XII - El Imperio de la Muerte (Pt.1)
Taka llegó apresurado a la alcoba real donde la reina esperaba intranquila junto a sus retoños. Afuera, junto a las puertas, dos aguerridos miembros de la guardia real protegían gallardos el acceso a la habitación. Según Peter, hombres fieles sin la más mínima idea del plan del escape, pero sí dispuestos a seguir cualquier orden que les diera el guerrero... al menos hasta que llegaran a Flemister. Por las prisas Taka hizo caso omiso de la presencia de ellos, ingresando directamente a la habitación. Ahí, sentados sobre la enorme cama, estaba Didi y Ereas tomados de la mano junto al pequeño Momo, los tres hermosamente vestidos y provistos de elegantes capas de viaje que sujetaban con distintivos broches dorados que mostraban la característica silueta del dragón del reino en el centro. En una esquina le sorprendió encontrar también a la niñera que tarareaba suavemente una canción acunando con delicadeza al recién nacido Abel... supuso que iban a necesitar de alguien que se encargara de las necesidades del bebé en todo momento después de todo. La reina, en tanto, que se había mantenido nerviosa paseándose por la habitación, se quedó pasmada en cuanto lo vio. Para ella había escogido ropas algo más sencillas en comparación a la de sus hijos, si se veían en la obligación de escapar hacia Flemister tenía contemplado ocuparse ella misma de varios aspectos de la travesía y vestir sus típicos y sofisticados vestidos reales solo le complicaría las cosas. Le bastó mirar la simple expresión que traía el guerrero para comprender lo que estaba sucediendo.
—Niños —dijo— Tenemos que irnos.
—¿Qué está pasando mamá? —preguntó Didi con seriedad— ¿Quién es este hombre? ¿Por qué hay que irnos? ¿Dónde está el papá?
—¡Papá! ¡Papá! —repitió Momo con su infantil vocecita.
Hasta ese momento la reina era la única que estaba al tanto de cada uno de los detalles de la batalla en curso y la fiera imagen del musculoso guerrero con la armadura bañada en sangre, ahí frente a ellos, comenzó a aterrar seriamente a la confundida muchacha.
—Se reunirá con nosotros más tarde —contestó Erly tomando a Momo para hacerlo andar— Por ahora el caballero Riosanto nos sacara de aquí.
De cierta forma era mejor así, pensaba la reina, llenarles la cabeza a sus pequeños con la visión de monstruos y criaturas de pesadilla sería descorazonarlos. Ya llegaría el momento de tratar el asunto con más calma.
—¡No, mamá! —espetó Didi cruzándose de brazos— ¡No nos moveremos de aquí si no nos dices que es lo que está pasando! —dijo tratando de buscar apoyo en Ereas, pero antes de que el muchacho o alguien más alcanzara a decir algo, la enfurecida voz de Erly llenó toda la habitación.
—¡Ya basta! —gritó sacudiéndola con fuerza— ¡No es momento de tus berrinches Didi! ¡Vas a hacer lo que yo diga y punto!
Ereas y Momo llegaron a saltar del espanto. Didi se quedó helada.
—¿¡Me escuchaste!? —agregó sacudiéndola una vez más.
—S... sí, mamá —contestó la niña temblando aterrada. Parecía a punto de largarse a llorar, pero jamás les daría el gusto de que la vieran así a los demás. Se dignó a bajar la vista con obediencia.
—¡Bien, andando! —ordenó Erly sin dejar su aire de enfado.
Los muchachos, más la criada con el bebé, siguieron a Erly y a Taka en completo silencio. Afuera, los dos guardias que esperaban se sumaron diligentes cuidando la retaguardia. Debían llegar a las catacumbas cuanto antes.
—Falta el maestro Peter —susurró Ereas tras un momento.
Los pasillos estaban vacíos. Desde afuera los gritos de guerra, dolor y muerte inundaban el espacio. No les costó nada comprender que la ciudad ya había sido tomada y que venían por el castillo. Era cuestión de tiempo para que aquello ocurriera. Si los hallaban ahí dentro seguramente morirían asesinados. Si no... ¡Vaya Thal a saber que horribles cosas podían llegar a sucederles!
—¡Falta el maestro Peter! —volvió a protestar Ereas en voz alta.
Didi lo miró moviéndole la cabeza en señal de negación. Tras el fuerte reto de su madre y los inquietantes gritos y chillidos desde el exterior supo que era mejor mantenerse en silencio. Se estaban jugando la vida.
—Ereas, el maestro... —intentó calmarlo Taka, pero repentinamente el muchacho corrió a toda velocidad a través del pasillo gritando a viva voz mientras se dirigía apresurado a su habitación.
—¡Maestro Peter! ¡Maestro Peter! —gritó Ereas mientras corría.
Taka soltó una maldición desesperado, no tenían tiempo para ello. Erly se quedó boquiabierta temblando. Aquello no estaba pasando. No podía estar pasando. No en ese momento.
—¡AAAAAHHH! —gritó Taka frustrado mientras se apresuraba a intentar alcanzarlo.
Podía escuchar el lamento de los guerreros que morían allá afuera, el fragor de la batalla... seguramente las criaturas ya se estaban tomando el puente. Si alcanzaban a acceder al castillo antes de que llegaran a las catacumbas estaban perdidos.
—¡Bajen a las catacumbas, yo me encargo de Ereas! —ordenó a Erly y los guardias.
La horrorizada reina dudó un instante... no quería dejar al muchacho, no iba a dejarlo, pero pudo darse cuenta de que poco era lo que podía hacer en esa situación, debía confiar en el guerrero. Su marido lo había dejado a cargo después de todo. Didi empezó a sollozar.
—¡VAYAN! —rugió Taka.
Erly, espabilándose, tomó de la mano a sus hijos obligándose a continuar por las escaleras, ante las protestas de Didi imploró en silencio a Thal por no equivocarse, si algo le sucedía a Ereas jamás se lo perdonaría. Los guardias, en tanto, se apresuraron a ponerse a la cabeza con la idea de abrir paso ante cualquier posible peligro, la criada con el bebé les siguieron de cerca.
Ereas llegó al final del pasillo subiendo las escaleras directo hacia donde se hallaban las habitaciones del maestro, conocía el castillo a cabalidad, por lo que no le fue difícil orientarse. Una vez frente a las puertas irrumpió como un torbellino, haciendo saltar al viejo Peter que aterrado tembló pensando que había llegado su hora. Estaba sentado en su acostumbrada y cómoda butaca frente al escritorio. Su habitación limpia y abarrotada de cosas como de costumbre parecía ignorar todo aquello que se estaba desarrollando en el exterior. El pobre maestro recibió a Ereas con un asustado semblante.
—¡Maestro Peter! ¡Maestro Peter! —lo llamó Ereas— ¡Debemos escapar! ¡El castillo...!
—Lo sé —se le adelantó el maestro de la forma más serena posible. Una sonrisa de tristeza y resignación inundó sus labios. Una sonrisa que Ereas en su inocencia no supo interpretar.
—Pero el señor Taka nos está llevando...
—Lo sé —volvió a adelantarse el maestro— Pero yo no puedo acompañarlos esta vez Ereas. —Volvió a sonreírle con amargura.
—¿Cómo? Pero si... —intentó protestar Ereas.
—Estoy viejo y ya viví lo suficiente —intentó calmarlo.
—Pero...
—Además los retrasaría —se adelantó tajante— Es momento de que te vayas Ereas. No deberías estar aquí.
—Pero maestro yo... —intentó protestar el gorgo mientras se acercaba a él entre sollozos.
Taka llegó sudoroso y exaltado en ese instante, pero al ver al cabizbajo Ereas frente a su maestro prefirió detenerse en el umbral de la puerta, intercambió un par de miradas con Peter, comprendiendo que por el bien del muchacho era mejor concederles ese momento. Era la despedida definitiva, no habría otra oportunidad.
—Escucha, Ereas —le dijo Peter estrujándole tiernamente con la mano uno de sus hombros— Hay momentos en que cada uno de nosotros descubre exactamente para que vino a este mundo ¡Y yo ya lo he hecho! He criado a un muchacho fuerte y audaz destinado a las más grandes hazañas que esta tierra jamás verá —le dijo esbozando una dolorosa sonrisa— Y ha llegado el momento de que vayas en pos de ese destino ¡Yo solo me transformaría en un retraso! ¡Mi tarea ya está hecha para contigo! ¡Me iré en paz sabiendo que podrás seguir ese camino!
Ereas se quedó confundido y sin palabras, podían llevarse perfectamente al maestro, estaba seguro, pero antes de que intentara protestar algo Peter se adelantó acercándose amorosamente a él y lo besó tiernamente en la frente. Lo miró un instante perdiéndose en sus profundos y hermosos ojos llorosos mientras le revolvió un tanto su suave cabellera. Había hecho un buen trabajo, estaba seguro. Ereas no supo que decir, se negaba a aceptarlo.
—Ve —le susurró el maestro señalándole a Taka— Confía en este hombre ¡Guiará tus pasos!
Taka lo esperaba en la puerta. Ereas dudó un instante, pero comprendió que su maestro ya no cambiaría de opinión. Era el momento de dejarlo ir.
Taka se despidió de Peter con una mirada y un ligero movimiento de cabeza mientras se apresuraba a tomar a Ereas de la mano para tironearlo hacia las escaleras. Debían salir de allí cuanto antes.
—No vuelvas a hacer eso nunca más —dijo en cuanto descendieron al primer pasillo— ¿Me oíste? ¡Nunca más! —recalcó de forma severa.
—Pero el maestro... —sollozó Ereas.
—¡Estamos en guerra! ¿¡Que no lo...!? —pero al ver el devastado semblante del gorgo se detuvo de golpe. No era el momento para reprimendas.
—Escucha —dijo Taka cambiando su tono de voz a la forma más dulce que pudo mientras detenía su marcha. Miró a Ereas directamente—. No podemos permitir que algo te pase ¿Me entiendes?
Su mirada se perdió un instante ante el bello semblante del gorgo, era casi como estar mirando al más tierno y risueño bebé. Esa sensación de querer estrujarle los morritos y revolverle el cabello era casi incontenible. Ereas asintió con la cabeza como pudo.
—Bien —asintió Taka un poco más satisfecho— Tu madre y tus hermanos nos esperan allá abajo —señaló— ¡No los hagamos esperar demasiado!
Ereas asintió.
Descendieron al patio principal a toda prisa dirigiéndose directo a las catacumbas. Sin embargo, en cuanto se acercaron al portal de entrada, la chocante imagen de dos cadáveres sumidos en un espeso charco de sangre les golpeó la retina, la escasa iluminación del lugar le confirió a la escena un aspecto escalofriante, terrorífico. Taka tragó saliva asustado, rogando porque ninguno de ellos fuese la reina, o peor, alguno de los muchachos... sería fallar habiendo apenas empezado. Más, para su alivio, en cuanto se acercó descubrió que eran los dos guardias designados para apoyarlo en la huida, les habían cortado la garganta hacía tan solo un par de minutos. Uno, el menos afortunado, aun mostraba débiles señales de vida profiriendo un apenas audible gemido de agonía.
—¿¡Qué ha pasado!? —exclamó Taka tratando de hallar alguna respuesta. Sintió el instintivo impulso de posar su mano sobre la herida del hombre para intentar contenerla, pero sabía que a esas alturas aquello era algo inútil, no había nada que se pudiera hacer.
—La reina... la reina... —pareció murmurar el guardia con dificultad señalando débilmente con su dedo hacia el interior de las catacumbas, pero en seguida dejó de respirar dejando al guerrero sumido en un océano de preguntas y suposiciones. ¿Qué había pasado? ¿Las criaturas los habían encontrado? ¿La reina los había matado? Nada tenía sentido.
Cuando se levantó descubrió que estaba temblando. Ereas lo miraba asustado, era la primera vez que veía morir a alguien.
—Lo conocía —susurró con voz un tanto quebrada— Se llamaba Jig, él...
—Sssssssh —lo silenció Taka acercándose a estrecharlo— No pienses en ello —intentó consolarlo— Ahora hay que hallar a tu madre.
Ereas asintió pegando un largo trago de saliva mientras se concentraba en intentar controlar sus temores. Si los guardias estaban muertos significaba que su madre, su hermana... su familia... podía estar en peligro. Se llevó una mano al costado de la cadera para poder sentir su pequeña espada por un instante, con los hechos acontecidos aquella noche le habían permitido cargar con ella y aquello de alguna forma le trasmitía un poco de confianza. Solo había alcanzado a tener unas cuantas lecciones de práctica por lo que aún estaba lejos de manejarla con maestría, pero al menos saber que contaba con ella en caso necesario evitaba que terminara sintiéndose un completo desvalido.
En seguida Taka se apresuró a encender una antorcha de las que habían dejado para la huida, la reja de entrada que servía de puerta a las catacumbas estaba entreabierta por lo que ingresaron rápidamente al oscuro túnel dejando el acceso bloqueado y con llave. No sabían que podían encontrar allá adentro, pero tampoco podían arriesgarse a que alguien más los siguiera.
Decir que corrieron por el pasillo es quedarse corto, porque la verdad fue que casi volaron. Erly y los muchachos debían estar probablemente en la bóveda, allí por donde se accedía a la calavera del dragón con su puerta secreta, si es que aún se mantenían con vida. Taka rogó porque se encontraran bien, tras hallarse a los guardias degollados, ahí en la entrada, no sabía que pensar, un nudo se le hacía en el estómago de solo imaginar lo que pudiera depararles. En cuanto llegaron al lugar se llevaron una enorme sorpresa.
—Entréguenos al muchacho, señor Riosanto —dijo una conocida y ceceante voz de manera maliciosa.
—¿¡Varys!? —exclamó Taka sorprendido.
Detuvo a Ereas de inmediato manteniéndolo a sus espaldas para protegerlo. Varios hombres fuertemente armados mantenían de rodillas y amordazados a Erly, Didi, Momo y la criada. Los habían amarrado con las manos en la espalda exceptuando a la criada que temblorosa aun sostenía al recién nacido Abel. El consejero sonrió malévolo mientras jugueteaba con una daga en sus manos. Habían encendido varias de las antorchas situadas en la pared para recibirlo, por lo que Taka pudo vislumbrar fácilmente el panorama. Había por lo menos diez mercenarios repartidos a lo largo de la bóveda con sus armas preparadas. Los habían estado esperando.
—¿Qué es todo esto? —preguntó. Su corazón comenzó a latir a toda prisa. Eran demasiados para enfrentarlos.
—Entréganos a Ereas —ceceó Varys apuntando al muchacho con la daga mientras comenzaba a pasearse por el centro de la bóveda como si fuera el amo y señor del lugar. Erly, amordazada y de rodillas en el suelo intentó protestar con desesperación.
—¡No! —contestó el guerrero de manera tajante y manteniendo al gorgo bien protegido detrás suyo. Sacó rápidamente su espada. Varys suspiró molesto.
—Está bien, Taka —dijo Varys tras un momento y sin dejar de pasearse. Erly lo miró con profundo odio. El ceceo de Varys comenzaba a sonar más espeluznante que el de una serpiente—. Déjame explicarte bien esta situación ¡Te ganamos en número y fuerza! —señaló a sus hombres— ¡Como vez, es un hecho! Sin embargo, siempre he sido un hombre contrario a la violencia. Prefiero más bien... —arrastró la frase un instante pensativo tratando de hallar la palabra más adecuada— ¡La negociación! —dijo finalmente— Es por ello que el planteamiento es simple ¡Nos entregas al muchacho y te entregamos a la reina y sus hijos! Un intercambio justo, sencillo, fácil de llevar a cabo, sin necesidad de violencia ni derramamiento innecesario de sangre. Y lo más importante, evitamos traumar a los niños —indicó señalando a Didi, Momo y Ereas con ambas manos a la vez— ¿Qué te parece?
Pero antes de que Taka alcanzara a contestarle Erly logró deshacerse de la mordaza.
—¡Si crees que podrás llevarte a mi hijo...! —alcanzó a amenazar antes de ser violentamente interrumpida por Varys que la abofeteó con todas sus fuerzas.
—¡SSSSSSHHH! —dijo llevándose el dedo índice a los labios en señal de silencio— ¡Aquí ya no tienes ningún poder, querida! ¡Tú reino se cae a pedazos! ¡Aquí eres solo una mercancía más! —rugió.
Erly apretó sus dientes ardiendo de rabia, si hubiera podido arrancarle la cabeza a Varys ahí mismo lo hubiera hecho. En tanto, uno de los hombres del consejero se apresuró a tironearla del cabello haciéndola gritar mientras volvía a amordazarla con marcada violencia.
—¡No le hagas daño! —corrió Ereas desde detrás de Taka sacando amenazante su pequeña espada.
Corrió directo hacia el abusador, pero fue ágilmente interceptado por dos de los atentos hombres de Varys que en un santiamén lo redujeron quitándole su preciada arma. Taka, de la impresión, apenas alcanzó a reaccionar para defender al muchacho. Y cuando lo hizo, ya era tarde, los demás mercenarios le cortaron el paso antes de que siquiera hiciera el intento de aproximarse.
—¡Basta! —gritó Varys antes de que chocaran las espadas y se armara una carnicería.
Había agarrado firmemente a Ereas para posicionarlo al frente suyo, llevando su daga al cuello del muchacho para menearla de manera amenazante. La afilada hoja brilló bajo la luz de las antorchas como advirtiendo que era mejor hacer lo que su portador demandaba. Taka al verlo se detuvo en seco, retrocediendo rápidamente un par de pasos, pero manteniendo su espada en alto, vigilante. Los mercenarios hicieron lo mismo, esperaron instrucciones.
—¿Ahora qué? —preguntó Taka evaluando raudamente a sus oponentes. Eran precisamente diez, estaba en clara desventaja.
La reina, en tanto, se sacudió frenética tratando de arrancarse la mordaza. Didi, Momo y la criada sollozaban y temblaban asustados. En cualquier momento aquel lúgubre lugar podía terminar bañado de sangre.
—Ahora nos vamos —sonrió Varys victorioso mientras comenzaba a llevarse a Ereas hacía la bóveda donde se hallaba la calavera de dragón— ¡Solo queremos al muchacho! —dijo mientras los mercenarios comenzaban a movilizarse tras él—. ¡Esa gente ahora es tu problema! —agregó señalándole a la reina y a los demás mientras desaparecía lentamente por el pasillo junto a sus hombres.
Taka se quedó helado por un instante dudando en si seguirlos, sin embargo, supo que era una estupidez, se lamentó confuso. La reina se debatía desesperada tratando de librar sus amarras. Taka corrió a ayudarla de inmediato.
—¿Qué has hecho imbécil? ¿Qué has hecho? —lloró Erly descontrolada.
—¡Lo siento, majestad! ¡Lo siento! —se lamentó Taka ¿Qué otra cosa hubiera podido hacer? Se preguntó a sí mismo. No había tenido opciones.
—¡Tenemos que recuperarlo! —rugió la reina— ¡Tenemos que recuperarlo!
Taka asintió con decisión. Estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario.
Una vez que liberaron a los demás corrieron hacia la bóveda de la calavera del dragón tras Varys, solo para descubrir que éste había trabado el pasaje tras ella. Volver a hacer funcionar el mecanismo les costó varios minutos de esfuerzo y paciencia, pero finalmente, y gracias a la excepcional fuerza de Taka, el pasadizo cedió. El guerrero fue el primero en adentrarse seguido por la reina. Descubrir el camino que había tomado Varys abajo en las cuevas iba a significar un tremendo problema.
Una vez que descendieron a las cavernas se movieron con sigilo y nerviosismo. Los niños estaban asustados y casi al borde del llanto, la criada no dejaba de susurrar repetitivas plegarias al dios Thal. Taka los dejó justo frente al túnel con el triángulo grabado, aquel que los conducía por el camino de las cascadas. Él, en tanto, buscaría minuciosamente la ruta que había tomado Varys.
—Sigan cada túnel con...
—¡Este es mi castillo, conozco perfectamente el camino! —se apresuró a decir Erly— ¿¡Lo que quiero saber es cómo vas a recuperar a mi hijo!? —sentenció con severidad.
—Me encargaré de ello, majestad —intentó tranquilizarla Taka un tanto cabizbajo. De cierta forma se sentía culpable de haber perdido a Ereas—. ¡Lo juro por mi vida!
La reina cerró los ojos con fuerza, desesperada apretó también sus puños hasta que sus nudillos se pusieron blancos, pareció querer descargar toda su rabia contra el guerrero, pero finalmente terminó llevándose las manos a la frente para ocultar su semblante, se sentía tan impotente. Sus otros hijos aún seguían en estado de shock.
—No permitas que nada le pase, por favor —rogó con tono lastimero esta vez. Parecía a punto de derrumbarse, buscó apoyo en uno de los brazos de Taka mientras un par de gruesas lágrimas rodaron por sus mejillas. Tras un segundo alzó la vista mostrando mayor fortaleza.
—Perdóname por gritarte allá arriba —le dijo— ¡Es solo que...! —. Las lágrimas volvieron a empañar sus ojos. Suspiró intentado controlarse—. ¡Si algo le pasa a Ereas jamás me lo perdonaría! —dijo finalmente— ¡Confío en ti! —agregó.
—No le fallaré —la consoló Taka— Espérennos allá arriba ¡Le juro por el mismísimo Thal que no me detendré hasta devolverle a su hijo! —aseguró.
Erly asintió intentando convencerse mientras tragaba saliva a la vez que luchaba inútilmente por ahogar su pena. Le fue imposible decir algo más, por lo que se despidió entre señas. Taka, por su parte, estaba peligrosamente decidido a rastrear a Varys y a sus hombres. Tenía rabia, mucha rabia, el malvado consejero pagaría por lo que había hecho.
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