El Amanecer de la Persecusión
Capítulo 25
—Te lo he dicho: no sé quiénes son, no tengo por qué mentir —Jadeó el hombre desde el suelo. En su rostro estaba una sonrisa cansada, como si viera su pronto final.
Todo su cuerpo estaba ensangrentado. Y el piso en el que yacía, estaba manchado con sangre, casi negra al haberse mezclado con el polvo. En una habitación, una mujer estaba muerta con una flecha en la frente y los ojos abiertos; el cuerpo se extendía una parte en el comedor y la otra en la cocina de aquella vieja cabaña. En otra estaban dos niños, colgados sobre la pared con flechas incrustadas en sus manos extendidas, sus pies abiertos, una flecha en medio del cuello y otra en la frente. Todas las habitaciones habían sido destrozadas, y espacidas como si hubieran estado buscando algo que realmente valiera la pena encontrar. Era una visión horripilante, bárbara y casi nauseabunda.
—Perdóname que no le tenga confianza a los de tu clase —dijo el hombre pequeño, delgado, de ojos azules y cabellos oscuros revuelto a su costado. Llevaba la misma armadura de piel de dragón completa, y vestiduras oscuras, como aquella primera vez.
Claramente, Dord, Hier y Bron estaba afuera esperando.
—¿Los de mi clase? —Sonrió el hombre—. Los de mi clase también son la tuya, puedo olerte a kilómetros y sé que eres...
El hombre se calló, justo cuando el chico levantó su dedo índice, y de esta una especia de escama filosa y ovalada se disparó directo a la frente, y atravesó el hueso y sus sesos se esparcieron.
—Como si alguien como tú me diría lo que soy —dijo el chico, sin una pizca de remordimiento en su rostro.
Vio a los tres hombres que miraban la escena aterrado, tratando de fingir que no tenían miedo de su jefe, pero se podía notar aleguas que no estaban cómodos en aquel lugar junto a este. El hombre se giró, y al salir de la cabaña, vio a los tres caballeros sobre sus caballos.
—¿Por qué tardaste tanto, loor Tollivan? —Preguntó Hier, mirándo al hombre con suficiencia.
—Porque un hombre tarda lo que sea necesario para cumplir su labor a cabalidad —le respondió, si una pizca de duda sobre sus palabras. Hier, le profirió una mirada asqueada.
—Un hombre es un hombre, cuando su estatura lo indique —se burló el caballero, con prótesis tecnológicas de sus piernas.
—También lo es cuando se está completo —añadió Bron, recordándole que todos ellos habían perdido algo en la batalla que habían tenido contra el titán, y todos los chicos que le habían ayudado a escapar. Hier, bajó el rostro y se apartó de ellos fastidado—. ¿Qué clases de criaturas eran para merecer tal final? —Preguntó una vez su hermanó Hier se retiró, viendo desde la ventana la imagen de los dos niños clavados sobre el muro.
—Hombres lobos —respondió Cris, haciéndole señas a unos hombres a su costado para que incendieran la cabaña. Por supuesto, estos no dudaron en obedecer.
—¿Qué fue exactamente lo que ese hombre quería decir? —Esta vez fue Dord el que habló, el hombre con la prótesis de ocular, que parecía ver más allá de lo que aparentaba.
Cris le miró por un momento. Ambos hombres se desafiaron con la mirada. Cris finalmente respondió:
—Lo suficiente para terminar muerto —respondió.
Dord se sonrió, tenía una ceja alzada y un brillo que, por supuetso Cris supo que había descubierto su secreto. Y podría matarlo en ese momento, pero no era ni el lugar ni el momento indicado, así que se limitó a apartarse de ellos, en dirección al resto de cazadores dentro del ejército.
Aquellos días despúes de la primera matanza en una de las cabañas de los helados bosques del reino Diamante por parte del ejército y los cazadores del mismo reino, una vez que Tsukine, Dani, Eileen y Sigurd habían sido tansportados hasta El Cruce de Todos los Caminos, no se detuvieron.
En realidad, se convirtió en el principio de muchos dolores. Todo inició desde que Benard Parris y Abigail Williams, los reyes de diamantes se enfermaron inexplicablemente, todos los aldeanos, desde nobles hasta esclavos, no tuvieron más remedio que considerar una persecución extrema a toda criatura sobrenatural, debía ser una monstruosa persecución de estas en todos sus alrededores. Se trataba de identificar, juzgar, condenar y ejecutar.
Y no era para menos, los dos reyes estaban sobre una enorme cama en el palacio real, vestidos con las mismas batas de color azul cielo, como solían ser sus prendas; aquella tez morena que brillaba fuertamente, ahora era tán pálida como un aspecto oliváceo. Las cabelleras castañas que tenían, no tenía el característico matiz dorado que llevaban, sino un dorado chillon como una paja seca. Y de los dos ojos celestes, como una dulce agua cristalina, ahora era más bien fríos, y casi emblanquecidos, con una respiración inconstante que no ayudaba en tranquilizar a los sirvientes que atendían su salud.
—Están muriendo —decían la mayoría que llegaba a visitarlos.
Por supuesto, aquello era una oportunidad para que los nobles más cercanos del reino tuvieran la oportunidad de la corona, debido a que los reyes no tenían hijos. Asunto que adjudicaban como un efecto del poder de la brujería en su mundo. Y es que, desde que no habían tenido la oportunidad de concebir y comenzaron a intentarlo todo, desde la medicina más importantes del momento, la famosa alquimia del occidente y la magia del norte, ninguno había funcionado. La respuesta más fácil fue: Era culpa de las criaturas mágicas que estaban cerca del reinado y que habían aplicado una maldición sobre ellos.
Por eso, después de la muerte de aquella familia de hombres lobos, la siguiente fue una pequeña bruja de nueve años de edad, Christine Teipel, que vivía en la aldea norteña de Ober. La pobre Christine había comenzado a decirle a la gente que era una bruja, y que había participado en un pequeño aquelarre a las afueras de la aldea, en un baile nocturno en honor al rocío lunar, junto con otras 15 personas: ocho hombres, seis mujeres y otra niña, Grete Halman.
Lo que no sabían es que llegaría el centenar de cazadores del reino, que la habían estado siguiendo, haciendose pasar por un grupo de vendedores nómadas que iban de aldea vendiendo hortalizas. Cosa que les permitió conseguir el aquelarre, y como si no hubiera sido peor, habían encontrado estigmatizados y golpeados, a varios niños en el lugar, atados en lo que parecía una enorme hoguera. Entre ellos, estaba Christine y Grete.
Con obviedad, comenzaron especulaciones sobre por qué Christine comenzó a contar esa historia a los aldeanos, y sí era cierto que era una bruja, parecía más bien un vínculo con el abuso infantil u otro tipo de trauma.
Para evitar errores, esa noche decidieron arrestarlos a todos, por supuesto, usuaron los polvos alquímicos de los cazadores que siempre llevaban, para neutralizar la magia, y se encontraron que el lugar había estado rodeado por una barrera que, en principio, parecía invisible. Con aquella prueba suficiente, torturaron a Christine y todas las personas que estaban allí y las quemaron cuando no consiguieron relación con las criaturas que habían escapados del reino.
Era una práctica común mostrar los instrumentos de tortura a los sospechosos durante un interrogatorio "amistoso" inicial. En estos se usaban formas brutales de castigo corporal, que incluían el potro y mantener a alguien despierto durante días. También, una técnica de uso común se llamaba "inmersión", el cual usaban cuando una bruja acusada era atada a una silla y sumergida en el agua. Si flotaba, se le consideraba una bruja que había usado su magia para mantenerse a flote. Luego se le quemaba en la hoguera. Si se hundía, era considerada una inocente que había "muerto involuntariamente"; y es que, la verdad es que habían pocas formas de reconocer un inocente de otro, si no se era un cazador del reino o si no se contaba con el "ojo mágico" de Dord, el soldado. Al dispersar un ejército de diez mil sobre el reino, no había exactitud de esta diferencia, por lo que los humanos comunes recurrieron a recursos que ellos consideraban como métodos seguros para descubrir criaturas mágicas.
Días después, en las Islas Diamantes, a 3 kilómetros de la zona portuaria del reino, un barco del reino lleno de ejército se enfrentó con una terrible tormenta que hizo colisionar al barco contra un arrecife que, debido a la temperatura del agua, ahogó a la mayoría de los hombres. Entonces, Beth, una mujer de las islas, frente a la costa noreste del reino Diamante, encontró a unos sobrevivientes a la orilla del mar. Les atendió hasta que se hubiera recuperado, cinco días después. Cuando se marcharon, dio la casualidad de que otra tormenta ocurrió, y cuando se acercó a la proa asustado para ver rugir el mar, "dijo que cuando fue al mar, vio una foca. Y creyó que la foca le miró y pensó que la foca era Beth". Entonces, creyeron que ella tenía la capacidad de transformarse en diferentes animales. Y eso fue suficiente para que al día siguiente fuera ejecutada, y quemada en el centro del pequeño pueblo.
Lo que ellos no se imaginaban, y para añadir más violencia —como si no había sido suficiente—, es que hombres y mujeres comúnes, crearon grupos, en campaña, a favor de la gente que había muerto. Y es que lo que no sabían que, si bien era cierto que habían criaturas mágicas malas, habían otras que se habían encargado de ayudar a la gente del lugar. A prosperar sus vides, sus terrenos, los animales, a curar enfermedades, así como señalaban que había humanos buenos y malos. Y para colmo, había hecho placas de madera gastadas, conmemorativas, en todos los senderos del reino Diamante conmemorando a trescientas ochenta personas de comunidades locales que fueron encarceladas, torturadas, ahorcadas y luego quemadas.
Esto, no hizo gracia a nadie del reino, creía que la gente pueblerina de los alrededores se habían vuelto locos, y eso llevó a que armaran complots de zaqueos, destrucción que mantenían a estos poblados en la miseria, hambrientos hasta envidiar el polvo del suelo, y tan cansados de la vida que vivir no era una opción.
Lo peor, es que Dani, Lance, Yami y Kimiko, no tenían ni idea de las cosas que habían ocurrido, desde que habían salido de aquella cabaña. Y mucho peor, es que el reino Rubí, a dónde se dirigían, estaba muy cerca de este reino que sufría la devastación del temor sobre lo que ellos no comprendían.
—¿Todavía no logras proyectarte para saber como les va a Aland y a los demás? —Pregunto Yami, cruzándose de brazos, viendo a Kimiko.
—Te acabo de decir que no es tan sencillo de hacer —respondió quejumbrosa Kimiko, con el ceño fruncido—. Cuando lo hice en la batalla, no sé si fue por mi conexión con Tsukine o la adrenalina del momento, pero no logro hacerlo ahora.
—Tienes que estar de broma —agregó ella.
—Pero si es tan fácil, ¿Por qué no lo haces tú? —dijo Dani, con la misma ironía que Yami aplicaba en sus palabras—. Se supone que tú también tienes magia, pues úsala.
—Magia oscura, barbaro ignorante —respondió Yami, poniendo los ojos en blanco.
—¡Oye! Se supone que soy tu mitad —se quejó él.
—Clymugaga —corrigió Kimiko.
—Comportate como tal entonces —añadió Yami, sin poder creer nada de lo que estaba pasando—. Y es Clymuwaed, Kimiko.
Dani se acercó a Yami, la tomó de los hombros. La chica se sintió vulnerable de aquella intromisión tan repentina, y sin esperárselo, este la lamió desde el mentón hasta la frente. Kimiko y Lance, se miraron confundidos y asqueados. Yami, tenía los ojos abiertos.
—¿Qué acaba de pasar? —Se preguntó ella misma, sin haber entendido que paso.
—Debía hacer algo que te hiciera saber que eres mía, solo mía, y que haré contigo lo que me provoque —le respondió a él, tan sincero, que lejos de sentirse como alguien posesivo, en realidad parecía una broma descabellada.
—Algunos animales orinan, otros te arrojan estiércol, y algunos, como los gatos te lamen para reconocerte como parte de ellos —dijo Yami, intentando enteder—. ¿Tú eres un gato?
Dani se carcejó.
—Si eso te hace feliz, soy tu gato.
—Creo que si me gustan las lamidas —confesó—. Bueno, las tuyas —aclaró ella.
—Será que podemos dejar esta perturbadora escena —dijo Kimiko, por vencida de no lograr la proyección mágica que deseaba—. Tal vez el problema es que estemos demasiado lejos...
—¿Qué hicimos de malo? —Preguntó Dani, incomprendido. Yami, decidió lamerle el mentó también, solo por curiosidad de saber a qué sabía, y de reconocerlo como parte suyo, pues ahora tenía la leve idea de que ella también podía ser una gata. Dani solo le sonreía bobaliconamente.
Lance suspiró. Nunca supuso que las idioteces podían ser parte del viaje.
—Kimiko, olvídate de la proyección y haz aparecer un mapa mejor —señaló él—. Necesitamos ver si estamos yendo por el camino correcto, y cuánto nos falta.
Kimiko asintió, y de inmediato, hizo aparecer el mismo mapa de la cabaña, en donde mostraba el recorrido que habían hecho, un poco más de 12 kilómetros desde la cabaña, y estaba justo en una zona a la que llamaban: El Bosque de Pompas.
—¿Bosque de Pompas? —Se preguntó Dani—. ¿No es un nombre ridículo para un bosque?
—¿Y si lo lamemos no sería nuestro y dejaría de ser ridículo? —Preguntó Yami, y Dani la miró con cara de: "Pobrecita, es algo tonta pero debemos amarla", claramente ella pensó que la expresión de Dani hacia ella era tierna.
—Dejemos las lamidas para después —dijo Kimiko horrorizada, imaginándose con asco, siendo lamida por ellos dos. La imagen era terrorífica.
—Se le llama el Bosque de Pompas, por eso —dijo Lance, con una amplia sonrisa, señalando un punto enfrente de ellos.
Resulta que, más o menos a una distancia de tres metros, observaron como burbujas comenzaron a salir desde la tierra. Lo que empezó desde un punto como un puñado de estas, en cuestión de segundos, inundó todo el lugar y los rodeó a todos ellos. Como cualquier niño, y aunque ellos no lo eran, no tuvieron temor en sonreir por lo que estaba delante de ellos. Las burbujas comenzaron a elevarse lentamente, y en el proceso, algunas se rompían haciendo el característico "plop". Las más fuertes llegaban a estar por encima, y danzaban con el viento hasta reventarse.
Las risas de todos ellos, y el brillo de alegría sobre sus ojos, no expresaba la grandeza de lo que allí ocurría. Las burbujas no solo explotaban y danzaban a su alrededor como dándoles una bienvenida majestousa, como las mejores anfitrionas del mundo, sino que brillaban al contacto del sol, dejando un característico reflejo de colores que se desvanecían una vez vista.
—¿Pompas de jabón? —Se preguntó Kimiko, con una sonrisa tonta.
Kimiko susurró unas palabras en latín, como solían usar para sus encantamientos, y, de pronto apareció un enorme golem compuesto por las mismas burbujas del lugar. Aquellas, parecían estar contentas de que ahora tuvieran forma en donde reflejar su alma, y el golem, queriendo decir "gracias" abrió la boca, y de ella salieron miles de burbujas que golpearon a los chicos, como miles de caricias.
—De nada —respondió Kimiko, habiendo entendido la gesticulación del golem.
—El día de la destrucción se acercado. El portal de la destrucción se ha abierto —escucharon decir de Yami detrás de ellos, con una voz en forma de trance y con el aspecto de ser muchas voces al mismo tiempo. Sin embargo, ella señalaba un letrero escrito en madera gastada, con el número: 380.
Cuando la observaron, vieron sus ojos completamente negros. La madera decía aquello, pero Lance y Kimiko, reconocieron que Yami, al leerlo, parecía haber entrado en un transe. Y Lance, que había estado con ella desde el inicio, reconoció que eran las mismas palabras dichas, cuando la conocieron. Se estaba cumpliendo su profecía. Y en un momento, una ráfaga de flechas, enviadas con ballesta, aparecieron enfrente de ellos. Las brubujas tronaron y el golem, aunque se interpuso queriendo protegerles, terminó destruyéndose cuando miles de flechas atravesaron su cuerpo. Con la misma magia que las hizo aparecer a todas ellas, se desvanecieron en el suelo en ese momento.
—Ventum obice —susurró Kimiko, hacieno aparecer una fuerte ventisca que no detuvo las flechas pero si las desvió a todas ellas de la dirección en la que venían.
Delante de ellos, había un puñado de cazadores que sonreían. Pero, de todos los que estaban allí, solo Dani reconoció a uno de ellos: el hombre pequeño, de ojos celestes y cabello oscuro, con aquella piel pálida que helaba hasta los huesos y una ballesta con cuatro flechas directo al pecho de todos ellos. El chico también le reconoció.
—Son los cazadores del reino Diamante —rugió Dani, sacando su hacha de su espalda, sin titubear en querer abalanzarse sobre ellos.
Las flechas se dispararon.
—Radix murus —rugió Yami, todavía en transe, y un muro de raíces del suelo se levantó protegiéndoles de aquellas felchas—. ¡Manibus terra tenebris!
Entonces, decenas de brazos hechos de raices de los arboles, salieron de la tierra y se alzaron contra los cazadores. Como si todos ellos estuvieran acostumbrado a ese tipo de encuentros, del costado de todos ellos se alzaron cuerdas que se clavaron por encima de los árboles, y aunque algunos subieron hasta estos evitando los brazos, otros no corrieron con tanta suerte al usar sus herramientas demasiado tardes. Los brazos de raíces los barrieron por completo.
Sin embargo, por encima de ellos, todos sacaron un puñado de polvos de su costado, de una bolsita, de color morado y lo esparcieron, soplándolos hacia adelante. De inmediato, los polvos se expandieron inundando el lugar, y una cortina de escarchas purpurinas, fluorescente, que recorría le bosque hasta la posición de ellos.
—Polvos alquimícos —dijo Kimiko impresionada y preocupada al mismo tiempo—. Denme su mano —dijo ella confiada, esta vez.
Todos hicieron caso.
—Demasiado tarde —dijo Cris, con una sonrisa, viendo como los polvos habían cubierto el bosque en su totalidad, hasta la posición de ellos.
Dani, Yami, Kimiko y Lance, permanecieron inmóviles en el lugar, con rostros pavorosos sobre ellos. Los cazadores bajaron de los árboles, ignorando los quejidos y jadeos de sus compañeros que habían sido sorprendidos en el primer ataque por parte de Yami, y caminaron confiados hasta donde estaban ellos.
Cuando Cris se había acercado, notó que debajo de ellos estaba marcado un símbolo ígneo. Rugió enfurecido, y tomando otro puñado de polvos alquímicos los esparió sobre ellos, y las figuras se desvanecieron en ese momento.
—¿Cómo escaparon a tiempo? —Preguntó uno de los cazadores a sus espaldas.
—Uno de de ellos debe ser una criatura inteligente —dijo Cris.
—Una cosa es batallar contra el poder bruto y otra con la debilidad inteligente —aclaró uno de esos hombres. Cris, le miró retándole con los ojos.
—¿Y quién te indica que no tienen poder? —murmuró—. Esa confianza es lo que hizo que los primeros cayeran hace un momento. No subestimamos a ninguna critura, por inofensiva que sea.
El hombre se calló, pero mantuvo su postura rigida.
—Uno de ellos era el que estaba con el titán —sugirió el mismo que había preguntado, cómo habían escapado. Cris asintió en respuesta.
—Eso significa que estamos cercas de encontrarles... Si le atrapamos, nos dirán donde está el resto de las criaturas y el titán —añadió Cris.
—¿Dónde crees que vayan?
—Pensé que era obvio —dijo el chico—. Van al reino Diamante. Avisen al ejército y preparémonos mejor. Una de las criaturas es una elfina de la oscuridad, la otra es una hechiera de luz, y los hombres son simples mortales...
—Suena sencillos si le has reconocido de esa forma —agregó otro cazador.
—No, no lo son... si hubiera sido así, ya estarían siendo quemados en este mismo lugar —respondió Cris.
Con un disparo de su ballesta, destruyó el cartel de madera gastada que Yami había leído. Todos vieron el acto de violencia, pero nadie dijo nada.
Más al Norte, manos comenzarón a salir de la tierra, como hombres que habían sido enterrados vivos, o como las famosas historias de muertos vivientes. Solo que los que salían allí, estaban realmente vivos.
—Eso estuvo cerca —jadeó Lance cuando pudo, saliendo de la tierra.
Dani, Yami y Kimiko escupían la tierra de su boca, incluso Dani llegó a vomitar.
—Estoy seguro que he tragado mierda de algún animal —vociferó—. La próxima vez, espero se les ocurra que viajemos por el aire o el agua, creo que es más limpio.
—Un poco de mierda no ha matado a nadie, ¿o sí? —Preguntó Yami, mientras se acercó a este para limpiarle la ropa. Dani puso los ojos en blanco.
—Lo siento, fue lo primero que se me ocurrió —dijo Kimiko, avergonzada—. Si hubiéramos sido atrapados por esos polvos, no podríamos usar magia.
—¿Cómo es eso posible? —Preguntó Dani, sin entender. Yami ahora le limpiaba la cara.
—Son escamas de dragón molida —dijo Lance, pensando en lo que Origami le había dicho.
—Exacto, los dragones son inmunes a la magia —chilló Yami, como si había tenido una revelación. Por supuesto, el transe se le había pasado.
—Oye, debes dejar de hacer eso —le dijo Dani, murmurando—. Primero pareces desquiciada con los ojos negros que, aunque igual me pareces la mujer más hermosa que existe, no es nada sexy que te miren de esa forma. Y tampoco lo es, cuando intervienes en la conversación de otros que, seguramente podrían cuestionar tu inteligencia, y sé que eres inteligente.
Yami le sonrió, y le besó en ese momento.
—Por eso te amo —dijo ella—. Aunque no puedo prometerte que dejaré de hacer eso que dices...
Kimiko y Lance se vieron, esos dos no tenían remedio.
—Y sí, Lance, tienes razón —continuó Kimiko, ignorando a los otros dos—. La alquimia tiene propiedades científicas de lo que existe en este mundo, pero pueden tener propósitos mágicos si se mezclan los ingredientes correctos, como esos polvos. Son la base de todo cazador.
—¿Crees que si destruyéramos esos polvos estaríamos seguros contra ellos? —Preguntó Lance, curioso.
—Nos daría una posibilidad, pero ellos son guerreros especializados en criaturas como nosotros —dijo Kimiko—. No nos daría una victoria segura.
—Pero si una probabilidad —Intervino Dani, con una sonrisa—. Si les quitamos esos polvos, yo podría usar a mi nena —removió su hacha, con malicia en el rostro de querer usarla.
—Lamento decepcionarte bárbaro sexy, pero no será suficiente —añadió Yami, viendo a Dani con una sonrisa—. Y por más que me gustaría ver los movimientos sensuales de Lance corriendo y o el pecho desnudo de Dani, con marcado sudor sobre sus músculos, debo decir que necesitaremos al menos una centena de nosotros para tener una oportunidad.
—Si el número es el problema, entonces debemos recurrir a alguien que pueda ayudarnos —dijo Kimiko, con el entrecejo fruncido—. Aunque tendríamos que apartarnos un poco del camino.
—¿De qué hablas exactamente? —Prgeuntó Lance, sin entender.
—Conozco a una bruja que vive entre la línea territorial del reino Diamante y el reino Rubí. Lo llaman la Zona Prohibida —agregó Kimiko.
—¿Por qué tiene ese nombre? —Yami se acercó, mirándole con una expresión de niña curiosa a punto de escuchar una gran historia, y no horror precisamente.
—La reputación de las brujas no son las más segura —Profirió Dani, no convencido—. Hace poco, ustedes estuvieron a punto de morir en mano de unas. Su raza, por alguna razón, tiene tendencia a lo tenebroso...
—Todo depende de la fuente por la que practica esa magia —explicó Yami—. El cosmos como energía, es una esencia que no es buena ni mala, pero puede ser usado para el bien o el mal... Saber por quién usas el don que se te ha dado, es lo que determinará si es buena o es mala.
—¿Te refieres a Gaia y al Nihilismo? —Lance parecía entender.
Yami asintió.
—Yami tiene razón —dijo Kimiko—. Pero admito que no sé de que lado esta esa mujer, pero, es la única bruja que ha demostrado que puede hacer los mejores homunculos a base de arcilla.
Yami abrió los ojos, obviamente ella captó de quien hablaba.
—Oh no, no, no —se alarmó—. ¿No estarás pensando en esa mujer? ¡Es una terrible idea! —chilló al final—. Esa mujer aunque no sirva a nadie, se sirve a si misma, y sus objetivos no son tan buenos. He escuchado rumores, Kimiko y no son tan buenos. Ella corrompe el orden de todas las cosas.
—¿De quién hablando precisamente? —Preguntó Dani, fastidiado.
—De la vieja Bruja Urasue —dijo Yami—. Es un mal plan, realmente lo es...
—Pero es el único que tenemos —dijo Kimiko, sin pensar en otra forma de vencer a los cazadores.
—¿Realmente crees que funcione? —Preguntó Lance, pensando en la decisión que tomar.
Kimiko asintió, Dani se encogió de hombros, pero Yami fue la única que se negó.
—Es una mala idea, vamos a morir o a manos de esa mujer o de los cazadores. Insisto en que busquemos una forma de contactarnos con Aland o Iris, ellos podrían acabar a un ejército entero —sugirió.
—¿Pueden proyectarse alguna de ustedes dos? —Preguntó Lance, ironizando.
Y aunque ambas se vieron, negaron con firmeza.
—Bien, entonces visitemos a Urasue...
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