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XV - La Fortaleza (Pt.1)

Ereas despertó tosiendo mientras devolvía toda el agua de sus pulmones. Se había golpeado la cabeza y le dolía terriblemente cuando el repentino recuerdo de su hermano ahogándose lo asaltó.

—¡Momo! —gritó tratando de incorporarse.

—Está bien, está bien —lo contuvo Taka. Didi tras él los miraba con preocupación—. Alcancé a verlos a tiempo ¡Ya se está recuperando!

Ereas respiró aliviado. Su cabeza le daba vueltas.

Durante el resto del día se adentraron en el bosque rumbo al este, necesitaban provisiones y caballos para el transporte. Tratar de llegar a Flemister en las circunstancias en las que se hallaban era una locura, por lo que tenían la esperanza de encontrar alguna granja o en el mejor de los casos la fortaleza de los Aguaoscura. A partir del río Bravo hacia el este, era el territorio de aquella casa, por lo que guiados por su instinto y el difuso mapa que mantenían en su memoria supusieron que debían estar más menos cerca. Taka había perdido casi todas sus pertenencias intentando rescatar a los chicos del río, incluida su armadura. Habían quedado del otro lado y volver por ellas era arriesgarse a ser encontrados. Seguramente las criaturas y sus monstruosos cánidos ya debían estar olfateando sus cosas intentando dilucidar el camino que habían tomado, no tardarían mucho en intuir que se habían dirigido hacia el este. Momo comenzó a toser y quejarse de sentir frío aquella misma tarde...

Al día siguiente le estalló la fiebre, intensa y elevada, haciéndolo tiritar por completo y produciéndole agudos dolores de articulaciones. Poco avanzaron aquel día y los esfuerzos de Taka por hallar algo de comida fueron en vano. Tampoco había leche para Abel que tras casi dos días privado de alimento parecía perder fuerzas incluso para llorar. Momo en tanto empeoró, para cuando llegó la noche comenzaron a caer en desesperación. Si no salían pronto de aquel lugar morirían.

—¡Necesitamos leche y medicina! —se quejó Didi acunando al pobre Abel, lucía preocupada, asustada, casi aterrada. Las suaves y rosadas mejillas del niño parecían irse apagando poco a poco.

Ereas se había quedado profundamente dormido junto a la fogata; Momo a su lado, arropado como mejor lo habían podido arropar, parecía despertar cada cierto tanto tosiendo intensamente mientras murmuraba palabras sin coherencia. Su estado era realmente preocupante.

—Lo sé —suspiró Taka— Mañana deberíamos...

—¿No tienes ni idea donde estamos, verdad? —espetó Didi enfadada.

—Bueno, la verdad...

—¿Cómo fue que mi padre confió en ti? ¡Ni siquiera fuiste capaz de proteger a mi madre! —le reprochó Didi con el ceño fruncido.

—¡Hey! Acabo de... —intentó defenderse Taka, pero se dio cuenta de que no tenía caso, ya conocía el temperamento de Didi y la verdad era que no tenía ni un ánimo de soportar sus berrinches de niña consentida—. ¡Mira, escúchame! Me comprometí a llevarlos hasta Flemister y eso es exactamente lo que voy a hacer ¡No soy perfecto! Y hay cosas que simplemente no puedo controlar ¡Pero estoy haciendo mi mejor esfuerzo! Por lo demás, allá en Flemister te espera un muy buen matrimonio... ¡Uno de los príncipes! ¡Vas a estar bien! Seguirás siendo parte de la realeza y podrás ayudar...

—¡No me casaré con ninguno de esos idiotas! —espetó tajante— ¡Conozco a esos imbéciles y me resultan lo menos deseable que hay! ¡Me casaré con Ereas! —aseguró.

Taka se quedó perplejo un instante, el maestro Peter ya le había advertido de las aparentes intenciones de la chica. Hasta ese entonces no se las había creído.

—¿¡Que él no es tu hermano!? —la cuestionó con extrañeza— ¿Desde cuándo se empezaron a pactar matrimonios de dicha naturaleza?

—¡No es mi hermano! —se adelantó tajante— Y él no lo sabe aún, pero va a ser mi esposo —aseguró con firmeza.

Taka se llevó una mano a la frente mientras inhalaba profundo, le cansaba conversar con Didi. Tratar de razonar con ella parecía más difícil que intentar razonar con una piedra para que se mueva del camino... Y aun no se olvidaba que debía llevarse a Ereas lejos de ella una vez que llegaran a Flemister. Seguramente esa niña iba a darle muchos problemas, se lamentó.

—Si el mundo funcionara así de fácil, muchacha —meneó la cabeza— ¿No crees que eres un poco niña como para andar decidiendo este tipo de cosas? Si tu madre...

—¡Mi madre ya no está! —dijo mirándolo con ojos acusadores— ¡Y yo ya soy una mujer! —sentenció— Hace rato me llegó mi primera menstruación ¡Puedo tomar mis propias decisiones!

—Uuuuggh —Taka arrugó la nariz asqueado— No era necesario saber tanto... ¿Podemos simplemente llevarnos bien lo que quede del viaje? —preguntó— Lo demás podemos resolverlo después ¿Está bien?

Didi lo miró inquisitiva un instante. Parecía intentar decidir si tirarle algún insulto a la cara o hacerle caso y llevar la fiesta en paz.

—Ya veremos —contestó girando su cabeza con desprecio.

Aquella niña sería peor que su madre, pensó Taka para sí. Solo rogó por que las cosas de ahí en adelante al menos salieran bien, ya aprendería a lidiar con ella en el camino. Podía llorar, protestar, patalear... pero si de algo estaba seguro era que completaría su misión a como diera lugar, jamás permitiría que se quedara con Ereas. En cuanto pudiera se lo llevaría lejos, tal y como se lo había prometido a Peter.

Al otro día volvieron a vagar por el bosque tratando de seguir al este. Para cuando comenzó a caer la tarde y sus esperanzas de hallar algo de civilización comenzaban a menguar por fin se toparon con un campo de cultivo con granjas y graneros en la distancia. Una bandada de cornejas se elevó graznando asustada ante su presencia haciéndoles vislumbrar las altas torres de una ennegrecida fortaleza que se presentó como un faro de esperanza tras las lejanas copas de los árboles. Era la fortaleza Aguaoscura sin duda, de seguro encontrarían más de algún animal de corral, algo de comida y medicina para Momo. Corrieron a toda prisa, el niño ya ni siquiera se tenía en pie y su fiebre era tan intensa que parecía mantenerlo entre el umbral de la vida y la eterna inconciencia. Taka se había visto con la responsabilidad de cargarlo.

Fue un buen rato de carrera antes de que llegaran al castillo Aguaoscura. Este era imponente, pero pequeño y algo tosco en comparación con el de Drogón, estaba hecho de piedra ennegrecida, contaba con no más de cinco plantas y tan solo tres torreones que destacaban por sobre su estructura. La puerta de entrada estaba custodiada a ambos lados por dos pequeñas torretas de flanqueo.

Taka anunció su llegada con los muchachos de inmediato esperando que alguien les abriera, sin embargo, no hubo la más mínima contestación, ni un alma pareció asomarse siquiera, ni un ruido aparente... tras un momento, y considerando todos los hechos acontecidos, dedujeron que la estructura se había quedado en el más completo abandono. Por lo que desesperados se apresuraron a hallar alguna entrada trasera o algún medio para escalar la muralla. Para su suerte, si había una pequeña puerta en la parte de atrás, la que sorprendentemente hallaron abierta.

Entraron sin demora dirigiéndose directo a los huertos en busca de una planta medicinal llamada Natrisaucos. Según lo que había aprendido Ereas, con el maestro Peter, dicha planta servía para bajar la fiebre. Didi y Ereas habían estado brevemente de visita junto a sus padres en aquel castillo hacía un par de años, por lo que no les fue difícil orientarse.

Estaban ensimismados buscando la dichosa planta, cuando de pronto un hombre entró al lugar cargando una pila de maderos y una cubeta en su otra mano. Se quedó pálido y asustado mirándolos mientras dejaba caer su carga. Taka, Didi y Ereas se quedaron tan asombrados como él observándolo. Tras haber llamado a las puertas del castillo sin recibir respuesta alguna habían jurado que el lugar se encontraba completamente deshabitado.

—¿Q... quienes son... quienes son ustedes? —preguntó el hombre con desconfianza.

Era un hombre viejo, delgado, ojeroso y desgarbado, con pinta de haber sido tratado duramente por la vida, llevaba puestas ropas de criado. Taka y los demás se quedaron mudos por un instante mientras intercambiaban miradas de extrañeza.

—¿¡Príncipe Ereas!? —exclamó el hombre repentinamente asombrado en cuanto posó su vista en el gorgo.

—S... sí —afirmó Taka— Es el príncipe Ereas —señaló.

El hombre agachó su cabeza humildemente, llevando una rodilla al suelo de inmediato.

—Necesitamos Natrisaucos —se adelantó Ereas— El príncipe Mom... ¡Norbaseratorum muere de fiebre!—Señaló al pequeño que deliraba en los brazos del guerrero.

—¡Y también leche! —dijo Didi señalando a Abel.

El hombre se incorporó diligente asintiendo con la cabeza, se apresuró a retirarse por un pasillo. Taka, Didi y Ereas fueron tras él de inmediato siguiéndolo hasta un segundo patio donde en una esquina había un pequeño invernadero de estructura similar a aquellos que se hallaban en Drogón. El hombre entró removiendo y rebuscando entre las distintas plantas del lugar hasta que finalmente dio con ella. Ereas la reconoció de inmediato; un arbusto perenne de buena altura y con llamativas flores azulinas que terminaban produciendo pequeños frutos venenosos de color rojo, era inconfundible. El desconocido ignoró las flores arrancando en cambio varias hojas junto a sus tallos, con ellas se debía preparar una infusión de sabor ultra amargo, según lo que se indicaba. Luego se debía dar a beber al enfermo.

Después de recoger las partes útiles del arbusto, el hombre los condujo hacia el interior del castillo indicándoles que acomodaran a Momo en una habitación de descanso, el pobre muchacho dormía profundamente mientras su frente ya parecía un caldero. El hombre en tanto se puso manos a la obra, debía hervir y preparar la infusión.

Taka, Didi y Ereas esperaron impacientes sentados en los sillones cercanos a la chimenea. No hubo ni una palabra solo el diligente trabajo de aquel hombre preparando la infusión. Estaban demasiado cansados y nerviosos por la salud de Momo como para decir algo. Solo rogaron por que el Natrisaucos surtiera efecto. El muchacho aún era demasiado pequeño para morir.

Tras preparar la espesa mezcla que soltó la planta, el hombre se apresuró verterla en una taza para llevárselo al moribundo Momo. Didi intentó acompañarlo, pero con un ligero movimiento de muñeca el desconocido le indicó que esperara junto a los demás. En seguida desapareció por el pasillo directo a la habitación del príncipe. Taka, Didi y Ereas no tuvieron otra cosa más que esperar. También necesitaban leche y comida, pero a esas alturas algunos minutos más de espera le parecieron perfectamente soportables.

Esperaron un buen rato mientras Didi consolaba a Abel que parecía volver a despertar buscando la teta de su madre. De pronto el desconocido regresó con un trágico y asustado rostro deteniéndose justo frente a ellos, parecía estar buscando las palabras adecuadas para darles la más triste noticia. Taka, Didi y Ereas lo miraron expectantes, pero solo bastó una ligera negación de cabeza de aquel hombre para comprender lo que había sucedido.

Ereas se levantó furioso y de golpe, pasando a llevar violentamente todo lo que alcanzó su brazo de sobre la mesa más próxima, un candelabro con algunos platos y copas se estrellaron ruidosamente contra el suelo. En seguida salió de la habitación por el primer pasillo que halló. Didi arropando al bebé sobre el sillón, se apresuró a correr tras él.

—¡Ereas! ¡Ereas! —intentó detenerlo, pero Ereas se fue tirando cada pequeña cosa que encontró de camino. Nunca había sentido una furia como aquella ¿Qué habían hecho mal? ¿Qué acaso la vida ya no les había quitado suficiente? Se preguntó airado.

Se apresuró a alcanzar una puerta que llevaba hacía un torreón. Una amplia ventana con vista hacia los bosques se hallaba junto a la base de la larga escalera de caracol que llevaba hasta la cima. Ereas, ignorando la escalera, se subió sobre el alfeizar de la ventana sin siquiera pensarlo. Miró hacia afuera, hacia la base del castillo, era lo suficientemente alto como para que el salto pudiera resultar mortal. Se lo planteó seriamente un instante. Solo quería acabar con su dolor ¿Ya que sentido tenía su vida?

—¡Ereas, no! —gritó Didi entre horrorizada y demandante— ¿Qué crees que estás haciendo?

Ereas la miró con profundo dolor, solo quería terminar con todo ello. ¿Si la vida se los iba a estar llevando de a uno por qué mejor no hacerle el favor de adelantársele? Su existencia le pesaba tanto que quería cerrar sus ojos para siempre, dejar de sufrir de una vez por todas. Dejar de sentir.

—Didi, solo... —dudó un instante mientras miraba de reojo la caída que lo estaba esperando. Habían rocas afiladas en la base, si se lanzaba de cabeza seguramente moriría, pensó. Didi lo miró suplicante.

—No me dejes sola —rogó con sus ojos llorosos.

Entonces Ereas no pudo más y de un solo golpe aquella incontrolable furia que había sentido se esfumó transformándose en un profundo dolor. Sintió que su corazón se rompía en mil pedazos y sin poder contener el llanto se cubrió el rostro largándose a llorar. Didi corrió hacia él obligándolo a bajar de la ventana. Entonces Ereas se derrumbó, sus fuerzas lo abandonaron obligándolo a caer al suelo desahuciado. Su corazón pareció apretársele en el pecho como si una poderosa mano garruda lo estuviera estrujando, ni siquiera pudo hablar, su garganta ardía. Didi lo besó tiernamente en las mejillas mientras lo abrazaba con todas sus fuerzas.

—Vamos a salir de aquí —le susurró— Vamos a encontrar un camino —lo besó— Vamos a hacer pagar a todos aquellos que nos han hecho daño.

—Es solo que... es solo que... siento que no puedo —balbuceó Ereas tratando de contenerse— Esto es... esto es demasiado.

—Vamos a poder —lo consoló Didi— Vamos a poder.

Despidieron el cuerpo de Momo a la mañana siguiente, montando una pequeña pira funeraria en el patio del castillo ayudados por Calaad; que era como se llamaba aquel desconocido. Era un tipo amable y se había mostrado muy preocupado y atento con ellos, instándolos a dormir en los mejores aposentos del castillo y compartiéndoles su mejor comida. Taka, al ser el único adulto que había conocido de más cerca a Momo fue el encargado de pronunciar algunas palabras.

—Amoroso padre Thal, hoy nos dirigimos a ti con profundo dolor, pidiéndote que acojas a este niño... —hizo una pequeña pausa— A este niño que... —suspiró con tristeza— ¡No debió morir! —se lamentó apesadumbrado— No debió morir...

Un profundo silencio le siguió. Didi y Ereas se miraron un tanto confusos, comúnmente las ceremonias fúnebres eran dirigidas por un sacerdote y se solía dar discursos más largos. Esperaron que añadiera algunas otras palabras, pero Taka se mantuvo en silencio cabizbajo, parecía lamentar la muerte de Momo tanto como ellos. Calaad, al ver la ineptitud de Taka para pronunciar discursos fúnebres, se adelantó con un par de pasos con la antorcha encendida.

—Padre Thal, despedimos al príncipe Norbaseratorum en su regreso a ti padre altísimo, quien fue hijo, hermano y siervo devoto de tus directrices... la vida es tu regalo más preciado y como tal su fecha de caducidad es la mayor de las incógnitas. Hoy el príncipe se ha adelantado volviendo a tu regazo antes de tiempo, rogamos lo aceptes en tu reino y nos esparzas algo de luz para lidiar con su partida. Tú nos creaste y a ti regresamos, que se cumpla tu voluntad hasta el final de los días ¡Por Thal el altísimo que así sea!

—¡Por Thal que así sea! —repitieron Didi y Ereas al unísono. Vislumbraron el pequeño y frío cadáver de su hermano por última vez antes de que Calaad acercara la antorcha y diera inicio a la cremación.

Que el fuego limpie el espíritu y el pecado, que su transición a tu reino espiritual se complete como tú lo has designado ¡Por Thal el altísimo que así sea!

—¡Por Thal que así sea! —volvieron a repetir los muchachos mientras luchaban por contener las lágrimas.

La pira ungida en aceite ardió veloz, comenzando a eliminar rápidamente hasta el último vestigio del pequeño príncipe. Didi y Ereas se abrazaron aguardando frente a su hermano hasta el último momento. Su transición había sido completada, podía descansar en paz.

—Gracias por salvarme allá —dijo Taka hablando con Calaad una vez que se hubieron alejado— No soy muy bueno con las palabras, sabes. Siento mucho lo del muchacho... ¡En verdad! ¡Tan pequeño!

—Te entiendo —se adelantó Calaad— Estás más acostumbrado a usar la espada que las palabras. No te preocupes, no ha sido nada. Con que los chicos sepan que estás ahí para ellos es suficiente ¡Lo necesitan! —sonrió.

—Jamás pensé terminar siendo la niñera de un par de críos ¿Sabes? Solo... ¡Me supera! —recalcó.

—Y he notado que no eres de Drogón —notó Calaad inquisitivo— Tu acento... ¿Lobozoth? ¿Mauna? —preguntó dudoso.

—Lobozoth —bufó Taka de manera risueña— Aunque he escuchado que solemos hablar muy similar a la gente de Mauna.

—No he viajado lo suficiente como para saberlo —contestó Calaad— Aunque también veo que naciste en buena cuna ¡Puedo notarlo! Aun así, aquí en Drogón es fácil identificar a algún foráneo —aclaró— Simplemente... ¡Se nota!

—¡Casa Riosanto a su servicio! —rió Taka— Mi hermano despilfarró la fortuna familiar tras la muerte de mi padre, yo me uní a la guardia real del rey Zoth gracias a mi habilidad con la espada. Por fortuna, mucho antes de que mi hermano heredara nuestra casa ¡Y aquí estamos! —se lamentó.

—Nuestras historias familiares siempre suelen tener alguna tragedia de por medio —aclaró— ¿Qué hacen...?

—Necesitamos llegar a Flemister —aclaró Taka adelantándose la pregunta— ¡Con urgencia! Si estás solo en este castillo es que seguramente ya te has enterado de los últimos acontecimientos del reino —comentó.

Calaad se detuvo un instante con perplejidad.

—Ciertamente —confirmó tras un momento— Y supongo que la batalla se ha perdido —se lamentó.

—Todos están muertos —confirmó Taka de manera pesimista— Hemos llegado aquí huyendo. Nuestra única esperanza es alcanzar las murallas de Flemister.

Calaad pareció pensar un instante, comenzó a caminar una vez más hacia el interior de la fortaleza. Taka lo acompañó.

—Pues se han desviado bastante del camino, señor Riosanto —declaró Calaad suspirando de manera pesada— Las murallas de Flemister están hacia el noroeste. Desde aquí les será un poco difícil llegar.

—Lo sabemos —contestó Taka— Pero no tenemos otra opción. El castillo fue tomado, la reina asesinada, nos emboscaron en medio del bosque...

—Y supongo que tarde o temprano los rastrearan hasta acá —se lamentó Calaad tomándose de la cabeza, lucía un tanto preocupado.

—Ciertamente —dijo Taka— No habrá mucho tiempo.

—¡Señor Riosanto! —habló Calaad— Me parece un hombre bruto, acostumbrado a usar la fuerza que es su mayor atributo, sin embargo, noto que es un hombre sincero y bien intencionado. Desconozco la razón de porqué un guerrero de Lobozoth con un puesto tan importante en su corte ha decidido proteger a un par de críos que bien podrían significar nada para usted, sin embargo, no es de mi incumbencia y prefiero no saberlo. Aunque también es mi deber notificarle que todos los soldados y guerreros partieron a la capital a luchar por el rey Edón, y los pocos criados y mujeres que se quedaron partieron a Flemister hace un par de días al no recibir noticias de nuestro señor en la capital ¡Solo he quedado yo!

—¿Por qué un hombre decide quedarse pese a lo evidente? —preguntó Taka extrañado.

—Acompáñeme señor Riosanto —dijo guiándolo hacia una habitación a mitad del pasillo.

Taka lo siguió con curiosidad.

En cuanto Calaad llegó frente a la puerta le dio dos ligeros golpecitos indicándole a quienquiera que estuviera adentro que iba a entrar. Taka se quedó perplejo, quiso preguntar algo, pero su voz fue acallada en cuanto se oyó la suave voz de una niña desde el interior.


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