XV - La Fortaleza (Pt.2)
—¿Ya platicaste con ellos papá? —preguntó una niña acomodada en un pequeño lecho con mantas roídas. Habló con tono emocionado, sin embargo, se quedó boquiabierta en cuanto vio al imponente Taka mirarla desde el pasillo. Se cubrió el cuerpo asustada dejando tan solo su cabeza descubierta. Permaneció atenta.
—Ella es mi hija Lina —dijo Calaad— Hace algunos meses sufrió una violenta caída a caballo. Hoy no puede caminar.
Lina saludó con desconfianza sacando ligeramente una de sus manos por entre las mantas. Calaad le sonrió desde la entrada volviendo a cerrar la puerta para dejar a la niña tranquila. En seguida volvió a hablarle al perplejo Taka que hasta ese entonces no había sabido cómo reaccionar.
—Jamás hubiera podido realizar aquel viaje a Flemister ¡No en ese estado! Creo que con los cuidados necesarios aún podría volver a usar sus piernas ¡Tengo fe en ello! —recalcó esperanzado— He hecho lo mejor que he podido.
Taka lo miró con una mayor perplejidad, había visto un par de casos así antes, la niña jamás volvería a caminar, estaba seguro. Intentó replicárselo, pero en cuanto sintió el impulso de abrir la boca prefirió enmudecer. ¿Quién era él para destruirle las esperanzas a aquel hombre después de todo?
—Tarde o temprano las criaturas llegaran a este lugar —dijo finalmente— Eso mismo tú lo sabes ¿Verdad?
Después de todo, el mismo Calaad se lo había dicho hacía un rato. Éste asintió.
—Es un riesgo que ya me asumí a tomar —suspiró con cierto temor— Pero aquí tengo todo señor Riosanto. Estamos solos, pero ¿Qué sería de nosotros en tierra extranjera? ¿Un mendigo que suplica un poco de piedad para con su hija? Prefiero asumir el riesgo ¡Tengo fe señor Taka! Thal es un dios justo no me abandonaría después de todo lo sufrido.
"Lo mismo podía decir Momo y las miles de personas inocentes que habían muerto en Drogón, Lobozoth, Ordog..." Pensó Taka para sí mismo "¡Y mira como terminaron!". Las palabras de Calaad no le hacían sentido, pero se mordió la lengua una vez más. A pesar de lo aparentemente afortunado que había sido hasta ese entonces al seguir con vida, eso de la fe hacía rato que no le convencía mucho.
Por la tarde almorzaron lo que cocinó Calaad, un excelente guiso de verduras que agradecieron como nunca. Este a cambio invitó a ambos muchachos a pasar la tarde con su hija, la que estaba ansiosa por conocerlos. Didi y Ereas aceptaron curiosos y de buena gana por supuesto. Volver a sentir algo de normalidad en sus vidas era lo que más deseaban en ese momento, por lo que guiados por Calaad le hicieron una amena visita a la chica. Lina, como se llamaba, se mostró muy emocionada llenándolos de agradecimientos, elogios y compartiendo con ellos cada uno de los libros que atesoraba: Bestiarios, Poesías y canciones del maestro Diocretes, La cultura élfica, Las hazañas de Orfen de Tormena... entre otros varios. Desde su accidente se habían transformado en sus bienes más preciados.
—¡Este es uno de mis favoritos! —dijo con orgullo y hablando rapidísimo, les enseñó un tomo de Asaf el navegante, contaba con bellas ilustraciones y se notaba hojeado hasta el hartazgo. Ereas también lo había leído innumerable veces.
—Tuve la oportunidad de conocer brevemente a este hombre —señaló Ereas sonriendo.
Didi lo miró perpleja. La verdad era que no había sido más que un breve saludo de camino al templo una mañana, pero Ereas lo había agradecido. El maestro Peter sabía cuánto admiraba el gorgo las famosas aventuras del Asaf y se había preocupado de que pudiera conocer al navegante durante la corta estadía de éste en el castillo. Un hombre viejo y amable, aunque al igual que el resto de la gente que comúnmente veía a Ereas por primera vez se había quedado anonadado mirando el hermoso e inusual semblante del muchacho, sin decir palabra. Era la misma expresión que ponía Lina cada vez que se armaba de suficiente valor para pegarle una ojeada fugaz, aquella típica expresión que tanto incomodaba a Ereas, que lo alejaba de su humanidad.
—Me pareció alguien... muy amable —agregó tratando de pensar en algo.
Aunque en realidad tras el ensimismamiento con que lo había quedado observando Asaf le había terminado siendo un tanto indiferente. Siempre se lo había imaginado un poquito más heroico y vigoroso de lo que había resultado ser.
—¡Que emoción! —dijo Lina sacudiendo sus manos con felicidad— ¡Me encantaría tener esa suerte! Siempre suelo hacer dibujos de mis escenas más favoritas —señaló la obra instando a que Ereas la hojeara.
Ahí, entre algunas páginas, había varios trozos de papel sueltos con magníficos y detallados dibujos firmados por ella. Ereas los miró embelesado, la chica realmente tenía talento.
—Y este es el libro donde aparece nuestro rey ¡Su padre! —continuó la chica tomando un grueso tomo de La alianza de los cinco reyes—. ¡También es de mis favoritos! —Al igual que al libro de Asaf, le había hecho algunas hermosas ilustraciones.
Didi y Ereas las observaron con curiosidad, conocían más que de memoria aquella historia, pese a que había ocurrido mucho antes de que ellos nacieran. Un jovencísimo príncipe Edón junto a los reyes de Tormena, Flemister, Caliset y Antímez se habían unido para detener el avance del temible imperio Azario. Un hecho épico en donde sus padres se habían conocido y enamorado.
—Es un verdadero honor para mí poder conocerlos —sonrió— ¡Son tan hermosos los dos! —agregó sonrojada. Didi le sonrió—. ¿Puedo tocar tu cabello? —le preguntó.
Didi la quedó mirando perpleja.
—Eeeeeh... —titubeo— No... no me he bañado en...
—¡Es precioso! —se adelantó Lina alargando su mano. Didi dejó que entrelazara sus dedos un momento con cierta incomodidad—. Tan suave, me gustaría tenerlo como tú.
Y es que si había algo realmente hermoso en la apariencia de Didi era precisamente su cabello, largo, sedoso, con suaves y sutiles ondulaciones hacia el final de su caída. Era aquel tipo de cabello difícil de clasificar, no era negro, ni rubio, ni castaño, ni de cerca pelirrojo, pero parecía jugar con unos claros y suaves tonos durante los días soleados y otros más opacos cuando se hallaba bajo la sombra.
—G... gracias —dijo Didi recogiéndose el pelo avergonzada. No había tenido la oportunidad de pegarse un baño desde que habían salido de Drogón. Se sentía asquerosa.
—Pueden hablar con mi padre —dijo la chica— De seguro les consigue un poco de agua caliente —sonrió— ¿Crees que pueda tocar a Ereas? —preguntó con timidez.
Ereas fue quien se quedó perplejo esta vez ¿Qué acaso no podía preguntárselo directamente a él? Se sintió casi como un objeto sin derecho a opinión sobre sí mismo. Didi se quedó mirando a la chica extrañada.
—Solo es que... yo nunca... nunca había conocido... —titubeó Lina.
—Claro —se adelantó Ereas de manera inocente— Aunque mi cabello no es como...
La chica alargó su mano de inmediato, parecía ansiosa de hacerlo. Aunque se retractó a solo centímetros de su rostro. Ereas se quedó perplejo al ver que la chica se retraía.
—Siento nervios —dijo— Tu cara es tan... ¡Uuuuuy! —sacudió sus manos nerviosa.
Ereas sonrió, por algún motivo la reacción de la chica le causó gracia. En cuanto Lina volvió a estirar su mano se la tomó suavemente para guiarla. Lina estaba temblando. Rozó levemente la mejilla del gorgo para luego volver a retraerla cohibida. Los colores se le subieron al rostro. Didi, en tanto, miró la escena boquiabierta y con total incredulidad. En cuanto los ojos de Ereas se volvieron a topar con los de su hermana se le borró la sonrisa del rostro. Didi echaba chispas, mirándolo de manera asesina. Ereas se paralizó confundido, pero su hermana levantándose de manera brusca se dio la media vuelta y abandonó la habitación con un ruidoso portazo. El gorgo y Lina sin comprender tan repentino cambio de humor de la princesa se quedaron completamente desencajados. Ereas, tras un momento de incomodo silencio, se apresuró a salir tras ella.
—¡Didi! ¡Didi! —corrió.
Ésta ya casi iba a la mitad del pasillo.
—¿Qué pasa? ¿Qué pasó? ¿Estas enojada? No entiendo...
—¡NO! —contestó cortante— ¡No estoy enojada!
—Pero si... estábamos... —titubeó.
—¡Tengo cosas más importantes que hacer! —se adelantó— ¡Tú puedes quedarte con "Esa", si quieres! —Se apresuró a tomar la escalera.
—Pero si estábamos en un... —intentó replicar.
Pero Didi desapareció subiendo los peldaños dejándolo en la más completa confusión. ¿Qué rayos había hecho? Quedó preguntándose perplejo. No supo encontrar una respuesta.
Taka y Calaad pasaron aquella tarde discutiendo seriamente las opciones que tenían para escapar de aquel lugar. El territorio de los Aguaoscura se encontraba en el límite con los Pantanos de Esríl y el Bosque Sombrío, dejándoles tan solo dos opciones; el largo camino hacia la costa, cosa que en realidad no era opción debido a que ya había sido tomada por las criaturas, y hacia el noroeste, cruzando el rio Bravo para llegar a Flemister. Era un largo camino plagado de vegetación y seguramente enemigos, pero parecía ser la única opción viable.
—¿Es posible cruzar los pantanos de alguna forma? —preguntó Taka analizando el mapa con delicadeza—. Si logramos hacerlo podríamos continuar por el Bosque Sombrío directo hacia Flemister. Dudo que hallemos enemigos por esos lares.
Calaad rió.
—Imposible —dijo— ¿Alguna vez has escuchado hablar de la historia de Félix el travieso? —preguntó aun risueño.
—¡Claro! ¿Quién no? —contestó Taka encogiéndose de hombros— El niño desobediente que termina perdiéndose en el bosque comido por... Emmmmh ¡Ya ni lo recuerdo! Siempre me pareció más bien una historia para hacer que los niños se portaran bien.
—Pues creo que debería empezar a creer que aquel cuento guarda más que una simple historia —le hizo notar Calaad— Culebrones, cueros de agua, becerros de tres cuernos... Entre otras criaturas tan espantosas que hasta aquellos hombres más escépticos han terminado por huir de sus alrededores. Nadie ha cruzado ese pantano y sobrevivido para contarlo. Eso sin contar que si llegase a cruzarlo por azares del destino, luego tendría que enfrentar el oscuro bosque. Cuando se aproximes lo verá, sus árboles son tan gigantescos y su suelo tan oscuro que les sería lo mismo que viajar en una eterna noche. Si quiere morir señor Riosanto le recomiendo que mejor se entregue a aquellos que lo están persiguiendo. De seguro tendrá un mejor destino.
Taka inhaló y exhaló profundo mientras estiraba su cuerpo hacia atrás, se llevó las manos a la cara restregándose los ojos un momento. Si aquel hombre le hubiera dicho eso mismo hacía un par de meses atrás seguramente se le hubiera reído en la cara, pero tras los acontecimientos de Lobozoth, y ahora Drogón, tenía muy claro que aquello era más que posible, se quedó sin palabras tratando de pensar en alguna otra idea. Parecía que tarde o temprano se verían obligados a enfrentar a sus captores si querían salir de ahí con vida, algo que sin lugar a dudas era una locura.
—¿Caballos? ¿Tienes? —preguntó finalmente.
—Los soldados, los criados y las mujeres se lo han llevado todo —recalcó— Solo quedó una vieja mula que nadie quiso ¡Puede que les sea útil!
Taka asintió.
Tras la breve conversación fueron a buscar a la mula. Ésta se encontraba pastando libre por los campos colindantes junto a varios otros animales de corral que por las prisas habían dejado atrás. Calaad se había encargado de cuidarlos hasta ese entonces, junto a su hija era el único en el castillo y al parecer todos los demás señores y granjeros de las tierras cercanas también se habían marchado.
Arrearon a la vieja mula hasta el castillo. Mientras trabajaban en ello, Taka pudo ver la razón porque no se la habían llevado, la mula cojeaba de una pata trasera, lo que le hizo recordar al viejo maestro Peter, aquel paseo por el camino bajo las cascadas le había significado un verdadero sacrificio al pobre hombre y sin duda un viaje de huida hasta Flemister le hubiera significado una tortura. El animal tampoco estaba preparado para un viaje tan largo, aun así, pudo darse cuenta de que les sería útil para cargar víveres y transportar al bebé, lo que les daría mayor libertad durante la travesía. Comenzaron a preparar las alforjas de suministros aquella misma tarde.
—Conseguí algo de agua caliente —se le acercó Didi repentinamente a Ereas.
Éste se había pasado el resto de la tarde aburriéndose en el castillo, tras todo lo ocurrido durante los últimos días le entristecía tener que pelearse con su hermana, más aun considerando la insignificante situación por la que parecía haberse enfadado. Tras escucharla se quedó sorprendido por el repentino cambio de humor que notó en su tono de voz, lo había abordado como si nada hubiera pasado. No supo que contestarle.
—¡Ven, vamos! —lo instó Didi dando un saltito de entusiasmo.
Ereas no tuvo otra opción que seguirla.
Didi condujo a Ereas directo hacia el cuarto más grande del castillo, allí donde el señor Aguaoscura y su esposa solían pasar las noches. Era una habitación magnifica, casi tanto como la de sus padres, tenía aquel típico toque femenino de cuadros y adornos de colores vivos como también textiles y tapetes aterciopelados y perfectamente combinados con el resto del conjunto. Al centro estaba la enorme cama con velos y cortinas a juego a su alrededor para la intimidad y el aislamiento del frío en el invierno. Didi había encendido varias velas para iluminar el ambiente, la noche ya empezaba a caer. En una esquina, una amplia tina anclada al suelo había sido llenada con agua hasta la mitad. Didi se quitó la ropa de inmediato, introduciéndose en ella mientras le hacía señas a Ereas para que la acompañara. El gorgo volvió a recordar de golpe todo aquello vivido bajo las cascadas de Drogón y la forma en que había terminado todo. Se sintió súbitamente asustado y con ganas de salir corriendo de aquel lugar, pero tampoco se atrevía a rechazar a Didi. Tras un momento fingió una sonrisa y quitándose la ropa se introdujo en la tina dispuesto a acompañarla. Después de todo necesitaba un buen baño.
El agua estaba bastante tibia, casi fría, pero supuso que acarrear agua caliente hasta aquella habitación requería de cierto trabajo. Su piel se erizó ligeramente hasta que terminó de adaptarse a la temperatura. Didi le salpicó agua al rostro en seguida mientras soltaba una sonora risita. Ereas se la devolvió logrando reír y relajarse un tanto, estar a solas con Didi últimamente había comenzado a volverse algo incómodo, pero prefirió sacarse los temores de la cabeza y disfrutar del momento. Después de todo era su hermana y la quería más que todo. Para su tristeza era lo único que le quedaba junto a Abel de lo que hasta ese entonces había sido su amada familia.
Usaron esponja y jabón para limpiar sus cuerpos, así como aceite perfumado para los cuidados del cabello y la piel. Las leyes de Thal instaban a mantener una buena higiene, cosa que la realeza en particular se tomaba bastante en serio.
Y fue en medio de aquel baño cuando Didi volvió a acercársele, jugueteando entre risas con una esponja.
—Didi —intentó detenerla Ereas al sentir el repentino contacto de la esponja que su hermana comenzó a frotarle suavemente por los hombros y el pecho.
—¿Qué pasa? —preguntó ella inocente y sin detenerse. Le llevó la otra mano al rostro de la misma forma en que lo había hecho la hija de Calaad hacía algunas horas— ¿Qué caso no puedo tocarte? —preguntó frunciendo el ceño.
Su mirada se clavó directo en los ojos del gorgo. Ereas se quedó perplejo ¿Qué acaso de eso se trataba todo aquello? ¿¡Se había enojado simplemente por dejar que Lina le tocara la mejilla!? Se quedó un instante perplejo, dubitativo... le pareció algo tremendamente ridículo ¿Tanto escándalo por una pequeñez?
—Didi... eso es diferente —protestó Ereas— Ella solo... ¡Estaba siendo amable! —se excusó.
—¿¡Y yo no puedo serlo contigo!? —dijo dejando caer la esponja de manera brusca. Se quedó mirándolo seriamente, como si estuviera esperando a que le diera una respuesta equivocada para hacerlo pagar.
Ereas se quedó totalmente desencajado, enajenado... y súbitamente acorralado, como si no importara lo que dijera, todo lo que saliera de su boca terminaría por llevarlos a una ineludible discusión de la que no quería formar parte. Didi lucía molesta, dolida con él. Ereas optó por guardar silencio mientras se cohibía tratando de ocultar su cuerpo lo más que pudo bajo el agua, se sintió pequeño, con ganas de desaparecer.
Didi se mantuvo mirándolo de manera penetrante por un momento, antes de volver a acercársele lentamente, comenzó acariciándole suavemente el centro de su pecho con los dedos, jugueteó un poco con el agua. Ereas sintió un escalofrío recorrerle la espalda, se estremeció, pero antes de que atinara a hacer algo Didi acortó la distancia entre los dos sonriendo complacida al ver que su hermano ya no protestaba esta vez. Entonces entonó suavemente y entre susurros una canción.
Por el mundo yo he viajado y maravillas contemplado
Me perdí entre mil placeres y las más bellas mujeres
Baile mil danzas sinuosas, oí mil canciones hermosas
Envidié al gran dios eterno, perseguí riqueza y reinos...
Era una canción de Larry el trovador, de las más famosas. Ereas la conocía bien, solían cantarla casi en cada matrimonio o pedido de mano conocida. Había sido compuesta para una mujer... y aunque Didi alteró ligeramente la letra adaptándola a su feminidad, el gorgo no pudo evitar seguir la pegajosa melodía en su cabeza.
Pero aquello amada mía solo fue vida vacía
Porque en cuanto te he conocido yo he perdido los sentidos
Me ha flechado tu belleza, me ha prendado tu simpleza
Me has robado hasta el aliento, eres todo lo que siento.
¡Oh, amada mía! Eres más dulce que la miel
Solo sueño con tu boca y el perfume de tu piel.
¡Oh, amada mía! Ya ni escucho a mi laúd
El arpa pierde sentido ha olvidado su virtud...
Entonces guardó silencio mientras su mirada atenta se mantuvo posada en los ojos de su hermano por un largo instante, pareció admirarlo... lento, despacio, disfrutando de aquel momento en que lo tenía enfrente, guardando cada detalle... era suyo, estaba hecho para ella. Al gorgo, en tanto, le pareció seguir escuchando la dulce melodía de la canción desde un lejano rincón de su cerebro. Se iba apagando... cada vez más suave... cada vez más débil... llevándolo hasta aquella habitación. Hasta aquella tina. Conectándolo a la realidad, conectándolo a aquella chica que hasta ese entonces había llamado hermana.
Y como iba a imaginar que el amor podría hallar
En la más dulce sonrisa, en tu mirada, en tu risa.
Hoy eres todo lo que quiero, mi anhelo, mi gran sueño,
Mi más dulce fantasía, mi más bella melodía...
—¿Qué acaso no te das cuenta? —le susurró Didi tan suave que apenas si pudo escucharla. Se acercó a recorrerle el cuello con sus labios lentamente, pasándolos a milímetros de su piel mientras volvía a juguetear con su pecho.
Ereas no supo que hacer, se sintió una presa indefensa frente a un avezado depredador. Hasta ese entonces jamás había entendido realmente el concepto del romance, mucho menos se había tocado a sí mismo o dedicado a explorar su sexualidad. Era algo que sabía que estaba ahí en algún lugar esperando, pero que simplemente no había logrado despertarle el interés suficiente para ir tras ello... al menos no todavía. Sintió el repentino deseo de apartar a Didi de un empujón, pero a la misma vez no quería alejarla, no se sentía capaz de hacerle algo así. Didi lo hacía sentir amado y tras todos aquellos fatídicos días necesitaba de su cariño, aunque tal vez no de aquella forma.
—Didi —susurró su nombre intentando detenerla, le sujetó la mano con delicadeza.
Su hermana se retiró de su cuello para volver a mirarlo directo a los ojos, a la luz de las velas brillaban con una belleza que resultaba hipnotizante. La punta de sus narices se rozaron levemente mientras ella apuntó su ardiente mirada hacia los labios de su hermano. Volviendo a sentir aquel repentino escalofrío por la espalda Ereas supo que buscaba un beso, sin embargo, aquella sensación esta vez se mezcló extrañamente con un intenso cosquilleo debajo de su panza. Si no la complacía la perdería para siempre, Didi jamás se lo perdonaría y aquello le iba a doler tanto o más de lo que le había dolido perder al resto de su familia. Tragó tembloroso un poco de saliva mientras se debatía consigo mismo, finalmente cedió y cerrando los ojos acercó lentamente sus labios hacia los de Didi que deseosa fue en pos de él para encontrarlo en el medio...
De pronto la puerta de la habitación se abrió de golpe causando un sonoro portazo que los hizo saltar del susto. Taka, que acababa de entrar, se quedó boquiabierto y prácticamente congelado de la impresión al verlos completamente desnudos dentro de la tina.
—¿Qué... que hacen? —preguntó mirando a Didi confundido.
Ésta tomó veloz una toalla cubriendo sus aun diminutos pechos que se asomaban por sobre el agua.
—¿¡Que acaso no entiendes el concepto de privacidad!? —rugió Didi con mirada asesina mientras le indicaba con el dedo que se largara de la habitación.
—¡HEY! ¡Él es tu...! —pero se detuvo abruptamente al recordar lo que habían hablado hacía algunos días en el bosque— Bue... ¡Qué importa! —dijo desechando su impresión inicial— ¡Vístanse! ¡Nos vamos! —ordenó con seriedad mientras se daba la media vuelta para retirarse.
Didi y Ereas se quedaron mirando confundidos, habían acordado que se irían a la mañana siguiente.
—¡AHORA! —rugió Taka al ver que parecían ignorarle.
Didi y Ereas se avisparon de inmediato.
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