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El tiempo del Sol


Capítulo 75

Lo que estaba enfrente de Azazel era una enorme figura oscura, como la brea, sin forma. Sabía que estaba vivo, porque pese a no poder levantarse como los humanos, se movía lentamente hacia él arrastrándose por el suelo. Cuando miró fijamente hacia algo que brillaba de color rojo, se dio cuenta que se trataba de sus ojos. Eran rojos por completo. Emitió un rugido agonizante, lo que hizo descubrir una boca chorreada y nauseabunda. 

Azazel dio unos pasos hacia atrás cuando la criatura se había acercado lo suficiente. No deseaba tocar lo que esa cosa fuera. Pero, de laguna manera, se sentía como si le fuera familiar. Pero era cierto que como marino había visto tantas cosas monstruosas, pero nada más lamentable, maligno y asqueroso como aquello.

—Parece que realmente aborreces esa parte —dijo una voz detrás de él, pero, al mismo tiempo sentía que estaba al costado de su oreja. 

Azazel quería volverse para mirar de quién se trataba, pero algo le impedía hacerlo. Era como si un temor hubiera invadido todas as fibras musculares de este, pues su cuerpo no reaccionaba. Sin embargo, sabía que no estaba paralizado porque pudo dar dos pasos hacia atrás. Solo no podía mirar quien le estuviera hablando. 

—¿Quién eres? —preguntó.

 —Quien he sido, quien soy y quien seré —respondió, con aquella amabilidad que era capaz de tranquilizar al corazón más enojado. 

—¿Qué es eso que se arrastra? —señaló a la figura moribunda que, por alguna razón, desde que había aparecido aquella presencia, comenzó a alejarse de ellos, despavorido, con lamentos, como si sufriera. 

—Es un demonio —respondió la voz—, es justo la parte de tu ser que más detesta. 

Azazel abrió los ojos. Nunca creyó que se encontraría frente a esa parte de sí que tanto odiaba. 

—¿Por qué huye?

—Porque toda criatura nacida de la oscuridad le es imposible soportar la esencia misma de la luz —contestó aquella voz.   

Ahora que mencionaba eso, Azazel se dio cuenta que el lugar en el que estaba parecía ser una especie de pradera, con pastos cortos, verdes, pero donde la criatura pasaba, había dejado este marchito y corroído. El cielo, por otro lado, era azul, pero un azul que parecía casi blanco. No había ni siquiera rastro de sombra en el lugar, lo que era curioso e imposible, y la luz de lo que parecía ser el sol, en realidad, provenía del ser que estaba detrás de él. 

—¿Podré ser quien era antes? —Preguntó Azazel, lamentándose de su condición—, sino es posible, quisiera la muerte en este instante.

—¿Y quién eres para reclamar la muerte por tu propia boca o por tu propia mano? —Esa vez, aquella voz no era tan indulgente. Era una pregunta con toda la severidad que esta representaba—. El problema de las criaturas creadas es que han olvidado que son parte de la creación, y no la creación misma. Ese sentido de ser protagonista que les hace olvida el entorno que los rodea, es el principio de su propia ceguera. No pueden mirar más allá de sus propias necesidades, como si fueran una estrella entre muchos planetas. sin darse cuenta que, en realidad, solo son parte de todo lo creado. Por eso, creen que tienen derecho a muchas cosas, porque se sienten con la superioridad oculta ante lo que les rodea, sin saber, que muchas veces, realmente, no representan más que el valor de simplemente existir. 

—Perdón no quise...

—¿Quién eres para reclamar la muerte? —Le volvió a preguntar aquel ser, interrumpiéndole—, ¿Quién eres en verdad?... Ninguna criatura se conoce a cabalidad a sí misma, y no pueden hacerlo hasta detenerse para escuchar, para reflexionar, y podrá vivir una vida eterna, y jamás se conocerá  a sí mismo, más de lo que le haya sido revelado. Si esto no fuera cierto, la mentira no existiría y la sorpresa por lo desconocido tampoco.

—¿Por qué me dice todas estas cosas?

—Porque todavía me sigues preguntando como si hubiera derecho alguno en responderte —dijo este—, sin entender que, cada respuesta recibida, es una dádiva de amor, respeto y un regalo, aunque muchas veces no se merezca. Todos tenemos derecho a preguntar, pero eso no da derecho a ser respondidos. Todos podemos dar una respuesta, pero no significa que se dé por el derecho de la otra criatura. Una respuesta, siempre será un regalo. 

—Lo siento —comenzó a llorar Azazel, entendiendo que, de alguna forma, siempre había sido nada. Junier se lo hizo saber de una forma cruel, y ahora, quien fuera que le estuviera hablando, se lo hacía saber de una forma amarga—. En verdad lo siento. Siempre creí que por ser uno de los capitanes más importantes de estas aguas, por vencer a mis enemigos, hundir barcos y saquear aldeas y pueblos, me hacía merecedor de alabanza. Siempre creí que por mi mano, el que no me daba lo que quería, debía ser arrebatado.

—Violentabas el derecho de los demás, pero reclamabas tu propio derecho —dijo aquel ser—, es típico. En otros mundos, puedo garantizarte que muchas son las veces que hablan sobre sus derechos, como si realmente lo merecieran, pero pocas veces hablan de sus propios deberes hacia los demás. Están tan cegados en sus propias necesidades que olvidan al resto. Y si no piensas como ellos, solo quieren silenciarte. Es una situación tan problemática que no saben a dónde mirar para reconocer el bien del mal, o el mal del bien —hubo un silencio, y por primera vez Azazel se dio cuenta que había un viento suave y cálido—, se violenta el derecho de otros, pero no esperamos que nos violenten a nosotros. ¿Qué es la justicia? ¿Y dónde está? ¿Cómo se mide? Si realmente se pagara conforme a la justicia, la verdad inminente sería, que todo lo que respira, es digna de destrucción, porque el que no mata, miente, el que no miente, codicia, el que no codicia envidia, el que no envidia es adultero, el que no es adultero es un rebelde, y el que no es rebelde es egoísta, y podría pasar lunas mencionando cada fallo y error expresados, pero no valdría la pena. 

Azazel realmente quería mirar, peor no podía. Necesitaba conocer a quien fuera que estuviera hablando. Y si no valiera la pena entonces, ¿porque no eran destruidos?

—Responderé a tus dudas —se sorprendió en escuchar. ¿Leía su mente?—, el problema de las criaturas es que no saben sobrellevar la carga de lo que representa el conocimiento del bien y el mal, un atributo robado en el principio del tiempo. Ante esto, no supieron diferenciarlo o entenderlo, y crearon una justicia en base a lo que sabían o entendían, sin reconocer que no eran nada ni nadie. Robaron el atributo de la justicia que no le competía además, y con ello, algunos solo veían matices blancos o negros, otros, escalas de grises; los primeros radicales y los segundos demasiado liberales. ¿Dónde está quien proclame y ejecute el equilibrio? ¿Cómo hacerlo si no saben? La destrucción sería lo justo, lo merecen. Pero el amor y la misericordia siempre triunfa ante el juicio. Y el perdón también es un derecho. Atributo que las criaturas conocen, pero condicionan. 

—De hecho, condicionan todo. Condicionan el trabajo, condicionan la familia, condicionan la sociedad, condicionan el amor, la amistad, condicionan a sus hijos y se condicionan, incluso, a ellos mismos y lo que dicen amar ¿Cómo es que dicen saber amar y perdonar, tener familia y trabajo, tener hijos y amigos, ser parte de una sociedad y tener convivencia, cuando condicionan todo? ¿Hay genuinidad en ello? Y todavía esperan respuestas, como si fueran merecedores de ese derecho.

—¿Por qué estamos vivos entonces? 

Azazel se calló, recordando que justo le daba razón al preguntar. Sin embargo, le pareció escuchar una sonrisa amable, y el tonó con el que habló el ser se lo comprobó:

—¿Todavía no has entendido? Están vivos por amor, por perdón y porque se ha diseñado un plan para su salvación. No porque lo merezcan, sino por mera muestra de amor. Si no es comprensible para las criaturas, no es necesario comprenderlo, solo aceptarlo. El tiempo se ha agotado, pero responderé, por gracia, la única cosa que realmente te ha interesado saber: serás liberado de esa criatura, pero no del origen de tu maldad que surgió desde que naciste, aunque no signifique que en el futuro, podrás verte a ti mismo libre de ello. 

Azazel quería replicar, pero se encontró con varios rostros mirándole fijamente desde el suelo. Parece que había soñado, pero tenía la sensación de que no había sido del todo un sueño. Una chica rubia estaba allí, con el rostro preocupado, había un hombre, pero tenía una espada justo en su garganta, con el rostro severo, y la que más le interesaba, la chica de cabellos plateados con el mechón rosa, era la única que le miraba con una dulzura indescriptible. Su pecho ardió, y se dio cuenta al bajar un poco la mirada que algo le había salido allí, era una especie de rosa. 

—¿Qué esperas? Duérmelo —escuchó decir al hombre a la peli plateada.  

—Espera, hay algo diferente —dijo ella—, no huele a...

—Demonio —completó la rubia.

—¿¡Cómo es posible eso!? —Preguntó  el hombre alarmado. 

—¿Ya estas alturas te sigue sorprendiendo estas cosas, Fierce? —dijo la rubia—, te aseguro que las ninfas tuvieron algo que ver. Parece que le han cumplido un deseo. 

—Quita esa espada —soltó la peli plateada al hombre al que llamaban Fierce—, ¡Iris! —chilló ella, pidiéndole ayuda. 

Iris, la rubia, apartó la espada. 

—Es suficiente Fierce, creo que estará todo bien a partir de ahora —dijo ella, esta vez abrazando a este. 

—¿Estás bien? —Preguntó la chica del mechón rosa.

—¿Cómo te llamas? —Le preguntó. Si algo le dolía, no sentía nada en ese momento. 

—Luna, ¿y tú? —Ella parecía feliz. 

—Me llamo Azazel —dijo, acomodándose un poco para sentarse sobre el suelo.

—¿Estás realmente bien? —Volvió a preguntar ella.

—De hecho, me siento mejor que nunca —dijo él, descubriendo que no sentía aquel peso oscuro y maligno en su interior.

—¿Puedes decirnos qué te pasó? Sabíamos que eras un semidemonio, pero ahora no sentimos más que humanidad —dijo Luna. 

—No lo sé, yo... —comenzó a pensar—, creo que tuve un encuentro divino con alguien. 

Luna, Fierce e Iris se miraron.

—Solo conozco a alguien capaz de tener un poder como para liberarte de la maldición de un demonio —dijo Iris. 

—¿Quién? —Preguntó Luna.

—Gaia —respondió Fierce, suspirando—, si ella está detrás de todo esto, entonces sí puedo creer que estamos a salvo. 

Azazel frunció el ceño. ¿Era posible? Según él había escuchado, Gaia era la soberana del mundo. Como es que un ser como ella, podría interesarse en él. Además, estaba seguro que la voz que había escuchado era masculina. 

—Ella siempre está detrás de todo —dijo Iris—, al menos, está entendida de todo. 

—¿Y creen que eso sea parte de sus planes? —dijo Luna, señalando justo detrás de Azazel.

En se punto en el que señalaba, observaron sombras que comenzaban a moverse por la vegetación, pero cuando se revelaron a la orilla del lago, se dieron cuenta que eran, literalmente, decenas de muertos. Todos cadavéricos, con carnes putrefactas, y algunos se les miraban los huesos; incluso, habían gusanos. 

Azazel se levantó de inmediato. Luna e Iris retrocedieron un poco, y aunque Fierce también, alzó la espada enfrente. 

—¡Con ustedes si no voy a  dudar en usarla! —vociferó.

—¿Podrás hacer algo contra esas cosas? —Le preguntó Iris a Luna.

Luna comenzó a cantar de pronto, pero ninguno de los muertos parecían tener efectos.

—¡Imposible! ¡Están muertos! —Chilló. 

Azazel, de inmediato, intentó crear cuchillos de la nada, como solía hacerlo, pero no ocurrió nada. Resulta que, una vez perdida su capacidad demoniaca, había perdido los poderes que estos le habían otorgado.

—Mal momento para volver a ser humano —suspiró. 

Los muertos, que se habían detenido un momento, comenzaron a  correr a gran velocidad hacia ellos. Fierce partió a la mitad uno, pero se encontró con que este, aun cortado a la mitad, se seguía moviendo haciendo uso de lo que fuera para alcanzarles. Comenzaron a  retroceder hasta entrar incluso a las aguas. Creyeron que podían detenerse pero aquellas criaturas no le temían ni al agua. Azazel, de haber estado en otro momento, se hubiera impresionado de ver a la chica que le gustaba convertirse en sirena apenas tocó el agua, pero en vez de eso, estaba intentando mantenerse en las aguas flotando. 

—Lo que nos faltaba, que fuéramos asesinados por muertos —dijo Fierce, abrumado. 

Por donde miraban, todo el lago se había inundado de estas criaturas. No había escapatoria. 

—No pueden nadar al menos —dijo Luna, mirando hacia la profundidad, viendo como los muertos hacían el esfuerzo de caminar por el barro debajo de ellos. 

—Solo debemos mantenernos flotando —dijo Luna—, no será problema para mí, pero ustedes...

—Tendremos que soportar —contestó Iris—, es necesario que sigamos con vida, tengo un hijo que espera por mí. 

Entonces, vieron las filas abrirse paso. Y en un momento, apareció un hombre alto, con la misma tonalidad cianófila de los cadáveres, calvo, con una armadura plateada, con telas purpurinas. Llevaba consigo un báculo, y los ojos resplandecían como si se tratara del mismo infierno. apenas apareció, el cielo pareció oscurecerse más de lo que estaba. Las agua se volvieron negras y frías, y un aura escalofriante envolvió a todos. Todos los chicos parecían enigmados con la figura que se presentó, y nadie dijo nada. De hecho, temían hacer un mínimo movimiento o tan solo respirar demasiado brusco, pues creían que todo eso representaría un peligro. 

El hombre parecía inmutable y severo. Segundos después, luces de colores sutiles comenzaron a llenar la oscuridad del aire. Todos se fijaron en cada uno de ellos para ver de qué se trataba, y se dieron cuenta que se trataban de las hadas que habían sobrevivido hasta ese momento. Iris sonrió esperanzada. Alzó las manos, para llamar la atención de estas. 

—Soy Iris Elisa Edevane Fairy, legitima reina del reino Fairyhow —dijo ella, alzando la voz.

Las hadas se miraron entre sí, con el ceño fruncido, y soltaron risas. 

—¿Legitima? Hace mucho que dejado el trono desolado, mi reina —dijo un hada hombre, con los brazos cruzados.

—Ni siquiera lleva sus alas —dijo otra. 

Todos se rieron. 

—No sean descortés con la reina —añadió un hada, de aspecto anciano—, reconocería ese rostro donde quiera que lo viera. Es legítimamente la hija de los reyes antes de que cayéramos en desgracias por los brujos, pero hace rato que usted, Iris Elisa Edevane Fairy, perdió el derecho al trono.

—Un derecho es un derecho —dijo Azazel, recordando la conversación que tuvo en sus sueños con aquel ser—, aunque otros no consideren que lo merezcan. El trono cuando es legítimo, no debe ser condicionado por el derecho que le fue otorgado. 

—Basta de palabrerías —dijo una voz grave, calmada y peligrosa. Las hadas se tensaron—. lleven a la reina y sus invitados al reino, démosle la bienvenida del mundo de los muertos...

***  

—Ha sido...

—Alucinante —completó el rey Brand, al comentario que Cristal decía. 

El sol estaba naciendo, más rojo de lo usual, y atravesaba las ventanas recién abiertas. Estaba claro que alguna sirvienta había entrado para abrirlas. Cristal estaba sobre el pecho de su esposo. Con las sábanas reales por encima de sus pechos. El rey la abrazaba, con una sonrisa complacido, mientras que ella tenía una sonrisa sincera, pero débil. No se sentía mal por lo que había ocurrido. De hecho, Brand había sido un caballero la noche anterior; paciente, y amoroso como nunca creyó que lo podría ser un hombre. Es solo que, era como si su cuerpo deseara que todo lo que vivió y lo que estaba viviendo, fuera precisamente con el que no estaba. 

Lo peor de no ver, es que realmente veía. No necesitaba de ojos para darse cuenta de todo lo que estaba en su entorno. 

—¿Crees que a la primera...?

—Sí —dijo Cristal, esta vez interrumpiéndolo ella—, es seguro que desde hoy, llevaré a tu legitimo. 

Brand la besó y la abrazó con fuerzas. Cristal le respondió el cariño, pero se apartó para sentarse sobre la cama. Se levantó y fue directamente hasta su cómoda para colocarse una vestido claro. 

—¿Qué haces? —Preguntó Brand, curioso de que le dejara en la cama.

—Le pediré a las doncellas que me ayuden a bañarme —respondió—, además, tienes asuntos que atender... 

—comuniqué a todos que no estaba disponible, ayer apenas nos casamos y...

—Es tiempo, Brand —dijo ella, volviéndose hacia donde él estaba—, la guerra ha comenzado. Debes preparar a tus hombres. Anuncia a mi hermano, a la reina Arthie y al rey Graber que les veremos en el Cruce de Todos los Caminos, donde todo inició. 

El rey Brand, de no haber sabido quien era su mujer y su reina, la hubiera cuestionado sobre una posible locura. Pero no podía hacerlo. Se levantó de inmediato de la cama, y tomó las primeras cosas que encontró. Miró a su mujer antes de salir de la habitación, y preguntó: 

—¿Cuál es tu papel en todo esto? No quiero que te veas involucrada ahora que sé que llevas mi semilla.

—Debo ir al Acantilado del Fin de los Mundos a tiempo, es necesario que nuestra semilla esté con las otras semillas, el camino para ellos apenas inicia, el nuestro está pronto para seguir siendo —suspiró. 

Brand, no supo cómo interpretar eso, pero no sonaba esperanzador. Se acercó a ella, la besó como si fuera la última vez, la miró a los ojos, con sus manos sobre su cuello, y con una sonrisa y la mirada más dulce le dijo: 

—Sé que no soy merecedor de tu amor, sé que no soy a quien amas, pero yo si te amo —dijo—, y anoche pude comprobarlo. Si he de morir, quiero que sepas que con tu amor, has salvado a esta alma que lejos estaba de la verdad de las cosas.    

—Si el tiempo y la historia hubiera sido otra, mi rey, yo le hubiera amado —respondió ella, con una sonrisa sincera, aceptando otro beso por parte de este. 

Lo otro que supo, es que ese era la última vez que le vería.

***

—¡Muévanse todos! —se escuchó la voz de Donny rugir en la entrada del reino Artesanal. Llevaba consigo la armadura real, y estaba montado sobre un caballo—. ¡En veinte minutos partimos! ¡Envíen lechuzas al reino Carbón y que la otra armada se prepare!

—¡Ustedes también hagan lo mismo! —Ordenó Graber por otro costado. 

Era obvio que alguna noticia habían recibido. 

Mina estaba desde el balcón observando a su esposo, el rey. Con el corazón en el pecho. Comenzó a llorar. Estaba asustada, realmente lo estaba. 

"Mina, Mina..."

Escuchó la primera vez. 

—¿Cristal? —Miró por todos lados, pero no podía ver a esta. 

"¡Mina, Mina!"

Había premura en su voz. 

Frunció el ceño. Podía escucharla pero no sentirla. Mina hizo un movimiento con los brazos, y un portal, con forma de un espejo ovalado apareció. Del otro lado, estaba Cristal. Increíblemente, vestía de forma elegante, y una corona estaba sobre su cabeza, como toda una reina. 

Sin verlo venir, Cristal atravesó el espejo y le sonrió.

—¿Sabes lo qué está ocurriendo? —Preguntó angustiada— Brand vino a buscar a Donny, y se alteró de tal forma que salió inesperadamente de la habitación.

—Te contaré en el camino —le dijo Cristal—, ahora necesito que vayamos al Acantilado del Fin de los Mundos... 

—¿Por qué allí? —Preguntó curiosa—, porque es necesario que el hijo que llevas dentro y el mío, estén allí para el tiempo indicado. 

—¿Ya lo sabes? —Preguntó sonriente, ella.

—Desde que te vi la primera vez —contestó Cristal. 

—No quisimos decir nada porque hemos tenido unas pérdidas, no queríamos entusiasmarnos demasiado si podía haber otra —añadió ella—. Pero si dices lo que dices, es buena señal para mi bebé. 

—lo es —dijo Cristal sonriendo—, partamos pronto. Se puede hacer tarde para nosotras. 

—¿Y qué pasará con ellos? —Preguntó angustiada por su esposo, Graber, por Donny y la reina Arthie.

—Estarán donde deben estar —respondió—, parece que ha llegado el momento en el que una nueva estrella caerá en otro mundo. 

—¿A qué te refieres? —Preguntó Mina sin entender.

Cristal le sonrió, y la tomó del brazo.

—Se dice que hay mundos en donde existen estrellas como nuestro sol. También se dice, que cuando una de esas estrellas muere, son enviadas a otros mundos para recuperar su juventud y, mientras lo hacen, deben guiar con quienes convivan. Es posible que en nuestro mundo exista una estrella de otro mundo que está tratando de recuperar fuerzas para alzarse de nuevo en la danza de los planetas. 

—No entiendo nada de lo que dices —se sinceró Mina. 

—No te preocupes, solo salgamos de aquí —observó. 


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