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XIII- Los Bosques de Drogón (Pt.1)

Taka echó una ojeada desesperado hacia los alrededores buscando algo con que perseguir a Varys, si corría jamás lo alcanzaría, necesitaba una montura de manera urgente. Fue entonces que notó que a algunos escasos metros dentro del bosque estaban amarrados los caballos de los mercenarios. Su mente se iluminó al instante, dando gracias al cielo por tan oportuno descubrimiento. Corrió hacia ellos quejumbroso mientras se sujetaba la herida tratando de aguantar el dolor, cabalgar le iba a ser un tormento, pero si quería rescatar a Ereas no tenía más opción.

Cogió el animal más próximo que halló desatándolo a toda prisa, una yegua de mirada inquieta y pelaje descuidado, pareció no importarle el nuevo jinete, y sin más la montó a toda prisa ignorando el tortuoso dolor de su cadera. La azuzó de inmediato agarrando en breve un furioso galope que le maltrató la herida al punto de sacarle algunas lágrimas. El dolor era agudo, casi insoportable. Varys pagaría por todo ello, pensó Taka hirviendo de rabia, realmente le arrancaría su ponzoñosa lengua de cuajo una vez que lo tuviera entre sus manos.

Siguió veloz la huella a través del bosque. El camino que se abrió ante él era uno solo, por lo que no le fue difícil dilucidar hacia donde se había dirigido el repulsivo consejero. Cabalgó varios minutos hasta que divisó la blanca lona que cubría el carromato a la distancia, iba a toda velocidad, pero considerando todo el peso del oro que se habían robado no le tomaría mucho darle alcance. Azuzó a la yegua una vez más, la que respondió aumentando la marcha sin dificultad. Fue entonces que una flecha voló hacia su cabeza pasándole a centímetros de su cuero cabelludo. Taka ni siquiera había alcanzado a advertirla, por lo que agradeció la mala puntería del consejero, que asomado desde adelante, en el asiento de manejo del carromato, se disponía a cargar su arco para apuntarle una vez más, lo miró con profundo odio mientras ajustaba la puntería. Taka cambió de dirección con rapidez moviéndose hacia la derecha, saliendo del campo de visión de Varys. Un par de flechas no lo detendrían, había venido a asesinar al consejero y eso era exactamente lo que iba a hacer.

Varys volvió a lanzar una flecha moviéndose hacia el lado derecho del asiento del carromato. Taka alcanzó a divisarlo esta vez, apurándose a alcanzar el carro y posicionándose hábilmente en la parte trasera de éste, a tan solo unos cuantos metros. El rango de alcance del consejero era nulo en aquel sector por lo que la flecha ni siquiera lo rozó, pero puso de manifiesto a Varys de que su huida ya era completamente inútil, Taka lo había alcanzado. El guerrero se mantuvo un momento cabalgando ahí detrás analizando por donde saltar hacia el interior, debía matar a Varys y detener la marcha. Ahí dentro pudo ver al pobre Ereas amarrado en la enorme jaula que le habían preparado, le habían puesto una típica bolsa de lino negra sobre la cabeza, difícilmente podría adivinar lo que estaba sucediendo. En ese mismo instante Varys se asomó desde delante, por entre los cofres de riquezas robadas detrás de la jaula, lanzándole una nueva flecha al sorprendido Taka que lo advirtió tarde esta vez. La flecha le dio de lleno en la coraza partiéndose y rebotando con un latigazo hacia su rostro, la afilada punta y las astillas pasaron a milímetros de su cara. Taka lo miró enfurecido dirigiéndose veloz hacia el lado izquierdo del carromato, saltaría directo hacia el asiento de manejo y apuñalaría al infeliz consejero. Varys advirtió su treta y rápidamente cargó una nueva flecha para recibirlo por el sector que este había planeado, no obstante, el guerrero ya iba más preparado y en cuanto Varys se asomó le lanzó hábilmente su daga clavándosela profundo en el hombro, haciendo que soltara el arco que cayó para perderse irremediablemente bajo las ruedas del carro.

Taka saltó sin demora sobre Varys, el que al sentir el dolor de la daga incrustada en su hombro se tambaleó por un momento antes de sacar la suya propia para detener al intruso. El guerrero fue más veloz y antes de que el consejero alcanzara a lanzar cualquier tipo de puñalada le propinó tal golpe que el escuálido Varys cayó aturdido desde el asiento del conductor hacia el interior del carro quedando sumido entre la pila de cofres que allí se encontraban. Monedas, piedras preciosas y joyas rodaron ruidosamente por el suelo. Taka, en tanto, tiró sin mesura de las riendas, deteniendo casi de golpe a los caballos para luego agarrar violentamente al desgraciado de Varys que apenas si pudo mostrar algo de resistencia contra la enorme fuerza del guerrero. Lo bajó de un tirón desde el interior del carromato arrastrándolo hasta la mitad del camino.

—Dije que vendría por ti —dijo agarrándolo firmemente del cuello al punto de que el consejero apenas pudo respirar. Le arrancó la daga que aún mantenía clavaba en el hombro mientras lo inmovilizaba con todo el peso de su cuerpo debajo suyo. Varys gritó aterrado tratando de zafarse de la tosca presencia del guerrero, su mirada asesina le hizo temblar. Él era como un simple muñeco bajo la enorme masa de músculos que era Taka, su forcejeo era inútil.

—¡NO! ¡NO! ¡NOOOOOOO...! —gritó Varys antes de que su grito se ahogara por la pesada mano del guerrero que con una fuerza descomunal le obligó a abrir la mandíbula.

La mirada de Taka se posó directo en la lengua del consejero mientras que con su otra mano preparó la daga para córtasela de cuajo. Varys lo miró horrorizado al punto de sentir deseos de llorar, hubiera rogado piedad si hubiera podido hablar, no obstante, pudo ver que aquel hombre no se conmovería ante nada.

—¿¡Señor Taka!? —se escuchó repentinamente una dulce voz desde el interior del carromato.

Taka se giró raudo encontrándose con la hermosa carita del gorgo que lo observaba asomado por entre las rejas de la jaula. Había logrado sacarse la bolsa de la cabeza, o al menos parte de ella, aún la tenía cubriéndole de la frente hacia arriba, lo miraba con ojos curiosos y asustados. Taka lo miró dubitativo por un instante sintiéndose repentinamente estúpido y malvado torturando a Varys de esa manera. Devolvió su mirada con furia al consejero y regresó a mirar al inocente Ereas una vez más, se dio cuenta que no podía asesinar a Varys de esa forma, al menos no frente al muchacho.

—Tienes suerte de que esté el muchacho mirando —masculló apretando los dientes.

En seguida le clavó la daga a mitad del pescuezo, dejándolo morir en un tortuoso y prolongado gorgoteo.

—He venido a buscarte —dijo levantándose mientras colocaba su enorme figura frente al cadáver de Varys para que el muchacho no pudiera verlo. Le habló con calma, como si nada de lo sucedido hubiera pasado realmente—. Ya no están los hombres malos —sonrió.

—¿Mi madre...? —intentó preguntar Ereas preocupado.

—Están todos bien —se adelantó Taka— Te esperan en un lugar seguro ¡Te llevaré con ellos! —agregó apresurándose a liberarlo. Debían llegar pronto, solo era cuestión de tiempo para que aquellas criaturas que habían atacado Drogón comenzaran a moverse por los bosques, alejándose del castillo para buscar nuevas víctimas. Debían ser más veloces.

Tras sacarlo de la jaula, se apresuraron a montar a la yegua rumbo a la parte alta de las cascadas, debían subir una extensa y empinada colina hacia el punto de encuentro siguiendo un zigzagueante y algo estrecho camino por lo que no perdieron el tiempo. Para suerte de Taka, Ereas conocía bien ese sector de los bosques por lo que supo orientarlo con facilidad en medio de la oscuridad que aún se cernía en el lugar. El amanecer debía estar próximo, pero aún no mostraba ni los primeros indicios de su arribo.

En cuanto llegaron al campo de encuentro sobre las cascadas, Erly y Didi corrieron extasiadas hacia ellos mientras Momo gritaba "¡Edeas! ¡Edeas!". Fueron tantos los besos y abrazos que recibió el muchacho que Taka llego a sentirse un tanto incómodo por un instante.

—¡Estás herido! —notó Erly al ver al maltrecho Taka que se sujetaba adolorido la herida en su espalda. Toda la adrenalina sentida durante la persecución le había hecho olvidarse completamente del dolor, sin embargo, en ese momento volvió a asaltarlo con más fuerza que nunca, no pudo evitar emitir un sonoro quejido—. ¡Déjame revisarte! —exigió la reina.

—¡No hay tiempo! —protestó Taka con diligencia— ¡Aquellas criaturas...!

—¡Es una orden! —demandó la reina— ¡No podemos arriesgarnos a perderte Taka! ¡Aún hay un largo camino por delante y aquella herida te pasará la cuenta!

Taka asintió resignado, sabía que era mejor no llevarle la contraria a aquella mujer. Sin más se bajó de la yegua para dejar que Erly lo inspeccionara.

Erly lo revisó muy pulcramente, limpiando y suturando de manera experta la herida infligida. Taka había perdido bastante sangre y la intensa cabalgata no había hecho otra cosa más que empeorar la situación. Aun así y para su suerte, el maestro Peter se había encargado de cargar las alforjas con todo lo necesario para un caso como aquel, por lo que Erly se demoró tan solo unos minutos en finalizar el trabajo colocándole eficientemente una venda alrededor de la cintura para concluir. Taka no pudo creer la enorme habilidad de la reina para tratar un corte tan profundo como el que tenía, no recordaba jamás haber sido tratado por manos más hábiles, aún más considerando que ella era una reina no una curandera. La quedó mirando con sorpresa.

—Me crié durante tiempos de guerra —aseguró Erly con orgullo— Fue como conocí a mi esposo ¡Una herida como ésta para mí no es más que un juego de niños! —señaló.

Taka le agradeció lo mejor que pudo.

Tras ello partieron de inmediato. Esta vez fue Erly quien dirigió al grupo, conocía bien el territorio y para evitar hallarse con alguna amenaza se introdujeron en medio de los bosques con dirección al norte, planeaban andar varias millas antes de salir al camino real e intentar alcanzar el Cruce Maraz, el único punto a partir del cual tal vez hallarían un poco de seguridad. El castillo ya había sido tomado, no necesitaron asomarse a ver desde las alturas para comprobarlo, los horribles y desgarradores gritos en la distancia de la gente siendo asesinada fue lo último que escucharon antes de emprender el viaje.

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