Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

El Dulce Veneno de los Corazones

Capítulo 13

En el castillo del reino Esmeralda, Diana estaba en la habitación real. Aquella, en comparación a la suya cuando era princesa, era el triple de lo que tenía. Pero, en otro momento, la verdad es que hubiera degustado del lujo. Ahora las cosas habían cambiado. Y era cierto, su padre había tenido razón. Desde su posición no lo había visto, pero ahora sí. Había sido en extremo infantil.

—Majestad, hay alguien que ha venido a verle —una voz menuda, de una chica, se adentraba entre las puertas de su habitación.

—¿Alguien? Se supone que he dejado al ejército real para custodiar el castillo. No hay acceso para nadie —respondió ella, sentada en el tocador real, arreglándose en el espejo.

A través de este, denotó que había terror en el rostro de la chica por primera vez.

—Es que no es alguien cualquiera majestad. Dice venir en son de paz, pero cuando los guardias quisieron detenerle... bueno... hay sangre en la entrada del castillo.

Diana se levantó con el entrecejo formulado. Y miró a la chica que, de inmediato al tener contacto con su mirada, bajo el rostro. Arremangó sus vestidos y salió corriendo entre las puertas.

—¿No te han dicho que mantengas tu cabeza gacha cuando estás ante la realeza? Te perdonaré la vida esta vez —dijo Diana, cuando pasaba junto a la pequeña sierva.

Diana caminó con premura por los pasillos sin detenerse en ningún momento. Estaba un poco asustada, pero no iba intimidarse con nadie. Ella ahora era la reina y moriría con esa convicción en su alma. Superaría la determinación de aquella hada, Iris.

Cuando llegó a la escalera del vestíbulo. Se dio cuenta de inmediato de quien podía tratarse en aquel momento. Aquel olor delicioso había inundado sus fosas nasales. Un perfecto y delicado perfume arándanos que la embriagaba por completo.

Cuando llegó al final de la escalinata, vio a los guardias alrededor de un hombre. Aquella espalda ancha la reconocería en cualquier parte del mundo, estaba segura de eso.

—Con qué has sido tú —dijo ella.

—¿Podrías esperar a alguien más? —Respondió aquel hombre de aspecto salvaje—. ¿Tendría que preocuparme de eso?

Diana sonrió. Era atrevido aquel sujeto.

—Deberías saber cómo tratar a una reina —dijo ella—. Y tener cuidado con lo que insinúas delante de ella.

—Tienes razón, majestad —dijo él, haciendo una reverencia encantadora—. Solo por curiosidad... de no hacerlo, ¿me echarás a tus hombres? —había una sonrisa pícara ahora pero que denotaba soberbia.

—Creo que ya tienes respuesta sobre eso. Pero si fuera tú, temería de mi misma que de mis hombres.

Akudomi alzó una ceja, y cruzó los brazos. Se dio cuenta que la chica no medía sus palabras tampoco. Era la primera vez que un humano no le temiera y hacía a esa mujer más desconcertante de lo que ya había creído.

—Vine a felicitarte mi reina —dijo él—. Creí que te alegraría verme.

Diana asintió, tuvo el impulso de querer mitigar sus esperanzas, pero no. No iba hacerlo. En aquel momento recordó lo que su padre le había dicho: "Los cambiantes a dragones son seres poderosos, imagínate a miles de ellos transformados en esas bestias... acabarían no solo con el ejército, sino con el reino completo." Saboreó aquella información que su padre le había aportado en ese momento.

—Y me alegra verte —dijo. Aquello era cierto, pero tenía un toque de maldad reflejada—. Debo confesarte que no te esperaba. De haber sabido, claro, hubiera preparado una mejor entrada. No puedo culpar a mis guardias de hacer su trabajo.

Comenzó a caminar hacia su costado derecho, en dirección a la oficina real, y añadió:

—Sígueme, en realidad tenemos asuntos que atender tú y yo —miró a sus guardias—. Y ustedes, de ahora en adelante espero que hagan un mejor trabajo para defender el castillo. El Lord Akudomi será nuestro invitador de honor, por ahora...

Los guardias y sirvientes asintieron y comenzaron a despejar el lugar. Akudomi siguió a Diana hasta la oficina, en donde esta no temió es dar a conocer el disfrute de sentarse en la silla real.

—¿Lord? —Preguntó Akudomi gracioso—. Hasta donde sé, ni siquiera me rijo por las leyes humanas.

—Y yo que creía que ustedes no tenían leyes —se defendió ella—. Pero tienes razón. Tu apariencia no juzgaría que tratáramos con un Lord, mucho menos hablemos de tu trato hacia la corte.

—¿Buscas insultarme, majestad? Porque si es así necesitas más que eso para hacerme huir de aquí —soltó una carcajada.

Diana suspiró, y se atrevió allí, a solas, mirarlo directamente a los ojos. Y Akudomi no resistió no perderse en aquella mirada Esmeralda de la joven reina.

—No busco insultarte. Solo no sé medir nunca lo que digo —dijo ella—. Así que me disculpo. Necesito que me expliques, exactamente, que es lo que me sucede contigo. Y sobre esto... —La chica, con atrevimiento, mostró su pecho revelando incluso sus senos—. Esta marca apareció en el momento en el que te vi.

Akudomi sonrió, no solo por la perfecta vista que recibía de la mujer, sino de saber que aquel sello plasmado en su pecho era la firma de que ella le pertenecía.

—Ese es el símbolo que nos unirá para siempre mi reina. No podremos huir del destino de ahora en adelante.

—Explícate —dijo ella con frivolidad—. Nunca he entendido el mundo de los monstruos.

—¿Monstruos? Eso es lo que crees que soy. Debo decirte, mi reina, que los monstruos no siempre tienen una fea apariencia —aclaró.

Diana se acomodó las vestiduras. Se levantó de la silla, y se acercó a él como una gacela en pleno campo.

—Lo sé —dijo ella—. En realidad, no me refería a ti. Me refería a mí misma... ¿acaso el símbolo no apareció en mí?

Akudomi la miró con curiosidad. Y apartó un poco su capa para mostrarle su pecho desnudo. Diana al ver el mismo símbolo, no pudo evitar recordar que eso lo había visto en el bosque. Lo había olvidado y se sentía como una tonta. Se acercó de nuevo. Akudomi se volvió a tensar, y antes de que ella tocara su pecho otra vez, este saltó hacia atrás.

Diana le miró curiosa.

—¿Por qué te alejas si sé perfectamente que tú y yo deseamos lo mismo? Estoy segura que esta insistente necesidad de estar juntos no es solo mi cabeza —afirmó ella.

—No le entiendes —dijo él, volviendo su rostro sombrío en ese momento.

—Explícame —dijo ella, frunciendo el ceño para volver al escritorio. Pero no se sentó, sino que se apoyó sobre este.

—Tu y yo somos Clymugwaedes, es decir, somos personas unidas por el destino para vivir un amor pleno, puro y sincero que en realidad, es el motivo real de nuestra felicidad.

—No suena coherente eso —dijo ella, sin entender.

—¿Y qué lo es en este mundo? —Le cuestionó él—. Solo mírame. Hablando con una humana, deseándola, amándola... y ella pensando en cómo utilizarme.

Ella puso los ojos en blanco.

—¿Así que lo sabes? —suspiró—. Bueno, eso hace este asunto más fácil.

—¿Te es suficiente saber que si me dejaras estar a tu lado, sin nada a cambio seríamos felices?

—No —añadió ella—. No busco la felicidad, solo busco cumplir mis objetivos. Y si en el transcurso de ellos encuentro la felicidad, que bendición de vida sería la mía, entonces.

—¿Y cumpliendo tus objetivos no te haría feliz? —Preguntó él, sin entender.

—No lo sé. Pero si ese no fuera el caso, no querría decepcionarme de la desgracia venidera que pudiera tener.

—Suenas demasiado fría para ser humana —dijo él, con mucha tristeza reflejada.

—Tú mismo lo dijiste. La apariencia de un monstruo no siempre se exterioriza...

—¿Qué quieres de mí? —Preguntó con dureza.

—Quiero que me lleves a tu reino para hacer un trato con tu gente —dijo ella.

—¿Qué te hace pensar que lo aceptarán? —preguntó.

—Porque planeo casarme contigo. Dudo mucho que me rechace si hago todo mi reino parte de ustedes.

—¿Qué planeas exactamente? Tenía entendido que el reino Esmeralda odiaba a los nuestros.

—Te lo diré, si me ayudas a ser tu esposa —dijo ella, sonriéndole—. Solo puedo adelantarte que no soy como mi padre. Y sus propósitos se fueron al cementerio. Ahora prevalecen los míos.

***

—Rey Lucius, La Madre Saya quiere verlo —dijo un guardia inclinado ante el trono real.

—Déjenla pasar —dijo, con la ceja levantada. Aburrido de que no hubieran dado con el paradero del ladrón esclavo y de su traidor caballero.

La mujer de cabellos blancos y joven apariencia, se acercó con cuidado al trono e hizo una leve inclinación.

—Me honra con su presencia, Madre Saya, pero supongo que su presencia en mi trono no trae buenas noticias —afirmó, sabiendo que aquella mujer solía traer malos presagios. Pero, que se cumplían y era la única razón por la que la tenía con vida.

—Veo que ha aprendido a entender los asuntos de la voluntad de la Madre Gaia, nuestra soberana —dijo ella con dulzura—. Lamento que mi presencia le tenga en un estado de malhumor constante.

—No es usted —dijo la reina a su lado—. Es lo que siempre nos cuenta lo que nos pone realmente angustiados.

—Me disculpo —añadió, inclinando un poco el rostro.

—Hable —dijo impaciente el rey Lucius.

—Los portales del inframundo han sido abiertos. Las gemas que lo mantenía alejados de nuestro mundo han sido, en su mayoría robadas. Cuando la última gema se encuentre, el principio de horrores comenzará, pero me temo que el reino Amatista no verá tal inicio, mi rey.

El rey Lucius frunció el ceño. La reina miró a su marido sin entender, y fue ella quien habló primero:

—¿Qué trata de decirnos Madre Saya?

—Reina María que en el momento que roben la última gema, el reino Amatista caerá por manos del reino Esmeralda.

Hubo un silencio.

Entonces, sonoras carcajadas comenzaron desde el rey Lucius e inundó al resto de la corte y los guardias presentes. Todos, con excepción de la reina se reían.

Su marido le miró.

—¿Qué?

—No entiendo las risas de todos cuando, claramente, quien da la información es la madre Saya —dijo ella, con enojo—. Me reiría con ustedes si el que hubiera dicho eso hubiera sido alguno de los presentes aquí que no fuera ella, incluyéndote Lucius.

—Gracias, majestad —dijo la Madre Saya.

—Pero ¿cómo es que el reino Esmeralda podría destruirnos a nosotros que, contamos no solo con tecnología suficiente para destruirlos, sino que contamos con mejores guerreros y que hemos vencido en la última batalla?

—De la misma forma como creíste que atraparías al esclavo usando a tu mejor guerrero: Tsukine —respondió ella.

—Me niego a creer que seremos destruidos —dijo él, ahora alzando la voz a su mujer—. Lo que ha dicho la Madre Saya nos sirve para prepararnos muchos mejor, ¿o no?

—La caída será inminente, mi rey —dijo ella—. Temo por mi vida en estos momentos, pero debo asegurar la verdad —dijo ella, inclinando su cuello en señal de exponerse a que su cabeza fuera cortada en ese momento.

El Rey Lucius palideció y todas las risas se acabaron en ese momento.

—¿Qué vas hacer Lucius? —Preguntó su mujer angustiada.

—¿Qué pregunta es esa mi reina? —dijo él, ahora en un tono serio y sombrío—. Haremos lo mejor que sabemos hacer: Pelear.

La reina tragó grueso. Se levantó del trono con lágrimas, y llamó a una de las siervas a un costado y le susurró algo al oído que nadie escuchó. Bajo las escaleras hasta la Madre Saya y le dijo:

—Sé que tienes la verdad en tus manos, pero no puedo dejar a mi marido y al reino. Lleva contigo Cristal y a Donny. Colócalos en un lugar seguro —Miró a Filius, el hombre más leal que podían tener en el reino, y dijo: —Ve con ella y protege a mis hijos. Ellos son los únicos que podrán revivir al reino Amatista.

—¿Por qué hablas como si hubiéramos perdido, reina María? —Vociferó el rey Lucius.

—Porque hemos perdido cuando un rey no le teme al destino —dijo ella con dureza.

—¿Y aún asi, decides morir conmigo? —La cuestionó.

—Decido morir contigo porque eres mi esposo, te amo y porque soy la reina del mismo reino que mi rey gobierna. No tengo opciones en este asunto —afirmó.

—Que se haga la voluntad de Gaia —dijo el rey Lucius.

***

—¡Eileen! ¡Eileen! —los gritos de una mujer se escuchaban al fondo de la cocina de aquella cabaña en el bosque. En la frontera del reino Esmeralda.

—¡Ya voy! —dijo la chica desde el pequeño riachuelo que estaba en el jardín, con unos cubos de agua.

Desde la distancia, pudo ver a su madre salir en el porche de la cabaña, con las manos en la cintura. Estaba enojada.

—¡Estás tardando demasiado para traer eso, se me va a secar el caldo, jovencita! Tu padre y tu hermano deben estar por llegar y la comida debe estar lista.

Ella suspiró, colocó la madera sobre su nuca y sus hombros, en cada punta habían dos baldes llenos de agua. Todavía, con lo menuda y pequeña que ella era, no entendía cómo es que tenía la fuerza para cargar aquellos cubos. Eso, sin asomar las vestimentas pueblerinas y de mucha tela que llevaba consigo.

—Te dije que ya voy —enfatizó fastidiada, acercándose a la cabaña detrás de los pasos de su madre.

Cuando entró directamente a la cocina, dejó los cubos en el piso, y vertió una parte de ellos al caldo que hervía sobre el fuego en la chimenea. Su madre caminaba de un punto a otro, hablando como siempre, de que ella parecía poco interesada en los quehaceres del hogar y que si nunca se interesaba en esto, jamás podría ser una buena esposa y una buena madre.

Suspiró. Siempre que aquella empezaba con su letanía, prefería simplemente seguir haciendo lo que ella mejor sabía hacer: ignorar lo que le molestaba.

Con parsimonia tomó más agua, y comenzó a fregar todo lo sucio que su madre había dejado entre sus tareas de picar verduras y la carne. Todo estaba plagado de moscas, sangre y un olor nauseabundo que, todavía no sabía muy bien como lo aguantaba.

La puerta se abrió.

—¡Richard, Dani! ¡Llegan demasiado temprano! —dijo la mujer al ver los dos hombres entrar al vestíbulo.

Eileen miró a su padre y a su hermano de reojo y les sonrió con amabilidad. Ambos le devolvieron el gesto.

—Lamento que no tengamos la comida lista porque alguien parece haberse perdido en el bosque, pero... Les aseguro que no tardará demasiado —dijo su madre.

—Rocío, no te preocupes —agregó Richard, con voz ronca—. Hoy podemos esperar. Mira lo que hemos traído —dos segundos más tardes, un enorme jabalí cayó justo al lado del mesón que Eileen había limpiado hace un momento. Manchando todo aquello con barro y sangre.

Volvió a suspirar.

—¡Es una enorme bestia! —Gritó Dani—. ¡Debían ver como lo acorralamos hasta llevarlo a la trampa! ¡Mi padre es el mejor lancero que he visto! —chilló.

—Y tú el mejor trampista —agregó, mientras hacían chocar sus palmas con alegría.

—Niña, deja eso, yo termino. Ve a ver si el agua ya hirvió para servir la mesa —dijo Rocío, apartándola un poco.

Eileen hizo caso, y se acercó a la cacerola. El agua no estaba hirviendo. Entonces, vio su reflejo en él. Su cabello era largo y rizado. Sus ojos eran claros y, en su semblante, estaba el rostro de una chica tierna, aunque su piel blanquecina brillaba de sudor y tenía la nariz un poco sucia. Entonces, algo sucedió en ese momento, por un instante, escuchó una voz que dijo:

"¡Eileen! ¡Eileen!"

Estaba segura, aquello sonaba demasiado audible para ella. Miró a su alrededor, pero todos parecían distraídos en sus tareas. ¿Pero que estaba escuchando?

"¡Eileen! ¡Eileen! ¡Debes despertar Eileen!"

Volvió a escuchar aquello, y ahora el reflejo de su rostro en el agua de la cacerola que, ahora hervía, mostraba una piel brillante, casi dorada, sus ojos brillaban como el oro, y alas con plumas doradas y otras de un color oscuro estaban detrás de ella.

—¡Eileen! ¿¡Qué haces ahí parada muchacha!? —Rocío le gritó, y eso hizo volver a la chica en sí.

Todos le observaban extrañados.

—¿Estás haciendo cosas raras de nuevo? —Preguntó esta vez Dani.

—No... yo... —iba a decir, pero no podía hacerlo. Desde que ella recordaba, cosas extrañas como aquella le había sucedido. Pero, aquella apariencia en su caldero y la voz, era algo que nunca había experimentado—. El agua ya está hirviendo.

Corrió por los platos y la cuchara, y con ello comenzó a servir y a preparar la mesa. En pocos minutos estaba todo listo. Durante el almuerzo, escucharon las faenas de su padre y su hermano que hablaban con total orgullo, mientras su madre les aplaudías todas las proezas. Como siempre, ella estaba callada mostrando sonrisas y fingiendo escuchar. Una que otras veces levantaba una ceja y asentía pretendiendo seguir la historia. Sin embargo, su cabeza estaba en otro lugar:

Llevaba días viendo una enorme criatura encadenada en un lugar claro, lleno de cristales o diamantes, no sabía precisar aquello. La criatura gemía adolorida y pedía su ayuda. De hecho, en aquel momento para ser exactos, veía a un hombre de vestimentas oscuras y con una espada, entrar en un recinto alto, lleno de multitudes con rostros alegres, asombrados, que aplaudían y gritaban de felicidad. Delante de ellos estaba la enorme criatura que gemía de dolor. Nadie parecía entenderle, pero ella le escuchó claramente:

"¡Durante siglos han creído que soy el monstruo, pero ustedes lo han sido humanos! ¡Merecen la peor muerte!"

—Sigurd —susurró Eileen.

—¿Qué dijiste? —Preguntó Richard.

Eileen se dio cuenta que todos se habían callado y una vez más le miraban. Era notorio que había interrumpido la faena de aventuras que estos contaban.

—¿Existen criatura gigantescas? —Preguntó curiosa.

—Sí, los gigantes —dijo Dani, soltando una risa por la boba pregunta.

—No —aclaró ella—. Me refiero a criaturas más grandes que los gigantes.

—¿Qué preguntas muchacha? Está claro que te estás volviendo loca, deberíamos buscar un médico...

—Shh.. —Interrumpió Richard a su mujer—. ¿Por qué la curiosidad hija mía?

Ella miró a su hermano y a su madre, dudosa de si hablar, pero se atrevió:

—Veo a una criatura en mi mente más grande que los gigantes. Parece que pide ayuda, sufre... por nosotros los humanos...

—Ya empezó con sus cosas extrañas —afirmó Dani.

—Cállate —esta vez fue Rocío quién reprendió a su hijo. Claramente Richard estaba de acuerdo con su esposa esta vez y Dani bajó el rostro.

—Existían, se llamaban Titanes. No se ha visto a ninguno por más de un siglo. ¿Qué te hace pensar que existe uno y que está sufriendo por los humanos? Ellos comían humanos, Eileen —dijo él.

—No lo sé... pero a veces logro verlo en mi cabeza y pide ayuda. Hay cristales, diamantes y mucha gente...

Sus padres se miraron, suspiraron, y Rocío dijo:

—Temía que este momento llegara. Debo hablarles a ustedes sobre nuestra familia y la razón por la que estamos escondidos en este bosque, y el hijo que nos fue arrebatado por el reino Amatista... 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro