¿Amor?
Capítulo 64
Sí, desde el ataque del Nihilismo el reino Esmeralda estaba marchito en toda su extensión. Y en el punto de impacto, había yacido un enorme cráter que demostraba el inmenso poder que este había revelado.
Sin embargo, cuando Junier se asentó en este lugar, cubrió la tierra de brea, e incluso inundó el cráter de esta. Lo que formó una especie de lago negro, en donde se suspendían montículos de tierra y brea, y en el centro estaba una enorme fortificación de piedra, ardiente que, desde una vista panorámica, era un pequeño infierno en el mundo de los terrestre. Por supuesto, toda la brea estaba encendida, por lo que el lugar tenía un calor infernal pero que, sorpresivamente, ni a Dionis, ni a Darkz o Azazel se sentían afectados por este. Y, como si no fuera peor, debido a la absorción de Junier de una parte del Nihilismo, y debido a que esta había absorbido tantas almas, tuvo la capacidad de crear seres infernales que custodiaban toda aquella extensión.
Eran seres humanoides encendidos en llamas, con una altura de hasta tres metros de largo. Caminaban despacio, pero no significaba que en combate fueran lentos o descerebrados, significaba que no tenían nada con qué divertirse. Y aunque la temperatura excedía la que un humano común podría soportar, era la condición perfecta para los ocupantes del averno.
Darkz y Azazel, estaba sentado en el borde de la enorme piedra que sostenía la fortificación o el castillo de Junier.
—Es extraño... —soltó Azazel, con un aire de nostalgia—, estamos sentados en este lugar sobre una roca que está ardiendo, y aun así pareciera que no sintiéramos el fuego.
—En realidad no lo sentimos —añadió Darkz, pensativo—, creo que ya ha pasado bastante tiempo en esta condición, como para lamentarnos por nuestra humanidad.
—Lo sé —respondió resignado su amigo—, es solo que todavía la siento en mi interior, y no quiero perder esa parte de mí.
—Porque hacerlo, nos haría igual que él, ¿no? —Preguntó curioso Darkz.
Azazel asintió.
Iban a comentar algo más, pero ambos se quedaron en silencio cuando sintieron la presencia de Dionis detrás de ellos. El chico, tenía una sonrisa socarrona y los brazos cruzados.
—No hay peor lamento que las que surgen de la sensibilidad de un humano —dijo, con todo el deseo de dañarles con sus palabras.
—La misma que corren por tus venas —dijo Darkz, suspirando con fastidio, mientras se levantaba. Si algo había aprendido, es que no podía tomar por menos a los enemigos.
—La misma que no ha muerto —dijo Azazel, levantándose justo después de Darkz—, ¿o es que crees que toda esa fachada de villano realmente va a asustarnos? —soltó una risa—, mientras tu apenas naciste, nosotros tenemos meses...
—un año y seis meses para ser exactos —le corrigió Darkz.
—Un año y seis meses con esta forma.
—Pero a mí me ha dado más —dijo Dionis, orgulloso.
—¿Más? —soltó una risa Azazel—, nunca sabrás lo que es realmente más hasta que te sientas satisfecho y pleno con lo que tienes.
—Yo estoy satisfecho —le contestó Dionis, con el ceño fruncido. Sentía que se burlaban de él.
—¿Satisfecho? Si lo estuvieras, ¿qué necesidad tendrías de recriminarnos a nosotros lo que carecemos? —Darkz mencionó eso, con la misma sonrisa socarrona que Dionis había hecho y que ahora había borrado del rostro.
Dionis estaba dispuesto a iniciar una lucha, de no haber visto como una ola de demonios primitivos, salieron hacia la dirección Norte.
—¡Nos atacan! —vociferó Dionis.
De inmediato, los tres se abalanzaron desde la roca ardiente hasta el lago de brea que, por arte de magia, pisaron el lago de brea como si fuera el mismo suelo. Comenzaron a correr en dirección al Norte, y cuando llegaron, se sorprendieron de ver a tres chicos, todos varones, luchando formidablemente en contra de los demonios primitivos. Uno de ellos, de cabello oscuro y ojos oscuros, saltaba en zigzag con una daga de oro, enterrando el cuchillo directo al cráneo de aquellos seres. Era impresionante de ver, porque no había saltado sobre el cuerpo de un demonio, matándole, cuando ya había saltado a otro. Era veloz.
El segundo, parecía tener la misma edad que el primero, de unos quince años tal vez, pero su cabello era rubio, y de ojos claros, a diferencia del otro que parecía luchar por los aires, este parecía volverse inmaterial, de modo que atravesaba el campo y los seres, y en momentos específicos, se materializaba para desprender partes del cuerpo de los demonios, con ayuda de sus botas. Su intención era cortar las cabezas, con una lanza que llevaba.
Y el tercero, el menor de todos ellos, con cabellos negros y pecoso, flotaba. Y por alguna razón, las decenas de demonios primitivos que le rodeaban parecían congelados en el tiempo. Segundos más tarde, todos se volvían cenizas. Ese era el más peligroso de los tres.
—Yo me encargo del niño —dijo Dionis, dando zancadas hacia la posición de este.
Darkz y Azazel se miraron, y sonrieron, la verdad sabían que, era posible que el chiquillo le diera problemas a Dionis, y estaban esperanzado de burlarse un poco de este, si es que era posible.
—Iré por el chico sombra —dijo Darkz de inmediato, transformándose en su versión espectral, dividiendo su cuerpo.
Azazel chasqueó los dientes al ver como su amigo se transformaba en aquello, y él, tomando su espada corta de pirata, comenzó a correr en dirección al chico de la daga de oro.
Cuando este se dio cuenta de que Azazel venía hacia él, se vio a sí mismo saltando en su dirección, pero no se esperó ver, la agilidad del pirata. Aunque tenía la empuñadura de su daga en dirección al corazón de este, vio como Azazel en un movimiento elegante, se desdobló de tal forma que no solo esquivó el ataque, sino que le hizo un corte en el rostro a este. El chico se dio cuenta que no era un demonio cualquiera. Cayó en el terreno en una posición perfecta, y miró fijamente a Azazel.
Aquel demonio no parecía estar feliz por luchar contra él. ¿Por qué?
Vio a sus hermanos, y se dio cuenta que Jaciel —el chico sombra—, estaba teniendo problemas con seis espectros que se reían de él cuando atravesaban su cuerpo. Pero, por algún motivo, los esfuerzos de Jaciel no parecían funcionar contra ese demonio espectral. Y, cada vez que este le atravesaba, parecía agotarle. Reian, por otro lado, parecía dominar la situación. El demonio con armadura que se había acercado hacia él, estaba completamente congelado. Aunque, sabía que debía ser poderoso, porque parecía intentar resistirse contra el poder de su hermano y, por el rostro de este, parecía esforzarse en intentar que no se liberara.
Vio de nuevo al demonio espadachín delante de él, y sabía que no podía tomárselo a la ligera, justo cuando una decena de espadas aparecieron alrededor de este. Frunció el ceño. Comenzó respirar tranquilamente, para relajar su cuerpo y concentrarse, y justo cuando Azazel envió aquellas espadas que flotaban en el aire, el chico se impulsó, y como si se tratara de una danza, Azazel se maravilló de ver como esquivaba y evitaba cada uno de ellas.
Majestuoso, pensó Azazel, ahora con una sonrisa en el rostro. Y antes de que pudiera notarlo, tenía la daga del chico a centímetros de su garganta, perpendicularmente hacia su tráquea. De no haberlo previsto, sabía que podría haber estado muerto.
—¿Cómo te llamas? —Le preguntó Azazel curioso.
El chico parecía realmente enojado y frustrado, quería asesinar al demonio, pero sabía que si se movía apenas un poco, él acabaría mal. Porque a diferencia de Azazel, tenía tres espadas apuntando su cuello y tocando incluso su piel. Se dio cuenta que, Azazel, podía materializar espadas de la nada, y con eso compensaba la velocidad que le pudiera hacer falta. Estaba realmente en peligro.
—Soy Ángel —dijo el chico, mirándole directamente al rostro y con repulsión.
—Deberían haberse ido —dijo Azazel, lamentándose del trágico destino que estos tendrían. Eran tan jóvenes.
Ángel quería cuestionarle, pero justo vio a su hermano Jaciel caer al suelo. Los espectros lo rodeaban.
—A diferencia de ti que, para atacar necesitas materializarte, yo no necesito de ello para hacerlo. Además, cada vez que te atravesaba robaba un poco más de tu energía vital, si sigo en ello, terminaré absorbiendo tu vida —escuchó decir al demonio espectro.
Y, por otro lado, vio a Reian hacer uso de toda su energía para paralizar al otro. Sabía que no iba aguantar demasiado tiempo. ¿Qué habían hecho creyendo que podrían solos contra la región demoniaca que se había acentuado, justo cerca de sus fronteras? Lo habían hecho, porque estaban recibiendo ataques de otros demonios inferiores en su reino.
—Lo lamento mucho —dijo Azazel, sabiendo que no podía hacer nada para ayudarle.
Y justo cuando Reian cayó al suelo, debilitado, sabiendo todos que era el momento de darles fin a los chicos, una voz escucharon... No estaban seguro, pero era un canto.
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Por algún motivo, los tres semidemonios se quedaron completamente pasmado. Pero, lo que era una sensación más extraña, es que el enojo que, parecía brotar de ellos de forma innata por su parte demoniaca, parecía haberse dormido. Y los tres, Dionis, Azazel y Darkz, por primera vez, desde que habían sido convertidos en demonios, se sintieron como humanos completos.
Sin saber cómo, o porqué, los tres comenzaron a llorar. Sintieron la pena de haber perdido a todos sus amigos. Por parte de Darkz y Azazel, recordaron a sus amigos tripulantes, y como Junier mató a todos y cada uno de ellos, con aquella sonrisa diabólica. Recordaron su transformación y el dolor en el pecho que les agobiaba, por sentir una maldad que, estaba seguro que sus cuerpos humanos no habían sido hechos para llevar tal carga. Por parte de Dionis, recordó a Cris, sus votos como caballero y la destrucción de todo su reino. Sintió su propia traición hacia ellos, y su propia frustración por no hacer nada.
Y como si se tratara de un mismo espectro, pero no de estos que asustan, sino de aquellos que parecieran trascender y dar paz, vieron a una doncella caminar por la penumbra del noroeste. Parecía tener el cabello plateado y un mechón rosa, y a su lado estaban dos personas más, un caballero y otra doncella de cabellos rubios. En el rostro de estos, parecía verse el terror hacia ellos mismos y sobre el aproximado acto de asesinar a unos chicos. Dionis, Azazel y Darkz, sintieron algo que parecía ser irreal: vergüenza.
Y antes de que aquello que parecía ser un sueño acabara, Azazel sintió el olor del mar, la maresía, aquel olor de las algas en la playa y la humedad flotante de este, una suerte de rocío salino que suele estropear las cosas que toca, pero que él amaba como capitán del barco. Y sin que lo notara, una rosa se forjó en su pecho.
Y los tres semidemonios cayeron en el suelo, completamente desmayados. ¿quién era? Era la pregunta de Azazel, ante la necesidad y desespero de no apartarse de aquella mujer. Estaba acabado.
***
Lance, Akudomi y Samael habían llegado a un enorme puerto que se encontraba más allá de los límites de la región oscura. El viaje que habían hecho desde el sureste hacia el noreste, les hizo saber que Akudomi no podría llevar un viaje en vuelo por tantas horas en mares que, definitivamente, nadie había decidido explorar del todo. O, al menos, nadie de los que había emprendido el viaje, había vuelto.
Sin embargo, habían pasado una semana en aquella zona portuaria, buscando una forma de obtener al menos un barco, pero sin dinero o sin hacer un trueque que realmente interesara, no era tan sencillo. Por eso, estaban en ese momento en un bar nauseabundo, lleno de borrachos malolientes y desagradables, en la barra, tomando un par de cervezas.
—Insisto, puedo hacer uso del control mental —dijo Samael, fastidiado—, necesitamos hacerlo y tú lo sabes, Lance.
—No quiero que usemos esos recursos —dijo Lance, entristecido—, no puede ser que la bondad se haya perdido por completo en este mundo. Todos hemos conocido las bondades de Gaia, y si somos creados por ella, debe haber alguien con un poco de bondad. Manipular las cosas, solo demuestra nuestro propia maldad y me niego a iniciar un viaje con la maldad, como punto de partida.
—¿Me puedes explicar cómo es que seguían a este sujeto tan blando? —Preguntó Akudomi irritado, sin poder creer que todos los chicos, llamados elegidos, podían seguir a un humano tan blando como lance.
Lance miró a Akudomi, pero fue Samael quien respondió.
—Por la misma razón que tú y yo no servimos para guiar a nadie. Mientras él ha tenido la tolerancia y la paciencia para llevar a un montón de idiotas, tu estuviste conquistando imperios por la misma razón que yo mataría: el amor de una bella dama. Lance, precisamente ha sido el único al que no ha sucumbido a la parte bana del amor.
—¿A qué te refieres? —Akudomi estaba curioso de lo que decía.
—Somos seres tan finitos —comenzó Lance, tomando un trago a su cerveza—, que necesitamos codificar todo para entenderlo. Hablamos del amor, y lo clasificamos, para entender que una forma de expresarlo es distinta a otra, aunque sigue siendo la misma esencia del amor.
—No comprendo —se sinceró Akudomi.
—Lo que nuestro gran guía quiere decir —comenzó a explicar Samael, esta vez—, es que la esencia misma del amor es tan pura, que para alguien como Gaia, no necesita limitarla para entenderla. Tú y yo, no solo amamos a una mujer, queremos de ella hasta lo más banal, el mismo asunto por el que muchos se unen y se casan.
—¿Están hablando del sexo? —Preguntó Akudomi, con el ceño fruncido.
—Hablamos del sexo, y todo lo que representa hacer, para sentirnos amado.—aclaró Samael.
—Un día, los seres entenderán que el sexo solo fue un regalo, intimo, para dos seres que han decidido convertirse en uno. Es el clímax de dos seres que se aman, pero a tal punto, que desean ser uno. Sin embargo, para los que son como yo —siguió añadiendo Lance—, el estar en pareja no es una limitante para decir que no amo. De hecho, todo mi esfuerzo se debe a ese mismo amor, solo que lo expreso hacia Gaia. Y eso es lo bueno de no tener a alguien a mi lado, tengo más tiempo para servir al único ser que me ha hecho levantarme.
—Cuando amas a alguien como nosotros —Samael volvió a hablar—, tenemos que admitir que nuestro corazón y nuestra atención se divide a eso que amamos. De modo que, terminamos dando lo que podemos dar, a aquellos que decimos que amamos, y sin darnos cuenta, otorgamos menos.
—¿Y eso está mal? —Preguntó Akudomi, sin poder creer que algo así pudiera serlo.
—No, de hecho, es sorprendente —dijo Lance—, pero cuando pones esfuerzo en amar al único ser que te ha creado, es mucho mejor. No hay distracciones, y si las hubiera, tarde o temprano vuelves a lo único que te hace sentir pleno.
—Entonces, eres un tipo con suerte —dijo Akudomi, con fastidio, tomando una cerveza—. Yo en cambio, me sigo lamentado por alguien que no está.
—Y eso no está mal —dijo Samael—, el problema está cuando olvidas que hay personas a tu alrededor que esperan ver tu expresión de amor...
—Y cuando expresas tu amor a otros, ellos sin darse cuenta, están conociendo a Gaia misma —interrumpió Lance.
—Pero claro, para que ese efecto ocurra, el que expresa amor debe amar a Gaia... si no lo hace, solo es un hombre perdido que ha conocido superficialmente, el placer de amar —Samael era el que daba tragos más largo, al final, su sistema luchaba más con los efectos del alcohol por ser un vampiro.
—Es obvio, está dentro de su propia esencia como creación de Gaia —sonrió Lance, levantando su copa hacia Akudomi—, pero estará confundiendo el amor, con tantas distorsiones, que terminan encontrando significados erróneos.
—Por eso hay tantas personas que confunden el amor con formas que no están en su esencia original. Un amor violento, agrio y tan sufrido que hace que entren en un ciclo tan terrible, que si no vuelven a vivir lo que han aprendido como amor, sienten que no le aman —concluyó Samael—. En mis centenas de años vividos, he visto la triste realidad en cualquier criatura que existe en este mundo, lo que nos hace demasiado iguales. Humanos, cambiaformas, vampiros, hadas, y demás... todos cometiendo los mismos errores, todos buscando amor, todos luchando por amor, odio, por pérdidas, por poder, todos iguales... Y allí, está la lógica del amor de Gaia. Para ella, todos somos lo mismo.
—¿Incluso si son malos?
La pregunta de Akudomi era lógica, pero estaba olvidando algo.
—¿Y tú no lo eres? Hace un momento cuestionabas mi liderazgo, lo que puede hacerme pensar que crees poderlo hacer mejor que yo, por lo blando que soy.
—Y eso, en cualquier parte del mundo, es soberbia. Una de las formas de maldad que casi nadie nota —completó Samael.
Akudomi bebió nuevamente, pero esta vez en el fondo, y suspiró.
—No entiendo cómo es que saben todo eso y yo apenas me enteró.
Samael le dio unos golpecitos en el hombro.
—Estabas distraído con tu mujer, las guerras y el deseo de hacerla feliz. Es natural para un hombre enamorado, estar distraído con algo así. Yo mismo lo he vivido —agregó el vampiro.
—Al final, tampoco hemos resuelto como ir al Fin del Mundo —gruñó el cambiaforma, fastidiado.
Lance iba a dar otro sorbo a su bebida, cuando en un segundo, vio a Samael moverse tan brusco, pero tan veloz, hacia alguien que estaba detrás de ellos. Las manos de Samael, que parecían tener el mismo filo de una espada, estaba a centímetros del cuello de un viejo que llevaba un parche en el ojo. Al mejor estilo y estereotipo de un pirata. No solo tenía el parche, sino el sombrero, las vestimenta, e incluso una pata de madera, le faltaba el garfio, pero no lo llevaba.
—¡Oye! Tranquilo —dijo el viejo—, solo vengo a proponerles un trato.
—¿Qué te hace pensar que queremos un trato tuyo? —Preguntó Samael.
—Por qué escuché que querían viajar a aguas donde nadie se atrevería, pero yo sí —dijo el hombre.
Samael miró a Lance, y este asintió. Samael se relajó, bajó el brazo y los tres se volvieron al desconocido.
—¿Cómo sabes que queremos ir hacia allá? —La pregunta surgió por parte de Lance.
—Porque en esta zona todo se sabe. Y más, cuando forasteros preguntan por embarcaciones que van a aguas prohibidas para todos nosotros. Por no mencionar que vieron a un dragón negro sobrevolar el puerto, un vampiro y un humano juntos.
—Definitivamente un pueblo pequeño puede ser un infierno grande —dijo Akudomi, poco interesado.
Esa noche, aquellos hombres se desbordaron en embriagarse. No tenían ni idea de si iban a morir. Aunque no fuera algo que les preocupara a todos, excepto por Samael que en un momento se puso a llorar pensando en que si moría, el mismo le pediría a Gaia que le borrara de la existencia misma, porque no podría existir sabiendo que Origami estaba sola. Akudomi, no lloró pero en ningún momento dejó de pensar que si Diana estuviera viva, tendría las mismas ganas de vivir que Samael. Y Lance, era el único que se reía y se burlaba de ellos, diciendo que estaban demasiado ebrios para saber que decían.
El viejo Noa, como resultó llamarse el pirata, descubrieron que se trataba de los navegantes más importantes del mundo. Era el capitán de un barco al que llamaban la doncella. Debido a que, tenía una hermosa figura hecha de oro fino, incrustado en la punta del barco y que parecía dirigir el destino de los tripulantes.
Sin embargo, cuando llegaron a embarcarse con él, a la mañana siguiente, se dieron cuenta que Noa era un hombre carismático, pero también cruel —característica que Lance hizo notar la noche anterior, cuando el hombre se atribuyó a sí mismo como alguien que solo le importaba derrotar una poderosa criatura de los mares que, hasta ese momento no había podido conseguir, poniendo en peligro muchas veces a sus tripulantes—. Y fue el rencor hacia la criatura, lo que le hizo perder la pierna desde la rodilla.
Y el trato había sido eso, llevarlos al fin del mundo, si le ayudaban a matar a la criatura a la que le ha dedicado sus energías para buscar venganza. Incluso señaló, que la nave había sido dotada con artilugios del reino Hierro y el reino carbón en esa oportunidad. Por lo que La Doncella, realmente se veía impresionante, cuando llegaron esa mañana hasta la embarcación.
Lo otro que les impresionó a todos, fue ver como Noa parecía ser visto con asombro por su tripulación, y su autoridad definitivamente era incuestionable. Le vieron utilizar la violencia y la ira, mezclada con incentivos y respeto para que sus hombres hicieran lo que deseaba y fuera capaz de superar las objeciones de los hombres cuando reveló que estaba dispuesto a renunciar a las ganancias para perseguir a su enemigo.
Por supuesto, eso hizo que muchos de sus tripulantes se fueran de La Doncella, pero también hubo hombres realmente leales que se quedaron. Y con los que se quedaron, pudieron notar que Noa también era capaz de ser amable y, a menudo, demostró una verdadera empatía hacia los que se habían ido, aunque vociferó muchas veces que eran unos "cobardes".
—¡Estamos listos! —se escuchó la voz de Noa en el fondo.
Akudomi, Samael y Lance miraban hacia el horizonte, desde la punta de la estatua de La Doncella. Parecían preocupados los tres, pero, por algún motivo, nadie decía que les angustiaba, hasta que Lance habló:
—¿Qué tipo de criatura creen que se trate? —Preguntó.
—No lo sé —dijo Samael—, pero si Gaia se proveyó de este barco para cumplir tus caprichos de bondad, estoy seguro Lance que nos ayudará en el resto del camino.
—Como lo ha hecho hasta ahora.
Akudomi rezongó.
—Como lo ha hecho hasta ahora —confirmó Samael, con una sonrisa.
Increíblemente, todo el mundo se sentía muy animado cuando La Doncella abandonó el puerto de la locura, como realmente era llamado aquella zona —el nombre se debía que, por la ubicación de sus aguas, más los terrenos más allá de la región oscura, era un lugar que pocos deseaban ir, al menos que necesitaras huir—. Tuvieron viento a favor en cuanto salieron de la bahía, de modo que llegar a una primera Isla no fue un problema.
Según Noa, aquella Isla la llamaba, La Isla Entre Los Mundos, era una isla llana y verde, con tantas flores, que cualquiera podía creer que habían muchos insectos, pero la verdad es que solo estaba llena de mariquitas. Cuando llegaron a ese lugar, se dieron cuenta que vivían más conejos y cabras, que personas, pues habían al menos, veinte cabañas de piedra, con hogueras encendidas y ennegrecidas.
—¿Cómo es que no han sido atacados por piratas? —Preguntó, Lance a Noa, cuando estaba en tierra firme.
—Los piratas no suelen venir por estas aguas, por miedo, además, prefieren cazar cosas en las zonas monstruosas, pero yo he descubierto que no hay monstruo más feroz, que el que conocerán dentro de pocos. Además, sujetos como nosotros, nos encargamos de proteger estas islas. Y por si fuera poco, el líder de esta isla no es un sujeto con el que se le pueda enfrentar como a un hombre cualquiera.
Claro, lo que Lance, Akudomi y Samael no sabían, es que el líder de aquella Isla, era un cambiaforma Lince. Un hombre alto, fuerte y de cabellos naranjas, con una expresión en el rostro como la de un felino, sus ojos, incluso, parecían estar delineados, lo que le daba un aspecto realmente salvaje.
—¡Noa! —Gritó el Lince, con brazos fuertes—, No me digas que vuelves a intentar morir contra la criatura que custodia estas aguas.
Se calló, justo cuando sus fosas nasales descubrieron que, detrás de Noa había un vampiro y un cambiaforma Dragón.
—Veo que trajiste amigos interesantes, esta vez —dijo el Lince, no tan animado esta vez.
—Akudomi, Lance, Samael, él es Carion, el cambiaforma Lince que lidera y custodia esta Isla.
Increíblemente, Samael y Akudomi, se portaron educados antes este. Algo que extrañó a Carion, no era propio de un cambiaforma mostrarse tan amable, y mucho menos para un vampiro.
—Creo que deberían quedarse por hoy. Estoy seguro de que necesito escuchar la historia de ustedes —dijo él.
—Y nosotros la tuya —afirmó Samael, con una pizca de malicia. Si algo sabían los vampiros, es que no todos los cambiaformas eran como la manada dragón. Y los Lince, eran traviesos en ese sentido.
Al final, supieron que el Lince era un malhechor como la mayoría de aquellas zonas. Decidió encargarse de la Isla, en el momento en el que unos piratas decidieron atacarla, justo cuando Noa llegaba. Se sumergió a la lucha por la Isla, que terminaron venciendo a todos los piratas y decidió quedarse y hacer de aquel sitio su hogar. Se casó con una delincuente del reino Diamante, y llevaba allí ya quince años. Por lo que supieron, este era el tercer viaje que Noa hacía, cada uno en intervalos de cinco años.
Reanudaron la navegación antes del mediodía. Durante cinco días navegaron empujados por un viento sur-sudeste, sin avistar tierra y sin ver peces ni gaviotas. Luego hubo un día en que llovió con tanta fuerza hasta la tarde. Descubrieron en el viaje, que no había mejor forma para una tripulación, que pasar el rato o en la lectura, o jugando partidas de ajedrez que, para la rabia de mchos, Samael iba invicto. Akudomi ni perdió tiempo en jugar, porque sabía que lo suyo no eran esos juegos mentales, en cambio, se quedó allí admirando el mar desde la proa.
—¡Eh! Me parece que se está deteniendo —dijo Lance, a su lado—. Y ¿qué es aquello?
Sin previo aviso, debido a lo que parecía estar delante de todos ellos, todos se amontonaron en la toldilla al escucharlo, y descubrieron que la lluvia había cesado y que uno de los tripulantes, que estaba de guardia, también contemplaba con fijeza algo situado a popa. O sería mejor decir, varias cosas: Parecían esferas de musgos, verdosas y con un brillo nauseabundo de algo viscoso, toda una hilera de ellas dispuestas a intervalos de poco más de un metro.
—Parecen rocas —dijo Lance, con el ceño fruncido.
—Pero no pueden ser rocas —corrigió Akudomi, que llevaba rato observando la lejanía del mar—, porque hace cinco minutos no estaban ahí.
—Y una acaba de desaparecer —indicó Samael—Sí, y ahí hay otra que está saliendo —añadió.
—Y más cerca —observó Lance.
—¡Cielos! —exclamó ahora otro de los tripulantes—. Todo eso viene hacia aquí.
—Y se mueve mucho más de prisa de lo que nosotros podemos navegar, señor Noa —añadió otro—. Nos alcanzarán dentro de un minuto.
—Les presento a mi enemiga mortal —dijo Noa, con una amplia sonrisa—. ¡A trabajar, Elegidos!
Todos, que parecían ser una tripulación nueva a la que Noa llevaba por primera vez, vieron al capitán. Todos contuvieron la respiración, pues no resulta nada agradable verse perseguido por algo desconocido ni en tierra firme ni en alta mar. Sin embargo, lo que resultó ser era mucho peor de lo que ninguno había sospechado. De improvisto, y apenas a la distancia de un campo, una cabeza horrorosa se alzó de las aguas; era de color verde y bermellón, con escamas amarillas, y tenía la forma de una cabeza de una tortuga, pero monstruosa. Los ojos eran enormes, ojos concebidos para mirar en las oscuras profundidades del océano, y las fauces estaban abiertas y mostraban una doble hilera de dientes afilados como los de los peces.
Se alzó sobre lo que en un principio creyeron que era un cuello inmenso; pero a medida que emergía más y más, comprendieron que no se trataba del cuello sino del cuerpo y que lo que veían era lo que tantas personas, en su estupidez, habían deseado siempre contemplar: una gran serpiente marina. Los pliegues de la cola gigantesca se distinguían en la distancia, elevándose dela superficie a intervalos. En aquellos momentos, la cabeza de la criatura se alzaba ya por encima del mástil. Todos corrieron a tomar las armas, pero no podía hacerse nada, el monstruo estaba fuera de su alcance. «¡Disparad! ¡Disparad!», gritó un maestro arquero, y algunos obedecieron, pero las flechas rebotaron en el pellejo de la serpiente marina como si estuviera recubierto de placas de hierro.
Luego, durante un minuto espantoso, todos se quedaron inmóviles, con la cabeza alzada hacia aquellos ojos y aquellas fauces, mientras se preguntaban sobre qué se abalanzaría. Pero no se abalanzó, sino que lanzó la cabeza al frente por encima del barco a la altura del mástil. La testa quedó, entonces, justo al lado de la cofa militar. La criatura siguió estirándose y estirándose hasta que la cabeza quedó por encima de la borda de estribor. En ese punto empezó a descender; no sobre la atestada cubierta sino en dirección al agua, de modo que toda la nave quedó bajo el arco que describía el cuerpo de la serpiente. Y casi al momento el arco empezó a encogerse; a decir verdad, por el lado de estribor la serpiente marina casi tocaba a La Doncella.
Akudomi sin pensarlo demasiado, saltó al aire, y delante de todos se transformó en un enorme dragón negro. La serpiente marina pareció divisar el peligro, así que gruñó a la par que Akudomi lo hacía. Y por un instante, nadie supo que bestia era más terrorífica.
Lance se apartó un poco, impresionado de lo que estaba viendo. Y Samael, sin previo aviso tomó la espada de uno de los tripulantes que estaba absorto, y cuando hizo uso de su fuerza para cortar una parte del cuerpo, la hoja de la espada se quebró. Y se dio cuenta que, en realidad, sus uñas eran más cortantes que esta, de modo que un corte limpio, saltando y haciendo uso de su peso, logró cortar una parte del cuerpo de la serpiente, haciendo que esta, por consecuencia, liberara el barco que intentaba estrangular.
Lance miró como los hombres intentaban luchar con las armas absurdamente, y gritó:
—¡No ataquen! ¡Empujen!
Lance empezó a empujar con todas sus fuerzas el cuerpo de la serpiente, y unos cuantos comprendieron lo que quería decir y corrieron a ambos lados de la nave para hacer lo mismo. Entonces, cuando creyeron que se había liberado, algo mucho peor ocurrió, por algún motivo, ahora veían dos cabezas de aquella serpiente.
Por increíble que pareciera, Lance comenzó a cuestionarse si había sido una buena idea hacer el trato con Noa, como si ellos fueran cazadores de bestias salvajes.
—Tranquilízate, jefecito —dijo Samael a Lance, cuando notó la preocupación de este. A diferencia de él, Samael estaba realmente tranquilo—, este será un buen momento para que Akudomi brille y muestre lo que ha heredado. Recuerda, Gaia está acompañándonos.
Entonces, Lance recordó en ese momento. Era cierto, la bestia más temible no la tenía esa serpiente, sino Akudomi.
Vieron al dragón sobrevolar por encima del monstruo, y aunque enviaba fuego desde sus fauces, la serpiente parecía inmutable por ello. Al contario, consiguió una forma de intentar dar cabezazos y colazos que, gracias a que este era mucho más pequeño, alcanzaba evitar cada uno de ellos. Entonces, fue allí cuando todos los vieron y se espantaron: Akudomi se convirtió allí en el cielo, y delante de todos, en una enorme Hydra de muchas cabezas. Tan grande como la serpiente marina.
"¡Por Gaia!..."
"¡¿Qué rayos es eso?!"
Y otras más exclamaciones se escuchó en toda La Doncella. El mismo Lance, estaba increíblemente hipnótico por la colosal criatura que volaba. Entonces, las dos serpientes gruñeron, como intentando intimidar a la Hydra, pero esta le regresó el rugido de regreso, pero con un sonido tan potente y bestial, que hizo ondular las aguas y La Doncella se removió bruscamente.
Y antes de que pudiera ocurrir algo más, vio como dos de las cabezas de Akudomi se tragaron de un bocado las cabezas de las serpiente, y sin desprenderla del cuerpo, vivo como el interior de esta comenzó a brillar, y segundos más tarde, el cuerpo explotó, con montones de carne quemada.
Hubo un silencio. Todos parecían seguir en pánico.
Noa, sonrió de forma ladina, y con un fuerte grito, dijo:
—¡Ahora puedo morir en paz!
Temieron cuando la Hydra se volvió a mirarlos. Y cuando comenzó el vuelo hacia La Doncella, otros incluso sintieron desmayarse, pero antes de tocar cualquiera de las partes del barco, el cuerpo de Akudomi, desnudo, se mostró en la madera.
—Sin mí, esa cosa los hubiera matado —aclaró Akudomi, con el ceño fruncido—. ¿Deuda pagada, Noa?
—Sí, y ahora si podemos ir al Fin del Mundo. prepárense para morir —sonrió.
Esa tarde los hombres fueron a recostarse o a sentarse por toda la cubierta entre gemidos y jadeos, hasta que por fin pudieron comentar lo sucedido, y más adelante reírse de ello. Y después de que se les sirviera un poco de ron, incluso profirieron algunas aclamaciones; y todos alabaron el valor de Samael —aunque no había servido más que complicar la situación—, y el de Akudomi. Después de eso navegaron durante tres días más y no vieron otra cosa que mar y cielo. Al cuarto día el viento cambió para soplar hacia el norte y las aguas se encresparon; pasado el mediodía casi se había convertido en una tempestad. Pero, al mismo tiempo, avistaron tierra al frente, a babor.
—Con su permiso, señores —dijo NoA—, intentaremos colocarnos a sotavento de ese lugar y buscar refugio, quizá hasta que pase el temporal.
Todos estuvieron de acuerdo, pero aunque remaron con energía no consiguieron llegar a tierra hasta muy entrada la tarde. Con las últimas luces del día navegaron al interior de un puerto natural y echaron el ancla, aunque nadie bajó a tierra aquella noche.
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