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XII - El Imperio de la Muerte (Pt.2)

Erly, la criada y los muchachos desaparecieron a través del túnel, mientras Taka se dispuso a iluminar como pudo el suelo de la caverna analizando cuidadosamente cada huella que encontró. Debía ser precavido en extremo, ya lo había hablado con el maestro Peter, si se equivocaba jamás saldría de aquel lugar, no obstante, para su suerte eran tantos los hombres que acompañaban a Varys que no fue difícil hallarles el rastro. Habían continuado casi hasta el fondo del lugar girando hacia un túnel izquierdo, la placa de éste había sido arrancada por lo que difícilmente intuyó hacia qué clase de lugar podía ir a parar. Suspiró aterrado reuniendo algo de valor, aquel lugar sin duda le ponía los pelos de punta.

Caminó cuidadosamente a través del túnel intentando mantener un buen ritmo, si se apresuraba seguramente los alcanzaría pronto, iluminó el suelo descubriendo que había una serie de huesos y calaveras en el lugar, saltó horrorizado, pero inmediatamente recordó que Peter ya le había advertido que casi todas las cuevas eran prácticamente un cementerio. Se obligó a continuar por algunos minutos con el corazón martillándole en el pecho, la oscuridad y el silencio del lugar eran enloquecedores. Tras un momento volvió a iluminar sus pasos para comprobar que iba en el camino correcto, sin embargo, para su horror descubrió que se había equivocado.

—Oh Thal, oh Thal —susurró mientras un sudor frío invadía su cuerpo, sus fuerzas le abandonaron por un instante ¿Cómo rayos se había equivocado? En su camino no había divisado ningún otro túnel que Varys hubiera podido tomar.

Se giró de inmediato tratando de encontrar el rastro perdido. Iluminó sus pasos, pero aparte de huesos secos y sus propias huellas no divisó nada más en el suelo... De pronto, un leve ruido a sus espaldas lo alarmó. Ya lo había escuchado antes, ahí mismo en aquellos túneles cuando los recorría junto a Peter, una especie de suave y prolongado tintineo ¿Varys? Se dijo, pero en ese instante comprendió que aquello era imposible, Varys no había tomado aquel camino. Algo más se hallaba en aquella gruta, algo misterioso y desconocido acechaba.

Se giró con prisa tratando de iluminar todo aquello que alcanzara su antorcha, el casi imperceptible ruido desapareció de golpe igual que la vez pasada, solo iluminó huesos, rocas y oscuridad... interminable oscuridad. La respiración de Taka se había acelerado, a pesar del intenso terror que comenzó a inundarlo procuró mantener la calma, sin embargo, no pudo evitar comenzar a sentirse observado, como si una aguda mirada lo recorriera y le quemara la espalda, la nuca, cada vez que se daba la vuelta a intentar recuperar al rastro. Comenzó a caminar con lentitud sin dejar de vigilar lo que pasara tras de sí... De pronto algo le tocó el hombro. Taka se sacudió como el rayo corriendo a toda velocidad por donde había venido, no se atrevió a mirar atrás, no obstante, en su desesperación tropezó torpemente con una pila de huesos secos que ni siquiera alcanzó a percibir. Se fue de bruces al suelo soltando la antorcha que rodó amenazando peligrosamente con apagarse.

Taka, aun aturdido por la caída, se arrastró hacia ella con desesperación iluminando rápidamente el camino que había alcanzado a recorrer, se imaginó que hallaría al más espantoso de los horrores a su espalda, pero no había nada, solo el túnel, los huesos y la oscuridad... otra vez la oscuridad. Sacudió su cabeza intentando calmarse y entonces lo vio, por fin lo vio. Ahí, hacia un costado, un camino ascendía hasta perderse en las tinieblas. Taka respiró aliviado un instante, las huellas de Varys y sus hombres eran claras y a pesar del inquietante terror que aún no lo dejaba se apresuró a correr tras ellos como si el mismísimo Lufer persiguiera su alma, un poco porque quería alcanzarlos, un poco porque quería alejarse de aquel lugar. El angustiante suspenso que mantenía en su mente no lo dejaba en paz, algo no humano lo estaba siguiendo, lo observaba con ansias, con cautela, podía sentirlo.

—¡VARYYYYYS! —gritó Taka sacando su espada en cuanto divisó las antorchas en la distancia. Tras su pequeño percance en los túneles corrió hacia ellos sacudido por la euforia y más decidido que nunca a recuperar al muchacho.

Varys y sus hombres se detuvieron en seco dándose la media vuelta a enfrentarlo cara a cara. Las antorchas de los demás mercenarios súbitamente se apagaron dejando encendida tan solo la del consejero. Ereas pareció gritar algo, pero fue ininteligible, le habían cubierto la cabeza para desorientarlo.

—¡Devuélveme al muchacho! —exigió Taka una vez que se halló a unos cuantos metros.

—Usted no está en posición de exigir nada, señor Riosanto —rió Varys haciendo unas ligeras señales con sus manos.

Los mercenarios sacaron sus espadas de inmediato comenzando a moverse sigilosamente bajo el amparo de la oscuridad. Taka pudo intuir fácilmente lo que ocurriría.

—¡Si crees que saldrás feliz y campante de todo esto estás totalmente equivocado! —rugió con rabia.

—¡Ja! —rió Varys de manera burlesca mientras reanudaba la marcha con tan solo un par de sus hombres— Que descanse en paz señor Riosanto ¡Me saluda a todos los demás desafortunados que han muerto y morirán allá arriba en el castillo!

En seguida desapareció a lo largo del túnel mientras el par de hombres que le acompañaba continuó arrastrando al indefenso Ereas.

Taka suspiró aterrado, debían ser por lo menos ocho mercenarios los que se dirigían hacia él, lanzó rápidamente la antorcha hacia un costado. Quedarse totalmente a ciegas en medio de aquella oscuridad era mucho más beneficioso para él que para ellos.

Sintió la pesada respiración de sus atacantes, sus sigilosos pasos en la oscuridad. La anaranjada llama de la antorcha terminó por apagarse. Taka alzó su espada cerrando los ojos para tratar de concentrarse, no se veía absolutamente nada y rogó porque el resto de sus sentidos no le fallaran, salir vivo de ahí iba a resultar una verdadera hazaña... De pronto otro inquietante sonido se manifestó a algunos escasos centímetros a su espalda. La angustiante sensación de otra presencia que lo acechaba volvió a inundarlo una vez más, aquel aterrador cascabeleo pareció subir en intensidad y, esta vez, una especie de garras o dientes parecieron emitir una sonora vibración que le heló la espina, era como el golpeteo de unas uñas sobre la madera, o el suave roce de unas afiladas garras cuando se encuentran entre sí, claramente no provenía de los mercenarios, una misteriosa presencia se acercaba a él.

El primer hombre atacó, pero Taka ni siquiera hizo el intentó de defenderse, sino que ágilmente se lanzó hacia un costado tirándose al suelo horrorizado. Aquella bestia a sus espaldas atacó, tal y como lo había intuido. El alarido del hombre que había intentado matarlo inundó la caverna de manera brutal mientras una especie de agudo chillido junto al terrorífico sonido de la carne fresca desgarrada comenzó a retumbar en sus oídos. Los demás hombres gritaron empuñando sus espadas. "¡Pobres desgraciados!" Pensó Taka buscando desesperadamente en el suelo la antorcha que había tirado "No sabían lo que les esperaba".

Fueron tan solo unos segundos antes de que los mercenarios se dieran cuenta de que estaban enfrentando algo que no era humano, sus alaridos de terror fueron ensordecedores. Corrieron despavoridos chocando contra las paredes y entre sí en un intento por escapar.

—¡UNA ANTORCHA! ¡PRENDE UNA ANTORCHA! —gritó un angustiado hombre mientras se tiraba al suelo buscando algo con lo que iluminar.

Taka se hallaba en la misma situación, tanteando inútilmente el suelo mientras rogaba porque aquel monstruo no percibiera su presencia. "Debía ser ciego" se dijo recordando las palabras de Peter, "Y tenerle un profundo temor a la luz".

Tras unos eternos instantes por fin halló la antorcha, pero entonces el silencio se hizo otra vez, dejando tan solo los inútiles esfuerzos de un hombre que luchaba gorgoteando por no ahogarse en su propia sangre. Taka no movió ni un musculo, apenas se atrevió a respirar. "Debían de haberle rebanado la garganta a aquel hombre" intuyó, su sufrimiento se extendió durante unos momentos hasta que su vida se apagó por completo. Entonces vino lo peor, aquella bestia comenzó a alimentarse emitiendo una especie de repugnante sorbeteo, seguido de un sonido de carne desgarrada y un sonoro y agudo chillido de placer similar al de una rata o murciélago acercándose a un éxtasis sensorial. Taka temblaba aferrándose a la antorcha, si la criatura lo descubría terminaría devorado igual que aquellos hombres, tanteo suavemente sus bolsillos en busca del chispero y para su alivio comprobó que allí se encontraba, no obstante, supo que no podía arriesgarse a sacarlo sin emitir algún ruido, por lo que prefirió seguir petrificado rogándole al cielo para que le diera una oportunidad. Si prendía la antorcha estaría a salvo, se dijo, solo necesitaba que Thal le concediera un momento, tan solo un momento. La criatura, en tanto, fue de un hombre a otro emitiendo un mínimo de ruido, ni sus pasos ni sus movimientos se podían sentir, tan solo era la succión, aquel sonora succión que te sacudía la espina, que te indicaba que aquel desconocido ser se estaba alimentando. De pronto uno de los hombres pareció regresar quejumbroso de la inconsciencia, aún vivía. La criatura se detuvo atenta. Taka pudo sentirla, pudo imaginarla.... enorme, horrible, espeluznante... El desgraciado sujeto se levantó emprendiendo la carrera entre gritos de horror antes de que aquel engendro, aquella "cosa", se lanzara tras él para finiquitarlo. Taka no perdió ni un segundo y antes de que el hombre terminara de ser faenado se apresuró a sacar el chispero golpeándolo fuertemente con la roca para encender la antorcha. Las chispas saltaron una vez, dos veces... desvaneciéndose en la oscuridad... "¡Enciende! ¡Enciende!" rogó al borde de las lágrimas. Los espantosos gritos del hombre se apagaron bajo las garras de la criatura que advirtiendo una nueva presa se giró veloz hacia Taka, sin demora. El guerrero pudo sentirla... dos... tres pasos... venía hacia él... El chispero volvió a resplandecer... cuatro... cinco pasos... un aliento putrefacto le golpeo la cara... seis... siete... ¡Oh Thal! Estaba acabado.

Sin embargo, en ese mismo instante, en el que parecía que la criatura le arrancaría la cabeza, ocurrió el milagro. Repentinamente la antorcha encendió con todo su esplendor iluminando la oscura caverna y el montón de cadáveres apilados que allí había quedado. Pese a ello, no pudo evitar que una de las peores imágenes de toda su vida le golpeara la retina, sacudiéndolo hasta lo más profundo. Fue una imagen que le dio pesadillas por mucho tiempo, una imagen que nunca pudo sacarse de la cabeza. Fue lo más espantoso que presenciaron sus ojos hasta punto de su vida.

Era una criatura enorme, monstruosamente raquítica y de características humanoides, provista de alas coriáceas con dedos y garras escalofriantemente desproporcionadas, una especie de orejas anchas, largas y puntiagudas adornaban su cabeza achatada cual infernales cuernos, sus ojos eran fríos, redondos, vidriosos y oscuros como pozos, parecían los de un animal muerto, resaltaban entre la pálida piel y el grueso bello que cubría gran parte de su pútrido cuerpo. Aun así, lo peor fue su boca, su lengua, sus colmillos... era una criatura con una mandíbula dilatada de manera casi imposible, colmillos enormes, afilados... y su lengua, su lengua era tan larga como el brazo de un hombre, parecía estar cubierta de una especie de sustancia babosa corrosiva mientras que su color era igual al de la carne al rojo vivo, terminaba en su punta con una especie de ventosa dentada similar al de una sanguijuela que parecía tener vida propia... No se parecía a nada a lo que Taka hubiera visto antes.

El susto del guerrero fue tan mayúsculo que se sacudió como el rayo, la antorcha se le cayó de las manos, pero para su suerte la criatura se apegó al techo de un ágil saltó en cuanto vio la luz. Chilló de manera ensordecedora, como si le ardiera la visión del fuego, se cubrió con sus membranosas alas mientras parecía debatirse entre sí saltar sobre el guerrero o huir de la deslumbrante visión de la llama. Taka se apresuró a levantar la antorcha una vez más sabiendo que era su único medio de salvación, la alzó determinado haciendo que aquel engendro chillara de nuevo buscando refugio entre los recovecos del techo de la caverna. No quiso seguir poniendo a prueba la situación, se arrepentiría, por lo que zigzagueando entre los desfigurados cadáveres de los mercenarios se apresuró a correr a través del túnel siguiendo la misma ruta que había tomado el consejero. Ni siquiera se atrevió a mirar a atrás, solo corrió con desesperación hasta que pareció hallar una salida. Chequeó las huellas en el suelo de manera expedita, Varys y sus hombres habían tomado aquella salida, no había duda.

Taka salió eufórico y envalentonado de la gruta. Había escapado de la muerte por los pelos y aquella sensación de alivio que inundó su cuerpo le hizo sentirse poderoso y dispuesto a sacarle el máximo provecho a su encontrada nueva suerte. La huella que se abrió ante él daba a una discreta salida entre las rocas, la maleza y los arboles a los pies de una colina. Allí, descendiendo hacia un camino, a algunos metros de distancia, se hallaba Varys y otros cuatro hombres esperando junto a un carromato de cuatro ruedas provisto de un techo cobertor de tela blanca tirado por dos caballos. Taka alcanzó a notar los gruesos barrotes de una jaula en la parte trasera, por lo que supuso que habían encerrado a Ereas en ella para llevárselo, el resto del espacio seguramente estaría cargado con todo aquello que se habían robado.

—¡Duro hijo de perra! —escupió Varys en cuanto lo vio venir.

Los otros cuatro mercenarios se dispusieron a encarar al guerrero de inmediato.

—¡Necesitaras mucho más que unos cuantos bandidos de cuarta para detenerme! —respondió Taka rechinando los dientes con furia.

Llevaba la espada lista para sacarse de encima a aquellos hombres. Varys observó atentó y pensativo el ambiente por un instante.

—Supongo que este es el momento en el que te propongo que te nos unas —se adelantó haciéndole una seña a sus hombres para que bajaran las armas— Has dejado claro que tienes grandes habilidades que podrían sernos de utilidad ¿Qué te parece? ¡Tenemos suficiente oro en este carro para compartir! —señaló el carromato con una sonrisa.

—¿Qué clase de hombre crees que soy? ¿Un vil mercenario? —contesto Taka sintiéndose insultado— ¡Devuélveme al muchacho y tal vez considere perdonarte la vida!

Varys torció ligeramente la boca mostrando una malévola sonrisa por un instante.

—¡Ah! ¡Por favor, Taka! ¿Qué crees que ocurrirá una vez que entregues al muchacho allá en Flemister? —preguntó— ¡Un muchas gracias y hasta pronto! —se adelantó contestándose a sí mismo—. Luego volverás a tu miserable vida ¡Aquí, en cambio, tienes una oportunidad real de hacer algo bueno por ti y por el muchacho! Tal vez no lo comprendas pero solo pretendemos ayudarlo ¡No queremos hacerle daño! ¿Supongo que sabrás que su destino no está aquí, verdad? ¡No entre los humanos! Ereas es algo más ¡Algo infinitamente superior! Juntos podemos llevarlo hasta ese destino que se merece y de paso podrás llevarte una más que generosa tajada—volvió a señalar el carromato a sus espaldas.

Taka dudó ligeramente por un instante ante el sorpresivo discurso de Varys y no fue por el interés hacia la recompensa que le estaba ofreciendo sino que ante la enorme similitud de sus palabras con las del maestro Peter. Una creciente curiosidad inundó su cabeza. La pregunta que hizo a continuación le resultó tremendamente reveladora.

—¿Qué pretendes hacer con el muchacho exactamente? —preguntó inquisitivo.

Varys sonrió satisfecho. La carnada había sido puesta y la presa ya comenzaba a perseguir el rastro con su olfato. Solo faltaba que su víctima se decidiera a lanzarse sobre ella para engullirla y aquel hombre definitivamente sería suyo.

—¡Los elfos! ¿Supongo que has oído hablar de ellos, verdad? ¡Bueno, todos lo hemos hecho! —se adelantó contestándose a sí mismo una vez más —Una tierra más allá de Flemister, cruzando las montañas, rodeado de mágicos bosques, hermosas mujeres e inimaginables riquezas. ¿Supongo que también sabrás que son extremadamente celosos con su sociedad? ¡No aceptan humanos! Mucho menos comparten su conocimiento, cultura o idioma. Pues... ¿Qué me dirías si te dijera que su rey Volundir estaría dispuesto a dar lo que fuera con tal de tener consigo al último de los gorgos?

Taka se quedó helado al punto de bajar ligeramente su espada de la impresión ¿De dónde había sacado Varys dicha información? dudó un instante de su veracidad, sin embargo, ¿No era aquello lo mismo que le había solicitado hacer el maestro Peter con el muchacho? ¡Llevarlo donde los elfos! No supo que contestar.

—¿Impresionante, verdad? —sonrió Varys ante el anonadado rostro del guerrero. Sabía que solo le faltaba un poquito más para convencerlo— ¡Podríamos pedir lo que queramos! —añadió— Solo imagina todo lo que podría darnos Volundir ¡Todo lo que podríamos pedir!

—¿Y...? ¿Y el muchacho? —preguntó Taka— ¿Qué crees que él podría...?

—¡Es un niño! —se adelantó Varys con una sonrisa— ¡No lo comprenderá! Incluso puede que de momento hasta nos odie por hacerle esto, pero te aseguro que a medida que pase el tiempo nos agradecerá ¡Esto es lo mejor que podría pasarle! ¡Solo imagínate las astronómicas posibilidades que se le abrirían! ¡Volundir es el rey más rico y poderoso de toda la Tierra Conocida! —enfatizó— ¡Los templos y fortalezas de su reino son los más magníficos jamás vistos! ¡Sus sabios y sacerdotes los más instruidos! ¡Su gente...!

—¿Qué harías si te equivocas en todo esto, Varys? —lo interrumpió Taka.

Varys lo miró con satisfacción, el guerrero acababa de bajar su espada por completo, parecía que definitivamente ya era suyo. Con su ayuda serían imparables.

—¿Qué harías si el rey elfo no quisiera a Ereas? —insistió Taka.

Varys pareció meditar un instante.

—Siempre podríamos vender al muchacho —susurró de la manera más discreta posible mientras le guiñaba un ojo. Ereas podría escucharlos—. Conozco a hombres que pagarían una fortuna por unos cuantos minutitos con él.

Taka abrió sus ojos horrorizado al oír aquello, pero fue tan solo un momento porque luego estalló en furia.

—Escucha —dijo temblando encolerizado— Y escúchame bien porque te diré exactamente lo que va a pasar sino me entregas a Ereas ahora mismo. Mataré brutalmente a cada uno de tus hombres —dijo señalando a los cuatro bandidos que alzaron sus espadas de inmediato frente a la amenaza— Y en cuanto acabe con ellos iré por ti y te arrancaré de cuajo esa asquerosa lengua que tienes. Luego te asesinaré ¡Jamás me asociaría con un hombre tan vil como tú! —aclaró.

Varys se quedó helado, dudó un instante antes de darse cuenta que lo que le decía Taka era realmente en serio.

—¡MATENLO! —gritó furioso.

Los mercenarios atacaron de inmediato, ansiosos por acabar con aquel hombre con la osadía de amenazarlos de muerte. Taka, guerrero experimentado en duelos y el arte de la guerra, alzó su espada con maestría y más que dispuesto a enfrentarlos. Tras las palabras de Varys lo estaba ansiando, lo estaba exigiendo. Quería acabar con la perversa existencia de aquellos hombres de una vez por todas.

El primer mercenario lo atacó con un mortal tajo descendente, pero Taka contaba con toda la ventaja de la fuerza, la disciplina, la práctica y la estatura, bloqueándolo hábilmente con su espada y clavándole profundo su daga en el ojo que tomó desde el ceñidor a la velocidad del rayo. Los otros tres hombres cargaron enfurecidos desde distintas direcciones. Taka retrocedió bloqueando y eludiendo sus espadas que luchaban por alcanzarlo, pero pudo ver que carecían de habilidad y maestría en sus movimientos. Eran mercenarios de bajos barrios que probablemente jamás habían llegado a tener a un verdadero maestro que los instruyera, aun así, aquello no significaba que fueran menos peligrosos. Taka sabía que aquellos contendientes no luchaban limpio ni de manera honorable, se valdrían de lo que fuera para arrancarle la cabeza a como diera lugar, por lo que esperó paciente a que le abrieran una brecha mientras bloqueaba y eludía sus ataques como mejor sabía. Los frustrados hombres al ver la enorme destreza de su contendiente comenzaron a gritar como animales rabiosos cada vez que embestían. Taka, se valió de esto para ir agotándolos por un rato y en cuanto pudo le hizo un profundo tajo en el brazo a uno de ellos haciendo que retrocediera gritando de dolor mientras bajaba la guardia, lo hubiera clavado con su espada en ese mismo instante apagando su existencia para siempre, sin embargo, los otros dos se apresuraron a cargar contra él sin descanso haciéndolo retroceder una vez más. Esta vez Taka aprovechó esa oportunidad, dos hombres con habilidades callejeras para el combate no eran nada para él y utilizando la enorme ventaja de su cuerpo devolvió el ataque abriéndole rápidamente la garganta a uno mientras hacía retroceder al otro que tembló aterrado al verse solo. Taka tenía la batalla ganada, no obstante, esa misma confianza que sintió en aquel momento fue su error. Sus ansias por cortarle la cabeza a su oponente hizo que se descuidara un instante del mercenario herido que corrió tras él al ver que descuidaba la espalda. Taka había terminado de cargarse al que creía era su ultimo enemigo cuando súbitamente sintió el pinchazo en la parte baja del costado izquierdo de su espalda, ahí justo en la parte alta de la cadera. Se giró en cuanto sintió el pinchazo siguiendo el rumbo de la estocada, zafándose de esta forma y evitando que la espada terminara por atravesarlo. Con un tajo descendente terminó por rebanarle la cabeza al mercenario. Aquél sin duda era el último, ahora todos sus oponentes estaban muertos, sin embargo, ya era tarde. La cálida humedad de la sangre comenzó a emanar abundante desde su herida, se giró a chequearse de inmediato descubriendo que la cota de malla que llevaba puesta había evitado que el ataque resultara mortal, no obstante, tenía un profundo corte que sintió que le llegaba hasta el hueso, se quejó del dolor al comprobar que en cada paso que daba el sufrimiento parecía acentuarse, debía tratarse la herida pronto.

—¡VARYYYYYS! —gritó alzando la vista.

Estaba más furioso que nunca, sin embargo, en ese mismo instante descubrió que mientras batallaba contra los mercenarios el despreciable consejero se había dado inteligentemente a la fuga, llevándose el carromato y de paso a Ereas consigo. Gritó frustrado lanzando una colérica y sentida maldición hacia el cielo. ¿Qué las cosas no podían mejorar aunque sea un poquito?

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