El Reino Esmeralda
Capítulo 28:
—Mi reina, queremos informale que todo ha terminado —dijo un sirviente, de aspecto elegante, con una leve inclinación delante de Diana.
Estaba en su dormitorio, frente al espejo, mientras un par de sirvientas le ayudaban con sus cabellos y su maquillaje. Se suponía que sí todo era un éxito, esa noche tendría que prometer el acuerdo que había dado. Y aunque no lo demostrara en público, la verdad estaba ansiosa de ese hecho.
—¿Cuándo ocurrió? —Preguntó.
—En horas de la madrugada, mi reina —dijo el sirviente, con temor a que su mirada se desviera a los ojos de aquella mujer imponente— Según los informes, no ha quedado piedra sobre piedra. Como no poseían el poder de la gema Zafiro, parece que no tuvieron oportunidad alguna.
—¿Tienes más detalles?
El sirviente iba a responder que no, cuando unos pasos fuertes interrumpieron en la habitación. Era Akudomi.
—Si quieres los detalles, yo puedo dártelos mi joven y aclamada reina —dijo él, con una sonrisa feroz, mientras se inclinaba.
Estaba sudoroso, sucio y con el cabello enmarañado. Sus vestimentas estaban rasgadas y, por supuesto, a ojos de cualquiera jamás contaría como alguien de la realeza. Al contrario, se veía salvaje. Hace un tiempo ella le hubiera repudiado apenas hubiera pasado la puerta, pero en ese momento, no solo le pareció el hombre más sexy del mundo, sino el único que podía hacerla realmente feliz.
—Mí querido, pasa —señaló, mientras indicaba al resto que salieran de su habitación. Todos corrieron para eso—. Me gustaría saber todos los detalles directamente de un guerrero al frente de la batalla.
La mujer se levantó de su silla. Los ropajes de dormir que la adornaban, apenas era una tela traslucida que, definitivamente no ocultaba del todo su desnudez. Akudomi no fingió no admirarla desde su punto, y sus ojos se llenaron de un oscuro deseo.
—Hablaré contigo cuando realmente podamos hacerlo —dijo él. Diana iba a decirle que no se le ocurriera marcharse, pero este no pretendió hacerle caso. Y cerró la puerta con estruendo.
Suspiró decepcionada, y con un feroz gritó llamó a sus sirvientas.
Akudomi caminó con pasos fuertes por el pasillo. Las manos apretadas en un puño, y con los dientes tan apretados que todos se apartaban de su camino al pasar. Parecía toda una fiera. Cuando llegó a su habitación, no pudo contener un rugido gutural y animal, que hizo estremecer la habitación debido al eco de esta. Controló sus respiraciones, hasta que dejó de sentir aquellos impulsos de tomar a esa mujer y hacerla suya en ese momento. Ella no sabía lo que provocaba y no podía lastimarla.
Tomó una ducha fría, y cambió sus ropas. Por suerte, Diana se había encargado de dejarles prendas que le hacían ver como un humano común y cualquiera. Y aunque hace un tiempo eso le hubiera molestado, la verdad es que se sentía realmente feliz de tener algún parecido con su joven prometida. Parecía uno de esos hombres estirados y adinerados que a los humanos aprecían importarle, aunque la ropa no estaba tan bien arreglada como la de uno de ellos, pero si lo suficiente como para entre ver que podría tratarse de un nuevo rico.
Pero, que por supuesto, cuando salió de la habitación, se vio abordado por decenas de sirvientas que no tuvo como apartarlas. Aunque rugió, solo escuchó el chachareo de las mujeres: "si ella lo ve así se pondrá furiosa", "es posible que lo heche, mi señor", "nos parece que solo necesitaba una mano..." y bla, bla, bla... Aquello, sin dudas, fue no solo sorpresivo sino invasivo. Pero cuando quiso abofetearlas a todas, las mujeres se alejaron con una amplia sonrisa. Se miró asi mismo, y se sorprendió de ver en el reflejo de uno de los pilares de mármol del palacio, bien pulido, su propio reflejo. Parecía realmente un hombre distinto, y uno distinguido. Lo suficiente, para que le fuera la cólera del momento.
—¿Ella está lista? —Preguntó.
—Sí, mi señor —respondió una de ellas—. Está esperándole en el salón central.
—¿Y mi padre y mis hermanos? —Preguntó.
—Ellos están tomando una ducha, también hay hombres y mujeres a cargo para relajar sus musculos con algunos masajes, y tienen habitaciones disponibles una vez que hayan comido. Todo está listo, señor —respondió otra.
Él asintió, y todas se inclinaron dejándole el camino libre.
Cuando llegó al salón principal, Diana llevaba consigo un vestido esmeralda suave. Casí parecía un tono oliváceo que, a simple vista, le hacía ver mucho más blanca, y el cabello más rubio. Sus ojos esmeraldas, también destacaban.
—Veo que ahora si estás presentable —dijo él, con una amplia sonrisa.
—Es tu culpa que me hallas visto de esa forma —dijo ella, mordazmente—. Las puertas existen para ser tocadas y los sirvientes están para usarlos. Uno de ellos pudo anunciar tu llegada, y yo me hubiera arreglado.
—Sé que mientes —dijo él, con el ceño fruncido.
Ella sonrió, con malicia.
—Es cierto. Me importa muy poco si me ves desnuda —señaló—. Además, me gusta verte tan salvaje, tan loco y tan animal cuando me miras de esa forma...
Por supuesto, la voz aterciopelada había despertado los intintos de dragon de Akudomi.
—Diana, no sabes a lo que estás jugando —dijo él, recto, cuando ella se acercó, acariciando su pecho.
—¿Quién dijo que desearte es un juego? —dijo ella, usando su voz ronroneante como un gato.
Akudomi no dudó en apretar su cuello, y ella gimió por la rudeza.
—Basta... te lo advierto —dijo él, con un agarre fuerte pero no demasiado, sabiendo la fragilidad humana, y más la de ella. Ella no dejó de sonreir.
Cuando la soltó, le besó la mejilla, y se alejó de él para sentarse en uno de los muebles de la habitación.
—Bien, cuéntame tu historia heróica y complaceme con el relato —dijo, mientras sirvientes entraban por un costado con copas de vino servidas. Una copa para él y uno para ella, entregaron.
Akudomi se relamió los labios, y caminó hasta uno de los ventanales de la habitación. Apartó la cortina para ver mejor, y divisó desde allí parte del reino Esmeralda: lleno de casas de piedras, madera y más allá los techos de pajas y el bosque hacia un sin fín de reinos, mundos y criaturas.
—Ellos eran más duro de lo que creímos —comenzó él—. El reino Zafiro era un reino más grande que este. Decorado con oro y zafiro, que le hacía ver desde los cielos, como un reino en la inmecidad de un cielo nocturno lleno de estrellas doradas. Era un pedazo de cielo en la tierra, ¿sabes? —Diana no pudo evitar poner los ojos en blanco—. A diferencia de los Amatistas y los de Esmeralda, no contaban con zona pobres, ni de bajo recursos, todos parecían bien alimentados, fuertes, rebozantes de felicidad. Como una tierra prometida donde fluía leche y miel. Y debían serlo...
Tomó un sorbo de su copa, y se giró para ver a Diana directamente.
—Ellos estaban dispuestos a morir por el reino. No por el orgullo que el reino Amatista demostró de no doblegarse ante el poder de nadie, sino por mera gratitud. Parecía un pueblo lleno de nobleza y felicidad, que solo deseaban luchar porque tenían motivo para hacerlo. La verdad fue devastador, Diana...
Diana, quien parecía asqueada con la historia, iba a recriminarle por lo que estaba diciendo, pero se detuvo. En los ojos de Akudomi, le pareció contemplar le horror que vio. Pero, lo que era mucho peor, debido al sello en sus pechos, podía sentir todo lo que Akudomi parecía haber vivido y sintió una pena tan profunda, que ella misma creía que iba a llorar. La tristeza era demasiado palpable y demasiado extraña para su propio corazón.
—Sobrevolamos de la misma forma que en el reino Amatista. De hecho, el plan no cambió como aquella vez —dijo él—. Los cielos se oscurecieron, y todos los dragones negros nos elevamos por encima de todos. Los dragones rojos iniciaron el ataque en sus fronteras, pero ellos contaban con suficiente Ácara.
—¿Y qué con eso? ¿Acaso necesitaban esa mierda para sentir el éxtasis de la batalla? —chilló ella, enojada de lo que Akudomi sentía por ellos. Los del reino Zafiro se habían burlado de ella.
—El Ácara, antes de convertirse en una droga, era usado en la antigüedad para matar a los dragones. Debido a que somos inmunes a la magia, nuestra debilidad real es el Ácara. El frente de batalla estaba lleno de arqueros y lanceros, con armas infestadas de esta. La mitad de los dragones rojos murieron, incluyendo a mi tío Damister —prosiguió, limpiando la lágrima que salía de su ojo derecho. Diana se arrepintió de su propia frustración—. Los dragones blancos y verdes aparecieron entonces, y los primeros con solo usar su aliento, despojaron los cuerpos mortales de alma. Los dragones verdes usaron la naturaleza para hacer crujir la tierra y que un terremoto hiciera destruir al reino por sí solo.
—Pensé que ellos no usaban la naturaleza para destruir —dijo ella, sin entender.
—Y no lo hacen —dijo él—. Ese error, conllevó a que todos los dragones verdes murieran en ese momento.
El corazón de Diana se paralizó. Era cierto que Akudomi había sentido muy mal por sus tíos y sus hermanos, pero la sensación que sintió por saber que los dragones verdes había muerto, le hizo sentir devastador. Y no pudo evitar llevarse una mano a su corazón. ¿Qué era lo que Akudomi le estaba mostrando?
—Cuando la ciudad comenzó a desvoronarse, la gente comenzó a huir despavorida. Allí, pensamos que buscarían contratacar, pero no lo hicieron. Eso llamó la atención de todos nosotros y agudizamos nuestos ojos para mirar en la profundidad de la noche, y nos dimos cuentas que por encima al valor de ganar una guerra, estaba preservando la vida de los niños, las mujeres y de todo aquel que podía ser la esperanza de ese reino.
Akudomi se volvió a girar, quitando los ojos de su amada mujer, y volvió a ver a través de la ventana, sin un rumbo fijo en el exterior de esta.
—Quisimos detener la batalla, pero los dragones azules ya habían inicado su ataque y congelaron todo el lugar en cuestión de minutos. Todos bajamos hasta el reino marchito, helado y frío, y el rostro de todas esas personas nos conmovió: eran rostros alegres y llenos de esperanza de vida, pese a que habían muerto. Acompañé mi padre hasta el palacio, el rey y la reina estaban sentados en el trono.
—¿No huyeron? ¿Por qué? —Preguntó sin entender—. Seguro eran tan idiotas como los reyes de Amatista...
—La reina dijo —Le interrumpió Akudomi, como si ella no hubiera dicho nada—. "Deberían volver por su camino, mis queridos dragones. Porque todos los que usan un arma para atacar, con armas perecerán." "Ellos no necesitan de tus sabias palabras mi reina. Son guerreros implacables llenos de sangre inocente y de deseo de poder", dijo el rey, su esposo.
Volvió a mirar a Diana, y esta tenía el rostro tan pálido y conpungido, que no parecía la misma mujer fuerte, confiada, orgullosa y frívola que había visto desde que la conoció.
—Quise detener a mi padre, porque una voz me dijo, "no tienes porqué hacerlo", pero mi padre se transformó en aquella hydra y consumió todo. El reino Zafiro, ahora es un valle helado, con rostros congelados que muestran el sueño de ser feliz, aunque la muerte les haya alcanzado. ¿Quién podría morir con tal verdad en su vida?
—¿Por qué me dices esto? —dijo ella, ahora con lágrimas en los ojos—. ¿Por qué me torturas de esta forma?
—Porque quiero que veas y sientas el precio de obtener lo que queremos a través del camino de la venganza y el amor propio —soltó él con ferocidad—. Quiero que veas que vivir de esta forma, no es vivir realmente. Necesitamos vivir por nosotros, pero también por otros para que el egoísmo no nos domine. Necesitamos creer en nosotros, pero también necesitamos creer en algo más allá, para que en el momento que fracasemos o sintamos dolor por no haber logrado algo, exista un motivo por el cual vivir. Necesitamos amar a otros como lo hacemos por nosotros mismos —Akudomi allí, no limpió cada una de sus lágrimas y no suavizó sus palabras.
Diana también lloraba. Un llanto real y con motivos que ella misma desconocía. Se dio cuenta que, había creído que ella tenía el control de todo, pero la verdad era, que en ese momento se sintió tan vulnerable y tan deplorable, que fue inminente el reconocer que no tenía el control de nada, y que, si Akudomi lo quisiera, podía hacer con ella lo que quisiera. Porque lo estaba haciendo en ese momento.
—Lo siento —dijo suavemente, tratando inefizcamente que su voz no temblara—. Yo creí...
—Que necesitabas todo eso para ser feliz —completó Akudomi, sabiendo lo que ella sentía. Él también podía sentir sus emociones.
Ella asintió.
—Pero la realidad es que solo necesitamos de Gaia y de nosotros mismos para ser felicies —dijo él.
—¿Gaia? ¿Qué tiene que ver ella en nuestras vidas? —dijo ella desconcertada. No entendía.
—La voz que escuche queriendo que impidiera aquella masacre final era la de ella, pude reconocer algo por encima de nuestro poder —afirmó él, y Diana sabía que no mentía—. Creí que el hombre ese, Aland, del que tú me hablaste aparecería. Pero no, no lo hizo. Y estaba desconcertado de eso pues se suponía que él era el arma secreta del reino Zafiro; ni siquiera su gema. Y ese ser me dijo algo más: "Aland moriría por seguir mis órdenes aunque no las entendiera. Tú eres igual cuando no prestas atención a tu sentimientos, pero es diferente cuando la persona a la que sigues no soy yo..."
—¿Eso que significa? —Preguntó ella—. Yo también creí que Aland iría allí.
—Significa que si no dejamos de hacer esto, tu y yo. Ya no habrá mañana para nosotros, aunque implique que muera de amor por ti, como una flor del campo cuando el sol se apaga.
—¿Es Gaia más importante que yo? ¿Qué nuestro lazo? —gimió ella, sin poder creerlo.
—Lo es —afirmó él, con tal contundencia, que Diana se impresionó de que no hubiera pizca de duda en él.
Entonces lo entendió. Realmente no había nada más que hacer bajo esas opciones.
—Tienes hasta la tarde en decidir que opción tomar. Sea la que tomes, deseo con toda mi alma que seas feliz. Por mi padre y mis hermanos no te preocupes, todos ellos saben de esto que te he hablado, porque entre los dragones poseemos una comunicación especial que nos hace sentir y leer nuestros pensamientos, mientras nuestros cuerpos han cambiado. Ellos experimentaron todos mis sentimientos, justo como lo acabas de hacer tú.
Y dicho eso, salió de aquel gran salón, cerrando las puertas detrás de él. Se tomó la copa de vino restante en un solo tirón, y comenzó a llorar allí sin consuelo alguno.
***
—¿Están seguros que vamos por el lugar indicado? —La voz de Origami era insegura, mientras sus ojos viajaban hacia arriba, por encima de los árboles.
—Según el mapa sí —respondió Iris, con un mapa flotante a su lado.
Tsukine no dijo nada, pero comprobó que lo que Iris decía era cierto. Desde que habían salido de la cabaña, no dejaba de pensar en Kimiko. Se preguntaba cómo estaba, si no estaba en problemas o si estaba pensando en él, al menos. Fierce se dio cuenta de lo deambulante que estaba, y se acercó a él mientras caminaba y le dio un pequeño codazo.
—Sé lo que se siente —dijo él, intentando animarle—. Es como morir cada minuto, por el simple hecho de no estar con ella.
—¿Cómo lo sabes? —Preguntó Tsukine, pero con un tono poco amable, pues no creía que supiera realmente como se sentía, si Iris estaba allí, con él. Iris hablaba y reía enfrente, con Origami, quería ayudarle a sentirse segura del camino.
Fierce suspiró, vio la misma imagen que Tsukine enfrente y dijo:
—Esa mujer que vas tan radiante y alegre, no siempre lo fue —dijo él—. Cuando nos conocimos, era tan solo una niña de catorce años de edad. Asustada, gritona y timida. Vivió encerrada en una jaula, en una habitación de un castillo, como un pájaro enjaulado. Todos hablaban del destino cruel de la muchacha. En ese entonces, creía que los ideales del rey Clisius era ciertos, necesarios y que debíamos apoyarle a toda costa. Los que vivían cerca de ese salón y los guardias que tomaban turnos para cuidarla, decían que su llantos se escuchaba durante todas las noches. Todo eso cambió, cuando un día me llamarón para cuidarla. Ella me miró con la misma curiosidad que yo tenía en ese momento. Nos vimos fijamente por segundos que parecieron minutos y luego horas, un olor destiló, pero lo suficientemente débil como para controlarnos en ese momento. Solo me senté en la silla del puesto de guardia, y ella esa noche no lloró. Tampoco durmió. Ninguno de los dos.
—Pasaron diez años que la veía de esa forma —Tsukine abrió los ojos al oir eso—. Solo imaginalo, diez años viendo al amor de tu vida sufriendo allí en un jaula por un hombre que la deseaba, y al mismo tiempo la odiaba.
—Yo no podría con ello —afirmó Tsukine, viendo la tristeza de Fierce reflejado en los ojos.
—Siempre fui un chico hábil. Acomodado. Tenía una buena familia, una buena crianza, el mejor entrenamiento para caballero que en poco tiempo me convertí en uno de los mejores generales de joven. Ganamos nuestras batallas en el oriente, contra los faunos y contra los gigantes, pero todo empezó en picada cuando perdimos varias veces en contra de los Amatista. Eso tenía al rey Clisius de mal humor constante. Y cada vez que Iris rechazaba su oferta para casarse, lo ponía aun peor y pagaba sus rabias con ella o con su joven hija. Que si bien Diana no es merecedora de la misericordia y gracia de nadie, ella también fue victima de una infancia brutal, con comentarios insuficientes sobre su persona. Consideraban a Diana como una chica tonta que no podía ofrecer más que la compañía de un hombre que se hiciera un verdadero rey. Por eso fueron a Zafiro por el príncipe Aland. Pero el rechazo de él, descontroló todas las cosas.
—Estaba agradecido de que Iris contara con una mujer que le querría como si fuera su madre. Se llamaba Sybil, era una sirvienta, pero era la persona más leal que conocía. Ella entregó su vida para que Iris y yo escaparamos —dijo él, con optimismo—. El collar que ella lleva, encierra el alma de Sybil. Iris espera revivirla.
—¿Es eso posible? ¿No es magia negra? —Preguntó Tsukine extrañado, sabiendo que la magia oscura era prohibida y con precios alto para el que la usara.
—No lo sé —dijo Fierce, con el ceño fruncido—. Esto de la magia es para ustedes, yo solo sé de espadas y guerras, no de magia.
Tsukine asintió pensativo.
—Lo cierto es, que ella pudo sobrevivir gracias a esa mujer. Cuando ella cumplió los quince, el sello de nuestro pecho apareció, y en ese momento me creí el hombre más débil del mundo. Sentía que si ella pedía mi muerte, se la daría con gusto. Cuando los cumplió, Sybil me permitió entrar a esa habitación muy tarde por la noche, y me abrió su celda para tener un baile ceremonial por sus años cumplidos. Era el reconocimiento de que la princesa estaba madura para un compromiso.
—Pero con quien bailara la princesa, ese sería al que ella realmente deseaba como esposo —añadió Tsukine, entendiendo lo que eso significaba—. Ella te escogió en ese momento.
—Sí, y tuve que vivir con eso hasta escaparnos por muchos años. Por ese motivo, sé como te sientes el tener a la persona que amas, y al mismo tiempo no tenerla.
—No —dijo él—. Tu situación fue mucho peor... Al menos, Kimiko, ella es libre...
—Lo es —dijo él, con una sonrisa amable—. Y me alegro de que te des cuenta. Ella es un ave, pero el hecho de que vuele no significa que debas verla marchar desde la tierra; sé un ave y vuela con ella.
Fierce le dio una palmaditas en el hombre, y corrió junto a Iris. Ella lo tomó del brazo al verlo. Tsukine se sintió mucho mejor, y por primera vez durante el viaje, sintió esperanza de que su relación que Kimiko mejorara. Necesitaba ser el ave que ella necesitaba para volar juntos.
—Y estamos oficialemente en el Valle de los Huesos Secos —dijo Origami, con una expresión desalentadora.
Y claro, delante de los ojos de todos ellos, estaba un campo sin ningún tipo de vegetación viva. El suelo estaba seco, pero con el color de la tierra tan oscura que asemejaba el fango, solo que era firme. Los árboles que estaban allí, estaba completamente desnudos, muertos, y vapor parecía salir de algunos hoyos que se desitibuían en el terreno. No había animales a la vista. Ni siquiera carroñeros, pero si había montones de huesos de criaturas que parecían haber muerto cuando intentaban cruzar.
—No es una imagen muy alentadora —dijo Iris, con el ceño fruncido.
—Me parece que hemos atravesado cosas peores —dijo Fierce, queriendo animar al grupo.
—Pero no deja de ser horrendo —comentó Origami en respuesta.
—La imagen no es lo que me preocupa —dijo Tsukine, señalando con su mano un punto donde unas aves había salido del bosque por donde venían, y al intentar cruzar el campo, cayeron desde el aire al suelo completamente muerto—. Creo que es una tierra maldita.
—¿Crees que sea magia? —Preguntó Fierce.
Nadie respondió. Iris colocó sus manos en el capo verdoso debajo de sus pies, y dijo:
—Ager vitae, campus amoris, vita crescunt in hoc horroris causa —Campo de la vida, campo de amor, haz crecer vida en este suelo de horror...
Entonces, grama comenzó a resurgir en dirección al campo, creció hasta extenderse a más de veinte metros de aquel sitio, pero en segundos se marchitó y se convirtió en paja seca y marrón.
—Definitivamente es una maldición mágica —dijo ella—. Nada con vida puede atravesar este terreno.
Miraron el mapa, y se dieron cuenta que el campo se extendía por más de un kilometro aproximadamente y rodeaba toda la zona boscosa del reino Esmeralda. ¿Cómo era posible?
—Es inútil rodearlo, todo el reino tiene este campo maldito —dijo Origami.
—Esto no estaba antes —afirmó Fierce—. Estoy seguro de que no existía este lugar.
—Tal vez, solo es una defensa para evitar ataques, ahora que han estado declarándole la guerra a los reinos —dijo Tsukine—. No me sorprende que posean ayuda mágica.
—Pero nunca había visto una maldición como esta —dijo Iris, desconcertada—. Se necesita de mcuha magia, como la de un elfo o un hada, para poder hacer algo así.
—O de Aland —dijo Fierce, recordando a uno de los humanos más poderosos que, según Iris, ha existido en el mundo.
—O Aland —afirmó Origami otra vez—. Pero dudo mucho que haya muchos como él. Y dudo mucho que él hiciera esto. Aland no usa magia negra como esta. ¿O sí?
—No —afirmó Iris—. Esto es obra de alguien maligno. La única vez que vi algo como esto fue... —Y se calló en ese momento, con los ojos abiertos—. ¡Oh no! ¡Estamos en peligro! —gritó—. ¡Sé quien está detrás de esto!
Y antes de que pudiera decir algo más. Un agujero dimensional apareció por encima del campo, y un hombre de piel mortecina, cabellos oscuros y ojos amarillos, con túnicas reales aparecería. Sus alas oscuras brillaban por encima del campo.
—Les estaba esperando —dijo él, con aquel tono altanero de siempre.
—Lamento no decir lo mismo —respondió Iris, con el ceño fruncido.
—¿Cómo es que no le afecta la magia del campo? —Preguntó Fierce, sin entender.
—Porque él ha sido quien convocó esta magia infernal —dijo Tsukine, desenvainando su espada, con aquella aura oscura que la envolvía—. ¡Loord Reynolds! ¡¿Cómo es posible que te prestes a fuerzas oscuras?! —gritó Tsukine.
—¿Le conoces? —Preguntó Iris, sin entender de qué forma podía saber del usurpador de la corona de Fairyhow.
—Sí, él era un general de brigada en el reino Amatista, pero mostraba más humildad delante de los reyes, que esa altanería en su boca —afirmó el espadachín, con semblante serio.
Reynolds se fijó en Tsukine, y le sonrió. Voló con lentitud para acercarse a ellos y dijo:
—El espadachín que traicióno al reino Amatista para unirse a un grupo de gentuza que lucha junto a Gaia —colocó una sonrisa—. Creo que tenías mejor futuro contando con el favor del rey Lucius y la reina María... Oh, lo siento... Sí es cierto que fueron destruidos —imitó una disculpa forzada.
Ante la provocación, Tsukine de su espada formó a través de la sustancia negra que desprendía su espada como el humo, pero más espeso, una enorme cabeza de dragon que alargaba su cuerpo, como un dragón chino, que rugía para devorar a Reynolds. Sin embargo, Reynolds usó sus alas como un escudó y cuando el dragon se lo tragó, aquel explotó un segundo después. No recibió ningún daño.
Tsukine se frustró. Sabía que en cuanto a magia, no tenía oportunidad alguna contra un hada.
—¿Cómo es que sabes todas esas cosas? —Preguntó Iris, todavía sin entender.
—Verás, majestad —el tono sarcástico de su voz, hizo chirriar los dientes de Fierce—. Mientras tu vivías tu vida en una jaula del reino Esmeralda, me infiltré como un caballero en la corte del reino Amatista, de esa forma conspiré para que el reino Amatista entrara en guerra contra el reino Esmeralda, y así iniciara todo el periodo de destrucción de los humanos. Es increíble como un poco de cizaña en las almas miserables de los humanos, puede estallar en una guerra. Ahora, el reino Amatista no existe y tampoco el reino Zafiro, me quedan menos por destruir.
—¿Pero qué te han hecho para tanto odio? —Preguntó Origami, sin entender.
—Nada, pero me pasa lo mismo que contigo majestad, su sola presencia me enferme y me corre. Deben desaparecer de este mundo como nos hicieron retroceder de lo que era nuestro —rugió—. Y ahora, yo acabaré con ustedes para que no se interpongan en mis planes.
—¡Origami! —gritó Tsukine— ¡Ahora!
La chica en un segundo se transformó en un enorme dragón plateado, con escamas relucientes y brillantes, mientras batía las alas. Reynolds abrió los ojos acontemplar el peligro de aquello, y comenzó a volar mientras Origami le perseguía enviando fuego y más fuego por sus fauces.
—El campo no le hace nada —dijo Fierce, consternado.
—Los dragones no tienen efectos de la magia —dijo Tsukine con una sonrisa.
—¿Cómo vamos a ayudarla? —Preguntó Fierce, sin saber qué hacer exactamente. Era experto en guerras, pero no contra luchas llenas de magia y maldiciones como aquella.
—Él no podrá hacer nada contra ella... Las hadas dependemos demasiada de la magia para combatir, él no previó que ella fuera una dragona. Es nuestra arma secreta —dijo con una amplia sonrisa.
—Pero todavía no sabemos como atravesar esto. Tal vez con Origami, hubiéramos podido, pero ahora...
—Solo necesitamos un portal —dijo Iris, levantando las manos, y un agujero negro se formó por encima de ellos.
Y antes de que pudieran decir algo. Aquello los absorvió.
Un minuto después aparecieron en la frontera del reino Esmeralda. Todo el lugar era pavimentado, con obeliscos esmeraldas que funcionaban como lámparas. Y las casas de madera con techo de pajas, rostros de hombres y mujeres desesperanzados, cansados y cargados de tanto trabajo les dieron la bienvenida.
—No parece un lugar feliz —dijo Tsukine.
—No lo es —afirmó Fierce—. La gente vive miserable aquí en la zona de siervos y esclavos.
—¿Qué pasará con Origami? —Preguntó Tsukine esta vez.
—Acabo de hacer que el mapa que nos guiaba esté a su lado, con indicaciones de donde estamos. Solo debemos esperarla. Conociendo a Reynodls, huirá para zafarse de Origami.
—¿No le daría ventaja luego a Reynols para preveer otro movimiento contra ella más adelante? —Preguntó Fierce.
—Sí, pero también lo tendremos nosotros —dijo Tsukine, con una amplia sonrisa.
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