XVI - Los Pantanos de Esril (Pt.1)
Taka y Calaad se pasaron el resto de la tarde bebiendo vino y admirando la vista que les brindaba una ventana de la torre más alta del castillo. Conversaron montones de trivialidades y asuntos sin importancia que les ayudaron a mitigar el implacable peso de aquellos días. Calaad era un hombre agradable después de todo que había tenido la mala fortuna de soportar la muerte de su esposa y un par de hijas en el pasado. De cierta forma se entendía su tremendo apego por Lina, era lo único que le quedaba... se hallaban algo mareados con el vino mientras reían de buena gana cuando su ya anunciado destino los encontró.
Al principio solo sintieron el poderoso batir de unas alas, seguida de un sonoro resuello que parecía anunciar un inminente rugido. A Taka le resultó demasiado familiar como para ignorarlo, detuvo sus carcajadas de inmediato poniéndose alerta. Calaad lo miró extrañado sin comprender tan abrupto cambio de humor en su acompañante.
—¿Escuchas... escuchas eso? —preguntó el guerrero sin dejar de prestar oído al inquietante sonido.
Calaad abrió los ojos sorprendido, pero antes de que siquiera abriera la boca para contestar la aterradora visión de un reptil volador de camino al castillo les llenó la retina. Taka pegó instintivamente un salto hacia un costado de la ventana llevándose a Calaad consigo. Debían ocultarse. Los habían encontrado.
—¡Un dragón! —masculló agitado— Un dragón.
Calaad se había quedado boquiabierto, aterrado, jamás había visto semejante criatura en su vida. Su visión imposible le pareció espantosa. Tembló.
La bestia alada tardó unos pocos segundos en sobrevolar el castillo, el ruido de sus alas batiendo furiosamente el aire sonaba similar a un latigazo, su resuello como mil ronquidos. Descendió rápidamente sobre la torre posando sus poderosas patas sobre las almenas, la estructura se estremeció bajo su peso amenazando con causar algún desprendimiento. Taka y Calaad se mantuvieron quietos, absolutamente quietos, solo el sonido de sus contenidas y apenas audibles respiraciones se sintió en el ambiente. Apenas unos cuantos peldaños los separaban de la cima de la torre, si no hubiera existido una trampilla allá arriba para salir al exterior seguramente habrían estado en evidente pánico. En cambio se mantuvieron petrificados en el lugar, sin moverse, sin hablar, sin apenas respirar, rogando porque su dios escuchara sus plegarias mentales para que la bestia no los percibiera.
El dragón bufó y resolló un par de veces emitiendo un potente sonido que parecía calarse hasta la espina, la estructura bajo sus patas volvió a estremecerse. Taka pudo imaginarse al colosal reptil; sus imponentes alas, su escamoso cuello, sus afiladas garras... moviéndose e inspirando pesadamente el aire como amenzando con soltar su infernal aliento. Seguramente traía a un jinete en su lomo, así como en Drogón en aquella amarga y terrible noche. "Ni siquiera habían ocupado a sus dragones y los habían masacrado" se dijo, "Se habían limitado a ser unos meros espectadores del sangriento carnaval". Rogó porque al menos aquello último se repitiera. En lo que sea que estuviera a punto de suceder que los dragones se quedaran al margen. Si las demás criaturas habían resultado una pesadilla no quiso imaginar lo que podrían llegar a ser aquellos horribles lagartos con ojos de serpiente...
Entonces casi como un milagro la bestia volvió a emprender el vuelo, sus alas flagelaron el aire mientras las almenas crujían al verse liberadas de tan poderosas patas.
Le siguió un prolongado silencio.
Taka y Calaad se mantuvieron quietos un buen rato antes de atreverse a actuar, sus miradas algo más calmas se encontraron, había un atisbo de alivio en sus semblantes. El guerrero fue el primero en recuperar el valor y en un acto de locura e imprudencia corrió hacia la azotea, a lo alto de la torre, debía saber que estaba sucediendo, necesitaba saberlo.
Calaad siguió a Taka con la mirada aterrada. El guerrero en tanto se detuvo bajo la trampilla con un profundo suspiro para luego abrirla y sacar la cabeza en un intento de tantear el panorama, temió que el vuelo del dragón hubiera sido un engaño para terminar hallándoselo de frentón al momento en que subiera, o tal vez peor, hallar a uno de aquellos inquietantes jinetes del ataque a Drogón. Casi pudo sentir el cálido aliento de unas poderosas fauces sobre su rostro, pero en seguida descubrió que solo había sido una jugarreta de su propia mente. La cima de la torre estaba desierta.
El guerrero se apresuró a subir a la superficie para dirigirse hacia las ahora agrietadas almenas que había dejado la poderosa criatura con sus patas. Entonces observó todo en derredor, allá, hacia el norte, el dragón volaba apacible con su jinete a la espalda, explorando y vigilando cada centímetro de la tierra que se les presentaba. Los imponentes arboles del Bosque Sombrío cubrían todo el distante horizonte, hacia el norte y el este, alzándose aún más grandes que la criatura que en esos instantes por allí volaba, haciendo imposible de ver lo que sea que pudiera hallarse más allá de sus imponentes copas. Calaad parecía tener razón, aquel bosque tenía algo profundamente inquietante y tenebroso, casi tanto como la criatura alada que se movía por sus alrededores. Un repentino escalofrío golpeó la espalda del guerrero, justo antes de que Calaad lo sacara de su ensimismamiento.
—¿Qué... que es eso? —lo había seguido.
Taka se giró a observar hacia donde le señalaba el criado, apuntaba hacia el oeste, hacia el camino principal, aquel que llevaba a la capital. Allá, marchando apacibles, un enorme ejercito de inquietantes criaturas de aspecto humanoide con cuernos y patas de macho cabrío se encaminaba hacia el castillo Aguaoscura. Traían arcos, flechas, espadas... venían hacia ellos, a ocupar dichas tierras, venían a tomarse el castillo.
—Hay que irnos —se apresuró a decir el guerrero asaltado por adrenalínico latigazo de urgencia que le estremeció todo el cuerpo— ¡Hay que irnos ya!
Taka obligó a Didi y Ereas a descender al patio principal lo más pronto posible. Cada segundo era esencial, si aquellas bestias los sorprendían en el castillo antes de que partieran no tendrían oportunidad.
En cuanto los muchachos estuvieron abajo se toparon de frentón con Calaad, tiraba a la ya preparada mula con semblante sombrío, algo melancólico. En cuanto Taka lo vio supo que aquel hombre jamás abandonaría el lugar.
—Ven con nosotros —dijo de forma casi suplicante.
Calaad solo meneó la cabeza con timidez.
—Cargaré a tu hija si es necesario ¡Podemos lograrlo!
Pero Calaad volvió a negar con la cabeza.
—Ya es tarde señor Riosanto —dijo alargándole las riendas para que se llevara a la mula—. No tiene caso luchar contra el destino. Rezaré por ustedes mientras espero.
"¡Sí, si tiene!" quiso gritarle el guerrero "¡Que se joda el destino!" "¡Podemos contra esto!", pero en cuanto intentó abrir la boca se detuvo ¿Quién era él para cuestionar las creencias y la fe de aquel hombre? Después de todo y a pesar de haber sido criado en el camino de Thal, se había pasado la mayor parte de su vida alejado de los templos, fingiendo ser un ciudadano de bien, un devoto, un hombre justo... pero en el fondo siempre había sabido que tenía más fe en su espada que en un dios creador. Al fin y al cabo ¿No había sido precisamente el acero el que lo había sacado de apuros más de una vez? Había vivido por y para la espada, no tenía motivos para repentinamente comenzar a tomarse las cosas de modo distinto. Quiso zamarrear a Calaad, arrancarlo de su estúpida fe, pero no pudo. Una buena parte de él envidiaba aquello que jamás había tenido, aquello que jamás había podido sentir. Se acercó al desgarbado criado mientras le colocaba cálidamente una de sus grandes manos en el hombro.
—Que Thal te guarde —le dijo de manera sincera.
Fue una de las pocas veces en su vida que realmente pronunció aquellas palabras desde el corazón. Aquel hombre merecía lo mejor.
—Que Thal guíe sus pasos —contestó Calaad con semblante tranquilo.
De alguna forma lograba verse en paz. Taka y los muchachos, en cambio, comenzaban a sentir que el corazón se les escapaba del pecho. Se venían días duros y agitados.
Escaparon a toda prisa por los campos, varias granjas y parcelas fueron quedando a sus espaldas mientras el castillo Aguaoscura comenzó a perderse lentamente tras las arboledas y la oscuridad. La noche ya iniciaba y no tuvieron otra opción más que orientarse por instinto. Debían abarcar la mayor distancia posible, alejarse lo más posible... "Al norte" se repetía Taka a sí mismo, "Siempre al norte" en cuanto se toparan con los pantanos... pues ya vería.
Fueron tan solo dos días para volverse a encontrar con sus perseguidores. Todo fue rápido, caótico, traumatizante... pero aquello fue lo que destruyó y forjó el alma de Ereas, lo que atormentó y cimentó su destino, lo que le abrió esa herida que jamás sanó, lo que lo llevó al borde de la locura... fue el inicio de su verdadera historia.
Aquel segundo día de marcha amaneció más nublado que nunca, con aquellos negros nubarrones, que Taka había ido advirtiendo durante los días previos, intensificados en sobremanera. La luz del sol parecía irse esfumando lentamente de aquellas tierras dando paso a un nuevo mundo del que ellos ya no parecían formar parte. La era de los hombres se encaminaba vertiginosamente a su fin... ¿Acaso no serían ellos los únicos sobrevivientes de aquella catástrofe? se preguntaba Taka. No pocas veces se cuestionó si Flemister realmente seguía en pie, tenía grandes murallas a lo largo de sus fronteras ¿Pero no las había tenido también la ciudad y el castillo de Drogón? ¡Y Lobozoth! ¡Y seguramente Ordog! Solo rogó porque las cosas salieran bien, quería creer que saldrían bien, no obstante, se equivocaba.
Didi acababa de acomodar a Abel sobre la mula para partir aquella mañana cuando todo inició. Roberta, que era como la había nombrado la princesa, parecía más inquieta de lo usual, rebuznando y moviendo nerviosamente las orejas. Hasta que de pronto tiró bruscamente de las riendas lanzando un fuerte roznido de pánico, alejándose a todo galope por entre los árboles y la maleza, dejando a Ereas, quien la sostenía de las riendas, petrificado de la impresión y con un agudo dolor en las manos que le ardió como el fuego.
—¡Abel! —gritó Didi horrorizada mientras se largaba a toda carrera tras la mula. Su pequeño hermano, acomodado en el lomo del animal, se mecía peligrosamente colgando hacia un costado.
Taka, advirtiendo la inesperada situación, se apresuró a ir tras ella, pero fue entonces cuando notó aquello que tanto había aterrado a la mula. Fue un repentino gruñido y el sonido de unas poderosas patas que golpeaban violentamente el suelo de camino hacia ellos. El jadeo del animal retumbó en sus oídos y justo cuando giró su vista alarmado hacia el lugar desde donde provenía la advertencia vio a una espantosa criatura que, impulsándose poderosamente con sus patas traseras, saltó directo hacia él.
Aquel instante le fue como un extraño, pero vivido sueño. Un sueño donde todo se ralentizó para comenzar a moverse a un ritmo extrañamente lento. La criatura lo había agarrado por sorpresa, pero en ese efímero instante en el que el animal pareció mantenerse suspendido en el aire por algunos segundos, pudo ver claramente a lo que se enfrentaba. Era un perro... sí, un perro... enorme, deforme, desgarbado... traía sus fauces abiertas... y no había una sino tres... sí, tres fauces abiertas provenientes de tres cabezas que extrañamente pertenecían al mismo animal. Una súbita corriente golpeó la espina del guerrero. Allá en la distancia, entre los árboles y la maleza, vislumbró a varios de aquellos hombrecillos verdosos de orejas largas y caídas... de los mismos que habían atacado Drogón, de los mismos que los habían emboscado allá en el Cruce Maraz. Corrían hacia ellos... su aspecto seguía siendo repulsivo y maligno. Habían venido para cazarlos.
Lo que siguió fue tan espectacular que ni el mismo Taka pudo creérselo... fue suerte, un milagro o los propios reflejos de guerrero entrenado por años de perfeccionamiento, pero lo cierto fue que en cuanto la bestia pareció alcanzarlo con sus hocicos Taka se movió tan ágil que terminó de desenvainar su espada en un solo movimiento dibujando un haz ascendente mientras a la misma vez eludía milimétricamente a la criatura. La bestia cayó al suelo con un aullido de dolor, la sangre emanó en abundancia. Le había abierto el cuello de par en par a dos de sus tres cabezas. La que aun parecía intacta rugió furiosa tratando de alcanzarlo, pero el profundo corte y la pérdida masiva de sangre de las otras dos le afectaron las funciones en ese mismo instante. Taka alzó su espada clavándosela violentamente al animal en toda la base de la nuca, o al menos a una de las tres nucas. El perro, que a esas alturas le parecía más bien una especie de lobo demoniaco gigante, se desplomó pesadamente en el suelo mientras una parte de él insistía en levantarse, sin embargo, el guerrero ya le había dado su golpe de gracia.
—¡Señor Taka! —lo sacó de su ensimismamiento un aterrado Ereas. Había intentado ir tras su hermana, pero varias criaturas piel verde le habían cercado el paso. Una, la que iba a la cabeza, reía chillona y frenética, como con la risa de un demente, un malvado demente... enseñaba unos puntiagudos dientes retorciendo su lengua morada con cierta lascivia mientras jugueteaba pasándose de mano en mano un afilado puñal curvo, no despegaba su vista del gorgo.
Ereas desenvainó tembloroso su espada corta para defenderse. Taka apretó sus dientes enfurecido. Al menos eran de las pequeñas, pensó, para suerte de ellos aún no vislumbraba a ninguna de las criaturas grandes y musculosas con colmillos de jabalí. Aun así, antes de que siquiera alcanzara a hacer algo para defender al muchacho el líder de la cuadrilla lo señaló con su garrudo dedo.
—¡Mátenlo! —ordenó.
El variopinto grupo se le fue encima de inmediato mientras otra de las criaturas, atiborrada de collares, buscó rápida y nerviosa un pequeño pito de madera entre sus colgantes. Taka no necesitó ninguna explicación para comprender que era el método de comunicación que usaban para dar aviso a los demás secuaces. Si llegaban a anunciarse seguramente se verían rodeados de cientos de ellos en cuestión de minutos, por lo que antes de que el primero alcanzara siquiera a lanzar el primer ataque sacó ágilmente su daga lanzándola con todas sus fuerzas hacia la criatura. La hoja se le clavó profundo entre los ojos, justo antes de que soplara el primitivo pito. La bestia cayó pesadamente al suelo mientras los demás se abalanzaron sobre él con sus armas en alto. Solo aquel de la risa demente no lo atacó, este fue tras Ereas.
El gorgo intentó recibir al repugnante bicharraco como mejor pudo, no obstante, su falta de experiencia y habilidad con la espada era tan evidente que de un solo ataque su oponente lo desarmó, propinándole un fuerte puñetazo en la cara que lo tiró al suelo y lo dejó aturdido y sangrando. Su espada se le escapó de las manos cayendo a un par de metros de distancia. Quiso arrastrarse hasta ella, pero la criatura se le fue rápidamente encima para volver a golpearlo una vez más.
Taka por su parte se vio mucho más favorecido en su batalla, despachando rápidamente a dos de sus contendientes sin mayores complicaciones, atravesó de una estocada a un tercero mientras pateaba violentamente a un cuarto y quinto para que le dieran algo de espacio para maniobrar hasta su siguiente víctima. Las últimas dos que quedaron insistieron en atacarlo, pero Taka estaba demasiado preparado para ellos, solo bastaron un par de estocadas más para que terminara el trabajo. En cuanto lo hizo se percató que uno de ellos, aún agonizante, se arrastraba pesadamente hacia el cadáver de la criatura que había matado con la daga, aquella primera, la que había intentado hacer una llamada de aviso con el pito. Taka corrió diligente a detenerlo, sus intenciones eran evidentes, pero lo alcanzó demasiado tarde.
Fiu-uiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii...
Sonó el molesto pitito antes de que el guerrero le rebanara la cabeza. El horrible ente murió con una maquiavélica sonrisa en los labios sabiendo que su muerte pronto sería vengada. Sin embargo, Taka ni siquiera alcanzó a reparar en ello porque en cuanto lo mató corrió a deshacerse del raquítico ser que aun yacía sobre el desesperado Ereas tratando de sujetarle las manos mientras lo golpeaba sin contemplaciones. Taka lo atravesó por la espalda de una sola estocada, apartando su cadáver con una patada.
—¡Levántate! ¡Toma tu espada! —masculló— ¡Hay que ir por tu hermana!
Ereas se apresuró a ir por su arma mientras asentía con la cabeza, seguía conmocionado. La sangre violácea, morada, casi negra, de la criatura le había manchado toda su ropa haciéndole sentir un profundo asco. Su olor era putrefacto.
—Quiero que utilices esta espada ¿De acuerdo? —le dijo Taka de la forma más paternal que pudo.
La aterrada expresión en el hermoso rostro del gorgo le estrujó el estómago. Didi y su recién nacido hermano Abel debían estar en grave peligro... si es que aún no los habían encontrado aquellos monstruos. Si aquello pasaba sería una tragedia sin precedentes. No podía pasar, Taka no estaba dispuesto a permitirlo.
—Sí —asintió Ereas con un ligero movimiento de cabeza.
Taka forzó una sonrisa limpiándole con el pulgar aquel hilo de sangre que le había sacado su atacante de la nariz. El pobre chico parecía a punto de largarse a llorar, temblaba por completo.
—Lo que sea que hagamos a partir de ahora determinará nuestros destinos —le dijo tratando de infundirle algo de valor— ¡Solo sujeta y pincha! —agregó simulando una estocada al aire.
Ereas volvió a asentir entre pucheros. El guerrero quiso intentar tranquilizarlo de alguna otra manera, decirle que todo saldría bien, pero antes de que siquiera hiciera el intentó de volver a abrir la boca un segundo pitido en las cercanías seguido por los desgarradores gritos de Didi llegaron de forma atronadora a sus oídos. La mula rebuznó, si es que ha aquello se le podía llamar roznido, porque fue un sonido tan intenso y desesperado que se escuchó más bien como un alarido... alarido que fue apagado de golpe. Taka y Ereas se miraron horrorizados.
—¡VAMOS! —lo instó Taka sin perder más tiempo.
Aquellos horribles gritos hicieron que tanto Ereas como Taka se temieran lo peor.
Corrieron a toda prisa siguiendo las huellas de la princesa y la vieja mula. Taka jamás había sido un muy buen rastreador, pero el camino tomado era bastante claro y basado en lo que habían escuchado intuyó que no debían estar muy lejos. La maleza en aquel lugar era exuberante y los arboles caducifolios del recién pasado invierno tenían gran parte del suelo cubierto con sus hojas en proceso de descomposición. Enemigos podían ocultarse en cualquier parte, lo que lo obligó a mantenerse en extremo atento a lo que sea que se les cruzase.
En cuanto llegaron a una especie de pequeño claro en el bosque se desató el horror.
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