no has conocido a ninguna princesa real —soltó ella, midiendo su compostura—. Las princesas no nos desesperamos por nadie, solo nos enojamos por no cumplir nuestros caprichos.
—¿Ah sí?... —la voz era suave y aterciopelada para ella—. Entonces, ¿soy tu capricho ahora, princesa? Me siento halagado.
Diana, de no sentirse tan estúpida en ese momento, le hubiera dado una bofetada. De hecho, se levantó con esa intensión, y ubicando al chico al otro lado del tronco, se la dio.
—¡Imbécil! ¡Marginal, pueblerino retrechero y soberbio!
El hombre tenía los ojos abiertos. Nunca esperó venir nada de aquello. Se levantó con tranquilidad, frunció el ceño, y dijo:
—No hay nada más horroroso que una mujer grosera, princesa. No se le olvide que yo no soy nadie y usted es la princesa del reino Esmeralda. Estoy seguro que sabe de cómo debe comportarse. Y sobre todo con un hombre que no conoce, y que, podría degollarla en este momento.
EL hombre sacó enormes garras y pasó una de ellas en el mentón de la chica. Ella estaba impactada por aquella acción, y aunque sabía que tenía miedo por las pulsaciones de su corazón, admiró la tenacidad de Diana.
—Si me asesinas, tendrás todo un ejército detrás de tu cabeza…
—¿Me amenazas? —Preguntó por debajo el hombre.
—Lo hago, mi padre tiene el poder de acabar con quien sea —dijo ella, mintiéndose a sí misma, pues dudaba de eso desde los últimos acontecimientos.
—¡Estoy emocionado! —Dijo él—. Me gusta verte nerviosa —le susurró al oído, con una sonrisa divertida.
Diana sintió que iba a desmayarse, y sin darse cuenta colocó la palma de su mano en el pecho de este. El hombre emitió un pequeño gruñido.
—Si valoras tu dignidad, princesa, debes quitar esa mano de allí. No soy tan controlado —dijo él.
—Yo… lo siento —dijo ella ruborizada, apartándose un poco, desconcertada sobre lo que le pasaba con ese hombre que, tan cerca, se había vuelto muy irresistible—. ¿Cómo te llamas?
—Akudomi Sohma, majestad…
Diana estaba segura. La nariz de ese hombre la tenía sobre su cabello. Pero, sentía que, si se movía un poco, podía estar en peligro, así que no lo hizo.
—¿Qué eres? —Preguntó otra vez. Estaba segura que, una belleza como aquella, no podía ser solamente humana.
—Soy un cambiante en dragón…
—¿Por qué respondes a lo que pregunto? —dijo ella, sin entender nada.
—Porque si me pidieras el cielo te lo bajaría o si me pidieras el infierno, te lo subiría… solo por ti, princesa Diana.
La chica se mordió el labio. Se atrevió a volverse a este, y descubrió que su altura estaba solo un poco sobre el pecho de este, pero, había algo que llamó su atención:
—¿Por qué tienes el mismo gravado que yo tengo en mi pecho? —dijo ella, revelándole un poco el circulo de espinas con una rosa abierta.
—Eso lo hablaremos luego —dijo él, apartándose rápidamente cuando la mano de la chica otra vez llegó a su pecho.
—¿Por qué te apartas? —Preguntó curiosa, y, aunque dio unos pequeños pasos, fueron los mismos que dio Akudomi para alejarse de ella.
—Yo, debo irme… —dijo él, y en un movimiento rápido, unas alas inmensas aparecieron y voló, perdiéndolo de vista entre el bosque.
—¿Qué me está pasando? —dijo ella, agarrándose la frente y el pecho, por el dolor que ahora sentía. Y sin saber por qué, comenzó a llorar.
Solo una presión de abandono y dolor le llenaba, y era casi igual que sentir la muerte para ella.
Diana ofuscada y enojada como nunca, corrió hacia el castillo en dirección al estudio de su padre, y abriendo las puertas todavía en llanto, gritó a su padre apenas entró:
—¡Quiero que asesines a todos los cambiantes dragones! ¡Mátalos y que no quede ninguno de ellos!
A ojos de todos los que estaban allí, aquello no era una de las tantas rabietas de Diana. En realidad, se veía realmente desconsolada, amargada y doliente. Su padre se levantó del escritorio con cuidado, sabía que debía tener cuidado con aquella situación, pues no era lo mismo a lo que había sucedido las otras veces:
—¿Ocurrió algo cariño?
—Sí —dijo—. Fui violada en el bosque por un animal de esos —mintió.
Algunos sirvientes, las mujeres, se llevaron la mano a la boca, y otros incluso, abrieron los ojos por lo que ella declaraba.
—¡Maldita sea! ¡¿De qué mierda estás hablando, Diana?! Una acusación como esa es demasiado grave. Tenemos una guerra contra Amatista, otra posible contra Zafiro y el reino de Fairyhow, y ahora me pides que vaya en contra con el reino de los dragones, Amor. ¡Solo mírate! No pareces ultrajada como dices, más que meras hojas de árboles en el filo de tu vestido, ¿dónde está la sangre por la violencia? ¿Y qué mierda hacías sola en el bosque?
Diana soltó una risita, acomodó su compostura, dejando el drama de un momento, pero sintiendo la misma ira que llevaba, y dijo:
—¿Lo vas hacer o no?
—¡Claro que no! No podríamos ganar. Los cambiantes a dragones son seres poderosos, imagínate a miles de ellos transformados en esas bestias… acabarían no solo con el ejército, sino con el reino completo. ¿Podrías dejar de ser una niña y adoptar la postura de alguien de la realeza?
Diana asintió, mordiéndose el labio. Y tomando una lanza de uno de los escuderos que estaba custodiando en ese momento, con perfecta fuerza, movimiento ágil y certero, la lanzó contra el rey Clisius. En un segundo, la lanza atravesó la garganta del rey.
Gritos despavoridos se escucharon. Pero el semblante de todos estaba puesto en la escena del rey muerto y la princesa Diana.
—Ahora la princesa ha crecido, padre. Seré la reina que nunca tuviste, y el gobierno que este reino necesita.
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